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40º aniversario del asesinato de Carlos Mugica por la Triple A
Mugica,
un rostro en la Ciudad
Por Horacio González
Imagen: Bernardino Avila
El investigador Loris Zanatta, desde Bologna, se sobresalta por la silueta de
hierro forjado del rostro del padre Carlos Mugica que se colocó en la Avenida 9
de Julio. El punto elegido habla de una localización inspirada en un urbanismo
alegórico. El lugar está entre la Recoleta y la Villa 31. Suponiendo un instante
que las piedras, herrajes y monolitos de la Ciudad piensan, son más interesantes
que el metrobús. La meditación del metrobús tiene puro valor de uso material,
sin signos vivos de una tribulación conmemorativa.
Zanatta es autor de un clásico estudio sobre las relaciones del peronismo con la
Iglesia, donde con profusión de citas y abundantes precisiones, define el “mito
de la nación católica”, sostenido en su alma íntima por el peronismo, como una
suerte de parálisis existencial argentina. Repite estos argumentos en su
reciente artículo en La Nación, en el cual los exhaustivos esfuerzos del
investigador dejan paso a los rápidos fantasmas de su fastidio por lo que no
puede comprender en los mismos términos en que propone el dilema. No puede ser
de otro modo, pues son tiempos donde tiene vigor el juego dispar de
interpretaciones históricas. Y el ánimo conmemorativo es de los mayores que se
han puesto en juego en la historia nacional, aun teniendo en cuenta los de la
Generación del ’80, los del Centenario y los del propio peronismo en su primer
gobierno. Pero no son autoconmemoraciones. Son reflexiones abiertas, y en lo que
realmente importa, lo decisivo no es que abunden los nombres de los gobernantes
actuales (si así fuera no sería lo más indicado) ni que se corra de lugar un
monumento de larga ascendencia (aunque no fuera éste un hecho conveniente).
Lo decisivo es que se concibe a la Ciudad como un ente vivo que, a pesar de sus
asperezas y ludibrios, busca permanentemente su hilo estrujado de sentido. Y lo
hace precisamente en esas situaciones de topología simbólica que el profesor
Zanatta percibe con perplejidad. Reprueba a un padre Mugica que opta por un
cristianismo revolucionario volcado hacia los nuevos rostros del peronismo, y
desliza sarcásticamente que su desdicha final provenía del “contenido incierto”
que se había apoderado de su vida. No me cabe la menor duda de que la vida de
Loris Zanatta no tiene ningún contenido incierto, pero de todas maneras es
posible explicar en qué consistía lo incierto de Mugica. El propio Zanatta lo
intuye cuando en su artículo escribe: “Con la vuelta del peronismo al poder,
Mugica entró en una fase frenética de su vida: había dejado el camino de la
juventud revolucionaria, sin cortar los puentes; había elegido la lealtad a
Perón, sin abrazarla del todo. Encontrarse en el medio del río en ese movimiento
en el que había tantos odios y venganzas políticas era muy peligroso. Mientras,
su popularidad estaba en el cenit, celebrada por la prensa y la televisión.
Mugica era un símbolo de contenido incierto”.
La tesis de una saga fatal que albergaría la Argentina, “el mito nacional
católico”, sería efectivamente criticable si tan sólo existiera. Y es más
cuestionable porque en nombre de ese antojo, Zanatta se dedica a desgranar una
tenaz suspicacia sobre la complejidad de la vida política argentina, que percibe
siempre al borde del despeñadero totalitarista. En verdad, ocurre otra cosa.
Pues cada intervención urbana que le da un nuevo signo simbólico a la Ciudad
recoge filamentos sueltos del pasado, llamados por múltiples plaquetas,
inscripciones y monolitos ya existentes. Todos ellos heterogéneos, por eso dan
espesura al presente. Y sin dejar de ser inciertos, más allá de las palabras que
se profieran en cada ocasión.
Mugica fue asesinado por el Estado al salir de una misa. Esta fortísima noción
no pertenece a ningún mito confesional, sino a una tragedia que dice por lo
menos dos cosas. Que hubo hombres inciertos, sacerdotes, militantes, ciudadanos
en general, que nunca hubieran tenido la fuerza para hacer que los
acontecimientos fueran otros. El hombre incierto es quien da nombres a una
historia viva. El martirologio de Mugica tiene ese acento especial. Y, lejos de
ser este país la sede de una política oficial sumisa a la catolicidad como mito,
existen diversas cuestiones que mejor deberíamos denominar teológico-políticas.
En este caso, la religión no es mito sino más bien formas culturales de poner
las cosas entre lo sagrado y lo profano.
Mugica solía citar la parábola de Zaqueo, el publicano subido a un sicomoro que
quiere lavar sus culpas. Jesús lo ve y le dice que baje, esa noche deberá
hospedarlo en su casa. Mensaje de redención hacia el hombre culposo. Pieza
habitual del orador sacro. La rememora Mugica en su temprano escrito El rol del
sacerdote (1971) y... ¡cuántas veces la escuchamos en las homilías del entonces
opositor cardenal Bergoglio! Hay en la historia del país muchos secretos
encerrados, vidas que parecerían paralelas y sufren el peso de ocultas
paradojas. Somos los laicos de la ilustración popular, con el “incierto gusano
de lo sagrado” por dentro, los decisivamente interesados en develar esos
secretos a la vista. Que hoy podamos recordar que el asesinado Mugica, en su
prédica juvenil, invocara al que estaba destinado a redimirse, ese oscuro anhelo
de Zaqueo, al igual que lo haría quien después sería Papa, nos pone frente a una
necesidad historiadora y ético-política muy distante del estilo de cortesanías
dominantes, carpas amarillas y fotografías junto a los santos óleos. Aquí no hay
mito de una nación católica sino una paradojal escisión que tanto agrada a los
mitos.
No estamos ante la cuestión de una ruda lucha contra el mito católico-peronista,
falacia reduccionista de la historia argentina, sino ante el papel político de
la Iglesia, sus bifurcaciones dramáticas, sus burocracias internas e
internacionales, sus encubridores y testimoniantes, y principalmente, ante el
tema crucial de las creencias últimas, casi insondable núcleo de lo político.
Ellas están antes del mito y algo tienen del mito, pero en verdad trazan su
destino más vibrante cuando se encarnan en signos presentes o recuperados de
vidas atrapadas por el rigor de una historia violenta. Si los mártires corren
riesgos y son también riesgosos, Mugica, siendo uno de ellos, nos dona la
garantía de que con la conmemoración en tanto justicia puede fortalecerse la
democracia en tanto verdad.
15/05/14 Página|12
Así vamos mejor
Por Horacio Verbitsky
El diario La Nación rectificó ayer la nota que había publicado sobre la
atribución del asesinato de Carlos Mugica a Montoneros y reconoció que no era
real lo que me imputó. El diario publicó el fragmento del diálogo que sostuve
con Gustavo Sylvestre y admitió que “a partir de esa conversación, LA NACION
extendió de manera errónea el entrecomillado a Montoneros, cuando la frase
textual no lo abarcaba”. Me alegro por ese diario que todavía le quede algún
reflejo periodístico, y por sus confundidos lectores, que se lanzaron a
insultarme en los foros por algo que Montoneros no hizo y que yo no dije. Sin
embargo, el título de la rectificación es engañoso. No soy yo quien desliga a
Montoneros de la muerte de Mugica, sino el expediente judicial, en el que fue
procesado por ello el custodio de José López Rega y creador de la Triple A,
Rodolfo Almirón. Y no sólo lo decreta la causa tribunalicia, sino también el
testimonio del único sobreviviente del atentado, Ricardo Capelli, el amigo y
colaborador de Mugica que fue herido junto con él y que sobrevivió para
contarlo. Capelli identificó como autor de los disparos al policía Almirón, a
quien había conocido cuando acompañaba a Mugica al Ministerio de Bienestar
Social, donde el cura era asesor. Su renuncia, porque López Rega quiso entregar
a constructoras privadas la urbanización de la villa 31, mientras sus habitantes
apoyados por Mugica querían hacerlo por autoconstrucción cooperativa, fue su
sentencia de muerte. En otra página de La Nación de ayer, el historiador
italiano Loris Zanatta avala con otra falacia la hipótesis del crimen montonero.
Dice que el diario Noticias publicó una amenaza implícita a Mugica al colocarlo
en una “Cárcel del Pueblo”, por oligarca, oportunista y traidor. Eso tampoco es
cierto. La cárcel del pueblo era una sección fija de la revista Militancia, que
dirigían Eduardo Duhalde y Rodolfo Ortega Peña y que, a diferencia de Noticias,
no tenía relación alguna con Montoneros.
Cuarenta años después es lícito preguntarse, como tal vez hagan muchos jóvenes,
a qué vienen estas precisiones. La respuesta es breve: para no permitir que
prevalezca el engaño sobre un momento clave de la tragedia argentina y a partir
de él se cuestionen políticas de fondo para el futuro. La operación comenzó hace
años, con la pretensión de que en el gobierno de los Kirchner resucitaba la
guerrilla montonera, que es sólo un momento de la historia, sin proyección
actual alguna. Y a partir de esa asociación ilícita se intenta deslegitimar toda
la política de memoria, verdad y justicia llevada adelante desde siempre por los
organismos defensores de los Derechos Humanos, a la que el kirchnerismo adhirió
en 2003.
14/05/14 Página|12
Operaciones sucias
Por Horacio Verbitsky
El diario La Nación me atribuye haber dicho: “Hay una operación para tratar de
ensuciar a Montoneros”. Esa frase es utilizada como título en su portal online,
no una sino dos veces y con las comillas correspondientes a una afirmación
textual, cosa que se repite por tercera vez dentro del texto de la nota.
Ocurre que nunca dije tal cosa.
Ante una pregunta de Gustavo Sylvestre acerca de por qué al cumplirse 40 años
del asesinato del sacerdote Carlos Mugica se vuelve a publicar la falsa versión
sobre la autoría de Montoneros, mi respuesta fue:
–Una operación tratando de ensuciar.
No dije ensuciar a Montoneros, como puede verificarse en la grabación del
programa, a partir del segundo 47, aquí:
Agregué que todos los datos
disponibles en el expediente judicial indican que el autor fue el ex policía
Rodolfo Almirón, miembro de la custodia de López Rega y
de la Triple A, que murió bajo arresto por ese crimen.
–Qué llamativo que a 40 años se trate de instalar que fue Montoneros y no la
Triple A –insistió Sylvestre.
–Porque hay una operación que empezó hace ya bastantes años que consiste primero
en identificar a los gobiernos de Kirchner y de Cristina con Montoneros y,
segundo, atacarlos por todos los flancos posibles, incluyendo la atribución a
Montoneros de una cantidad de cosas que Montoneros no hizo, como si no hubiera
habido suficientes episodios para además agregar otros que no son parte real de
la historia –respondí.
La Nación prefirió ignorarlo. Allá ellos y su concepción del periodismo.
13/05/14 Página|12
“Un mártir de la causa de los pobres”
La figura de Mugica fue recordada ayer con una multitudinaria procesión. El
Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia lo definió como “un símbolo
de la lucha por la justicia social”.
Por Washington Uranga
Con motivo de conmemorarse el 40º aniversario del asesinato del sacerdote Carlos
Mugica, ayer se realizó una multitudinaria procesión hasta la capilla Cristo
Obrero, en Retiro, con la participación de dirigentes sociales, políticos y de
organismos de derechos humanos. En ese marco, el Equipo de Sacerdotes para las
Villas de Emergencia de Buenos Aires dio a conocer una declaración afirmando que
el cura asesinado el 11 de mayo de 1974 ha sido “mártir de la causa de los
pobres y símbolo de la lucha por la justicia social”. Aprovecharon los curas la
ocasión para plantear una serie de prioridades que deben atenderse en las villas
actualmente y para señalar que “el único rival a vencer es la exclusión social”.
En el acto de recordación (ver aparte) participó también el cardenal Mario Poli,
arzobispo de Buenos Aires. Acompañado por algunos de sus obispos auxiliares,
Poli dijo que “el homicidio del padre Mugica fue un verdadero martirio” y
subrayó que fue un “mártir de veras por la causa de los pobres”. Para el
arzobispo porteño, “así lo revelan los cuadritos, ya que cuando entramos en las
casas, en las villas, en los altarcitos, al lado de la Virgen de Luján, de San
José, de San Expedito, siempre hay un cuadrito del Padre Mugica”, señalando que
ése “es el mejor recuerdo, los que tienen en las casas” porque “ahí sí que se le
reza, se lo quiere, se lo recuerda con cariño”.
El documento de los curas villeros está firmado 24 sacerdotes, entre ellos
Guillermo Torre, Lorenzo De Vedia, Gustavo Carrara, Franco Punturo, Sebastián
Sury, Pedro Baya Casal, Facundo Berretta, Enrique Evangelista, Alejandro Seijo,
Rodrigo Valdez y Andrés Tocalini, todos ellos trabajando en villas de la
capital, y contó también con la adhesión de José María Di Paola, actualmente en
la Villa la Carcova (San Martín).
Para los curas, a “Mugica no le arrebataron la vida” porque “su martirio, más
que una sorpresa, fue la consecuencia de un modo de vivir: una vida ofrendada
por sus hermanos más pobres”. De allí que entiendan que “el mejor camino para
entender al padre Carlos sea amar a los pobres, tener amistad con ellos”. Dicen
también que “el martirio del padre Carlos se volvió un símbolo para todos
nosotros” porque “a la devoción creyente que le tenemos se suma la luz que
arroja su figura sobre todos los que luchan y trabajan por un mundo más justo y
humano. Mugica como símbolo se dio casi espontáneamente, aconteció. Se convirtió
en un icono de la lucha por la justicia social”.
Tras celebrar la “mayor conciencia” que hoy existe en la sociedad respecto de la
realidad de las villas, los curas advierten sin embargo que “todavía hay gran
desconocimiento y por consiguiente algunos prejuicios permanecen”. No obstante
ello reconocen que, a diferencia de lo que ocurría en tiempos de Mugica, hoy no
sólo hay más interés por lo que se vive en las villas, sino que “empieza a
aparecer mayor presencia territorial del Estado –tanto de la Ciudad como de la
Nación–, aun cuando esa presencia es todavía insuficiente y no del todo
articulada”. Y como advertencia se señala que “siempre está latente la tentación
de confundir esta presencia del Estado (que es un derecho de todos) con el
accionar voluntario de una ONG, o de reducirla a un espacio partidista”.
En el texto hay una fuerte crítica directamente dirigida a los periodistas y a
los medios. “En la actualidad, los medios de comunicación hablan de las villas,
pero muchas veces desde la lejanía, con un tratamiento de las noticias que
estigmatiza (...). Se asocia sin más a las personas que sufren la pobreza con el
delito. Pero no tendríamos que olvidar que los vecinos y vecinas de las villas
tienen una vivencia más profunda de la inseguridad”, dicen los curas. Y agregan
que la “inseguridad también es no saber dónde se va a vivir dentro de unas
semanas, o cuándo se va a lograr un trabajo estable, o dónde conseguir el
medicamento que se necesita y no se puede comprar, o dónde van a ir los hijos a
la escuela, o el temor a que los hijos adolescentes puedan quedar sumergidos en
la droga, porque es una oferta muy a mano, o depender de un comedor comunitario
para que los chicos coman, etc.”.
Hay también una palabra para introducir el debate sobre la “urbanización de las
villas”, señalando que el concepto de “integración urbana” es superador del
anterior porque propone una “cultura del encuentro”, considerando que las villas
pueden aportar “mucho al todo de la ciudad”. Para ello proponen, entre otros,
algunos ejemplos como “la vivencia de una fe que genera historia”, “el entramado
de solidaridad que sabe hacerse cargo de situaciones de dolor y de deseos de
vivir mejor”, “la capacidad de fiesta aún en medio de las dificultades” y “la
laboriosidad y el trabajo”. Sostienen que para integrar es necesario “un diálogo
entre la cultura urbana y la cultura popular que se da en la villa. Diálogo que
por ser cultural es a la vez político y social”.
Siguiendo el ejemplo de Mugica, los sacerdotes recogen el pedido popular para
que “ayudemos a cuidar la máxima riqueza (del pueblo) que son sus hijos”. Es un
llamado que “no puede desoírse, sobre todo si tomamos conciencia de que casi la
mitad de los habitantes de la villas son niños y adolescentes, ya que el 43 por
ciento tiene menos de 17 años”, dicen los curas. Para alcanzar este propósito
aseguran que es necesario tener en cuenta que “el único rival a vencer es la
exclusión social grave que hipoteca el futuro de los niños y adolescentes de las
villas, dejándolos a merced de los hijos de las tinieblas”.
Según dicen “escuchando diariamente a los vecinos y vecinas de las villas”, los
curas plantean algunas prioridades que pasan por la vivienda (“muchas familias
viven en situación de emergencia habitacional”), educación (“dar educación a
todos”), salud (“que se invierta en los hospitales y centros de salud cercanos a
nuestros barrios”) y trabajo (“no sólo se trata de asegurar la comida, sino que
hay que dar trabajo”). Con un llamado también al “mundo empresario”, que “tiene
que aparecer con mucha más fuerza, apostando por los vecinos y vecinas de
nuestros barrios”.
La misa y la placa
“No estamos recordando la muerte, sino celebrando la vida”, dijo anoche el cura
Domingo Bresci al comienzo de la misa en la iglesia San Francisco Solano, donde
fue asesinado Carlos Mugica. La misa, organizada por los Curas en Opción por los
Pobres, congregó a centenares de personas. Allí fueron Facundo y Sofía. “Nos
conocimos trabajando en Villa Corina. Para nosotros, Mugica es un referente”,
dice Facundo, mate en mano. “Yo soy agnóstico y ella viene de una formación
religiosa, pero nos encontramos en este mensaje del Evangelio desde las bases”,
destaca él, que es maestro. Noelia, en cambio, es médica y milita en La Cámpora
Mataderos. “Este gobierno es coherente con la lucha de Mugica, en disminuir la
brecha de la desigualdad y estar del lado de los humildes”, dice. “La cúpula de
la Iglesia, en cambio, en el ’76 colaboró con la desaparición de nuestros
compañeros. Hablan hoy de violencia cuando ellos forman parte de la de-
sigualdad”, consideró Noelia. La misa comenzó con una foto de Mugica presidiendo
el acto. Desde el atril, el cura Ernesto Narcisi sostuvo que “Carlos fue un
enamorado de su pueblo y de los más pobres”. Luego salieron hasta el lugar donde
balearon al sacerdote y se leyó la placa que está allí, que dice que fue víctima
de aquellos “a quienes molestaba con su accionar a favor de los humildes del
pueblo”.
El reclamo para la Iglesia
Por Washington Uranga
Cristianos para el Tercer Milenio, una agrupación que reúne a líderes políticos,
sociales, culturales y académicos que plantean diferentes reclamos a la
jerarquía católica, dio a conocer una carta enviada al presidente de la
Conferencia Episcopal Argentina (CEA), arzobispo José María Arancedo, en la cual
le reclaman que “se anuncie y declare a nuestro hermano (Carlos Mugica) como
mártir del Pueblo de Dios, testigo fiel del Evangelio de Jesucristo”. La
solicitud enviada el pasado 6 de abril tenía como propósito que la declaración
ocurriera en el marco de la asamblea episcopal recién concluida y con motivo de
conmemorarse los 40 años del asesinato del sacerdote. Los obispos no accedieron
a la solicitud y tampoco hubo una notificación privada acerca de los motivos
para descartar el pedido.
En este grupo de cristianos se alistan personas con diferentes compromisos
políticos y sociales, y entre ellos se cuentan Felipe Solá, Hernán Patiño Meyer,
Ana Cafiero, Cacho Bruno, Rodolfo Brardinelli, Alicia Pierini y Fernando
Portillo, para mencionar algunos. En su documento y al respecto del cura Mugica
sostienen que “fue un cristiano coherente con su fe. Entendió el mensaje de los
Evangelios, y se puso a practicarlo. A ejemplo de Jesús, fue a los pequeños y a
los pobres de las villas. No se limitó a hablarles sino que hizo. Y alentó a los
pobres para que se levanten”.
Tales son los argumentos para proponer que “la Iglesia argentina declare mártir
a Carlos Mugica”, pero también “a todos los asesinados por el terrorismo de
Estado por dar testimonio de su compromiso evangélico mediante la opción por los
pobres, su liberación y la defensa de su dignidad y sus derechos”. Los
Cristianos para el Tercer Milenio solicitaron también que “en las iglesias
catedrales de nuestra patria se exhiban públicamente los nombres de los mártires
de la diócesis correspondiente, como una forma de rendirles permanente homenaje
y recordar constantemente su ejemplo de fidelidad a Cristo, a sus hermanos y al
Evangelio”. Tampoco este pedido obtuvo una respuesta positiva del Episcopado.
El grupo decidió convocar a quienes estén de acuerdo con la propuesta a sumar
adhesiones a través de
cristianosparaeltercermilenio@gmail.com
La manifestación multicolor
Miles de vecinos de la Villa 31 de Retiro se acercaron al homenaje al cura
Carlos Mugica y marcharon en una procesión multicolor hasta la capilla Cristo
Obrero. Participaron las colectividades bolivianas, peruanas y paraguayas. Bajo
la lluvia, las comparsas murgueras, las morenadas y los conjuntos de danzas
tradicionales de diferentes regiones del continente se mezclaban con las
delegaciones de las parroquias villeras de Barracas, Monte Chingolo, Bajo
Flores, La Cárcova, entre otras. Estuvieron presentes el Sheik Abdul Karim Paz,
director de la mezquita At Tahauid de Flores y máxima autoridad religiosa de la
Asociación Islámica Argentina. Asistieron también la integrante de Madres de
Plaza de Mayo-Línea Fundadora, Nora Cortiñas; el vicegobernador de la provincia
de Buenos Aires, Gabriel Mariotto; el defensor del Pueblo de la Ciudad de Buenos
Aires, Alejandro Amor, y muchos otros. Además, estuvieron Juan Carr, titular de
Red Solidaria; los legisladores porteños de Nuevo Encuentro José Cruz Campagnoli
y del PRO Carolina Stanley y el presidente del Club River Plate, Rodolfo
D’Onofrio. Mariotto destacó la figura del cura asesinado y lo definió como “el
mejor ejemplo de lucha y militancia por la igualdad”. El vicegobernador destacó
que los homenajes los lleva adelante la Presidencia de la Nación junto con la
Iglesia Católica: “Su sueño tiene representantes institucionales que lo honran”,
dijo.
“Violencia es la injusticia”
“La mayor violencia de una sociedad es la de la injusticia”, dijo el titular de
la Cámara de Diputados, Julián Domínguez, en respuesta al documento de la
Iglesia Católica sobre la violencia en el país. “Al compromiso con los pobres
tenemos que vivirlo, renovando su esperanza y recordando que la mayor violencia
de una sociedad es la de la injusticia”, dijo el diputado en el homenaje al
padre Carlos Mugica en la Villa 31. “Nuestra convicción por la construcción de
una sociedad más justa no tiene tiempo ni espacio y es la razón de ser en
nuestro tránsito por la vida.” Y agregó: “Como dijo el padre Mugica, el
movimiento peronista es el movimiento de redención social más formidable en
nuestra patria”.
12/05/14 Página|12
La
vigencia de Mugica
Por Washington Uranga
“Nada ni nadie me impedirá servir a Jesucristo y a su Iglesia luchando junto a
los pobres por su liberación.” La frase le pertenece al sacerdote católico
Carlos Mugica y es la misma que los curas del Grupo en la Opción por los Pobres
eligieron como lema para conmemorar este 11 de mayo, los cuarenta años de su
martirio. En 1974 Mugica, reconocido militante peronista y del Movimiento de
Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), referente inevitable de los pobres en
las villas de Buenos Aires, caía asesinado a balazos en las puertas de la
iglesia de San Francisco Solano, en Villa Luro, Capital Federal. La primera
frase la dijo el 9 de octubre de 1971, poco después de sufrir un atentado con
una bomba, y se completaba con una afirmación premonitoria: “Si el Señor me
concede el privilegio que no merezco, de perder la vida en esta empresa, estoy a
su disposición”.
“Ahora tenemos que estar más que nunca junto al pueblo”, le dijo Mugica a una
enfermera del Hospital Salaberry de Buenos Aires cuando estaba agonizando. Tenía
43 años. El había adelantado su suerte días antes en una reunión con vecinos de
la villa de Retiro (la misma que hoy lleva su nombre) donde eligió vivir.
“(José) López Rega me va a matar”, dijo refiriéndose al siniestro jefe de la
organización terrorista.
Carlos era miembro de una familia rica. Su padre (Adolfo Mugica) fue canciller
del gobierno de Arturo Frondizi y su madre (Carmen Echagüe) parte de una familia
de terratenientes bonaerenses. El abandonó sus estudios de Derecho a los 21 años
para seguir su vocación sacerdotal. Fue ordenado cura en 1959 y se marchó un año
a misionar en Resistencia, junto al obispo Juan José Iriarte. De regreso a
Buenos Aires se desempeñó en parroquias porteñas y fundó la capilla Cristo
Obrero, en la villa de Retiro. Ese fue su lugar de referencia más importante, al
que se lo vincula y donde es reconocido por los habitantes como “mártir”
popular, condición que la Iglesia institucional aún no asume formalmente.
El año 1968 marcó profundamente la vida del cura. Viajó a Francia para estudiar
y allí trabó su amistad con el también sacerdote Rolando Concatti, uno de los
fundadores del MSTM. En esa oportunidad también se trasladó a Madrid donde
conoció y se entrevistó con Juan Domingo Perón a quien acompañaría en su regreso
a la Argentina en 1973. En 1970, cuando fue detenido el cura Alberto Carbone,
también miembro del MSTM, acusado de complicidad en el asesinato del general
Pedro Eugenio Aramburu, Mugica fue uno de sus principales defensores ante la
opinión pública. El “cura villero” ya era una figura pública reiteradamente
requerida por los medios y sus opiniones contrastaban muchas veces con la de los
obispos.
Durante el gobierno de Perón, en 1973, Mugica aceptó un cargo ad honorem en el
Ministerio de Bienestar Social cuyo titular era José López Rega, pero diez meses
después renunció porque, según dijo, no podía cumplir su misión de servir a los
pobres de las villas debido a las discrepancias políticas con el titular de la
cartera.
Tras la muerte de Mugica, su figura fue rescatada por los sectores progresistas
de la Iglesia, por el peronismo y las organizaciones populares, en particular de
los habitantes de las villas. Su entierro fue una gran manifestación popular. La
jerarquía católica guardó distancia de su figura, usando como pretexto la
vinculación que el cura mantuvo con Montoneros, varios de cuyos jóvenes
integrantes surgieron de la Juventud Universitaria Católica, de la que el
sacerdote era asesor. Pero la contradicción entre Mugica y la jerarquía católica
se basaba en dos perspectivas opuestas acerca de la Iglesia y su misión en el
mundo. Gran parte de los obispos argentinos se enrolaba en vertientes muy
conservadoras, aun en contra de lo que estaba sucediendo en el mundo católico
con la renovación impulsada por el Concilio Vaticano II y en América latina, a
partir de la Conferencia General de los Obispos realizada en Medellín (Colombia,
1968), en la cual las palabras claves fueron liberación y opción por los pobres.
Pese a sus debates con los obispos Mugica siempre permaneció en el marco de la
institucionalidad eclesiástica. En una entrevista a la revista Siete días en
1972 afirmó que, “siguiendo las directivas del Episcopado, pienso que debo
actuar desde el pueblo y con el pueblo: vivir el compromiso a fondo, conocer las
tristezas, las inquietudes, las alegrías de mi gente a fondo, sentirlas en carne
propia. Todos los días voy a una villa miseria de Retiro, que se llama
Comunicaciones. Allí aprendo y allí enseño el mensaje de Cristo”.
En el momento del asesinato, y debido a las críticas políticas que Mugica había
hecho a Montoneros después del regreso de Perón al país en 1973, se pretendió
adjudicarles su muerte. La especie fue desmentida por Montoneros y todos los
datos señalan a la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) como autora
material del homicidio.
Tanto los curas en la Opción por los Pobres como, en general, los llamados curas
villeros se ubican en la misma orientación pastoral de Mugica. José María Di
Paola, un sacerdote dedicado actualmente al trabajo en las villas de Buenos
Aires, dijo que “estamos agradecidos del gran legado que nos dejó Mugica, que
vivió el sacerdocio de una manera entusiasta, más allá de la sacristía, para
relacionarse con otros ámbitos como el sindical o el universitario; y que
decidió venir a vivir en las villas, al lado de los más pobres”.
Al iniciarse la asamblea episcopal de esta semana en Pilar, el presidente de la
Conferencia Episcopal, arzobispo José María Arancedo, mencionó a Mugica como
“víctima de un asesinato” pero se cuidó de mencionarlo como “mártir”. Dijo, no
obstante, que “fue un sacerdote que vivió su fe y su ministerio en comunión con
la Iglesia y al servicio de los más necesitados, que aún lo recuerdan con
gratitud, cariño y dolor”.
Tras su asesinato el sacerdote fue enterrado en el cementerio de Recoleta. En
1999, contando con el apoyo de Jorge Bergoglio, entonces arzobispo de Buenos
Aires, sus restos fueron trasladados a la parroquia Cristo Obrero, en la Villa
de Retiro, donde aún permanecen y son venerados.
11/05/14 Página|12
LA
MEGACAUSA Y LA DECLARACION SOBRE EL ASESINATO DE MUGICA
El fantasma de la Triple A
El ex policía Fernando Almirón llega a la Argentina deportado después de 31 años
en España.
Imagen: EFE
El juez Oyarbide emitió una declaración en 2012 en la que establece que el
asesinato fue realizado en 1974 por Fernando Almirón, por órdenes de la AAA. Los
testimonios, cómo reconocieron al asesino, el marco de la megacausa.
Por Irina Hauser
Todos los sábados al anochecer, Carlos Mugica daba misa en la iglesia San
Francisco Solano de Villa Luro. Tenía la costumbre, previo a eso, de hacer una
charla con las parejas que se estaban por casar en la que siempre les decía: “No
es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección”. El 11 de
mayo de 1974 repitió el ritual. Luego, cuando comenzó el oficio, en la última
fila apareció un hombre que desentonaba con el lugar. Era un extraño en un
barrio donde todos se conocían. Hubo vecinos y feligreses que lo describieron
como una persona de facciones algo aindiadas, robusto, de pelo oscuro y bigote.
Cuando Mugica estaba por salir de la iglesia lo llamó, “padre Carlos”, e
inmediatamente comenzó a dispararle. Carlos Capelli, su amigo y colaborador,
quien había ido a buscarlo para ir a un asado en la Villa 31, lo vio caer
sentado contra una pared, mientras él mismo se desplomaba al recibir otros
balazos.
La escena, nítida, surge de los relatos volcados en una resolución que firmó el
juez Norberto Oyarbide el 12 de julio de 2012 en la que establece que “Rodolfo
Eduardo Almirón fue el autor inmediato del homicidio de Carlos Francisco Sergio
Mugica, en el marco del accionar delictivo de la Triple A”. En términos
jurídicos es una declaración, no es una condena, porque Almirón había muerto
tres años antes. El texto dice que, como el juzgado logró reunir las pruebas
necesarias, decidió “declarar la verdad de lo que aconteció, y así brindar una
respuesta a los familiares de la víctima y a la sociedad”.
Lo que determinó a Oyarbide a reactivar la causa penal fue que a fines de 2006
periodistas españoles encontraron a Almirón cerca de Valencia. El ex comisario
llevaba 31 años allí. Había sido pilar de la organización terrorista que
comandaba José López Rega desde el Ministerio de Bienestar Social durante el
gobierno de María Estela Martínez de Perón. Además, era custodio del Brujo. Fue
extraditado en 2009 y estuvo preso hasta su muerte pocos meses después. La orden
de captura original había sido librada en 1984, cuando fue procesado por
asociación ilícita en concurso real con homicidio doblemente agravado. Ya se le
adjudicaban los asesinatos del diputado Rodolfo Ortega Peña, del ex subjefe de
la Policía Bonaerense, Julio Troxler, el de Silvio Frondizi y el de Mugica,
unificados en el expediente sobre los crímenes de la Triple A, que sigue
tramitando y llegó a sumar 680 hechos atribuidos a esa organización.
Capelli, quien tenía un vínculo de amistad con Mugica, colaboraba con él en sus
actividades sociales en la Villa 31 y solía llevarlo y traerlo. Tanto su relato
como el de otra amiga del cura, Helena Goñi, fueron centrales en el expediente
judicial. Capelli tenía presente la cara de Almirón por haber acompañado a
Mugica al Ministerio de Bienestar Social, donde hacía una suerte de asesoría ad
honorem, ya que en algún momento había tenido la expectativa de poder hacer algo
desde allí por los pobres. Goñi, en su testimonio, recordó que cuando el cura
advirtió que en el organismo no existía el más mínimo interés por el tema, hizo
una renuncia pública en la villa de Retiro ante una multitud, que fue
transmitida por televisión. Allí explicó sus razones y pidió permiso para dar un
paso al costado en nombre de ellos, los villeros. “Fue su sentencia de muerte”,
dijo ella.
Los relatos de las personas más cercanas a Mugica en la causa reflejan que
recibía amenazas de muerte por lo menos desde 1972. Llamados telefónicos (“sos
boleta, te vamos a reventar”) y atentados, uno de ellos con una bomba en la casa
familiar de la calle Gelly y Obes, donde en pisos distintos vivían sus padres y
él. Desde sectores evidentemente cercanos al Ministerio de Bienestar Social y
grupos de derecha se intentaba instalar la teoría de que lo amenazaba
Montoneros, pero Mugica decía que tenía claro que era López Rega. Algo de esto
se susurraba mientras lo velaban primero en la iglesia de San Francisco Solano y
luego en la capilla Cristo Obrero de la Villa 31. Allí se habló hasta de
Almirón. Por el terror que reinaba entonces, nadie se animó a señalarlo con
nombre y apellido pero los relatos que hoy se asientan en el juzgado son
coincidentes.
Capelli relató que ese sábado no había ido a la misa pero fue a buscar a Mugica
para ir a Lanús y luego a un asado. Cuando abrió la puerta de la iglesia vio en
la última fila a dos hombres, pero en el momento no advirtió quiénes eran.
Cuando terminó la misa, entró a buscar al cura porque se les hacía tarde. Salió
primero, y notó que alguien llamaba a Mugica. Caminó unos metros y escuchó la
balacera. “A mí me tiraron del otro lado, yo caí mirando hacia el lado del padre
Carlos, y conocí a la persona que estaba dentro de la iglesia. Esa persona
continuaba disparándole. Lo conocí por la ropa. El padre Carlos quedó ahí
sentado como fue cayendo, en el piso, y yo quedé a esa distancia, caído. A mí me
dispararon de frente, es decir que fue otra la persona que me disparó. Supongo
que era la persona que estaba con la anterior descripta en la iglesia, pero lo
supongo porque no llegué a verlo. El que mató a Mugica fue Almirón”, testimonió
Capelli.
Según varios testigos, los asesinos huyeron en un Chevy verde claro. A Capelli y
Mugica los subieron a un Citroën, y el cura de la parroquia de Villa Luro, Jorge
Vernazza, y una amiga de ellos, Carmen Artero, los llevaron al Hospital
Salaberry. El médico de guardia dijo que Mugica había recibido cinco disparos en
el abdomen, tórax y el brazo izquierdo, mientras que Capelli tenía uno en el
tórax. Mugica murió allí. A Capelli lo llevaron al Rawson, donde tuvo catorce
intervenciones en dos días.
Además de los testimonios más directos, el juez Oyarbide tuvo en cuenta dos
relatos iniciales de la causa: el del ex militar Salvador Horacio Paino, quien
trabajó con López Rega y exhibió una nómina del Ministerio de Bienestar Social
de personas a ejecutar por la Triple A, entre ellas Mugica; y el del edecán de
Presidencia Tomás Eduardo Medina, quien dijo que había escuchado a Miguel Angel
Rovira y a Almirón decir sobre el cura “lo vamos a hacer boleta” días antes de
que lo asesinaran.
Oyarbide declaró en marzo de 2008 que los crímenes de la Triple A son de lesa
humanidad, lo que confirmó la Cámara Federal. El fiscal de lo que devino en
megacausa es Eduardo Taiano. La declaración sobre el asesinato de Mugica es una
ínfima parte. La investigación tardía tramita con las reglas de un viejo Código
Penal, por eso no habrá un juicio oral propiamente dicho sino una etapa de
plenario que estará a cargo de María Servini de Cubría. Están presos para
terminar de ser juzgados Jorge Héctor Conti, Norberto Cozzani, Carlos Alejandro
Gustavo Villone, Julio José Yessi y Rubén Arturo Pascuzzi. Además de Almirón,
murieron su suegro, el ex comisario Juan Ramón Morales (también custodio de
López Rega), y Felipe Romeo, quien dirigía El Caudillo, órgano de difusión de la
Triple A.
11/05/14 Página|12
EXHORTACION
PRESIDENCIAL EN EL HOMENAJE AL SACERDOTE CARLOS MUGICA
“Que nadie más permita dividir al pueblo de Dios”
Un día antes de los 40 años del asesinato de Mugica, que se cumplen hoy,
Cristina Fernández de Kirchner inauguró un monumento en su recuerdo. En el acto
le respondió a la jerarquía católica local, rescató párrafos de un documento
pontificio y se rodeó de curas villeros afines a Bergoglio.
Por Martín Granovsky
La Presidenta aprovechó la inauguración de un monumento al sacerdote asesinado
Carlos Mugica para marcar dos diferencias y dos semejanzas. Una diferencia, con
la Conferencia Episcopal Argentina, que el jueves 8 emitió un documento sobre la
violencia en la Argentina. La otra diferencia, con los editores que tomaron como
definición más importante la de que la Argentina está “enferma de violencia”. Al
mismo tiempo, aunque la jerarquía local ya comenzó a ser moldeada por el
Vaticano, Cristina Fernández de Kirchner igual pareció buscar un escenario que
la mostrase en sintonía con el papa Francisco y con los curas villeros.
El monumento de Alejandro Marmo descubierto ayer muestra a Mugica mirando al
frente desde una pose de tres cuartos de perfil y fue situado en la 9 de Julio,
entre Juncal y Arroyo, al borde de un barrio de clase alta y al comienzo de la
autopista que hoy está flanqueada por la Villa 31.
La Presidenta comenzó a hablar a las tres y media de la tarde de un día
radiante. Ya a las dos estaban llenas las inmediaciones, tarea a cargo de
columnas de Peronismo Militante, MUP, La Cámpora, Evita, Kolina, Nuevo
Encuentro, Frente Transversal y el resto de las agrupaciones que integran Unidos
y Organizados. Los retratos de Mugica se mezclaban con otros de Néstor Kirchner
y de la propia Cristina. Un funcionario dijo a Página/12 que la consigna interna
no había sido concretar un gran acto de la militancia kirchnerista, objetivo del
25 de Mayo. El clima dominante fue más la escenificación que el contrapunto
entre la oradora y los manifestantes.
“Cuando hoy me levanté por la mañana y miré las tapas de los diarios, como lo
hago todas las mañanas, y vi que alguien resumía o decía ‘hoy la Argentina es
una Argentina violenta’, me di cuenta de que querían reeditar viejos
enfrentamientos”, dijo la Presidenta. La frase tiene predicado con el verbo en
tercera persona del plural pero carece de sujeto. Es tácito. En otro tramo
agregó: “Les pido a todos los argentinos, como Presidenta de la República,
también a las instituciones eclesiásticas y de todos los credos, a los
sacerdotes, a los laicos, a los obispos, que nadie más permita dividir al pueblo
de Dios. Porque cada vez que se dividió el pueblo de Dios masacraron a sus
ovejas y además, también, a muchos de sus sacerdotes, a muchos de ellos que
fueron mártires como monseñor Angelelli, como los curas palotinos, como tantos
otros que ofrecieron su vida, como Carlos Mugica, por los pobres”.
Nacido en 1930, Mugica cumpliría 84 años el próximo 7 de octubre. Fue asesinado
el 11 de mayo de 1974, a los 43. Hoy se cumplen exactamente 40 años del
homicidio. El principal sospechoso, el jefe operativo de la Triple A Rodolfo
Almirón, fue buscado en el exterior desde 1984 pero detenido en Valencia recién
en 2006 (ver página 4). Mugica fue asesinado con una ametralladora como las que
usaba la Triple A, cuando acababa de dar misa en la iglesia de San Francisco
Solano, lejos de la Villa 31 que en aquel tiempo era la mayor de la Argentina y
se llamaba Cristo Obrero. En su libro Vigilia de armas, tomo tercero de su
Historia política de la Iglesia Católica, Horacio Verbitsky narra un diálogo
entre Almirón y otro miembro de la Triple A, Miguel Rovira, en la residencia
presidencial de Olivos. “Le vamos a hacer la boleta a ese cura”, fue una de las
frases. También consigna un recuerdo de Gustavo Caraballo, secretario Legal y
Técnico de la Presidencia. Cuando lamentó el asesinato delante de Perón y de
José López Rega, el secretario privado y ministro de Bienestar Social le
contestó “no te metas en un tema que no es de tu área”.
Cuando lo mataron, Mugica tenía diferencias políticas con Montoneros, a quienes
criticaba por la continuidad del uso de las armas con Perón de presidente. “Hay
que dejar las armas y empuñar los arados”, dijo a fines de 1973, ya producido el
asesinato del secretario de la Confederación General del Trabajo, José Ignacio
Rucci. Pero las diferencias de vida o muerte eran con López Rega, de cuyo
ministerio llegó a ser asesor. Cuando decidió alejarse, según el mismo libro de
Verbitsky, el propio López Rega le discutió de tal modo que, tras esa pelea y el
comienzo de las amenazas, Mugica comentó a un amigo: “Va a mandar a que me
maten”. Una versión autobiográfica de Mugica publicada en 1973 por la revista
Cuestionario, de Rodolfo Terragno, puede leerse en la página web El Historiador
o en el link http://bit.ly/1lf81vb.
Estos y otros detalles no figuraron ayer en el breve documental presentado
durante el acto. El texto del guión solo dijo, en una parte, que “los sectores
poderosos quisieron callarlo para siempre”. Pero ese guión se abstuvo de aportar
precisiones históricas o presentar el estado de las suposiciones sobre el
asesinato de Mugica, que en su mayoría llevan a la autoría de la Triple A. La
organización parapolicial o paramilitar comenzó en 1974 la masacre que el golpe
del 24 de marzo de 1976, tras la ocupación total del Estado, convertiría en un
plan sistemático de asesinatos, tormentos, encubrimientos y robo de bebés.
La Presidenta dijo en su discurso que Mugica “fue también víctima de una
Argentina violenta”. Contó: “Su juventud había transcurrido en una Argentina
violenta, donde los argentinos se enfrentaban entre sí. No hablo ni con
eufemismos, ni con hipocresías, ni con parábolas. Le tocó vivir en una Argentina
donde se dirimieron las cosas a los tiros. Venía de una familia peronista, que
se hizo antiperonista en el ’54 por el enfrentamiento entre la Iglesia y el
gobierno de Juan Domingo Perón”. El padre de Mugica llegó a ser uno de los
ministros de Relaciones Exteriores de Arturo Frondizi. Mugica se hizo peronista.
Uno de los curas villeros que ayer compuso el cuadro principal de quienes
rodeaban a Cristina en el palco, Guillermo Torres, leyó la oración que Mugica
recomendaba decir a los militantes de clase media que iban a trabajar a los
barrios pobres. Se llama “Meditación en la villa” y dice: “Señor, perdóname por
haberme acostumbrado a ver que los chicos que tienen 8 años parezcan de 13. Yo
me puedo ir. Ellos no. Me puedo ir de las aguas servidas. Ellos no. Señor, puedo
hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie hace huelga con su hambre.
Señor, sueño con morir por ellos. Ayúdame a vivir para ellos. Quiero estar con
ellos a la hora de la luz”.
Además de rodearse de los sacerdotes relacionados con Jorge Bergoglio, la
Presidenta citó varias veces al Papa en su discurso. Lo hizo mediante la lectura
de párrafos de la exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”, que mostró
con su tapa roja. “Algunos deberían viajar menos a Roma y leerlo más”,
recomendó. Leyó el punto 34 del documento pontificio, donde una frase menciona
“la velocidad de las comunicaciones y la selección interesada de contenidos que
realizan los medios” para advertir que “el mensaje que anunciamos corre más que
nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos
secundarios”.
También el punto 60: “Los mecanismos de la economía actual promueven una
exacerbación del consumo, pero resulta que el consumismo desenfrenado unido a la
inequidad es doblemente dañino del tejido social. Así, la inequidad genera tarde
o temprano una violencia que las carreras armamentistas no resuelven ni
resolverán jamás”. El mismo apartado 60 contiene una crítica a quienes “se
regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males”. Leyó
la Presidenta: “Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer
ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países
–en sus gobiernos, empresarios e instituciones– cualquiera que sea la ideología
política de los gobernantes”.
El acto en recuerdo de Mugica estuvo precedido por un diálogo televisado entre
un grupo de funcionarios mezclados con dirigentes y vecinos de la Villa 31 a
quienes encabezaba el diputado nacional Juan Cabandié. El ex legislador porteño
contó que “aquí se pintaron doce murales de homenaje a Carlitos Mugica”. Uno de
los vecinos, antiguo estibador, agradeció los planes de educación y salud.
La Presidenta, al final, sonrió y dijo que sólo calificaría el momento y el
clima como “una hermosa tarde de sol”, referencia obvia a la expresión “hoy es
un día peronista”. Pidió disculpas “a los vecinos que hayan tenido algún
inconveniente de tránsito” y agradeció “a los sacerdotes que entienden el
mensaje pastoral del Evangelio y de Jesucristo, haciéndolo junto a los pobres”.
martin.granovsky@gmail.com
CFK: "Quienes dicen que hay una Argentina violenta
quieren reeditar viejos enfrentamientos"
Escuchar al pueblo
Testimonio de Eduardo de la Serna *
Conocí a Carlos en 1971, cuando fui a colaborar en apoyo escolar en la Villa 31.
Después seguimos en contacto esporádico. Con él y de él aprendí a escuchar al
pueblo. Eran otros tiempos, y muchas cosas recién empezaban (la Teología de la
Liberación, por ejemplo, o la Pastoral popular...). Pasó mucha agua y mucha
muerte bajo los puentes como para imaginar dónde estaría Mugica hoy. Pero su
profecía, su compromiso encarnado, su palabra clara, su martirio siguen siendo
una voz de Dios que todavía nos sigue interpelando, aunque muchos lo sigan
negando o intenten domesticarlo.
* Sacerdote, coordinador del Grupo de Curas en la Opción por los Pobres.
Testigo y contradicción
Una evaluación de Rodolfo Brardinelli *
Creo firmemente que para la mayor parte del pueblo de Dios Carlos Mugica fue y
es –como muchos otros integrantes del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer
Mundo– un valiente y valioso testigo del amor del Señor. Creo también que,
precisamente por esa cualidad de testigo, Carlos Mugica fue, y sigue siendo,
para otro sector de la Iglesia, un signo de contradicción, un factor de malestar
y de sorda irritación.
Fue testigo y signo de contradicción porque asumió sin temor, sin remilgos y sin
compromisos de clase, las propuestas del Concilio Vaticano II, del Documento de
Medellín (obispos latinoamericanos, 1968) y del documento de San Miguel (obispos
argentinos, 1969) e hizo una clara y consistente opción por los pobres y por su
liberación. A ejemplo de Jesús, fue a los pequeños y a los pobres de las villas
y no se limitó a hablarles sino que quiso hacer y alentó a los pobres para que
se levanten. Fue testigo y signo de contradicción porque fue, como lo pide hoy
Francisco, un pastor “con olor a oveja”.
Hoy la Iglesia, que sigue sin llamarlo “mártir” como verdaderamente es, ensaya
una pálida aceptación discursiva de su testimonio. En verdad la auténtica
aceptación de su testimonio, el verdadero fruto de la semilla plantada por
Carlos, sería que la Iglesia toda, que cada uno de los que formamos parte de la
Iglesia nos empeñemos en la difusión, y sobre todo en la aplicación, de la
Evangelii Gaudium, el documento en que Francisco denuncia al neoliberalismo como
un sistema social y económico “injusto en su raíz” y vuelve a proponer
vigorosamente que “la opción preferencial por los pobres” –precisamente la
opción que hizo Carlos Mugica– sea el programa que guíe la vida y la acción de
la Iglesia.
* Sociólogo, miembro de Cristianos para el Tercer Milenio.
Una oración del padre Mugica
Creada para su trabajo entre los pobres, esta oración de Carlos Mugica fue leída
en parte ayer en el acto por los 40 años de su asesinato.
“Señor: Perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos parezcan tener
ocho años y tengan trece.
Señor: Perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo
ir, ellos no.
Señor: perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas, de
las que puedo no sufrir, ellos no.
Señor: Perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo.
Señor: Yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer
huelga con su propia hambre.
Señor: Perdóname por decirles ‘no sólo de pan vive el hombre’ y no luchar con
todo para que rescaten su pan.
Señor: quiero quererlos por ellos y no por mí.
Señor: quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos.
Señor: quiero estar con ellos a la hora de la luz.”
Twitter presidencial
Luego del homenaje a Carlos Mugica, Cristina Fernández de Kirchner publicó en
Twitter algunos fragmentos del texto del papa Francisco que citó durante el acto
y agregó la captura de “un texto muy importante” que olvidó leer: unas líneas de
“No al pesimismo estéril”, las palabras de Juan XXIII durante el Concilio
Vaticano II, en las que el “Papa Bueno” condena a los “profetas de calamidades
avezados siempre en anunciar infaustos acontecimientos”. Además, como
acostumbra, la Presidenta ironizó acerca del título que pondrían ciertos
matutinos sobre su discurso (“Cristina le respondió a la Iglesia”) y agradeció
la presencia en la ceremonia de “los hermanos de las villas” y “los sacerdotes
que entienden el mensaje pastoral haciéndolo junto a los pobres”.
Recuerdos y evaluaciones
- Jorge Capitanich, jefe de Gabinete: “La figura del padre Mugica es una figura
emblemática por su tarea pastoral, diaria y cotidiana y su mensaje de amor tan
profundo que implica nada menos que ponderar con su ejemplo”.
- Florencio Randazzo, ministro de Interior y Transporte: “Más que un homenaje,
fue una celebración a este gran hombre, un cura militante de la Iglesia de los
pobres, un adelantado de lo que hoy pregona el papa Francisco”.
- Alicia Kirchner, ministra de Desarrollo Social: “El Evangelio nos pide
misionar. Mi homenaje al padre Mugica y a los curas de villas y barrios
vulnerables que se juegan por el otro”.
- Juan Carlos Molina, titular de Sedronar: “Es siempre un punto de encuentro y
un punto de partida para seguir trabajando por los más pobres, por los más
necesitados y los más vulnerables”.
- Daniel Filmus, secretario de Asuntos Relativos a las Islas Malvinas; “Un gran
orgullo haber participado en el homenaje al padre Mugica junto a la Presidenta”.
- Carlos Espínola, secretario de Deporte: “Aquí vemos la energía que todos los
días tenemos que poner en homenaje a muchos que son ejemplo de vocación y de
dejar todo al servicio de los que más lo necesitan, como lo hizo el padre Mugica”.
- Eduardo De Pedro, diputado por FpV: “Recordamos el asesinato del padre Mugica,
un sacerdote que optó por estar junto a su pueblo”.
- Edgardo Depetri, diputado por FpV: “Hoy es un justo homenaje en el camino de
Eva, Néstor y todos los que dieron la vida por el pueblo”.
- Horacio Pietragalla, diputado por FpV: “Curas como Mugica entendieron el
compromiso hacia el pobre, involucrándose con la política y en la construcción
del peronismo”.
- Juan Cabandié, diputado por FpV: “Fue una jornada muy emotiva para la
reivindicación de la memoria y celebración de Carlitos Mugica para los vecinos
de la villa. Para todos los militantes en las villas, Mugica es un faro que
alumbra hace años las acciones que llevamos adelante, porque es un ejemplo
grandísimo”.
- Gabriela Alegre, diputada por FpV: “La figura del padre Mugica representa hoy
la lucha por los más desposeídos de nuestro país y de nuestro mundo. Esta
imagen, esta celebración en el espacio público de Buenos Aires no sólo nos
compromete con la memoria de la persona homenajeada, nos compromete con sus
ideales”.
- Claudia Neira, diputada por FpV: “Muy emotivas las palabras de Cristina
Fernández de Kirchner sobre el padre Mugica. A seguir su ejemplo”.
- Luis D’Elía, presidente del partido Miles: “Un 11 de mayo de hace cuarenta
años, un sicario de la Triple A, La Rata Almirón, asesinaba a Carlos Mugica, un
cura comprometido con los villeros. Potente conversión al Evangelio la de Mugica,
que viniendo de una familia gorila y de clase alta entregó su vida por los
pobres”.
11/05/14 Página|12
Carlos
Mugica, el cura del pueblo
Por María Sucarrat
A 40 años del asesinato del sacerdote, una necesaria celebración de su memoria.
Se cumplen 40 años del asesinato de Carlos Mugica. Y este aniversario no debería
ser una celebración pero, de algún modo, lo es, porque invita a celebrar su
Memoria. La del religioso, pero también la del sujeto político que surge de sus
textos, de los testimonios y de su obra. Los que lo conocieron coinciden en la
gran capacidad que tenía para rezar. Cuentan que podía pasar dos, tres o cuatro
horas rezando. Se decía un gran rezador.
¿Qué pediría Mugica en esas oraciones que decía en voz baja, para adentro? Nadie
lo sabe. Hay algunos indicios de su puño y letra anotados en su libretita negra,
una chiquita que llevaba en el bolsillo donde escribía cuestiones muy
personales. Es interesante ver esos papeles. En ellos se puede ver que Mugica
era un hombre sin márgenes porque escribía en toda la hoja. Sin respetarlos. Y
cuando de casualidad, quién sabe, se decidía ponerse prolijo, y eso se nota por
ejemplo con los cambios de materia o de año, cuando en algún momento se le
acababa la hoja, torcía el cuaderno y escribía en el margen.
En una de las cajas que guardan su legado, adentro de un sobre de papel madera,
está el pañuelo que Carlos llevaba en el bolsillo de su pantalón el día de su
muerte. Es blanco, está doblado en cuatro y en el centro de uno de esos
cuadrados, tiene una pequeña C mayúscula bordado en punto cadena, que es un
punto muy sencillo, sin pretensiones. Así era.
Mugica no era un lavado. Ni se peinó nunca para una foto que no lo contuviera.
Ni siquiera cuando aceptó el cargo de asesor en el Ministerio de Bienestar
Social. Ni siquiera cuando, amenazado de muerte decenas de veces, rechazó la
oferta de su hermano Alejandro para irse del país.
Si bien es conocido que Carlos era muy respetuoso de su Iglesia y que temía a
sus reacciones, que se amargaba si le llamaban la atención o lo suspendían de
funciones, fue un hombre que se comportó como un sujeto político. Y no estoy
diciendo un estratega. El título del libro que me tocó escribir es El Inocente.
Por eso digo que no era un estratega sino un luchador político.
Hubo sacerdotes del Movimiento que aportaron su saber desde la Teología y
teorizaron acerca de ella. Mugica aportó su pulsión política y su enamoramiento,
o mejor su amor, por lo que él llamaba el pueblo. Los que necesitaban cosas.
Cosas que no son tangibles, que son derechos: el derecho a la tierra, el derecho
a la vivienda y el derecho a la dignidad. La batalla porque los villeros, esos
hombres y mujeres que vivían en el asentamiento de la Villa 31, convirtieran ese
lugar en un barrio obrero y que pasaran así a no diferenciarse del resto de los
trabajadores del resto del país.
La Iglesia a la que se enfrentaba Mugica era la iglesia preconciliar. Y mientras
algunos hombres y mujeres habían entendido el mensaje, otros ni siquiera habían
reparado en él. Mugica entendió desde el primer momento que la voluntad de la
Iglesia era acercarse a los más desposeídos. Y en la Argentina, los desposeídos
eran peronistas. Y Mugica se acercó al peronismo, se proclamó peronista y nunca
se movió de esa posición.
La idea de recordar a Mugica como sujeto político tiene que ver con su
compromiso con el otro. Compartir y debatir con los estudiantes secundarios y
con los universitarios, elegir la villa como el lugar para trabajar tiene que
ver con una concepción política. Intentar conciliar todo eso con la Iglesia tuvo
que ver con su cintura política. No con otra cosa.
Era partidario porque era peronista. Un jugado. No tiene sentido hacer
comparaciones o hablar de cuestiones de época. Porque tomar posición no pasa de
moda. No es una cuestión de época. Muchas personas que me ha tocado entrevistar
atribuyen la posición de Mugica a la época. Yo lo atribuyo a una manera de
entender la vida. La religiosidad como mano que lo sostiene y la política como
un manto que lo envuelve. Y la fuerza para convertir a personas que no tienen
nada, a sus hermanos, sus pares, que no tienen nada, en luchadores. Convertirlos
en guerreros capaces de pelear por sus derechos. Mugica teorizaba junto a
aquellos que vivían una vida más holgada y empoderaba a los que no tenían nada.
Iba del piso al techo, o del barro al cielo, muchas veces, esquivando a su jefa
natural que era la Iglesia.
Mugica no era un lavado. Ni se peinó nunca para una foto que no lo contuviera.
Ni siquiera cuando aceptó el cargo de asesor en el Ministerio de Bienestar
Social. Ni siquiera cuando, amenazado de muerte decenas de veces, rechazó la
oferta de su hermano Alejandro para irse un tiempo del país. Hubiera podido
conseguir muchas cosas quizás, aunque el hubiera no existe, si se sometía al
régimen, si se acomodaba en virtud de su apellido.
"Negro, tenés que ser un jetón", le decía a un muchacho entonces, que paraba en
una casilla de la 31. "Yo soy el jetón de la Iglesia, vos tenés que ser el jetón
de la villa." Y este es un punto a destacar: el talento de Mugica para ser un
armador. Y eso no se diferencia en nada de ser un sujeto político. Y partidario.
Y en empujar de abajo hacia arriba, de elevarse y de elevar al resto, a personas
que no tenían que ver con él más que por una cuestión geográfica.
Los armados de los viajes a misionar por el Chaco santafesino con un grupo de
estudiantes que luego formó la organización Montoneros.
Los armados en la Universidad.
Los armados en casa, que no era la de sus padres sino un cuarto armado en la
terraza que compartía con el portero del edificio.
Su discusión al interior del Movimiento de Curas del Tercer Mundo.
Su combinación con el cura Hernán Benítez, el confesor de Eva Perón, y aquel
responso en la despedida de sus alumnos Gustavo Ramus y Fernando Abal Medina que
les costó la cárcel.
Los armados en la villa. El dispensario, el apoyo escolar, los abogados, las
garrafas, la pelea diaria por convertir a esos villeros en parte activa de la
masa trabajadora. A propósito: cuando concluí la primera edición de El Inocente,
en la Villa 31 había 26 mil habitantes. Según el censo 2010, la villa de Retiro
tiene 27 mil habitantes, sin embargo se estima que hoy viven 40 mil personas en
los barrios que la componen.
El armado que hace hoy aquí que un lector repase su vida, su obra y su muerte.
La ley 148, que ordena la urbanización de las villas, está vigente desde 1998.
La ley de Urbanización no recibió veto y el gobierno de la Ciudad debería haber
invertido 900 millones de pesos en cinco años. Las obras proyectadas por la
Universidad de Buenos Aires deberían haber comenzado en mayo de 2010. El
objetivo era demoler el 30% de las casas y construir unas 8 mil.
Si la villa no es la misma es porque la gente se las ingenia para vivir mejor.
Por lo demás, vale la pena darse una vuelta por el Obelisco. La carpa villera,
con hombres y mujeres en huelga de hambre, ya lleva 17 días. El Estado pone el
hombro pero no puede sin la toma de compromiso de la sociedad civil. Ese es el
trabajo que comenzó Mugica y en eso estamos.
*Autora de El Inocente. Vida, pasión y muerte de CArlos Mugica, la biografía que
en las próximas semanas será reeditada corregida y aumentada.
Los otros que cayeron
Recordar a Carlos Mugica, en el día de su asesinato, hace necesario abrir un
paréntesis y traer a la memoria a otros tantos. María del Carmen Artero, Héctor
Sobel, Guillermo Mazuco y su compañera Patricia Álvarez de la JP y Marian Erize,
secuestrada en San Juan en el ’76 por Etchecolaz, Alberto Chejolan asesinado en
la movilización el 25 de marzo cerca de Plaza de Mayo, a "Galleta" Alfaro,
asesinado en Fuerte Apache. A su colaboradora y amiga querida, Lucía Cullen,
quien merece un libro propio. Hay muchos más. La lista del horror lleva 30 mil
nombres. La justicia hizo y hace su trabajo. La memoria queda de este lado.
Infonews
EL
CURA DOMINGO BRESCI RECUERDA A CARLOS MUGICA, SU MILITANCIA Y TRAYECTORIA
“Fue un transgresor de su clase y un transgresor
dentro de la Iglesia”
Se conocieron en el seminario de Villa Devoto y coincidieron en el Movimiento de
Sacerdotes para el Tercer Mundo. Las ideas de Mugica, el riesgo, la relación con
Perón, las disidencias con los Montoneros.
Por Victoria Ginzberg
La primera vez que Domingo Bresci vio a Carlos Mugica fue en un partido de
fútbol en el seminario de Villa Devoto. Le llamó la atención no por la habilidad
sino por la garra: empujaba, pateaba. “Así fue toda su vida, un apasionado,
entregado a full”, dice Bresci, quien confluiría con Mugica en el Movimiento de
Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM). Juntos compartieron, entre muchas otras
cosas, una “parada” frente a la Casa Rosada contra la erradicación de las
villas, a las que pretendían transformar en barrios obreros, y protestas en la
cárcel de Devoto y en el interior por las condiciones de detención de los presos
políticos. Bresci, ahora al frente de la parroquia San Juan Bautista el
Precursor y asesor de la Secretaría de Culto, fue delegado regional del MSTM.
Mugica no tuvo cargos en el Movimiento, pero se destacaba por su personalidad y
carisma. Bresci habla con Página/12 en una pequeña sala de la Cancillería, muy
cerca del coqueto barrio en el que vivió Mugica y también de la Villa 31, donde
el cura fundó la parroquia Cristo Obrero y llevó adelante su trabajo pastoral y
social. “Fue un transgresor de su clase y un transgresor dentro de la Iglesia”,
lo define.
–¿Cuándo y cómo conoció a Mugica?
–En el seminario de Villa Devoto. El se ordena sacerdote en 1959, yo en 1962. Lo
conozco mirando cómo jugaba al fútbol los jueves a la tarde, que era el día
libre de los seminaristas. Sobresalía porque era un tipo que se metía, pateaba,
empujaba, ponía toda su potencia. Y así fue toda su vida, era un apasionado por
la vida, entregado a full. Por la forma de ser de Carlos lo llamaban La Bestia.
Pero no era bestia en el fútbol, era bestia para trabajar, para rezar. Era un
obsesionado con todo lo que hacía.
–¿En el seminario también destacaba?
–Por lo que sé, a diferencia de su primario y secundario, que parece que no
fueron muy brillantes –es interesante que no fue a un colegio religioso sino a
uno de gestión estatal y la secundaria la hizo en el Nacional de Buenos Aires–,
en el seminario era una persona muy inquieta, preocupada. Era la época de
preparación del Concilio Vaticano II, que se hizo en 1962.
–¿Cuándo se acercaron?
–En el seminario empecé a trabajar, junto con un grupo de profesores del
seminario, con universitarios de la UBA. Había un grupo que se llamaba Juventud
Universitaria Católica que tenía la idea de acercarse, en el espíritu del
concilio, muy abierto, ecuménico, a la realidad del pensamiento, de la
intelectualidad. Todo estaba en ebullición. Había un clima revolucionario en
todos los ámbitos, la guerra de Vietnam había influido mucho, antes la
Revolución Cubana, Argelia. Los grupos cristianos participaban. Ahí nos
conocimos. Después tuvimos otras aproximaciones con cuestiones sociales. En el
’57 hubo una gran inundación que afectó mucho al gran Buenos Aires y fuimos a
las zonas inundadas, ayudamos. El incursiona ayudando al sacerdote de la
parroquia Santa Rosa de Lima, en Belgrano y Pasco, en una actividad de visita a
conventillos de Balvanera. Eso era una novedad para él, que venía de acá a la
vuelta, de la calle Arroyo. El papá había sido ministro de Relaciones Exteriores
de Arturo Frondizi y la mamá, dueña de muchas hectáreas en la provincia. De
Arroyo al conventillo fue un salto enorme. La otra etapa fue irse a Resistencia
a hacer una experiencia de vida rural y conocer esa problemática. Después
organizó campamentos de trabajo en el Chaco santafesino. Yo, simultáneamente,
iba por ese lado, a los campamentos, en las vacaciones íbamos a las fábricas,
ayudábamos a familias en la autoconstrucción y ahí se fue dando esa afinidad, en
la línea de preocupación por lo social. Luego de conocer la situación nos
planteábamos por qué tanta injusticia y ahí empezó lo que aquí se llamó el
diálogo con el marxismo, que venía de Europa también.
–¿Eso fue orgánico?
–Era en la Facultad de Filosofía y Letras. A él lo llamaron porque lo conocían,
era un hombre de reflexión. Los universitarios eran agrupaciones, pero desde la
Iglesia éramos sujetos sueltos, los que queríamos estar. La organización de los
Sacerdotes para el Tercer Mundo fue posterior. Antes fue el proceso de
“conversión”. Carlos no nació pobre, se convirtió a los pobres. Empezó por el
descubrimiento de la problemática social, los barrios, el interior, los
sindicatos, las villas. Después, o en simultáneo, se planteó la pregunta por las
causas de esa situación. Para entender eso había que buscar instrumentos de
análisis y en ese momento el marxismo era lo que estaba en boga. Luego hubo
críticas, una actualización, se constituyeron las cátedras nacionales para
analizar los procesos nacionales de liberación y por eso la denominación de
Tercer Mundo. A pesar de que lo nombran secretario del cardenal de Buenos Aires
Alberto Ca-ggiano, a pesar de que lo nombran en la parroquia de El Socorro, de
Juncal y Suipacha, Carlos empieza un acercamiento a la villa, que estaba a la
vuelta de su casa y de la parroquia donde trabajaba. Empieza a ver esa
contradicción entre esos dos mundos. Enseguida la presencia de él en la villa
fue para incentivar las mejoras en las condiciones de vida de la gente y eso lo
llevó a organizar a la misma gente del lugar. Su conversión lo llevó a su
compromiso. Después de las etapas social e ideológica está la etapa política. El
y muchos otros empezamos a incursionar, después de que se fundó el Movimiento,
en la política... cómo se hacía, con quiénes, con qué herramientas. Siempre
tratando de acompañar el proceso de la propia gente. Todos aprendimos que había
que escuchar al pueblo, no decirle lo que había que hacer.
–¿Y entonces se acercaron al peronismo?
–Las mayorías populares eran mayoritariamente de identidad peronista. Si
queríamos estar con el pueblo no había otra forma. Había que acompañarlo, pero
no sumarse indiscriminadamente. Diferenciamos la identidad peronista de la
dirigencia peronista y el partido justicialista. Nosotros nos apoyábamos en la
esencia histórico-cultural del peronismo.
–¿Cómo fue la relación personal de Mugica con Perón?
–Perón se interesa por el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo porque
su última experiencia había sido pelearse con la Iglesia en el ’55. Muchos de
los curas que pertenecieron al Movimiento habían sido antiperonistas en el ’55
por defender a la Iglesia. El Movimiento fue el que redescubre al peronismo a
través de estas experiencias de inserción en territorios. Lo que le costaría a
Mugica, que venía de una familia recontra antiperonista, decir que era
peronista. Era un peronismo que tenía una gran expectativa en Perón, en su
regreso. En 1968 Mugica viaja a París para hacer seis meses de actualización
teológica y va a Puerta de Hierro y conversa con él.
–¿De ahí que después lo nombran en el Ministerio de Acción Social?
–A Carlos, la Juventud Peronista lo quiere poner en la lista de diputados de
Capital. Eso lo charlamos entre todos y quedamos que no, que no queríamos asumir
ese rol, sino el de apoyar, acompañar. Le contraproponen ser asesor del
Ministerio de Acción Social, porque se suponía que eso iba a favorecer la acción
que él estaba desarrollando en las villas.
–¿Y ya sabían quién era López Rega?
–Bastante, pero no todo. Desde el comienzo, Carlos se empieza a sentir incómodo
en lo personal, pero también discrepaba con los proyectos que tenía López Rega
acerca de las viviendas. Los curas villeros proponían que fueran los mismos
villeros los que pensaran sus casas y participaran en proyectos de
autoconstrucción. López Rega quería hacer eso a través de las empresas. A Carlos
no le interesa... y el manejo del dinero... Llama a una asamblea del barrio y
decide renunciar. Eso le trae un enfrentamiento con López Rega, que incidió
seguramente en que la Triple A lo matara.
–¿Y la relación con las organizaciones armadas, sobre todo con Montoneros?
–Venía sobre todo del Colegio Nacional de Buenos Aires. Fue asesor de grupos
juveniles católicos. Ahí los conoció. Después ellos se organizaron, no le
preguntaron a él sobre la organización, pero él y Alberto Carbone eran
referentes. Luego hay diferencias con el modo de encarar y analizar cómo tenía
que ser la revolución en la Argentina. Hay un distanciamiento que se agudiza con
la vuelta de Perón y el pase a la clandestinidad de Montoneros. Ellos no
responden a la conducción de Perón, eran muy verticalistas, se militarizaron.
–Pero Mugica no descartaba la lucha armada, ¿o sí?
–El tiene esa frase que dice “yo puedo dejarme matar pero nunca voy a matar a
nadie”. Todos decíamos que esa decisión tenía que partir del pueblo en su
conjunto, no de un grupo de dirigentes iluminados que decían qué, cuándo y cómo
había que dar esa lucha armada.
–Pero en un contexto de dictadura la apoyaba...
–La apoyamos. El Movimiento. En un contexto de dictadura era legítimo, pero
tenía que estar muy respaldada por el pueblo. Ese era también un cuestionamiento
hacia las organizaciones. En democracia se deslegitimaba.
–¿Estaba claro en ese momento quiénes habían sido o hubo discusiones?
–No estaba muy claro al principio. Al día siguiente de la muerte, el diario
Noticias, de Montoneros, sacó un comentario muy lavado sobre la muerte de Carlos
y eso hizo sospechar que podían tener algo que ver. Carlos no ahorraba críticas
para los que habían sido sus alumnos. Inclusive en el velatorio, en la parroquia
San Franciso Solano, hay una pelea cuando vienen algunos miembros de Montoneros.
Después Mario Firmenich convova a Alberto Carbone, lo llevan en un auto con los
ojos vendados, y en un tono amistoso le dice que ellos no habían sido, que no
habían dado la orden. Luego se especula con que fuera un grupo de discrepaba con
la conducción. Pero finalmente se supo que vino de la Triple A, que tenía muchos
motivos para hacerlo. En pocos meses, además, matan a otros referentes sociales
como Rodolfo Ortega Peña, Atilio López, Silvio Frondizi. Era un operativo de
terror, para implantar el miedo.
–¿Mugica tuvo muchos choques con la jerarquía de la Iglesia?
–En 1972 el arzobispo Juan Carlos Aramburu le pidió que no fuera más sacerdote,
que se dedicara a la política. Lo sancionaron. A él le dolió mucho porque era
una persona de la Iglesia. Fue un transgresor de su clase y un transgresor al
interior de la Iglesia. Renunció a la posibilidad que tenía de dinero, mujeres y
renunció también a la posibilidad de una carrera eclesiástica. Enseguida lo
nombraron secretario del cardenal y en la Iglesia del Socorro. Podría haber sido
obispo rápido, si se portaba bien, por la familia de la que venía. Pero no
quería eso.
–¿Qué lugar ocupa lo que fue el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo en
la Iglesia?
–Serían los curas en opción por los pobres, pero el contexto es muy distinto.
Los problemas de fondo en algunas cosas mejoraron, pero otros se mantienen. Hoy
siguen siendo un desafío la vivienda, la tierra, la organización de la gente.
Ahora está el plan Pro.Cre.Ar, pero la envergadura de lo que hay que hacer es
enorme. Se agravó por la droga.
–¿Hay un cambio con Francisco dentro de la Iglesia?
–Como Francisco apoyó a los curas villeros, los que hablaban en contra se
cuidan. Pero es contradictorio ver a ciertos medios hablando de los pobres
cuando los que están con esos medios son los que fabrican a los pobres. Es
absurdo, “preocupados por la pobreza”... si la generan los sectores que están
con ellos. Con Francisco cambia un poco el eje. Si él dice “una Iglesia pobre
para los pobres”, que es lo que decíamos nosotros, bienvenido sea. Pero veamos
cómo eso se implementa. Están vigentes las cuestiones que Carlos planteó y él
tenía vinculación con los jóvenes también. El grupo Cristianos para el Tercer
Milenio reclama a la Iglesia que dé a conocer los archivos de la época de la
dictadura que hay en el Episcopado y también se lo pide al Vaticano. Al parecer,
Francisco dio el visto bueno, pero hasta ahora no se supo nada. También
solicitaron al Episcopado que se declare a Carlos como mártir del pueblo de
Dios, a él y a todos los obispos, sacerdotes y laicos asesinados.
11/05/14 Página|12
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