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Pensamiento
y compromiso socialista
Por Eduardo Anguita
eanguita@miradasalsur.com
José Carlos Mariátegui, el marxista andino
Cuando tenía 32 años, el 10 de enero de 1927, José Carlos
Mariátegui envió un artículo a la revista La vida literaria, dirigida por el
argentino Samuel Glusberg. Mariátegui agregaba unos datos suyos para acompañar
la nota: “Aunque soy un escritor muy poco autobiográfico, le daré yo mismo
algunos datos sumarios sobre mi vida. Nací en el 95. A los 14 años entré de
alcanza rejones en un periódico. Hasta 1919 trabajé en el diarismo, primero en
La Prensa, luego en El Tiempo, finalmente en La Razón. En este último diario
patrocinamos la Reforma Universitaria. Desde 1918, nauseado de política criolla,
me orienté resueltamente hacia el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos
de literato aficionado de decadentismo y bizantinismo finiseculares, en pleno
apogeo.
Desde fines de 1919 hasta mediados de 1923, viajé por Europa. Residí más de dos
años en Italia, donde desposé una mujer y algunas ideas. Anduve por Francia,
Alemania, Austria y otros países. Mi mujer y mi hijo me impidieron llegar a
Rusia. Desde Europa me concerté con algunos peruanos para la acción socialista.
Mis artículos de esa época señalan estas estaciones en mi orientación
socialista. A mi vuelta a Perú a mediados de 1923, en reportajes, conferencias y
artículos expliqué la situación europea e inicié mi trabajo de investigación de
la realidad nacional, conforme al método marxista. En 1924 estuve a punto de
perder la vida. Perdí una pierna y quedé muy delicado. Habría seguramente yo
curado del todo con una existencia reposada. Pero ni mi pobreza ni mi inquietud
espiritual me lo consienten. No he publicado más libros que el que usted conoce.
Tengo listos otros dos y en proyecto otros dos más. He aquí mi vida en pocas
palabras. No creo que valga la pena hacerla más notoria, pero no puedo rehusarle
los datos que usted me pide. Me olvidaba: soy un autodidacta. Me matriculé una
vez en Letras en Lima, pero con el solo interés de seguir el curso de latín de
un agustino erudito. Y en Europa frecuenté algunos cursos libremente, pero sin
decidirme nunca a perder mi carácter extra-universitario y, tal vez, anti-universitario.
En 1925 la Federación de Estudiantes me propuso a la Universidad como
catedrático en la materia de mi competencia, pero la mala voluntad del rector y
mi estado de salud frustraron esa iniciativa”.
El autor de estas líneas de prosa exquisita y capacidad de síntesis rebosante de
humildad moría tres años, tres meses y seis días después. Quedó en la historia
de América latina como el principal estudioso del marxismo, capaz de desmarcarse
del esquematismo y del estalinismo a la vez que se revelaba como un pensador
profundo de la cultura y la historia de las culturas originarias, así como de la
colonización española primero y la penetración británica y norteamericana
después. En cuanto al libro que Glusberg conocía, se trata de Siete ensayos de
la interpretación de la realidad peruana, una obra que publicaría en 1928 y que
retomaba decenas de artículos y conferencias y que fue traducida al ruso, al
francés, el italiano, el inglés, entre otros idiomas.
Glusberg recién publicaba esa breve carta en mayo de 1930, cuando estaba en
curso el segundo año del segundo mandato de Hipólito Yrigoyen. Tres meses y
medio después, Yrigoyen sufría el primer golpe de Estado cívico militar del
siglo XX en la Argentina y la revista La vida literaria dejaba de salir en 1931
tanto por el asfixiante clima conservador autoritario reinante como por los
apremios de la mishiadura que reinaba tras el crack financiero de Nueva York de
1929 y que se desparramaba por todo el planeta.
Mariátegui había nacido en Moquegua, una ciudad del sur de los Andes peruanos
que tenía cinco siglos de vida, con innumerables temblores y no pocos terremotos
en su haber. De su padre, Francisco Javier, le quedó solo el apellido, porque
ese inmigrante vasco dejó a su esposa y a sus tres hijos a la pura intemperie.
José Carlos tenía cinco años cuando María Amalia, la madre, trasladó a su prole
a Huacho, la ciudad costera del centro peruano donde ella había nacido y donde
tenía los lazos de ese socialismo originario al que Mariátegui describiría como
un colectivismo primitivo interrumpido por el sistema colonial español. En
Huacho, José Carlos empezó la escuela pero la segunda desgracia de su infancia
lo sorprendía a los ocho años: un golpe feroz en la rodilla izquierda hace que
lo trasladen a Lima y quede internado cuatro años en la Maison de Santé. No pudo
seguir con los estudios primarios pero tampoco los médicos encontraron una
curación para esa pierna izquierda que le fue amputada de adulto. Salió del
internado a los 12 años y ya a los 14 entraba como aprendiz de obrero gráfico en
La Prensa. Corría el año 1909, Augusto Leguía empezaba su primer gobierno, y ese
diario apenas tenía seis años de vida. Mariátegui tuvo allí su bautismo de fuego
en los terremotos de la vida política: un intento de golpe de Estado contra
Leguía provocó, entre varios sacudones, la destrucción de la redacción y la
planta impresora. Leguía no fue derrocado pero La Prensa dejó de salir por más
de un año. El inquieto Mariátegui dejó de ser un simple portapliegos para ser
ayudante de linotipista y a los 19 años ya empezaba como redactor periodístico.
Dos años después pasa al diario El Tiempo y a los 24 años ya adquiere el
carácter de una personalidad destacada. En 1919 fundó el diario La Razón, desde
cuyas páginas apoya la reforma universitaria y las luchas obreras.
En Siete ensayos, Mariátegui señala: “El movimiento estudiantil que se inició
con la lucha de los estudiantes de Córdoba por la reforma universitaria señala
el nacimiento de la nueva generación latinoamericana. La inteligente compilación
de documentos realizada por Gabriel Del Mazo ofrece testimonios fehacientes de
la unidad espiritual de ese movimiento. El proceso de agitación universitaria en
Argentina, Chile, Uruguay, Perú y otras naciones, acusa el mismo origen y el
mismo impulso. De igual modo, este movimiento se presenta conectado con la recia
marejada posbélica…”. En 1920, el presidente Augusto Leguía reconocía la
autonomía universitaria en Perú. Además de la participación estudiantil, los
trabajadores crearon en ese momento la Federación Obrera Regional Peruana (FORP),
una réplica de lo que era la FORA en la Argentina, que había surgido de la mano
de anarquistas y socialistas 15 años antes y que tenía ramificaciones también en
el Uruguay a través de la FORU. La FORP encuentra su canal de expresión en las
páginas del joven diario La Razón. El presidente Leguía acusó recibo del
crecimiento de ese joven de origen humilde y salud frágil que se convertía en
una figura destacada de las nuevas protestas urbanas, que llegaban de las filas
obreras y estudiantiles. El gobierno le ofreció a Mariátegui una beca para
viajar por Europa como una forma encubierta de deportación que, al mismo tiempo,
era la posibilidad de tomar contacto con las luchas revolucionarias del Viejo
Continente que estaba sacudido por la Revolución Rusa de 1917 liderada por
Vladimir Illich –Lenin–, de la insurrección de la Liga Espartaquista en
Alemania, una vez que este país resultaba un gran perdedor de la Gran Guerra,
así como de la lucha de los obreros industriales del norte de Italia.
Comienza entonces un periplo que, en palabras de Mariátegui, le permitiría
desposar a una mujer y algunas ideas. Efectivamente, a poco de llegar, el joven
peruano asiste a una velada en la casona de una noble florentina. Según relató
la propia Anna Chiappe en una entrevista medio siglo después, mientras vibraba
un vals de Chopin, sin que se conocieran previamente, los dos jóvenes se
cruzaron miradas. “Él me impresionó mucho por su manera tan fina y distinguida.
Parecía un noble. Y tenía unos ojos tan profundos.” Se casaron, tuvieron tres
hijos, recorrieron Italia, Alemania y Francia. En 1923, ese muchacho pobre que
parecía un noble volvía a su país con una familia constituida y habiéndose
nutrido de la savia de una Europa sacudida por vaivenes que pasaban de la
bandera roja comunista al surgimiento del fascismo y el nazismo.
En esos cuatro años, Mariátegui estudió francés, alemán e inglés. Además hablaba
el italiano con fluidez. Asistía a conciertos y exposiciones de pintura a la par
que participaba de las actividades del recientemente creado Partido Comunista.
Cuenta Anna Chiappe que ella lo acompañó al célebre Congreso de Livorno del
Partido Socialista de enero de 1921 cuando justamente se escinde el ala
izquierda, identificada con la propuesta de Lenin que convocaba a los
revolucionarios del mundo a terminar con la reformista Segunda Internacional y
nuclearse en la Tercera Internacional Comunista. Al igual que en Italia, los
sectores más radicalizados del socialismo francés y español crean sendos
partidos comunistas. Mariátegui tenía contacto personal fluido con las máximas
figuras del comunismo italiano, Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti. Es preciso
reparar en el momento complejo que pasaba el incipiente movimiento bolchevique
internacional. Vladimir Illich, el conductor indiscutido de la construcción de
la Unión Soviética, había sido herido en un malogrado magnicidio a mediados de
1918 que le dejó secuelas de salud por las cuales su capacidad física era muy
limitada. A su vez, el asedio “blanco” de los nobles rusos exiliados y de las
naciones que quisieron terminar con la revolución rusa provocó estragos. Además
de la muerte en los frentes de batalla de los cuadros dirigentes, la economía
estaba muy golpeada. Así es que Lenin promueve distintas medidas de impulso a
los pequeños propietarios, especialmente rurales, en la Nueva Política
Económica, para evitar el ahogo. El impulso a las luchas obreras y populares en
el resto de Europa a través de la Tercera Internacional estaba íntimamente
ligado a conjurar el avance contrarrevolucionario que quería sepultar el poder
bolchevique. Además de los ejércitos de mercenarios blancos que entraban en
Rusia para combatir al Ejército Rojo, las derechas xenófobas y las clases medias
golpeadas por la crisis de post guerra empiezan a confluir en distintas
variantes de anticomunismo y antiliberalismo.
En ese escenario es que Mariátegui recorre Europa. Asiste en 1922, en Génova, a
la reunión de la Conferencia Económica Europea que recibió por primera vez a una
representación soviética. Los cuatro años y medio que vivió en Europa le
permitieron ver sobre el terreno la gran agitación que vivía no sólo el
movimiento político de vanguardia sino cómo se movía el ambiente cultural a
favor de los cambios revolucionarios. Por ejemplo, al viajar a Alemania,
Mariátegui conoció a Máximo Gorki, quien vivía allí y se convertía en una
atracción por el prestigio que tenía el autor de La madre y punto de referencia
para el llamado realismo socialista. Cuando los Mariátegui se trasladaron a
París, el peruano tomó contacto con Romain Rolland y Henri Barbusse. De vuelta
en Italia, tomó contacto con Luigi Pirandello. Es decir, cuando Mariátegui se
autodefine como autodidacta, peca de humildad. La realidad es que estudió varios
idiomas para ingresar a círculos de revolucionarios consumados así como de
referentes del pensamiento y la cultura europeos que tenían distintos matices o
representaban distintas corrientes artísticas y literarias en un momento de
grandes luchas obreras, la mayoría de ellas derrotadas, y de cambios culturales
profundos ocurridos tras la Gran Guerra que dejaba una decena de millones de
muertos en Europa.
Una mención especial merece el vínculo de Mariátegui con Antonio Gramsci, a
quien muchos señalan como un guía del peruano en un pensamiento marxista no
dogmático y alejado de las premisas estalinistas. Cabe consignar que Gramci era
apenas cuatro años mayor que Mariátegui, que se inició también en la prensa y
que, a diferencia del peruano, asistió a las aulas universitarias en Turín, cuna
de la militancia socialista que migrarán al comunismo en la fundación del
partido en 1921, en el mencionado encuentro de Livorno donde estuvo presente
Mariátegui. Por esos años, y hasta marzo de 1923, cuando el peruano regresa a su
país, los análisis y premisas teóricas que harían de Gramsci un pensador
diferente al dogma estalinista no existían más que como ideas embrionarias. La
realidad es que el propio Stalin ocupaba un lugar oscuro en el Comité Central
del Partido Comunista de la URSS y recién con la muerte de Lenin, en enero de
1924, empieza el proceso de concentración de poder y de desplazamiento violento
del resto de los dirigentes que pudieran entorpecerle el camino al poder
absoluto en el Kremlin. Al respecto, debe decirse que Gramsci adquiere el rol de
dirigente de primera línea cuando es elegido como secretario general del Partido
Comunista Italiano a comienzos de 1926, siendo diputado nacional en pleno
régimen comandado por Benito Mussolini. A fin de ese año 1926, como parte de una
ofensiva contra las distintas formas de resistencia al fascismo, Gramsci fue
detenido. Su obra fundamental la constituyen los dos tomos de Los cuadernos de
la cárcel, escritos entre 1929 y 1933. En esas páginas, Gramsci abre otras
perspectivas sobre la esquemática visión imperante en los marxistas
prosoviéticos respecto de que “la estructura determina la superestructura”. El
materialismo histórico, tal como lo había planteado Carlos Marx en la segunda
mitad del siglo XIX, partía de la premisa de que la base económico-social de una
nación o una sociedad establecen de modo excluyente cómo serán sus instituciones
políticas y hasta las expresiones culturales, artísticas y religiosas. Usada
como un atajo para evitar cualquier debate interno, el estalinismo convirtió en
religión ese pensamiento binario. Precisamente Gramsci, ante la compleja
realidad italiana, piensa con otras categorías desde el marxismo. Rompe con ese
determinismo elemental y se convierte en uno de los teóricos más visitados por
pensadores y cuadros revolucionarios de movimientos nacionales que no
necesariamente se autoproclamaban marxistas.
Volviendo a Mariátegui, los Siete ensayos de Interpretación de la Realidad
Peruana es publicado en 1928, poco antes de que Gramsci escribiera Los cuadernos
de la cárcel. Fueron esos cinco años, entre el regreso a Lima en 1923 y la
publicación de ese libro en que Mariátegui consigue fundir su profundo
conocimiento de la realidad europea, su pasión por la literatura y la
oportunidad de ser parte de los primeros pasos de un movimiento nacionalista
revolucionario en Perú. En efecto, a poco de llegar a Lima, establece una
relación estrecha con Víctor Haya de la Torre, un hombre de su edad y que en los
años de ausencia de Mariátegui se había consolidado como un líder tanto en
ámbitos obreros como estudiantiles. Haya de la Torre peleó desde la presidencia
de la Federación de Estudiantes de Perú por la instauración de los ocho horas de
trabajo y estaba al frente de las luchas por la restauración de la autonomía
universitaria, que el gobierno de Leguía había conjurado. Una protesta llevada a
cabo en Lima en mayo de 1923 fue reprimida violentamente por la policía. Meses
después, Haya de la Torre fue detenido y tras una huelga de hambre que sacudía
al gobierno, Leguía decidió deportarlo a Panamá. Es en ese escenario que Haya de
la Torre delega en Mariátegui la dirección de la revista Claridad, desde la cual
este último se decide a promover las ideas marxistas para entender la realidad
peruana. También lo hace desde la cátedra en la Universidad Popular González
Prada, fundada en homenaje a Manuel González Prada, un poeta y pensador
anarquista que había influido tanto en Haya de la Torre como en Mariátegui.
En 1924, en México y junto a otros latinoamericanos expatriados, Haya de la
Torre funda la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), que constituye
un hito fundamental en el impulso a la Patria Grande. Norberto Galasso, en su
libro Manuel Ugarte y la lucha por la unidad latinoamericana sostiene que el
APRA, en sus primeros años, tiene muchos puntos en común con el radicalismo
yrigoyenista. Según este autor, Haya de la Torre se pone a la vanguardia del
movimiento revolucionario en América latina en la década del veinte. Las
influencias del marxismo no impiden a Haya de la Torre comprender la cuestión
nacional junto con la lucha de clases. “Por eso –sostiene Galasso–, fustiga a
los intelectuales europeizados que pretenden importar ideas sin comprender la
realidad a la cual deben aplicarlas.”
Los vínculos de Mariátegui con la Argentina pasaban por la publicación de
algunos artículos suyos en las revistas El Argentino, de La Plata, El
Universitario, de Buenos Aires, así como en Caras y Caretas. Con quien más
relación epistolar lleva es con Samuel Glusberg, con quien evalúa la posibilidad
de trasladarse con su familia a Buenos Aires dada la persecución que sufría por
parte del gobierno de Augusto Leguía. En una investigación sobre la vida de la
escritora Magda Portal, la norteamericana Kathleen Weaver afirma que Leguía
deportó a Portal y a otros intelectuales por las cosas que publicaban en Amauta.
En el caso de Portal, concretamente, “fue causado por la presión proveniente de
la embajada americana en el Perú, disgustada por lo que venía apareciendo en la
revista Amauta, editada por José Carlos Mariátegui. Los artículos versaban sobre
la penetración del capital americano, en particular la empresa Cerro de Pasco
Corporation”. Por entonces, crecían las protestas de los mineros de la sierra
central del Perú por mejores condiciones de trabajo y contra la contaminación.
Magda Portal había escrito en Amauta: “Cerro de Pasco, a pesar de estar
localizado en las alturas, eran pastizales verdes donde había ganado y se
producía carne y leche. Cuando llegó la corporación, no creó ningún mecanismo
para despejar los humos de las fundiciones y refinerías, y ni los pastos ni el
ganado pudieron sobrevivir, dejando a los campesinos sin ninguna otra opción que
buscar trabajo en las minas. Los niños fueron los que más sufrieron por los
humos venenosos. Su cabello dejó de crecer y sus dientes se ennegrecieron. Lo
mismo le pasó a la gente mayor que vivía en las zonas contaminadas por las minas
de La Oroya”. Según Kathleen Weaver, “la Cerro de Pasco vino a simbolizar la más
violenta irrupción del capital extranjero en el Perú. La corporación tenía tanto
poder que –según decían rumores y ahora hay evidencias– su administrador le daba
órdenes al embajador americano en el Perú. La Cerro de Pasco se convierte en
cuestión de Estado para Leguía quien mete en prisión a 40 dirigentes. No se
trataba de una conspiración para derrocar a Leguía –sostiene Weaver–: la
realidad es que había surgido un movimiento sindical e indígena que el gobierno
ve con suma preocupación”. Corría julio de 1927 cuando Leguía ordena que
Mariátegui sea recluido en el Hospital Militar de San Bartolomé y clausura
Amauta, que vuelve a reaparecer en diciembre.
La radicalización de los conflictos en Perú profundizan las diferencias entre
Mariátegui y Haya de la Torre, quien seguía exiliado en México. En septiembre de
1928, Mariátegui publica un artículo en Amauta donde advierte que se había
cumplido el proceso de definición ideológica que declaraba abierto dos años
antes, al momento de fundar esa revista. Aunque mantenía una independencia de
criterios con la III Internacional, Mariátegui participa de la fundación del
Partido Socialista (no lo llama Comunista), y es nombrado secretario general.
Este nuevo partido envía delegados a las reuniones organizadas por la
internacional fundada por Lenin y ya en ese tiempo conducida por Stalin. Ese
acercamiento, sin embargo, duraría poco. En 1929 se lleva a cabo una reunión en
Montevideo con presencia de dirigentes de partidos comunistas y organizaciones
que adherían a la III Internacional. Mariátegui, muy afectado de salud, no pudo
ir pero mandó una carta en la que discrepaba completamente con la visión
marxista ortodoxa sobre la cuestión indígena y eso produce un alejamiento del
Partido Socialista de esa organización que giraba en torno de Moscú. Mariátegui,
distanciado de Haya de la Torre y de Moscú, se encuentra ya en el final de su
joven y fructífera vida. En marzo de 1930, mientras preparaba su traslado a
Buenos Aires, Mariátegui fue internado de urgencia en una clínica limeña. Murió
el 16 de abril, en compañía de Anna, su mujer, y sus tres hijos. Tenía apenas 35
años y dejaba abierto un desafío que, como señala Jorge Abelardo Ramos, es
todavía un tema de estudio para las jóvenes generaciones de pensadores y
militantes latinoamericanos
17/08/14 Miradas al Sur