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La
seducción de la historia
Entrevista a Pacho O'Donnell
Breve historia argentina (Aguilar) es la
última obra de Pacho O’Donnell, un compendio que va de la Conquista hasta la
llegada de los Kirchner y que se enmarca en el “revisionismo”, un término que,
según asegura el autor, ya va siendo hora de revisar. En esta entrevista, Pacho
habla de por qué renunció a la presidencia del Instituto Dorrego (aunque sigue
en su cargo en forma honoraria), reflexiona sobre cómo la amplitud de sus
intereses y la pasión de la historia lo hizo dejar en segundo plano al escritor
de literatura y repasa su paso por la política de las últimas décadas.
Por Juan Pablo Bertazza
“Vísteme despacio que estoy apurado.” Algunos atribuyen esa frase a Napoleón
Bonaparte, otros a una orden del emperador Augusto (“Apresúrate lentamente”) y
hay quien asegura que está en el Quijote. Lo cierto es que Pacho O’Donnell
parece seguir esa irónica máxima al pie de la letra: se toma su tiempo para
responder el timbre, tarda en abrir la puerta de su casa y también en pedir
disculpas porque, como está solo, no puede ofrecer ni un café aunque, en
realidad, te estoy haciendo un favor porque el café me sale horrible. Pacho
O’Donnell se toma su tiempo para hablar y pensar, para pensar y para hablar
porque, él mismo lo cuenta, está apurado. “Tengo mal el corazón y sé que no me
queda mucho, por eso renuncio al Instituto Dorrego, donde vengo poniendo el
cuerpo y el alma desde hace tres años, para poder tener más tiempo”, adelanta,
como quien deja entrever su agenda en la página de la semana que viene.
“Es que la muerte no me asusta nada, y es así desde que era chico. Gracias a eso
pude hacer muchas cosas, porque tengo muy claro el final, siempre tengo al
entrenador del otro lado de la cancha mostrándome que me quedan diez minutos, y
en diez minutos tenés que ganarte a la hinchada.”
ELOGIO DE LA BREVEDAD
La más reciente jugada de O’Donnell para lograr su cometido y recibir el
aplauso de la multitud es su
Breve historia argentina que, en poco más de trescientas
páginas, ofrece un panorama que va de la Conquista a los comienzos de los
Kirchner. Un libro crítico en el que discute y denuncia el supuesto humanismo de
Fray Bartolomé de las Casas (“era tan humanitario como la esclavitud, que hizo
que ya no se matara a los vencidos; o la guillotina, que fue un invento
solidario para que las víctimas no tardaran tanto en ser asesinadas”) y
reivindica aquella primera declaración de la Independencia en el Congreso del
Arroyo de China (tal era el nombre de Concepción del Uruguay) del 29 de julio de
1815, es decir, un año antes de la de Tucumán: “Es un claro ejemplo de cómo la
historia oficial se permitió suprimir cosas que le molestaban, con una mezcla de
pedantería e inteligencia suprimieron aquella declaración de la línea federal,
que tenía como jefe al gran Artigas, y que no se contrapone con la del 9 de
julio, pero es cierto que ninguna de las provincias que participaron (Banda
Oriental del Uruguay, Entre Ríos, Santa Fe, Córdoba, Misiones y Corrientes)
dieron el presente en Tucumán, es un tema fascinante”, se entusiasma.
Un Pacho O’Donnell auténtico, entonces, que empieza a pisar el área de su
flamante libro, una historia breve que condensa el espíritu de la labor que
viene desarrollando hace tantos años, una historia que constituye un pasaje de
ida y vuelta al pasado, un contraataque a la coyuntura: “El mejor elogio que
recibí en mi vida me lo dijo un tipo en la cola de un banco: ‘Gracias a sus
libros puedo leer mejor el diario cada mañana’”, dirá más adelante.
Breve historia argentina es de esas jugadas desbordantes que requieren mucho
entrenamiento, y que, acaso, sólo un jugador experimentado y, es cierto, ya con
menor resistencia física podía llegar a producir.
“Lo que impone contar brevemente la historia argentina es reconocer que hay una
línea conductora. Yo sigo la línea nacional popular federal iberoamericana que
popularmente se conoce como revisionismo histórico, aunque es una palabra que a
mí me gustaría en algún momento poder descartar”, se frena Pacho O’Donnell ante
la idea de que la palabra revisionismo remite, inexorablemente, a esa versión
primera de la historia con la cual decide polemizar: “Revisionismo fue el acto
heroico de nuestros antecesores, que reaccionaron contra la deslealtad y la
arbitrariedad de la historia contada por los vencedores de la guerra civil, la
oligarquía terrateniente y librecambista de Buenos Aires. El primer revisionista
fue Alberdi a partir de su disputa con Mitre y Sarmiento, pero por ese entonces
el revisionismo no llegaba a constituir un corpus. Perón también fue
revisionista, sobre todo porque devolvió a San Martín el lugar que le
correspondía, el de héroe nacional. No olvidemos que la actual calle Libertador
antes se llamaba Alvear.”
¿Cuáles son los riesgos de abordar una historia breve? ¿El recorte? ¿Lo que
queda afuera?
–Yo no creo que escribir una historia de siete tomos agote el todo histórico,
también en ese caso hay un recorte. Por supuesto que a una historia breve le
faltan algunos datos, pero no quiere decir que sea menos precisa en la
interpretación.
¿En qué momento se encuentra hoy el revisionismo histórico?
–Yo creo que nuestro pensamiento ganó la calle, nuestros libros y nuestros
programas interesan mucho más que antes, y varios historiadores como Luis
Alberto Romero migraron de la UBA a las universidades privadas. En las
provincias hay una gran euforia con respecto a esto. En cambio, no entramos en
el sistema educativo. La vieja historia es la que se sigue enseñando en el
colegio. En ese sentido noto cierta desconexión con el ministerio de Sileoni,
porque la Presidenta es históricamente revisionista, en su despacho todos los
próceres son nacionales y además leyó muy bien a Pepe Rosa y a Jauretche. A
grandes rasgos, nuestro desarrollo geográfico coincide con el del peronismo y
eso explica la resistencia que hay en la Ciudad de Buenos Aires. Y ojo que
nosotros no queremos sacar del camino a la historia oficial, no queremos hacer
lo que hicieron con nosotros, queremos convivir, y de esa manera la historia se
va a enriquecer.
En el libro les asignás un valor considerable a las sociedades secretas en el
proceso de la Independencia. ¿Qué tiene para decir el revisionismo con respecto
a ese tema?
–La masonería es un tema muy falseado: cuando no se quiere contar algo se lo
adjudica a la masonería, por ejemplo la salida del campo independentista de San
Martín en Guayaquil se debe a que Buenos Aires le quita todo el apoyo, es decir,
se encuentra con Bolívar porque estaba desamparado y no cabía otra posibilidad.
Pero sí es cierto que la masonería interviene en la entrega de la batalla de
Pavón que hace Urquiza a Mitre, un acuerdo muy evidente porque cuando Mitre
manda el ejército a las provincias no toca Entre Ríos, que sigue siendo de
Urquiza. Por otro lado, la masonería fue muy influyente en la campaña de los
Andes. Nunca nadie se preguntó por qué le pusieron Logia Lautaro, que era el
nombre de un indómito cacique chileno, araucano.
EL REVISIONISTA REVISADO
Pacho O’Donnell es uno de los intelectuales que mejor rankean en cuanto a
ductilidad, o sea, haber desarrollado diversos oficios: historiador, dramaturgo,
médico psiquiatra y psicoanalista, y narrador; fue también senador de la Nación,
embajador de Bolivia y Panamá, y secretario de Cultura de la Ciudad de Buenos
Aires y de la Nación, cargo que hoy lo hace celebrar la creación del flamante
Ministerio de Cultura: “Es un reclamo histórico. Yo que iba a las reuniones
internacionales como secretario de Cultura, me juntaba con los pares de Uruguay,
Chile y Brasil, que eran todos ministros, y ellos estaban en primera fila, es
decir que había una disminución protocolar”.
A propósito de cargos públicos, se suele criticar cierto nomadismo político en
tu carrera.
–Cambié del radicalismo, que estaba en plena devaluación, al peronismo, ¿qué
problema hay? Siempre tuve una vibración peronista, me pregunto por qué no lo
fui antes y seguro porque mi familia era muy antiperonista. Pasa que cuando
necesitaron pegarme inventaron que había estado en el gobierno de Duhalde y ni
siquiera tuve un cargo con este gobierno porque en el Instituto estoy ad honorem.
Decime qué peronista no estuvo con Menem. Me gustaría saber qué hicieron en la
dictadura aquellos que me critican. Yo fui funcionario de gobiernos
constitucionales, y con Menem estuve sólo un tiempo.
¿Por qué renunciaste?
–Me fui por la corrupción y la re-reelección, pero la verdad es que yo renuncié
en serio. El no quería que me fuera y de hecho me quiso encontrar otro lugar, y
me negué. Por supuesto que fue un gobierno muy discutible, pero alguna vez va a
haber que hacer una lectura seria, por ejemplo, de su política cultural, con la
cual yo tuve mucho que ver: creo que hubo muchos logros importantes, como la
creación del Incaa, del Instituto Nacional de Teatro, y el funcionamiento de la
Biblioteca Nacional.
Pero, sin lugar a dudas, de todas esas facetas menos visibles que atravesaron la
multifacética carrera de O’Donnell, la más sorprendente es su talento como
escritor. Y dentro de su carrera como escritor, sobresale su figura de
cuentista: cuando en 1975 publicó los relatos de La seducción de la hija del
portero, muchos lectores no llegaron ni siquiera a expresar su agradable
sorpresa porque, inmediatamente, los militares allanaron la editorial Siglo XXI
por tratarse de un libro pornográfico. Lo cierto es que, más allá de la censura
externa (y quizá también interna) que sufrió su literatura, muchos de los
relatos de aquel libro (hace poco reeditados y ampliados por editorial Norma) se
destacan. Finales sorpresivos, omnipresencia de sexo en todas sus variantes y/o
perversiones, son algunas de las características que dan forma a un tema
fundamental: el poder de los impotentes, una fuerza que les alcanza y sobra no
sólo para sobrevivir sino incluso para llegar a dominar al mundo, aunque tarde o
temprano ese mundo siempre se les termine volviendo en contra. Esa
característica de su literatura es, de hecho, la única que se podría
corresponder a su rol como historiador, que el mismo Pacho define como el de una
enfermera: “Una enfermera que trata de asistir a los golpeados... los caudillos
federales, Artigas, Juana Azurduy, Juan Manuel de Rosas, el Che Guevara... con
el objetivo de reivindicarlos”.
Sobre el poder de aquellos que, al parecer, no lo tienen trabaja también su
literatura. Sucede en “Razón de Estado”, sobre un chico cuyo único capital en la
vida es su belleza y empieza a trabajar de taxi boy con tanto éxito que llega
incluso a manipular al mismísimo Presidente de la Nación; también en “Los mayas
argentinos”, que muestra cómo un pobre diablo que trabaja como guardia del
cementerio comienza a enriquecerse vendiendo cadáveres hasta transformar esa
ganga en el principal ingreso del país; y en “La cinta roja”, deslumbrante
historia de un fracasado amorío como consecuencia de los celos patológicos de
una pariente en discordia.
“Esta cosa histórica me ha tachado mi parte de escritor, evidentemente me he
arruinado distintas carreras porque los historiadores a veces tampoco me
reconocen, siempre me están echando de los corrales. Tiene que ver también con
una cosa muy fóbica: siempre me dispuse a jugar con todos los juguetes del
placard, he tratado de no abortar ningún interés, ninguna vocación, pero por eso
mismo he sido agresivo con mi identidad de escritor, no la respeté, la
postergué, la maltraté. He querido ser más otras cosas que escritor de ficción,
pero por supuesto no fue algo banal, he sentido que tenía un destino que
cumplir, la reivindicación del revisionismo histórico, y para eso me tuve que
bancar muchos cachetazos e injurias, no me podía negar a eso, no se te ofrecen
muchas cosas en la vida que tengan verdadero sentido, y ese combate en el campo
cultural hay que darlo y me tocó a mí.”
PERDER LA INOCENCIA
La llamada del destino no es como la del cartero: ocurre varias veces. Y pronto
nos vamos a enterar por qué cuando aparezca, dentro de un par de meses, la
biografía que sobre él escribió Eduardo Anguita. Por lo pronto, sabemos que ese
llamado sonó por primera vez en la infancia de Pacho, a partir de la influencia
de su mamá, que era hija de un gerente de La Prensa (“para ella el papel y la
letra estaban muy cargados edípicamente”) y de la de Lucio V. Mansilla, de quien
también es, en cierta forma, descendiente: “El primer O’Donnell llega a la
Argentina en 1799 y se casa con una hermana de Lucio. En sus memorias él habla
de su tío Rosas y también de Carlos O’Donnell. Una excursión a los indios
ranqueles era mi libro de cabecera. Mansilla no tiene calle en Buenos Aires, fue
castigado por ser sobrino de Rosas, y cansado de esa hostilidad en medio del
teatro, y delante de todo el mundo, le tira un guante a José Mármol, el autor de
ese insultante libro contra la familia de Rosas que es Amalia. Mármol no acepta
el duelo”.
El que sí tomó el guante de su destino de historiador fue el propio Pacho al
escribir y dar forma a un libro que modificaría para siempre tanto su vida como
su obra, Caudillos federales, un libro que desde que salió, en el año 1995,
resultó un boom editorial, a tal punto que vendió 130.000 ejemplares, y para
muchos es la obra, el grito sagrado, que inaugura la actual fase que atraviesa
el revisionismo histórico: “Mientras trabajaba como embajador de Bolivia, tenía
la costumbre de juntar en un cajón anécdotas, personajes o historias que me
sorprendían, divertían o indignaban. Un día tiré todo en el piso y me di cuenta
de que eran todas sobre la campaña del Alto Perú y la Independencia. Las puse en
orden y ahí me di cuenta de que no eran desechos, no eran las fallas de la
historia, aquello que se habían olvidado o ignorado, sino que ese libro
presentaba una acusación sobre lo que la historia había decidido dejar de lado
de forma deliberada. Ahí lo fui a buscar a Pepe Rosa. Fue como perder la
ingenuidad. Y descubrí que había otros francotiradores por ahí. Empecé a llamar
a algunos de ellos para juntarnos porque uno asume la marginación, asume ese
status y hasta ese lugar te puede hacer sentir cierta confiabilidad”.
Ese fue el origen entonces del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico
Manuel Dorrego, cuya creación no estuvo exenta de polémicas y disputas, y que
luego de tres años cambia de presidente, aunque Pacho O’Donnell siga al frente,
desde ahora, como presidente honorario. “Los mismos que rechazaron la creación
del instituto Dorrego votaron a favor de la solución que proponía Inglaterra
para que los kelpers votaran por plebiscito a quién pertenecían. Me parece que
eso es suficiente”, concluye Pacho O’Donnell, lento y rápido a la vez.
25/05/14 Página|12, suplemento Radar