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San
Martín, prócer de los descalzos
Por Pedro Patzer
Ilustración: Ricardo Carpani
La historia oficial, la que heredamos de Mitre, nos hizo creer que San Martín
era un hombre de bronce, un prócer lejano. Y consagró su lucha a la inmovilidad
de las estatuas y al amarillo de los manuales escolares. Correctos himnos y
solemnes retratos lo hicieron santo del espada, antes que mostrarlo como un
hombre rebelde: “Es cierto que tenemos que sufrir escasez de dinero,
paralización del comercio y agricultura, arrostrar trabajo y ser superiores a
todo género de fatigas y privaciones; pero todo es menos que volver a uncir el
yugo pesado e ingenioso de la esclavitud” Lo conservadores vistieron a San
Martín como un patriota ingenuo para ocultar su desnudez revolucionaria: “Me he
consagrado ardientemente a la causa de la revolución. Ni mi salud valetudinaria,
ni sacrificio alguno es capaz de arredrarme” Porque por más que insistan los
solemnes señores, San Martín está ausente de los aristócratas institutos y de
los aburridos museos, su espíritu está presente en la esperanza de los
oprimidos, en los que sueñan la auténtica emancipación económica y cultural de
la Patria Grande: “Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra
están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus
gobiernos” San Martín vive en las pintadas que recuerdan a Kosteki y Santillán,
en las ollas populares, en los libros y canciones que hacen un puente espiritual
entre las patrias chicas, obras que nos ayudan a cruzar la cordillera del
pensamiento colonizado y alcanzar el otro lado: el pensamiento libertador. “En
el último rincón de la tierra en que me halle estaré pronto a sacrificar mi
existencia por la libertad”
No busquen a San Martín en los cuarteles, búsquenlo en el amor del maestro que
da clases en la villa: “Deseo que todos se ilustren en los sagrados libros que
forman la esencia de los hombres libres”. No busquen a San Martín en los
nacionalistas búsquenlo en los que sueñan un continente hermanado, una Patria
Grande justa, sin olvidados: “Cada gota de sangre americana que se vierte por
nuestros disgustos me llega al corazón” Busquen a San Martín en el espectro de
Túpac Amaru, en la marcha de Guevara en la selva , en los sueños populares de
Mariano Moreno, Yrigoyen y Perón, en el puño alzado de Evita, en la “canción con
todos” de Tejada, en la pasión del Padre Mugica hallando al Dios del pobrerío,
en la guitarra de Yupanqui, en la poesía de Discépolo y Manzi, en la pintura de
Berni, en los trenes según María Elena Walsh. Escuchen a San Martín tarareando
“Los Dinosaurios” de Charly García. Por favor, no se pierdan al San Martín que
habita en el amor de la enfermera del hospital público, el San Martín que se
puso el hombro la fábrica recuperada. No dejen de abrazar al San Martín que es
el joven científico que trabaja para erradicar el chagas, o a la San Martín que
pelea contra la trata de personas: “Para defender la Libertad se necesitan
ciudadanos, no de café, sino de instrucción y elevación moral” Hablen con el San
Martín que milita en barrios carenciados, ¿Acaso San Martín no fue también
Claudio "Pocho" Lepratti, aquel “ángel de la bicicleta” asesinado en la crisis
del 2001 por la policía santafecina?. Abrace al sabio San Martín que jamás
blandiría la espada contra un hermano “El general San Martín jamás derramará la
sangre de sus compatriotas, y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de
la independencia de Sud América”. Un San Martín que jamás humillaría a su patria
y mucho menos ante la ambición extranjera: “pero lo que no puedo concebir es el
que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero
para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos
en tiempos de la dominación española: una tal felonía ni el sepulcro la puede
hacer desaparecer..."
Acérquense al San Martín que la oligarquía del pensamiento ha tratado de
escondernos, aquel que decía: “Hace más ruido un sólo hombre gritando que cien
mil que están callados” no se pierda al San Martín que arengaba a sus tropas:
“La guerra se la tenemos que hacer como podamos: si no tenemos dinero; carne y
tabaco no nos tiene que faltar. Cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos
con la bayetilla que nos tejan nuestras mujeres y sino andaremos en pelotas como
nuestros paisanos los indios, seamos libres y lo demás no importa”. Pídale
consejos al San Martín anciano que por años manejó trenes o trabajó en la mina o
fue tejedora, o fue médico de pueblo, pídale al San Martín que tuvo almacén por
cincuenta años que les cuente cuántas veces le fío al vecino, sin especular con
las tantas tragedias económicas del país “Al hombre honrado no le es permitido
ser indiferente al sentimiento de la justicia” No crea que San Martín era hijo
del diccionario de la real academia española, ya que el pueblo donde nació tiene
nombre guaraní “Yapeyú” que según algunos significa: "el fruto que ha llegado a
su tiempo" ¿Acaso el alma de San Martín haya sido ese fruto, eco de siglos de
rebeliones que maduran en un hombre, destinado a cambiar la Historia? Yapeyú,
río indígena que dio nombre al pueblo natal del libertador se parece a la sangre
de este José de indios y criollos, este José de soldados y desamparados, este
José de los próceres postergados de nuestra cultura: “He estado, estoy y estaré
en la firme convicción de que toda la gratitud que se debe esperar de los
pueblos en revolución, es solamente el que no sean ingratos” Por favor, cada vez
que le vengan con las zonceras de siempre y le hagan creer que San Martín era un
héroe almibarado, recuerde sus palabras: "En defensa de la patria todo es lícito
menos dejarla perecer" San Martín no es un condenado a muerte en los fríos y
grises monumentos, véalo al San Martín cuidando el cerro para que no lo envenene
la minería o peleando para que el glifosato y la soja no hagan de la fértil
tierra un inhóspito desierto. No considere a San Martín un cómodo exiliado en la
Billiken, él no sólo habita las hermosas páginas de la liberación continental
sino que vive en los actuales párrafos, hay un San Martín que combate al paco en
los barrios, un San Martín que trabaja en los comedores comunitarios, un San
Martín que a veces le cuesta llegar a fin de mes, pero jamás se lo escucha decir
“este país de mierda”. “Para defender la causa de la independencia no se
necesita otra cosa que orgullo nacional” .
Un San Martín que camina junto al chango que recorre doce kilómetros para ir a
la escuela, hay un San Martín en el político que considera fundamental la unión
Latinoamericana y no las relaciones carnales con el imperio. Hay un San Martín
en el que alfabetiza porque en su corazón resuenan sus palabras: "La biblioteca
destinada a la educación universal, es más poderosa que nuestros ejércitos" Hay
un San Martín que sigue adelante pese a todo, sin culpar al otro: “Si hay
victoria en vencer al enemigo; la hay mayor cuando el hombre se vence a si
mismo" Un San Martín que nos enseña:"La conciencia es el mejor juez que tiene un
hombre de bien", un San Martín que halla en Bolívar
un hermano con la misma vocación emancipadora, y por eso, relega su gloria
personal (ante las traiciones de Rivadavia y sus muchachos pro-ingleses) y se
pone a las ordenes del prócer venezolano “No hay revolución sin revolucionarios,
los revolucionarios de todo el mundo somos hermanos” Hay un San Martín tan
lírico que se hizo protagonista de la Poesía de Neruda: “San Martín,
otros Capitanes, fulguran más que tú ,llevan bordados/ sus pámpanos de sal
fosforescentes ,otros hablan aun como cascadas,
pero no hay uno como tu ,vestido./ De tierra y soledad, de nieve y
trébol./ Te encontramos al retornar del río,
te saludamos en forma agraria/ de la tucumanía florida,
y en los caminos, a
caballo te cruzamos/ corriendo y levantando tu vestidura,
padre polvoriento./ Hoy el sol y la luna ,el viento grande
maduran tu linaje/ tu sencilla composición,
tu verdad era verdad de tierra/ arenoso amasijo estable como el pan,
lamina fresca de greda/ y cereales... pampa pura.” un San
Martín que se escapa de la hermética academia y marcha junto a los que día a
día, en sus barrios, pueblos, trabajos, escuelas, hacen la Historia. “Yo no
puedo ser sino un instrumento accidental de la justicia y un agente del destino”
Febrero 2014
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