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“El
pueblo no olvida a sus héroes y mártires”
Por Víctor Ramos*
sociedad@miradasalsur.com
Suplemento Claves de la Historia. Entrevista. Daniel Brión. Escritor y
periodista
Daniel Brión se ha convertido en uno de los principales referentes cuando
recordamos los hechos represivos de la dictadura de Aramburu y Rojas, en junio
de 1956.
Hijo de Mario, uno de los asesinados por la espalda en los basurales de José
León Suárez, se ha dedicado a mantener viva la memoria de aquellos hechos y, a
partir de allí, la memoria de todos los caídos en las luchas contra todas las
dictaduras en nuestra América Grande. Escritor, periodista, conferencista, sus
artículos, gacetillas y libros han tenido repercusión tanto nacional como
internacional. Es autor entre otras obras de El Presidente duerme.
Actualmente, entre otras tareas, preside el Imepu-Instituto por la Memoria del
Pueblo.
Así es que lo hemos contactado para ampliar los detallas de estos hechos
represivos y aclarar muchas cosas que para nosotros y para muchos aún no estaban
bien expuestas, fundamentalmente con los caídos en los basurales de José León
Suárez.
–¿Qué edad tenías entonces y qué recuerdos guardás de aquellos acontecimientos?
–Cuando se llevaron a mi padre, junto con otros once compañeros que,
comprometidos con el Movimiento de Recuperación Nacional, se encontraban en
Hipólito Yrigoyen 4519 de la localidad de Florida, Provincia de Buenos Aires, y
a 2 cuadras de nuestro hogar de la calle Franklin 1812, yo tenía cuatro años.
Aún recuerdo el día que me enseñó a silbar, caminando por la calle Franklin, una
calle que él junto a otros vecinos habían “mejorado” ya que por entonces era de
tierra, mi padre armó una junta vecinal y pidieron postes de palmera de la
entonces Segba y con esos postes, colocados a manera de piso, la dieron firmeza
para poder transitarla mejor evitando que se embarrara; estaba rodeada por
alambrado de rombos, como los que solían verse en las vías del ferrocarril, y
aquellas inolvidables flores de “campanita” azules… allí, con calma y
tranquilidad, aprendía a silbar junto a él. Muy pocas cosas quedaron de su
imagen en un niño de cuatro años.
–¿Cuándo sucedieron los hechos represivos, algo quedó en ese niño que eras?
–Tantas cosas…, tantas cosas… No he querido hablar mucho de esto cuando me
invitan para alguna charla o presentación, pero me parece oportuna la pregunta
en este momento. Recuerdo que mi madre pidió a unos familiares que me llevaran a
su casa y ella se quedó, embarazada, mirando por la rendija de la persiana
–baja– del living, muerta de miedo, de ansiedad, esperaba ver la figura de mi
padre aparecer… Nunca sucedió, perdió el embarazo por la angustia y los nervios.
Días más tarde me fue a buscar y volvimos al chalé, parecía que lo había
arrasado un terremoto, todo destrozado, hecho trizas, muebles, todo…, también
sufrimos el saqueo y el robo de todas las pertenencias por parte de muchos
vecinos “gorilas” que aprovecharon la oportunidad para entrar y llevarse todo lo
que pudieron, desde la bomba de agua hasta mi ropa de niño, fotografías, libros.
Recordándolo ahora hasta me causa “gracia” que también hayan roto el inodoro,
vaya a saber qué documentos revolucionarios pensaban que se encontraban ocultos
allí…
–¿Podrías contarnos cómo fue que llegaron a tener ese chalé?
–Esto también es algo de lo que no he hablado mucho, reitero, porque no quiero
personalizar el tema, pero viene al caso. Con la primera presidencia del general
Perón mis padres compraron con un crédito del Banco Hipotecario, un lote en ese
lugar, que recién comenzaba a formarse, con la idea de construir allí un chalé.
En aquellas épocas era común que las parejas esperaran a “tener su techo” para
casarse y la cosa venía lenta. Papá ya trabajaba en Siam y además en la
Fundación Eva Perón, junto a –entre otros– Andrés Framini (con el cual habían
formado una amistad, más allá de la importancia de aquel gran sindicalista,
laburaban juntos, eran todos compañeros). Papá no quería pedir ayuda a la
fundación por considerarlo improcedente dada su militancia pero mi vieja, sin
que él sepa, escribió una nota a Evita firmándola con su apellido para que no se
vinculen los nombres, solicitando –si fuera posible– una ampliación de la
hipoteca para poder construir. A los treinta días aproximadamente recibió una
nota del Banco Hipotecario donde la citaban para firmar la ampliación que había
sido concedida. Así era el gobierno peronista, eso significaba la justicia
social, no importaba el nombre, se atendía el problema en la medida de las
posibilidades. Y así, con la ayuda de mi abuelo materno, de mis tíos, de amigos,
construyeron el chalé, hasta el mismo Andrés Framini puso ladrillos y se comió
un asadito mientras se levantaba lo que sería mi hogar natal.
--Entrando en lo sucedido en aquellas jornadas, ¿podrías
explicar bien de qué se trataba la reunión en Florida, cómo fue todo entonces?
–Es realmente importante poder dejar este tema bien claro, mucho se ha escrito y
hablado de aquella reunión, y mucho se ha desvirtuado el tema. Lo primero que
hay que señalar es que todos los compañeros que estaban allí estaban conectados
directamente con el Movimiento de Recuperación Nacional 9 de Junio. El
departamento de la calle Hipólito Yrigoyen 4519 de Florida, en la Provincia de
Buenos Aires, es uno de los focos de la ilusión política donde, aguardando una
señal ya convenida, un grupo de patriotas espera el momento para actuar. La
excusa es escuchar una pelea por la radio –por el campeonato sudamericano pelean
Lausse con el chileno Loayza–, la realidad es la espera del lanzamiento radial
de la proclama revolucionaria y el anunciado corte de luz que marcará el inicio
de las acciones. El dueño de casa, Juan Torres, está muy vinculado con el
activismo peronista de la zona, en esa misma casa ya se han escondido algunos
compañeros perseguidos en otras oportunidades. Esa noche, otros compañeros de
causa, ansiosos, están aguardando el acontecimiento esperado. Se dividen en dos
grupos, algunos juegan a las cartas, otros están escuchando la pelea.
–¿Cómo vivió tu madre esos momentos?
–Mi madre, Adela Matilde Cavanna de Brión (si no lo escribimos así se enoja,
ella agrega siempre: de Brión) ha colaborado en recordar cómo se fue organizando
esa reunión, te leo su relato: “… Desde el golpe de 1955, siempre comentábamos
con mi marido, que la vida estaba cada vez peor, y él siempre me decía que
prefería morir a servir de rodillas ante un gobierno de facto, antinacional.
Comencé a darme cuenta de que ‘en algo andaba’ cuando sus llegadas a casa, luego
del trabajo, se hacían cada vez más tarde, ya entrada la noche; él era un hombre
que trataba de llegar temprano para estar más tiempo junto a mí y a nuestro
pequeño hijo. Le pregunté, entonces, por el motivo de esas llegadas tarde que se
habían hecho cada vez más frecuentes y me contó su verdad. Me dijo que estaban
formando un grupo en la zona, en el barrio, para luchar contra la tiranía
intentando retomar la soberanía del pueblo sojuzgado. ’’Comentamos también que
se realizarían reuniones en varias casas de los alrededores, incluyendo la
nuestra; le di todo mi apoyo y colaboré con él en la medida de mis
posibilidades: callando, guardando silencio y secreto del tema, ni nuestros
familiares supieron lo que estábamos organizando. “Fueron varias noches de
reuniones en nuestra casa de la calle Franklin en Florida, recuerdo que todos
llegaban caminando, Rodríguez, Don Horacio (Di Chiano) y también tengo presente
una moto en la que unos jovencitos llegaban y dejaban en el jardín, los Lizaso
(Jorge y Carlitos).”
–¿Tu mamá estaba involucrada… qué más recuerda tu madre de esa noche?
–Que pasaron los días, las noches, y la orden no llegaba. Ella me acostaba en la
cuna, algunas veces me sostenía en brazos y espiaba desde detrás de la persiana
apenas entreabierta, vigilando cualquier movimiento “raro”, por suerte nunca
sucedió nada en esos momentos. Un día Mario, mi padre, le dijo: “Prepará la
habitación porque el General Tanco se va a quedar unos días con nosotros”, pero
–ella nunca preguntó el porqué– finalmente no fue. En el comedor teníamos un
hogar a leña, que tenía semioculta una puertita con la “tampa para humo”, dentro
de ese lugar, mi madre ocultaba las armas que todos los compañeros traían; como
mi padre no tenía una propia un vecino, “Don Varela”, le entregó un revólver
para que utilizara. Por fin, se realiza el 9 de junio la reunión de ese día en
la casa Di Chiano; a mi viejo lo pasaron a buscar el mismo Don Horacio y
Rodríguez. Era una noche muy fría y se puso una polera blanca, que mamá acababa
de tejerle.
–¿Cómo se formaba ese grupo?
–El grupo más cercano era con Troxler, Víctor Aldae, Jorge, El Toto, Carlitos y
Miguelito Lizaso. Jorge Lizaso, en su vieja moto, llevaba compañeros hasta
Escobar donde se preparaban para luchar. Era en el campo de otro compañero, al
que llamaban “el alemán”, él estaba a cargo de conseguir armamento y precarios
elementos necesarios para la lucha. Esa noche estaban reunidos: Carlitos Lizaso,
el de los 21 años alegres y optimistas; Nicolás Carranza, el obrero ferroviario
prófugo de la policía por repartir volantes; Francisco Garibotti, vecino de
Carranza, también obrero ferroviario y padre de 5 hijos; el fornido Vicente
Rodríguez, obrero portuario, padre de 3 hijos; Mario Brión, entusiasta de la
justicia social, empleado de Siam, un hijo; Horacio Di Chiano, indiferente al
peronismo, pero se acerca al grupo porque repudia el accionar de los militares;
Norberto Gavino, peronista prontuariado, y Juan Carlos Livraga, el muchacho
colectivero que sólo fue a escuchar la pelea (ajeno al Movimiento de
Recuperación Nacional, la intención de Caranza al llevarlo era la de poder, en
caso de necesidad, utilizar el colectivo que manejaba Livraga para trasladar a
los compañeros a los objetivos asignados. Entre el departamento del medio del
pasillo y el del fondo donde estaban ellos había doce o más compañeros. Todos
esperaban la señal que debía ser escuchar la Marcha de San Lorenzo en la radio y
la lectura de la Proclama Revolucionaria.
–¿Cuáles eran los objetivos asignados a ese grupo?
–Los objetivos a cumplir eran: tomar el gasómetro de Avenida General Paz y
Avenida Constituyentes con un grupo de hombres y el resto unirse a los de Campo
de Mayo que tenían como objetivo tomar las instalaciones (allí la señal era que
se cortaría la luz en todo Campo de Mayo). No es exacto que no tenían nada que
ver, que la mayoría no sabía nada, etc. etc., lamentablemente son errores que
han sido recogidos por la historia en el “boca a boca”, luego de leer Operación
Masacre, pero no fue así, todos eran militantes a la espera del inicio de la
revolución armada por las cabezas civiles Armando Cabo, Andrés Framini y por los
generales Juan José Valle y Tanco. Debo aclarar que con todo el respeto que
merece y tengo por Rodolfo Walsh, reconociendo su trayectoria y su valentía
enfrentando a la última dictadura. Pero su libro es exacto desde el momento en
que se los llevan de Florida en adelante, no así cuando escribe sobre la falta
de militancia o participación de quienes allí estaban. De su lectura aparecen
como “perejiles” que son llevados injustamente y no es así.
–¿Que otros testimonios vale la pena investigar?
–Otros libros que no han tenido tanta difusión como, por ejemplo, Mártires y
Verdugos, de Salvador Ferla, o Los Pampeanos y el 9 de Junio de 1956, de Luis
A.Galcerán y Silvio Pedutto, o Revolución y Fusilamientos, del suboficial
Burgos; La Resistencia y el general Valle, de Enrique Arrosagaray, e infinidad
de publicaciones, dan fe de lo que digo. Hasta el Teniente General Angel Solari
presentó dos proyectos en la Cámara de Diputados el 1º de mayo de 1958 donde
solicitaba la investigación de los crímenes cometidos y las irregularidades
existentes en el Ejército Argentino (por supuesto, ambos proyectos fueron
remitidos al archivo y nunca fueron tratados) no se conocen como “Los Fusilados
no Callan”. Todos vamos a morir, es inevitable, es la única certeza que tenemos
en esta vida, pero no todas las muertes suceden igual, ni marcan un hito en la
historia; ellos –los caídos en las jornadas de junio de 1956– cayeron en un
intento cívico-militar para recuperar la soberanía popular, la vigencia de la
Constitución Nacional y de las instituciones democráticas avasalladas por la
dictadura de Aramburu y Rojas (debe ser la única vez que se juntaban militares y
civiles para eso). Estos crímenes son el inicio de las dictaduras genocidas en
la Argentina contemporánea; que no se hayan juzgado debidamente al retornar la
democracia es, estoy convencido, el principal motivo de que quienes les
sucedieron hayan actuado sabiéndose impunes en otra dictaduras.
–¿Por qué, según tu interpretación, Walsh ha incurrido en ese error?
–Creo que todo pasa por la persona con que se encuentra Rodolfo Walsh, que es
con quien recorre la historia de todo lo sucedido. Me refiero al que se ha dado
en llamar “el fusilado que vive”, Don Juan Carlos Livraga; reitero que era el
único que no tenía idea de lo que estaba sucediendo, como ya señalé
anteriormente. Él también cuenta que no estaban armados para la lucha, otro
error en que hace incurrir, como te relaté antes, mi madre escondía las armas
cuando se reunían en jornadas anteriores en nuestra casa. Si me permitís, yo te
voy a contar qué pasó con las armas: …en la casa de Hipólito Yrigoyen nunca se
encontraron armas y ellos tampoco las portaban cuando se los llevaron, hecho que
durante mucho tiempo pasó inadvertido, pero considerando que sí estaban armados
cabe preguntarse: ¿que pasó con esas armas que nunca aparecieron?
–¿Qué pasó?
–Antonio Tripodoro, el nombre de otro compañero que había participado en el
intento, tenía a su cargo un vehículo que estaba estacionado a tres cuadras del
lugar –en Florida–, donde “guardaron los fierros” mientras estaban reunidos en
la casa; con ese vehículo se dirigió a la Escuela de Mecánica del Ejército
(predio del actual Hospital Garrahan) para que, quienes tomaban la escuela, le
pasaran más armas y municiones (portón por medio con la Escuela estaba el
Arsenal Esteban de Luca, hoy enorme plaza frente al Hospital) que Don Antonio
llevaría a Florida; pero cuando llegó al sitio asignado, las fuerzas represivas
ya estaban actuando, por lo que se vio obligado a regresar. Nuevamente en
Florida comprobó que allí también había llegado la represión y se los habían
llevado. Por suerte, él logró salvarse y nos dio su testimonio, las armas habían
quedado en su vehículo y tuvo que deshacerse de ellas ante la posibilidad de que
también lo fueran a buscar. Hay que tener en cuenta que Livraga, por suerte –y
me da mucha alegría que así haya sucedido–, logró salvarse de la muerte, aun
después de que le dispararon tres veces. Pero desde que recuperó su libertad,
primero trabajó con su padre como ayudante de albañil y luego, en menos de un
año, por un estado absolutamente comprensible de ataque de pánico, se fue del
país para, pasando por Bolivia, luego radicarse, desde hace más de cincuenta
años, en Los Angeles, California, U.S.A.
–¿Hubo otros sobrevivientes en José León Suárez?
–Esto es algo que yo siempre remarco, se ha tomado la palabra de Livraga, como
militancia “0” y el único que no era peronista ni tenía idea política al
respecto y ajeno al alzamiento como base para remontar esta historia. Podemos
leer claramente cuando él mismo afirma en sus reportajes que “yo ni siquiera era
peronista. Nunca lo fui.” A pesar de esto, no han tenido en cuenta para recrear
lo sucedido que esa noche se llevaron a doce compañeros de los que, por suerte,
sólo pudieron asesinar a cinco –entre ellos mi padre–, pero el resto pudo
escapar y continuaron luchando contra esa y todas las dictaduras que le
sucedieron, porque eran militantes y defendían un solo interés: el del pueblo.
Se los tendría que haber tenido más en cuenta y recoger esos testimonios tan
importantes para poder, como merecido revisionismo histórico, modificar una
historia mal contada.
–¿Quiénes fueron los otros sobrevivientes?
–Julio Troxler, luego asesinado por las AAA el 20 de septiembre de 1974; Don
Reinaldo Benavídez, que siguió viviendo en el Barrio Obrero Ferroviario de
Boulogne; Gabino, que luego de lo de José León Suárez logra escapar a Bolivia
con Troxler y Benavídez. Pero lo importante es que todos ellos regresan y
continúan militando y luchando. Y muchos otros, civiles y militares, que han
seguido la misma lucha y que pueden dar testimonio. Continuar diciendo que el
grupo de Florida “no tenía militancia o participación en el levantamiento” me
parece hasta irrespetuoso para la memoria de los caídos y de los que continuaron
la lucha, como el querido Julio Troxler; basta oír su testimonio en La Hora de
los Hornos y hasta en la versión de Cedrón para el cine de Operación Masacre
para comprender lo que estoy diciendo. Con su viuda, la entrañable Leonor Von
Wernich de Troxler, que ya tiene más de 90 años y vive en la ciudad de Paraná,
no sólo somos amigos, también continuamos luchando por la patria que ellos
soñaron, los hermanos Lizaso (tanto el Nono como Miguel, asesinados por la
última dictadura) al igual que casi toda su familia. Y tantos otros compañeros
caídos en las luchas por la liberación. Esos son los testimonios que hubieran
redondeado la historia. Por eso sentí la necesidad de escribir mi El Presidente
Duerme, donde relato sitio por sitio no sólo como cayeron estos compañeros,
también repaso su militancia y sus objetivos dentro del movimiento
revolucionario.
–¿En la madrugada del 10 de junio de 1956, cómo fueron los hechos represivos?
–Lo tengo muy investigado. El lugar está próximo a la estación de José León
Suárez, en la avenida Márquez y 9 de Julio; sobre 9 de Julio. A la derecha hay
un club, frente al club una hilera de eucaliptos; frente a los eucaliptos había
un gran baldío con basura amontonada. El drama comienza a desencadenarse cuando
Rodríguez Moreno, el comisario a cargo del operativo y de la Unidad regional de
San Martín de la Provincia de Buenos Aires, salta de la camioneta, pistola en
mano. Apunta a los prisioneros para que caminen en dirección al basural.
Avanzan. Detrás, los agentes y Rodríguez Moreno, a un costado, ordenando
mantener la fila. La camioneta, lentamente, iluminando con sus faros la noche. A
golpes de fusil los van arriando al lugar. Caminan otro trecho y el cabo ordena:
“¡De frente y codo con codo!”. Los prisioneros se dan vuelta, han visto el
rostro de la “revolución libertadora”, y el presidente duerme…
–Aramburu…
–La escena resulta difícil de reconstruir con exactitud. Gavino le dice a
Carranza: “Corramos que nos matan”, y sale corriendo en ese mismo instante, no
para de correr. Carranza no atina a huir y se tira al suelo gritando “¡no me
maten, tengo 6 hijos!”. La respuesta no tiene palabras, le apoyan un fusil en la
nuca y aprietan el gatillo. Cae muerto. Luego le acribillan todo el cuerpo. Se
produce un desbande de los prisioneros y nuevas descargas de los fusiles.
Livraga se tira al suelo y se hace el muerto. Lo mismo hace Di Chiano. Giunta
siente una bala que pasa cerca de él, escucha un impacto, un gemido sordo y el
golpe del cuerpo de Garibotti que cae muerto, entonces él se tira cuerpo a
tierra y se queda inmóvil, de pronto se pone de pie de un salto y corre
zigzagueando, logra escapar. Se oyen gritos. Rodríguez intenta escapar pero no
tiene suerte, cae herido por la espalda. Desesperado por el dolor pide:
“¡Mátenme, por favor mátenme, no me dejen así!” –Sin ningún comentario, en ese
mismo momento lo ultiman. Mario Brión no tiene posibilidad de escapar, lleva
puesta una polera blanca que le acababa de tejer su mujer, brilla incandescente
a la luz de los faroles de la camioneta; lo balean por la espalda. Cae muerto.
Entretanto, en el carro de asalto, Troxler intenta desarmar a un agente,
forcejea, le da una patada y huye arrastrando tras suyo a su amigo Benavídez;
éste a su vez intenta llevar con él a Carlitos Lizaso.
–¿Cómo fue?
–Carlitos no tiene suerte, lo sujetan entre tres guardias. Forman el pelotón y
hacen fuego, le dan en pleno pecho. Cae muerto. Díaz, entre tanto, ha logrado
escaparse saltando del carro de asalto en algún momento de la confusión.
Rodríguez Moreno ha cumplido con la orden, pone en marcha los vehículos para
emprender el regreso, pero antes se va deteniendo al lado de cada cuerpo, y si
comprueba que todavía le queda algo de vida, los remata de un tiro. Se detienen
junto a Di Chiano y luego de unos segundos eternos lo dan por muerto y
continúan. Se detienen ahora junto a Livraga y al verlo parpadear por la
intensidad de la luz en sus ojos brota la orden: “Tirale a ese que todavía
respira”. Le disparan tres veces, la primera pega en el piso junto a su cabeza,
la segunda le atraviesa la cara de lado a lado, destrozándole el tabique nasal y
la dentadura, la tercera pega en su brazo, lo dan por muerto y se retiran. Surge
la leyenda del fusilado que vive. Sobre un total de doce detenidos, los muertos
han sido cinco: Carlos Lizaso, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Vicente
Rodríguez y Mario Brión. El resto, afortunadamente, logró escapar o fue dado por
muerto en el lugar. Más tarde, sus testimonios me han ayudado ha reconstruir los
hechos. Cuando se termina y el carro de asalto y la camioneta se alejan por
donde vinieron son alrededor de las 6 de la mañana. Al día siguiente, enterados
de que los cuerpos fueron encontrados y retirados por la policía del lugar,
tratarán de borrar todas las manchas de la sangre derramada arrojando decenas de
litros de kerosén y prendiendo fuego en todo el lugar.”
–¿Daniel, para finalizar, cuál es tu conclusión, tu mensaje?
–Repitiendo a la Presidenta y en homenaje a todos nuestros queridos héroes y
mártires me gustaría decir que sólo te vencen cuando dejás de luchar. El pueblo
no olvida a sus héroes y mártires, ellos continúan viviendo en una patria
agradecida, ellos fueron bandera en los ’70, esas banderas nunca deben arriarse,
porque a pesar de las bombas, de los fusilamientos, de los compañeros muertos,
de los desaparecidos… no nos han vencido.
*Presidente del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e
Iberoamericano Manuel Dorrego.
El
Presidente duerme... Fusilados de 1956
Por Luis Launay. Miembro de Número del Instituto Nacional Manuel Dorrego
sociedad@miradasalsur.com
La historia del peronismo tuvo dos momentos sangrientos: el bombardeo a Plaza de
Mayo el 16 de junio de 1955 y los fusilamientos de Junio de 1956.
Daniel Brión, compañero peronista e hijo de uno de los asesinados por el odio
gorila de los dictadores Aramburu y Rojas, relató en su libro El Presidente
duerme… Fusilados en junio de 1956, la generación de una causa, que:
“El movimiento de recuperación nacional del 9 de junio fue, indiscutiblemente,
un movimiento gestado desde las entrañas mismas del pueblo. El general Valle
encabezó el intento revolucionario con casi ningún general, un puñado de
oficiales y una importante cantidad de suboficiales y civiles.
Son los suboficiales, en servicio o retirados, quienes resultaron los más
activos entusiastas y se convertirán, junto con los civiles, en el alma misma
del movimiento”.
También afirmó que “el ejército de General Valle estaba consustanciado con el
pueblo, del que se nutría, y ese pueblo se sentía identificado con aquel
ejército, los unía la misma causa, la causa de la patria justa, libre y
soberana. Se trató de la generación de una causa, la causa nacional, que había
comprendido que democracia significa hacer lo que el pueblo quiere y defender un
único interés: el del pueblo”.
La gesta de Valle no quedó en silencio, sea por el testimonio de los
sobrevivientes, las obras de Walsh y Ferla, y por la militancia activa de los
hijos y esposa, en particular de la tenaz Susana Valle, hija del malogrado líder
de la revuelta. Años atrás indicó que:
“A mi padre lo fusilan a las 22.20 del 12 de junio de 1956. Pude despedirme de
él. Me vio llorar. Me paró. Y me pidió un pucho. Yo estaba cuando el párroco de
la iglesia Santa Elena, en la calle Seguí, donde íbamos, viene a confesarlo. Era
Alberto Devoto, que lloraba, pobre. Mi padre le dice a Devoto: ‘No llore, padre,
si usted me enseñó que en la otra vida se está mejor. ¡No me haga dudar ahora!’
Después viene un milico y me da 12 mil pesos. Yo le dije: métase la plata en el
culo. Pero mi papá dijo: ‘Llevalo, no se la vamos a dejar a éstos. Dásela a tu
mamá’. El cuerpo de mi padre me lo dan al otro día. Nos lo trae Devoto, que
después fue obispo de Goya. Lo velamos en nuestra casa llena de espías.”
Su reclamo ante Aramburu tuvo como lacónica respuesta lo de “el Presidente
duerme”. ¡La siesta del dictador se arrulló con la sentencia a muerte del
compañero Valle!
Así como más de un siglo atrás, con Manuel Dorrego, la civilización se expresó
con la muerte.
La vida se construye con la memoria. Por eso no olvidar es mantener latiendo los
corazones de aquellos héroes. La nómina de los fusilados es la siguiente:
Asesinados en Lanús, simulando fusilamiento, 10 de Junio de 1956: Tte. Coronel
José Albino Yrigoyen, Capitán Jorge Miguel Costales, Dante Hipólito Lugo,
Clemente Braulio Ros, Norberto Ros y Osvaldo Alberto Albedro.
Asesinados en los basurales de José León Suárez, disparando por la espalda, 10
de junio de 1956: Carlos Lizaso, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Vicente
Rodríguez, Mario Brión.
Muertos por la represión en La Plata, 10 de junio de 1956: Carlos Irigoyen,
Ramón R. Videla, Rolando Zanetta.
Fusilados en La Plata, 11 y 12 de junio de 1956: Teniente Coronel Oscar Lorenzo
Cogorno, Subteniente de Reserva Alberto Abadie.
Fusilados en Campo de Mayo, 11 de junio de 1956: Coronel Eduardo Alcibíades
Cortines, Capitán Néstor Dardo Cano, Coronel Ricardo Salomón Ibazeta, Capitán
Eloy Luis Caro, Teniente Primero Jorge Leopoldo Noriega, Teniente Primero
Maestro de Banda de la Escuela de Suboficiales Néstor Marcelo Videla.
Asesinados en la Escuela de Mecánica del Ejército, 11 de junio de 1956: Sub
Oficial Principal Ernesto Gareca, Sub Oficial Principal Miguel Ángel Paolini,
Cabo Músico José Miguel Rodríguez, Sargento Hugo Eladio Quiroga.
Ametrallado en el Automóvil Club Argentino, 11 de junio de 1956: Miguel Ángel
Maurino (falleció el 13 de junio de 1956 en el Hospital Fernández).
Fusilados en la Penitenciaria Nacional de la Av.Heras, el 11 de junio de 1956:
Sargento ayudante Isauro Costa, Sargento carpintero Luis Pugnetti, Sargento
músico Luciano Isaías Rojas.
Fusilado en la Penitenciaria Nacional de la Av. Las Heras, el 12 de junio de
1956: Gral. de División Juan José Valle.
Asesinado, simulando suicidio por ahorcamiento, en la Divisional de Lanús el 28
de junio de 1956, donde estuvo detenido desde el 9 de junio de 1956: Aldo Emil
Jofré.
Finalmente, unas palabras en memoria de nuestro compañero y amigo, sargento
tanguista Porfidio Calderón, que participó en los hechos detallados en Campo de
Mayo, quien nos dejó meses atrás y que llevó incansable la palabra de esta gesta
a todos los confines de la Argentina.
El legado de estos compañeros no será nunca olvidado!.
Juan
José Valle, caballero de honor
Por Pablo José Hernández. Miembro de Número del Instituto Nacional Manuel
Dorrego
sociedad@miradasalsur.com
Nadie puede negar, por templo, que pocos hombres fueron tan elegantes, para la
época, por ejemplo, como pedro Eugenio Aramburu. Ese toque de exquisita
urbanidad combinada a la vez con la emoción filial con la cual, tras descender
de un avión, abrazaba a su madre, tal como se ve en un reiterado noticiero del
momento. Las invocaciones a la libertad y la democracia de sus discursos eran, a
la vez, cumbre y síntesis de ese estilo tan personal. Pero es un hecho relatado
por Hernán Benítez en “Palabra Argentina”, el 8 de mayo de 1957, el que lo
muestra, en rigor, en su esencialidad: “Eran ya las 21.15 cuando la joven
(Susana Valle) atravesó los portales temibles de las Heras. Breves instantes
después vio llegar a su padre dentro de un cerco de marinos que caminaban
apuntándole con ametralladoras, guarnecidas las cabezas con cascos de guerra. En
una sala contigua, un enfermero tenía a punto varios chalecos de fuerza por si
la niña o el padre padecían arrebatos paroxísticos.
‘Susanita, si derramas una sola lágrima no eres digna de llamarte Valle.’
Con estas palabras, el General saludó a su hija. Su faz era tan majestuosa como
el daguerrotipo de un prócer. Largas patillas. Hondas huellas en el ceño y la
frente de muchas noches insomnes. Pálida serenidad en el rostro. Parecía
aurorearle un halo de serena beatitud, claro anticipo de la gloria que habría de
ceñirlo para siempre.”
El ex confesor de Eva Perón, líneas más adelante, continúa con el relato: “La
escena era tan inmensa que parecía condensar años enteros. Los hombres de las
ametralladoras gemían sin rebozo. Algunos se apoyaban en sus armas para no
desmayarse. Fue preciso sacar de la sala a varios de ellos, incapaces por la
emoción de mantenerse en pie. Sólo los oficiales de marina que, sentados en
torno a la mesa, controlaban los minutos de aquella despedida, se mostraban
insensibles.
’’Un oficial tirante y seco, dijo entonces: ‘Es hora’. Valle, más sereno que
hasta entonces, se sacó el anillo y lo colocó en la mano de su hija. Le entregó
unas cartas. Y le dio un beso intenso, tan intenso que la joven lo sintió en su
rostro durante muchos días. Entonces se irguió y avanzó hasta la puerta. Desde
ésta hizo un gesto de despedida a su hija, y se internó por los largos
corredores del penal rodeado siempre del cerco de ametralladoras, sin volver ni
una sola vez la cabeza hacia atrás. Caminaba radiante hacia la gloria. Allá
lejos, la pobre joven no era más que un manojo de amor envuelto en lágrimas.”
El relato del padre Benítez refiere pormenorizado los instantes previos del
fusilamiento del general Juan José Valle en cumplimiento del decreto firmado por
Pedro Eugenio Aramburu.
“A partir de los hechos queda claro quién era Pedro Eugenio Aramburu. Los hechos
serán también los que expliquen quién era Juan José Valle. Conviene resaltar,
ante todo, la prestancia y la conciencia que demuestra al encontrarse con su
hija momentos antes d eser fusilado. Valle sabía cuáles eran sus
responsabilidades como padre y como soldado y cumplía, con humildad y firmeza,
con ambas. ‘Yo quisiera que nunca lo supieras, nunca; para que tu corazón no
odiara jamás’, le responde a Susana cuando ella le inquiere sobre la identidad
de quienes lo han condenado. Ante la pregunta de por qué no ha escapado, la
respuesta surge también impecable: ‘Porque no podría con honor mirar la cara de
las esposas y madres de mis soldados asesinados. Yo no soy un revolucionario de
café’. Las mismas motivaciones son las que lo guiaron algunas horas antes al
domicilio del coronel Eduardo Alcibíades Cortines. La conmovida pluma de Ferla
es insuperable en el relato de lo acontecido: ‘Sin velas, sin flores y sin
féretro, con llanto y con rabia, con lágrimas y con insultos, parientes, amigos
y vecinos evocan al coronel y comentan la desgracia, la ‘barbaridad’….”.
“Valle entra con timidez; algunos lo reconocen y murmuran su nombre asombrados.
En esos momentos es buscado por todas las fuerzas de seguridad del país. No le
importa. Quiere llorar a su amigo, acompañar a sus familiares, demostrarles su
solidaridad y probar que no es un cobarde, que no se esconde, que no rehúye
responsabilidades. Pero no soporta el clima de tragedia quien se siente allí. No
soporta las miradas. Hasta las más inocentes parecen decirle: ¡Usted lo metió en
esto! ¿Usted era el jefe y vive! Se siente desertor en el llamado de la muerte.
Esas horas de vida le parecen robadas. Y piensa que su deber es reunirse con
Cortines, ser su compañero en la aventura celestial, como lo ha sido en al
aventura terrestre.” (…)
En cuatro cartas deja Juan José Valle su testimonio de amor y de
responsabilidad. En ellas se reiteran el cariño a sus seres queridos y la
convicción de sus actos… Una quinta misiva será la más polémica y la más famosa.
Es, naturalmente, la que le envía a quien ha ordenado su muerte….
Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel
Dorrego
www: institutonacionalmanueldorrego.com - Dirección: Rodríguez Peña 356. CP:
1220 CABA Argentina - Teléfono: 54 11 4371 6226
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Calificación:
08/06/14 Miradas al Sur
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