40º aniversario del asesinato de Carlos Mugica por la Triple A

Mugica, un rostro en la Ciudad

Por Horacio González

Imagen: Bernardino Avila

El investigador Loris Zanatta, desde Bologna, se sobresalta por la silueta de hierro forjado del rostro del padre Carlos Mugica que se colocó en la Avenida 9 de Julio. El punto elegido habla de una localización inspirada en un urbanismo alegórico. El lugar está entre la Recoleta y la Villa 31. Suponiendo un instante que las piedras, herrajes y monolitos de la Ciudad piensan, son más interesantes que el metrobús. La meditación del metrobús tiene puro valor de uso material, sin signos vivos de una tribulación conmemorativa.

Zanatta es autor de un clásico estudio sobre las relaciones del peronismo con la Iglesia, donde con profusión de citas y abundantes precisiones, define el “mito de la nación católica”, sostenido en su alma íntima por el peronismo, como una suerte de parálisis existencial argentina. Repite estos argumentos en su reciente artículo en La Nación, en el cual los exhaustivos esfuerzos del investigador dejan paso a los rápidos fantasmas de su fastidio por lo que no puede comprender en los mismos términos en que propone el dilema. No puede ser de otro modo, pues son tiempos donde tiene vigor el juego dispar de interpretaciones históricas. Y el ánimo conmemorativo es de los mayores que se han puesto en juego en la historia nacional, aun teniendo en cuenta los de la Generación del ’80, los del Centenario y los del propio peronismo en su primer gobierno. Pero no son autoconmemoraciones. Son reflexiones abiertas, y en lo que realmente importa, lo decisivo no es que abunden los nombres de los gobernantes actuales (si así fuera no sería lo más indicado) ni que se corra de lugar un monumento de larga ascendencia (aunque no fuera éste un hecho conveniente).

Lo decisivo es que se concibe a la Ciudad como un ente vivo que, a pesar de sus asperezas y ludibrios, busca permanentemente su hilo estrujado de sentido. Y lo hace precisamente en esas situaciones de topología simbólica que el profesor Zanatta percibe con perplejidad. Reprueba a un padre Mugica que opta por un cristianismo revolucionario volcado hacia los nuevos rostros del peronismo, y desliza sarcásticamente que su desdicha final provenía del “contenido incierto” que se había apoderado de su vida. No me cabe la menor duda de que la vida de Loris Zanatta no tiene ningún contenido incierto, pero de todas maneras es posible explicar en qué consistía lo incierto de Mugica. El propio Zanatta lo intuye cuando en su artículo escribe: “Con la vuelta del peronismo al poder, Mugica entró en una fase frenética de su vida: había dejado el camino de la juventud revolucionaria, sin cortar los puentes; había elegido la lealtad a Perón, sin abrazarla del todo. Encontrarse en el medio del río en ese movimiento en el que había tantos odios y venganzas políticas era muy peligroso. Mientras, su popularidad estaba en el cenit, celebrada por la prensa y la televisión. Mugica era un símbolo de contenido incierto”.

La tesis de una saga fatal que albergaría la Argentina, “el mito nacional católico”, sería efectivamente criticable si tan sólo existiera. Y es más cuestionable porque en nombre de ese antojo, Zanatta se dedica a desgranar una tenaz suspicacia sobre la complejidad de la vida política argentina, que percibe siempre al borde del despeñadero totalitarista. En verdad, ocurre otra cosa. Pues cada intervención urbana que le da un nuevo signo simbólico a la Ciudad recoge filamentos sueltos del pasado, llamados por múltiples plaquetas, inscripciones y monolitos ya existentes. Todos ellos heterogéneos, por eso dan espesura al presente. Y sin dejar de ser inciertos, más allá de las palabras que se profieran en cada ocasión.

Mugica fue asesinado por el Estado al salir de una misa. Esta fortísima noción no pertenece a ningún mito confesional, sino a una tragedia que dice por lo menos dos cosas. Que hubo hombres inciertos, sacerdotes, militantes, ciudadanos en general, que nunca hubieran tenido la fuerza para hacer que los acontecimientos fueran otros. El hombre incierto es quien da nombres a una historia viva. El martirologio de Mugica tiene ese acento especial. Y, lejos de ser este país la sede de una política oficial sumisa a la catolicidad como mito, existen diversas cuestiones que mejor deberíamos denominar teológico-políticas. En este caso, la religión no es mito sino más bien formas culturales de poner las cosas entre lo sagrado y lo profano.

Mugica solía citar la parábola de Zaqueo, el publicano subido a un sicomoro que quiere lavar sus culpas. Jesús lo ve y le dice que baje, esa noche deberá hospedarlo en su casa. Mensaje de redención hacia el hombre culposo. Pieza habitual del orador sacro. La rememora Mugica en su temprano escrito El rol del sacerdote (1971) y... ¡cuántas veces la escuchamos en las homilías del entonces opositor cardenal Bergoglio! Hay en la historia del país muchos secretos encerrados, vidas que parecerían paralelas y sufren el peso de ocultas paradojas. Somos los laicos de la ilustración popular, con el “incierto gusano de lo sagrado” por dentro, los decisivamente interesados en develar esos secretos a la vista. Que hoy podamos recordar que el asesinado Mugica, en su prédica juvenil, invocara al que estaba destinado a redimirse, ese oscuro anhelo de Zaqueo, al igual que lo haría quien después sería Papa, nos pone frente a una necesidad historiadora y ético-política muy distante del estilo de cortesanías dominantes, carpas amarillas y fotografías junto a los santos óleos. Aquí no hay mito de una nación católica sino una paradojal escisión que tanto agrada a los mitos.

No estamos ante la cuestión de una ruda lucha contra el mito católico-peronista, falacia reduccionista de la historia argentina, sino ante el papel político de la Iglesia, sus bifurcaciones dramáticas, sus burocracias internas e internacionales, sus encubridores y testimoniantes, y principalmente, ante el tema crucial de las creencias últimas, casi insondable núcleo de lo político. Ellas están antes del mito y algo tienen del mito, pero en verdad trazan su destino más vibrante cuando se encarnan en signos presentes o recuperados de vidas atrapadas por el rigor de una historia violenta. Si los mártires corren riesgos y son también riesgosos, Mugica, siendo uno de ellos, nos dona la garantía de que con la conmemoración en tanto justicia puede fortalecerse la democracia en tanto verdad.

15/05/14 Página|12

 

Así vamos mejor

Por Horacio Verbitsky

El diario La Nación rectificó ayer la nota que había publicado sobre la atribución del asesinato de Carlos Mugica a Montoneros y reconoció que no era real lo que me imputó. El diario publicó el fragmento del diálogo que sostuve con Gustavo Sylvestre y admitió que “a partir de esa conversación, LA NACION extendió de manera errónea el entrecomillado a Montoneros, cuando la frase textual no lo abarcaba”. Me alegro por ese diario que todavía le quede algún reflejo periodístico, y por sus confundidos lectores, que se lanzaron a insultarme en los foros por algo que Montoneros no hizo y que yo no dije. Sin embargo, el título de la rectificación es engañoso. No soy yo quien desliga a Montoneros de la muerte de Mugica, sino el expediente judicial, en el que fue procesado por ello el custodio de José López Rega y creador de la Triple A, Rodolfo Almirón. Y no sólo lo decreta la causa tribunalicia, sino también el testimonio del único sobreviviente del atentado, Ricardo Capelli, el amigo y colaborador de Mugica que fue herido junto con él y que sobrevivió para contarlo. Capelli identificó como autor de los disparos al policía Almirón, a quien había conocido cuando acompañaba a Mugica al Ministerio de Bienestar Social, donde el cura era asesor. Su renuncia, porque López Rega quiso entregar a constructoras privadas la urbanización de la villa 31, mientras sus habitantes apoyados por Mugica querían hacerlo por autoconstrucción cooperativa, fue su sentencia de muerte. En otra página de La Nación de ayer, el historiador italiano Loris Zanatta avala con otra falacia la hipótesis del crimen montonero. Dice que el diario Noticias publicó una amenaza implícita a Mugica al colocarlo en una “Cárcel del Pueblo”, por oligarca, oportunista y traidor. Eso tampoco es cierto. La cárcel del pueblo era una sección fija de la revista Militancia, que dirigían Eduardo Duhalde y Rodolfo Ortega Peña y que, a diferencia de Noticias, no tenía relación alguna con Montoneros.

Cuarenta años después es lícito preguntarse, como tal vez hagan muchos jóvenes, a qué vienen estas precisiones. La respuesta es breve: para no permitir que prevalezca el engaño sobre un momento clave de la tragedia argentina y a partir de él se cuestionen políticas de fondo para el futuro. La operación comenzó hace años, con la pretensión de que en el gobierno de los Kirchner resucitaba la guerrilla montonera, que es sólo un momento de la historia, sin proyección actual alguna. Y a partir de esa asociación ilícita se intenta deslegitimar toda la política de memoria, verdad y justicia llevada adelante desde siempre por los organismos defensores de los Derechos Humanos, a la que el kirchnerismo adhirió en 2003.

14/05/14 Página|12
 

Operaciones sucias

Por Horacio Verbitsky

El diario La Nación me atribuye haber dicho: “Hay una operación para tratar de ensuciar a Montoneros”. Esa frase es utilizada como título en su portal online, no una sino dos veces y con las comillas correspondientes a una afirmación textual, cosa que se repite por tercera vez dentro del texto de la nota.

Ocurre que nunca dije tal cosa.

Ante una pregunta de Gustavo Sylvestre acerca de por qué al cumplirse 40 años del asesinato del sacerdote Carlos Mugica se vuelve a publicar la falsa versión sobre la autoría de Montoneros, mi respuesta fue:

–Una operación tratando de ensuciar.

No dije ensuciar a Montoneros, como puede verificarse en la grabación del programa, a partir del segundo 47, aquí:

Agregué que todos los datos disponibles en el expediente judicial indican que el autor fue el ex policía Rodolfo Almirón, miembro de la custodia de López Rega y de la Triple A, que murió bajo arresto por ese crimen.

–Qué llamativo que a 40 años se trate de instalar que fue Montoneros y no la Triple A –insistió Sylvestre.

–Porque hay una operación que empezó hace ya bastantes años que consiste primero en identificar a los gobiernos de Kirchner y de Cristina con Montoneros y, segundo, atacarlos por todos los flancos posibles, incluyendo la atribución a Montoneros de una cantidad de cosas que Montoneros no hizo, como si no hubiera habido suficientes episodios para además agregar otros que no son parte real de la historia –respondí.

La Nación prefirió ignorarlo. Allá ellos y su concepción del periodismo.

13/05/14 Página|12


 

“Un mártir de la causa de los pobres”

La figura de Mugica fue recordada ayer con una multitudinaria procesión. El Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia lo definió como “un símbolo de la lucha por la justicia social”.

Por Washington Uranga

Con motivo de conmemorarse el 40º aniversario del asesinato del sacerdote Carlos Mugica, ayer se realizó una multitudinaria procesión hasta la capilla Cristo Obrero, en Retiro, con la participación de dirigentes sociales, políticos y de organismos de derechos humanos. En ese marco, el Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia de Buenos Aires dio a conocer una declaración afirmando que el cura asesinado el 11 de mayo de 1974 ha sido “mártir de la causa de los pobres y símbolo de la lucha por la justicia social”. Aprovecharon los curas la ocasión para plantear una serie de prioridades que deben atenderse en las villas actualmente y para señalar que “el único rival a vencer es la exclusión social”.

En el acto de recordación (ver aparte) participó también el cardenal Mario Poli, arzobispo de Buenos Aires. Acompañado por algunos de sus obispos auxiliares, Poli dijo que “el homicidio del padre Mugica fue un verdadero martirio” y subrayó que fue un “mártir de veras por la causa de los pobres”. Para el arzobispo porteño, “así lo revelan los cuadritos, ya que cuando entramos en las casas, en las villas, en los altarcitos, al lado de la Virgen de Luján, de San José, de San Expedito, siempre hay un cuadrito del Padre Mugica”, señalando que ése “es el mejor recuerdo, los que tienen en las casas” porque “ahí sí que se le reza, se lo quiere, se lo recuerda con cariño”.

El documento de los curas villeros está firmado 24 sacerdotes, entre ellos Guillermo Torre, Lorenzo De Vedia, Gustavo Carrara, Franco Punturo, Sebastián Sury, Pedro Baya Casal, Facundo Berretta, Enrique Evangelista, Alejandro Seijo, Rodrigo Valdez y Andrés Tocalini, todos ellos trabajando en villas de la capital, y contó también con la adhesión de José María Di Paola, actualmente en la Villa la Carcova (San Martín).

Para los curas, a “Mugica no le arrebataron la vida” porque “su martirio, más que una sorpresa, fue la consecuencia de un modo de vivir: una vida ofrendada por sus hermanos más pobres”. De allí que entiendan que “el mejor camino para entender al padre Carlos sea amar a los pobres, tener amistad con ellos”. Dicen también que “el martirio del padre Carlos se volvió un símbolo para todos nosotros” porque “a la devoción creyente que le tenemos se suma la luz que arroja su figura sobre todos los que luchan y trabajan por un mundo más justo y humano. Mugica como símbolo se dio casi espontáneamente, aconteció. Se convirtió en un icono de la lucha por la justicia social”.

Tras celebrar la “mayor conciencia” que hoy existe en la sociedad respecto de la realidad de las villas, los curas advierten sin embargo que “todavía hay gran desconocimiento y por consiguiente algunos prejuicios permanecen”. No obstante ello reconocen que, a diferencia de lo que ocurría en tiempos de Mugica, hoy no sólo hay más interés por lo que se vive en las villas, sino que “empieza a aparecer mayor presencia territorial del Estado –tanto de la Ciudad como de la Nación–, aun cuando esa presencia es todavía insuficiente y no del todo articulada”. Y como advertencia se señala que “siempre está latente la tentación de confundir esta presencia del Estado (que es un derecho de todos) con el accionar voluntario de una ONG, o de reducirla a un espacio partidista”.

En el texto hay una fuerte crítica directamente dirigida a los periodistas y a los medios. “En la actualidad, los medios de comunicación hablan de las villas, pero muchas veces desde la lejanía, con un tratamiento de las noticias que estigmatiza (...). Se asocia sin más a las personas que sufren la pobreza con el delito. Pero no tendríamos que olvidar que los vecinos y vecinas de las villas tienen una vivencia más profunda de la inseguridad”, dicen los curas. Y agregan que la “inseguridad también es no saber dónde se va a vivir dentro de unas semanas, o cuándo se va a lograr un trabajo estable, o dónde conseguir el medicamento que se necesita y no se puede comprar, o dónde van a ir los hijos a la escuela, o el temor a que los hijos adolescentes puedan quedar sumergidos en la droga, porque es una oferta muy a mano, o depender de un comedor comunitario para que los chicos coman, etc.”.

Hay también una palabra para introducir el debate sobre la “urbanización de las villas”, señalando que el concepto de “integración urbana” es superador del anterior porque propone una “cultura del encuentro”, considerando que las villas pueden aportar “mucho al todo de la ciudad”. Para ello proponen, entre otros, algunos ejemplos como “la vivencia de una fe que genera historia”, “el entramado de solidaridad que sabe hacerse cargo de situaciones de dolor y de deseos de vivir mejor”, “la capacidad de fiesta aún en medio de las dificultades” y “la laboriosidad y el trabajo”. Sostienen que para integrar es necesario “un diálogo entre la cultura urbana y la cultura popular que se da en la villa. Diálogo que por ser cultural es a la vez político y social”.

Siguiendo el ejemplo de Mugica, los sacerdotes recogen el pedido popular para que “ayudemos a cuidar la máxima riqueza (del pueblo) que son sus hijos”. Es un llamado que “no puede desoírse, sobre todo si tomamos conciencia de que casi la mitad de los habitantes de la villas son niños y adolescentes, ya que el 43 por ciento tiene menos de 17 años”, dicen los curas. Para alcanzar este propósito aseguran que es necesario tener en cuenta que “el único rival a vencer es la exclusión social grave que hipoteca el futuro de los niños y adolescentes de las villas, dejándolos a merced de los hijos de las tinieblas”.

Según dicen “escuchando diariamente a los vecinos y vecinas de las villas”, los curas plantean algunas prioridades que pasan por la vivienda (“muchas familias viven en situación de emergencia habitacional”), educación (“dar educación a todos”), salud (“que se invierta en los hospitales y centros de salud cercanos a nuestros barrios”) y trabajo (“no sólo se trata de asegurar la comida, sino que hay que dar trabajo”). Con un llamado también al “mundo empresario”, que “tiene que aparecer con mucha más fuerza, apostando por los vecinos y vecinas de nuestros barrios”.


La misa y la placa

“No estamos recordando la muerte, sino celebrando la vida”, dijo anoche el cura Domingo Bresci al comienzo de la misa en la iglesia San Francisco Solano, donde fue asesinado Carlos Mugica. La misa, organizada por los Curas en Opción por los Pobres, congregó a centenares de personas. Allí fueron Facundo y Sofía. “Nos conocimos trabajando en Villa Corina. Para nosotros, Mugica es un referente”, dice Facundo, mate en mano. “Yo soy agnóstico y ella viene de una formación religiosa, pero nos encontramos en este mensaje del Evangelio desde las bases”, destaca él, que es maestro. Noelia, en cambio, es médica y milita en La Cámpora Mataderos. “Este gobierno es coherente con la lucha de Mugica, en disminuir la brecha de la desigualdad y estar del lado de los humildes”, dice. “La cúpula de la Iglesia, en cambio, en el ’76 colaboró con la desaparición de nuestros compañeros. Hablan hoy de violencia cuando ellos forman parte de la de- sigualdad”, consideró Noelia. La misa comenzó con una foto de Mugica presidiendo el acto. Desde el atril, el cura Ernesto Narcisi sostuvo que “Carlos fue un enamorado de su pueblo y de los más pobres”. Luego salieron hasta el lugar donde balearon al sacerdote y se leyó la placa que está allí, que dice que fue víctima de aquellos “a quienes molestaba con su accionar a favor de los humildes del pueblo”.


El reclamo para la Iglesia

Por Washington Uranga

Cristianos para el Tercer Milenio, una agrupación que reúne a líderes políticos, sociales, culturales y académicos que plantean diferentes reclamos a la jerarquía católica, dio a conocer una carta enviada al presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), arzobispo José María Arancedo, en la cual le reclaman que “se anuncie y declare a nuestro hermano (Carlos Mugica) como mártir del Pueblo de Dios, testigo fiel del Evangelio de Jesucristo”. La solicitud enviada el pasado 6 de abril tenía como propósito que la declaración ocurriera en el marco de la asamblea episcopal recién concluida y con motivo de conmemorarse los 40 años del asesinato del sacerdote. Los obispos no accedieron a la solicitud y tampoco hubo una notificación privada acerca de los motivos para descartar el pedido.

En este grupo de cristianos se alistan personas con diferentes compromisos políticos y sociales, y entre ellos se cuentan Felipe Solá, Hernán Patiño Meyer, Ana Cafiero, Cacho Bruno, Rodolfo Brardinelli, Alicia Pierini y Fernando Portillo, para mencionar algunos. En su documento y al respecto del cura Mugica sostienen que “fue un cristiano coherente con su fe. Entendió el mensaje de los Evangelios, y se puso a practicarlo. A ejemplo de Jesús, fue a los pequeños y a los pobres de las villas. No se limitó a hablarles sino que hizo. Y alentó a los pobres para que se levanten”.

Tales son los argumentos para proponer que “la Iglesia argentina declare mártir a Carlos Mugica”, pero también “a todos los asesinados por el terrorismo de Estado por dar testimonio de su compromiso evangélico mediante la opción por los pobres, su liberación y la defensa de su dignidad y sus derechos”. Los Cristianos para el Tercer Milenio solicitaron también que “en las iglesias catedrales de nuestra patria se exhiban públicamente los nombres de los mártires de la diócesis correspondiente, como una forma de rendirles permanente homenaje y recordar constantemente su ejemplo de fidelidad a Cristo, a sus hermanos y al Evangelio”. Tampoco este pedido obtuvo una respuesta positiva del Episcopado.

El grupo decidió convocar a quienes estén de acuerdo con la propuesta a sumar adhesiones a través de cristianosparaeltercermilenio@gmail.com


La manifestación multicolor

Miles de vecinos de la Villa 31 de Retiro se acercaron al homenaje al cura Carlos Mugica y marcharon en una procesión multicolor hasta la capilla Cristo Obrero. Participaron las colectividades bolivianas, peruanas y paraguayas. Bajo la lluvia, las comparsas murgueras, las morenadas y los conjuntos de danzas tradicionales de diferentes regiones del continente se mezclaban con las delegaciones de las parroquias villeras de Barracas, Monte Chingolo, Bajo Flores, La Cárcova, entre otras. Estuvieron presentes el Sheik Abdul Karim Paz, director de la mezquita At Tahauid de Flores y máxima autoridad religiosa de la Asociación Islámica Argentina. Asistieron también la integrante de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora, Nora Cortiñas; el vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, Gabriel Mariotto; el defensor del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, Alejandro Amor, y muchos otros. Además, estuvieron Juan Carr, titular de Red Solidaria; los legisladores porteños de Nuevo Encuentro José Cruz Campagnoli y del PRO Carolina Stanley y el presidente del Club River Plate, Rodolfo D’Onofrio. Mariotto destacó la figura del cura asesinado y lo definió como “el mejor ejemplo de lucha y militancia por la igualdad”. El vicegobernador destacó que los homenajes los lleva adelante la Presidencia de la Nación junto con la Iglesia Católica: “Su sueño tiene representantes institucionales que lo honran”, dijo.

“Violencia es la injusticia”

“La mayor violencia de una sociedad es la de la injusticia”, dijo el titular de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, en respuesta al documento de la Iglesia Católica sobre la violencia en el país. “Al compromiso con los pobres tenemos que vivirlo, renovando su esperanza y recordando que la mayor violencia de una sociedad es la de la injusticia”, dijo el diputado en el homenaje al padre Carlos Mugica en la Villa 31. “Nuestra convicción por la construcción de una sociedad más justa no tiene tiempo ni espacio y es la razón de ser en nuestro tránsito por la vida.” Y agregó: “Como dijo el padre Mugica, el movimiento peronista es el movimiento de redención social más formidable en nuestra patria”.

12/05/14 Página|12

 

La vigencia de Mugica

Por Washington Uranga

“Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia luchando junto a los pobres por su liberación.” La frase le pertenece al sacerdote católico Carlos Mugica y es la misma que los curas del Grupo en la Opción por los Pobres eligieron como lema para conmemorar este 11 de mayo, los cuarenta años de su martirio. En 1974 Mugica, reconocido militante peronista y del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), referente inevitable de los pobres en las villas de Buenos Aires, caía asesinado a balazos en las puertas de la iglesia de San Francisco Solano, en Villa Luro, Capital Federal. La primera frase la dijo el 9 de octubre de 1971, poco después de sufrir un atentado con una bomba, y se completaba con una afirmación premonitoria: “Si el Señor me concede el privilegio que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a su disposición”.

“Ahora tenemos que estar más que nunca junto al pueblo”, le dijo Mugica a una enfermera del Hospital Salaberry de Buenos Aires cuando estaba agonizando. Tenía 43 años. El había adelantado su suerte días antes en una reunión con vecinos de la villa de Retiro (la misma que hoy lleva su nombre) donde eligió vivir. “(José) López Rega me va a matar”, dijo refiriéndose al siniestro jefe de la organización terrorista.

Carlos era miembro de una familia rica. Su padre (Adolfo Mugica) fue canciller del gobierno de Arturo Frondizi y su madre (Carmen Echagüe) parte de una familia de terratenientes bonaerenses. El abandonó sus estudios de Derecho a los 21 años para seguir su vocación sacerdotal. Fue ordenado cura en 1959 y se marchó un año a misionar en Resistencia, junto al obispo Juan José Iriarte. De regreso a Buenos Aires se desempeñó en parroquias porteñas y fundó la capilla Cristo Obrero, en la villa de Retiro. Ese fue su lugar de referencia más importante, al que se lo vincula y donde es reconocido por los habitantes como “mártir” popular, condición que la Iglesia institucional aún no asume formalmente.

El año 1968 marcó profundamente la vida del cura. Viajó a Francia para estudiar y allí trabó su amistad con el también sacerdote Rolando Concatti, uno de los fundadores del MSTM. En esa oportunidad también se trasladó a Madrid donde conoció y se entrevistó con Juan Domingo Perón a quien acompañaría en su regreso a la Argentina en 1973. En 1970, cuando fue detenido el cura Alberto Carbone, también miembro del MSTM, acusado de complicidad en el asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, Mugica fue uno de sus principales defensores ante la opinión pública. El “cura villero” ya era una figura pública reiteradamente requerida por los medios y sus opiniones contrastaban muchas veces con la de los obispos.

Durante el gobierno de Perón, en 1973, Mugica aceptó un cargo ad honorem en el Ministerio de Bienestar Social cuyo titular era José López Rega, pero diez meses después renunció porque, según dijo, no podía cumplir su misión de servir a los pobres de las villas debido a las discrepancias políticas con el titular de la cartera.

Tras la muerte de Mugica, su figura fue rescatada por los sectores progresistas de la Iglesia, por el peronismo y las organizaciones populares, en particular de los habitantes de las villas. Su entierro fue una gran manifestación popular. La jerarquía católica guardó distancia de su figura, usando como pretexto la vinculación que el cura mantuvo con Montoneros, varios de cuyos jóvenes integrantes surgieron de la Juventud Universitaria Católica, de la que el sacerdote era asesor. Pero la contradicción entre Mugica y la jerarquía católica se basaba en dos perspectivas opuestas acerca de la Iglesia y su misión en el mundo. Gran parte de los obispos argentinos se enrolaba en vertientes muy conservadoras, aun en contra de lo que estaba sucediendo en el mundo católico con la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II y en América latina, a partir de la Conferencia General de los Obispos realizada en Medellín (Colombia, 1968), en la cual las palabras claves fueron liberación y opción por los pobres.

Pese a sus debates con los obispos Mugica siempre permaneció en el marco de la institucionalidad eclesiástica. En una entrevista a la revista Siete días en 1972 afirmó que, “siguiendo las directivas del Episcopado, pienso que debo actuar desde el pueblo y con el pueblo: vivir el compromiso a fondo, conocer las tristezas, las inquietudes, las alegrías de mi gente a fondo, sentirlas en carne propia. Todos los días voy a una villa miseria de Retiro, que se llama Comunicaciones. Allí aprendo y allí enseño el mensaje de Cristo”.

En el momento del asesinato, y debido a las críticas políticas que Mugica había hecho a Montoneros después del regreso de Perón al país en 1973, se pretendió adjudicarles su muerte. La especie fue desmentida por Montoneros y todos los datos señalan a la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) como autora material del homicidio.

Tanto los curas en la Opción por los Pobres como, en general, los llamados curas villeros se ubican en la misma orientación pastoral de Mugica. José María Di Paola, un sacerdote dedicado actualmente al trabajo en las villas de Buenos Aires, dijo que “estamos agradecidos del gran legado que nos dejó Mugica, que vivió el sacerdocio de una manera entusiasta, más allá de la sacristía, para relacionarse con otros ámbitos como el sindical o el universitario; y que decidió venir a vivir en las villas, al lado de los más pobres”.

Al iniciarse la asamblea episcopal de esta semana en Pilar, el presidente de la Conferencia Episcopal, arzobispo José María Arancedo, mencionó a Mugica como “víctima de un asesinato” pero se cuidó de mencionarlo como “mártir”. Dijo, no obstante, que “fue un sacerdote que vivió su fe y su ministerio en comunión con la Iglesia y al servicio de los más necesitados, que aún lo recuerdan con gratitud, cariño y dolor”.

Tras su asesinato el sacerdote fue enterrado en el cementerio de Recoleta. En 1999, contando con el apoyo de Jorge Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos Aires, sus restos fueron trasladados a la parroquia Cristo Obrero, en la Villa de Retiro, donde aún permanecen y son venerados.

11/05/14 Página|12


LA MEGACAUSA Y LA DECLARACION SOBRE EL ASESINATO DE MUGICA

El fantasma de la Triple A

El ex policía Fernando Almirón llega a la Argentina deportado después de 31 años en España.
Imagen: EFE

El juez Oyarbide emitió una declaración en 2012 en la que establece que el asesinato fue realizado en 1974 por Fernando Almirón, por órdenes de la AAA. Los testimonios, cómo reconocieron al asesino, el marco de la megacausa.

Por Irina Hauser

Todos los sábados al anochecer, Carlos Mugica daba misa en la iglesia San Francisco Solano de Villa Luro. Tenía la costumbre, previo a eso, de hacer una charla con las parejas que se estaban por casar en la que siempre les decía: “No es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección”. El 11 de mayo de 1974 repitió el ritual. Luego, cuando comenzó el oficio, en la última fila apareció un hombre que desentonaba con el lugar. Era un extraño en un barrio donde todos se conocían. Hubo vecinos y feligreses que lo describieron como una persona de facciones algo aindiadas, robusto, de pelo oscuro y bigote. Cuando Mugica estaba por salir de la iglesia lo llamó, “padre Carlos”, e inmediatamente comenzó a dispararle. Carlos Capelli, su amigo y colaborador, quien había ido a buscarlo para ir a un asado en la Villa 31, lo vio caer sentado contra una pared, mientras él mismo se desplomaba al recibir otros balazos.

La escena, nítida, surge de los relatos volcados en una resolución que firmó el juez Norberto Oyarbide el 12 de julio de 2012 en la que establece que “Rodolfo Eduardo Almirón fue el autor inmediato del homicidio de Carlos Francisco Sergio Mugica, en el marco del accionar delictivo de la Triple A”. En términos jurídicos es una declaración, no es una condena, porque Almirón había muerto tres años antes. El texto dice que, como el juzgado logró reunir las pruebas necesarias, decidió “declarar la verdad de lo que aconteció, y así brindar una respuesta a los familiares de la víctima y a la sociedad”.

Lo que determinó a Oyarbide a reactivar la causa penal fue que a fines de 2006 periodistas españoles encontraron a Almirón cerca de Valencia. El ex comisario llevaba 31 años allí. Había sido pilar de la organización terrorista que comandaba José López Rega desde el Ministerio de Bienestar Social durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón. Además, era custodio del Brujo. Fue extraditado en 2009 y estuvo preso hasta su muerte pocos meses después. La orden de captura original había sido librada en 1984, cuando fue procesado por asociación ilícita en concurso real con homicidio doblemente agravado. Ya se le adjudicaban los asesinatos del diputado Rodolfo Ortega Peña, del ex subjefe de la Policía Bonaerense, Julio Troxler, el de Silvio Frondizi y el de Mugica, unificados en el expediente sobre los crímenes de la Triple A, que sigue tramitando y llegó a sumar 680 hechos atribuidos a esa organización.

Capelli, quien tenía un vínculo de amistad con Mugica, colaboraba con él en sus actividades sociales en la Villa 31 y solía llevarlo y traerlo. Tanto su relato como el de otra amiga del cura, Helena Goñi, fueron centrales en el expediente judicial. Capelli tenía presente la cara de Almirón por haber acompañado a Mugica al Ministerio de Bienestar Social, donde hacía una suerte de asesoría ad honorem, ya que en algún momento había tenido la expectativa de poder hacer algo desde allí por los pobres. Goñi, en su testimonio, recordó que cuando el cura advirtió que en el organismo no existía el más mínimo interés por el tema, hizo una renuncia pública en la villa de Retiro ante una multitud, que fue transmitida por televisión. Allí explicó sus razones y pidió permiso para dar un paso al costado en nombre de ellos, los villeros. “Fue su sentencia de muerte”, dijo ella.

Los relatos de las personas más cercanas a Mugica en la causa reflejan que recibía amenazas de muerte por lo menos desde 1972. Llamados telefónicos (“sos boleta, te vamos a reventar”) y atentados, uno de ellos con una bomba en la casa familiar de la calle Gelly y Obes, donde en pisos distintos vivían sus padres y él. Desde sectores evidentemente cercanos al Ministerio de Bienestar Social y grupos de derecha se intentaba instalar la teoría de que lo amenazaba Montoneros, pero Mugica decía que tenía claro que era López Rega. Algo de esto se susurraba mientras lo velaban primero en la iglesia de San Francisco Solano y luego en la capilla Cristo Obrero de la Villa 31. Allí se habló hasta de Almirón. Por el terror que reinaba entonces, nadie se animó a señalarlo con nombre y apellido pero los relatos que hoy se asientan en el juzgado son coincidentes.

Capelli relató que ese sábado no había ido a la misa pero fue a buscar a Mugica para ir a Lanús y luego a un asado. Cuando abrió la puerta de la iglesia vio en la última fila a dos hombres, pero en el momento no advirtió quiénes eran. Cuando terminó la misa, entró a buscar al cura porque se les hacía tarde. Salió primero, y notó que alguien llamaba a Mugica. Caminó unos metros y escuchó la balacera. “A mí me tiraron del otro lado, yo caí mirando hacia el lado del padre Carlos, y conocí a la persona que estaba dentro de la iglesia. Esa persona continuaba disparándole. Lo conocí por la ropa. El padre Carlos quedó ahí sentado como fue cayendo, en el piso, y yo quedé a esa distancia, caído. A mí me dispararon de frente, es decir que fue otra la persona que me disparó. Supongo que era la persona que estaba con la anterior descripta en la iglesia, pero lo supongo porque no llegué a verlo. El que mató a Mugica fue Almirón”, testimonió Capelli.

Según varios testigos, los asesinos huyeron en un Chevy verde claro. A Capelli y Mugica los subieron a un Citroën, y el cura de la parroquia de Villa Luro, Jorge Vernazza, y una amiga de ellos, Carmen Artero, los llevaron al Hospital Salaberry. El médico de guardia dijo que Mugica había recibido cinco disparos en el abdomen, tórax y el brazo izquierdo, mientras que Capelli tenía uno en el tórax. Mugica murió allí. A Capelli lo llevaron al Rawson, donde tuvo catorce intervenciones en dos días.

Además de los testimonios más directos, el juez Oyarbide tuvo en cuenta dos relatos iniciales de la causa: el del ex militar Salvador Horacio Paino, quien trabajó con López Rega y exhibió una nómina del Ministerio de Bienestar Social de personas a ejecutar por la Triple A, entre ellas Mugica; y el del edecán de Presidencia Tomás Eduardo Medina, quien dijo que había escuchado a Miguel Angel Rovira y a Almirón decir sobre el cura “lo vamos a hacer boleta” días antes de que lo asesinaran.

Oyarbide declaró en marzo de 2008 que los crímenes de la Triple A son de lesa humanidad, lo que confirmó la Cámara Federal. El fiscal de lo que devino en megacausa es Eduardo Taiano. La declaración sobre el asesinato de Mugica es una ínfima parte. La investigación tardía tramita con las reglas de un viejo Código Penal, por eso no habrá un juicio oral propiamente dicho sino una etapa de plenario que estará a cargo de María Servini de Cubría. Están presos para terminar de ser juzgados Jorge Héctor Conti, Norberto Cozzani, Carlos Alejandro Gustavo Villone, Julio José Yessi y Rubén Arturo Pascuzzi. Además de Almirón, murieron su suegro, el ex comisario Juan Ramón Morales (también custodio de López Rega), y Felipe Romeo, quien dirigía El Caudillo, órgano de difusión de la Triple A.

11/05/14 Página|12

 

EXHORTACION PRESIDENCIAL EN EL HOMENAJE AL SACERDOTE CARLOS MUGICA

“Que nadie más permita dividir al pueblo de Dios”

Un día antes de los 40 años del asesinato de Mugica, que se cumplen hoy, Cristina Fernández de Kirchner inauguró un monumento en su recuerdo. En el acto le respondió a la jerarquía católica local, rescató párrafos de un documento pontificio y se rodeó de curas villeros afines a Bergoglio.

Por Martín Granovsky

La Presidenta aprovechó la inauguración de un monumento al sacerdote asesinado Carlos Mugica para marcar dos diferencias y dos semejanzas. Una diferencia, con la Conferencia Episcopal Argentina, que el jueves 8 emitió un documento sobre la violencia en la Argentina. La otra diferencia, con los editores que tomaron como definición más importante la de que la Argentina está “enferma de violencia”. Al mismo tiempo, aunque la jerarquía local ya comenzó a ser moldeada por el Vaticano, Cristina Fernández de Kirchner igual pareció buscar un escenario que la mostrase en sintonía con el papa Francisco y con los curas villeros.

El monumento de Alejandro Marmo descubierto ayer muestra a Mugica mirando al frente desde una pose de tres cuartos de perfil y fue situado en la 9 de Julio, entre Juncal y Arroyo, al borde de un barrio de clase alta y al comienzo de la autopista que hoy está flanqueada por la Villa 31.

La Presidenta comenzó a hablar a las tres y media de la tarde de un día radiante. Ya a las dos estaban llenas las inmediaciones, tarea a cargo de columnas de Peronismo Militante, MUP, La Cámpora, Evita, Kolina, Nuevo Encuentro, Frente Transversal y el resto de las agrupaciones que integran Unidos y Organizados. Los retratos de Mugica se mezclaban con otros de Néstor Kirchner y de la propia Cristina. Un funcionario dijo a Página/12 que la consigna interna no había sido concretar un gran acto de la militancia kirchnerista, objetivo del 25 de Mayo. El clima dominante fue más la escenificación que el contrapunto entre la oradora y los manifestantes.

“Cuando hoy me levanté por la mañana y miré las tapas de los diarios, como lo hago todas las mañanas, y vi que alguien resumía o decía ‘hoy la Argentina es una Argentina violenta’, me di cuenta de que querían reeditar viejos enfrentamientos”, dijo la Presidenta. La frase tiene predicado con el verbo en tercera persona del plural pero carece de sujeto. Es tácito. En otro tramo agregó: “Les pido a todos los argentinos, como Presidenta de la República, también a las instituciones eclesiásticas y de todos los credos, a los sacerdotes, a los laicos, a los obispos, que nadie más permita dividir al pueblo de Dios. Porque cada vez que se dividió el pueblo de Dios masacraron a sus ovejas y además, también, a muchos de sus sacerdotes, a muchos de ellos que fueron mártires como monseñor Angelelli, como los curas palotinos, como tantos otros que ofrecieron su vida, como Carlos Mugica, por los pobres”.

Nacido en 1930, Mugica cumpliría 84 años el próximo 7 de octubre. Fue asesinado el 11 de mayo de 1974, a los 43. Hoy se cumplen exactamente 40 años del homicidio. El principal sospechoso, el jefe operativo de la Triple A Rodolfo Almirón, fue buscado en el exterior desde 1984 pero detenido en Valencia recién en 2006 (ver página 4). Mugica fue asesinado con una ametralladora como las que usaba la Triple A, cuando acababa de dar misa en la iglesia de San Francisco Solano, lejos de la Villa 31 que en aquel tiempo era la mayor de la Argentina y se llamaba Cristo Obrero. En su libro Vigilia de armas, tomo tercero de su Historia política de la Iglesia Católica, Horacio Verbitsky narra un diálogo entre Almirón y otro miembro de la Triple A, Miguel Rovira, en la residencia presidencial de Olivos. “Le vamos a hacer la boleta a ese cura”, fue una de las frases. También consigna un recuerdo de Gustavo Caraballo, secretario Legal y Técnico de la Presidencia. Cuando lamentó el asesinato delante de Perón y de José López Rega, el secretario privado y ministro de Bienestar Social le contestó “no te metas en un tema que no es de tu área”.

Cuando lo mataron, Mugica tenía diferencias políticas con Montoneros, a quienes criticaba por la continuidad del uso de las armas con Perón de presidente. “Hay que dejar las armas y empuñar los arados”, dijo a fines de 1973, ya producido el asesinato del secretario de la Confederación General del Trabajo, José Ignacio Rucci. Pero las diferencias de vida o muerte eran con López Rega, de cuyo ministerio llegó a ser asesor. Cuando decidió alejarse, según el mismo libro de Verbitsky, el propio López Rega le discutió de tal modo que, tras esa pelea y el comienzo de las amenazas, Mugica comentó a un amigo: “Va a mandar a que me maten”. Una versión autobiográfica de Mugica publicada en 1973 por la revista Cuestionario, de Rodolfo Terragno, puede leerse en la página web El Historiador o en el link http://bit.ly/1lf81vb.

Estos y otros detalles no figuraron ayer en el breve documental presentado durante el acto. El texto del guión solo dijo, en una parte, que “los sectores poderosos quisieron callarlo para siempre”. Pero ese guión se abstuvo de aportar precisiones históricas o presentar el estado de las suposiciones sobre el asesinato de Mugica, que en su mayoría llevan a la autoría de la Triple A. La organización parapolicial o paramilitar comenzó en 1974 la masacre que el golpe del 24 de marzo de 1976, tras la ocupación total del Estado, convertiría en un plan sistemático de asesinatos, tormentos, encubrimientos y robo de bebés.

La Presidenta dijo en su discurso que Mugica “fue también víctima de una Argentina violenta”. Contó: “Su juventud había transcurrido en una Argentina violenta, donde los argentinos se enfrentaban entre sí. No hablo ni con eufemismos, ni con hipocresías, ni con parábolas. Le tocó vivir en una Argentina donde se dirimieron las cosas a los tiros. Venía de una familia peronista, que se hizo antiperonista en el ’54 por el enfrentamiento entre la Iglesia y el gobierno de Juan Domingo Perón”. El padre de Mugica llegó a ser uno de los ministros de Relaciones Exteriores de Arturo Frondizi. Mugica se hizo peronista.

Uno de los curas villeros que ayer compuso el cuadro principal de quienes rodeaban a Cristina en el palco, Guillermo Torres, leyó la oración que Mugica recomendaba decir a los militantes de clase media que iban a trabajar a los barrios pobres. Se llama “Meditación en la villa” y dice: “Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos que tienen 8 años parezcan de 13. Yo me puedo ir. Ellos no. Me puedo ir de las aguas servidas. Ellos no. Señor, puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie hace huelga con su hambre. Señor, sueño con morir por ellos. Ayúdame a vivir para ellos. Quiero estar con ellos a la hora de la luz”.

Además de rodearse de los sacerdotes relacionados con Jorge Bergoglio, la Presidenta citó varias veces al Papa en su discurso. Lo hizo mediante la lectura de párrafos de la exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”, que mostró con su tapa roja. “Algunos deberían viajar menos a Roma y leerlo más”, recomendó. Leyó el punto 34 del documento pontificio, donde una frase menciona “la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de contenidos que realizan los medios” para advertir que “el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios”.

También el punto 60: “Los mecanismos de la economía actual promueven una exacerbación del consumo, pero resulta que el consumismo desenfrenado unido a la inequidad es doblemente dañino del tejido social. Así, la inequidad genera tarde o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni resolverán jamás”. El mismo apartado 60 contiene una crítica a quienes “se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males”. Leyó la Presidenta: “Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e instituciones– cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes”.

El acto en recuerdo de Mugica estuvo precedido por un diálogo televisado entre un grupo de funcionarios mezclados con dirigentes y vecinos de la Villa 31 a quienes encabezaba el diputado nacional Juan Cabandié. El ex legislador porteño contó que “aquí se pintaron doce murales de homenaje a Carlitos Mugica”. Uno de los vecinos, antiguo estibador, agradeció los planes de educación y salud.

La Presidenta, al final, sonrió y dijo que sólo calificaría el momento y el clima como “una hermosa tarde de sol”, referencia obvia a la expresión “hoy es un día peronista”. Pidió disculpas “a los vecinos que hayan tenido algún inconveniente de tránsito” y agradeció “a los sacerdotes que entienden el mensaje pastoral del Evangelio y de Jesucristo, haciéndolo junto a los pobres”.

martin.granovsky@gmail.com



CFK: "Quienes dicen que hay una Argentina violenta quieren reeditar viejos enfrentamientos"

Escuchar al pueblo

Testimonio de Eduardo de la Serna *

Conocí a Carlos en 1971, cuando fui a colaborar en apoyo escolar en la Villa 31. Después seguimos en contacto esporádico. Con él y de él aprendí a escuchar al pueblo. Eran otros tiempos, y muchas cosas recién empezaban (la Teología de la Liberación, por ejemplo, o la Pastoral popular...). Pasó mucha agua y mucha muerte bajo los puentes como para imaginar dónde estaría Mugica hoy. Pero su profecía, su compromiso encarnado, su palabra clara, su martirio siguen siendo una voz de Dios que todavía nos sigue interpelando, aunque muchos lo sigan negando o intenten domesticarlo.

* Sacerdote, coordinador del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres.


Testigo y contradicción

Una evaluación de Rodolfo Brardinelli *

Creo firmemente que para la mayor parte del pueblo de Dios Carlos Mugica fue y es –como muchos otros integrantes del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo– un valiente y valioso testigo del amor del Señor. Creo también que, precisamente por esa cualidad de testigo, Carlos Mugica fue, y sigue siendo, para otro sector de la Iglesia, un signo de contradicción, un factor de malestar y de sorda irritación.

Fue testigo y signo de contradicción porque asumió sin temor, sin remilgos y sin compromisos de clase, las propuestas del Concilio Vaticano II, del Documento de Medellín (obispos latinoamericanos, 1968) y del documento de San Miguel (obispos argentinos, 1969) e hizo una clara y consistente opción por los pobres y por su liberación. A ejemplo de Jesús, fue a los pequeños y a los pobres de las villas y no se limitó a hablarles sino que quiso hacer y alentó a los pobres para que se levanten. Fue testigo y signo de contradicción porque fue, como lo pide hoy Francisco, un pastor “con olor a oveja”.

Hoy la Iglesia, que sigue sin llamarlo “mártir” como verdaderamente es, ensaya una pálida aceptación discursiva de su testimonio. En verdad la auténtica aceptación de su testimonio, el verdadero fruto de la semilla plantada por Carlos, sería que la Iglesia toda, que cada uno de los que formamos parte de la Iglesia nos empeñemos en la difusión, y sobre todo en la aplicación, de la Evangelii Gaudium, el documento en que Francisco denuncia al neoliberalismo como un sistema social y económico “injusto en su raíz” y vuelve a proponer vigorosamente que “la opción preferencial por los pobres” –precisamente la opción que hizo Carlos Mugica– sea el programa que guíe la vida y la acción de la Iglesia.

* Sociólogo, miembro de Cristianos para el Tercer Milenio.


Una oración del padre Mugica

Creada para su trabajo entre los pobres, esta oración de Carlos Mugica fue leída en parte ayer en el acto por los 40 años de su asesinato.

“Señor: Perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos parezcan tener ocho años y tengan trece.
Señor: Perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no.
Señor: perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas, de las que puedo no sufrir, ellos no.
Señor: Perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo.
Señor: Yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre.
Señor: Perdóname por decirles ‘no sólo de pan vive el hombre’ y no luchar con todo para que rescaten su pan.
Señor: quiero quererlos por ellos y no por mí.
Señor: quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos.
Señor: quiero estar con ellos a la hora de la luz.”


Twitter presidencial

Luego del homenaje a Carlos Mugica, Cristina Fernández de Kirchner publicó en Twitter algunos fragmentos del texto del papa Francisco que citó durante el acto y agregó la captura de “un texto muy importante” que olvidó leer: unas líneas de “No al pesimismo estéril”, las palabras de Juan XXIII durante el Concilio Vaticano II, en las que el “Papa Bueno” condena a los “profetas de calamidades avezados siempre en anunciar infaustos acontecimientos”. Además, como acostumbra, la Presidenta ironizó acerca del título que pondrían ciertos matutinos sobre su discurso (“Cristina le respondió a la Iglesia”) y agradeció la presencia en la ceremonia de “los hermanos de las villas” y “los sacerdotes que entienden el mensaje pastoral haciéndolo junto a los pobres”.



Recuerdos y evaluaciones

- Jorge Capitanich, jefe de Gabinete: “La figura del padre Mugica es una figura emblemática por su tarea pastoral, diaria y cotidiana y su mensaje de amor tan profundo que implica nada menos que ponderar con su ejemplo”.

- Florencio Randazzo, ministro de Interior y Transporte: “Más que un homenaje, fue una celebración a este gran hombre, un cura militante de la Iglesia de los pobres, un adelantado de lo que hoy pregona el papa Francisco”.

- Alicia Kirchner, ministra de Desarrollo Social: “El Evangelio nos pide misionar. Mi homenaje al padre Mugica y a los curas de villas y barrios vulnerables que se juegan por el otro”.

- Juan Carlos Molina, titular de Sedronar: “Es siempre un punto de encuentro y un punto de partida para seguir trabajando por los más pobres, por los más necesitados y los más vulnerables”.

- Daniel Filmus, secretario de Asuntos Relativos a las Islas Malvinas; “Un gran orgullo haber participado en el homenaje al padre Mugica junto a la Presidenta”.

- Carlos Espínola, secretario de Deporte: “Aquí vemos la energía que todos los días tenemos que poner en homenaje a muchos que son ejemplo de vocación y de dejar todo al servicio de los que más lo necesitan, como lo hizo el padre Mugica”.

- Eduardo De Pedro, diputado por FpV: “Recordamos el asesinato del padre Mugica, un sacerdote que optó por estar junto a su pueblo”.

- Edgardo Depetri, diputado por FpV: “Hoy es un justo homenaje en el camino de Eva, Néstor y todos los que dieron la vida por el pueblo”.

- Horacio Pietragalla, diputado por FpV: “Curas como Mugica entendieron el compromiso hacia el pobre, involucrándose con la política y en la construcción del peronismo”.

- Juan Cabandié, diputado por FpV: “Fue una jornada muy emotiva para la reivindicación de la memoria y celebración de Carlitos Mugica para los vecinos de la villa. Para todos los militantes en las villas, Mugica es un faro que alumbra hace años las acciones que llevamos adelante, porque es un ejemplo grandísimo”.

- Gabriela Alegre, diputada por FpV: “La figura del padre Mugica representa hoy la lucha por los más desposeídos de nuestro país y de nuestro mundo. Esta imagen, esta celebración en el espacio público de Buenos Aires no sólo nos compromete con la memoria de la persona homenajeada, nos compromete con sus ideales”.

- Claudia Neira, diputada por FpV: “Muy emotivas las palabras de Cristina Fernández de Kirchner sobre el padre Mugica. A seguir su ejemplo”.

- Luis D’Elía, presidente del partido Miles: “Un 11 de mayo de hace cuarenta años, un sicario de la Triple A, La Rata Almirón, asesinaba a Carlos Mugica, un cura comprometido con los villeros. Potente conversión al Evangelio la de Mugica, que viniendo de una familia gorila y de clase alta entregó su vida por los pobres”.

11/05/14 Página|12
 


Carlos Mugica, el cura del pueblo

Por María Sucarrat

A 40 años del asesinato del sacerdote, una necesaria celebración de su memoria.

Se cumplen 40 años del asesinato de Carlos Mugica. Y este aniversario no debería ser una celebración pero, de algún modo, lo es, porque invita a celebrar su Memoria. La del religioso, pero también la del sujeto político que surge de sus textos, de los testimonios y de su obra. Los que lo conocieron coinciden en la gran capacidad que tenía para rezar. Cuentan que podía pasar dos, tres o cuatro horas rezando. Se decía un gran rezador.

¿Qué pediría Mugica en esas oraciones que decía en voz baja, para adentro? Nadie lo sabe. Hay algunos indicios de su puño y letra anotados en su libretita negra, una chiquita que llevaba en el bolsillo donde escribía cuestiones muy personales. Es interesante ver esos papeles. En ellos se puede ver que Mugica era un hombre sin márgenes porque escribía en toda la hoja. Sin respetarlos. Y cuando de casualidad, quién sabe, se decidía ponerse prolijo, y eso se nota por ejemplo con los cambios de materia o de año, cuando en algún momento se le acababa la hoja, torcía el cuaderno y escribía en el margen.

En una de las cajas que guardan su legado, adentro de un sobre de papel madera, está el pañuelo que Carlos llevaba en el bolsillo de su pantalón el día de su muerte. Es blanco, está doblado en cuatro y en el centro de uno de esos cuadrados, tiene una pequeña C mayúscula bordado en punto cadena, que es un punto muy sencillo, sin pretensiones. Así era.

Mugica no era un lavado. Ni se peinó nunca para una foto que no lo contuviera. Ni siquiera cuando aceptó el cargo de asesor en el Ministerio de Bienestar Social. Ni siquiera cuando, amenazado de muerte decenas de veces, rechazó la oferta de su hermano Alejandro para irse del país.

Si bien es conocido que Carlos era muy respetuoso de su Iglesia y que temía a sus reacciones, que se amargaba si le llamaban la atención o lo suspendían de funciones, fue un hombre que se comportó como un sujeto político. Y no estoy diciendo un estratega. El título del libro que me tocó escribir es El Inocente. Por eso digo que no era un estratega sino un luchador político.

Hubo sacerdotes del Movimiento que aportaron su saber desde la Teología y teorizaron acerca de ella. Mugica aportó su pulsión política y su enamoramiento, o mejor su amor, por lo que él llamaba el pueblo. Los que necesitaban cosas. Cosas que no son tangibles, que son derechos: el derecho a la tierra, el derecho a la vivienda y el derecho a la dignidad. La batalla porque los villeros, esos hombres y mujeres que vivían en el asentamiento de la Villa 31, convirtieran ese lugar en un barrio obrero y que pasaran así a no diferenciarse del resto de los trabajadores del resto del país.

La Iglesia a la que se enfrentaba Mugica era la iglesia preconciliar. Y mientras algunos hombres y mujeres habían entendido el mensaje, otros ni siquiera habían reparado en él. Mugica entendió desde el primer momento que la voluntad de la Iglesia era acercarse a los más desposeídos. Y en la Argentina, los desposeídos eran peronistas. Y Mugica se acercó al peronismo, se proclamó peronista y nunca se movió de esa posición.

La idea de recordar a Mugica como sujeto político tiene que ver con su compromiso con el otro. Compartir y debatir con los estudiantes secundarios y con los universitarios, elegir la villa como el lugar para trabajar tiene que ver con una concepción política. Intentar conciliar todo eso con la Iglesia tuvo que ver con su cintura política. No con otra cosa.

Era partidario porque era peronista. Un jugado. No tiene sentido hacer comparaciones o hablar de cuestiones de época. Porque tomar posición no pasa de moda. No es una cuestión de época. Muchas personas que me ha tocado entrevistar atribuyen la posición de Mugica a la época. Yo lo atribuyo a una manera de entender la vida. La religiosidad como mano que lo sostiene y la política como un manto que lo envuelve. Y la fuerza para convertir a personas que no tienen nada, a sus hermanos, sus pares, que no tienen nada, en luchadores. Convertirlos en guerreros capaces de pelear por sus derechos. Mugica teorizaba junto a aquellos que vivían una vida más holgada y empoderaba a los que no tenían nada. Iba del piso al techo, o del barro al cielo, muchas veces, esquivando a su jefa natural que era la Iglesia.

Mugica no era un lavado. Ni se peinó nunca para una foto que no lo contuviera. Ni siquiera cuando aceptó el cargo de asesor en el Ministerio de Bienestar Social. Ni siquiera cuando, amenazado de muerte decenas de veces, rechazó la oferta de su hermano Alejandro para irse un tiempo del país. Hubiera podido conseguir muchas cosas quizás, aunque el hubiera no existe, si se sometía al régimen, si se acomodaba en virtud de su apellido.

"Negro, tenés que ser un jetón", le decía a un muchacho entonces, que paraba en una casilla de la 31. "Yo soy el jetón de la Iglesia, vos tenés que ser el jetón de la villa." Y este es un punto a destacar: el talento de Mugica para ser un armador. Y eso no se diferencia en nada de ser un sujeto político. Y partidario. Y en empujar de abajo hacia arriba, de elevarse y de elevar al resto, a personas que no tenían que ver con él más que por una cuestión geográfica.

Los armados de los viajes a misionar por el Chaco santafesino con un grupo de estudiantes que luego formó la organización Montoneros.

Los armados en la Universidad.

Los armados en casa, que no era la de sus padres sino un cuarto armado en la terraza que compartía con el portero del edificio.

Su discusión al interior del Movimiento de Curas del Tercer Mundo.

Su combinación con el cura Hernán Benítez, el confesor de Eva Perón, y aquel responso en la despedida de sus alumnos Gustavo Ramus y Fernando Abal Medina que les costó la cárcel.

Los armados en la villa. El dispensario, el apoyo escolar, los abogados, las garrafas, la pelea diaria por convertir a esos villeros en parte activa de la masa trabajadora. A propósito: cuando concluí la primera edición de El Inocente, en la Villa 31 había 26 mil habitantes. Según el censo 2010, la villa de Retiro tiene 27 mil habitantes, sin embargo se estima que hoy viven 40 mil personas en los barrios que la componen.

El armado que hace hoy aquí que un lector repase su vida, su obra y su muerte.

La ley 148, que ordena la urbanización de las villas, está vigente desde 1998. La ley de Urbanización no recibió veto y el gobierno de la Ciudad debería haber invertido 900 millones de pesos en cinco años. Las obras proyectadas por la Universidad de Buenos Aires deberían haber comenzado en mayo de 2010. El objetivo era demoler el 30% de las casas y construir unas 8 mil.

Si la villa no es la misma es porque la gente se las ingenia para vivir mejor. Por lo demás, vale la pena darse una vuelta por el Obelisco. La carpa villera, con hombres y mujeres en huelga de hambre, ya lleva 17 días. El Estado pone el hombro pero no puede sin la toma de compromiso de la sociedad civil. Ese es el trabajo que comenzó Mugica y en eso estamos.

*Autora de El Inocente. Vida, pasión y muerte de CArlos Mugica, la biografía que en las próximas semanas será reeditada corregida y aumentada.

Los otros que cayeron

Recordar a Carlos Mugica, en el día de su asesinato, hace necesario abrir un paréntesis y traer a la memoria a otros tantos. María del Carmen Artero, Héctor Sobel, Guillermo Mazuco y su compañera Patricia Álvarez de la JP y Marian Erize, secuestrada en San Juan en el ’76 por Etchecolaz, Alberto Chejolan asesinado en la movilización el 25 de marzo cerca de Plaza de Mayo, a "Galleta" Alfaro, asesinado en Fuerte Apache. A su colaboradora y amiga querida, Lucía Cullen, quien merece un libro propio. Hay muchos más. La lista del horror lleva 30 mil nombres. La justicia hizo y hace su trabajo. La memoria queda de este lado.

Infonews

 

EL CURA DOMINGO BRESCI RECUERDA A CARLOS MUGICA, SU MILITANCIA Y TRAYECTORIA

“Fue un transgresor de su clase y un transgresor dentro de la Iglesia”

Se conocieron en el seminario de Villa Devoto y coincidieron en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Las ideas de Mugica, el riesgo, la relación con Perón, las disidencias con los Montoneros.

Por Victoria Ginzberg

La primera vez que Domingo Bresci vio a Carlos Mugica fue en un partido de fútbol en el seminario de Villa Devoto. Le llamó la atención no por la habilidad sino por la garra: empujaba, pateaba. “Así fue toda su vida, un apasionado, entregado a full”, dice Bresci, quien confluiría con Mugica en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM). Juntos compartieron, entre muchas otras cosas, una “parada” frente a la Casa Rosada contra la erradicación de las villas, a las que pretendían transformar en barrios obreros, y protestas en la cárcel de Devoto y en el interior por las condiciones de detención de los presos políticos. Bresci, ahora al frente de la parroquia San Juan Bautista el Precursor y asesor de la Secretaría de Culto, fue delegado regional del MSTM. Mugica no tuvo cargos en el Movimiento, pero se destacaba por su personalidad y carisma. Bresci habla con Página/12 en una pequeña sala de la Cancillería, muy cerca del coqueto barrio en el que vivió Mugica y también de la Villa 31, donde el cura fundó la parroquia Cristo Obrero y llevó adelante su trabajo pastoral y social. “Fue un transgresor de su clase y un transgresor dentro de la Iglesia”, lo define.

–¿Cuándo y cómo conoció a Mugica?

–En el seminario de Villa Devoto. El se ordena sacerdote en 1959, yo en 1962. Lo conozco mirando cómo jugaba al fútbol los jueves a la tarde, que era el día libre de los seminaristas. Sobresalía porque era un tipo que se metía, pateaba, empujaba, ponía toda su potencia. Y así fue toda su vida, era un apasionado por la vida, entregado a full. Por la forma de ser de Carlos lo llamaban La Bestia. Pero no era bestia en el fútbol, era bestia para trabajar, para rezar. Era un obsesionado con todo lo que hacía.

–¿En el seminario también destacaba?

–Por lo que sé, a diferencia de su primario y secundario, que parece que no fueron muy brillantes –es interesante que no fue a un colegio religioso sino a uno de gestión estatal y la secundaria la hizo en el Nacional de Buenos Aires–, en el seminario era una persona muy inquieta, preocupada. Era la época de preparación del Concilio Vaticano II, que se hizo en 1962.

–¿Cuándo se acercaron?

–En el seminario empecé a trabajar, junto con un grupo de profesores del seminario, con universitarios de la UBA. Había un grupo que se llamaba Juventud Universitaria Católica que tenía la idea de acercarse, en el espíritu del concilio, muy abierto, ecuménico, a la realidad del pensamiento, de la intelectualidad. Todo estaba en ebullición. Había un clima revolucionario en todos los ámbitos, la guerra de Vietnam había influido mucho, antes la Revolución Cubana, Argelia. Los grupos cristianos participaban. Ahí nos conocimos. Después tuvimos otras aproximaciones con cuestiones sociales. En el ’57 hubo una gran inundación que afectó mucho al gran Buenos Aires y fuimos a las zonas inundadas, ayudamos. El incursiona ayudando al sacerdote de la parroquia Santa Rosa de Lima, en Belgrano y Pasco, en una actividad de visita a conventillos de Balvanera. Eso era una novedad para él, que venía de acá a la vuelta, de la calle Arroyo. El papá había sido ministro de Relaciones Exteriores de Arturo Frondizi y la mamá, dueña de muchas hectáreas en la provincia. De Arroyo al conventillo fue un salto enorme. La otra etapa fue irse a Resistencia a hacer una experiencia de vida rural y conocer esa problemática. Después organizó campamentos de trabajo en el Chaco santafesino. Yo, simultáneamente, iba por ese lado, a los campamentos, en las vacaciones íbamos a las fábricas, ayudábamos a familias en la autoconstrucción y ahí se fue dando esa afinidad, en la línea de preocupación por lo social. Luego de conocer la situación nos planteábamos por qué tanta injusticia y ahí empezó lo que aquí se llamó el diálogo con el marxismo, que venía de Europa también.

–¿Eso fue orgánico?

–Era en la Facultad de Filosofía y Letras. A él lo llamaron porque lo conocían, era un hombre de reflexión. Los universitarios eran agrupaciones, pero desde la Iglesia éramos sujetos sueltos, los que queríamos estar. La organización de los Sacerdotes para el Tercer Mundo fue posterior. Antes fue el proceso de “conversión”. Carlos no nació pobre, se convirtió a los pobres. Empezó por el descubrimiento de la problemática social, los barrios, el interior, los sindicatos, las villas. Después, o en simultáneo, se planteó la pregunta por las causas de esa situación. Para entender eso había que buscar instrumentos de análisis y en ese momento el marxismo era lo que estaba en boga. Luego hubo críticas, una actualización, se constituyeron las cátedras nacionales para analizar los procesos nacionales de liberación y por eso la denominación de Tercer Mundo. A pesar de que lo nombran secretario del cardenal de Buenos Aires Alberto Ca-ggiano, a pesar de que lo nombran en la parroquia de El Socorro, de Juncal y Suipacha, Carlos empieza un acercamiento a la villa, que estaba a la vuelta de su casa y de la parroquia donde trabajaba. Empieza a ver esa contradicción entre esos dos mundos. Enseguida la presencia de él en la villa fue para incentivar las mejoras en las condiciones de vida de la gente y eso lo llevó a organizar a la misma gente del lugar. Su conversión lo llevó a su compromiso. Después de las etapas social e ideológica está la etapa política. El y muchos otros empezamos a incursionar, después de que se fundó el Movimiento, en la política... cómo se hacía, con quiénes, con qué herramientas. Siempre tratando de acompañar el proceso de la propia gente. Todos aprendimos que había que escuchar al pueblo, no decirle lo que había que hacer.

–¿Y entonces se acercaron al peronismo?

–Las mayorías populares eran mayoritariamente de identidad peronista. Si queríamos estar con el pueblo no había otra forma. Había que acompañarlo, pero no sumarse indiscriminadamente. Diferenciamos la identidad peronista de la dirigencia peronista y el partido justicialista. Nosotros nos apoyábamos en la esencia histórico-cultural del peronismo.

–¿Cómo fue la relación personal de Mugica con Perón?

–Perón se interesa por el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo porque su última experiencia había sido pelearse con la Iglesia en el ’55. Muchos de los curas que pertenecieron al Movimiento habían sido antiperonistas en el ’55 por defender a la Iglesia. El Movimiento fue el que redescubre al peronismo a través de estas experiencias de inserción en territorios. Lo que le costaría a Mugica, que venía de una familia recontra antiperonista, decir que era peronista. Era un peronismo que tenía una gran expectativa en Perón, en su regreso. En 1968 Mugica viaja a París para hacer seis meses de actualización teológica y va a Puerta de Hierro y conversa con él.

–¿De ahí que después lo nombran en el Ministerio de Acción Social?

–A Carlos, la Juventud Peronista lo quiere poner en la lista de diputados de Capital. Eso lo charlamos entre todos y quedamos que no, que no queríamos asumir ese rol, sino el de apoyar, acompañar. Le contraproponen ser asesor del Ministerio de Acción Social, porque se suponía que eso iba a favorecer la acción que él estaba desarrollando en las villas.

–¿Y ya sabían quién era López Rega?

–Bastante, pero no todo. Desde el comienzo, Carlos se empieza a sentir incómodo en lo personal, pero también discrepaba con los proyectos que tenía López Rega acerca de las viviendas. Los curas villeros proponían que fueran los mismos villeros los que pensaran sus casas y participaran en proyectos de autoconstrucción. López Rega quería hacer eso a través de las empresas. A Carlos no le interesa... y el manejo del dinero... Llama a una asamblea del barrio y decide renunciar. Eso le trae un enfrentamiento con López Rega, que incidió seguramente en que la Triple A lo matara.

–¿Y la relación con las organizaciones armadas, sobre todo con Montoneros?

–Venía sobre todo del Colegio Nacional de Buenos Aires. Fue asesor de grupos juveniles católicos. Ahí los conoció. Después ellos se organizaron, no le preguntaron a él sobre la organización, pero él y Alberto Carbone eran referentes. Luego hay diferencias con el modo de encarar y analizar cómo tenía que ser la revolución en la Argentina. Hay un distanciamiento que se agudiza con la vuelta de Perón y el pase a la clandestinidad de Montoneros. Ellos no responden a la conducción de Perón, eran muy verticalistas, se militarizaron.

–Pero Mugica no descartaba la lucha armada, ¿o sí?

–El tiene esa frase que dice “yo puedo dejarme matar pero nunca voy a matar a nadie”. Todos decíamos que esa decisión tenía que partir del pueblo en su conjunto, no de un grupo de dirigentes iluminados que decían qué, cuándo y cómo había que dar esa lucha armada.

–Pero en un contexto de dictadura la apoyaba...

–La apoyamos. El Movimiento. En un contexto de dictadura era legítimo, pero tenía que estar muy respaldada por el pueblo. Ese era también un cuestionamiento hacia las organizaciones. En democracia se deslegitimaba.

–¿Estaba claro en ese momento quiénes habían sido o hubo discusiones?

–No estaba muy claro al principio. Al día siguiente de la muerte, el diario Noticias, de Montoneros, sacó un comentario muy lavado sobre la muerte de Carlos y eso hizo sospechar que podían tener algo que ver. Carlos no ahorraba críticas para los que habían sido sus alumnos. Inclusive en el velatorio, en la parroquia San Franciso Solano, hay una pelea cuando vienen algunos miembros de Montoneros. Después Mario Firmenich convova a Alberto Carbone, lo llevan en un auto con los ojos vendados, y en un tono amistoso le dice que ellos no habían sido, que no habían dado la orden. Luego se especula con que fuera un grupo de discrepaba con la conducción. Pero finalmente se supo que vino de la Triple A, que tenía muchos motivos para hacerlo. En pocos meses, además, matan a otros referentes sociales como Rodolfo Ortega Peña, Atilio López, Silvio Frondizi. Era un operativo de terror, para implantar el miedo.

–¿Mugica tuvo muchos choques con la jerarquía de la Iglesia?

–En 1972 el arzobispo Juan Carlos Aramburu le pidió que no fuera más sacerdote, que se dedicara a la política. Lo sancionaron. A él le dolió mucho porque era una persona de la Iglesia. Fue un transgresor de su clase y un transgresor al interior de la Iglesia. Renunció a la posibilidad que tenía de dinero, mujeres y renunció también a la posibilidad de una carrera eclesiástica. Enseguida lo nombraron secretario del cardenal y en la Iglesia del Socorro. Podría haber sido obispo rápido, si se portaba bien, por la familia de la que venía. Pero no quería eso.

–¿Qué lugar ocupa lo que fue el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo en la Iglesia?

–Serían los curas en opción por los pobres, pero el contexto es muy distinto. Los problemas de fondo en algunas cosas mejoraron, pero otros se mantienen. Hoy siguen siendo un desafío la vivienda, la tierra, la organización de la gente. Ahora está el plan Pro.Cre.Ar, pero la envergadura de lo que hay que hacer es enorme. Se agravó por la droga.

–¿Hay un cambio con Francisco dentro de la Iglesia?

–Como Francisco apoyó a los curas villeros, los que hablaban en contra se cuidan. Pero es contradictorio ver a ciertos medios hablando de los pobres cuando los que están con esos medios son los que fabrican a los pobres. Es absurdo, “preocupados por la pobreza”... si la generan los sectores que están con ellos. Con Francisco cambia un poco el eje. Si él dice “una Iglesia pobre para los pobres”, que es lo que decíamos nosotros, bienvenido sea. Pero veamos cómo eso se implementa. Están vigentes las cuestiones que Carlos planteó y él tenía vinculación con los jóvenes también. El grupo Cristianos para el Tercer Milenio reclama a la Iglesia que dé a conocer los archivos de la época de la dictadura que hay en el Episcopado y también se lo pide al Vaticano. Al parecer, Francisco dio el visto bueno, pero hasta ahora no se supo nada. También solicitaron al Episcopado que se declare a Carlos como mártir del pueblo de Dios, a él y a todos los obispos, sacerdotes y laicos asesinados.

11/05/14 Página|12