La más maravillosa música

Por Enrique Manson *

Ilustración: El Tomi

Alguna vez cierta gente que se definía por su amor a la Libertad y la Democracia se propuso borrar de la memoria argentina a Juan Perón.

Hoy, la juventud canta, con escaso respeto por las formas gramaticales pero con clara elocuencia, Ya, de bebé, en mi casa hay una foto de Perón en la cocina.

Es que por casi sesenta años, las fotos de Perón, estuvieron en cocinas, comedores, y otros ámbitos de muchas casas. Humildes y no tan humildes. A pesar del bando militar que anunciaba cárcel y multa a quien violara la norma que decía que la doctrina peronista “ofende el sentimiento democrático del pueblo argentino” para quien “son una afrenta”, el gobierno decide prohibir el uso de “imágenes, símbolos, signos, expresiones significativas, doctrinas y obras artísticas”.

No estará permitido el uso de fotografías o esculturas de funcionarios peronistas o sus familiares, el escudo y la bandera peronistas, “el nombre propio del presidente depuesto”, las expresiones “peronismo, peronista, justicialismo, justicialista, la abreviatura P.P.”

El peronismo había sido como una alianza de sectores sociales en que la armonía superaba al conflicto de clases. Pero fuera de algunas conductas individuales, los sectores medios –políticos, militares, intelectuales y, aun, dirigentes sindicales, del movimiento- bajaron su nivel de compromiso en las horas de la prueba. No ocurrió así con los trabajadores.

Cuando las condiciones de vida y de trabajo se endurecieron tras la caída del tirano, no tuvieron dudas. El peronismo era su movimiento. El que los había hecho vivir tiempos mejores y protagonizar la política de una manera inédita entre los proletariados del continente.

Los diecisiete años de Resistencia tuvieron un protagonista colectivo, que lo era a partir de su identidad cultural y social, pero también de causas concretas como el deterioro de sus condiciones de vida y de trabajo, así como de su exclusión política. Yo nunca estuve en política, siempre fui peronista, diría el Gatica de Favio. Es que ser peronista era, ante todo, una identidad. Como ser negro en la Sudáfrica del apartheid o ser chiíta entre los seguidores de Khomeini, en el Irán del Sha.

Junto a ese pueblo hubo otro protagonista no menos importante. Perón no fue solamente el conductor de la Resistencia, ¡por diecisiete años y a quince mil kilómetros de distancia! Era el símbolo, el mito, el elemento ritual que unía y guiaba a los peronistas por el interminable cruce del Sinaí de la proscripción y la persecución, hasta la tierra prometida del Retorno. Sin que faltaran becerros de oro que adorar y falsos sacerdotes que los esculpieran.
El Régimen ensayó una y mil formas de evitar ese Retorno y terminar hasta con el recuerdo de la Segunda Tiranía.
Pero no alcanzó. Perón volvió y fue presidente por tercera vez.

Sin embargo, debía enfrentar una profunda crisis interna y otra no menos grave en lo internacional. En el marco de la multiplicación del precio del petróleo y de la inestabilidad económica y política mundial, los sectores internos del peronismo se enfrentaban duramente. El mismo Líder les dijo alguna vez a los jóvenes militantes que su retorno se había producido cuando él estaba demasiado viejo y ellos eran excesivamente jóvenes.

El 1° de mayo, durante la fiesta de los trabajadores, el conflicto estalló. Muchos jóvenes alineados con la conducción de la organización Montoneros, silbaron a Isabel Perón y exigieron a gritos cambios de política. El General respondió indignado, llamándolos estúpidos e imberbes. El destino impidió que los grupos instalados en la Plaza se enfrentaran hasta producir una masacre.

No había pasado un mes y medio, cuando volvió a convocar a la Plaza. Lo hizo indirectamente, cuando anunció que de no contar con apoyos capaces de enfrentar a la crisis, abandonaría la empresa en que había comprometido lo que le quedaba de vida.

Cuando se asomó al balcón, frente a una multitud que en su enorme mayoría no había ido encuadrada en organizaciones, sino que la formaban argentinos y peronistas preocupados, pronunció su último discurso en tal escenario.

Agradeció la presencia del pueblo que respondía a su convocatoria de esa mañana. Los que estábamos abajo movíamos los brazos como aspas para trasmitir que no había nada que agradecer, y que éramos nosotros los que recibíamos el regalo de su confianza.

Tal vez, ya era tarde. Por la gravedad de su salud y, sobre todo, por lo avanzado de la crisis, imposible de encauzar sin su presencia.

Pero, como dice la juventud –cada nueva generación de juventud que se va sumando con el tiempo-: A pesar de las bombas, de los fusilamientos –los ya sufridos y los que vendrían en los terrible años que siguieron-, los compañeros muertos, los desaparecidos. No nos habían vencido. Pocos días después, el 1ª de julio, el Líder nos dejaba.

Pero habíamos recibido, en esa Plaza de la Historia, de entonces y de Hoy, una despedida que decía:

Llevo en mis oídos la más maravillosa música
que es, para mí, la palabra del Pueblo Argentino.


Junio de 2013

* Profesor, escritor. Miembro de Número del Instituto Nacional Manuel Dorrego.