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Dos
huelgas de abril
Por Enrique Manson
Patricia Bullrich, dijo a los diarios: "no es bueno un paro general". Consideró
que se trata de "una medida excepcionalísima. Hoy hay paritarias para que los
gremios discutan sus salarios. Reconozco que hay inflación y deteriora el
bolsillo de los trabajadores, pero un paro general no es solución".
La que fuera ministra de Trabajo – ¡el ministerio de Perón!- cuando De la Rúa
rebajó en un 13% sueldos y jubilaciones, no se equivocaba. Un paro general es
una medida excepcional, sólo utilizable en circunstancias muy especiales, como
fueran aquellas que la argentina sufría en abril de 1979.
Hace tres años, el ahora opositor Hugo Moyano evocaba, en el Día de los
Trabajadores, los recuerdos que nos había traído el 27 de abril. Además de la
evocación triste de los seis meses de la partida de Néstor Kirchner y del
orgulloso recuerdo del octavo aniversario de la fecha en que nuestro país
reinició su camino de grandeza dejando atrás un cuarto de siglo nefasto, trajo a
la memoria aquel 27 de abril de 1979, cuando se lanzó la primera huelga general
contra la tiranía criminal.
10 de abril de 2014
En este abril, el recontra alcahuete (Barrionuevo dixit) de Carlos Menem –de
quien nadie sabe si cumplió con su compromiso de dejar de robar por dos años- se
ha juntado con quien en 2011 lamentaba la pérdida del presidente patagónico, y
con los que por creer que lo bueno es enemigo de lo mejor, le siguen sacando la
escalera al que pinta la mayor parte de la pared y deja para cuando pueda el
pintar la porción más cercana al techo. Estos llenan de piquetes de veinticinco
o treinta integrantes cada uno las entradas de Buenos Aires. El camionero logra
que se detenga el transporte público, y el gastronómico aprieta a sus mozos y
camareras para entre todos dar la sensación de un país detenido. No parece, esta
huelga contra las paritarias en marcha, la asignación universal por hijo o la
recuperación de YPF, semejante a otros abriles huelguistas en que los
trabajadores se jugaban por sus derechos den de veras arriesgando el pellejo sin
exageración.
27
de abril de 1979
Los hombres del 24 de marzo habían creído que sería fácil terminar con el
sindicalismo peronista. No comprendieron que, más allá de sus defectos y de la
claudicación de algunos dirigentes, éste cumplía con una tarea de representación
y de defensa de los intereses de los trabajadores. Y los trabajadores lo sabían.
La dictadura derogó la ley de Contrato de Trabajo y secuestró y asesinó a su
inspirador, Norberto Centeno. Las 62 Organizaciones Peronistas fueron prohibidas
y la CGT también. Se eliminó el derecho de huelga, las obras sociales fueron
separadas de los sindicatos Se trataba de domesticar a la clase obrera para
implementar el plan económico de las Fuerzas Armadas. La política de Martínez de
Hoz cumplió con su objetivo de superar el conflicto social mediante la
desaparición física de uno de sus términos. Para que no hubiera obreros rebeldes
había que destruir la industria. Mientras las mazmorras se llevaban a quienes
representaban alguna forma de resistencia, la caída del salario a la mitad de su
valor de marzo de 1976 y el crecimiento de los índices de desocupación,
desangraron a la clase media baja y a los trabajadores. La población asalariada,
que en 1975 superaba los 6.000.000 de personas, cayó a menos de 5.000.000 en
1982.
La guerrilla, pretexto del golpe, no daba señales de vida. Los políticos
mantenían el silencio, y el movimiento obrero parecía domesticado. Fuera de los
moderados desplantes del sector de los 25, sólo el grupo de locas que se reunían
los jueves en Plaza de Mayo para demandar la aparición de sus hijos parecía
romper la uniformidad.
El éxito del Mundial, con las multitudes en la calle y con Videla vitoreado en
el balcón, hizo vivir a los déspotas la sensación de una inesperada popularidad.
El conflicto con Chile había fomentado un nacionalismo agresivo de cortas miras.
Cuando la intervención papal evitó la guerra, la sensatez predominó, y se vivió
el alivio de la lucha evitada, completando –aún contradictoriamente- un año
positivo.
Los trabajadores seguían soportando la caída de sus salarios y el crecimiento
del desempleo, así como la aplicación de normas laborales que ignoraban las más
elementales conquistas.
En los últimos días de 1978, los 25 organizaron en la Capital Federal una cena a
la que asistieron los agregados laborales de Estados Unidos y Alemania Federal,
y representantes de la ORIT. El dirigente cervecero Saúl Ubaldini leyó un
documento en que se reclamaba el restablecimiento de la Ley de Asociaciones
Profesionales, y la legislación del trabajo abolida. Se atacaba a la política
económica y se reclamaba la recuperación de los salarios. Las obras sociales
debían ser devueltas a los trabajadores, previa su recomposición económico
financiera. En lo político, se rozaba lo que los militares consideraban una
insurrección: el documento reclamaba el restablecimiento de la democracia, con
justicia social.
Los
25 iniciaron su ofensiva poniendo “en estado de alerta a todo el movimiento
obrero.” y avanzaron hacia el paro general. El 21 de abril, se reunieron en el
sindicato de molineros, y convocaron a la Jornada de Protesta Nacional que se
realizaría el 27 para lograr la “restitución del poder adquisitivo de los
salarios y la plena vigencia de la ley de convenciones colectivas de trabajo,
oponiéndose a la reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales y de Obras
Sociales y exigiéndose la normalización y libertad sindical.”
El general Reston, ministro de Trabajo, convocó a los dirigentes para dialogar
en el Ministerio. La policía los fue capturando a medida que salían de la
reunión. Sin embargo, se había creado un comité de huelga en la clandestinidad.
Las organizaciones internacionales reclamaron al gobierno la libertad de los
apresados. Lo mismo hicieron el partido Justicialista y la UCR, aunque ambos
evitaron involucrarse con la huelga.
El paro afectó al cordón industrial del Gran Buenos Aires y a industrias del
interior. También adhirieron los ferrocarriles Roca, Mitre y Sarmiento. No
existió prácticamente en el comercio ni entre los empleados públicos. De todos
modos, significó un cambio cualitativo en la lucha sindical contra el régimen.
La dictadura mantuvo detenidos hasta mediados de julio a los dirigentes de los
25, pero incluso las formas de represión, aún siendo duras, mostraban que algo
empezaba a cambiar.
Enrique Manson
10 de Abril de 2014
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