La muestra Witold Gombrowicz. Momentos singulares documenta la vida del escritor en el país

El polaco que se convirtió en un referente cultural de la Argentina

Cartas, fotos, afiches, libros y hasta piezas de la vajilla del transatlántico que lo trajo al país. Miguel Grinberg
(foto)
, amigo personal del escritor, es el curador de la exposición. Hasta el 13 de octubre, en la Biblioteca Nacional.

Por Mónica López Ocón

Sí, todo era penoso, terrible, desesperante. La guerra me destruyó familia, posición social, patria, porvenir, yo no tenía nada, ya no era nada… ¡Y sin embargo! Y sin embargo, la Argentina… ¡Qué alivio! ¡Qué liberación!" La frase es del escritor Witold Gombrowicz (1904–1969), quien llegó al país el 20 de agosto de 1939 a bordo del transatlántico polaco Chrobry, permaneció 24 años en la Argentina y produjo aquí el grueso de su obra.

La Biblioteca Nacional con el auspicio de la Biblioteca Polaca Domeyko y la Embajada de Polonia en la Argentina homenajea al escritor en Momentos singulares que documenta su estadía en el país a través de libros, revistas, afiches, fotografías inéditas y dibujos. Su catálogo incluye testimonios de su viuda, Rita Gombrowicz, y de varios escritores argentinos: Miguel Grinberg, Ricardo Piglia,
Elvio E. Gandolfo, Germán García y Silvia Hopenhayn.
Miguel Grinberg, amigo personal de Gombrowicz y curador de la muestra, dialogó con este diaio acerca del polaco que, paradójicamente, se convirtió e un referente insoslayable de la Argentina.

–¿Cómo fue la llegada de Gombrowicz a Buenos Aires?
–Llegó en 1939, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial que fue detonada por la invasión alemana de Polonia. Este hecho lo dejó ante la incógnita de volver a Londres, como querían volver todos los polacos del transatlántico que hacía el viaje inaugural a Sudamérica, para enrolarse en la Resistencia y luchar contra el enemigo invasor. Por su naturaleza, esta posibilidad no le resultó atractiva. De modo que dijo: "Me voy a quedar acá hasta que termine la guerra, porque las guerras empiezan y terminan." En realidad Polonia era un país hipotético que no existió durante mucho tiempo porque fue parte del Imperio Austro-Húngaro. Después de la Primera Guerra Mundial logró su autonomía pero siempre estuvo tironeada por Rusia y por Alemania. Por lo tanto, tenía 20 años de independencia nada más. La desgracia o el beneficio para nosotros es que terminó la guerra y Polonia quedó en la órbita comunista y los estalinistas de Polonia adoptaron la misma política que los alemanes respecto de Gombrowicz, lo prohibieron. Su obra fue puesta en la lista negra y él fue acusado tanto por los nazis como por los estalinistas de "disolvente". Visto desde un punto de vista frío, en realidad es disolvente por la sencilla razón de que no se ajusta a ningún canon, es un rebelde, un outsider, un personaje lateral que no se llevaba bien ni con el Estado, ni con la burguesía, ni con la clase a la que él pertenecía que era la clase terrateniente.

–¿Qué obra traía al llegar a la Argentina?
–El paquete con el que llegó era un libro de cuentos y una novela llamada Ferdydurke que es la que cimenta su fama mundial. Pasó aquí 24 años. Cuando llegó no conocía el idioma y con una pequeña ayuda económica de la delegación polaca comienza a tener vínculos con la emigración. Argentina contó siempre con mucha emigración polaca. Yo mismo soy hijo de polacos, soy el primer producto nacional de una familia inmigrante polaca. Mis padres se conocieron aquí, en el Club Polaco. Cada uno venía con su familia y eran adolescentes. Nunca pensé que iba a retomar mis raíces ancestrales a través de Gombrowicz. En el año en que nací, 1937, él estaba todavía en Polonia y publicaba Ferdydurke, de modo que nuestros caminos eran discordantes. En Sudamérica fue construyendo una historia ampliamente documentada por su diario en el que no sólo se refería a sus lecturas sobre existencialismo, estructuralismo y la cultura de Occidente, sino que también documentaba su tormentosa y fallida vinculación con la cultura nacional.

–¿Por qué fue tormentosa?
–En un principio no fue aceptado porque nadie lo conocía y lo único que tenía en la mano era una novela escrita en un lenguaje incomprensible que era el polaco y, además, el estilo de él era discordante, provocador. Era alarmante porque se manejaba a través de la sátira y la ironía y tenía actitudes extravagantes.

–¿Cuáles, por ejemplo?
–Entrar a una galería de arte rengueando como si tuviera mal una pierna y pararse frente a los cuadros diciendo: "A mí este arte no me recompensa, no me cura el dolor que tengo en la pierna."

–Volvamos a sus relaciones tormentosas con el establishment cultural argentino?
–Están documentadas en su diario y eran tan tormentosas con el grupo Sur, que era la cultura con mayúsculas, como con la izquierda. No acordaba con Mallea, con Bioy Casares ni con Silvina Ocampo. Con Borges tuvo una relación fugaz porque eran dos planetas antagónicos. No se llevó bien ni con Florida ni con Boedo. Él era un aristócrata y su estilo no era precisamente proletario. Tampoco se llevaba bien con los poetas, incluso escribió un panfleto contra ellos. Su argumento es que él pensaba la vida como obra de arte y, por lo tanto, no concebía que un tipo fuera un atorrante en su vida y que escribiera poemas elegíacos maravillosos. Se especializaba en no caer simpático, excepto con los jóvenes que, según su jerga, aún no estaban "deformados por las formas". El hacía una defensa de la inmadurez, del ser natural, de la idiosincrasia con la que nacemos y que hay que desarrollar sin elegir formas establecidas y convalidadas por el sistema cultural, sino respetando el bagaje genético que cada uno trae. La conceptualización de "las formas que deforman" y el elogio de la inmadurez constituyen el núcleo ideológico de su obra de prosa y de sus obras teatrales.

–¿Cómo lo conoció?
–En el año '62 yo publicaba la revista literaria Ecos Contemporáneos, tenía vinculaciones con outsiders de otras latitudes. A esa altura me carteaba con Allen Ginsberg, con Henry Miller, con Julio Cortázar y con poetas de las Américas. A diferencia de los poetas del '50, del grupo Poesía Buenos Aires que era francófono, nosotros traíamos un sentimiento continental. En los años '50, Gombrowicz había ido a Tandil en busca de alivio para su asma y uno de los ejemplares de Ferdydurke, que había logrado traducir con el apoyo económico de una señora de dinero, había caído en una biblioteca de Tandil donde un grupo de jóvenes intelectuales lo había leído. En el café Rex de esa localidad, confluyen Gombrowicz y un grupo de jóvenes que hablaba de literatura. Le preguntaron quién era. El contestó: "Soy un importante escritor polaco de apellido muy difícil", y cuando comenzó a escribir su apellido para que lo entendieran, uno de los jóvenes, Jorge Dipaola Levin gritó ¡Ferdydurke! La leyenda afirma que Gombrowicz se puso de pie y dijo: "Dios mío, un lector en la pampa salvaje." Allí comienza la amistad con ese grupo integrado por el dibujante Mariano Betelú, Jorge Di Paola Levin, Jorge Vilela, Néstor Tirri. Esos eran los lectores que yo iba ganando con mi revista Ecos contemporáneos. En el '60 iba los sábados al mediodía a la librería Galatea que estaba en Florida y Viamonte, porque allí se reunían escritores importantes y me quedaba escuchando sus conversaciones. De pasó veía si mi revista se había vendido y podía recaudar algo de esas ventas. No eran los poetas del establishment sino Aldo Pellegrini, Enrique Molina, Edgard Bayley, Rodolfo Alonso, es decir los que en ese momento llevaban la voz cantante de la poesía argentina. Un día, leyendo una revista europea encuentro un fragmento de Gombrowicz a quien yo no conocía. Decía "Fragmentos de mi diario argentino" y me maté de risa con un recuadro que decía: "Si algún día estallara un incendio en la Sociedad Argentina de Escritores, Dios no lo quiera, pienso que morirían todos quemados porque, ¿cómo van a llamar a los bomberos, cómo van a usar esa palabra tan cursi?". Ese fue mi primer contacto con él. Luego escuché al grupo de Tandil hablar de "el Viejo" como si fueran discípulos de Mahoma y él estuviera en un santuario que sólo ellos conocían. Me dijeron que a Gombrowicz le interesaría conocerme y conocer la revista porque traíamos un mensaje diferente. Lo fueron a consultar y aceptó reunirse con nosotros, es decir, con el grupo que formábamos Antonio Dal Masetto y el poeta Alejandro Vignati y yo. Él vivía en Venezuela 615 y nos reunimos a dos cuadras de su casa, en el Querandí. Le caímos simpáticos, originales y contraculturales. Nuestra amistad comenzó discutiendo el sentido de la vida, la conciencia, los valores, las lecturas. No fuimos, como dicen algunos analistas argentinos, discípulos de Gombrowicz, porque tener discípulos no estaba en su naturaleza. En cierta medida, él nos adoptó como a los hijos que no tuvo y como a buenos muchachos a los que había que darles una mano. Lo conocí en el momento en que él comenzaba a ser famoso en Europa. Viajó a Berlín con una beca de la Fundación Ford, pero pensaba volver. Se fue en las vísperas del boom latinoamericano, poco antes de la salida de Rayuela, poco antes del despliegue del rock. El clima de Berlín no fue bueno para su asma. Terminada la beca se fue a hacer un retiro a la abadía de Rougemont. Allí conoce a Rita Labrosse, que luego sería su esposa. Rita contó muchas veces que él conservaba su pasaje de regreso a la Argentina, pero su cuerpo no le respondió y sus problemas circulatorios le produjeron dos infartos y murió en 1969. Mientras tanto, él mantuvo correspondencia con nosotros. La que mantuvo conmigo la tengo publicada en un libro que se llama Evocando a Gombrowicz. Antes de que se fuera le saqué más de 60 fotos y es el mayor lote de fotografías inéditas de él que hay en Buenos Aires. Ser el curador de esta muestra es un regalo de Gombrowicz. En Polonia se lo comenzó a publicar en 1986. Para el centenario de su nacimiento, en 2004, hicieron un festejo y me invitaron a exponer las fotos. Por todo lo que había hecho para mantener encendida la llama de Gombrowicz en la Argentina fui condecorado por el presidente de la República con la Cruz de Oro al Mérito Cultural. El año pasado, al cumplirse 75 años de la publicación de Ferdydurke, me invitaron para hacer una gira de conferencias. En la vieja casa de campo del hermano de Witold desde hace tres años funciona el Museo Gombrowicz. Allí están sus objetos personales, fotos ampliadas, la valija de cartón con la que llegó de Polonia a la Argentina y volvió a Europa. Está colgada del techo, como si fuera una estrella. Volví cargado de afiches y descubrí que en la Argentina hay una biblioteca polaca donde coleccionan cosas de Gombrowicz. Por ejemplo, han conseguido parte de la vajilla del barco en que llegó y hasta el menú, lo mismo que revistas femeninas donde publicaba cuentos con seudónimo. Reuní en la muestra objetos de distintos escenarios. Gombrowics me dejó libros, las hijas de Betelú Ana y Eugenia, aportaron dibujos. También hay programas de las obras de teatro de él que se hicieron en la Argentina. Pensando en los jóvenes estudiantes de literatura, me ocupé de que el catálogo documentara la trayectoria de Grombrowicz en la Argentina y de que tuviera una bibliografía completa de lo que se puede conseguir de él en castellano. Lamentablemente, aquí las ediciones de Gombrowicz son muy caras y es un autor más conocido que leído.

05/10/13 Infonews