El periodismo “en guerra”

Por Marcos Taire. Periodista
sociedad@miradasalsur.com

Los medios de comunicación locales, de la misma manera que los nacionales, jugaron un papel fundamental en la acción psicológica y la propaganda que los militares desplegaron para ocultar las atrocidades de la represión ilegal.

Así como gran parte del empresariado, fundamentalmente el azucarero, y la Iglesia Católica, jugaron papeles centrales en la represión desatada en Tucumán durante la Operación Independencia lanzada el 9 de febrero de 1975, el periodismo fue un cómplice necesario e imprescindible. Salvo honrosas excepciones, los medios tucumanos y nacionales y sus periodistas, canalizaron toda la propaganda y la acción psicológica que necesitaban los militares para ocultar la realidad y envenenar las mentes de los ciudadanos.

Los militares prestaron especial atención al diario La Gaceta, al Canal 10 de Televisión de la Universidad de Tucumán y a la sucursal de la agencia Télam. Los corresponsales de los diarios nacionales desempeñaron un rol importante en las campañas de acción psicológica. Aunque en menor medida, también fueron usadas las cuatro radios que funcionaban en San Miguel de Tucumán como filiales de emisoras con sede en Buenos Aires.

En las postrimerías del primer año de la Operación Independencia, el Comando en Jefe del Ejército organizó visitas de los medios nacionales a la llamada “zona de operaciones”. Estos diarios, revistas y canales de televisión reflejaron en sus páginas increíbles historias de una guerra que nunca existió.

El papel de La Gaceta. Tradicionalmente conservadora, aliada incondicional de la oligarquía azucarera, La Gaceta expresó siempre, a lo largo de su historia centenaria, el pensamiento y los intereses de la burguesía más retrógrada de la provincia. Su política editorial e informativa en los años ’60 y ’70 fue claramente de adhesión a los sectores que propiciaban la represión, tanto legal como ilegal y clandestina. Su posición era clara: apoyaba todo lo que fuera contrario a los vientos de cambio que soplaban en el país y especialmente en Tucumán, que vivía tiempos tumultuosos.

En las páginas de La Gaceta tuvieron cabida todas las operaciones de acción psicológica elaboradas y ejecutadas por el Batallón 142 de Inteligencia del Comando de la Quinta Brigada de Infantería.

Apenas instaurada la democracia en mayo de 1973, la columna diaria titulada “Panorama Tucumano” bombardeó todas las acciones emprendidas por la Comisión Investigadora de la Policía creada por la Legislatura provincial. Lo hacía de una manera burda y descarada: ponía en boca de Luciano Menéndez la “preocupación militar” por “la persecución” a oficiales que “se habían destacado en la lucha contra la subversión”.

El presidente de esa comisión era el diputado Raúl Lechessi, que demostró con su trabajo que la policía tucumana era, además de ilegal represora, corrupta. Lechessi había sido dirigente ferroviario en los Talleres de Tafí Viejo y participado en la resistencia peronista. Fue secuestrado en 1976 y permanece desaparecido desde entonces.

La forma del “trascendido” de fuentes castrenses fue muy usada por La Gaceta. Un ejemplo: el 23 de agosto de 1974 el diario informaba a sus lectores que había “trascendido de organismos de seguridad y del Ministerio de Defensa” que “el extremismo (…) pasó a desarrollar su acción en el ámbito rural”. También decía que se trataba de “una estrategia tendiente a crear en el norte del país una suerte de Vietnam, abarcando el noroeste argentino, el sur de Bolivia y el norte de Chile”.

Producido el intento de copamiento del Regimiento Aerotransportado de Catamarca, donde el Ejército asesinó a casi una veintena de guerrilleros que se habían entregado desarmados, La Gaceta entró de lleno en el ocultamiento y la mentira que necesitaban los militares para encubrir sus criminales acciones. El diario señaló que “desde las fuentes castrenses se elogia el comportamiento de la ciudadanía en Catamarca” y “se dice que los medios informaron tergiversando los hechos”. En ese sentido, La Gaceta fue muy clara: “Afirman que los guerrilleros fueron derrotados en Catamarca por un puñado de policías”.

El mes pasado, los tres oficiales del Ejército que dirigieron y ejecutaron la masacre de Capilla del Rosario fueron condenados por la Justicia. Se demostró en ese juicio, además, que habían sido las fuerzas militares las que ejecutaron la represión.

Inefable Morales. Iniciada la Operación Independencia, con la provincia totalmente militarizada y las fuerzas de ocupación realizando toda clase de tropelías, el periodista de La Gaceta y corresponsal de Clarín en Tucumán Joaquín Morales Solá jugó un papel destacado en la desinformación, la mentira y el ocultamiento. Morales se entusiasmaba porque “ha cambiado, sin duda, la imagen revoltosa y disconforme que Tucumán supo formarse a través de tantos años”. Y se enfervorizaba al destacar que “barridas por un fuerte viento, han desaparecido las huelgas, manifestaciones y disturbios”. Es evidente que Morales se escandalizaba cuando las multitudes de obreros y estudiantes tucumanos protagonizaban históricas luchas por un mundo más justo, lo que llena de orgullo a quienes participaron y asombra a los que hoy estudian esos episodios heroicos. Son los casos de la formidable huelga de la Fotia del año 1974 y los tucumanazos de los años 1971 y 1972.

Para Morales Solá, la Operación Independencia, cuando ya llevaba nueve meses sembrando el terror en el campo y las ciudades y cuando ya ningún tucumano desconocía, entre otras cosas, la existencia de la Escuelita de Famaillá, campo de concentración organizado por el Ejército y que él mismo visitó, no era otra cosa que “el primer síntoma de que las Fuerzas Armadas adoptaban una posición ofensiva frente a la intolerancia ideológica”.

En una media lengua en la cual muchas veces no se sabe si es el periodista el que opina o son sus “fuentes” militares las que lo hacen hablar, Morales se refiere al gobierno provincial de Amado Juri de manera elogiosa, al decir que “lo ha beneficiado la imagen honesta de su administración”. Pero de inmediato afirma que “se ha dicho reiteradamente que no ha apoyado debidamente desde su función la acción de las tropas militares”.

En el colmo de su miserabilidad, Morales dice que esos nueve meses que llevaba el Ejército de Adel Vilas sembrando la muerte en Tucumán no eran otra cosa que “36 semanas, el tiempo de una gestación”, en el marco de “una guerra insólita en la Argentina”. ¿Qué calificativo merece comparar el crimen, la tortura, el secuestro, con lo más hermoso que produce el hombre, la gestación de una vida?

Derrocado el gobierno civil en marzo de 1976, Morales escribe en la tapa de La Gaceta un editorial que quedó para los anales de la infamia. Bussi asume el 23 de abril como gobernador de facto de la provincia y mantiene el cargo de comandante de la Quinta Brigada y jefe de la Operación Independencia. La bienvenida y los elogios de Morales no tienen límites. Comienza diciendo que la designación de Bussi como dueño del poder total “plantea un trato especial del gobierno nacional a esta provincia”. Se alegra porque la doble condición de comandante de una brigada y gobernador de la provincia es una buena noticia: “Se trata, en realidad, de unificar las decisiones políticas y militares de esa lucha contra la sedición en un solo mando”. Y aplaude porque es “prioritaria la erradicación de los focos subversivos detectados en el monte”.

Morales se descontrola cuando destaca “el pensamiento de Bussi” y recuerda que el poderoso general “manifestó varias veces que conocía esas situaciones (de crisis económica y marginalidad social) y que en su solución definitiva radicaba la mayor parte de la lucha contra el extremismo”. También recuerda “algunos conceptos que volcó varias veces en arengas a sus tropas, exigiéndoles corrección en los procedimientos”. El escriba, ahora estrella en el firmamento nacional, transcribe textualmente el pensamiento de Bussi: “No habrá cabida (…) para aquellos que no hagan un culto del respeto al semejante inocente y al ciudadano honesto”. Claro que Bussi y su banda de criminales y ladrones decidían quienes eran los inocentes y quienes los honestos. Pero el entusiasmo de Morales es tal, que termina su columna de bienvenida de la forma más optimista: “Tales palabras y posiciones reflejan sin duda la perspectiva de un clima indispensable para aplicar una acción política eficaz”.

Hombres de acción. Los cronistas policiales de los dos diarios de Tucumán eran hombres de la repartición cuya información cubrían. Varios periodistas de radio y televisión formaban parte del plantel de la SIDE local o de la inteligencia militar. Esa gente no dudó en enviar al cadalso a varios de sus compañeros de tareas, además de contribuir a la acción psicológica de los militares. Dos conocidos periodistas –Roberto Álvarez y Osvaldo García– integran la nómina de agentes de inteligencia difundida hace un par de años.

El cronista de uno de los diarios llegó a ser comisario y vistiendo uniforme policial regenteó una comisaría. El cronista del otro diario era informante de la policía y probablemente allí aprendió los métodos del secuestro y la extorsión: en plena democracia fue detenido con las manos en la masa cuando estaba a punto de cobrar el dinero que le exigió a un empresario tucumano para que no fuera secuestrado.

Un redactor de LV7 Radio Tucumán, la filial de radio El Mundo en esas épocas, integra aún hoy las plantillas de la SIDE. Hay testimonios y fotografías que lo muestran entregando la información casi a diario en el local que esa repartición tiene en la Avenida Sarmiento al 300 de la capital tucumana. Un colega suyo en esa redacción de LV7, Ignacio Suárez Ledesma, estaba adscripto al Servicio de Información Confidencial de la Policía provincial. En calidad de tal, además de espiar a sus colegas y a la militancia gremial, participó en operativos del grupo de tareas creado por Roberto Tuerto Albornoz a instancias de Menéndez. En uno de esos operativos, en la madrugada del 24 de marzo de 1976 fue asesinado Francisco Isauro Arancibia, presidente de ATEP (Agremiación Tucumana de Educadores Tucumanos) y fundador de Ctera (Confederación de Trabajadores de la Educación de la República Argentina).

Corresponsales “en guerra”. El corresponsal en Tucumán del matutino porteño La Nación Héctor Domingo Padilla nunca ocultó sus simpatías por los militares, reflejadas en todas las crónicas enviadas en esos años sobre la “guerra antisubversiva”. Una vez producido el golpe de Estado, fue generosamente recompensado por Bussi, que lo designó Secretario de Información Pública de su gobierno. La Nación lo mantuvo en su puesto y publicó todos sus envíos sin aclarar a sus lectores esa situación.

En plena Operación Independencia, su jefe, Adel Vilas, gestionó y consiguió el desplazamiento del corresponsal de la agencia estatal Télam en Tucumán. Se trataba de Tulio Barcala, un hombre salido del socialismo que, habiendo adherido al justicialismo, era además Secretario de Información Pública del gobierno de Amado Juri.

Para reemplazar a Barcala desembarcó en la corresponsalía un trío encabezado por un ignoto señor llamado Héctor Cacho Dagostino, acompañado por dos integrantes de los servicios de inteligencia militares. Ellos fueron los responsables de toda la información tergiversada que llegó a partir de entonces a los medios de todo el país sobre la Operación Independencia. Dagostino, sin antecedentes periodísticos de ningún tipo, contaba a su favor con el apoyo y la confianza de uno de los hombres más poderosos de la provincia, el sacerdote domínico Aníbal Fósbery. Creadores ambos de una organización de jóvenes fanatizados de la Iglesia (Fasta: Fraternidad de Agrupaciones Santo Tomás de Aquino) fueron eficaces colaboradores de los militares durante la Operación Independencia y la dictadura militar. Dagostino murió en un accidente en la Patagonia cuando visitaba uno de los campos donde los milicianos de Fasta realizan su instrucción cuasimilitar y religiosa. Fósbery pasó a la inmortalidad cuando integró el equipo militar que trajo de Libia armas donadas por Kadaffi durante la guerra de Malvinas. Y cosechó todos los aplausos de la colectividad nazi de Bariloche cuando agradeció públicamente a Erich Priebke la ayuda brindada por el criminal de guerra recientemente fallecido a la Universidad Fasta que funciona en esa ciudad.

Las patas cortas de la mentira y el ocultamiento. Uno de los instrumentos más utilizados por las empresas periodísticas fue el ocultamiento, la negación de los hechos, la desinformación. La Gaceta vivió dos situaciones ridículas, casi inexplicables. El primer episodio ocurrió cuando fue asesinado Arancibia, el dirigente de los maestros. El diario no publicó una sola línea sobre el crimen, ocultándolo, negándolo. Sin embargo, en los días posteriores no pudo evitar la catarata de avisos fúnebres publicados por centenares de tucumanos dolidos por la muerte de uno de sus comprovincianos más queridos y respetados. Después, sin pudor alguno, informó con lujo de detalles cuando los jefes de los criminales, Bussi y Arrechea, rindieron homenaje a los dos integrantes de la patota muertos cuando Arancibia y su hermano, también asesinado, repelieron a los agresores.

El otro episodio vergonzozo ocurrió cuando La Gaceta no publicó una sola línea del documento presentado por el Partido Justicialista a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA en su visita al país en 1979. El comunicado difundido por los dirigentes peronistas Deolindo Bittel y Herminio Iglesias detallaba las violaciones a los derechos humanos cometidos por la dictadura. En los días siguientes, La Gaceta publicó con gran despliegue las refutaciones y críticas que hicieron las autoridades militares a dicho documento.

La prensa independiente

Los diarios y revistas de circulación nacional amplificaron desde el primer día el “estado de guerra” en Tucumán. Fabularon y crearon hechos y situaciones que nunca existieron.

A fines de octubre de 1975, el Ejército organizó la visita de un contingente de periodistas de los medios de Buenos Aires a la “zona de operaciones”. Los títulos y sus crónicas hoy pueden llamar a risa, pero entonces jugaron un rol central en la acción psicológica militar. Las notas de La Nación tituladas “La seguridad y la fe reemplazan al miedo en la zona tucumana” y “Tucumán, los soldados descansan alertas y acampan junto al río amigo”, enmarcan textos increíbles. Dice el diario: “Aquí no hay guerra. Es una lucha frontal contra la delincuencia subversiva (…). Es la batalla de la libertad en la que estamos todos”. Para La Prensa, “el enemigo se oculta entre el follaje, tiende emboscadas y mata por la espalda”.

Un párrafo especial lo merecen las revistas Somos y Gente, de la editorial Atlántida, que en gran despliegue inventaron historias de combates que ni los militares contaban y pretendieron crear héroes en una guerra que no era tal.

En este marco propagandístico, los periodistas más conocidos también se destacaron por sus sesudas observaciones. Un ejemplo de ello fue el siempre presente Mariano Grondona, para quien “en Tucumán ensayan fortalecer la vida cívica para resistir la subversión”. Para entonces, en la más pequeña de las provincias argentinas funcionaban los primeros centros clandestinos de detención, los desaparecidos se contaban por centenares y las calles y plazas eran sembradas a diario con cadáveres acribillados.

Honrosas excepciones

No hubo casos de heroísmo periodístico durante la Operación Independencia. Pero al menos algunos preservaron su honestidad, no se prestaron al juego de los represores y, cuando pudieron, escribieron la verdad.

Un caso destacado fue el de Jorge Listosella, periodista de La Opinión. Hoy puede mostrar con orgullo las notas que escribió cuando fue enviado a Tucumán a cubrir el operativo comandado por Luciano Benjamín Menéndez en agosto de 1974. Listosella caminó, conversó con gente del lugar, miró, preguntó, entrevistó a militares y policías. A estos últimos les preguntó con libertad y sin prejuicios.

En sus crónicas puede leerse: “Sobre la cancha de fútbol del ingenio se posó un helicóptero, del que bajó, detenida, una joven. Se resistía, gritando: ¿Por qué me traen? Yo soy maestra”. Estaba describiendo una detención ilegal, quizás un secuestro.

Listosella, en una crónica que parece ingenua, deja en ridículo a los militares: “Un grupo de civiles encontró a los soldados (de una patrulla), al mando del subteniente Alfredo Saravia, quien reconoció que se habían perdido; estaban sin alimentos y sin comunicación. Otras patrullas habían sufrido idéntico contratiempo”.

En un imperdible reportaje, Listosella puso en aprietos al comandante del Tercer Cuerpo de Ejército, general Menéndez, quien comienza negando que alguna patrulla se hubiera perdido. El periodista obliga al militar a reconocer que el operativo fue un fracaso, al no encontrar guerrilleros y al confirmar que se trataba de un acción represiva: “El objetivo es comprobar si acá hay gente que participó en los hechos de Catamarca y actuar contra ellos” (…) “yo tengo que ver si hay huidos de Catamarca. Si hay, los aniquilaremos”. Probablemente ésa haya sido la primera vez que un jefe militar menciona con todas sus letras la palabra maldita, aniquilar, que en poco tiempo más se pondrá en ejecución en Tucumán con toda la maquinaria bélica del Ejército secuestrando, torturando y asesinando.

Jorge Listosella, en un texto ejemplar, a continuación del reportaje a Menéndez (de quien consigna que la tropa le decía “cabudo”) escribe lo que seguramente fue la primera denuncia de un secuestro: “Dos muchachos rotosos que, con los brazos en la nuca fueron bajados ayer, a las 13.02 del camión EA 15166 y entraron en la comisaría de Famaillá”.

No todos los periodistas de La Gaceta tuvieron un comportamiento cómplice con los represores. Un cronista enviado a cubrir la asunción del jefe de policía en reemplazo del teniente coronel Antonio Arrechea, un asesino confeso que aún hoy está prófugo de la Justicia, tuvo un comportamiento de gran dignidad. Arrechea pronunció un discurso que fue una verdadera confesión criminal. El periodista transcribió textualmente sus palabras, que fueron prohibidas por Bussi, en una gestión ante las autoridades de La Gaceta. El profesional, enterado que su crónica no iba a ser publicada, la firmó y la entregó en el archivo del diario, donde fue encontrada tres décadas después.

Otro colega de La Gaceta, el corresponsal en Buenos Aires José Ricardo Rocha, también puso en juego su trayectoria y su honor con un pequeño pero ejemplar acto de dignidad. En abril de 1976 fue secuestrado en las puertas del Hotel Splendid, en la Capital Federal, el dirigente obrero Benito Romano. Ex secretario general de la Fotia y de la Regional Tucumán de la CGT, ex legislador elegido integrando el grupo de diputados obreros consagrados en la elección de 1965, Romano era director obrero de Conasa (Compañía Nacional Azucarera). Rocha, enterado del suceso, entrevistó a un compañero de Romano, que le brindó detalles del secuestro. Envió su crónica a Tucumán y allí La Gaceta la publicó en un pequeño recuadro consignando la “detención” del dirigente obrero. El diario no pudo soslayar el prestigio de Rocha.

Eduardo Ramos era un joven brillante que ya se había destacado como poeta y periodista. Cronista del vespertino tucumano Noticias y del Canal 10 de televisión, se negó a formar parte del circo armado por los militares para fraguar combates que nunca existieron. Fue secuestrado junto a su esposa y nunca más se supo de ellos.

03/11/13 Miradas al Sur