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Poder
popular y quiebre de los límites del capitalismo
Los proyectos de “crecimiento con inclusión” se enfrentan a los límites fijados
por la acumulación capitalista. Esos límites deben ser perforados con propuestas
y proyectos superadores. Sólo de esa manera el movimiento popular encontrará el
entusiasmo que necesita para seguir adelante y lograr una acumulación de fuerza
política que le permita salir de la meseta establecida por las fronteras del
“capitalismo serio”.
Por Rubén Dri*
“Los mercados venían muy envalentonados con la idea de que iban a vaciar las
reservas del Central y de que iban a hacer volar al gobierno por los aires”
expresó el economista Miguel Bein (Página 12, 12 de febrero de 2014).
Nos estamos acostumbrando a que el mes de diciembre del año que fenece y el
enero del siguiente, sean meses en los que el calor sofocante del verano
acrecentado ahora por el cambio climático, sea acompañado por un calor no menos
sofocante del ámbito económico-político.
Rebelión policial a nivel nacional, retención de la cosecha de soja por pura
especulación, escalada aparentemente imparable del dólar, pérdida de las
reservas del Banco Central, cortes de luz, mientras la temperatura transformaba
al país en un infierno insoportable, acompañado todo esto por pronósticos
catastrofistas de los gurúes economistas de las corporaciones y los mensajes
apocalípticos de sus voceros.
Fueron dos meses calientes, de zozobra, en los cuales no se puede negar que
incluso para los más optimistas y serenos la preocupación y muchas veces la
ansiedad ocupó gran parte de sus días. El bombardeo de los medios de
comunicación hegemónico fue abrumador. En realidad siempre lo es, pero en esas
circunstancias se lo siente de una manera especial.
La tarea de hacer sentir a la población, a la mayor parte de la población,
apuntando en especial a la clase media, que tanto ha crecido en los años del
krirchnerismo y que siempre juega un rol muy importante en los movimientos
desestabilizadores, produjo efectos de desánimo y desaliento que se hicieron
sentir.No es para menos. Como lo expresara tan acertadamente el economista
Miguel Bein, que, como dijera la presidenta, no tiene nada de kirchnerista, la
movida apuntaba a hacer saltar el gobierno por los aires –“no voy a volar porque
no soy bruja” expresó con sarcástico humor la presidenta- como lo han hecho
otras veces.
Antes de avanzar en el análisis de la situación, creo conveniente volver a
recordar, aunque sea en breves pincelazos, el tema de los golpes de Estado en
esta nueva etapa del capitalismo neoliberal. Suena tan mal escuchar “golpe de
Estado” que se prefiere hablar sólo de “desestabilización”, que parece más
suave. Los dos meses pasados, diciembre 2013-enero 2014, fueron dos meses
desestabilizadores que estaban destinados producir el golpe de Estado. Lo
importante es desentrañar las nuevas modalidades de producirlo.
Lo que hasta 1976 hemos conocido como golpes de Estado, responden a la necesidad
de las clases dominantes que en nuestro país conocemos con el nombre de
“oligarquía”, y ahora con el de “corporaciones”, de iniciar un nuevo proceso de
acumulación de capital. Ello se hace con una devaluación que significa una feroz
transferencia de capital de los sectores populares a las clases dominantes.
Ello sólo se puede hacer sacando de la dirección del Estado a los sectores
populares, o sea, a los representantes de dichos sectores. Son clásicos los
golpes de Estado mediante los cuales se destituyeron a Hipólito Yrigoyen en 1930
y a Perón en 1955. Precisamente los dos presidentes que representaron a los dos
movimientos populares más importantes de la historia del país.
Para dar el golpe que termine con el gobierno popular, en esos golpes de Estado,
se necesitaron siempre dos cosas, la creación de un “clima destituyente”, para
utilizar una terminología que acuñó “Carta Abierta”, y la fuerza militar que dé
el golpe y destituya al gobierno. El clima destituyente es fundamental, y para
realizarlo siempre se utilizaron los medios de comunicación.
Dicho clima implica que la mayor parte de población se sienta agobiada por la
situación. Suben los precios en un proceso inflacionario imparable, todos los
que tienen alguna responsabilidad en el Estado son corruptos, reina la
inseguridad. Se necesita una mano fuerte que ponga orden. Cuando esta tarea ha
producido el efecto de que una parte significativa de la población esté
convencida de que la situación no da para más, interviene el Ejército y da el
golpe.
A mediados de la década del 60 del siglo veinte, comienzan los primeros signos
de una gran crisis del capitalismo mundial y, en consecuencia, la necesidad de
proceder a un nuevo proceso de acumulación de capital. En una economía
absolutamente mundializada en la que ya se encontraba el capitalismo el siglo
pasado, la transferencia de capital debía realizarse fundamentalmente desde los
países tercermundistas, eufemísticamente de nominados “en vías de desarrollo”,
hacia los países del primer mundo, los países desarrollados.
La modalidad que se utilizó fue la que había mostrado toda su eficacia, la que
conocemos como el clásico golpe de Estado para el cual estaban a mano las
fuerzas militares. En Argentina se hicieron entre otros, los golpes del 30, del
43, del 55, del 66 y del 76. El problema es que, a partir del 2000, para
redondear una fecha, en la mayoría de los pueblos latinoamericanos surgieron
movimientos populares con fuertes liderazgos que incorporaron a las fuerzas
armadas al proyecto popular.
El avance de los movimientos populares democráticos, el desprestigio de las
fuerzas militares por la feroz represión que realizaron sobre sus pueblos y la
bandera de la democracia que levanta el imperio, plantearon la necesidad de
implementar los golpes de otra manera, o mejor de otras maneras, abriendo un
abanico de posibilidades.
Abrieron el abanico teórico y lo fueron poniendo en práctica. El nuevo espacio
de los golpes de Estado pasó a llamarse, a partir del “inventor” de esta
denominación, Gene Sharp, “golpes blandos”, en contraposición de los “golpes
duros”, es decir, los que se realizan con el uso de las Fuerzas Armadas que
realizan el golpe y se hacen cargo del gobierno.
Con la terminación de la negra noche de la dictadura cívico-militar genocida
instalada en 1976, se instaló en cierta manera en el imaginario que los golpes
de Estado pasaban a ser sólo malos recuerdos, pesadillas, del pasado, porque
había comenzado la era de las democracias en el continente latinoamericano.
Nada más falso. Nicolás Maduro, el presidente de la República Bolivariana de
Venezuela, en una de sus enérgicas intervenciones, frente a la escalada golpista
de la oposición, con intervención económica y política de Estados Unidos, reseñó
la historia del intervencionismo norteamericano en la región, partiendo de un
principio a tener siempre en cuenta: Estados Unidos nació con una clara y
decidida vocación imperial. Las trece pequeñas colonias que se independizan de
Inglaterra, en breve tiempo se transformaron en una de las naciones
geográficamente más extensas del globo terráqueo.
Redondea su espacio geográfico robándole a su vecina México todo el territorio
que le faltaba para llegar al Río Bravo y desde allí, establece su política
imperial en la que todo el continente centroamericano, caribeño y sudamericano
pasa ser su “patio trasero”, de tal manera que las políticas de los diferentes
estados de ese patio constituyen parte de “la política interna” de Estados
Unidos, según Brzezinski quien, por otra parte, llega a la conclusión de que "la
resistencia populista persistente y altamente motivada por parte de pueblos
políticamente despiertos e históricamente resentidos hacia el control externo
demuestra ser cada vez más difícil de suprimir".
En el 2008, en pleno conflicto del movimiento nacional y popular con las
corporaciones agrarias, autodenominadas “campo”, en varios artículos hemos
llamado la atención sobre el golpe de Estado que se había puesto en marcha.
Carta Abierta llamaba la atención sobre el clima “destituyente” que se había
instalado. Era una manera novedosa y suave de aludir al golpe de Estado. El
problema es que en los nuevos tipos de golpe de Estado, hay diversas fases y
objetivos de mínima, de máxima e intermedios.
El objetivo de máxima intentado por las corporaciones agrarias y mediáticas fue
claramente formulado por diversos voceros o integrantes del intento golpista,
pero sobre todo por el vocero y propulsor clásico de todos los golpes de Estado
en argentina, tanto de los duros como de los blandos, Mariano Grondona en
animada conversación con el mandamás en ese momento de la Sociedad Rural. Ya
tenían preparado el candidato para hacerse cargo de la presidencia, nada menos
que el traidorzuelo Julio Cobos, alias, el “voto no positivo”.
Pero si no se podía llegar tan lejos, no había que afligirse demasiado, porque
ya había aclarado Buzzi, presidente de la Federación Agraria, que lo que se
buscaba era deteriorar el gobierno, para lo cual tenían la fuerza suficiente
como lo habían comprobado al desabastecer al mercado de un producto esencial
para la vida como es la leche.
Menester es, pues, llamar a las cosas por su nombre, como lo ha hecho Miguel
Bein. Los golpistas siempre negarán que se hallan detrás del golpe, afirmando
que todo lo hacen por la democracia. Si no se logra el golpe, el haber
debilitado la fuerza popular de adhesión al proyecto nacional y popular, puede
ser el camino para la derrota definitiva de éste.
Mientras en Venezuela tiene lugar el intento golpista, la estrategia de golpe
blando, que de blando nada tiene porque ya son muchos los muertos que ha
provocado, en nuestro país la furia de la corrida cambiaria y de los anuncios
desalentadores y catastrofistas de los medios hegemónicos de comunicación han
debido ralentar la marcha y tomar un respiro.
Pero la campaña desestabilizadora no puede ser abandonada. De la “guerra de
movimiento” se pasa a la “guerra de posición”. Majul, Lanata, Joaquín Morales
Solá, Leuco, Lapegüe, Bonelli, y otros muchos “periodistas independientes”
vuelven a Boudou, a la inseguridad, a la inflación. Si no es posible voltear a
Cristina, al menos se intenta llegar al 2015 con tal debilitamiento del proyecto
nacional y popular, que el gobierno que resulte ser elegido no tenga otro
remedio que volver a las recetas neoliberales.
Antes de pasar a reflexionar sobre algunos problemas que deben ser encarados
para que el proyecto popular no sólo no retroceda, sino que avance y se
profundice, quiero detenerme sobre algunos aspectos del golpe de Estado que tuvo
lugar en Honduras en el 2009 por reunir variantes sumamente interesantes de las
modalidades de los golpes blandos.
Allí el golpe de Estado contó con una serie de variantes. Decisión del poder
ejecutivo, participación del poder legislativo, legitimación del poder judicial
y del poder eclesiástico con la dirección del cardenal Oscar Rodríguez de
Madariaga, actuación del ejército, participación militar de Estados Unidos y
finalmente, negación de que era un golpe de Estado.
El cardenal Oscar Rodríguez de Madariaga, actual coordinador del G8, es decir,
del grupo de ocho cardenales que asesoran a Bergoglio-Francisco en la limpieza
del Vaticano, negó que se tratase de un golpe de Estado y, por otra parte,
aclaró que con Manuel Zelaya, el presidente destituido, en Honduras había
entrado el odio de clase por obra de Hugo Chávez, el mentor de Zelaya.
El movimiento nacional, popular, latinoamericano que es el kirchnerismo tiene
que tener esto en claro y obrar para impedirlo. Para lograr ese cometido
queremos señalar los dos temas señalados en el título de estas reflexiones:
El poder popular y el quiebre de los límites del capitalismo.
Las transformaciones que los movimientos nacionales, populares, latinoamericanos
fueron produciendo en esta primera década del siglo XXI tuvieron como uno de sus
actores fundamentales a los denominados “movimientos sociales” que constituyeron
y constituyen en la actualidad una de las bases fundamentales del “poder
popular” sin el cual ninguna transformación profunda en beneficio del pueblo es
posible.
En primer lugar, se trata de “movimientos” antes que de “partidos”. Los partidos
siempre están acotados por estructuras determinadas en las que es difícil que se
encuadren los variadísimos sectores que componen las sociedades tercermundistas,
desestructuradas por la dominación de un capitalismo depredador., manejado por
corporaciones transnacionales.
Los movimientos sociales comprenden una variedad infinita de organizaciones.
Están conformadas por trabajadores, la mayoría de los cuales no pueden ser
ubicados en el clásico rubro de “proletarios”. Desde organizaciones de los
pueblos originarios, pasando por grupos afroamericanos, la gama de
organizaciones se despliega en un abanico interminable. Es la base de nuestras
sociedades tercermundistas, latinoamericanas y caribeñas. Ningún partido
político las puede contener. Es entonces que surgen los “movimientos”. Ése fue
el hallazgo de Perón, su claridad para encuadrar a todos esos sectores y
organizaciones en un proyecto político que los tomase como actores
fundamentales.
Independientemente de las tergiversaciones y manipulaciones que se fueron
produciendo, la diferencia entre “movimiento peronista” y “partido peronista”
sigue siendo fundamental.
Pero entre la década del 40 del siglo XX y la primera década del XXI hay
diferencias fundamentales en la constitución de la base que denominamos
“movimientos sociales”. Los pueblos latinoamericanos que emergieron de la
catástrofe que fue el neoliberalismo impuesto por el Consenso de Washington
hicieron una rica experiencia en la construcción de poder que se fue haciendo
desde abajo, desde las bases.
En la construcción de los movimientos populares o de Estado de bienestar que se
lograron hacer pre-consenso de Washington, la base fue la clase obrera
organizada. Ello fue notorio en los casos de Argentina, Chile, Bolivia, Brasil.
Allí radicaba el poder popular, si bien esta categorización no es la que se
utilizaba en la esa época.
La situación actual de los movimientos populares es diferente, porque la etapa
del capitalismo es diferente y las experiencias realizadas por los diferentes
pueblos también lo es. La desarticulación producía por la noche neoliberal con
sus dictaduras militares, terrorismo de Estado y exterminio, desarticuló las
organizaciones populares. La desindustrialización, por otra parte, provocó una
disminución impresionante de la clase obrara activa. Miles de trabajadores
pasaron a ser trabajadores-desocupados.
Los cambios producidos en la cumbre el capitalismo lo ha transformado en un
capitalismo depredador que transformó a ingentes masas en sectores excluidos del
sistema. Esas masas no se quedaron inactivas, se fueron reconstruyendo, dando
paso a nuevas formaciones, nuevos movimientos que construyen poder.
Ese poder que se va construyendo desde abajo es diferente de las experiencias
anteriores. Presentan un nivel de autonomía que los anteriores no conocían y,
por otra parte, es un entramado de movimientos y organizaciones que recorre toda
la base de estas sociedades. El porvenir, en consecuencia, depende de la
articulación entre dicho entramado que conforma lo que denominamos “poder
popular” y el Estado, entendiendo por tal, las estructuras políticas que lo
conforman.
Otro aspecto fundamental para dar el paso adelante es quebrar los límites
fijados por el capitalismo. Los proyectos de “crecimiento con inclusión” están
tocando los límites fijados por la acumulación capitalista. Esos límites deben
ser perforados. Solamente de esa manera, el movimiento popular encontrará el
entusiasmo que necesita para seguir adelante.
Se necesita una acumulación de fuerza política que sólo se puede lograr si se
les propone a las fuerzas y organizaciones populares, proyectos superadores.
Sólo así comenzaremos a salir de la meseta en la que estamos. Y si no lo
hacemos, retrocederemos, porque o se avanza o se retrocede.
Quedarse es retroceder. Debemos llegar al 2015 con un movimiento popular fuerte,
entusiasmado. Sólo es posible si se les propone metas superadoras, más allá del
“capitalismo en serio”.
*Filósofo y teólogo
Fuente: La Tecl@ Eñe Revista Digital de Cultura y Política
http://lateclaene6.wix.com/revistalateclaene#!rubn-dri/cd1r
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