A
LOS 83 AñOS, MURIO JUAN GELMAN, FIGURA CENTRAL DE LAS LETRAS IBEROAMERICANAS Y
COLUMNISTA DE PAGINA/12 DESDE SU PRIMER NUMERO
El hombre que hizo hablar a las palabras más allá
de la muerte
Entre otros galardones, Juan Gelman recibió el Premio Cervantes, el Reina Sofía y el
Juan Rulfo.
Ni el recuento de los merecidos premios literarios ni el repaso de su imponente
obra, ni el recuerdo de sus luchas y sus pérdidas alcanzan para darle dimensión
a lo ocurrido: con Gelman se van el poeta, el periodista y el militante que
cruzó las imposibilidades del lenguaje para crear nueva vida.
Por Silvina Friera
“Ha muerto un hombre y están juntando su sangre en cucharitas,/ querido juan,
has muerto finalmente./De nada te valieron tus pedazos/mojados en ternura./ Cómo
ha sido posible/que te fueras por un agujerito/ y nadie haya ponido el dedo/
para que te quedaras.” La tristeza es enorme, infinita, insoportable. La lengua
castellana está de riguroso luto. Ha muerto Juan Gelman, ayer, a los 83 años, en
la ciudad de México, donde residía desde hace más de veinticinco años. Ha muerto
el poeta que llevaba la poesía tatuada en los huesos. Ha muerto el más grande de
los poetas argentinos, nuestro Premio Cervantes, el hombre que extremó el
elástico del lenguaje y sus imposibilidades convirtiendo verbos en sustantivos y
sustantivos en verbos para arañar la realidad que se escurre entre las manos. El
poeta que mutaba para permanecer, refractario a las normas, al piloto automático
o al funcionamiento aluvional de “la maquinita” expresiva, como prefería
llamarla. Ha muerto el hombre que transformó las heridas en versos memorables
–”la memoria es una cajita que revuelvo sin solución” o “el frío tiembla en
puertas del pasado que vuelven a golpear”–; una voz indomable, tan cercana y
querida, en la cornisa del susurro, con esa cadencia grave y profunda por donde
flameaban siempre las chispas de una ironía elegante y juguetona.
Tercer hijo de una familia de inmigrantes ucranianos, Gelman nació en Buenos
Aires el 3 de mayo de 1930. No sobraba dinero en esa familia, pero se ahorraba
de a centavitos para ir al Colón una vez al año. Su hermano mayor, Boris, le
recitaba versos de Pushkin en ruso. Lo llevaba a un rincón apartado y Gelman, a
sus siete años, caía rendido por el ritmo y la musiquita de aquellas palabras
que no entendía en absoluto. A los nueve años decidió escribir poemas a una
vecina dos años mayor. Al principio le mandaba versos de Almafuerte, como si
fueran propios, pero la indiferencia de la nena lo obligó a dar un paso más. La
batalla no sería sencilla. Entonces probó escribir él mismo; tampoco obtuvo
respuesta. Ella siguió por su camino; él se quedó con la poesía. Y sus lectores
del mundo, claro, agradecidos de la reticencia de la vecinita. Todavía no había
pegado el estirón cuando “el pibe taquito”, como era conocido en los potreros de
Villa Crespo por el modo de empujar la pelota, publicó su primer poema en la
revista Rojo y Negro. Tenía once años. Juan, niño precoz que aprendió a leer a
los tres años, cursó la secundaria en el Nacional de Buenos Aires. Empezó a
estudiar la carrera de Química, pero, como contó más de una vez, le interesaba
“mucho más la poesía que la descomposición del átomo, los protones y los
neutrones”. Probó varios trabajos, pero eligió el oficio de periodista para
ganarse la vida. Lejos de despreciar la faena periodística, Gelman lo entendía
como un género literario “que se escribe bien o se escribe mal”.
Su itinerario periodístico arrancó en Orientación, semanario del Partido
Comunista Argentina (PCA), continuó en el diario La Hora hasta que en 1962 entró
en Xinhua, la agencia china de noticias. En la revista Confirmado, a la que
ingresó en 1966, se encargaba de la sección de libros. Después seguirían la
sección internacional de Panorama y La Opinión (1971-1973), la revista Crisis
(1973-1974) y la jefatura de redacción del diario Noticias (1974). Con el
regreso de la democracia se sumó a Página/12, donde escribió desde su primer
número (cubriendo el histórico juicio del criminal de guerra nazi Klaus Barbie)
hasta la contratapa del último domingo.
Del ambiente de la militancia en el PC, surgió el grupo El pan duro, integrado
por Gelman, José Luis Mangieri, Héctor Negro y Juana Bignozzi, todos muy jóvenes
y por entonces poetas desconocidos. Eran tiempos difíciles para publicar y peor
aún cuando se trata de poesía, “esa Cenicienta de la literatura que apenas ocupa
rinconcitos en los catálogos de las grandes editoriales”. Los miembros del grupo
decidieron autofinanciar sus propias ediciones a través de un método: venían
bonos de diez pesos, que era lo que podía costar un ejemplar. Hacían recitales,
fiestas populares en clubes como Vélez Sarsfield y a medida que reunían el
dinero elegían por votación el orden de los libros a publicar. Así apareció
Violín y otras cuestiones, su primer libro de poesía, publicado en 1956,
prologado por Raúl González Tuñón, quien destacó que en ese poemario “palpita un
lirismo rico y vivaz y un contenido social, pero social bien entendido, que no
elude el lujo de la fantasía”. Entre otras virtudes, Tuñón ponderaba “la forma
ágil, fresca, variada en tonos y matices”, de un poeta “nacional, porteño, muy
nuestro”, que “recién comienza y ya está maduro”. Esa sorprendente madurez se
expandió en Gotán (1962), que significa tango al revés; en Cólera Buey (1965) y
en Los poemas de Sydney West (1969) con formas y ritmos que pescaban al vuelo
las inflexiones del habla porteña, además de traducciones simuladas de poemas.
Entonces ya se vislumbraba lo que pronto sería una certeza: que ninguno de los
libros de Gelman se parecen entre sí. Que cada libro nuevo postulaba una ruptura
radical con el anterior. Como si fuera y no fuera a la vez el mismo poeta.
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Suplemento Radar,
Página|12, sábado 19/01/14 |
En la década del ‘60 sus ideas se radicalizarían más a la izquierda y se
alejaría del PC, partido que luego lo expulsó de sus filas. “Fue el momento de
la Revolución cubana y un grupo de nosotros sostenía que ese hecho era una línea
divisoria”, explicó. “Se hablaba de llegar al socialismo por la vía pacífica;
nosotros vimos en Cuba otro tipo de posibilidades.” En 1967 se incorporó a las
Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y cuando FAR y Montoneros se fusionaron en
una única organización, en 1975, Juan fue enviado al extranjero para denunciar
públicamente la represión y la violación de la Triple A. Hay golpes en la vida,
tan fuertes... se podría parafrasear a César Vallejo, uno de sus poetas
preferidos. En 1976 secuestraron a sus hijos Nora Eva y Marcelo Ariel, junto a
su nuera María Claudia Iruretagoyena, quien se encontraba embarazada de siete
meses. Su hijo y su nuera desaparecieron, junto a su nieta nacida en cautiverio.
La ruptura con Montoneros llegó cuando la conducción planteó “esa locura que la
contraofensiva militar, que condujo a la muerte a las mayoría de la gente que
participó en ella”. El poeta, por entonces ya exiliado, volvió clandestinamente
al país en 1978, con el objetivo de que un puñado de periodistas pudiera ver lo
que estaba pasando en Argentina, el terror de la dictadura cívico-militar.
Durante siete años no escribió ni publicó. Regresaría al ruedo con Hechos y
relaciones, texto en donde emerge el dolor en carne viva del exilio y las
muertes. En 1989 el presidente Carlos Menem firmó el indulto. Juan objetó la
medida a través de una nota publicada en este diario: “Me están canjeando por
los secuestradores de mis hijos y de otros miles de muchachos que ahora son mis
hijos”, se quejó.
“Me cavo para no encubrirte más con visiones de tu abrigo largo. Un parpadeo
dura mucho cuando se aparta el ser de sí en vuelos sin rumor. Libre aún entre
muros de cemento y cal viva/arrojado a que nunca fueras certidumbre”, se lee en
uno de los poemas recientes que le dedicó a su hijo. El 7 de enero de 1990, el
Equipo Argentino de Antropología Forense identificó los restos de Marcelo,
encontrados en un río de San Fernando dentro de un tambor de grasa lleno de
cemento. Lo habían matado de un tiro en la nuca. En 1998 descubrió que su nuera
había sido trasladada a Uruguay y que había sido mantenida con vida al menos
hasta dar a luz a una niña en el Hospital Militar de Montevideo. A partir de ese
momento lanzó una búsqueda incansable para hallar a su nieta, apoyado por
escritores, artistas e intelectuales. En 2000 finalmente se reunió con su nieta
María Macarena Gelman García. “¡Marcelo Gelman! ¡Presente!” El hijo del poeta,
entre otras víctimas de la dictadura militar, sonó más vivo que nunca ese jueves
31 de marzo de 2011, cuando el Tribunal Oral Federal 1 juzgó a los represores
del centro clandestino Automotores Orletti. Eduardo Cabanillas, el asesino de
Marcelo, fue condenado a prisión perpetua. Juan decía que no sintió nada. Ni
alegría, ni odio. Nada. Y se preguntó por qué. La respuesta está encadenada en
los textos que integran Hoy, el último libro que publicó el año pasado. El poema
“VIII” es el primero dedicado a su hijo: “¿Cuánta sangre cuesta/ ir de saber a
contramano/ del olvido al horror/ de la injusticia a la justicia? ¿Hay que tocar
los altares ardientes/ evitar la vergüenza/ la falta que preocupaba a Teognis/
interrupción del día? El beso del lazo se convierte en el lazo que el asesino
ajusta. Desvío sin límite ni fondo ni virtud. La mismidad es un espejo roto en
tercera persona y oigo tu mano dibujando un pájaro azul”.
Definir su poesía como política –un malentendido generalizado– es reducir y
etiquetar la obra de un poeta que ha demostrado, libro tras libro, la insensatez
de enjaularlo cuando él se ha dedicado, con una obstinación pocas veces vista, a
deshacer y rehacer los modos de poner en juego la lengua. “Cuando se habla de mi
poesía como política pienso que el error está en pensar que vivo conectado a la
realidad las 24 horas del día. No todo lo que sucede en el mundo me despierta la
necesidad de escribir un poema. Como ciudadano, tengo compromisos y
responsabilidades que no tienen que estar necesariamente en la poesía. La
ideología de alguien forma parte de su subjetividad, pero no es toda su
subjetividad –decía el poeta en una entrevista de Página/12–. No me afecta ni en
un sentido ni en otro que digan que mi poesía es política. Lo que me importa es
mi trabajo como poeta, no me preocupa lo que digan los demás, tienen todo el
derecho a opinar. Pero francamente lo único que influye es la lectura de la
poesía, y el trabajo de escribirla.” Todo lo que se escribe, advertía Juan, es
un largo fracaso en el intento de conseguir atrapar a la poesía. “Si uno insiste
en este oficio ardiente que es la poesía es porque espera la aparición del
milagro, pero como decía Dylan Thomas lo milagroso de los milagros es que a
veces se producen.”
Juan agradecía los premios que fue recibiendo en los últimos años: el Premio
Nacional de Poesía en Argentina (1997), el Premio Cervantes en 2007; los premios
iberoamericanos de poesía Ramón López Velarde (2003), Pablo Neruda (2005) y el
Reina Sofía (2005); y el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan
Rulfo (2000), entre otros. Sin dudas eran un estímulo y reconocimiento. “La
poesía habla al ser humano no como ser hecho, sino por hacer, le descubre
espacios interiores que ignoraba tener y que por eso no tenía –planteó en el
discurso de aceptación del Reina Sofía–. Va a la realidad y la devuelve otra.
Espera el milagro, pero sobre todo busca la materia que lo hace. Nombra lo que
la esperaba oculto en el fondo de los tiempos y es memoria de lo no sucedido
todavía. Sólo en lo desconocido canta la poesía. Ella acepta el espesor de la
tragedia humana, pero no obedece al principio de realidad sino al orden del
deseo. Choca contra los límites de la lengua y va más allá en el intento de
responder al llamado de un amor que no cesa. Es un movimiento hacia el Otro,
pasa de su misterio al misterio de todos y les ofrece rostros que duran la
eternidad de un resplandor. Corrige la fealdad, es ajena al cálculo y da cobijo
en sus tiendas de fuego. Se instala en la lengua como cuerpo y no la deja
dormir.”
Cómo no evocar las palabras que pronunció cuando recibió el Cervantes, frente a
los Reyes de España. “Es algo verdaderamente admirable, en estos tiempos
mezquinos, tiempos de penuria, como los calificaba Holderlin, preguntándose:
¿para qué poetas? ¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres
segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de
hambre, de pobreza? Me pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a
decir estas palabras. Pero ahí está la poesía: de pie contra la muerte”. El
poeta repasó el significado que tuvo leer a Santa Teresa y San Juan de la Cruz
durante el exilio al que lo condenó la dictadura. “Su lectura desde otro lugar
me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la presencia ausente de lo
amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado para mí. Y cuánta compañía
de imposible me brindaron. Ese es un destino ‘que no es sino morir muchas
veces’, comprobaba Teresa de Avila. Y yo moría muchas veces y más con cada
noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que agrandaba la
pérdida de lo amado”, confesó el autor de una obra descomunal compuesta por más
de treinta títulos en la que cabe destacar Citas y comentarios (1982),
Interrupciones II (1986), Carta a mi madre (1989), Salarios del impío (1993),
Dibaxu (1994), Incompletamente (1997), Ni el flaco perdón de Dios/Hijos de
desaparecidos, junto a su esposa Mara La Madrid (1997), Valer la pena (2001),
País que fue será (2004) y Mundar (2007), entre otros.
La lengua de Juan fue la llama que encendió la temperatura la noche del lunes 26
de agosto pasado, en la Biblioteca Nacional, cuando el poeta presentó Hoy, 288
poemas en prosa que transitan el camino del duelo por la desaparición y
asesinato de su hijo Marcelo, pero también dan cuenta del abismo insondable del
mal en el mundo. El poeta leyó durante más de media hora. No volaba una mosca en
la sala. Todos mudos ante versos que se pegan en los labios de la memoria: “La
tierra pule huesos que el tiempo roba sin retorno”.
15/01/14 Página|12
Hasta siempre, compañero
Por H.I.J.O.S. Capital
Fue, es esta historia, es esta historia, la que nos rompió los nombres
familiares y nos ha hecho decirle mamá a una abuela o papá a un abuelo. Fue esta
historia, es esta historia, la que nos hace repensar qué es un “héroe”, qué es
un mito: lejos de los mitos y los “héroes” intocables, están los hombres y
mujeres, compañeros y compañeras, abrazables.
Ahí se va Juan, a alguna reunión con Rodolfo, Paco y otros tantos compañeros.
Allá se va Juan, a contarles a los 30.000 que pudo encontrar a su nieta
Macarena. Allá va Juan, a contarles a sus hijos Marcelo y Nora, y a su nuera
María Claudia, cómo es Macarena, cómo es esa vida que no pudieron matar. Se va
Juan, a ese tiempo de los pasos eternos, a contarles a nuestros padres y madres
que todos ellos siguen vivos en nuestras luchas.
Allá va el compañero, nuestro padrino, nuestro poeta, a seguir apalabrando el
mundo, a seguir mirando con ojos de dolor y esperanza. Allá se va Juan Gelman:
al lugar más justo al que pueda ir un hombre como él. Como todo compañero, como
todo hombre comprometido y solidario, se va para quedarse para siempre en esta
tierra que no tiembla por el miedo del pueblo, sino por el temor de los
vendepatrias ante tantos hijos de la revolución.
Juan vino con León Gieco al primer encuentro nacional de H.I.J.O.S.: ahí se
hicieron nuestros padrinos. Vaya a donde vaya, se llevará la condena social para
todos los asesinos de nuestro pueblo. Podrá decirle a Rodolfo que ya pusimos a
Videla, Astiz y más de 500 genocidas en el tacho de basura de la historia. Allá
va Juan, a decirles a todos que no hubo impunidad que nos derrotara y que para
los masacradores de nuestra Patria no existe ni el flaco perdón de Dios.
Ahora nos queda a nosotros el orgulloso deber de decir que lo mantendremos en la
memoria de la historia, en el relato que hará que nadie deje de saber quién fue
Juan, a pesar del paso de los años. Empuñamos su memoria: les diremos a todos
que Juan fue un poeta del tiempo, un compañero de la ternura, un respetuoso
amigo de los recuerdos de sus amigos. Con humildad y sencillez, de las
características más destacables de un compañero, abrió sus puertas para buscar
la verdad colectiva, dio sus hojas para que Walsh despidiera a Urondo. Allá va:
se lleva en los bolsillos nuestros abrazos para los 30.000. Hasta siempre
compañero, gracias por el amor.
Este mes maldito
Por Miguel Rep
Enero maldito, se lleva a maravillas como Juan Gelman, como se llevó a Soriano,
a Briante.
Qué escribiría mañana Gelman en el pirulo de tapa de Página/12, de Juan mismo,
qué escribirías.
Nuestro mejor poeta, el luchador, el militante, el amigo de las causas perdidas,
el tanguero, el fumador, el amador, el que dibujé tantas veces, el que seguiré
dibujando.
Un gol de Atlanta para él, banderas en las calles de Villa Crespo, crespones
lilas en el DF.
Enero se lleva a uno de nuestros mayores generadores de belleza.
Sin palabras
Por Cristina Banegas
no puedo. no puedo escribir nada.
la muerte de Juan me deja sin palabras, me deja
sin sentido.
ahora algo deja de tener sentido para siempre.
su ausencia inaugura esa sorpresa
cada vez que ya no esté.
no se puede pensar con tanto dolor.
adiós a nuestro poeta
Juan Gelman
LA POESIA, EL PODER, LA LUCHA POR LA JUSTICIA, EL CERVANTES Y MAS, EN PALABRAS
DE GELMAN
“Los libros se suelen escribir solos”
Entre múltiples entrevistas a Juan Gelman publicadas en Página/12 a través de
los años, aquí se ofrecen extractos recientes:
- “Estoy hablando de mí, no de nadie más. Nada de lo que está escrito en Hoy es
deliberado. Uno no puede escribir poesía por obligación; escribe lo que sale.
Pero, efectivamente, yo no sé hasta qué punto el duelo se puede completar.
Porque en estos casos no es sólo el duelo personal. Se trata también de las
otras tantas miles de víctimas. Insisto en el Mal sin connotaciones religiosas,
porque una cosa es el Mal y otra el dolor que causa. A veces ni lo causa: el
poder, hoy, en nombre del Bien, nos quiere mutilar la humanidad y lo consigue en
buena medida.” (Junio de 2013)
- “Los libros se suelen escribir solos. La conciencia de lo que se escribe es
muy difícil de apresar. A veces escribía siete, ocho poemas a la noche, me iba a
dormir, me levantaba y no recordaba ninguno de los textos escritos. Tenía que
volver a leerlos para saber de qué se trataban.” (Agosto de 2013)
- “Fue un acto muy denso, emocionante, conmovedor. Me trajo la presencia de mi
hijo de forma muy fuerte con la lectura de sus poemas. Son dolores que no se
terminan nunca. Se repitió la pérdida para extraerle algo nuevo... Esa presencia
me condujo a su infancia y adolescencia: Marcelo empezó a escribir desde muy
temprano. Recuerdo que los fines de semana estábamos él, su hermana Nora y yo en
mi departamento del Abasto. A veces Marcelo venía con un puñado de poemas que yo
pasaba a máquina y hacía una edición de cartón. El dejó una serie de poemas
escritos, que cuando el comando allanó su casa creyó que tenía un contenido en
clave. ¡Esas bestias creyeron que los poemas estaban en clave!” (Marzo de 2012,
tras el reconocimiento del Estado uruguayo sobre los crímenes de la dictadura)
- “Todavía no alcanzo a dar en la tecla, sigo persiguiendo a ‘la señora’ para
agarrarla por la cola. Y parece que ‘la señora’ no tiene cola. O en todo caso
evita que se la agarren. En general corrijo poco porque le tengo un gran respeto
al momento más feliz, que es el momento de la escritura. Al día siguiente viene
la amargura. Cuando escribís, te sentís sacado de vos mismo; y como a la edad
que tengo ya estoy aburrido de mí mismo, salir de mí escribiendo me produce una
gran felicidad.” (Noviembre de 2011)
- “Yo no estoy en la tercera edad, estoy en la cuarta. La primera es la niñez;
la segunda es la juventud y la madurez, la tercera es la vejez. Pero la cuarta
es ‘¡qué bien se te ve!’. Lo que piensan entre paréntesis y no dicen es: ¡Para
los años que tenés, pibe!” (Octubre de 2010)
- “El problema de la poesía y el arte en general es que está vinculado con
fenómenos sociológicos más complejos. La poesía no es una isla de la realidad.
Peor que el poeta que vende poco es la situación de la gente que no puede leer;
no sólo por el precio del libro, sino por la situación de pobreza, que me parece
más grave. La poesía siempre estuvo arrinconada en los catálogos de las
editoriales; pero la necesidad de escribir poesía siempre va a existir.”
(Octubre de 2010)
- “Se podría pensar en un retroceso de la lucha por la demanda de justicia, un
vacío que permite la prédica de la reconciliación a la que contribuyen en la
práctica ciertos jueces que todos conocemos. O en una fatiga de quienes insisten
en esa demanda, o en los más de 30 años transcurridos, o en el acoso de los
grandes medios al gobierno nacional. Pero no es una lucha que asumió la mayoría
de la sociedad argentina. Nunca.” (Mayo de 2010)
- “Creo que el Cervantes es un reconocimiento a la poesía que rebasa lo
personal, porque el año pasado se lo dieron a un gran poeta español, Antonio
Gamoneda. Me conmueve este premio en tiempos tan antipoéticos y deshumanos; en
este mundo donde las grandes editoriales desdeñan la poesía, no les importa, es
una tarea difícil estar peleando subjetivamente contra todo esto que pasa.”
(Noviembre de 2007)
Lo que no se rompe
Por Marcelo Figueras *
Querido juan, has muerto finalmente, decía el poema de Gotán en 1962. Pero la
muerte ignoró la discreción del que escribía su nombre con minúscula. Y, sin
duda seducida por la pinta del varón, visitó a Gelman desde entonces, con
asiduidad. Lo primero que hizo –para marcarle la cancha, obvio– fue robarle el
adverbio. Se encanutó el finalmente durante medio siglo, mientras a su alrededor
todas / todos / todo parecía caer para ya no levantarse. Pero Gelman perseveró.
Hay ciertas cosas (por ejemplo, una palabra) que bien valen la espera de toda
una vida.
Pocas personas más familiarizadas con la muerte que Gelman. Y sin embargo,
cuando llegó la suya –finalmente– pegó como un rayo. En la confusión del que se
recuesta contra las cuerdas, la noción a la que me aferro es simple: Gelman como
el paradigma de la experiencia argentina del último siglo. Piénsenlo. El origen
en la familia inmigrante. La asunción de la naturaleza contradictoria de nuestro
país, en su condición bifronte de poeta / periodista. El proceso de acercamiento
al peronismo que tantos siguen hallando inexplicable, ¡cuando es tan simple! El
dolor interminable de la madre que se le murió cuando estaba exiliado, tan lejos
a la fuerza, y de los hijos que le mataron cuando los tenía tan cerca. La
búsqueda inclaudicable de justicia. (Hay cosas que valen la pena la espera de
una vida.) Y la flor que el agua devuelve después de haberse llevado todo, en la
piel de su nieta Macarena. A esa altura la muerte se había rendido: lo había
desvalijado y Gelman seguía poemando, con la capacidad de indignarse todavía
intacta. (¡Cómo voy a extrañar sus contratapas!) No se puede decir que haya
engañado a nadie: aquellos versos del ’62 avisaban ya que su rabia era inmortal.
Este país-Saturno ama quebrar a sus hijos, para después zampárselos. Pero
Gelman, que había sufrido lo que no sufrieron nunca los que nos entregaron por
treinta dineros, no se rompió nunca. Cuando pienso en él, la palabra que no
pierde sabor por mucho que la mastique es dignidad. Linda palabra. Una figurita
difícil que hacía parecer fácil, porque la vestía como si se la hubiesen cortado
a medida. Y aunque su voz se llenó de cenizas y el rostro se le volvió un
mascarón de proa tallado por el infortunio, no perdió la elegancia. Hasta que la
muerte entendió que no aceptaría sus términos y, vencida, le regaló su
finalmente.
Alguna vez contó que había empezado a escribir poesía, como tantos otros, para
enamorar a una chica, y que esta piba lo había dejado pagando (¡como él a la
muerte!), pero que en la transacción había conservado la poesía. Me pregunto si,
de igual modo, la experiencia argentina que nos tocó vivir no habrá valido la
pena. Porque nos quitó tantas cosas, que parece que no mereciésemos ni el flaco
perdón de Dios; pero –mirá vos, cómo son las cosas– nos dejó a Gelman, el flaco
de la dignidad inmortal. Y eso no es, ni será nunca, poca cosa.
* Escritor y guionista.
Las voces de Juan
Por Alejandro Archain *
La noticia me trae el recuerdo de aquellas lecturas de los setenta. De las
ediciones dirigidas años antes por Carlos Alberto Brocato y José Luis Mangieri
(Colección de Poesía La Rosa Blindada) publicada en los sesenta y que yo
conocería después. Con tapa, por supuesto, de Carlos Gorriarena. Los libros que
vendrían, la posibilidad de saludar y de conocer al poeta por circunstancias
diversas, nunca con una relación intensa, pero siempre con admiración y afecto.
Las obras posteriores, su vuelta a la Argentina, las lecturas y los libros
imprescindibles: Cólera Buey, Velorio del solo. Y los que seguirían Com/posiciones,
Carta a mi madre, Valer la pena... Mundar y el último Hoy, que presentó en la
Biblioteca Nacional el año pasado. Tuve la fortuna de estar entre el público
aquella tarde de agosto, si no me equivoco. El lujo y el goce de escuchar una
voz inconfundible y una manera inigualable para decir la propia voz. La del
desgarro, la de la pasión, la del guiño y la ironía, la esperanza y la fuerza
inclaudicable. Se sentía la vibración de un público que reconocía a “su poeta”,
el que había estado en el exilio, con demasiados años para poder volver, el que
vibraba en su propia voz acompañada por su propia historia, poética y personal,
dramática e intensamente vivida. El que había marcado a las siguientes
generaciones de poetas de manera que como un amigo decía “no sé si tiene
conciencia de su importancia entre nosotros”. Era Juan Gelman otra vez entre
nosotros. Lo vi tan avejentado como apasionado, tan el de siempre como nuevo.
Presentaba un libro cuyo título marcaba toda una permanencia y una gran memoria:
Hoy.
Salí de la Biblioteca Nacional lleno de voces, las anteriores (hizo un recorrido
generoso por sus poemas de siempre) y por las nuevas. Demostrando su
indeclinable permanencia. Llegué a casa y le dediqué un pequeño texto, que no
hacía más que recoger sus propias palabras y devolvérselas con el afecto y
gratitud. Aquello decía:
“juan
Ese poeta se parece a la palabra siempre. Desde su letra salen voces, como
memorias donde guardar los rostros. Está instalado en todos los costados,
podemos pasar la vida tendidos en su canto. Moverá nuestras bocas y por siempre
cantará en los violines, los solos, los muertitos de la patria”.
* Poeta.
Liberar la lengua poética
Por Daniel Freidemberg *
La verdad es que a Juan Gelman, por muchos motivos, se le puede reconocer una
importancia poética que muy pocos alcanzaron en toda la poesía en español. Un
aspecto es que de Gelman se puede decir que liberó a la lengua poética, le
permitió hacer sus propias búsquedas en función de sus propias necesidades y de
una manera muy personal, que es muy argentina también. Por otro lado, la otra
característica es la actitud de búsqueda permanente de salir a encontrar algo
siempre; el decía que a la poesía nunca se la alcanza, porque la poesía es un
misterio y eso lleva al poeta a romper con lo que se está haciendo y a ir hacia
otras cosas, lo que lo lleva a hacer una poesía más jugada, a andar por caminos
insospechados.
Esa actitud jugada la tuvo en la vida y en la poesía. Y eso, en la poesía, la
volvía política aun en los poemas que no eran de temática política. Aunque
también lo llevaba a incluir lo político, claro. Y en su condición humana, Juan
era una de las personas más educadas, amables y gentiles que conocí en mi vida.
Tenía un trato sobriamente afectuoso, lo que lo volvía un tipo seductor, daban
ganas de estar con él al mismo tiempo que imponía respeto, pero siempre
encontraba la manera de romper la solemnidad con algún gesto de humor, alguna
frasecita. Al mismo tiempo que podía ser muy duro y muy irónico, cuando la
situación lo ameritaba. Era muy inteligente y apasionado, pero capaz de mirar
las cosas con distancia. Para mí, un libro clave de él, donde rompe con toda la
poesía que venía haciendo y pasa a hacer algo totalmente nuevo, por lugares
donde nadie pudo ir, es Cólera Buey, pero particularmente la que más me gusta es
su poesía más difícil, la más desafiante, que hizo en los últimos diez o quince
años. Y cada libro me gustó más: creo que su último libro, Hoy, reclama un
lector capaz de jugarse tanto como el autor para leerlo, para encarar la
aventura espiritual que propone.
* Poeta.
No le des bola a nadie
Por Alberto Szpunberg *
Me acaban de avisar, Juan, de sopetón, así que no hay más que hurgar en lo más
íntimo. Hace unos días, exactamente el viernes 3, te pregunté por mail “¿qué
onda, Juan?”, y ese mismo día me contestaste que te acababan de descubrir “un
cáncer naciente y primario en los pulmones”. ¿Eso de “naciente y primario” era
una licencia poética? Sí, una licencia, pero, como en todas las circunstancias,
con lo licencioso nada que ver. Por eso, al día siguiente, con la fresca, te
contesté: “En estas circunstancias de cáncer naciente y primario, debés estar
harto de que te den consejos, amén de pinchazos, catéteres, análisis y demás
vanidades hipocráticas... Así que, por esta única vez, por ese nosotros que
somos aun en la más perra soledad, con o sin tu permiso, te añado un solo
consejo de mi propia cosecha: no le des bola a nadie y dejate llevar por tu más
entrañable sensatez poética, con esa sonrisa del corazón que sólo despierta la
gente que querés y te quiere”. Me olvidé en ese momento de escribirte lo que
ahora añado: “no le des bola a nadie”... ni siquiera a la muerte. Juancito
Caminador y el Viejo Contrabandista nunca dejarán de brindar: “¡Salud y RS!”.
PD: Un abrazo inmenso, Mara, inmenso casi como el dolor mismo...
* Poeta.
Otras voces
- Mario Goloboff (escritor): “Enorme poeta, humilde y grande como pocos, tierno
y humano como pocos, cambió la lengua argentina y la hizo más permeable al amor,
a la hondura, al duelo, a la tristeza, a la bronca y a la rebeldía. Va a quedar
aquí, y con el tiempo seguirá creciendo, en otros ámbitos y espacios, en otros
tiempos, a medida que nuevas generaciones aprendan y atesoren su lenguaje, que
ha sido el de la vida”.
- Jorge Boccanera (poeta y periodista): “Gelman fue un maestro de la vida, un
poeta fuera de serie, alejado de cualquier postura dogmática en cuanto al arte.
Su obra es una especie de Guernica hablado y nos quedará como un legado esta
gran obra y este gran ejemplo de vida. Fue además un militante político que supo
siempre pelear por ensanchar el espacio de la libertad”.
- Jorge Coscia (secretario de Cultura de la Nación): “Como hombre de la cultura
despido con pesar a Juan Gelman, emblema de la lucha vuelta testimonio, palabra,
denuncia; y agradezco a este gran argentino su incansable búsqueda por un país
mejor, más justo, libre y digno. Gelman es parte de nuestra mejor tradición
literaria, de ese árbol genealógico donde también viven otros grandes
intelectuales de esos años difíciles y oscuros, como Paco Urondo o Rodolfo Walsh
y, al igual que la de aquéllos, su obra constituye una síntesis profunda y
virtuosa de capacidad creativa y compromiso.
- Irene Gruss (poeta): “De los poetas del ’60, de los pilares de esa poesía,
Juan Gelman es el que más nos ha formado a los poetas porteños, al punto de que
hay palabras que son propiedad privada de él como ‘huesitos’ o ‘las barras’. El
con Gotán, con Los poemas de Sidney West, marcó una originalidad en la poesía
argentina intachable. El encabalgue, el ritmo de su poesía es único, es
totalmente original, aunque venga de César Vallejo. Gelman nos ha marcado y la
palabra ‘huesito’ ya no se puede decir más después de él. Carta a mi madre es
uno de los poemas más grandiosos que se han escrito sobre la dictadura, para mí.
Más allá de su historia personal, a mí me interesa hablar de su poesía, y lo que
tenía Gelman es que no era alegórico, era metafórico, entonces no era
demagógico. La pucha, qué difícil hablar en pasado. Si bien no coincido con lo
que ha escrito de unos años a esta parte, sobre todo entre los poetas varones
hay un antes y un después de Juan Gelman. Parece un lugar común, lo es, pero hay
nombres como María del Carmen Colombo o Jorge Aulicino que están cruzados por
Gelman. Y hay que agradecer al editor ya fallecido José Luis Mangieri y al grupo
de La Rosa Blindada que se empezó a conocer a Gelman. Lamentablemente, ya los
únicos que quedan del grupo de Pan Duro son Alberto Szpunberg y Juana Bignozzi”.
- Horacio Salas (poeta): “Pasan tantas cosas por delante de la ventana de mi
vida... trabajos, redacciones, risas... porque Juan, hasta que pasó lo que pasó
con su hijo y nuera desaparecidos, era un tipo con el mejor humor. Fue un
grandísimo poeta, sin necesidad de decir que fue el más importante de la
Generación del ’60 a la que pertenecíamos los dos. Estoy absolutamente desolado.
Creo que él cambió el castellano escrito, se atrevió a lo que nadie, tomó todos
los riesgos, fue casi una, inventor de la poética del riesgo, tomar a San Juan
de la Cruz junto a Homero Manzi... eso es tirarse en la pileta vacía; además fue
un defensor a muerte de los derechos humanos, esa lucha le costó la vida”.
- Fabián Casas (escritor): “La noticia me impacta mucho, la verdad no la
esperaba porque uno a los escritores los piensa siempre escribiendo. Hace
bastante que no lo veía. El fue un poeta muy importante para mí y para mi
generación. En este momento no puedo decir nada; sólo desear que lo sigan
leyendo”.
Producción: Luis Paz y Candela Gomes Diez.
Imposible velorio del solo
Por Juan Sasturain
Si pudiera elegir, yo elegiría no estar acá, salir por la tangente versera y
tomar el atajo de la buena / mala / equívoca conciencia del fracaso consabido:
qué decir, qué no decir por qué tener que poner cara con tan poco perfil acorde
y tan mucho pudor mal entendido a la hora de resumir la incómoda postura, la
última palabra que cierra qué, qué carajo va a cerrar.
Si supiera elegir, yo elegiría volver atrás y ponerme los cortos del alma y los
cortos de las ganas y los cortos del vestuario inicial con todo al aire, y salir
a la cancha / a la poesía sin camiseta ni parámetro adecuado de lectura y caer
otra vez y por primera de trompa, de culo ante el poema atravesado como palo en
la rueda del discurso franelero, incómoda lombriz en la pálida sopa de letras de
la antojada antología.
Si quisiera elegir, yo elegiría cagarme soberanamente en lo que pasa (y no
vuelve) y ni siquiera preguntar qué es cierto y qué mentira en la noticia de que
se acabó. Daniela Rocca loca dicen los magazines decía Juan en los sesenta y era
llena de gracia como santa maría y los versos derivaban con la soltura
irresponsable de olitas sobre el papel que nunca se termina de secar. Qué era
cierto y qué no de las noticias, cables pelados, ocasiones calvas. Si el
poderoso cholo que lo dijo todo ha muerto con el burro puesto y el bastón y los
castaños, si el dolce Guido ha muerto con sus tanitas adornadas para el soneto,
si el poco Paco que quedaba se fue de bigotes a malcerrar las cuentas de la
historia personal y colectiva, qué le quedaba al solo sino la espera del velorio
diferido con / sin Sidney West al pie con pala y verso para picar. Que la
huesuda pique y se lleve todo que ya es nada, apenas sobras, habitaciones
vacías, floreros secos, pedacitos de carne sin calor, todo ya ha sido –vieja
puta– largamente regalado.
Si me dejaran elegir, yo elegiría versos sueltos para hacerme una colcha cursi
de colores para invierno verano las cuatro estaciones. Después, compartiría.
Abriría una tienda exclusiva para clientes maltratados por la vida el poder la
desgracia o la felicidad excesivas y les probaría en la trastienda poemas de
sisa estrecha, cortos de abajo, demasiado anchos para tan poco dolor admitido,
hasta que les caigan justos, se sientan bien apalabrados, dispuestos a rasgarse
las costuras, listos para el escándalo, el incendio o la lluvia musical entre
los huesos.
Si me pudiera borrar de elegir, me borraría. Si me pudiera quedar como un boludo
paseando entre los versos de Cólera buey sin tener que salir a confrontarlos con
el espejo o la historia o cualquier botonería intolerable, sería capaz de negar
tres o mil veces lo que sea con tal de que no fuera lo que es, lo que ya ha
sido.
15/01/14 Página|12
Hasta
aquí el hombre
Por Juan Forn
Conoció la poesía a los cinco años, oyendo a su hermano mayor recitar a Pushkin
en ruso. A los nueve se enamoró de una vecinita de Villa Crespo, pero ella no
entendía ruso, y no le impresionaba nada oírlo recitar, así que él copió unos
versos de Almafuerte y se los mandó. Cuando vio que la cosa no daba resultado,
empezó a escribir él los envíos. La vecinita nunca se enteró de lo que había
originado. El resto del mundo, sí. Juan Gelman escribió alguna vez: “Un hombre
entra a su casa y el olor / de sus hijos le golpea la cara”. Juan Gelman
escribió alguna vez: “Es horrible saber que moriré mañana / o que no moriré”.
Sabiendo lo que sabemos de él hoy, esos versos retumban doblemente en nuestra
cabeza, porque alguna vez los subrayamos sin saber lo que sabemos hoy.
Gelman aceptaba a su manera la definición rilkeana del oficio de poeta (el
acercamiento a lo inefable): él decía que era “ese acontecimiento que emerge a
través de una trama de palabras para arrancar algo de la nada”, y en su larga
trayectoria combinó las más diversas formas de lo poético, desde lo puramente
lírico a lo ásperamente narrativo, desde la métrica impecable hasta el quiebre
por dentro de esa métrica, desde lo místico a lo político, explorando los
alcances del verso “conversado”, la textura a contrapelo de las palabras
“bellas”. Así fue construyendo una obra de enorme coherencia interna en los
sucesivos pasos de su itinerario.
Alguna vez le preguntaron a Roberto Matta, el pintor chileno, cómo festejaba su
cumpleaños y él dijo: “Invito a los Matta que fui y discutimos toda la noche”.
Algo similar ocurre con los Gelman: sumergirse en cada nuevo libro suyo permite
escuchar, por debajo de las palabras, una fascinante beligerancia y
complementación entre todos esos modos de decir. Para aquellos que descubrieron
sus primeros libros en los ’70 siendo adolescentes, como fue mi caso, la
aparición de sus libros posteriores, cada dos o tres o cinco años, obligaba a
bruscos pasos de maduración como lector, se quisiera o no: su profundización
progresiva, sin respiro y sin clemencia, en ese territorio llamado poesía fue
siempre ejemplar.
A diferencia de muchos grandes, Gelman nunca se repitió, ni se estableció
cómodamente en un registro desde el cual seguir mirando el mundo dócilmente. Sin
embargo (o a causa de eso), casi cualquier circunstancia de la vida puede
retratarse con una frase suya: he ahí una evidencia inequívoca de la grandeza de
su obra. De sus libros, mis preferidos son dos: Los poemas de Sydney West y
Carta a mi madre (dos extremos de su obra), pero otro de los méritos de Gelman
fue justamente ése: la cantidad de opciones que ofrece al lector a la hora de
elegir sus preferidos.
El
emblemático discurso de Juan Gelman al recibir el Premio Cervantes
El poeta Juan Gelman, fallecido en el Distitro Federal de México, recibió en
2008 el Premio de Literatura en Lengua Castellana Miguel de Cervantes 2007,
oportunidad en la que pronunció un recordado discurso en el que definió a la
poesía como “una doncella tierna y de poca edad y en todo extremo hermosa”,
parafraseando a don Quijote.
Discurso completo:
"Deseo, ante todo, expresar mi agradecimiento al jurado del Premio de Literatura
en Lengua Castellana Miguel de Cervantes, a la alta investidura que lo patrocina
y a las instituciones que hacen posible esta honrosísima distinción, la más
preciada de la lengua, que hoy se me otorga. Mi gratitud es profunda y desborda
lo meramente personal. En el año 2006 se galardonó con este Premio al gran poeta
español Antonio Gamoneda y en el 2007 lo recibe también un poeta, esta vez de
Iberoamérica. Se premia a la poesía entonces, `que es como una doncella tierna y
de poca edad y en todo extremo hermosa´ para don Quijote, doncella que, dice
Cervantes en `Viaje del Parnaso´, `puede pintar en la mitad del día la noche, y
en la noche más escura el alba bella que las perlas cría... Es de ingenio tan
vivo y admirable que a veces toca en puntos que suspenden, por tener no se qué
de inescrutable´.
A la poesía hoy se premia, como fuera premiada ayer y aún antes en este
histórico Paraninfo donde voces muy altas resuenan todavía. Y es algo
verdaderamente admirable en estos “Dürftiger Zeite”, estos tiempos mezquinos,
estos tiempos de penuria, como los calificaba Hölderlin preguntándose “Wozu
Dichter”, para qué poetas.
¿Qué hubiera dicho hoy, en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño
menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre, de pobreza? Me
pregunto cuántos habrán fallecido desde que comencé a decir estas palabras. Pero
ahí está la poesía: de pie contra la muerte.
Safo habló del bello huerto en el que “un agua fresca rumorea entre las ramas de
los manzanos, todo el lugar sombreado por las rosas y del ramaje tembloroso el
sueño descendía”, Mallarmé conoció la desnudez de los sueños dispersos, Santa
Teresa recogía las imágenes y los fantasmas de los objetos que mueven apetitos,
San Juan bebió el vino de amor que sólo una copa sirve, Cavalcanti vio a la
mujer que hacía temblar de claridad el aire, Hildegarda de Bingen lloró las
suaves lágrimas de la compunción, y tanta belleza cargada de más vida causa el
temblor de todo el ser. ¿No será la palabra poética el sueño de otro sueño?
Santa Teresa y San Juan de la Cruz tuvieron para mí un significado muy
particular en el exilio al que me condenó la dictadura militar argentina. Su
lectura desde otro lugar me reunió con lo que yo mismo sentía, es decir, la
presencia ausente de lo amado, Dios para ellos, el país del que fui expulsado
para mí. Y cuánta compañía de imposible me brindaron. Ese es un destino “que no
es sino morir muchas veces”, comprobaba Teresa de Avila. Y yo moría muchas veces
y más con cada noticia de un amigo o compañero asesinado o desaparecido que
agrandaba la pérdida de lo amado. La dictadura militar argentina desapareció a
30.000 personas y cabe señalar que la palabra “desaparecido” es una sola, pero
encierra cuatro conceptos: el secuestro de ciudadanas y ciudadanos inermes, su
tortura, su asesinato y la desaparición de sus restos en el fuego, en el mar o
en suelo ignoto. El Quijote me abría entonces manantiales de consuelo.
Lo leí por primera vez en mi adolescencia y con placer extremo después de
cruzar, no sin esfuerzo, la barrera de las imposiciones escolares. Me acuciaba
una pregunta: ¿cómo habrá sido el hombre, don Miguel? Conocía su vida de pobreza
y sufrimiento, sus cárceles, su cautiverio en Argel, su Lepanto, los intentos
fallidos de mejorar su suerte.
Pero él, ¿quién era? Releía el autorretrato que trazó en el prólogo de las
Novelas Ejemplares: “Este que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño,
frente lisa y desembarazada”, que nada me decía, salvo la mención de sus
“alegres ojos”. Comprendí entonces que él era en su escritura. Me interno en
ella y aún hoy creo a veces escuchar sus carcajadas cuando acostaba al Caballero
de la Triste Figura en el papel. Sólo quien, desde el dolor, ha escrito con
verdadero goce puede dar a sus lectores un gozo semejante. Cómico es el rostro
de la tragedia cuando se mira a sí misma.
Declaro que, en verdad. quise recorrer ante ustedes, con ustedes, los trabajos
de Persiles y Sigismunda, o la locura quebradiza del licenciado Vidriera, o
compartir la nueva admiración y la nueva maravilla del coloquio de los perros, o
el combate verdaderamente ejemplar entre los poetas malos y los buenos que tiene
lugar en “Viaje del Parnaso” y en el que cualquier buen poeta podía caer herido
por un pésimo soneto bien arrojado. Pero tal como la lámpara alimentada a
querosén que los campesinos de mi país encienden a la noche y alrededor de la
cual se sientan a cenar, cuando hay, y luego a leer, cuando hay y cuando hay
ganas, y a la que mosquitos y otros seres alados acuden ciegos de luz y la calor
los mata, así yo, encandilado por don Alonso Quijano, no puedo sustraerme a su
fulgor.
Muchas plumas hondas y brillantes han explorado los rincones del gran libro. Por
eso, parafraseando al autor, declaro sin ironía alguna que, con seguridad, este
discurso carece de invención, es menguado de estilo, pobre de conceptos, falto
de toda erudición y doctrina. Sólo hablo como lector devoto de Cervantes, pero
quién puede describir los territorios del asombro. Con mucha suerte y
perspicacia, es posible apenas sentarse a la sombra de lo que siempre calla.
Cervantes se instala en un supuesto pasado de nobleza e hidalguía para criticar
las injusticias de su época, que son las mismas de hoy: la pobreza, la opresión,
la corrupción arriba y la impotencia abajo, la imposibilidad de mejorar los
tiempos de penuria que Hölderlin nombró. Se burla de ese intento de cambio y se
burla de esa burla porque sabe que jamás será posible terminar con la utopía,
recortar la capacidad de sueño y de deseo de los seres humanos. Cervantes
inventó la primera novela moderna, que contiene y es madre de todas las
novedades posteriores, de Kafka a Joyce. Y cuando en pleno siglo XX Michel
Foucault encuentra en Raymond Roussel las características de la novela moderna,
éstas: “el espacio, el vacío, la muerte, la transgresión, la distancia, el
delirio, el doble, la locura, el simulacro, la fractura del sujeto”, uno se
pregunta ¿qué? ¿No existe todo eso, y más, en la escritura de Cervantes?
Su modernidad no se limita a un singular universo literario. La más humana es un
espejo en el que podemos aún mirarnos sin deformaciones en este siglo XXI. Dice
Don Quijote: “Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la
espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería a cuyo
inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su
diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite
la vida a un valeroso caballero, y que sin saber cómo o por dónde, en la mitad
del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una
desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que
hizo el fuego al disparar la maldita máquina) y corta y acaba en un instante los
pensamientos y la vida de quien la merecía gozar luengos siglos”.
Desde el lugar de presunto caballero andante quejoso de que las armas de fuego
hayan sustituido a las espadas, y que una bala lejana torne inútil el combate
cuerpo a cuerpo, Don Quijote destaca un hecho que ha modificado por completo la
concepción de la muerte en Occidente: es la aparición de la muerte a distancia,
cada vez más segura para el que mata, cada vez más terrible para el que muere.
Pasaron al olvido las ceremonias públicas y organizadas que presidía el mismo
agonizante en su lecho: la despedida de los familiares, los amigos, los vecinos,
el dictado del testamento ante los deudos. La muerte hospitalizada llega hoy con
un cortejo de silencios y mentiras. Y qué decir de los 200.000 civiles de
Hiroshima que el coronel Paul Tobbets aniquiló desde la altura apretando un
simple botón. Piloteaba un aparato que bautizó con el nombre de su madre, arrojó
la bomba atómica y después durmió tranquilo todas las noches, dijo.
Pocos conocen el nombre de las víctimas cuya vida el coronel había segado. La
muerte se ha vuelto anónima y hay algo peor: hoy mismo centenares de miles de
seres humanos son privados de la muerte propia. Así se da en Irak.
Creo, sin embargo, como el historiador y filósofo Juan Carlos Rodríguez, que el
Quijote es una gran novela de amor. Del amor imposible. En el amor se da lo que
no se tiene y se recibe lo que no se da y ahí está la presencia del ser amado
nunca visto, el amor a un mundo más humano nunca visto y torpemente entrevisto,
el amor a una mujer que no es y a una justicia para todos que no es. Son amores
diferentes pero se juntan en un haz de fuego. ¿Y acaso no quisimos hacer
quijotadas en alguna ocasión, ayudar a los flacos y menesterosos? ¿Luchando
contra molinos de aspas de acero, que ya no de madera? ¿Despanzurrando odres de
vino en vez de enfrentar a los dueños del dolor ajeno? ¿“En este valle de
lágrimas, en este mal mundo que tenemos –dice Sancho–, donde apenas se halla
cosa que esté sin mezcla de maldad, embuste y bellaquería”?
He celebrado hace dos años, con ocasión de la entrega del Premio Reina Sofía de
Poesía Iberoamericana, mi llegada a una España que no acepta las aventuras
bélicas y que rompe clausuras sociales que hieren la intimidad de las personas.
Hoy celebro nuevamente a una España empeñada en rescatar su memoria histórica,
único camino para construir una conciencia cívica sólida que abra las puertas al
futuro. Ya no vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo en que los
ciudadanos eran obligados a olvidar por decreto. Esa clase de olvido es
imposible. Bien lo sabemos en nuestro Cono Sur.
Para San Agustín, la memoria es un santuario vasto, sin límite, en el que se
llama a los recuerdos que a uno se le antojan. Pero hay recuerdos que no
necesitan ser llamados y siempre están ahí y muestran su rostro sin descanso. Es
el rostro de los seres amados que las dictaduras militares desaparecieron. Pesan
en el interior de cada familiar, de cada amigo, de cada compañero de trabajo,
alimentan preguntas incesantes: ¿cómo murieron? ¿Quiénes lo mataron? ¿Por qué?
¿Dónde están sus restos para recuperarlos y darles un lugar de homenaje y de
memoria? ¿Dónde está la verdad, su verdad? La nuestra es la verdad del
sufrimiento. La de los asesinos, la cobardía del silencio. Así prolongan la
impunidad de sus crímenes y la convierten en impunidad dos veces.
Enterrar a sus muertos es una ley no escrita, dice Antígona, una ley fija
siempre, inmutable, que no es una ley de hoy sino una ley eterna que nadie sabe
cuándo comenzó a regir. “¡Iba yo a pisotear esas leyes venerables, impuestas por
los dioses, ante la antojadiza voluntad de un hombre, fuera el que fuera!”,
exclama. Así habla de y con los familiares de desaparecidos bajo las dictaduras
militares que devastaron nuestros países.
Y los hombres no han logrado aún lo que Medea pedía: curar el infortunio con el
canto.
Hay quienes vilipendian este esfuerzo de memoria. Dicen que no hay que remover
el pasado, que no hay que tener ojos en la nuca, que hay que mirar hacia
adelante y no encarnizarse en reabrir viejas heridas. Están perfectamente
equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la
sociedad como un cáncer sin sosiego.
Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Sólo así es posible el
olvido verdadero. La memoria es memoria si es presente y así como Don Quijote
limpiaba sus armas, hay que limpiar el pasado para que entre en su pasado. Y
sospecho que no pocos de quienes preconizan la destitución del pasado en
general, en realidad quieren la destitución de su pasado en particular.
Pero volviendo a algunos párrafos atrás: hay tanto que decir de Cervantes, de
este hombre tan fuera del uso de los otros. De sus neologismos, por ejemplo.
Salvo él, nadie vio a una persona caminar asnalmente. O llevar en la cabeza un
baciyelmo. O bachillear. Don Quijote aprueba la creación de palabras nuevas,
porque “esto es enriquecer la lengua, sobre quien tienen poder el vulgo y el
uso”. Hace unos años ciertos poetas lanzaron una advertencia en tono casi
legislativo: no hay que lastimar al lenguaje, como si éste fuera río coagulado,
como si los pueblos no vinieran “lastimándolo” desde que empezaron a nombrar.
Cuando Lope dice “siempre mañana y nunca mañanamos” agranda el lenguaje y
muestra que el castellano vive, porque sólo no cambian las lenguas que están
muertas. La lengua expande el lenguaje para hablar mejor consigo misma.
Esas invenciones laten en las entrañas de la lengua y traen balbuceos y brisas
de la infancia como memoria de la palabra que de afuera vino, tocó al infante en
su cuna y le abrió una herida que nunca ha de cerrar. Esas palabras nuevas, ¿no
son acaso una victoria contra los límites del lenguaje? ¿Acaso el aire no nos
sigue hablando? ¿Y el mar, la lluvia, no tienen muchas voces? ¿Cuántas palabras
aún desconocidas guardan en sus silencios? Hay millones de espacios sin nombrar
y la poesía trabaja y nombra lo que no tiene nombre todavía.
Esto exige que el poeta despeje en sí caminos que no recorrió antes, que
desbroce las malezas de su subjetividad, que no escuche el estrépito de la
palabra impuesta, que explore los mil rostros que la vivencia abre en la
imaginación, que encuentre la expresión que les dé rostro en la escritura. El
internarse en sí mismo del poeta es un atrevimiento que lo expone a la
intemperie. Aunque bien decía Rilke: “[...] lo que finalmente nos resguarda/es
nuestra desprotección”. Ese atrevimiento conduce al poeta a un más adentro de sí
que lo trasciende como ser. Es un trascender hacia sí mismo que se dirige a la
verdad del corazón y a la verdad del mundo. Marina Tsvetaeva, la gran poeta rusa
aniquilada por el estalinismo, recordó alguna vez que el poeta no vive para
escribir. Escribe para vivir".
Télam
Se
murió Juan, murió el poeta
Por Mempo Giardinelli
Ay sí, digámoslo: lo primero es la desolación, el miedo, el dolor.
Se murió Juan, el poeta. El más grande de todos, el de Violín, el de Gotán, el
que nos enseñó a gozar de los diminutivos para la sonoridad contundente de
versos inolvidables.
Juan el militante, el que luchó toda su vida por principios que muchos
compartimos. Y así encontró una nieta que era, es, un poco hijo, hija, una vida
que tiembla, seguro, ahora mismo en Montevideo.
Juan el amigo, el entrañable puteador que se enojaba cuando uno le decía que no
fumara, que la cortara con los puchos. La última vez hace poco, en Brasilia,
entre cenas y conversaciones interminables como las madrugadas y el calor. Esa
noche se fumó más de medio paquete, y yo, pensando que a Soriano ya se lo había
llevado el tabaco, le dije que no jodiera más con el pucho. Me retrucó que no
jodiera yo, que era un converso y esos son los peores. Y me miró enojado. Y
enseguida se rió como se reía Juan, un poco a lo niño, celebratorio de sus
propias ocurrencias.
Y también déjenme decir lo primero que sentí: me cago en la puta que la parió a
la Parca. Lo dije, y disculpen pero es lo más profundo y sincero que puedo decir
ahora porque, también debo decirlo, hoy fue un día de mierda porque esta mañana
se murió otro amigo, de nombre Marcelo, no un gran poeta, pero un flor de tipo.
Y a las nueve de la noche esta noticia que paraliza, vamos, el doblete es
demasiado.
Nos vimos mucho últimamente y siempre tan bien, tan ocurrente y jodón, y tan
bien plantado en sus ideas y principios. Deja helado esta noticia canalla, ante
la que uno sólo puede hacer lo que hacemos nosotros, los periodistas, los
escribidores: contar lo que sucede. Y si lo que sucede es que se murió Juan
Gelman, caramba, entonces conjeturemos: ¿Y mañana qué? ¿Cómo haremos para
levantarnos y mirar el cielo y pensar en México, su otra patria, su otro
entrañable territorio que lo acogió como a mí, como a tantos y tantas de
nosotros? ¿Y cómo vamos a leer poesía de ahora en adelante, si ya no va a estar
Juan?
Denme una idea de tiempo y medida, porfa, y me pongo a escribir ahora mismo. Eso
les dije a los colegas del diario hace un ratito, casi ya las once de la noche y
medio lagrimeando. ¿Qué otra cosa hacer sino ponernos a escribir, en homenaje al
escriba más grande que teníamos? Yo lo conocí hace como cuarenta años, en la
redacción de la revista Panorama. Juan ya era un prócer del oficio, y de la
información internacional, y ya entonces daba poca bola. Fumaba a lo bestia, eso
sí, pero qué íbamos a pensar, en aquellos tiempos en que nos sentíamos eternos,
en los daños del pucho. Y a la poca bola le sumaba ese hablar medio cantadito,
como de quien se hamaca en las palabras y eso porque era poeta. Pocos lo sabían,
entonces. El culto a su obra vino después, pero la poesía de Juan ya era enorme
porque nació enorme.
Durante el exilio no fuimos amigos. No nos dábamos bola, como nos pasó a muchos;
eran los tiempos de las diferencias, que también suelen ser un modo de las
construcciones. Después vinieron los acercamientos. Por terceros amigos, por
gente querida que nos era común y que nos sigue uniendo. Y después fue un largo
vino tinto una noche en Buenos Aires, los dos coincidiendo en cuánto amábamos
esa ciudad que sin embargo habíamos abandonado. Y después los viajes, su
departamento de la Colonia Condesa en el D. F. mexicano, alguna noche
inolvidable de whiskies con picada argentina, y después Madrid, y más luego
Frankfurt, y Brasilia, y Resistencia, a la que nunca pudo venir, pero siempre me
decía que tantas veces había querido que era como que ya había estado.
Cierto: esta nota es berreta. Por el dolor quizá, por la prisa del cierre. Y
porque cuando muere un amigo duelen hasta las palabras que uno encuentra y ni se
digan las que somos incapaces de encontrar. Y cuando se muere un poeta que
además es el Poeta Mayor de nuestra República, qué palabras va a encontrar uno.
Todo es dolor en esta hora. Dicen que se murió Juan, y entonces qué sé yo qué
decir, si la verdad es que en este momento en que despacho esta nota por mail a
mí me duele todo.
Descansá en paz, Maestro. Ninguna palabra sonará igual después de vos, querido
Juan.
MACARENA
GELMAN HABLO SOBRE SU ABUELO, JUAN GELMAN
“Ganó muchas batallas”
Macarena Gelman en México, donde el miércoles fue velado su abuelo.
Imagen: EFE
La nieta del poeta dijo que tiene “una tristeza y un dolor enorme” y que su
abuelo “terminó sus días en paz”.
“Mi abuelo ganó muchas batallas a pesar del dolor, y una de ellas fue
encontrarme”, dijo Macarena Gelman el miércoles por la noche en México, donde
despidió los restos de Juan Gelman, el abuelo que la buscó hasta dar con ella en
Uruguay. “Yo no sabía de él hasta entonces. Cuando me enteré, fue de todo: lo
conocí como abuelo, como escritor, como poeta, como periodista”, contó.
Macarena Gelman viajó de Uruguay a la Ciudad de México para asistir el miércoles
al velatorio de su abuelo. Allí hizo declaraciones al diario Reforma. Contó que
la última vez que habló con su abuelo fue el sábado. El lunes, un día antes del
fallecimiento, se comunicaron por correo electrónico. “Ya llevaba un tiempo
conociendo la situación, así que, si bien es una tristeza y un dolor enorme,
también fue la tranquilidad de que terminó sus días en paz. A pesar del dolor,
queríamos que no estuviera sufriendo o que sufriera lo menos posible.”
“Hasta diciembre, que estuve unos días con él, estaba preocupado por escribir”,
a pesar de las recomendaciones de los médicos, contó Macarena. El director del
suplemento cultural del diario Milenio, José Luis Martínez, había revelado que,
antes de morir, Gelman terminó de escribir Amar a Mara, un “homenaje al amor que
tenía por su mujer, Mara La Madrid”.
“A pesar del dolor, de la vida que tuvo, pudo hacer muchas cosas; una de ellas,
gracias a la ayuda de su esposa, fue encontrarme”, dijo Macarena.
La nieta del poeta nació en Montevideo, mientras su madre estaba cautiva. María
Claudia García Iruretagoyena y Marcelo Ariel Gelman, hijo del poeta, fueron
secuestrados en Buenos Aires el 24 de agosto de 1976. Ella tenía 19 años y
estaba embarazada de ocho meses. Marcelo fue ejecutado y su cuerpo fue
encontrado en San Fernando, en un tonel de cemento. La mujer fue llevada del
centro clandestino Automotores Orletti, sede del Plan Cóndor, a Montevideo, a un
edificio del Servicio de Información de Defensa (SID), en Bulevar Artigas y
Palmar. Estuvo prisionera en la planta baja del lugar con otros veinte detenidos
uruguayos que permanecían encerrados en el sótano. Probablemente el 1º de
noviembre de 1976 dio a luz a su hija en el Hospital Militar de Montevideo y
pocos días después fue nuevamente conducida al centro del SID. Cerca de la
Navidad fue sacada con su niña y llevada a otro campo clandestino de Montevideo,
llamado Valparaíso. Allí fue asesinada para sacarle a su hija, a mediados de
enero de 1977. La niña, ya una joven, fue encontrada por Gelman en Uruguay a
principios de 2000. Había sido entregada a un policía uruguayo.
La búsqueda del cuerpo de su nuera fue una de las batallas que libró el poeta
hasta su muerte. Por eso, Macarena afirmó que “la historia sigue abierta”.
Ayer, el Gobierno formalizó la declaración de tres días de duelo nacional por el
fallecimiento de Gelman. En el decreto publicado en el Boletín Oficial se señala
que “en su obra desplegó a pleno su fuerte compromiso social, retratando
fielmente la realidad de nuestro país y las injusticias de Latinoamérica”.
“Poeta y periodista, reconocido internacionalmente por la singularidad de su
obra, exiliado forzoso y, en su propia definición, esperanzado sin remedio,
durante toda su vida ha luchado por los derechos civiles, políticos, económicos
y culturales de sus compatriotas y de los hermanos latinoamericanos”, se destaca
en los considerandos. En la argumentación se recuerda que Gelman, “habiendo
nacido en la ciudad de Buenos Aires el 3 de mayo de 1930, se radicó en 1989 en
la Ciudad de México luego de un largo peregrinar por el exilio, fruto de la
brutal persecución que sufrió él y su familia por su militancia y compromiso
político”.
Juan
Por Rodolfo Alonso Juan
Después de merecer
espiar De atrásalante...
en sus originales
¿Y cómo habría de ser, no siendo Gelman,
la cosa entonces devenida, cómo
podría la cosa serse, Juan no siendo?
(En el oasis MaraJuan producen
cosas de grande limpidez: amigos,
es decir la amistad, la de adeveras,
sin reto, con retorno, sin retórica.)
¿Y cómo habrá en la cosa seguir siendo
cosa nomás, apenas, nada menos,
cosa de siempre-nunca, todo en uno?
(México DF, 9-10-2008)
La poesía se parecía a la palabra siempre
Por Sergio Kisielewsky
Lo adoraba. Cuando leí por primera vez “Esa mujer se parecía a la palabra nunca”
la cabeza se me cortó al medio como un melón. En el centro de qué, ¿del corazón
del pensamiento? Eso aún no lo sé ni lo sabré. En ese entonces no era poesía ni
imagen ni construcción, era un hachazo de ternura que en la adolescencia resultó
una forma de mirar de sentir de que las palabras podían decir muchas cosas, esas
palabras, podían sugerir y causar un extrañamiento una distancia que vaya
paradoja acercaba a las cosas y a los seres humanos. Pasaron los años y
Corregidor editó en julio de 1975 cinco mil ejemplares de ese gran libro de tapa
marrón con los mejores poemas que se escribieron en nuestra tierra, Violín y
otras cuestiones, Gotán, Cólera Buey, Traducciones I, II, y III, Fábulas y
Relaciones. No había un solo poema que salga de tono “un pájaro parado en la
mitad de un toro/ me hacen vivir con humildad”. Allí estaban los poemas a los
amigos jiri wolker attila jószef, los grandes pechos de Ofelia, el homenaje al
Che y “La muchacha del balcón” que después oí en disco (“todos creían haberla
amado alguna vez”) un poema que atraviesa como una espada de sentido, de cambios
de ritmo e invento de palabras (alcol). Lo adorábamos, leíamos sus poemas
mientras tomábamos ginebra con hielo mientras íbamos a la oscuridad de una
galería que pasaba música de Edith Piaf en Córdoba y Maipú. La vida estaba en
esos versos y sus libros significaban dar vuelta como un guante las imágenes
leídas hasta entonces. La poesía se habrá asombrado ella misma ante Gelman,
alguien que entró por otro lugar al oficio, que escuchó a Tuñón, el silencio de
los barrios amados, los trabajadores en la fábrica y después enamorándose.
Gelman fundó un mirar. La biblioteca del Club Atlanta lleva su nombre y fue lo
primero que me preguntó cuando lo conocí (“¿Cómo anda el Bohemio?”). Le fui a
hacer una entrevista en 1992 cuando él participó del Encuentro de Escritores
Judíos que se realizó en Buenos Aires. En realidad yo temblaba, pero él fue muy
cordial, tímido, tenía una entonación al dudar y al responder como si fuera a
escribir otro poema. Después lo vi en el Encuentro Internacional de Poesía de
Rosario y también compartimos una mesa y me saqué una foto con él. Es una foto
llena de alegría y juventud de ambos. Recuerdo que en los ’80 y ’90 se lo leía
en los talleres literarios hasta exprimirlo. “Belleza coraza íntima”, escribió.
Antes de empezar el nuevo siglo dijo sus poemas en el Teatro San Martín y la
gente estaba sentada en el suelo, escuchaba desde los pasillos y cuando se
levantó siempre sonreía apenas. Me hubiera gustado que viva en un barrio porteño
sólo para saber que estaba entre nosotros pero fue imposible. A veces los poetas
se van en enero como María Elena Walsh y también mi papá que me regaló el libro
de Corregidor.
Al abuelo
Por Hernán Patiño Mayer *
(Escrito en el día en que conocí a mi nieta Paloma)
Se ha muerto un gran abuelo, que me dicen también es un gran poeta (¿morirán los
poetas...?). Yo lo conocí como abuelo, en tiempos de duras batallas orientales.
Conocí al abuelo que desnudó la solemnidad cómplice de los Sanguinetti, porque
la cultura que se vive es siempre vencedora de la cultura que se cuenta. Conocí
al abuelo que le devolvió a Macarena su identidad secuestrada y que no pudo,
porque los cobardes le robaron también el tiempo, devolverle a su nieta los
restos de su madre asesinada. Hoy los asesinos de María Claudia celebran la
muerte del abuelo, del poeta; nada entienden ni entenderán jamás; pero sí creen,
suponen, desean que ese mastín no seguirá rastreando sus huellas nauseabundas.
Se sienten impunes, porque así lo quisieron los claudicantes y los cobardes.
Pero los cobardes olvidan que el ejemplo de ese abuelo, del poeta que nada les
importa y del que nada saben ni entienden, sobrevive a través de su propio
testimonio en el corazón de un pueblo que, aunque no lea su poesía, compadece al
abuelo, padece con él. Y que ese pueblo a través del abuelo hecho poesía, ese
pueblo sobrevive y no resigna su hambre de Memoria, no traiciona su amor por la
Verdad y no cesa en su sed inagotable de Justicia. Ha muerto un abuelo. Que no
dejen de temblar los asesinos, porque la impunidad no existe y el pueblo
sobrevive. El abuelo Juan habita hoy el mundo eterno, ese donde la verdad, el
amor y la belleza serán sus compañer@s para siempre.
Gracias, Juan, y hasta cualquier momento.
* Ex embajador argentino en Uruguay.
Más solos
Por Raúl Zaffaroni
Vivo todos los versos, pero soy incapaz de escribir uno solo. Para eso estaba
Juan, para escribir los versos vivenciados por los que no somos poetas. Allí
estaba él, mirándonos con su mirada pícara pero bonachona y doliente de sabio
que estaba más allá del dolor sin salir de él, en esa particularísima relación
equilibrante que había establecido entre el ser estando y no estando (pobres las
lenguas que no distinguen entre “ser” y “estar”, que embrollos ontológicos). Ya
no tendremos quién nos escriba los versos que vivenciamos. Nos quedamos bastante
más solos, con la soledad argentina y tanguera que el milagro nos hace superar.
Lo que nunca superaremos es la ausencia del amigo “de fierro”, como sólo él
sabía serlo.
17/01/14 Página|12
Duelo
Por Luis Bruschtein
La presidenta Cristina Kirchner decretó tres días de duelo nacional por la
muerte de Juan Gelman, un poeta que hasta fines de los ’80 estuvo proscripto y
no podía regresar al país. Esa muerte y ese duelo no quedan acotados al plano
puro del arte o la literatura. Hubiera sido también en su momento, y
merecidamente, por Borges, pero a nadie le habría llamado la atención, ni
siquiera a los peronistas. La decisión política de declarar el duelo nacional
por la muerte del poeta Juan Gelman es una forma de repatriarlo, de recuperarlo,
de hacerlo propio, a él y a esa parte de la historia que representó, castigada,
escarnecida y expulsada. Tres días de duelo por el poeta y por su sombra dolida
y silenciosa y por su vida de lucha y alegría junto a “Pedro el albañil” y
“María, la sirvienta”. Duelo por un poeta que se apropió de odios y amores
argentinos y vivió sus propios versos cuando decía: “Si me dieran a elegir, yo
elegiría / este amor con que odio, / esta esperanza que come panes desesperados.
/ Aquí pasa, señores, / que me juego la muerte”. Y también es el poeta que logró
recuperar a su nieta Macarena, que había sido apropiada por los militares
durante la dictadura, y el hombre que había recibido todos los reconocimientos
internacionales que puede tener un poeta, el Premio Cervantes, el Reina Sofía o
el Juan Rulfo, el escritor considerado hasta el momento de su muerte como el
mayor poeta vivo de habla hispana.
Hay vasos comunicantes entre poesía y política. Hay historias donde los poetas
se convierten en íconos de su momento histórico, como Miguel Hernández con la
República Española, Pablo Neruda con el Chile de Allende, Nicolás Guillén con la
Revolución Cubana o el mismo José Hernández, el intelectual de la montonera más
vilipendiada por la historia oficial, que terminó convirtiéndose en el poeta
nacional, expresión de una identidad, a pesar de haberse levantado en armas tres
veces junto al general López Jordán contra Mitre y Sarmiento. Son los poetas que
están del lado de la justicia y los débiles, de los que pierden batallas pero
ganan guerras en otras dimensiones. Aciertan y se equivocan como cualquier
mortal pero tienen una relación indescifrable, involuntaria y privilegiada con
la historia.
Sin proponérselo, habiendo querido ser sólo poeta, Juan Gelman se inscribe en
esa tradición para los argentinos desde fines de los ’50, cuando publicó su
primer libro. En esos años, los intelectuales de la izquierda no comunista se
habían expresado en la revista Contornos, que dirigían los hermanos Ismael y
David Viñas. En el otro carril de la izquierda, en el abundante universo
cultural de los comunistas de aquellos años brillaban las estrellas de tres
jóvenes promesas que ya habían pasado los 20 años. Un intelectual teórico que
apuntaba a reemplazar a los Ghioldi, el sociólogo Juan Carlos Portantiero, un
escritor que se había revelado con una serie de cuentos poderosos, Andrés
Rivera, y el poeta Juan Gelman, dos años más chico que Rivera.
Influenciados por las revoluciones china y cubana, a principios de los años ‘60
los tres se fueron del Partido Comunista con una fracción que se llamó
Vanguardia Revolucionaria, que se extinguió rápidamente. Juan Gelman era el
corresponsal argentino de la agencia china Xin-Hua, pero a mediados de los ’60
estaba más próximo a la Revolución Cubana y dejó la agencia china, donde lo
reemplazó Andrés Rivera, quien siguió escribiendo allí hasta muchos años
después.
Desde aquella época hasta su reaparición en los ’80 con novelas deslumbrantes,
como La revolución es un sueño eterno y El amigo de Baudelaire, Rivera publicó
poco, en cambio fue el período más productivo de Portantiero y Gelman. El
primero incursionó en un Gramsci hasta ese momento muy relegado por la ortodoxia
marxista, editó con Pancho Aricó los Cuadernos de Pasado y Presente, rozó las
experiencias guerrilleras peronistas, en el exilio se enroló en el eurocomunismo
y la crítica al socialismo real y finalmente integró el Grupo Esmeralda, que
respaldó a Raúl Alfonsín.
Todos ellos eran leídos igualmente por peronistas y no peronistas. El campo de
la cultura nacional y popular tenía algunos puntos de contacto desde los apuntes
teóricos de John William Cooke, el revisionismo histórico de Fermín Chávez, Pepe
Rosa o el colorado Abelardo Ramos, poetas de una potencia inusitada como
Leónidas Lamborghini con su “Eva Perón en la hoguera” y las cátedras nacionales
de Roberto Carri, Alcira Argumedo y Horacio González.
Marcados por el prejuicio, en general los no peronistas conocían poco o nada del
universo cultural que generaba el peronismo. La complejidad de Hernández Arregui
o las miradas críticas de Rodolfo Puiggrós o Abelardo Ramos sobre el papel de la
izquierda antiperonista ponían un rechazo de antemano. Para la izquierda no
peronista no había nada en el peronismo. En cambio, la militancia peronista leía
de todos lados.
En ese paisaje fue apareciendo la poesía de Juan Gelman con versos como “un
hombre deseaba violentamente a una mujer, / a unas cuantas personas no les
parecía bien, / un hombre deseaba locamente volar, / a unas cuantas personas les
parecía mal, / un hombre deseaba ardientemente la Revolución / y contra la
opinión de la Gendarmería / trepó sobre los muros secos de lo debido, / abrió el
pecho y sacándose / los alrededores de su corazón, / agitaba violentamente a una
mujer, / volaba locamente por el techo del mundo / y los pueblos ardían, las
banderas”. Estaba en Gotán, que se publicó en 1962 junto con otras poesías como
“María, la sirvienta” y “Pedro, el albañil”.
Entre “Cuba Sí” y “Fidel”, al mismo tiempo se va abriendo al peronismo. Se
incorpora a las FAR y luego a Montoneros. No se concebía como un poeta que
militaba, sino como un militante que escribía poesía. Nunca reclamó ningún
privilegio para su condición de poeta y nunca dejó de serlo, nunca paró de
escribir. Su amor por Vladimir Maiakovski, el poeta de la Revolución Rusa, una
historia que lo conmueve, que lo desconcierta y lo indigna y le producía también
un fuerte rechazo del estalinismo. En el exterior se separó de Montoneros con
críticas al militarismo y al sectarismo de la conducción de esa organización y
se quedó en el exilio donde comenzó una dolorosa búsqueda en los pliegues de la
derrota, en su hijo desaparecido, en sus amigos muertos y desaparecidos, le
escribe a Rodolfo Walsh y a Paco Urondo, recuerda a Haroldo Conti. “Te pisaré
loco de furia. / Te mataré los pedacitos. / Te mataré una con Paco. / Otra lo
mato con Rodolfo. / Con Haroldo te mato un pedacito más. / Te mataré con mi hijo
en la mano. / Y con el hijo de mi hijo muertito. / Voy a venir con Diana y te
mataré. / Voy a venir con José y te mataré. / Te voy a matar derrota”.
Se supone que las derrotas no se matan, pero derrotó varios pedacitos de ella
cuando encontró a la hija de su hijo. “Te mataré con mi hijo en la mano –le
dijo– y con el hijo de mi hijo muertito.” Volvió a la Argentina, dirigió el
suplemento cultural de Página/12 y volvió a enamorarse ya de Mara, su última
esposa. Desde México respaldó los avances populares en América latina y en sus
contratapas de los domingos cuestionaba en forma implacable la prepotencia
militar de Estados Unidos como potencia hegemónica. Murió a los 83 años, después
de haber escrito amaramara, un libro de amor. Son batallas, son derrotas, son
cicatrices y algunas victorias que dejó en sus poemas, donde el mundo reconoce
señas de identidad, rasgos y fragmentos de un espíritu. También algo de
humanidad de los seres humanos y de los argentinos. El duelo es por el poeta y
un homenaje a esa humanidad.
Juan
Poeta
Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn, Alemania
Imagen: Pablo Piovano
Un poeta llamado Juan, con nombre de albañil de brocha gorda, de peón de campo,
de plantador de nogales. Juan, nada más que Juan. Ni Juan Domingo ni Juan Pablo.
Juan. Pero el noble de la poesía. Eso sí, la poesía más profunda, con el
lenguaje sencillo, con la palabra de la calle. Y la filosofía profunda de barrio
que la hizo cátedra.
Podría escribir un libro sobre nuestro encuentro, pero prefiero abrir uno de tus
libros porque allí está todo, todo lo que decías en nuestras extensas
conversaciones: la injusticia social, lo que es poner el cuerpo para que no haya
más niños con hambre, para guiñar el ojo a una mujer que nos gusta, para hablar
de la filosofía de las calles y pintarla en una acuarela con todos sus colores.
Juan, el sabio. Juan, el mano abierta. Juan. El esencialmente poeta en todo.
Juan, el ciudadano que pone la cara. Completo. Todo dicho en sus sabios versos.
Un cantor de los barrios pobres que nos enseña qué deber debe ser la dignidad
contra la futileza del arribismo. Sí, la idiotez egoísta del arribismo.
Juan Gelman, nuestro poeta de máxima sabiduría. Pero poeta. Nada más que eso.
Que es todo.
Los hermosos recuerdos. Nos conocimos en la redacción de Noticias Gráficas, allá
por la década del cincuenta, en el edificio de la Avenida de Mayo. Allí nos
juntábamos los que hacíamos Gaceta Literaria, que dirigían Roberto Hosne y Pedro
Orgambide, junto a otros escritores y poetas que recién comenzaban a escribir. Y
después, en la redacción de Clarín –cuando estaba aún Roberto Noble– que trataba
de imitar a Natalio Botana, el director de Crítica, con una redacción, la mitad
de derecha y la mitad de izquierda. Allí, sentado, con la imaginación caminando
por otro lado, estaba Raúl González Tuñón, el grande, hoy tan olvidado. Raúl
González Tuñón, qué poeta, que fue tu verdadero maestro y vos reconociste eso
con gran orgullo. Raúl, el poeta de los barrios, el poeta de la gente humilde,
de los conventillos y del tango. Poeta de poetas. Me acuerdo de él, caminando
perdido por la redacción, mirando al infinito, pensando en sueños, tratándose de
explicar todo en versos.
Vos, Juan Poeta, eras un comunista a carta cabal. Soñabas con el fin del
capitalismo. Cuántas veces discutimos hasta la madrugada en aquel café de
Uruguay y Corrientes, que hoy, lástima, no existe más. Vos por la dictadura del
proletariado; yo por la Igualdad en Libertad. Pero, por encima de las
discusiones, nuestra amistad, muy fraternal, por cierto. Juan Gelman, el
apellido inventado por tu padre ruso para poder entrar a la Argentina, y Juan,
el nombre del pueblo. Justo para un poeta, el mayor poeta del pueblo.
Luego vendrá la época del fuego. Las dictaduras. Que culminará con el más
cobarde de los sistemas de represión: la desaparición de personas. Y vos, firme
en tu pensamiento: sólo con la lucha violenta contra la violencia se podrá
triunfar. En vez de la vida cómoda del poeta que se encierra solo en el altillo
para escribir versos, el luchador que pone el rostro en la vanguardia. ¡Si lo
habremos discutido!
Hasta que llegó la época de López Rega. El miserable. Y ya nos podíamos ver muy
poco. La última vez, antes del exilio, a la noche, en una mesa del café de
Tribunales, ahí, bien atrás, contra la pared. La tristeza por la muerte de
tantos compañeros, amigos del alma. Y fue una especie de despedida de dos que
querían arreglar el país, pero con distintos métodos. Te repetí lo que yo
pensaba sobre la lucha política y vos sonreístes y me dijiste: “el triunfo final
será nuestro”. Y pasamos a hablar de poesía.
En el exilio nos vimos muchas veces. Estuviste en mi “Tugurio” de Berlín, en el
barrio reo de Kreutzberg. Los encuentros cargados de tristezas, con el recuerdo
de los que se fueron.
Una vez le dijiste a uno de mis hijos: “Admiro a tu padre que fue capaz de
salvar a todos sus hijos”. La próxima vez que nos vimos te respondí: “Sí, pero
vos sos un héroe del pueblo, un Hijo del Pueblo, título que los obreros de antes
le daban a quienes ponían el cuerpo”.
Nuestra mejor cita era, todos los años, la Feria del Libro de Francfort. Allí
nos sentíamos bien. Planes, siempre planes para el futuro. Tu rostro triste e
irónico y tus palabras donde se escapaba siempre la poesía. Tu ternura cuando
hablabas de los queridos amigos que ya no estaban más: Rodolfo Walsh, el Paco
Urondo, Haroldo Conti... el dolor metido tan adentro que nunca se iría, que
nunca se explicaría...
Mi gran alegría fue cuando dijiste “Sí” a mi proyecto de hacer un libro conjunto
sobre el exilio y que se llamara así, justo: “Exilio”. Tu poesía y mi prosa
dándose un abrazo. Allí, tu poesía describe tal cual lo injusto, la nostalgia,
los amigos que cayeron, el dolor que queda ahí, bien adentro, para siempre.
Tu definición de exilio la escribiste, al pasar, en la primera página:
“Guardamos la ropita en el ropero, pero no hemos deshecho las valijas del alma”.
Y vos no abriste nunca a esas valijas. Hubiera sido como encontrar a tus
queridos muertos por los dictadores. Las cerraste para siempre y las llevaste
cerradas al México del final.
Me imagino que ahora sí, las vas a abrir para encontrar lo que perdiste.
Y escribir, escribir, tu magia, tu varita de mago. Cuando puedas, pasame por
debajo de la puerta tus nuevas poesías eternas.
Nos encontraremos, sin dudas, ya lo predicás vos en nuestro “Exilio”:
“Somos pedazos del viaje universal, diferentes, contrarios, las mismas olas nos
arrastran. Iremos a parar a cualquier playa. Vamos a hacer un fueguito contra el
frío y el hambre.
Vamos a arder bajo la misma noche.
Vamos a vernos, ver.”
Para Juan Poeta, la vida fue sólo poesía y compromiso con el ser humano.
Soñador. “Poeta esencial. Pura poesía.” Tu epitafio debe decir sólo eso.
Has pasado a llamarte de Juan Gelman a Juan Poeta.
18/01/14 Página|12
Gelman
contra los
“dos demonios”
Además de ser un magnífico poeta, Juan Gelman jamás renegó de su militancia
revolucionaria.
Por Demetrio Iramain
Mientras todo el país, el mundo de
las letras y la cultura lloran la partida de Juan Gelman, el diario La Nación no
pierde tiempo. Con un criterio político más que periodístico, el jueves 16 de
enero, dos días después de la muerte del escritor, reproduce en las páginas de
su diario una columna de opinión firmada por Ceferino Reato, que el sitio online
Perfil.com había publicado el día antes, cuando el cuerpo de Gelman aún estaba
tibio.
La nota de Reato es previsible en él. A prudente distancia de su macartismo, que
lo llevó a darle voz a Videla cuando estaba dentro de la cárcel de Marcos Paz,
prefiere esta vez citar a un tal Oscar del Barco y poner en tercera persona del
singular su propio pensamiento, afín al mito de los "dos demonios".
Dice Reato que dice Del Barco: "Los otros mataban, pero los 'nuestros' también
mataban. La verdad y la justicia deben ser para todos." Naturalmente, se está
refiriendo a la militancia revolucionaria de Juan Gelman, que precisa con grado
y todo: "Oficial de Montoneros" y "seis años" de acción que "incluyen los tres
años de los cuatro gobiernos constitucionales del peronismo, donde hubo
atentados como el que le costó la vida al sindicalista José Ignacio Rucci,
hombre de confianza del general Juan Domingo Perón, y ataques como el de
Formosa". Y agrega Reato otra vez en palabras de Del Barco: "Para comenzar, él
mismo tiene que abandonar su postura de poeta mártir y asumir su responsabilidad
como uno de los principales dirigentes del movimiento armado Montoneros. Debe
confesar esos crímenes y pedir perdón por lo menos a la sociedad."
Bien. Juan Gelman jamás renegó de su militancia en Montoneros. Reato sabe muy
bien que entre los 216 militares y civiles indultados por Carlos Menem en 1989,
a poco de iniciada su primera presidencia, figuraba el nombre de Juan Gelman.
Hasta entonces, el mayor poeta argentino (unos años después, hoy mismo, sería
considerado el mejor de la lengua española todavía vivo) no podía regresar a su
tierra, a su estar en el mundo, tras su largo exilio en Europa y México, porque
pesaba sobre él un pedido de captura librado por un juez federal argentino.
Envalentonado con la teoría de los dos demonios, el juez Miguel Guillermo Pons,
más papista que el Papa, le había iniciado un proceso por asociación ilícita y
en junio de 1985 ordenó su detención.
La democracia tenía ya seis años, dos levantamientos militares, dos leyes de
perdón (Punto Final y Obediencia Debida) y Gelman no podía volver al país. Eso
también fue el alfonsinismo. Eso tampoco es el kirchnerismo. Eso también ha
madurado la sociedad democrática argentina, mejora que no vino sola ni cayó del
cielo, y que exige cuidado diario, porque lobos disfrazados de corderos acechan
queriendo regresarla a las cavernas de donde salió.
Ninguna entre las biografías de Juan Gelman escritas de apuro en estas horas
recuerda el pedido de captura que pesaba sobre él aun varios años después de
terminada la dictadura. Los hechos de la vida política nacional vinculados a
Gelman pasan desde los años del exilio hasta el reencuentro con su nieta
Macarena. Se saltean groseramente las cuentas pendientes que el Poder Judicial
de nuestro país, heredado de la dictadura, quería cobrarse con el escritor.
Los dos demonios, indudablemente, fueron muy adentro en la subjetividad
argentina. Esa explicación hipócrita, que elude responsabilidades sociales en el
genocidio y modera la culpa criminal de la burguesía y el imperialismo que se
beneficiaron con el golpe y la represión, sigue quedando muy cómoda para muchos.
Subyace en no pocas conductas políticas. Tanto, que aún hoy puede leerse en un
diario centenario y de circulación nacional el reclamo de que quienes
sobrevivieron al genocidio "pidan perdón" por su militancia revolucionaria y
"admitan esos crímenes". No en vano las Madres, que jamás renegaron de la
militancia revolucionaria de sus hijos, fueron tan maltratadas por la cultura
dominante. Si hubieran sido madres angustiadas, ancladas para siempre en el
dolor; si Gelman hubiera sido sólo un magnífico poeta, y no el militante
revolucionario que fue... Pero no. Recién a partir del 25 de mayo de 2003,
Gelman y las Madres recibieron el reconocimiento institucional que la democracia
argentina les adeudaba con vergüenza.
Dice Ulises Gorini en el Tomo II de su Historia de las Madres de Plaza de Mayo:
"La secuencia numérica de los decretos que ordenaban el enjuiciamiento de las
cúpulas guerrilleras y militares –el 157 y 158, respectivamente– llevaba la
marca poco sutil de una periodización de la historia funcional al mito de los
'dos demonios', según la cual la acción guerrillera había precedido a la
represión militar, a la vez que la última había sido una respuesta a la
primera." Para el alfonsinismo, la guerrilla había sido la causante del "exceso"
militar en la represión "antisubversiva". Ahora nadie habla de "errores" y
"excesos", pero entonces esos términos eran frecuentes. Así explicaba
Jaroslavsky –y a su turno, Jaunarena consolaba al partido militar– los años más
atroces de la historia argentina. Gelman, Urondo, Walsh, Santoro, Bustos, Conti
y tantos otros eran mala palabra. Sinónimos de violencia. Integraban el
peligroso bando de uno de los dos "demonios". No había premios literarios, ni
reediciones de sus libros para ellos.
A pesar de que el primer indulto de Menem (al año siguiente firmaría otro de
igual tenor, que abrió las cárceles de lujo a los pocos genocidas todavía
presos) le devolvió plenos derechos cívicos, Gelman rechazó la medida. Con
dignidad y lucidez. "Me están canjeando por los secuestradores de mis hijos y de
otros miles de muchachos que ahora son mis hijos. Esto es inaceptable para mí.
Tan inaceptable como la 'reconciliación' con los genocidas para la que el señor
Firmenich se propone", escribió el 11 de octubre de 1989.
Ahora que Gelman murió, la presidenta de la Nación decreta tres días de duelo
nacional en su nombre y su memoria. Hay coherencia.
Gelman fue un consecuente crítico de esa aberración política, filosófica y
cultural que se llamó teoría de los "dos demonios". Este gobierno fue un
consecuente impugnador político, cultural e histórico de ese mito que estructuró
la política del Estado respecto de la década del setenta durante los primeros 20
años de legalidad reconquistada, hasta 2003.
Gelman se le animó con lucidez y decisión a Ernesto Sabato, intelectual orgánico
del alfonsinismo y colaborador bajas calorías de la dictadura. Y fue la
Secretaría de Derechos Humanos del gobierno de Kirchner la que, a treinta años
del último golpe cívico-militar, añadió otro prólogo a la versión original del
Nunca Más, que refuta al escrito por Sabato, en cuya primera oración se leía:
"Durante la década del 70 la Argentina fue convulsionada por un terror que
provenía tanto desde la extrema derecha como de la extrema izquierda."
Ruiz Guiñazú, que ahora va a trabajar con Lanata; Fernández Meijide, que se da
la mano con Cecilia Pando; los radicales Strassera y Gil Lavedra, no le
perdonarán jamás al kirchnerismo semejante herejía: haberse metido con la
CONADEP. No son diferencias de forma, sino discrepancias de fondo, insalvables.
Enhorabuena que el kirchnerismo no vaya atrás con ellas, hacerlo sería
retroceder la historia.
¿Ya salieron los dirigentes de la UCR a acongojarse por la muerte del poeta,
tirando bajo el felpudo la tierrita de su histórico doble discurso? Para
entonces, Juan Gelman ya será invencible en sus poemas, pero aquí, en la tierra,
a no olvidar: la lucha continúa.
Infonews
FUERON
ESPARCIDAS LAS CENIZAS DE JUAN GELMAN
Adiós a Juan
Jorge Denti, Macarena Gelman, Mara La Madrid, Andrea Spano y Paola Stefani
arrojan las cenizas de Juan Gelman desde un viejo puente ferroviario.
Imagen: Jaime Navarro Soto
En el lugar donde lo había pedido, en México, sus seres queridos, amigos y
familiares festejaron la vida y despidieron al poeta.
Por Luis Bruschtein
El sábado, con su esposa Mara La Madrid y entre familiares y amigos, las cenizas
del poeta Juan Gelman fueron desparramadas en México, en Nepantla, la tierra de
Sor Juana Inés de la Cruz, en la falda de los volcanes, desde la altura de un
viejo puente ferroviario del tiempo de los zapatistas. Hubo música en ese parque
cercano a la que se llama “Ciudad de los poetas” y los amigos comieron,
brindaron y leyeron poesías, mientras las cenizas del poeta se esparcían sobre
la cañada de un río.
“Lo despedimos cantando y recitando poesía”, relata Mara para agregar que desde
hace meses había sido una larga despedida. “Fue una despedida a Buenos Aires,
cuando estuvimos en la Biblioteca Nacional, porque Juan quería presentar allí su
libro y sabía que era la última vez que vería a la ciudad. Fue su despedida.”
Mara y Juan Gelman se conocieron en Buenos Aires y el 22 de diciembre se
cumplieron 25 años de ese día. Y este sábado se cumplían 25 años de su llegada a
México.
“Juan sabía que estaba mal, pero quería hacer una gran fiesta para celebrar ese
aniversario –relata Mara– y compré no sé cuántas botellas de vino, contratamos
mozos y un servicio para la comida y empezamos a invitar a unos 30 amigos,
además de la familia. Parecíamos locos, como estaba Juan y los dos organizando
una fiesta.”
Juan Gelman no pudo llegar a la cita, falleció el martes, pero la fiesta no se
desarmó, los amigos no fueron desinvitados. “Terminado el velatorio y regresando
a casa –relata Mara–, les leí, a los poquitos que quedábamos, un pequeño escrito
que Juan dejó a la familia en abril del 2013 en el que pedía que desparramáramos
sus cenizas entre Nepantla, lugar de nacimiento de Sor Juana Inés de la Cruz, y
los volcanes, y allí decidimos que ya, ya.”
“Esta mañana, en secreto, sin prensa, sin instituciones y etcéteras, partimos
hacia allá con los amigos que, para nosotros, son familia acá”, agrega Mara.
Paola, su hija recuerda que “en diciembre nos reunimos toda la familia en
México: mamá, Iván, Andrea, Macarena, Nora y Jorge. El día de ayer (por el
sábado), salimos de la Condesa, de casa de mamá y Juan, rumbo a Nepantla, en el
estado de México. ‘El pueblo de la poesía’ decía a la entrada del pueblo”.
No es necesario recordar los versos del mismo Gelman cuando contaba el entierro
del tío Juan: “Tío Juan era así/ le gustaba cantar/ y no veía por qué la muerte
era motivo para no cantar/...lo lindo es saber que uno puede cantar pío pío en
las más raras circunstancias...” No hace falta recordar esos versos para
concluir que allí en esa ciudad de Nepantla o “Ciudad de los poetas” más que
esparciendo cenizas se estaba festejando una vida.
Sus nietas Andrea Spano, Macarena Gelman, su hija Paola Stefani, su recuperado
yerno Luciano Spano, su gran amigo Jorge Denti y su esposa Mara desde la altura
de ese puente ferroviario y seguramente zapatista fueron desparramando las
cenizas del poeta como él lo había deseado. Los amigos se quedaron en el parque,
abajo, bailando y cantando con el grupo jaranero Son Felices, del que forma
parte Paola. El polvo blanco se depositó suavemente sobre las rocas y el arroyo.
“Y después –cuenta Mara– nos fuimos todos a festejar la vida de Juan a Tepoztlán,
en medio de un bosque de pinos, donde brindamos mil veces, comimos rico y nos
reímos como corresponde cuando se va alguien como Juan.”
“Fue
una celebración al Juan vivo”
En Tepoztlán se brindó, se comió y se recitaron sus poesías.
Por Eduardo Vázquez Martín *
Ayer sábado acompañé, junto a más de veinte amigos, a Mara y Paola, a Macarena y
Andrea, a Nepantla, la tierra de Sor Juana Inés de la Cruz, en las faldas de los
volcanes, donde Juan Gelman quiso fueran esparcidas sus cenizas. Hacía un buen
día, el sol entibió esta tierra de frontera entre los bosques fríos del estado
de México y los cañaverales de Morelos. Mara decidió echar las cenizas desde un
puente, de manera que éstas cayeron sobre un pequeño riachuelo que circunda el
centro cultural dedicado a la poeta y en los jardines del mismo. Mientras los
familiares y el cineasta Jorge Denti arrojaban las cenizas (cenizas enamoradas),
los amigos de Paola no dejaron de tocar sus jaranas. En un muro del museo
dedicado a Sor Juana podía leerse un verso suyo: “con que con docta muerte y
necia vida”. Fue una celebración al Juan vivo, leímos algunos de sus poemas,
tomamos vino y comimos pollos asados, aguacates y jitomates con aceite de oliva,
en la casa de Jorge Denti, ya en Tepoztlán, siempre acompañados por el canto de
las jaranas mexicanas y el acento porteño que no se separa de nuestros
trasterrados del sur. Escuchamos a Mara hablar de Juan desde su humanidad de
mujer que ha perdido a su amante, un poco celosa, pienso yo, de los amores que
Juan estará teniendo ahora con la muerte, con la Llorona que convocaron más de
una vez los soneros de Son Felices.
En este viaje a Nepantla yo recordé otro, uno que hice hace más o menos diez
años, de San Luis Potosí a Zacatecas; Juan y yo solos en un pequeño Volkswagen
en medio de esos paisajes inmensos, dramáticos, de nuestros desiertos del
Altiplano. Juan entonces acababa de encontrar a Macarena, y me contaba cómo él,
cada vez que escribía un artículo o daba una declaración sobre su nieta
desaparecida, sentía que sus palabras rompían un cerco, derrumbaban un muro, se
abrían paso hasta la hija de su hijo y nuera asesinados. “¿Te das cuenta Eduardo
el poder de las palabras? Fueron las palabras las que encontraron a mi nieta.”
Me emocionó abrazar a Macarena, esa muchacha hija del amor, nacida en medio de
la noche más negra de América latina, serena, mirando a los mexicanos
despidiendo a Juan, devuelta al mundo suyo por las palabras de su abuelo poeta.
* Poeta.
21/01/14 Página|12
El
ciclo histórico de Gelman
Por Horacio González. Director de la Biblioteca Nacional
cultura@miradasalsur.com
La batalla cultural:“Hemos guardado un silencio bastante parecido a la
estupidez” Bernardo de Monteagudo
¿Dónde está la politicidad de Gelman? No es difícil encontrarla mencionada en la
gran cantidad de reseñas y remembranzas que se publicaron en estos últimos días.
Pero la facilidad es traicionera. Nos quedamos con un poderoso manojo de
nombres, Partido Comunista, FAR, Montoneros. Palabras rotundas, dejan oír un
tañido macizo, que queda vibrando con un poco de aturdimiento durante algunos
segundos, si no somos de los que aún no decidimos aquietar definitivamente esos
repiques. Los días de duelo oficial cierran un arco tenso. No es posible que no
nos demos cuenta de que ahí hay una curva o una comba grávida, que se inicia con
el prólogo de González Tuñón, intentando buscarle o problematizarle una
tradición a Gelman, ya en 1956. Salta en ese prólogo el nombre de Paul Eluard,
no falta Celedonio Flores, se filtra un Juan L. Ortiz, en el que Tuñón ve un
filón rilkeano, como otros lo vieron mallarmeano. Un poeta es lo que nos permite
ver otro poeta hasta el hartazgo, el exceso o la arbitraria relación. Si se
empieza con el legado tuñonesco, sabemos perfectamente que ha ocurrido una
tragedia innombrable en el medio, que concluye con la recusación que hace Oscar
del Barco no de la poesía de Gelman, sino de la propia navegación política del
poeta, que siempre se hizo con una enorme fuerza elusiva en sus poemas, y una
explicitación que cuando surge directa, de inmediato se diluye en una acción
inocente. Ejemplifico con Incompletamente, escrito en México en 1995. “Ahí va el
dolor de la conciencia / acostadita sola al sol”.
En Oscar del Barco, sus últimos jugos líricos, que tienen una refinadísima
truculencia (Las campanas no tienen paz), son el fruto de una gran conmoción
personal que en sus inicios como escritor solo dejaba percibir el manejo acabado
y firme de las lecturas del primer Marx, como haría un profesor encumbrado que
sabe hacer resonar su marxismo vivo en la crítica de Kant o la fenomenología de
Hegel. Le ocurrió en el medio del camino una conmoción sagrada, que lo llevó a
la autopunición de la que ahora sale una enigmática poética, y a condenar a
Gelman por proseguir rodeando de confidencias poéticas los nombres fuertes del
medio siglo pasado envuelto en la sangre de los sacrificados. ¿Por qué Oscar
condena a Juan en su deseo de lo justo, y deja así que en lo justo se cuele lo
injusto? Hay una cuestión poética en el medio, aunque solo parezca una
disidencia política. Gelman poeta tropieza con un hablar público que enseguida
se refugia en un ensimismamiento, y la materia dura del mundo es ablandada
continuamente por intermedio de un uso melancólico del lenguaje, donde el tiempo
pasa sin que nos demos cuenta y devora partes de sintaxis, usurpa formas
verbales, pone diminutivos cómplices y se distrae en deliberadas brusquedades
que parecen formas tímidas de cortar ternuras, convocatorias amorosas o gracias
eróticas.
En cambio, Oscar no da por sentado que hay lenguaje, sino que su poética es un
interrogante desesperado por saber cómo comenzó el lenguaje. Esta disidencia
fundamental ocurrida en el mismo ciclo histórico del país, que se escribe con
cánones que se estiran en tanto esperanza revolucionaria, y luego desgarramiento
horroroso, exilio y autorreflexión poética sobre la culpa, se deslizó como
consecuencia secundaria en términos de una injusta crítica a Gelman, así como
era insondablemente justo el grito de angustia personal sobre un pacto entre la
decisión revolucionaria y la culpa teológica.
En Gelman, los desgarramientos tienen también la condición del creyente que
pregunta por qué Dios lo ha abandonado, pero encuentra pequeños milagros en
todos sus caminos, y las metamorfosis entre santidades, pájaros, erotismos,
memorias amorosas, caballos, que se suceden en medios de desplazamientos que no
parecen obedecer sino a una hecatombe del lenguaje de la cual la esperanza vive
eternamente uniendo piecitas de una frase definitivamente perdida. Solo resta
esparcir pero no olvidar los restos de una continuidad al parecer extinguida. No
se ha querido reemplazar todo eso por un giro hacia otra posibilidad de vida, no
se procedió a la condena voluntaria y expiatoria de lo que se fue, de los textos
que se escribieron, imponiéndose la cancelación mística que hice de ellos. Oscar
fue cancelatorio y buscó otros arcanos en la lengua. Gelman fue insistente,
ahondó desde su primer “el pájaro vivía en mí” hasta el final, diciendo que “en
las categorías de los actos, los canarios nunca se posan y la beatitud que las
envuelve se parece a un tiro en la sien”.
No hay en ninguno de ellos otra cosa que una diferente actitud, contrapuesta
totalmente, hacia los compromisos políticos pasados. Quien los quería ver, esos
compromisos permanecían en “estado de reflexión poética” en Juan y solo eran
mencionados por Oscar para descubrir un albergue del mal en el que sin saber
habitaban, y optó por encontrarlo en su propia voz, produjo la mutación en el
acto de la escritura, y avizoró a Juan como quien no había encarado ese proceso
expiatorio. Pero Gelman no lo hizo ni lo debía hacer porque todo lo encandilaba
en su propio espíritu ambulatorio y expatriado. En su propia calidad de
desterrado universal, que en verdad la tenía desde siempre, y apenas se nota su
delicada exacerbación en sus poesías posteriores a los ’80, donde hay nombres,
palabras alusivas, circunstancias fácilmente ubicables, pero que pronto se hacen
evanescentes en una poética con fraseos como “el trabajo del aire es conocer la
muerte”.
Soy amigo de Oscar; intercambié en los últimos años apenas unas pocas palabras
con Juan. Me veo en la obligación de ver ese último itinerario testimonial bien
conocido como protegido de por sí de cualquier crítica. Y veo la crítica de
Oscar como la introducción del problema Gelman en lo que es irresoluble de su
propio yo, como lo sería del de Juan o de cualquier otro. En el negarnos en
nuestro sí mismo abolido seguimos siendo de otra manera esa misma abolición.
Un poeta joven que leo con gusto, Martín Rodríguez, escribió en la revista Ñ que
“un día Gelman visitó a Kirchner durante su primera presidencia, le regaló un
libro, Violín y otras cuestiones, un libro que seguramente Kirchner no leyó pero
estaba dicho y leído entre esos dos hombres: el presidente de las ‘doscientas
palabras’ (tal como lo llamó Elisa Carrió) hizo el programa de ideas de la
poesía política de Gelman”. La frase, sacándole la innecesaria mordacidad, es
atrevida y lo suficientemente excedida como para que guarde una pizca de verdad.
Desde luego, se reserva aires de corte generacional. No los ignoro, no me
atemorizan, ni los repruebo. Mucho más interesa reflexionar sobre las enormes
consecuencias que la agudeza de este poeta al que se le deben escritos
festejables, como “Maternidad Sardá” o “Paraguay”, pues si la frase está
destinada a señalar a un “poeta oficial”, es una tontería que podría confundir a
algún desprevenido, pero si es un pequeña apuesta enigmática sobre la forma de
sobrevivencia del orden poético, acierta por el doble costado –diría Gelman– de
llamar la atención sobre el ciclo político argentino, aunque su tema no sea ése,
pero sí lo sea su respirar profundo, y de alertar sobre lo que la política
seguramente no suele saber y hace bien en ausentarse de allí, esto es, hasta
donde sus propósitos desconocidos e inhibidos de palabras se evidencian
fugazmente en encuentros personales. Es estremecedor pensar que los encuentros
políticos de Borges con dignatarios y autoridades pudieron obedecer a este mismo
tipo de reflejo, pero lo impide la propia oposición a estas reducciones
historicistas que resguardan a la propia poética de Borges. Pero en Gelman es
posible pensarlo, porque pasó por los nombres de acero de la política nacional
–como disidente, sí, pero pasó por ellos– y todos sus pasos, incluso su poesía,
recordaban eso. Los recordaba de una manera poética, los aludía, los fijaba en
un lugar del espacio, y se evaporaba en tenues ilusiones idiomáticas sin que se
pierda su imaginado sentido, como en “Rincones”, dedicado a Horacio Verbistky,
en 2009. “Mojan su tejido de miedo con una repetición que es punto de vacío”.
Todo esto, aunque parece mentira, se parece al procedimiento de Fogwill en “El
bronce de Huidobro” y en tantos otros poemas más: la fusión de los nombres en la
materia. Pero en Fogwill esto es todavía más radical, sin ser político,
basándose en un episodio banal de robos de placas de bronce y estatuillas de
plaza. El bronce de Huidobro se funde junto a picaportes, cañerías, fragmentos
de desguaces navales, y la forma de su cuerpo burbujea en vapores metálicos y
una caldera clandestina. “Solo él hubiera podido celebrarlo con una frase.”
Gelman no necesitaba dar ese paso hacia la disolución de la materia en la
materia, pero no era tan diferente lo que le llamaba la atención, el horror o el
amor, puestos en espacios desplazados, repentinamente privados de literalidad.
Por eso Gelman no es el poeta oficial pero no deja de significar en su presencia
–que es suma de destierros y de metáforas perdidas de un extraviado idioma
político–, un signo de cómo son las épocas, qué extrañas continuidades poseen, a
qué fracasos están expuestas, y qué formas de inesperado resurgimiento se
reservan. Pero terminemos esta nota con un toque de campana triste, tirando a
aciago. Hace una semana, en dos diarios nacionales salió el mismo artículo de un
personaje inquisitorial, tomando el profundo drama poético político argentino
alrededor de la carta de Del Barco, como probatoria de una denuncia hacia
Gelman. No vale la pena más que una sucinta mención de esta penosa mezquindad.
Para que esta discusión exista, hay que leer no como fiscal curialesco la obra
de Gelman, y también la de Del Barco, sino atisbar las rupturas poéticas, todo
lo legítimas que se quieran, que también están obligadas a vivir su propio ciclo
donde, en un punto del cosmos, la palabra a veces hermética del poeta brilla de
significación junto al lenguaje que parece escueto del político. Hay momentos
para esos cruces, y épocas enteras que se abren o parpadean en sus mandatos sin
saber demasiado qué cosa esos cruces significaron.
26/01/14 Miradas al Sur
LOS
ULTIMOS MESES DE VIDA Y LA POSICION POLITICA DE JUAN GELMAN
El universo desnudo
Consciente del final, acordó con su mujer, Mara Lamadrid, con quien vivió sus
últimos 25 años, que no hubiera quimios, radios ni cirugías, porque no creían en
la eternidad y prefirieron que muriera en su casa. Hasta pocas horas antes
escribió poemas estremecedores y reflexiones sobre su historia y la del país.
Las obscenas tentativas por encaramarse sobre su grandeza para denigrarlo no
resisten un archivo. La misma pasión por la verdad impregnó su vida, su poesía y
sus textos políticos.
Por Horacio Verbitsky
Imagen: Cristina Banegas.
Los médicos quisieron internarlo para comenzar un tratamiento pero se negó para
no cancelar el viaje a Buenos Aires donde, contra su costumbre quiso presentar
su nuevo libro, Hoy. La foto fue tomada por Cristina Banegas, la más exquisita
anfitriona de esta ciudad, y registra un dato trivial. Han pasado siete minutos
del martes 20 de agosto de 2013. Juan me toma del hombro y me habla bajito.
Lucila Pagliai nos mira pero no alcanza a escuchar el diálogo. Fue una de las
redactoras de la agencia clandestina de noticias, ANCLA, y hace un par de años
publicó junto con Nacho Vélez una dura edición crítica de la revista Evita
Montonera, cuyo prólogo nos dio a leer en otro de los viajes de Juan. También
están pero no aparecen en la foto Liliana Herrero, Mónica Muller, Horacio
González y Rodolfo Alonso. Antes de irse con Mara Lamadrid, Juan me dirá con una
seguridad inapelable y una sonrisa dulce: “Es la última vez que nos vemos,
Perro”. Han pasado cincuenta años de la primera.
El 11 de enero, Mara avisó que “Juan es un enfermo terminal sin que se lo haya
sometido a lo que la medicina produce como terminales. Juan es un terminal sin
pasar por quimios, radios, cirugías. Como ni él ni yo creemos en la eternidad,
impedimos conscientemente y no sólo, también ante notario, que lo sometieran a
tales manejos tecnológicos. Apostamos, Juan en primera línea y por mi parte
secundándolo, a que la vida tiene un fin y que lo mejor que a alguien le puede
pasar es morir en su casa”. Cuando Mara le contó que me había alertado, pidió
que le escribiera. Pudimos decirnos lo que pensábamos de la muerte, la suya, la
mía, la de todos, de lo que cada uno significó en la vida del otro (para mí un
privilegio que la hizo más rica e intensa). Es un tesoro privado, que no quiero
compartir. Con una curiosidad intelectual intacta me pidió copia de la
antiquísima correspondencia en la que reflexionábamos sobre nuestro destino de
fósiles, mero combustible para que se abriguen y alumbren los que vienen detrás.
“Estoy escribiendo sobre eso”, explicó. Las últimas líneas que me envió aún
laten en la pantalla. El 19 de enero se cumplirían 25 años de su radicación en
México e íbamos a brindar a distancia, porque yo fui el cómplice del amor de
Juan y Mara. Pero horas después, ella nos informó que Juan había entrado en la
recta final. “Es inminente, pueden ser varios días, pueden ser horas.” Le
pregunté si estaba consciente. “Sí. Pero casi no tiene voz y está apagándose”.
.Y el definitivo: “Perro, Juan murió hace una hora y cuarto”.
Al día siguiente se conoció uno de sus poemas más explícitos y conmovedores,
“Verdad es”, que escribió el 28 de octubre. Concluye así:
“Esqueleto saqueado, pronto
no estorbará tu vista ninguna veleidad.
Aguantarás el universo desnudo”.
No mentirás
Recién ahora y lejos de Buenos Aires, puedo trastabillar estas palabras sobre
él, impresionado por tamaña lucidez, que sólo se extinguió con su vida. Jamás se
permitió un engaño, ni siquiera una verdad a medias. En contraste, me pareció
obscena la seguidilla de por lo menos cinco artículos denigratorios que Ceferino
Reato, de cut&paste fácil, se apresuró a publicar en tres diarios distintos
durante la semana posterior, para ofrecer sus propios libros como modelo
antagónico a la actitud de Juan. En realidad, la actitud que él atribuye a Juan.
Luego de citar el “No matarás” de Oscar del Barco, Reato se pregunta: “¿Por qué
ocultar o disimular su militancia como ‘oficial’ montonero”?
Según el columnista de La Nación, Perfil e Infobae:
- “Luego de romper con Montoneros, en 1979, Gelman se dedicó a la escritura y no
quiso hablar de su experiencia armada”.
- “Estos guardianes de la memoria histórica construida por el kirchnerismo, con
la imprescindible colaboración de la mayoría de los organismos de derechos
humanos, consideran que de esos temas no hay que hablar. Comparten con Gelman el
convencimiento de que no hay autocrítica que realizar, (...) siguen convencidos
de que la lucha armada fue correcta porque era el mejor camino”.
- “Gelman no hizo autocrítica sobre su militancia en Montoneros –donde llegó a
‘teniente’ y a integrar el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero–
porque pensaba que no tenía nada que criticarse. (...) Si fuera por ellos, nadie
debería recordar los atentados de las guerrillas o los fusilamientos de
militantes sospechados de traición y delación. (...) Mi posición es que un
periodista debe preocuparse sólo por llegar lo más cerca posible de la verdad”.
Con el propósito de asistirlo en esa preocupación por acercarse a la verdad, voy
a recordarle al ex asesor de prensa de Esteban Caselli en la embajada menemista
ante el Vaticano que la autocrítica de Gelman (como la de Walsh o la mía),
comenzó antes de la ruptura con Montoneros y le valió una ridícula condena a
muerte de su conducción. Afirmar que desde entonces Juan no habló de la
experiencia armada ni la criticó requiere, por ser benévolo, de una alta dosis
de ignorancia. Para subsanarla voy a transcribir algunas definiciones que
constan en un libro de 1987: Juan Gelman. Contraderrota. Montoneros y la
Revolución Perdida.
Militarista y antipopular
Según Gelman:
- “No sólo habría que analizar los errores de Perón (...) sino también los de la
propia organización que decidió profundizar –y mal– el enfrentamiento que ya
existía”.
- “Lo que hubo fue soberbia. No sólo la soberbia política que se dio al
comienzo, sino también la que derivó luego hacia la soberbia militarista. (...)
Se cayó en una suerte de enfrentamiento cupular. Se supuso que en la medida en
que Perón se inclinaba a la derecha –apoyando a López Rega, jefe de la Triple A–
el único medio de contrabalancear ese tipo de tendencia era tirarle un cadáver
cotidiano sobre la mesa. Ese fue el origen de la muerte de José Rucci”.
- “El primer grupo de resistencia armada como tal –los Uturuncos– fueron
precedidos por la resistencia de los obreros peronistas que asumieron las formas
de la violencia en 1956, tres años antes de la revolución cubana. Aun así
digamos que, como factor impulsor de la historia que habría de seguir, lo de
Cuba planteó un ejemplo claro, aunque también influyó en los errores posteriores
del movimiento armado en la Argentina y en toda América Latina.”
- “Era el error enorme suponer que la revolución cubana había sido solamente
Fidel Castro y Sierra Maestra” (ignorando) las luchas populares en las ciudades.
(...) Otro de los grandes errores fue suponer que lo de Cuba había sido un foco.
Se quiso creer y ver a la revolución cubana como lo que no era. Creencia a la
que ayudaron los propios cubanos.”
- “La mala lectura de la revolución cubana produjo un nefasto voluntarismo
político.”
- “Uno de los factores de la derrota fue la subestimación del enemigo, que se
explica por desconocerlo y también por la soberbia militarista que luego se
apoderó de Montoneros.”
- “La imagen es muy linda. Pero para que una chispa incendie una pradera en
primer lugar tiene que existir la pradera, en segundo lugar la pradera tiene que
estar seca, no tiene que llover y, además tenés que saber dónde tirar la chispa.
Era y es metafísico plantear la revolución en esos términos, (...) Este y otros
errores no les caben solamente a un grupo o alguno grupos en los años 60, sino
también al mismo movimiento comunista internacional, que se equivocó larguísimo
tiempo en la caracterización del movimiento popular y en la situación de América
Latina, al considerarnos países coloniales, (...) al poner en pie de igualdad a
un continente donde se inaugura el neocolonialismo mundial con Asia y Africa,
donde efectivamente, el colonialismo funcionaba y había tropas extranjeras y
virreyes.”
- “La respuesta que Montoneros da a todo eso es incorrecta, ya que empieza a
practicar una política elitista y, en el fondo, antipopular. (...) A pesar de
todas las persecuciones, en 1974 había márgenes democráticos para seguir
avanzando en la lucha de masas y en la organización de las bases. Pero es
entonces cuando la conducción autoclandestiniza a Montoneros, autoclandestiniza
la organización militar y deja con el culo al aire a las organizaciones de masa,
configurando así una política suicida: la estructura de base no tenía medios
para escapar a la persecución de la Triple A. La gente que trabajaba en las
villas miseria, en los frigoríficos, en las fábricas, el único modo que tenía de
salvarse era salir de sus lugares y por lo tanto dejar su trabajo. Pero, ¿dónde
iba a encontrar otro?”
- “Este grueso error significó dejarle el campo político a la derecha.
Concepción que pese a las diferencias de contexto vuelve a repetirse durante el
comienzo de la dictadura militar, cuando Montoneros confía su enfrentamiento con
las Fuerzas Armadas al plano estrictamente militar.(...) Frente a determinadas
acciones, como los casos de Mor Roig o Rucci, hubo opiniones encontradas, pero
de ningún modo debatidas a fondo en la organización.”
- “Yo no conozco ningún movimiento armado donde el mesianismo genere tanto
espacio. (...) Montoneros pone en práctica el uso de la pastilla de cianuro: la
cuestión entonces era suicidarse para no caer en manos del enemigo y no batir.
(...) Efectivamente había gente de Montoneros que era capturada y cantaba (...).
Pero no era así con la gente más vinculada al barrio, a la vida del pueblo que,
difícilmente abría la boca. Esto es curioso. Pero muy importante y da lugar a
toda una reflexión filosófica sobre esas diferencias de conducta. Paralelamente,
la conducción de Montoneros consideraba que todo esto era un problema de
debilidad ideológica. Como bien señaló Rodolfo Walsh, (...) el problema real era
el de una línea política equivocada y así lo demostró la historia posterior.”
- “Santo Tomás hablaba de la salvación individual y de elevar el alma a partir
del sacrificio del cuerpo, y tipos como Firmenich formularon una concepción
similar, pero en el plano revolucionario. De ese modo se entró en la alucinación
de pretender formar militantes de acero, militantes revolucionarios, sobre una
base totalmente individualista y mesiánica.”
- “Los métodos aplicados a la organización revolucionaria revelan los vicios que
tenía la formación ideológica de esa conducción. Y si se quiere rastrear en el
pasado de Firmenich, Perdía u otros, se encuentra su formación ligada al
misticismo y a la religión, tomada como ellos la tomaron.”
- “En el comportamiento general de golpear, de endurecer a la organización, de
hacerla casi religiosa, hubo una finalidad política relacionada con lo que antes
decíamos sobre el modo de concebir el poder, (...) elitista,
contrarrevolucionario y antipopular.”
- “Un obrero que era simpatizante de la organización y dirigente natural de una
fábrica de 2.000 trabajadores (...) fue incorporado a la organización, que era
absolutamente vertical, también asumía formas militares, con grados, rangos y
taconeos. Por supuesto, el que ingresaba lo hacía con el grado ínfimo de
aspirante a oficial, desde el punto de vista de la mentalidad militar era un
suboficial que aspiraba a ser oficial. A partir de allí se entraba en una cadena
de obediencia a los grados superiores. Aquel obrero fue incorporado con ese
grado y participaba en reuniones de ámbito; en esas condiciones estaba hasta que
la conducción de Montoneros resuelve que hay que lanzar una huelga en la zona.
(...) El obrero lo miró y le contestó: ‘Vos estás ligeramente en pedo. Yo no
tengo condiciones para hacer una huelga en la fábrica ni vestido de mono. De
manera que yo eso no lo voy a hacer.
–Como yo soy capitán y vos sos aspirante, tenés que obedecer.
–Vos serás capitán y yo aspirante, pero chupame la pija, porque yo esa cosa no
la voy a hacer.
No se hizo. Este es un ejemplo que sirve para explicar cómo Montoneros se cagaba
en el referente de masas. En vez de promover la organización de las masas,
teniendo en cuenta a sus representantes naturales, sus necesidades y
reivindicaciones, pretendió absorber en una organización jerárquica a los
dirigentes de base para transmitir órdenes a las masas, pasar decretos, bajar
línea y movilizarlas, supuestamente a través de sus dirigentes”.
- “Si lo de Rucci había conmocionado tan mal, después ocurrió un error tremendo
al suponer que iba a producirse algún tipo de repercusión popular dando muerte a
Mor Roig porque se cumplía un año de los crímenes de Trelew del 22 de agosto. No
hubo ninguna adhesión popular. De ahí que esta sea una muestra más de esa
política a la que califico de cupular, aunque tal vez para ser exactos, habría
que llamarla política elitista y en el fondo, foquista (...).La cuestión para la
conducción montonera era continuar en una disputa de cúpulas, lejana de la
discusión y la acción de las bases. Y en las bases, no se aplicaban políticas
que disputaran el liderazgo de Perón en la conciencia de las masas, sino simples
hechos espectaculares. Lo de Rucci iba a cercenar el apoyo de la clase obrera y
lo de Mor Roig los apoyos de la clase media, con las consecuencias naturales que
se desprenden de ese debilitamiento. Me consta que hubo gente, pese a todo,
dentro de Montoneros y perteneciente a distintas organizaciones que no
estuvieron de acuerdo. Y si se llevó a cabo es porque entonces Montoneros hizo
otra vez un análisis equivocado. (...) Pensar que la alianza de la burocracia
sindical con el lopezreguismo era una cosa inmutable y sin fisuras. No
entendieron que López Rega no tenía ninguna base de masas y que la burocracia
sindical si. Esa burocracia sindical, con todo lo que era y representaba, no
podía ser confundida necesariamente con lo otro, ya que debía responder a las
presiones de las masas, como se vio en las huelgas y movilizaciones de junio de
1975, que ‘casualmente’ dieron por tierra con López Rega”.
- “El fusilamiento de Aramburu fue todo un símbolo para las masas peronistas:
ese había sido un hombre que dirigió la dictadura que sustituyó a Perón y cuya
muerte tuvo un significado enorme para el pueblo. (Pero) no es lo mismo Aramburu
que Dirk Kloosterman, ni es lo mismo Aramburu que Rucci. De modo que no puede
ponerse un signo igual entre aquella primera acción de Montoneros, que tuvo un
impacto político grande, y otras cosas”.
- “En el fondo de este problema sobrevuela la concepción foquista por la cual es
la lucha militar la que impulsa a la lucha de masas, cuando resulta que de
hecho, esto es absolutamente al revés. (...) Si tal o cual organización de masas
pide que se organice tal o cual acción militar, son las masas las que asumen las
tareas de autodefensa y el aparato militar puede entrenar y luego acompañarlas,
pero nunca dominar. Ese ejemplo de subordinación de las acciones militares a las
políticas sí existió en la primera etapa de la resistencia peronista, cuando en
las acciones violentas siempre se dio la vinculación entre la lucha armada, la
de masas y la sindical. Digamos entonces que se asistió a un proceso de
degradación política en el cual se terminó por llegar a una conducción
militarista similar a la del enemigo, en la cual se copia hasta sus grados.
(...) Y cuando lo que predomina es lo militar, sólo se desemboca en un
enfrentamiento entre aparatos, donde es evidente que siempre van a ganar las
Fuerzas Armadas”.
- “El líder unificador era efectivamente Perón y lo que él hacía no era otra
cosa que dar unidad a la clase obrera y a buena parte de las clases medias,
(...) aunque digamos que en las concepciones de Perón, la hegemonía de esa
alianza no correspondía a la clase obrera. Por lo tanto había que partir de esa
comprensión para saber cómo promover dentro del Movimiento una política que, sin
romper la unidad, invirtiera poco a poco los términos; pero no a partir de
disputarle la conducción abruptamente al líder reconocido por aquellos sectores
sociales (...). Eso obligaba a una lucha política muy difícil, ya que por
supuesto es mucho más fácil tirar tiros”.
- “En 1974 las organizaciones armadas que habían tenido un papel muy claro en la
resistencia obrera contra la dictadura de Onganía dejan de ser protagonistas y
apenas un año después, son los obreros los que toman la primacía. Es este último
elemento lo que más miedo le da a los militares y lo que quiebra la tranquilidad
de los Balbín, que empieza a inventar aquello de la guerrilla industrial. Es por
eso que el golpe de 1976 fue esencialmente antiperonista y antiobrero”.
- “Lo de Rucci no se hizo para despertar la conciencia obrera; se hizo en la
concepción de tirarle un cadáver a Perón sobre la mesa para que equilibrase el
juego político entre la derecha y la izquierda. (...) No formó parte de una
concepción política en relación con las masas, sino de una estrategia cupular”.
El análisis de Juan fue tan despiadado y poco complaciente que su propio editor,
Eduardo Luis Duhalde, tomó distancia y en la contratapa del volumen se preguntó:
“¿Es exacto que de nuestra autocrítica los opresores sólo pueden recoger las
migajas?” y agregó: “Gelman ejerce su crítica amarga –¿siempre justa?– contra
aquella organización”.
Una respuesta anticipada
Cuando Reato recién comenzaba su labor como periodista, Gelman se anticipó a
desmenuzar los cuestionamientos que le haría 27 años después, cuando ya no
pudiera responderle. Escribió entonces que la reflexión crítica y autocrítica
debía realizarse sin culpa:
- “No hacerlo como los cuervos políticos que están esperando las críticas más o
menos internas o cercanas, íntimas, como las que se hacen sobre Montoneros para
regodearse con su derrota y decretar el fin de las utopías. (...) Tampoco es
posible hacer una autocrítica para salvar el honor personal; son formas que
pueden tener su valor, no lo niego, pero más interesa que las críticas y
autocríticas se hagan con la voluntad de revertir esta situación y no incurrir
en la autoflagelación pública”.
Y como de costumbre, fue a fondo:
- “Recuerdo una nota firmada en la Argentina por Beatriz Sarlo que hizo la
crítica de las cartas de Rodolfo Walsh cuando se enteró de la muerte de su hija.
Entonces Beatriz Sarlo las calificó de ‘voluntad de estetizar la muerte’. Sería
muy sencillo despachar el asunto diciendo que esta señora es una pelotuda; pero
esta señora, digamos, no es ninguna pelotuda. Lo que hace en realidad es negar
toda una situación social compleja, abstraerla de nuestro
contexto político, sacar a Walsh de eso, sacar de eso a la muerte de su hija y
plantear, en una especie de isla edénica, que se produce la muerte de la
muchacha sin saber quién la mata ni por qué, ni cómo. Y además, que Walsh,
enamorado de la muerte, escribe un par de textos magníficos porque tiene la
voluntad de idealizar la muerte. (...) Esa gente siempre apunta a lo mismo:
eliminar los contextos, las situaciones concretas. (...) Lo que quieren analizar
es el texto en sí mismo y por sí solo, absolutamente y sin contexto para hallar
por fin que esas cartas de Rodolfo son un simple canto a la muerte. Esta gente,
más que a reflexionar, se dedica a parcelar, a castrar la reflexión. Ellos están
en su derecho, pero de ahí a que uno les dé bola”.
La misma pasión por la verdad que en su poesía y en su vida resplandece en este
preciso texto político, que desmorona las trabajosas ficciones de quienes, por
ello, prefieren desconocerlo. Juan les queda demasiado grande.
02/02/14 Página|12
Al
diablo
Por Horacio Verbitsky
Muchos militantes políticos se sorprendieron al conocer en esta página las duras
reflexiones autocríticas de Juan Gelman. Esto indica que su libro de 1987
Contraderrota. Montoneros y la Revolución Perdida no tuvo la difusión que
merecía. Pero entre los sorprendidos al enterarse de la existencia de ese texto
figura también el periodista Ceferino Reato, quien se había apresurado a
zapatear su ignorancia sobre el féretro de Gelman, al reprocharle que nunca
hubiera hecho una autocrítica, pecado en el que sin ingenuidad involucró al
kirchnerismo y a la mayoría de los organismos de derechos humanos. En una
respuesta a mi artículo sobre la posición política de Gelman, Reato sentenció
esta semana que después de leer con atención esos fragmentos piensa lo mismo que
antes de conocerlos. A juicio del ex funcionario del ex embajador menemista en
el Vaticano Esteban Caselli no constituyen una autocrítica, porque Gelman no
confesó crímenes, no se arrepintió ni pidió perdón.
Así confunde la autocrítica (que diversos movimientos políticos y escuelas
psicológicas utilizan como herramienta para descubrir y superar errores e
insuficiencias en la propia actividad) con el sacramento católico de la
reconciliación o la penitencia, que abre la puerta a la salvación individual. La
reconciliación se consuma al confesar los pecados ante el sacerdote, cuya
absolución confiere al penitente el perdón de Dios.
La autocrítica de Gelman (como la de Walsh o la mía, aunque a Reato le moleste
su mención) fueron contemporáneas a los hechos y prosiguieron después. La
continuidad en la organización (Walsh y yo hasta 1977, Gelman dos años más) no
implicó convalidar las políticas que objetamos y se explica por la pertenencia a
un proyecto colectivo, la lealtad a quienes murieron defendiéndolo y el intento
de modificar las cosas mientras fuera posible. Las definiciones de Gelman contra
el militarismo, el elitismo, la soberbia, el foquismo (y su resultado: una
política antipopular, opuesta a Perón, a la clase trabajadora y a la clase
media) son de una contundencia que pone en ridículo cualquier intento de
negarlas.
Ya entonces Gelman advirtió a los previsibles reatos del futuro que su
autocrítica no era la de “los cuervos políticos”, para “regodearse con la
derrota y decretar el fin de las utopías” ni “para salvar el honor personal”,
sino “con la voluntad de revertir esta situación y no incurrir en la
autoflagelación pública”. La compunción póstuma exigida a Gelman equivale a que
en nombre de los errores y del dolor, padecido e infligido, se abomine de toda
lucha, pasada o futura, por el mejoramiento de las condiciones políticas y
sociales. Eso es desconocer la historia de los pueblos, que en vez de resignarse
al statu quo debido a los errores de los militantes o los dirigentes se las
ingenian para corregirlos y avanzar, como se ha comprobado en estos años.
Reato niega adherir a la doctrina de los dos demonios y para probarlo alega que
le parecen “mucho peores los delitos realizados desde el aparato del Estado”. Se
le olvidó que ya en la primera página del informe Nunca Más, de 1983, Sabato
enunció esa doctrina en sus mismos términos: “A los delitos de los terroristas,
las Fuerzas Armadas respondieron con un terrorismo infinitamente peor”. ¿O
tampoco lo habrá leído?
Por último, también exhuma una pieza arqueológica del terrorismo de Estado,
cuando afirma que a Walsh lo mataron, Gelman vivió en el exilio y a mí no me
pasó nada: por algo será. Esto expone tanto su calaña cuanto la inconsistencia
de sus argumentos.
09/02/14 Página|12
Juan
Gelman en Chiapas, 1994
El cuatro de enero de 1994, como enviado de Página 12, llegó a San Cristóbal de
las Casas el poeta Juan Gelman, dispuesto a entender
aquella nueva revolución. De las primeras cosas que vio fueron los refugiados,
algo conocido para él. Aquellos huían de San Antonio los Baños, una comunidad
tsotsil cercana, a causa de los bombardeos del Ejército federal. Eran días de
guerra. Veinte años después podemos decir que pocos como él vieron desde el
principio, con tanta rapidez y claridad, los acontecimientos de Chiapas e
identificaron a sus protagonistas verdaderos. De primera mano, repentinos,
lúcidos y frescos como entonces, los siguientes “Apuntes chiapanecos” de Juan
Gelman, en descubrimiento de un castellano muy otro y de nuevos códigos de
conducta, sirven también para saludarlo desde las páginas de Ojarasca, ahora que
se nos acaba de ir.
LENGUAS (23 de enero de 1994)
Es bien particular el castellano que hablan los indígenas de Chiapas. Por
ejemplo: “Viva los pobres”, dice una pinta del EZLN, así, en singular y plural.
O, en palabras que pronunciara aquí el primero de enero un tsotsil del Comité
Clandestino Revolucionario Indígena: “Estamos muy contento de hacer una
revolución que tiene mucha causa”. Otra vez plural y singular, desacordados en
este caso como si el plural del sujeto expresara un todo que obligó al singular
del predicado.
Su cosmovisión
—antropológica, teológica, cosmológica— no guarda correspondencia con las
categorías de Occidente y, al pasar al castellano, rompe estructuras y descubre
nuevas avenidas de la lengua, como las que existieron en España durante los
siglos XIV y XV. En los dos casos cabe hablar de un castellano “en estado
naciente”.
“Es castilla”, dicen despectivamente sancristobalenses blancos y mestizos. Más
bien parece —como Eduardo Galeano señalara respecto al castellano recién
inaugurado de los indígenas guatemaltecos— que los mayas de aquí y ahora
irrumpen en la sintaxis castellana con la propia y le abren espacios con su
visión del mundo. Tal vez sea otra forma natural, impensada, de la resistencia
indígena no terminada en estas tierras. El obispo de San Cristóbal, Samuel Ruiz,
suele contar que, al término de una charla en una comunidad un indígena le dijo
en nombre de todos: “Te queremos dar las gracias por la desorientación que nos
acabas de dar”. Don Samuel pensó que la palabra estaba mal aplicada, que el
hombre se había equivocado. Pero la expresión se repetía en otras comunidades y
entonces el obispo comprendió que los indígenas querían decir que habían estado
mal orientados y que su palabra los había desorientado de la falsa orientación.
Los indígenas se habían referido al hecho como desconstrucción o desaprendizaje
de lo recibido o impuesto: hablaban de un trabajo.
Los mayas de hoy nombran la realidad de manera muy distinta a la occidental. Su
cosmovisión —antropológica, teológica, cosmológica— no guarda correspondencia
con las categorías de Occidente y, al pasar al castellano, rompe estructuras y
descubre nuevas avenidas de la lengua, como las que existieron en España durante
los siglos XIV y XV. En los dos casos cabe hablar de un castellano “en estado
naciente”. La ductilidad del castellano es muy acogedora. Último ejemplo: “¿Por
qué tomaron San Cristóbal?”, preguntó un periodista al mayor Mario del EZLN, 25
años, metro y medio de estatura y castellano pedregoso. Quien respondió: “Porque
estamos encabronados con lo que está pasando, estamos enojados porque nos hacen
así, por eso ha habido muertos de estas tropas (del EZLN). Pero no lloremos por
eso, al contrario, hoy murieron por su dignidad, murieron como debe ser un ser
humano, que no va al panteón así, en balde, de cólera o sarampión, como murieron
muchos aquí”.
El 7 de enero, unos 400 efectivos y 30 tanquetas del ejército entraron en
Morelia, localidad situada a la entrada de la selva Lacandona que fue ocupada y
luego abandonada por el ezln. Efectivos del ejército concentraron —boca abajo— a
los hombres del pueblo en la cancha de basquetbol frente a la sacristía de la
iglesia. Allí les tomaron declaración a los indígenas, hincados de rodillas y a
culatazos. Saquearon el hospital, la escuela y la tienda del lugar. Buscaban
zapatistas. Traían una lista de personas que buscaron en sus casas. Detuvieron a
31 pobladores. Se llevaron al hijo del buscado si no estaba el buscado. Los
detenidos fueron señalados por otros habitantes del pueblo. “Los que salieron al
principio (cuando entró el EZLN) se refugiaron en Altamirano, les dieron su arma
y su uniforme y vienen como soldados y entregan a sus hermanos”, dijeron los del
pueblo.
El viento de la delación es amarillo.
***
MUJERES (3 de marzo de 1994)
La capitán Maribel se sumó al EZLN cuando tenía 15 años porque “me sentía triste
ante la situación de la gente... y nunca había tiempo para superarnos” y “para
que los jóvenes de mañana no sean como los de hoy. Tenemos que ser hoy soldados
los jóvenes para que mañana puedan ser maestros y doctores”. Son jóvenes,
efectivamente. La teniente Matilde tiene 18 años. La capitana Laura, 21; comanda
tropas de asalto del EZLN, en cuyas filas aprendió a leer, a escribir y, desde
luego, a manejar las armas. Se casó en la montaña y usa anticonceptivos. Los
miembros del EZLN que se casan no pueden tener hijos y la experiencia de las
guerrillas argentinas ilumina la sabiduría de esta decisión. Tampoco padecen
ceremonias: sólo comunican su decisión al mando para que todos la conozcan.
***
DEMOCRACIAS (6 de agosto de 1996)
Es posible que la práctica de la otredad en las distintas comunidades indígenas
de Chiapas que integran el movimiento zapatista —sólo tienen una lingua franca:
el castellano— permita al EZLN entender o intentar entender a las otredades
mestizas y blancas que existen dentro y fuera de la selva Lacandona. El claro
abierto en ella para erigir la sede de la Convención (Nacional Democrática)
sería símbolo de un vacío que sólo el talado de la selva de la costumbre, las
inercias, la impotencia, permitiría llenar de futuro.
Un filósofo chino del siglo II antes de Cristo observaba que todo el mundo habla
de la utilidad de lo útil y casi nadie de la utilidad de lo inútil. En nuestras
sociedades mercantilistas el lugar de lo inútil sería la dignidad de un pueblo;
el respeto al diferente; la lucha por una utopía, la esperanza de realizarla; la
disposición a dar la vida por una causa justa. Ese tipo de inutilidad, aunque
escasa, es ciertamente útil.
Fuente: www.jornada.unam.mx/2014/02/08/oja-juan.html
Juan
Ternura y Juan Coraje
Por Osvaldo Bayer
Apenas llegado a Buenos Aires recibo un sobre. Lo abro. Adentro trae una poesía.
Del poeta y músico salteño Raúl Fernández. Se titula “Macarena” y está
acompañada de una foto plena de ternura de nuestro gran poeta Juan Gelman
abrazado a su nieta Macarena.
Recuerdo la emoción de Juan cuando por fin logró hallar a su nieta, hija del
hijo de Gelman, desaparecido –junto a su esposa– por la dictadura militar del
genocida Videla. Esa nieta fue buscada por años por su abuelo, nuestro poeta.
Leí la poesía del poeta salteño y me emocionó.
Todo me hizo pensar en nuestro trágico pasado. Y recordé el coraje civil de
nuestro poeta Juan Gelman. Se comprueba esto en la contratapa que escribió él
para Página/12 el domingo 23 de agosto de 1998, titulada “De-samparos”. Allí
critica abiertamente a la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Con toda la
valentía de un verdadero demócrata. Comienza así, sin pelos en la lengua: “Aún
patalean los tiempos que hace más de 90 años Karl Kraus consideró de ‘enanos que
manejan asuntos de gigantes’. Con el voto a favor de los doctores Julio
Nazareno, Eduardo Moliné O’Connor, Augusto César Belluscio, Guillermo López y
Adolfo Vázquez, la Corte Suprema de Justicia de la Nación falló que ‘No resulta
admisible el recurso que Carmen Aguiar de Lapacó presentó para conocer el
destino de su hija Alejandra, de-saparecida en el Centro Clandestino de
Detención El Atlético, instalado en pleno San Telmo’. Dicho de otra manera, la
búsqueda de la Verdad, pilar de toda Justicia, es ‘no admisible’ para el alto
tribunal”.
Y prosigue Juan, el poeta: “‘Del error de los actos judiciales de los hombres,
cuando está oculta la verdad’ es el título del capítulo VI del Libro XIX de la
Ciudad de Dios, la obra que San Agustín dedicó a la exploración de asuntos
terrestres y celestes. Es probable que alguno de esos seis jueces nuestros lo
haya leído pero, si no es así, allí se dice, por ejemplo, ‘la ignorancia del
juez viene a ser la calamidad del inocente’. Y también: ‘En semejantes densas
nieblas como éstas de la vida política, pregunto: ¿se sentará en los estrados de
juez un hombre sabio o no se sentará?’. Estas densas tinieblas de la política
–continúa Gelman– son notorias en la Argentina de hoy: consisten en las
presiones de las Fuerzas Armadas y del gobierno”. (Recordemos que era la
presidencia de Carlos Menem.) San Agustín aconsejaba a los jueces que se dirijan
a Dios con esta súplica: “Líbranos, Señor, de las necesidades”.
Y luego, Gelman hace historia: “Los argumentos empleados apuntan claramente a la
impunidad. Se aduce que las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida del ex
presidente Alfonsín y los indultos de Menem cristalizan con el decreto que las
dictaduras militares se dictaron a sí mismas y han clausurado la vía de las
condenas penales para los represores”. Y les dice a los jueces: “Estos
enterradores de la verdad desean matar el pasado, del mismo modo que las Fuerzas
Armadas mataron el presente. Habría que equiparar sus sueldos al de los
sepultureros de la Chacarita”. Con ese coraje civil, Gelman enfrenta a los
máximos jueces de aquella época. Coraje civil que compartirá con la ternura de
su carácter. Lo pudimos constatar cuando abrazó a su nieta Macarena, recuperada.
Juan Gelman es ya Juan Poeta, Juan Ternura y Juan Coraje.
Juan siguió siempre el camino de su coraje civil y de su alma poética.
MACARENA
SOLAS... las vocales y consonantes
SOLOS... los adjetivos y sustantivos
SOLOS... los sonetos versos endecasílabos, prosas y el poema
SOLOS... ante la ausencia de la pluma que construye la palabra,
Digna, profunda, y bella
Pero tan sólo... la vida tiene el don del milagro
A que la muerte perezca ante tanta luz
Que enceguece la eternidad y es poesía
Resurrecta, segundo a segundo, día a día.
Que la muerte descanse en paz, no hay lugar para ella
No sabe de pájaros, amaneceres y flores
No sabe del dolor de Padre, de Abuelo, de Poeta y de Amores.
Sólo esa luz diáfana y bella, la que habla sin odios
Y rencores, solo de lucha y de vida, es en ti MACARENA, la POESIA.
Humildemente de Argentina, Raúl G. Fernández (compositor)
15/03/14 Página|12