A 46 años de la muerte del Che
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Dos
íconos
Por Daniel Cecchini
dcecchini@miradasalosur.com
Ernesto Guevara de la Serna, El Che, fue capturado, después de haber sido herido
en la quebrada de Yuro el 8 de octubre de 1967, y asesinado al día siguiente en
La Higuera por decisión de la CIA y el gobierno boliviano. Esas dos fechas, la
de la captura y la del asesinato, suelen fundirse en una sola, la de su captura,
quizá porque en su caso, como en el de muchos otros revolucionarios, caer en
manos del enemigo significaba inevitablemente la muerte. El destino de su
cadáver se mantuvo oculto durante exactamente treinta años. Para los
contrarrevolucionarios, el Che seguía siendo peligroso después de muerto. Tal
vez aún más.
El tiro les salió por la culata: en la América latina en llamas de finales de
los ’60 y principios de los ’70, Guevara siguió más vivo que nunca. El modelo de
hombre nuevo que, sin serlo, había propuesto con sus palabras y sus hechos,
señaló el camino a decenas de miles de revolucionarios en todo el planeta. Pero
en ese proceso, su imagen sufrió una primera transformación: el hombre que había
luchado heroicamente, con y sin armas, contra los opresores, quedó oculto debajo
del mito del guerrillero heroico.
Corría 1970 –tres años después del asesinato del Che–, cuando Roberto Savio, por
entonces jefe de noticias para América latina de la Radio y Televisión Italiana,
la famosa RAI, se largó cámara en mano a descubrir a un hombre que había muerto
pero que todavía seguía vivo. A Savio lo inquietaban los mitos contemporáneos, y
mucho más ése, cuya eficacia amenazaba con influir de manera decisiva sobre la
historia. Durante más de un año recorrió América con una cámara y una idea:
obtener testimonios de primera mano, desentrañar los hechos que estaban siendo
aplastados por los discursos, reconstruir la historia, desandar el camino de
Ernesto Guevara para encontrar al hombre antes de que fuera definitivamente
tragado por el mito. Savio estaba haciendo periodismo.
De regreso en Italia con cientos de metros de película, se encerró febrilmente a
editarlos. El resultado, Encuesta sobre un mito, era un viaje de casi cuatro
horas de duración por la ruta de Guevara: de Buenos Aires a Bolivia y Perú y
Ecuador, la experiencia de Guatemala en llamas, el contacto con los exiliados
cubanos, México, el Granma, Cuba, África, Bolivia, la muerte. Savio quedó
satisfecho con su película, pero la RAI se negó a difundirla. Le dijeron que no
se la podían vender ni a los rusos ni a los yanquis, que había filmado un
documental que no era para nadie. El Guevara de Savio no era ni santo ni
demonio. Había documentado parte de la vida de un hombre extraordinario, pero
que seguía siendo un hombre.
El periodista debió esperar treinta años hasta que vencieran los derechos de la
RAI sobre el material y así dar a conocer su película, pero ya era tarde. En
esas décadas, la imagen de Guevara había sufrido una segunda transformación: el
ícono revolucionario también era entonces un producto de mercado, estampa de
remeras pero no de revoluciones.
Tapado por una y otra imágenes, por esos dos íconos, Ernesto Guevara, el hombre
verdadero, había quedado perdido.
La semana que viene se cumplirán 47 años de la muerte del Che y el aniversario
encuentra a América latina en una encrucijada, con una fuerte ofensiva de la
derecha contra los gobiernos progresistas que desde hace algunos años, en
algunos países de manera más clara que en otros, conducen la recuperación de la
dignidad de sus pueblos después del desguace neoliberal.
En este momento clave, recuperar el Ernesto Guevara verdadero, al hombre que,
con sus sueños y sus contradicciones, descubrió primero la injusticia en la que
vivían sumidos sus hermanos latinoamericanos y después puso su vida –y la
entregó– al servicio de su liberación, es una necesidad impostergable. Porque
los que luchan para forjar un futuro no son los mitos, sino los hombres de carne
y hueso. Como aquel joven Ernesto Guevara que, hace exactamente 60 años,
emprendía su segundo viaje por América latina, el que lo llevaría a su destino
revolucionario.
Ernesto
y Che: el cuerpo donde habita la Revolución
Descontracturado. Guevara habla sentado en el estrado durante un
congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas.
¿Cómo definiría al Che? … Quizás de su misma expresión, de ese minuto de
enfrentar la muerte, y la mano temblorosa de Mario Terán, y decirle: “Deja de
temblar ya y dispara que vas a matar a un hombre”. Un hombre. Un hombre en todo
lo extenso de lo humano.
Hugo Chávez
Ernesto Che Guevara es, indudablemente, una figura que atrae como pocos a
historiadores y biógrafos de diversas latitudes. Será acaso la personalidad del
siglo veinte sobre la cual se han publicado mayor cantidad de biografías y
libros en general.
Por ende, si bien se sabe que lo inédito ha sido y es un gran motivo de
atracción, un motor de curiosidad que agita la avidez de los lectores,
tratándose del Che, resultaría pues algo infructuoso pretender aportar algún
dato histórico, “de color” o anécdota que no haya visto la luz aún. Sin embargo,
aún perduran atrapados en la eterna calidez de los recuerdos íntimos y
familiares, aquellas pequeñas escenas cotidianas compartidas, esos trazos de
vida que aún atesoran sus hermanos, primos, amigos y compañeros, y que por
razones varias, personales o hasta políticas, han preferido preservar dejándolos
en el resguardo del anonimato.
Pero hace poco tiempo, movilizado quizás por una especie de sentido de la
responsabilidad histórica, Juan Martín Guevara, el hijo más chico de la familia
Guevara de la Serna y hermano de Ernesto, decidió comenzar a dedicarle gran
parte de su tiempo a asumir la tarea de difundir su obra y pensamiento, además
de hacer públicas anécdotas familiares y recuerdos varios junto a su hermano, el
Che. Para abordar dicha tarea con la seriedad y prolijidad que demanda la misma,
fundó, junto a parte de la familia y compañeros, una Asociación Civil que lleva
por nombre “Por las Huellas del Che”, casi invitando desde el comienzo a
transitar un camino ya trazado pero inconcluso.
Para Juan Martín Guevara la causa de ese repentino giro que transformó la
política de bajo perfil autoimpuesta, se halla en la realidad misma: está
absolutamente convencido de que “el Che”, su hermano, aún tiene cosas para
decirles a las actuales generaciones y también a las futuras. No se trata de un
motivo misterioso ni tampoco un axioma indescifrable. Juan Martín suele
resumirlo de la siguiente manera: “Si pensamos que las injusticias por las que
luchó Ernesto aún existen, entonces quiere decir que su mensaje sigue siendo
perfectamente válido y que no corre el riesgo de quedar desfasado en términos
históricos”. Afirma que cada vez que pronuncia esa frase, enseguida se apura en
aclarar que no pretende reinterpretar lo dicho y hecho por su hermano Ernesto,
sino simplemente poner otra vez todo ese legado en manos de las actuales
generaciones, en manos del pueblo, para que ellos mismos lo reinterpreten en
función de sus intereses, necesidades y realidades.
La tarea es resignificar al mito. Y ello también implica hacerlo de carne y
hueso, humanizarlo. Mostrarlo como lo que en verdad fue; un hombre cuyos valores
y principios no negociables lo condujeron al extremo de los sacrificios; un
hombre que supo ser el Hombre Nuevo que él mismo planteó como necesidad
histórica para construir la nueva sociedad y no como mero ribete de idealismo
romántico para tentar a los tibios. Pero también un hombre con familia, amigos,
anécdotas, hermanos, risas, compañeros, padres. Un hombre con vida de hombre.
Algunos aún insisten en el debate acerca de si esa “humanización” implica en
modo alguno disminuir la magnitud de su figura y de su ejemplo. Para ellos,
convendría reflexionar acerca de la persistencia del “mito”, ya no como ícono de
la grandeza humana sino como signo de esterilidad. El reflejo del superhombre de
virtud inigualable, aquel que está más allá de las capacidades humanas, no
pareciera ser el mejor de los caminos si lo que se pretende es que muchos sean
los que tomen su ejemplo de entrega, sus ideas y sus banderas. Acaso, ¿quién
podría iniciar la marcha y no detenerla sabiendo que sigue un faro que nunca
podrá alcanzar? Aquí quizá pueda encontrarse un factor que explique las tantas
frustraciones de generaciones que dedicaron su vida a la lucha por un mundo
mejor, más justo. Porque más allá de las heroicas luchas y de las duras
derrotas, es lícito repensar acerca de si la pretensión de alcanzar lo
“inalcanzable” es una buena táctica, un motor eficaz para traccionar la voluntad
colectiva e individual y redoblar el esfuerzo para continuar la lucha ante la
adversidad.
Juan Martín sentencia en cada reunión o encuentro al que lo invitan, sobre todo
ante los jóvenes: “Cualquiera de ustedes puede ser un ‘Che’. Tiene que haber
muchos ‘Che’, no sólo porque es necesario, sino también porque es posible”. Es
sin dudas una frase desafiante en términos políticos y despojada de toda
inocencia.
Sirve también para repensar sobre aquellos calificativos que los bien
intencionados (o no) utilizan a menudo para referirse al Che.
¿Guerrillero Heroico? Claro que lo fue, pero, ¿qué sentido tiene en la
actualidad proclamarlo como tal? Es, en efecto, un bronce que no implica ningún
costo y que contribuye a anclar toda su figura y su significado a un pasado
remoto, cuya lejanía aparenta no contar ya con recursos para interpelar nuestro
presente.
Pero no sólo en el cálido campo de los recuerdos íntimos y personales aún
podemos descubrir a un Che inédito. O mejor aún, a un Che que todavía tenga para
decir cosas que hasta ahora pocos (o ninguno) ha escuchado.
Previo a abandonar las funciones al frente del Ministerio de Industrias y asumir
su internacionalismo revolucionario yendo a luchar al Congo, el Che le dejó una
cantidad enorme de escritos, documentos y reflexiones a Orlando Borrego, quien
fuera amigo y viceministro de la misma cartera, encomendándole la tarea de que
ordene y compile de alguna forma, todo el material reunido durante años de arduo
y apasionado trabajo en la construcción del socialismo. Luego de su paso por el
Congo y de su estadía clandestina en Praga (donde el Che avanza en la producción
de un manual de economía política para Cuba objetando varios aspectos del
soviético, y que recién en 2006 sería publicado por primera vez con el nombre
“Apuntes Críticos a la Economía Política”. Se trataba de los míticos “Cuadernos
de Praga”), el Che vuelve a Cuba –también en la clandestinidad– para abordar los
preparativos de la lucha en Bolivia. Durante ese período, Borrego es llevado
hacia una finca en zona rural en donde se encontraba el Che junto al resto de
los combatientes en preparación y adiestramiento. Muy pocos sabían por entonces
de su estancia en Cuba; el secreto y la discreción eran extremos. En dicho
encuentro, Borrego le alcanza al Che el resultado de meses de arduo trabajo de
ordenamiento, clasificación y compilación: más de 1.800 páginas distribuidas en
7 tomos. El Che promete hojear el resultado del trabajo a la brevedad. Pocos
días después ambos vuelven a encontrarse y el Che sentencia su aprobación
definitiva al trabajo realizado.
De dichos tomos se imprimieron pocos ejemplares en el año ’66. La primera copia
fue entregada a Fidel por orden del propio Che. El resto, a miembros de la
dirección revolucionaria, familiares y el Comité Central del partido. Hasta el
día de hoy nunca fueron publicados para la venta.
Se trata de un material de valor incalculable para quienes tienen interés nada
menos que en adentrarse en los pormenores de una figura como el Che en tiempos
en que se construía el socialismo en Cuba. En los siete tomos hay textos ya
conocidos y también otros absolutamente inéditos: transcripciones taquigráficas
de debates ministeriales, informes internos, discursos, ensayos...
En directa relación con el nuevo rol de difusor de las ideas y el pensamiento
del Che, Juan Martín Guevara pretende asumir el desafío de publicar lo que es
uno de los más completos legados políticos de su hermano Ernesto, que ostenta
además, la particularidad histórica de haber tenido la aprobación explícita del
propio Che, días antes de partir hacia Bolivia.
Les toca a un sinfín de interesados hacerse de la necesaria paciencia y aguardar
expectantes el momento en que ese material se haga público para el mundo entero.
Recuerdo y mirada de mi hermano y compañero
Por Juan Martín Guevara. Hermano de Ernesto Guevara
contacto@miradasalsur.com
A 46 años del asesinato de Ernesto, mi hermano, y del Che, mi compañero, se me
da esta oportunidad de escribir unas líneas, de poner recuerdos y pensamientos
sobre papel.
Siguiendo un derrotero cronológico, me parece simbólico el que exista una foto
del año 1953 en La Paz, en la que están Ernesto, Calica Ferrer y otra persona, y
en la cual aparece en el fondo un cuartel militar, el mismo en el que 14 años
después se guardarían documentos y pertenencias del Che y otros combatientes
caídos en aquellos días de 1967.
Roberto, otro de mis hermanos, contó que el día 10 u 11 de octubre (los días
posteriores a que apareció por los medios la noticia de la muerte de Ernesto),
viajó a Vallegrande, con periodistas de una revista de Argentina, con el fin de
reconocer el cuerpo y trasladarlo a Argentina. Allí, los militares le dijeron
que no podían mostrar el cuerpo, porque estaba enterrado.
Luego viajó a La Paz, donde se entrevistó con Alfredo Ovando (quien antes y
también luego, fuera presidente de Bolivia), quien le dijo que el cuerpo había
sido cremado.
La verdad es que fue enterrado y su tumba se mantuvo en el secreto de sus
captores por 30 años, hasta que en octubre de 1997, su cuerpo fue exhumado en
Vallegrande, y posteriormente trasladado a Cuba, y por fin, a Santa Clara.
Yo he relatado cómo me enteré de su muerte y también del doble dolor sentido por
mí, dada la pérdida de un hermano y a la vez, la de quien fue nuestro referente
en la generación de los sesenta.
También me he referido –y lo recalco– que me inclino más por recordar al Che en
cualquiera de las fechas en que actuó en función de Ministro de Industrias u
otra ocasión, antes que recordarlo en su último día de vida.
Por otra parte, también me parece importante dejar en claro, como lo hice
recientemente en mi primer viaje a Bolivia (La Paz, Junio de 2013), que de
ninguna manera guardo rencor u odio hacia Bolivia o su pueblo, por el hecho
trágico de que en aquellas tierras muriera mi hermano.
Y llegado como hemos a nuestros días, lo que nos parece fundamental como
participante y Presidente Honorario de “Por las huellas del Che”, es ser
vehículo para hacer conocer el pensamiento político, económico, humano,
filosófico, etc. de Ernesto, que particularmente, es lo menos conocido de su
legado. Creemos que dichos aportes son de tal magnitud como para definir que es
el pensador marxista más innovador e importante de los últimos tiempos, a pesar
de haber muerto hace 46 años, y desde cuya vigencia aún nos interpela en este
siglo XXI.
Así, pensamos que la presencia expresada en tantos retratos, banderas y aún
remeras o artículos de mercadeo, tiene como razón de ser, la intuición que los
pueblos y la sociedad en su mayoría tienen respecto de que el camino marcado por
el Che es aún posible y también necesario.
Discurso de un hermano en la lucha
Por Ramiro Valdés. Comandante de la Revolución Cubana
contacto@miradasalsur.com
A Compañeras y compañeros:
Hace exactamente cuarenta y cinco años, el Comandante Ernesto Guevara se
convirtió, para el mundo, en símbolo del internacionalista consecuente y
paradigma de las más altas virtudes del ser humano. Sus enemigos creyeron que
con su muerte moriría también su legado. Los asesinos del Che no imaginaban que
en La Higuera nacía una bandera de combate, un gigante moral, que como ha dicho
el compañero Fidel, “crece cada día y cuya imagen, influencia y presencia se han
multiplicado por toda la tierra y no podrán ser destruidas jamás”.
(…)
La experiencia de la guerra aumentó su competencia. En las tareas inmediatas de
la defensa armada de la Revolución, tuvo una participación decisiva en la
construcción militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y cuando se
requirió una persona capaz para una tarea importante allí estuvo también:
primero, dirigiendo las pequeñas industrias del Instituto Nacional de la Reforma
Agraria; luego, cuando fue necesario que alguien defendiera las divisas de la
nación, el Che dirigió el Banco Nacional de Cuba. Y, cuando se nacionalizaron
todas las fábricas y se creó el Ministerio de Industrias, para organizarlas y
ponerlas a producir para el pueblo, allí igualmente tuvo un desempeño
incondicional como Ministro, con una consagración total que lo convierte en el
modelo que debe caracterizar a los cuadros revolucionarios. Cuando se cernía la
amenaza nuclear, hace medio siglo, como un soldado invariable de primera línea,
asumió el Che la jefatura del puesto de mando en Pinar del Río.
No pocas fueron las delegaciones que presidió y los fórum internacionales en los
cuales proclamó y defendió el pensamiento y la acción de la Revolución cubana,
como su fiel y genuino representante.
Llegó el día de materializar su máximo anhelo: regresar a la América del Sur, a
su Patria Grande para hacer la revolución, y Fidel cumplió con su promesa de
darle ayuda y facilidades para iniciar esa lucha.
(…)
Tenemos que cultivar su ejemplo para que su legado sea imperecedero y sirva de
faro y guía a la lucha por un mundo nuevo y mejor.
Hay que trabajar día a día aunando voluntades y resaltando la vigencia de sus
ideas y de su vida para que llegue a cada rincón de cada aldea, a cada región de
cada país, a cada continente. Ésta es una tarea que aún tenemos por delante. Es
una tarea del momento actual porque no podemos dejar que el porvenir ruede por
tierra.
(…)
Al Che, generalmente, se le recuerda como un hombre de acción, como jefe
guerrillero y como internacionalista en el Congo y en Bolivia, y también hay que
recordarlo y valorarlo como un hombre de pensamiento muy profundo.
Sus contribuciones fueron numerosas y abarcadoras, fundamentalmente en los temas
económicos, políticos y sociales, y sobre todo en aspectos esenciales para la
construcción del socialismo.
(…)
Nuestro compromiso renovado, hoy, es mayor con el Che y los heroicos
combatientes que cayeron junto a él.
¡Viva por siempre el Comandante Ernesto Che Guevara y sus heroicos compañeros!
¡Hasta la victoria siempre!
Patria o Muerte
Venceremos.
Los
dos aniversarios del Revolucionario
Por Miradas al Sur
contacto@miradasalsur.com
Izq.:1953. Ya médico, emprende el viaje.//Der.:Cuba. Comandante de la
revolución.
Para aquellos que se obstinan en pretender que la conmemoración de un
revolucionario caído no sea una breve ceremonia luctuosa, un fugaz recuerdo
entristecedor, sino por el contrario, una ocasión propicia para revisar el
presente y redoblar la lucha mirando al futuro, la fecha del 8 de octubre en la
que se recuerda el asesinato del Che a manos de las fuerzas represoras se vuelve
algo contradictoria.
La descomunal pérdida y el sabor amargo de lo irreparable se mezcla con la
vitalidad de su ejemplo y la vigencia de sus ideas, esas que, a riesgo de caer
en un simplismo tibio, casi despolitizado, podrían resumirse en la búsqueda
incesante por todos los medios de hacer de este mundo un lugar menos hostil y
doloroso para todos los seres humanos.
En ese arte, el de convertir su ausencia en presencia, es en donde la sociedad
deja de ser espectadora y comienza a involucrarse. Porque el Che es también la
construcción colectiva que los pueblos hacen de él cuando luchan por cambiar las
cosas y mejorar su destino.
Sin embargo, este 2013 esconde también una particularidad notable y muy poco
advertida: se cumple el 60 aniversario en el que Ernesto Guevara comenzaría su
segundo y definitivo viaje por Latinoamérica. Vivencia no muy explorada si se
tiene en cuenta que partió como un simple y joven médico argentino para culminar
siendo el revolucionario internacionalista que pronto se convertiría en uno de
los principales protagonistas del triunfo de la Revolución en Cuba, pilar
fundamental de la dirección revolucionaria cubana en tiempos de construcción del
socialismo, para luego convertirse en el principal impulsor y estandarte de las
luchas antiimperialistas a escala global.
Una película (documental) recientemente estrenada, llamada La Huella del Doctor
Ernesto Guevara, del director Jorge Denti, precisamente propone adentrarse en
ese camino, el que de algún modo refleja la adquisición de una conciencia social
y el crecimiento político a partir de la propia experiencia y no sólo de
lecturas fundamentales. Un transitar que lo pone cara a cara con las peores
expresiones de la marginalidad y la injusticia del continente, hasta el punto
cúlmine en el que la confluencia de su curiosidad de viajero que se involucra
con cada suelo que pisa y los caprichos del destino, lo obligan a experimentar
en Guatemala el accionar imperialista en todo su esplendor golpista y
antipopular. A partir de semejante experiencia, Ernesto Guevara jamás volvería a
ser el mismo que había sido hasta entonces.
Los
viajes: la “Mayúscula América” y el mundo entero
Por Mauricio Stroia. Politólogo
contacto@miradasalsur.com
Los recorridos por el continente que fueron forjando la visión política y
revolucionaria del Che.
Luego del triunfo de la Revolución, el trabajo a realizar era descomunal.
Reconstruir el país luego de la brutal dictadura de Batista, crear un nuevo
tejido social y reconvertir la matriz productiva, de estructura semicolonial,
extractiva y con relaciones de producción cuasifeudales, eran, nada más y nada
menos, que las tareas prioritarias de la dirección revolucionaria al frente del
gobierno.
El Che tuvo en toda esa tarea, un destacado protagonismo ampliamente
documentado.
Pero, ¿cómo dar cuenta del proceso interior que convirtió a un joven y
promisorio médico argentino en un revolucionario, latinoamericanista,
combatiente, comandante de un ejército y hombre de Estado, sin caer en la
tentación de ofrecer conclusiones que pudieran interpretarse como un tanto
superficiales? Sin dudas, no es tarea sencilla. No obstante la situación y las
características del personaje, ameritan abordar ese trecho espinoso.
Se cumplen 60 años de la partida del segundo y definitivo viaje por
Latinoamérica y la ocasión vuelve a resultar propicia para repasar esas
experiencias (la del primero y segundo viajes) desde una perspectiva histórica
pero no biográfica, sino más bien analítica.
Habrá que comenzar, pues, remitiéndose al primero de aquellos viajes, el que
comparte con Alberto Granados y que representa el director Walter Salles en la
película Diarios de Motocicleta. El mismo tiene una importancia vital, ya que
fue la primera vez que el joven Ernesto tuvo un conocimiento de la realidad
social del subcontinente, metiéndose en sus propias entrañas, viviéndola desde
su profundidad remota, injusta y desigual.
En dicho viaje conoce, durante su paso por Perú, al Dr. Hugo Pesce, médico e
investigador especializado en lepra. Ernesto entabla enseguida una relación que
se podría calificar de fraterna, en tanto mezcla cierto deslumbramiento personal
con admiración profesional. Claro, porque hay que decir que el Dr. Pesce era
también un militante comunista y fundador, nada menos que junto a Mariátegui,
del Partido Socialista Peruano. Fue gracias a su influencia que Guevara y
Granados recalan en un leprosario cerca de Lima para luego partir hacia otro
llamado San Pablo, a orillas del río Amazonas, a trabajar y ofrecerle contención
–la que fuera necesaria– a los enfermos.
Su compañero de viaje, Alberto Granados, contaba que el Dr. Pesce había
impactado profundamente en Ernesto, quizá porque era alguien que no
circunscribía sus investigaciones científicas y su labor médica al estrecho
confín de la medicina, sino que indagaba en aquellas cuestiones sociales y
políticas que provocaban en la población esas heridas profundas y dolorosas cuya
curación estaba fuera del alcance de las limitadas posibilidades de cualquier
médico. Así, la política –o mejor dicho, la acción política– se presentaba como
único recurso posible ante la impotencia por pretender reparar o evitar ese
destino doloroso de miles, ese sufrimiento evitable, al que sólo tenía para
ofrecerle desde su profesión, apenas una mitigación pasajera.
Ese primer viaje produjo un gran impacto en el joven Ernesto, tal como lo dejan
ver esas líneas que esbozó a su regreso en Buenos Aires. Era su primer
acercamiento a esa América profunda y doliente.
Vuelve a Buenos Aires planeando ya un segundo viaje junto a otro compañero,
Calica Ferrer. Se dispone a rendir las materias restantes y terminar la carrera
a tiempo para partir con el título de médico bajo el brazo, lo que le permitiría
ampliar las posibilidades de poder desempeñar labores remuneradas para costearse
sus propios gastos de estadía y traslados varios.
El primer destino de aquel segundo viaje fue Bolivia. Era el mes de julio de
1953. Llegaron a un país en efervescencia, que atravesaba el tumultuoso ripio de
su propia Revolución, la que había eclosionado un año antes. Se puede decir que
es la primera experiencia política de magnitud que el joven médico presencia in
situ. El dato no es menor: la Revolución Boliviana del ’52 constituye el primer
registro continental en el cual las masas de obreros y campesinos en armas
derrotan al ejército regular. Se universalizó el derecho al voto alcanzando a
campesinos, analfabetos y mujeres, hasta entonces excluidos. Se nacionalizaron
los recursos naturales y se llevó a cabo una reforma agraria. Ésta última medida
se instrumentó en agosto de 1953, cuando Ernesto se encontraba en el lugar.
Luego de varios destinos mediante, Ernesto Guevara recala en la Guatemala de
Jacobo Arbenz, lugar en donde un Coronel de ejército elegido democráticamente en
elecciones libres, se disponía a profundizar con reformas el período que se
había iniciado años antes durante la presidencia de su antecesor Arévalo. La más
importantes de dichas medidas era una Reforma Agraria que afectaba directamente
a la norteamericana United Fruit, megaempresa ligada estrechamente al poder
político de la Casa Blanca.
El gobierno de Arbenz era, a priori, un gobierno de corte nacional y popular que
no tenía como horizonte programático llevar adelante un proceso que desembocara
en el socialismo (tiempo después, Ernesto establece una comparación interesante
entre Arbenz y Perón). Sin embargo, la dinámica del conflicto social desatado
por afectar drásticamente los intereses del capital transnacional y de las
oligarquías autóctonas, hizo que el proceso se agudizara críticamente,
fundamentalmente a partir de la radicalización de sus bases de apoyo.
Durante dicho período, Ernesto vivió en carne propia a Guatemala; la Guatemala
sangrante del asedio y la amenaza norteamericana. También, la Guatemala pueblo
que quería resistir.
En esas circunstancias, en medio de esa turbulencia política y social, Ernesto
comienza a asistir a reuniones políticas, junto a exiliados militantes de
diversas latitudes del continente. Conoce, en ese contexto, a la que fue su
primera esposa, Hilda Gadea, y con quien tendrá su primera hija, Hildita, en
México. Gadea era una militante peruana y dirigente del APRA, que se encontraba
exiliada en Guatemala, pero no alejada de la vida política. A Ernesto, sin
dudas, lo deslumbró su nivel cultural y, fundamentalmente, sus sólidos
conocimientos en teoría marxista. También, en esas reuniones, conoce a un grupo
de exiliados cubanos que habían participado del asalto al cuartel Moncada, entre
los que se encontraba Ñico López, quien fue el que le colocó el apodo de “Che”,
con el cual sería llamado y recordado para siempre. Ñico López fue además el
eslabón fundamental que posibilitó que el Che conozca al grupo de exiliados
cubanos que se encontraban en México y entre quienes estaba Fidel Castro.
La experiencia guatemalteca no sólo impresiona al Che, sino que además
representa un salto en el plano de su conciencia y madurez políticas. Puede
advertir con sus propios ojos que ningún gobierno o fuerza política que se
proponga elevar los estándares de vida de la población en general, para lo cual
necesariamente deberá afectar intereses capitalistas, puede prosperar sin
afrontar los ataques o la intervención directa del imperialismo.
La intervención norteamericana en Guatemala a través de la CIA resulta la
demostración cabal de que el imperialismo no reparará en formalidades de ningún
tipo para llevar a cabo su cometido: el de Arbenz era un gobierno democrático
elegido por el pueblo en elecciones libres.
De la peor de las formas –a través de un brutal golpe de estado– el Che percibe
ese desplazamiento del velo, y la aparente democracia queda expuesta en su
desnudez explícitamente burguesa, guardiana sólo de los intereses de una minoría
explotadora y parásita.
La pretensión de la democracia como régimen o forma de gobierno a través de la
cual es el pueblo quien decide por medio de sus representantes, queda truncada
ni bien el pueblo elije alguna opción que no resulte agradable ante los ojos de
las elites imperiales.
El Che considera que el deber es defender las conquistas y el gobierno, e
intenta resistir al golpe de estado formando parte de unas rudimentarias
milicias juveniles, reclamándole al gobierno de Arbenz, apoyo en armas para
cumplir esa tarea. El apoyo no se produce, Arbenz dimite ante el ejército
golpista y las milicias de resistencia son desarticuladas y la mayoría de sus
miembros apresados, entre ellos, el propio Ernesto. Luego de una gestión de la
embajada argentina que lo asila por un tiempo en su residencia, el Che se retira
de Guatemala advirtiendo de manera concluyente, que a través de la democracia
burguesa, la de los poderosos, no se podrán llevar adelante las transformaciones
sociales profundas y necesarias que reclamaba Latinoamérica. Sería necesaria
otro tipo de democracia.
En ese contexto, con ese bagaje y con la cruda y fresca experiencia a cuestas,
el Che arriba a México, en donde conocerá al grueso del grupo de exiliados
cubanos, entre los cuales estaban los hermanos Fidel y Raúl Castro.
Para ese tiempo, el Che había avanzado bastante en la profundización de lecturas
políticas y marxismo, y quizás ya, hubiera enterrado para siempre el anhelo de
viajar a Europa para especializarse y convertirse en un médico e investigador
prestigioso. Puede que su último intento en esa dirección –el de involucrar el
ejercicio de su profesión con la cuestión social y política– lo constituyó la
tentativa de escribir el libro La función del médico en América Latina, proyecto
que el desenlace histórico se encargó de dejar trunco.
Es historia conocida ya los sucesos de México: Ñico López presenta al Che ante
el resto de sus compañeros cubanos exiliados que habían fundado el Movimiento 26
de Julio. En la mítica casa de María Antonia se produce el primer gran encuentro
entre Fidel y el Che. Conversan durante horas, se conocen, y Fidel le comenta
acerca de los planes del Movimiento. Poco tiempo después le propone integrar el
mismo como médico del grupo, ofrecimiento que el Che acepta inmediatamente.
Comenzarán luego los preparativos y el entrenamiento físico y militar en los
cuales el Che se destaca más por su obstinación, perseverancia y sacrificio, que
por su destreza. No obstante en poco tiempo, se vuelve referente dentro del
grupo.
En el medio, descuidos y filtraciones de información, hacen que el grueso de
combatientes en preparación caiga en prisión. Debido a que el Che no tenía toda
su documentación en regla, su estancia en la prisión mexicana se prolonga más
que la del resto, los que comienzan a salir por tandas. Uno de los últimos en
partir fue el propio Fidel, y cuentan que, debido a la proximidad de la fecha de
partida hacia Cuba, el Che se preocupaba porque la misma llegara sin que él haya
podido salir de prisión aún. Dicen que Fidel, haciéndose eco de la preocupación
del argentino, le dijo: “No te preocupes. Yo no te abandono”, dándole a entender
que aguardarían su salida antes de emprender la travesía en el Granma hacia
Cuba. El hecho constituye, quizá, la primera gran demostración de confianza y
estima que el líder tiene para con el Che. La intuición y perspicacia de Fidel
ya podía advertir en Ernesto unas cualidades excepcionales difíciles de
reemplazar. Y era el presagio que anunciaba el comienzo de una célebre relación
fraternal que mantuvieron inquebrantable hasta el último instante de vida del
Che.
Si se pretendiera estructurar o establecer alguna especie de nomenclatura al
sólo efecto de incrementar un poco la comprensión sobre el proceso que convierte
a Ernesto en Che, o mejor dicho, que transforma a un joven médico en un
revolucionario latinoamericano e internacionalista dispuesto a arriesgar su vida
en tierras lejanas, se podría aventurar que el primer viaje aportó el componente
social y el segundo, el político.
Desde luego, llevado al campo de la reflexión profunda, no hay disociación
posible entre ambos, pero a la luz de sus propias crónicas, se puede vislumbrar
dicha percepción: el impacto por la marginalidad, la miseria y el desamparo
calan hondo en la sensibilidad de un joven estudiante de medicina que, en última
instancia, había optado por estudiar dicha carrera para ayudar al prójimo o para
contribuir, de algún modo, a mitigar aquellos dolores del cuerpo. Ese primer
viaje definitivamente lo pone cara a cara con el dolor inagotable de un pueblo,
que luego a su regreso, ya sentirá suyo para siempre.
El segundo viaje, le muestra a Ernesto el rostro político de aquella crudeza
social. Vive en carne propia el desaliento de las masas que han depositado sus
expectativas en direcciones quizás algo timoratas y vacilantes. Experimenta la
traición hacia la voluntad popular por parte del imperialismo y sus
lugartenientes autóctonos. Es, sin dudas, el trayecto de su vida en donde su
conciencia social deviene en política y luego, en praxis revolucionaria.
En definitiva, el Che es ese todo que excede a la suma de sus partes, a la suma
de cada fragmento, cada trayecto, cada anécdota y cada vivencia, porque ante
cada experiencia y cada propia acción, le seguía un posterior momento de balance
y reflexión, para luego actuar en consecuencia de manera más certera y profunda.
Es la forma superadora, enriquecida, que resulta de cada instante con el que fue
nutrido desde pequeño hasta sus últimos días, y que lo convirtieron en
referencia ineludible para miles de revolucionarios y luchadores del mundo
entero.
En su sentida carta de despedida a Fidel, el Che pudo expresar en letras, ese
axioma movilizante que llevó como guía desde el principio: contribuir a otras
tierras del mundo con el concurso de sus modestos esfuerzos.
Ernesto,
Fuser
Por Miradas al Sur
contacto@miradasalsur.com
Abundan biografías sobre el Che. Las hay de todo tipo; más escuetas, concretas y
poco pretensiosas algunas, otras un tanto más barrocas, apasionadas y cargadas
en detalles, muchos ciertos, otros falsos y algunos incomprobables. Todas,
proliferando desde muy poco tiempo después de su asesinato en Bolivia hasta
nuestros días. Es, en muchos casos, la puerta de entrada para aquellos curiosos
que quieren saber un poco más acerca de la figura del revolucionario, ir un poco
más allá de la postura estética de la imagen de mirada firme que retrató Korda,
de la remera adolescente y desafiante o de la bandera roja con su cara que
acompaña cada lucha, cada protesta, cada anhelo popular.
Digamos que nació en Rosario, Santa Fe, el 14 de junio de 1928. Fue el primero
de los cinco hijos que tendría el matrimonio entre Celia de la Serna y Ernesto
Guevara Lynch. En aquel tiempo, la pareja se había trasladado a Misiones, más
puntualmente a Caraguatay, en donde intentaban llevar adelante un proyecto de
producción yerbatera que, evidentemente, no alcanzó el éxito esperado. Vivían en
una modesta casa a muy escasos metros del Paraná. De la vivienda original sólo
quedan escombros, pero a unos metros de allí se construyó otra que actualmente
oficia de museo para los visitantes. El pequeño Ernesto, luego de su nacimiento
en Rosario (al que llegaron navegando el río aguas abajo), vivió los dos
primeros años de su vida en ese lugar de naturaleza salvaje, vegetación tupida y
paisaje maravilloso. Es historia conocida ya, que el matrimonio Guevara-De la
Serna decide trasladarse a las sierras de Córdoba por recomendación médica
debido al asma recurrente que el pequeño Ernesto contrajo en su estadía de dos
años en Buenos Aires, lugar donde también nacen dos de sus hermanos, Celia y
Roberto. El lugar elegido es Alta Gracia, en donde transcurre su infancia y
adolescencia junto a sus hermanos con relativa normalidad. Aquí conviene
detenerse para derribar el primer mito instaurado hace ya muchos años: la
supuesta “estirpe aristocrática” que se le atribuyó a la familia Guevara De la
Serna. Hay datos que pueden ayudar a comprender y a derribar la imagen
sedimentada a lo largo de décadas, como por ejemplo, que durante su estancia en
Córdoba, peregrinaron por seis casas distintas, todas alquiladas. El último
hogar cordobés fue en su ciudad capital, donde nació el más chico de los cinco
hermanos, Juan Martín, quien remarca ese peregrinar permanente de casa en casa
que poco tiene que ver con la tranquilidad y holgura económica de una familia
acomodada. Sólo tuvieron un vehículo al que llamaban “la catramina”, vendido
luego oportunamente para solventar vaya a saber uno qué tipo de emprendimiento
del aventurero Guevara padre. Luego, se trasladan a la Ciudad de Buenos Aires y
es ahí donde recién compran su primera y única vivienda; una modesta casa sobre
la calle Aráoz. Vale decir, también, que la misma no fue el producto de una
repentina prosperidad económica de la familia, sino gracias a una suerte de
herencia que recibió Celia De la Serna, luego de que familiares vendieran un
campo y repartieran la suma en partes iguales ante los herederos. Porque, si en
todo caso se asume cierto el linaje patricio de la familia, éste provenía de los
De la Serna y no tanto de los Guevara.
Resulta necesario retratar cabalmente la itinerante y anómica realidad familiar
de los Guevara ya que la historiografía se ha empeñado, a lo largo de los años,
en ponderarlo como una especie de Robin Hood; un justiciero pudiente con culpa
de clase que escapa de su entorno de comodidad para “ayudar a los pobres”. A la
luz de la historia, parece bastante alejado de la realidad.
Su casa, su hogar, no podría definirse dentro de las fronteras de lo que
entendemos por “normalidad”, sobre todo en aquella época. Entraría sin dudas en
la clasificación de familia de “clase media”, lo que en aquel tiempo significaba
pertenecer a un sector social de profesionales relativamente influyente y que
nutría de cuadros y figuras a la intelligentsia autóctona. En términos
políticos, eran liberales, pero en la antigua acepción del término que remitía
más a la libertad de pensamiento que al liberalismo económico. También eran
decididamente antifascistas, y florecían con frecuencia discusiones sobre temás
de relevancia o eventualidades inútiles, a punto tal que resultaban intolerables
para el común de los mortales que por designios del azar, le tocaba
presenciarlas.
Juan Martín Guevara dice al respecto, citando a una de sus hermanas: “En nuestra
casa no se hablaba, se discutía. Todo era materia de discusión”. Y, también,
aporta datos inestimables que ayudan a describir con mayor nitidez el cuadro:
cuenta que en un tiempo era habitual recibir en su casa a amigos y parientes
lejanos republicanos que habían luchado en la Guerra Civil Española, exiliados
ahora en el país luego de la derrota, y con los que se daban largas charlas y
debates políticos en los que participaban todos. Era una casa abierta a los
itinerantes más que un formal lugar de encuentro para mitines acartonados.
Cuenta además que su madre Celia fue la principal responsable de despertar en
Ernesto desde muy joven aquella voracidad lectora. Uno de los primeros textos
políticos que leyó el joven Ernesto fue Historia de la Revolución Rusa, de
Trotsky, y en francés, ya que su madre, que era bilingüe, también le había
enseñado desde muy chico a leer y escribir en ese idioma.
Lo que sin dudas puede ser considerado una curiosidad, y seguramente muy poco
conocida: había leído las obras completas de Freud. Su hermano lo menciona
puntualmente porque recuerda en algún momento haber tomado la colección de su
biblioteca, abrir los libros y ver las anotaciones al margen que le había hecho
su hermano Ernesto, como era habitual en él. Algo que fastidiaba sobremanera al
resto de los integrantes de la familia.
Juan Martín aporta también, quizá, la anécdota más curiosa y a la vez más
explícita a los efectos de contornearse una imagen de lo que era la familia
Guevara de la Serna en relación con esa especie de actitud intelectual y
política asumida en lo cotidiano: “En mi casa se festejó la caída de Dien Bien
Phu”, haciendo referencia al triunfo definitivo de las milicias vietnamitas de
Ho Chi Minh al mando de Giap sobre las tropas de ocupación francesas, en la
ciudad homónima, el 7 de mayo de 1954. Un suceso que sin dudas, más allá de lo
estrictamente anecdótico, en tiempos donde los medios de comunicación eran más
limitados en su alcance e inmediatez, escenifica las inquietudes culturales de
una familia atípica transitando en la solitaria y absoluta marginalidad ante la
indiferente aridez de sus semejantes.
Para el tiempo en que la familia regresa a vivir a Buenos Aires, Ernesto era ya
un joven que comenzaba sus estudios en la Facultad de Medicina de la Universidad
de Buenos Aires. El motivo de la elección de la carrera de medicina, dicen sus
cercanos, puede hallarse en el fallecimiento de su querida abuela paterna
producto de una enfermedad terminal que la postró durante los últimos días de su
vida. Ernesto estuvo acompañándola y cuidándola hasta último momento, y luego de
dicho suceso, sin dudas traumático, decidió cambiar de futura profesión y
anotarse en medicina, ya que en un principio había optado por ingeniería. Su
hermano Juan Martín, al día de hoy, sospecha que en el fondo de su elección se
encontraba la impotencia por no haber podido hacer nada para evitar esa pérdida
cercana.
Ingeniería, de hecho, era lo que esperaban todos. Alberto Granados, amigo
entrañable y compañero del primero y mítico viaje por Latinoamérica, decía que
los sorprendió la elección ya que esperaban que eligiera alguna carrera
relacionada estrechamente con la física, la química o la matemática, para la
cual tenía una facilidad asombrosa.
Fuser (apodo inventado con el cual lo llamaban durante su juventud y que deviene
de las dos primeras sílabas de las palabras “Furibundo Serna”) subordinó sus
estudios a la pulsión aventurera y al frenético ritmo de sus viajes, lo que
implicaba en algunos casos, no cursar regularmente y rendir varias materias
libres. No obstante su tumultuosa forma de avanzar en los estudios y alejado de
cualquier tipo de participación política formal como estudiante, supo cultivar
una estrecha relación personal y luego epistolar con su compañera de estudios
Tita Infante, una activa y culta militante comunista, y de la cual la posteridad
dio cuenta al publicarse la correspondencia que ambos mantuvieron durante los
viajes y los años, cartas cargadas de vivencias y sentido afecto, y muchas de
ellas también, atravesadas por amables discusiones políticas.
Finalmente obtiene su título aprobando trece materias en el último año, tomando
el desafío de su amigo Calica Ferrer que no confiaba en que Ernesto cumpliera
tal cometido y llegara a la fecha planificada para la partida del viaje con el
título de médico en mano. Se trataba ni más ni menos que del segundo y último
viaje por Latinoamérica, del cual en este 2013 se cumplen 60 años.
El propio Calica cuenta que la forma que eligió Ernesto para enrostrarle su
victoria fue diciéndole: “Acá tenés, pelotudo”, mientras le tiraba sobre la mesa
el certificado de todas las materias aprobadas. Era el Ernesto que gustaba de
los desafíos, pero más aún, desafiarse a sí mismo, quizá como forma refleja que
le dio el afrontar la adversidad del asma desde muy chico. Celia, su madre,
jamás permitió que tuvieran para con él un trato preferencial y se preocupó
especialmente porque llevara una vida absolutamente normal, aún asumiendo esas
limitaciones, las que sin dudas, con la perspectiva que otorga el paso del
tiempo, se puede decir que contribuyeron a formar su carácter y a labrar su
personalidad para el futuro.
“Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta
biológica”
Elogio de la juventud.
"La arcilla fundamental de nuestra obra es la
juventud, en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos para tomar de
nuestras manos la bandera.”
Ernesto Che Guevara. Carta a Quijano
(El socialismo y el hombre en Cuba)
No imagino a un Che de 85 años.” Esa frase la escribió alguien –aunque no se
podría precisar exactamente quién– con motivo de cumplirse un nuevo aniversario
de su natalicio (el oficial; no vamos a entrar en debates imposibles de saldar y
de escasa relevancia) y desnuda, quizá, la percepción colectiva que se tiene del
célebre revolucionario. Una mirada que, por causa trágica o consecuencia
previsible, lo ancla a perpetuidad en la “eterna y vieja juventud” de su figura,
de su cuerpo mártir hecho emblema para siempre.
La mayor cantidad de fotos del Che que llegan a nuestras manos son imágenes de
Ernesto tomadas luego del triunfo de la Revolución en 1959 hasta su renuncia a
todos los cargos en Cuba para partir a luchar al Congo y luego a Bolivia.
Durante ese lapso de tiempo tenía entre 31 y 36 años. De ese período data la
mayor cantidad de registros fotográficos sobre el Che, a partir de lo cual no
parece difícil inducir que la permanente apelación a la “eterna juventud” del
Che se basa en un criterio estético, fundado en los cientos de imágenes que de
él han llegado a nuestros días. No obstante parece apresurado sentenciar que su
halo de juventud permanente es únicamente producto de la percepción física,
visible, de su rostro y su cuerpo. Hay algo más. Algo más, que bien podría ser
un factor tan importante como la imagen misma que se nos presenta ante la vista.
Su juventud es también su ser entero. Porque es característica de los jóvenes
interpelar al discurso posibilista y no callarse, aun sabiendo la inconveniencia
de sus palabras.
Joven es quien no se acuartela para defender las magras conquistas y siempre va
por más, mirando las necesidades de sus semejantes aunque las suyas puedan estar
satisfechas.
El joven hace lo que el corazón y la razón le indica ejerciendo la solidaridad
sincera y no como imposición estética. Joven es quien no es temeroso de las
“advertencias” o las “consecuencias” que, siempre oportunas, los gendarmes del
statu quo se apuran en proferir ante la audacia de quien se atreve a pasar una
barrera, como quien profana lo sagrado.
El joven se indigna ante la injustica y se conmueve ante la desgracia y la
miseria ajena.
Joven es quien no tiene por horizonte la dádiva ni la migaja, quien no se
conforma con el beneficio circunstancial y pasajero, porque sabe que siempre
puede ir por más, y siempre se puede ser mejor.
El joven incomoda y empuja para que los tibios se definan sin preocuparse por la
corrección política, bandera con la que a menudo se cubren los reaccionarios.
El joven no mide la magnitud de su sacrificio. Simplemente lo lleva a cabo.
La juventud es enemiga de los conservadores y timoratos que encuentran siempre
en la experiencia que otorgan las décadas la excusa perfecta para justificar sus
claudicaciones.
Estarán los que digan que las generalizaciones no son prudentes, pero en este
caso, no se trata de serlo. Es el Che la encarnación de la juventud permanente
que excede ampliamente las fronteras de sus rasgos y su contextura. El motivo
del abrazo por parte de los jóvenes de su figura desafiante y su ejemplo de
honestidad, entrega y consecuencia, puede encontrarse más en las determinaciones
de sus ser, en su acción política, en su praxis revolucionaria, que en la
temporalidad biológica en la que quedó detenido por las balas.
Es lugar común ya, la frase reiterada que muestran las paredes y las banderas:
“El Che vive”. Su muerte parece ser el sueño inconcluso que otros se empeñan en
seguir soñando. Porque a riesgo de la acusación pacata del delito por flagrante
irreverencia, vale decir que hay hoy miles de Che; miles que se hicieron carne
de su ejemplo, miles de jóvenes no menos heroicos que comprometen su esfuerzo,
su estudio, su trabajo y su cuerpo en intentar cambiar las cosas, luchando para
que este mundo deje de ser un depósito de autómatas insensibles cuya historia es
un triste compendio de injusticias. Es en esa lucha, en la misma que la del Che,
en donde también cayeron otros, los jóvenes de nuestro tiempo. Ahí están ellos,
en la misma trinchera que Ernesto. Son Maximiliano Kosteki y Darío Santillán,
caídos ante el mismo enemigo, en otra batalla de la misma lucha.
Y ahí está Mariano Ferreyra, asesinado cobardemente por lúmpenes al servicio de
una burocracia en descomposición, la sindical, la de los privilegios a costa del
sacrificio ajeno, para escarmiento de todos aquellos que –como él– se atrevan a
poner el cuerpo para defender a esos trabajadores que sus supuestos defensores
previamente se ocuparon en traicionar.
Ni apología de la inmolación ni fábrica de mártires. Sólo es la percepción de
aquellos respetos y aquella estima que las juventudes tienen para sus semejantes
consecuentes, heroicos.
Cuentan que la exhibición pública del cadáver del Che fue ordenada por la CIA;
tenía como destinatario la conciencia de los sujetos y un claro objetivo
pedagógico. El mensaje a transmitir era: “El que lucha, termina así”. Sembrar el
derrotismo en las mentes de todos aquellos que osaran llevar a cabo el intento
de transformar las cosas, de mejorar el mundo.
Porque los hay aquellos que desnudan su quietismo presentando la tragedia de la
muerte como consecuencia irremediable de la lucha, y por ende, razón suficiente
para abandonarla, eximiendo de objeción y condena a los verdaderos verdugos por
su responsabilidad asesina en el intento de preservar sus privilegios.
Pero a la luz de los hechos, de la propia historia, del propio presente, vale
decir que en líneas generales, no han podido alcanzar ese objetivo. El pueblo
sensible, los heridos compañeros y los que cada nuevo día se suman a esa lucha,
en lugar de reparar en los motivos de sobra para amedrentarse, optan por
redoblar el compromiso y el sacrificio para transitar aquel mismo camino,
cruelmente cegado.
La humanidad de la juventud, solidaria, se impone, y resurge en miles lo que
antes era en uno. La historia ya les tiene un lugar. Ahora también sus rostros
son banderas y sus vidas ejemplos. Son el Che. Y también son Darío, son Maxi,
son Mariano, son muchos. Son jóvenes. Son posibles.
Y están vivos mientras haya alguien que continúe luchando, y tome de sus manos
la bandera.
06/10/13 Miradas al Sur
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