|
|
El
historicismo revisionista como fenómeno histórico cultural*
“Toda la historia es nuestra historia. Todo el pasado es nuestro pasado. Aunque
a veces preferimos quedarnos con solo una parte de ese pasado, seleccionando
ingenua o engañosamente una época, una línea, unos personajes, y queriendo
eludir tiempos, ignorar hechos y omitir actuaciones”.
Gustavo Francisco Cirigliano
“Que no te cuenten los libros, lo que está pasando afuera…”
Joan Manuel Serrat
Por Francisco José Pestanha **
Si definimos al arte como destreza, reproducción de objetos, construcción de
formas, expresión de sentimientos, de experiencias y de creatividad, cierto es
que, en toda comunidad humana, encontramos cuantiosas manifestaciones que
encuadran en tal definición. Cabe establecer una diferencia entre este concepto
y el de “cultura”: este último suele abarcar el conjunto de prácticas humanas,
económicas, políticas, científicas, jurídicas, religiosas, discursivas,
comunicativas y sociales de los integrantes de una comunidad, y los valores y
significados que estos atribuyen a esas prácticas. La cultura puede ser también
definida como el conjunto de producciones materiales (objetos) y no materiales
(signos, significados, normas, creencias y valores) de una sociedad determinada.
La cultura popular suele instituirse como expresión creativa colectiva de una
comunidad (pueblo) determinada, la que según definición del el filósofo Carlos
Astrada , constituye “…una unidad de destino prospectiva, dinámica, deviniente
en pos de estructuras que lo interpreten y le dan forma consistente de comunidad
histórica, de fines claramente marcados y de medios excogitados con acierto. El
pueblo cuando existe políticamente de verdad, es siempre la evolución o la
revolución económica, social y política y así crea sus propias estructuras,
dentro de las que ha de encauzar su vida y sus realizaciones".
Por su parte, el conjunto de los acontecimientos que componen el devenir de los
colectivos humanos suele abordarse desde el presente y expresarse a partir de
narraciones y relatos que se transmiten mediante la simple tradición oral o
escrita, y que además, circulan por las instituciones y ciclos educativos. La
transmisión institucionalizada de estos relatos - entre otros – tiene como
objetivo no solo el de rememorar un pasado que forma parte de la identidad común
sino también el de contribuir a procesar y elaborar esa experiencia combinada,
en función del desarrollo del presente y del de destino particular de cada
pueblo.
La labor del historiador “profesional” consiste en hurgar lo más profunda y
honestamente posible en estos acontecimientos, para posteriormente volcarlos en
una crónica que debe aspirar a lograr el mayor sustento en la realidad observada
y la mayor fidelidad posible respecto a los procesos pretéritos de los que
intenta dar cuenta. Para tal faena el historiador se vale de la ciencia y el
método históricos. En ese orden de ideas no puede dejar de observarse que la
“objetividad absoluta” resulta un imposible teórico, ya que los seres humanos
somos prisioneros de nuestra propia subjetividad. En síntesis: la producción
historiográfica nunca es aséptica. Aunque una de las funciones principales de
academias y universidades es obtener la máxima asimilación entre relato y
verdad, ciertos preceptos, presupuestos y -por qué no- prejuicios, nutren al
historiador y determinan su obra.
El revisionismo histórico, o más precisamente el historicismo revisionista,
constituye un genuino y auténtico fenómeno cultural en el más amplio sentido de
la palabra. Esta corriente historiográfica que ha sido obliterada, impugnada y
desconocida sistemáticamente por gran parte de nuestras instituciones
académicas, ha resurgido en estos tiempos con notable vitalidad. Se trata de una
auténtica manifestación de resistencia contra una superestructura
académico-intelectual a partir de la cual, según los principales exponentes
revisionistas, se privó a los argentinos de información vital respecto a ciertos
aspectos esenciales y significativos de nuestro transcurrir histórico.
Bien vale apelar a un simple ejemplo para dar cuenta de este fenómeno. Fermín
Chávez, uno de los mayores representantes del historicismo revisionista clásico,
nació en 1924 en un pequeño caserío rural llamado “el Pueblito” a poco más de 20
kilómetros de Nogoyá, en la provincia de Entre Ríos. En el ámbito familiar el
joven Fermín mamó un relato histórico oral vinculado a las hazañas de Ricardo
López Jordán, destacado caudillo popular entrerriano de amplio predicamento en
el interior de la provincia (el mismísimo José Hernández militó entre sus
filas). Pero en la escuela pública normalista, a Chávez le fue impartida una
narración en la que Jordán aparecía como una figura marginal asimilada a un
gaucho matrero, indómito y negador de las leyes y el orden; en el mismo relato,
Justo J. Urquiza era erigido como el auténtico prohombre provincial. Esto
sucedió no solo en Entre Ríos: en muchas provincias argentinas se dieron
situaciones similares. Fermín Chávez confesó, en alguna oportunidad, que esta
disociación determinó en él una manifiesta contradicción y lo llevó a investigar
la vida y obra de Jordán.
La prolija y puntillosa investigación de Chávez concluyó en una obra que marcó
un antes y un después en la historiografía entrerriana: “Vida y muerte de López
Jordán” . Fermín Chávez -según me confesó en alguna oportunidad- jamás intentó
con su obra negar la trascendencia de Urquiza ni la de otros próceres
consagrados en aquellos tiempos por el panteón oficial. Simplemente intentó
poner las cosas en su lugar. Según sus propias palabras, otros revisionistas
fueron guiados por motivaciones similares a las suyas, asumiendo la labor de
objetar ciertos aspectos de construcción historiográfica que negaban o
desconocían puntos reveladores del devenir histórico de sus respectivas
provincias.
Nuestra América posee una vasta tradición en materia de resistencia cultural.
Resultaría imposible dar cuenta en este breve texto del cúmulo de presupuestos
teóricos y fácticos que sostienen tal afirmación. Esta matriz resistente se
manifestó en numerosas oportunidades y a través de diversas estrategias, como
por ejemplo las desarrolladas primero por las particularidades culturales que
componían nuestra América ante la expansión española, y posteriormente por el
componente indo–hispano-criollo contra la tentativa de a-culturización
representada por los imperios europeos emergentes a partir de la descomposición
del español. El historicismo revisionista, en cuanto corriente historiográfica,
se nutrió de esa matriz resistente y se manifestó como reacción contra el relato
histórico parcializado, de características opresivas y alienantes, impuesto de
facto a consecuencia del resultado de las guerras civiles.
El revisionismo, entonces, se erigió como uno de los componentes constitutivos
de una resistencia cultural de orientación nativista que intentaba rebelarse
contra las tentativas de a-culturización impulsadas desde las superestructuras
de un Estado centralista y de una estructura social dominada por la oligarquía
terrateniente: su poder, consolidado después de Caseros y Pavón, se sustentaría
en una alianza económica y simbólica de carácter asimétrico con Gran Bretaña.
Resistencia y cultura popular
Aunque algunos revisionistas clásicos suelen señalar a Adolfo Saldías como el
precursor de esta corriente, el historicismo revisionista no admite padrinazgos
ya que la resistencia tiene un solo protagonista: la comunidad, el pueblo, en
cuanto ente orgánico. Admitir padrinazgos sería un craso error de sesgo
iluminista e individualista. No obstante merecen citarse, entre otras figuras
que descollaron durante el siglo pasado, Carlos Ibarguren, Dardo Corvalán
Mendilaharzu, José Luis Busaniche, Manuel Gálvez, Manuel Ugarte, Ernesto
Palacio, Julio Irazusta, Rodolfo Irazusta, José María Rosa, Juan José Hernández
Arregui, Rodolfo Puiggrós, Salvador Ferla, Jorge Abelardo Ramos, Norberto
Galasso, Fermín Chávez, Luis Alén Lascano.
Si bien en la actualidad las narraciones históricas que circulan por los ámbitos
escolarizados han incorporado ciertos procesos y protagonistas relevantes de
nuestro pasado antes no difundidos ni analizados, aún siguen apareciendo
notables recortes, en especial en lo que refiere a la realidad prehispánica.
Prejuicios iluministas, aspiraciones narcisistas y conductas conformistas –entre
otros factores- han generado un combo inaudito que ha alejado y aún aleja a
muchos historiadores profesionales del sentir y del saber popular.
Algunos ingenuos opinan que el historicismo revisionista o el revisionismo se ha
realimentado últimamente por impulso de dos o tres individuos que pretenden
volver a instalar esta corriente como forma de adquirir notoriedad individual,
de instalarse en los medios, o de justificar determinados aconteceres políticos.
Es evidente que nada entienden.
Desafiamos a historiadores profesionales y a “revisionistas oscilantes y
oportunistas” a recorrer el país e investigar seriamente. Así podrán observar
los miles de obras y de trabajos históricos extra académicos que se han escrito
y que han estado circulando en nuestras provincias en estos últimos quince años,
y podrán darse cuenta de que el resurgimiento del historicismo revisionista
constituye un movimiento de abajo hacia arriba. Se trata de un fenómeno popular.
En palabras de Hernández Arregui, podría decirse que el revisionismo no admite
“Mandarines” del saber histórico.
En la actualidad el revisionismo historicista ha adoptado múltiples y variadas
formas a través de trabajos difundidos en la red, de millares de conferencias y
textos que se publican a diario por fuera del circuito comercial o académico, de
formatos audiovisuales incorporados recientemente. Existe una nutrida producción
histórica en especial sobre nuestros primeros habitantes: y hago hincapié en la
palabra “histórica” ya que “nuestros paisanos los indios” -al decir de José de
San Martín- eran y son sujetos históricos vitales aunque algunos todavía lo
nieguen, y por lo tanto el relato histórico debe extenderse hasta los confines
del poblamiento americano. Afortunadamente, en nuestra América nos hemos dado
cuenta de que la historia anterior a la expansión europea es un tema central que
no podemos dejar solo en manos de antropólogos influidos por un positivismo
eurocentrista.
Como fenómeno histórico cultural el historicismo revisionista ha obtenido
certeras conquistas. Entre ellas, la de poner en cuestión una visión
escolarizada de la historia que durante mucho tiempo ha vinculado el
protagonismo histórico a las capacidades o cualidades congénitas de ciertos
individuos, a quienes se les ha asignado estatus de próceres y a quienes se ha
colocado en un panteón inalcanzable e incuestionable. Pero el historicismo
revisionista también ha sometido a debate aquellas perspectivas históricas que
se concentran exclusivamente en el sistema de relaciones de clase, adjudicando a
las clases sociales propiedades determinantes y excluyentes en la dinámica
histórica. Ambas posiciones extremas empobrecen la interpretación y la
comprensión en profundidad de la historia de nuestro país y de nuestra América,
y como tales, en buena hora han sido revisadas críticamente.
El revisionismo nunca reclamó para sí un lugar en las academias ni en las
Universidades ni en las instituciones. Muy por el contrario, como corriente
crítica inmersa en la cultura popular, sigue optando por preservar la libertad,
el sentido crítico y el sentido común (no en términos gramscianos sino
jauretcheanos). Así como la cultura popular no admite ser institucionalizada, el
auténtico revisionismo tampoco. Ello no impide que, por su importancia, esta
corriente deba ser incorporada al saber universitario como objeto de estudio,
tal como lo hace la Universidad Nacional de Lanús.
No cabe duda de que el resurgimiento del revisionismo en el siglo que
transitamos presupone que todavía existen razones para resistir. Esta
resistencia no solo opera contra los contenidos del relato histórico determinado
por diversos componentes ideológicos, sino también contra ciertas enunciaciones
que, bajo una aparente asepsia científica, esconden nítidamente determinaciones
de tipo ideológico.
Por suerte, en los últimos tiempos se ha tomado conciencia de que la narración
histórica no puede estar exclusivamente a cargo de algunos “expertos” escudados
en una metodología vetusta y a-histórica nutrida por prejuicios cientificistas,
eurocéntricos, con componentes mecanicistas. La ciencia histórica, aún
considerando extracientífica la producción del historicismo revisionista, no
puede seguir ignorándola como ha hecho durante tanto tiempo. Es más, debe
reconocer públicamente esta falencia.
Ignorar o menoscabar la producción revisionista es un acto reprobable porque,
como he dicho en más de una oportunidad, la historia como devenir de la
experiencia colectiva es esencialmente proceso social y, como tal, objeto de
análisis científico. Más aún aun cuando realizaciones tales como el revisionismo
han nutrido y siguen nutriendo los fenómenos políticos más relevantes de nuestra
historia reciente.
* Publicado en “Antología del Bicentenario”. Unión para
el Personal Civil de la Nacion. UPCN. 2014
** Francisco José Pestanha es escritor y ensayista. Profesor Titular Ordinario
del Seminario Pensamiento Nacional y Latinoamericano en la Universidad nacional
de Lanús.