Como un torrente de lava que destroza las tripas

Por Roberto Bardini

Aquel jueves de mediados de mayo fue el último día que visité al general en su limpia, amplia y bien iluminada celda –confortable como la habitación de un hotel de cuatro estrellas– donde cumplía cadena perpetua. Le llevé de regalo una botella de licor Benedictine. Era un auténtico Black Monk de edición limitada, lanzada en 2010 para conmemorar los 500 años de su fórmula secreta. A pesar de estar alojado en un penal de máxima seguridad, al general se le permitían algunos privilegios.

No se lo dije para no entristecerlo, pero era una despedida. Yo sabía que no nos veríamos nunca más.

Le expliqué que se trataba de un aguardiente suave, creado en el siglo XVI por monjes franceses de la Orden de San Benedicto a base de veintisiete hierbas y especias, que incluyen azafrán, cardamomo, clavo de olor, corteza de limón, miel, mirra, tomillo y vainilla. Las iniciales D.O.M. de la etiqueta significan en latín Deo Optimo Maximo (“Para Dios, el Mejor y más Grande”).

Le encantó. El general era un hombre muy creyente.

Después, como siempre, hablamos de política. Coincidimos, también como siempre, en que el gobierno estaba llevando a la república al caos, la anarquía y la desintegración nacional. Y como siempre, reiteró que no se arrepentía de nada de lo que había hecho en los cinco años que estuvo en el poder, que no reconocía a la justicia civil, que sólo aceptaba ser juzgado por un tribunal militar. Y por Dios, claro.

– Esta noche, antes de acostarme, voy a tomar una copita del licor –dijo cuando me disponía a retirarme.

– Tómese otra más a mi salud –le propuse.

– Así lo haré, señor Toledo Alcázar ­–prometió.

La última visión que tuve de él antes de salir de la celda fue la de un hombre pulcro, que llegó a medir casi un metro ochenta y ahora estaba más bajo y encorvado. Conservaba el mismo rostro huesudo pero tenía menos cabello y los ojos oscuros habían perdido fiereza. La expresión de su cara era la de un anciano estreñido. Su silueta se recortaba sobre la pared blanca en la que había un crucifijo. El general rezaba todas las noches arrodillado ante esa imagen.

Acompañado por un guardiacárcel, me alejé por el pasillo de la misma manera en que había entrado al penal: cojeando y apoyado en un bastón.

* * *

En la casa de mi novia Candela me quité la peluca, la barba postiza, los lentes de contacto que cambiaban el color de mis ojos y el pequeño almohadón que ocultaba bajo la camisa y sobre el abdomen para aparentar gordura. Fui al patio y quemé todo, junto con el bastón, el documento de identidad adulterado a nombre de Francisto Toledo Alcázar y la falsa credencial de periodista español. En el lavadero froté las yemas de mis dedos con acetona para eliminar la mezcla de esmalte incoloro y pegamento que utilizaba para no dejar huellas digitales en ningún objeto de la celda.

Había usado esos implementos durante un año, siete meses y once días en mis visitas al complejo penitenciario. Ya no serían necesarios.

Me bañé, me cambié de traje, tomé un trago y, para relajarme, escuché algunos temas de Guns N’ Roses y Almafuerte, mientras esperaba que fueran las seis de la tarde. A esa hora, me fui a La Biela a tomar un whisky con Héctor Laurido, ex socio del restorán El General. Y mientras charlábamos, brindé mentalmente por el destino del viejo decrépito recluido en el penal de máxima seguridad.

* * *

Generalmente detesto dar explicaciones acerca de mis modus operandi porque no toleraría que se pensara que tengo vocación pedagógica, pero en este caso es necesario que mencione un par de datos. Si no, nadie entenderá nada. Así que les hablaré del talio y el barbasco de bejuco.

El talio es una sustancia química con ciertas características iguales al agua: es inodoro, incoloro e insípido. Pero a diferencia del agua, si se ingiere produce calambres en las extremidades, dolor abdominal, fiebre y muerte por insuficiencia respiratoria. Es un cruel veneno para ratas.

Para potenciar su efecto mortífero, se recomienda combinarlo con otra sustancia que se extrae del barbasco de bejuco, una planta alcaloide de la cuenca del Amazonas. Los indígenas de esa región, cuando salen de cacería, untan la punta de flechas y dardos de cerbatanas para matar casi instantáneamente a mamíferos de gran tamaño. En Perú se llama ampihuasca y en Brasil, timbó.

El bioquímico amigo que preparó la poción de talio y barbasco me aseguró que bastaban unas pocas gotas diluidas en cualquier bebida para que hiciera efecto entre ocho y diez horas después. Su uso, además, tenía una ventaja: era un veneno que posteriormente no se podía detectar. Era como yo, que nunca dejo rastros.

–El infeliz que trague esto sentirá poco antes de palmar que un volcán le estalló en la panza –explicó–. Algo así como un torrente de lava que le recorre los intestinos y le destroza las tripas.

* * *

La gran noticia del día siguiente fue la muerte del general, a la edad de 87 años. Oficialmente se informó que había fallecido a las 6:25 de la mañana por una hemorragia interna que derivó en un paro cardíaco. Al principio, no se mencionó que había muerto sentado mientras defecaba. Seguramente fue por esa amalgama de pudor, recato y decoro que caracteriza a todos los servicios penitenciarios del país.

Después trascendió que el guardiacárcel que halló el cuerpo a las dos horas de muerto había comentado que “el baño olía a carne quemada y mierda”, textualmente. También se rumoreó que los médicos que hicieron la autopsia no se explicaban por qué tenía achicharrados el ano y los testículos, y chamuscado el vello que crece en esa zona inmunda. Y además, la parte interior del inodoro estaba carbonizada. Era como si le hubieran aplicado la llama de un poderoso soplete de soldadura autógena, algo nunca visto y totalmente incomprensible para la ciencia forense.

Para mí, desde luego, la explicación era muy sencilla. Conociendo los efectos del talio mezclado con barbasco de bejuco, sabía que finalmente el estreñido anciano había cagado fuego.


Fuente: Marlogüe, instigador privado
http://felipemarloue.wordpress.com/2013/05/23/como-un-torrente-de-lava-que-recorre-las-tripas/