La verdad es otra cosa

Por Hernán Invernizzi. Periodista
contratapa@miradasalsur.com

El 1º de mayo de 1974 se concretó en la Plaza de Mayo aquella especie de asamblea popular en la cual el presidente Perón trató de imberbes e infiltrados al llamado peronismo de izquierda, cuyas columnas abandonaron la Plaza entonando consignas como “Qué pasa, qué pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular” o “Aserrín, aserrán, es el pueblo que se va”. Apenas 10 días después, un comando de la Triple A asesinaba al padre Carlos Mugica en el barrio porteño de Villa Luro. Y como nadie quería aparecer como responsable del asesinato del mártir católico, todos salieron a proclamar su inocencia y a culpar a sus adversarios.

El proceso penal por aquel crimen se reabrió en el año 2006, durante la presidencia de Néstor Kirchner. Juan Carlos Almirón, jefe operativo de la Triple A, fue imputado como autor material y falleció en 2009 mientras cumplía arresto domiciliario. Otros procesados con prisión preventiva permanecen detenidos en la cárcel de Marcos Paz a la espera de una sentencia definitiva –o de una amnistía si en los próximos años llegara a triunfar la política de reconciliación sin justicia–.

La semana pasada se recordó el 40º aniversario de su asesinato. Hubo quienes aprovecharon ese ambiente de homenaje a un mártir para hacer gala de su buena memoria y trajeron al presente un dato que parecía dormido en el baúl de los recuerdos: Mugica había sido asesor de López Rega...

El dato es correcto. Como el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo acordó internamente que no aceptarían cargos electorales, el padre Carlos declinó integrar la lista de diputados del Frejuli, pero aceptó la propuesta del general Perón para incorporarse como asesor del Ministerio de Bienestar Social, que en el reparto entre las líneas internas peronistas había quedado en manos de José López Rega. Como es obvio, la relación Mugica-López Rega no podía durar. Meses después, durante una asamblea del Movimiento Villero Peronista, el padre Carlos informó públicamente que iba a renunciar al cargo por sus desacuerdos con el ministro que fundó la Triple A. Poco después de su renuncia, y poco después de aquella asamblea espontánea en la Plaza de Mayo, la organización de López Rega lo asesinó.

San Martín cruzó Los Andes. El dato, entonces, es correcto: fue asesor ad honórem del ministerio encabezado por López Rega. Es un hecho. Ahora bien: ¿cuál es su sentido? ¿Qué significa? Alguien puede decir: “San Martín cruzó Los Andes”, “Julio César cruzó el Rubicón” o “Fulano fue funcionario de la dictadura militar”. Cada una de esas oraciones simples (simples oraciones) es portadora de sentido –y de mucho sentido–. No obstante, ese sentido no es un producto de la buena memoria sino resultado del trabajo de la historia.

El cruce de los Andes sintetizado en la frase escolar que todos recordamos, adquiere sentido más o menos pleno cuando se tiene en cuenta que esa acción fue parte de una admirable estrategia político-militar contra el imperialismo español de entonces. Julio César cruzó muchos ríos, pero sólo cruzar el Rubicón significaba desatar una guerra civil en la cual podía ganar o perder. Está lógicamente mal visto que alguien fuera funcionario de la dictadura, pero no es lo mismo un joven universitario que ingresó a la carrera estatal en 1975 y al año siguiente se encontró con el golpe de Estado, que un funcionario jerárquico designado por Videla.
Cuando alguien en estos días dice: “El padre Carlos Mugica fue asesor López Rega” no miente ni se equivoca. Pero tampoco dice la verdad. La verdad es otra cosa. La verdad no es un hecho ni un conjunto de hechos sino una teoría acerca de los hechos comprobadamente ocurridos. Aquella oración acerca del sacerdote y el ministro asesino es la simple manifestación en palabras de un hecho ocurrido. Podemos analizar el gorilismo, el ateismo o el anticlericalismo de quien lo dice; se puede analizar su intencionalidad política, y quizás concluyamos que quiere cuestionar la política de derechos humanos oficial. Pero el recuerdo de un hecho o la enumeración de un conjunto de hechos ocurridos, no constituyen una teoría verdadera sino un elemento necesario para la construcción del sentido, que es la razón de ser de la historia.

Analizar las cosas de esta manera genera el problema de confrontar la simplificación engañosa del hecho (“el cura era asesor de un criminal”) con la complejidad de la historia. Como aquel diálogo entre Mirtha Legrand y Estela de Carlotto, cuando la anfitriona le preguntó capciosamente a su invitada si recibía subsidios estatales. De un lado la simplificación que pretende representar al sentido común: “A ustedes las banca el Estado”. Del otro la necesidad de explicar algo complejo aunque verdadero y que no se puede expresar en una oración simple: los nietos fueron secuestrados por el Estado y lo lógico y lo justo (aunque sorprenda) es que el Estado repare de alguna manera el monstruoso daño cometido.

Asumir el proyecto de ser más o menos fieles a la historia (y sobre todo la historia reciente) no sólo demanda un ejercicio de honestidad intelectual inmenso. Además, demandaría un ejercicio de síntesis descomunal. Al padre Mugica lo asesinan el 11 de mayo de 1974; un año antes había asumido Cámpora y un mes y medio después fallece Perón. Fue un año apabullante y abrumador. En la dinámica extraordinariamente compleja de aquellos días un militante popular asume dos decisiones políticas que probablemente le costaron la vida: aceptó ser asesor del Ministerio de Bienestar Social y después renunció al cargo, haciendo públicas sus diferencias con el ministro –que también era secretario privado del Presidente al cual el padre Carlos reconocía como el conductor estratégico del movimiento nacional–.

A modo de ejemplo recordemos una situación paradojal y perversa que ocurrió unos pocos meses después. La Triple A ya había atentado contra el senador radical Solari Yrigoyen y contra el decano de la Facultad de Derecho, Raúl Laguzzi (matando a su bebé de cinco meses), había asesinado al diputado Rodolfo Ortega Peña, al abogado Alfredo Curutchet y al militante peronista Julio Troxler, entre otros cientos de atentados. A fines de septiembre de 1974, la Asociación Argentina de Actores dispuso un paro general debido a las amenazas de muerte de la Triple A contra actores y actrices, entre los que se encontraban Luis Brandoni, Norman Briski, Nacha Guevara y Héctor Alterio, algunos de los cuales iniciaron sus primeros exilios.

Una delegación de la Asociación mantuvo entrevistas con funcionarios del Ministerio del Interior y con Ricardo Balbín, líder del radicalismo. ¡Pero también se entrevistaron con el mismísimo José López Rega en el Ministerio de Bienestar Social! Le explicaron que la Triple A amenazaba de muerte a sus afiliados y por supuesto el líder de los asesinos trató de tranquilizarlos... Escena que recuerda otras de años posteriores, durante la dictadura, cuando todavía las cosas no estaban del todo claras, y familiares de las víctimas del terrorismo de Estado se entrevistaban con los asesinos o con los responsables de los asesinatos de sus familiares, sin saber que quien los consolaba quizás acababa de torturar, matar o encarcelar a sus hijos. Como decía Shakespeare, a veces la vida parece un sueño relatado por un idiota. La historia trata de poner un poco de cordura en el relato de la vida.

18/05/14 Miradas al Sur