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Vidas
inventadas
Por Cristina Galindo
La camboyana Somaly Mam, que falseó su vida para recaudar fondos para las
esclavas del sexo, se ha unido a la lista de fabuladores que llevaron sus
mentiras demasiado lejos.
Alicia Esteve fingió ser una de las supervivientes de los atentados del 11-S y
llegó a presidir una asociación en memoria de las víctimas. En la fotografía,
con el alcalde Bloomberg (derecha) y el exalcalde Giuliani (detrás) en 2005. /
Getty
Se crió en un pequeño pueblo de Camboya, a orillas del río Mekong, con un hombre
mayor al que llamaba abuelo y que la maltrataba. Fue vendida a los 13 años y,
tras pasar por un matrimonio forzoso, acabó en el mundo de la prostitución
contra su voluntad. Este terrorífico pasado ayudó a Somaly Mam, premio Príncipe
de Asturias de Cooperación en 1998, a convertirse en uno de los más populares
símbolos de la lucha contra la esclavitud sexual y a recaudar millones de
dólares para su causa. Pero la supuesta pesadilla que fue su infancia ha quedado
ahora en entredicho. La activista dimitió a finales de mayo después de que una
investigación independiente, encargada por su fundación tras graves acusaciones
periodísticas, hallara falsedades en su biografía.
Muchos de los detalles narrados por Mam —y por algunas de las muchachas que
asegura haber salvado— no encajaban. Como tampoco cuadraban los detalles de las
vidas fabuladas de otros personajes que, bien por dinero o por reconocimiento
público, consiguieron engañar durante años a expertos, familiares, amigos y
opinión pública. Las contradicciones dejaron al desnudo a Enric Marco, que
durante tres décadas fingió ser preso del campo de concentración nazi de
Flossenbürg; Alicia Esteve Head, que se hizo pasar por víctima del 11-S sin
haber si quiera estado ese día en Nueva York y llegó a presidir una asociación
de víctimas, y Rigoberta Menchú, la líder indígena guatemalteca que trufó su
biografía con alguna que otra mentira piadosa. “Hay dos tipos de mentirosos”,
explica el profesor de Psicología de la Universidad de Murcia, José María
Martínez Selva, autor de varios libros sobre el engaño. "El primer tipo es el de
los mentirosos crónicos, que tienen muchas dificultades para controlar su
conducta y están más cerca de la psicopatología. El segundo corresponde a
personas que utilizan la mentira como un instrumento para conseguir fama y
dinero", dice. En este último grupo están Mam y Marco".
El problema es que, cuanto más tiempo pasa, más detalles dan y más inconsistente
se vuelven sus historias. Somaly Mam abrió, sin saberlo, la primera brecha en su
biografía en abril de 2012. Ante un panel de expertos de Naciones Unidas afirmó
que el Ejército camboyano había matado a ocho chicas durante una redada en uno
de sus centros de acogida. Tal afirmación no pasó desapercibida en Camboya. “La
noticia fue cubierta ampliamente por los medios locales; altos cargos de la
policía y empleados de Naciones Unidas en ese país lo negaron”, recuerda el
periodista británico Simon Marks, que entonces trabajaba en el Cambodia Daily en
Phnom Penh. La propia Mam admitió que había exagerado.
Su excesiva tendencia a la invención era objeto de especulación desde hacía
tiempo entre las ONG del país y el rumor llegó a Marks. “Fue así como empecé a
investigar”, cuenta desde Bruselas, donde trabaja ahora para el mismo rotativo.
Sus reportajes pretendían reconstruir la cadena de mentiras fabricada por la
activista. Vecinos del pueblo natal de Mam, Thloc Chhroy, contaron que la vida
de la pequeña Mam fue más normal de lo que ella había relatado. Nadie recordaba
al abuelo, ni al hombre que supuestamente la compró. Un testigo la recordaba con
sus padres y, según una mujer de la edad de la activista, estudió hasta
secundaria. También existen dudas sobre la veracidad del testimonio de una de
las víctimas salvadas por la fundación, Long Pros, que aseguró que perdió un ojo
a causa de los golpes propinados por un proxeneta furioso. Según su familia y su
médico, fue por un tumor. Un exasesor de la fundación y el exmarido de Mam, el
francés Pierre Legros, con quien se casó en 1991 tras abandonar la prostitución,
niegan que la hija de la activista fuera, como ella sostiene, secuestrada por
unos traficantes en venganza por la labor de su madre. Legros mantiene que se
escapó con su novio.
La
camboyana Somaly Mam contó que fue vendida a los 13 años y acabó ejerciendo la
prostitución. Ha dimitido al frente de su ONG tras destaparse falsedades en su
biografía. / LUIS MAGÁN
Muchos de esos hechos que ahora se cuestionan fueron contados por ella misma en
televisión y en sus memorias, El silencio de la inocencia (2005). Su dura
historia personal la hizo más famosa y dio más visibilidad a su fundación, que
ha rescatado a miles de mujeres atrapadas en burdeles del sureste asiático. Mam
logró atraer a su causa a líderes políticas como Hillary Clinton y actrices como
Susan Sarandon y Meg Ryan. La directora de operaciones de Facebook, Sheryl
Sandberg, forma parte del consejo de asesores de su organización. La reina Sofía
ha promovido su causa e incluso fue a visitarla al hospital cuando la activista
cayó enferma en un viaje a Madrid.
En 1998, Mam recibió el premio Príncipe de Asturias compartido con otras
mujeres, entre ellas Rigoberta Menchú. Fuentes de la Fundación Príncipe de
Asturias indican que no está previsto retirarle el galardón. Los estatutos de la
organización, además, no recogen esa posibilidad. En España, la ONG abrió una
oficina en Madrid, en la calle de Canarias, para impulsar una campaña
internacional contra el tráfico sexual. Ahora está vacía. Ya no hay actividad.
Entre 2003 y 2008, recibió 1,86 millones de euros de la Agencia Española de
Cooperación Internacional para el Desarrollo. El organismo ha tenido que
recurrir al BOE —por no poder comunicarse a través del último domicilio
conocido— para reclamar a la rama española que justifique fondos por al menos
79.177 euros o que los devuelva. Por lo general la reclamación de fondos no
significa necesariamente que haya habido irregularidades, sino que está
pendiente de justificación el dinero donado para un proyecto o que este no se ha
realizado. En cualquier caso, la ONG ya no está activa en España, según apunta
una antigua colaboradora.
Los reportajes de Simon Marks tuvieron un efecto relativamente limitado hasta
que la historia salió en la revista estadounidense Newsweek a finales de mayo.
Somaly Mam Foundation, la cara internacional de la organización, nacida a partir
de la ONG Afesip Camboya y Afesip Laos, pidió a una firma independiente que
comprobara el pasado de su presidenta. Las conclusiones del informe no se han
dado a conocer, pero provocaron la dimisión de Mam al frente a la organización.
“Nadie quiere creer realmente que una mujer tan bella y encantadora, que
defiende una causa increíblemente noble, sea capaz de comportarse así”, opina
Marks. “Con el paso del tiempo, Somaly Mam se convirtió en nuestra heroína y la
admirábamos, sin cuestionar realmente lo que decía o hacía”, añade. Mam no ha
detallado qué es verdad y qué es mentira. Sus defensores dicen que al menos su
vida inventada ha contribuido a recaudar más fondos contra la esclavitud sexual.
Sus detractores responden que supone un golpe para la credibilidad de las ONG.
El objetivo de las invenciones de Mam era recaudar fondos para ayudar a las
mujeres, pero también es cierto que, como parte del éxito de sus campañas, su
salario ha ido creciendo año a año hasta alcanzar 138.000 dólares en 2012.
Las medias verdades y las medias mentiras son la salsa de algunas biografías,
como la de Rigoberta Menchú, defensora de otra noble causa: los derechos de los
indígenas mayas que, entre 1978 y 1983, sufrieron la brutal represión perpetrada
por el Ejército guatemalteco. Un genocidio que dejó unas 200.000 víctimas, entre
muertos y desaparecidos. El libro que catapultó a la activista hasta el premio
Nobel de la Paz, Yo, Rigoberta Menchú, está plagado de datos “inciertos”, con
“experiencias que ella nunca vivió”, según las conclusiones del antropólogo
norteameriano David Stoll, publicadas a finales de los noventa. El experto
describió una cadena de inexactitudes, exageraciones y falsedades, y concluyó
que Menchú utilizó en su autobiografía experiencias de otras personas en función
de sus necesidades. La líder indígena negó que hubiera mentido, si bien
reconoció que el rigor histórico no era su prioridad: “Mi madre fue violada,
asesinada (...) Si fue o no fue comida por los animales, dejemos trabajar a los
investigadores, y puede ser que la madre comida por los animales sea la madre de
otra india”, dijo Menchú, que en 2007 fue candidata presidencial. La
guatemalteca siempre explicó que nunca había ido a la escuela, aunque después
reconoció haber asistido a clases en un colegio de monjas sin estar matriculada.
Rigoberta dijo que mintió sobre este punto para no poner en un aprieto a las
docentes.
Durante
30 años, Enric Marco se hizo pasar por el prisionero 6.448 del campo de
concentración de Flossenbürg, contó su tragedia en conferencias y presidió una
asociación en Barcelona. / Consuelo Bautista
No es la única biografía exagerada o maquillada para captar el interés de otros.
“Utilizan información que suele ser en parte cierta y en parte falsa; hacen
suyas las experiencias de otros, y los demás les creemos porque sus vidas
impresionan y nadie está pensando en cuestionar la vida de gente que dice haber
sufrido tanto”, explica Héctor González, doctor en Psicología y profesor de la
Universidad Complutense de Madrid.
Muchos acaban siendo descubiertos porque han llevado su mentira demasiado lejos.
Una vez desenmascarados, algunos confiesan y se justifican. “La gente me
escuchaba más y el trabajo divulgativo era más eficaz”, justificó Enric Marco en
mayo de 2005. Nunca había estado en Flossenbürg como prisionero. Visitó el campo
de exterminio nazi al menos una vez, muchos años después de la II Guerra
Mundial. “Supongo que fue a ver el lugar para familiarizarse con él y obtener
algunos datos para enriquecer sus anécdotas”, explica Benito Bermejo, el
historiador que destapó su caso.
Cuando conoció a Marco, y vio lo esquivo que se mostraba a la hora de dar
detalles sobre su devastadora experiencia como el deportado número 6.448, intuyó
que algo fallaba. “Había leído algunas cosas sobre él y me parecía que algo no
cuadraba; pero pensé que ese tipo de relatos de víctimas que han pasado por
grandes traumas suelen ser confusos”, recuerda Bermejo. “Después, hablando con
él en persona se mostró molestó, esquivo, incluso en cierto modo violento; me
preguntó que para qué me metía en esos temas, que había cosas más interesantes
que investigar”, añade. “¿Y eso me lo dice el presidente de una asociación de
expresos? No tenía sentido”, recuerda.
Marco estuvo al frente de la Amical Mauthausen, con sede en Barcelona y dio
decenas de conferencias sobre el horror de los campos nazis. Fabricó su mentira
en 1978. Un papel oficial de la época, hallado por el historiador, demostró que
estuvo en Alemania durante el conflicto armado, pero no como deportado, sino
trabajando voluntariamente gracias a un programa de colaboración acordado en la
época por Franco y Hitler, que necesitaba mano de obra para cubrir los puestos
dejados por los que habían marchado al frente. Marco pasó seis meses en una
cárcel —el motivo no está claro—; no en un campo. Como todo buen impostor que no
quiere que le pillen, evitó exponer su mentira a las verdades de otros:
auténticas víctimas contaron a Bermejo cómo Marco les rehuía cuando coincidían
en algún acto. “Una de las víctimas de Mauthausen me dijo una vez: ‘Ese Marco se
escurre como el aceite”, recuerda el historiador. El hecho de que los deportados
compartieran sus sospechas le animó a dar el paso y denunciar las falsedades del
catalán.
Muchos impostores basan sus mentiras en hechos tan sensibles y duros que dudar
de sus historias es complicado. “El elemento no racional, afectivo y de
prestigio, de la gran impostura se ve en que quieren alcanzar notoriedad
inspirando lástima. Siguiendo la misma táctica de los niños que quieren llamar
la atención llorando sin motivo, o fingiendo haber sido agredidos, los
impostores alcanzan el propósito de constituirse en objeto de admiración en el
centro del grupo social inventando o distorsionando una infancia o juventud
terribles (Rigoberta Menchú, Somaly Mam), o bien el sufrimiento espectacular de
los campos de concentración nazis (Enric Marco) o de la tragedia del 11-S (Tania
Head)”, opina Miguel Catalán, profesor de Ética de la comunicación de la
Universidad Cardenal Herrera-CEU de Valencia.
La forma extrema del engaño se conoce como pseudología fantástica, una tendencia
a mentir compulsivamente, explica Héctor González. En este perfil parece encajar
Alicia Esteve Head, alias Tania Head, que se convirtió en la víctima perfecta
del 11-S. “Todos nos enamoramos de ella. Era cautivadora, elegante y
sofisticada, y sonreía amablemente”, explicó el periodista Angelo Guglielmo en
2012. Esteve aseguró ser una de las supervivientes del atentado contra las
Torres Gemelas, donde aseguraba haber trabajado como ejecutiva para el banco de
inversión Merrill Lynch. Contó, emocionada, que perdió a su prometido, Dave, que
estaba en la otra torre. En realidad, cuando los aviones impactaron en el World
Trade Center, Esteve, que como hija de una británica hablaba perfectamente
inglés, estaba en Barcelona, donde residía en el barrio de Sarrià. Sin embargo,
consiguió hacer creer a todos durante años su historia, incluso a Guglielmo
(coautor del libro y documental La mujer que no estuvo allí, sobre las andanzas
de la española). Se puso al frente de una asociación de víctimas que cofundó y
se fotografió con varias personalidades de la ciudad, como el alcalde Michael
Bloomberg y el exalcalde Rudolph Giuliani, a los que acompañó en una visita
guiada a la zona cero.
“Los mentirosos compulsivos buscan el reconocimiento social, la admiración y van
construyendo la mentira”, explica Héctor González. “Dicen que tienen trabajos
interesantes, que conocen a gente interesante y, sobre todo, crean un personaje
que asimilan como propio: la mejor estrategia de engaño es el autoengaño”.
La vida inventada de Esteve le costó perder su trabajo en Barcelona. Ahora está
ilocalizable. Martínez Selva la considera una fabuladora nata: “Mentía en la
escuela, en el instituto, en la escuela de negocios y creo que, esté donde esté
ahora, estará mintiendo”.
Psicópatas, tramposos y timadores
Jean-Claude Romand. En el caso de este francés, que se hizo pasar por médico de
la Organización Mundial de la Salud durante años, la mentira acabo en tragedia.
Vivió una doble vida durante años y, cuando estaban a punto de desenmascararle,
mató a su familia en 1993. Inspiró a Emmanuelle Carrère para escribir El
adversario.
Frank Abagnale. Suplantó varias personalidades (médico, abogado y piloto) en los
años sesenta y cobró cheques falsos. Su vida fue contada por Spielberg en
Atrápate si puedes.
Stephen Glass y Tommasso Debenedetti. Estos periodistas no se inventaron sus
vidas, sino la de los demás. Escribieron con una sola fuente: su imaginación.
Debenedetti publicó entrevistas a Philip Roth, Gore Vidal, Toni Morrison...
todas falsas. Glass fue descubierto en 1998 tras publicar un reportaje con un
supuesto hacker de 15 años que resultó ser una invención.
08/06/14 El País, España