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Cultura
y Pensamiento Nacional
Ser o no ser
Cultura y pensamiento nacional no son categorías estáticos ni definitivas; son
cambiantes, según las circunstancias; resultan tumultuosos y contradictorios,
siempre en permanente construcción y replanteos, con flujos y reflujos, con
éxitos y fracasos. Y lo es más aún hoy, en épocas de comunicación instantánea y
de interacción en las redes sociales
Por Rubén A. Liggera *
Esa es la cuestión, ser o no ser una Nación soberana. Para lograrlo, deberemos
remontarnos desde el fondo de la historia para comprender los distintos procesos
formativos del país, sus participantes y sus intereses, sus contradicciones, sus
acuerdos y discrepancias, sus momentos de violencia, incomprensión y suma
crueldad.
Podrían ensayarse múltiples interpretaciones acerca de esta evolución histórica
hasta el actual proceso conducido por el kirchnerismo. Lo cierto es que nada es
casualidad. Lo que escandaliza a ciertos pensadores y comunicadores- la
“crispación”, la interpelación a ciertos poderes establecidos, por ejemplo- no
sería otra cosa más que la exteriorización de viejas luchas por el poder a
través de la política. Y cada antagonista tiene una visión del mundo, es decir
una ideología que, en el fondo, sirve a la defensa de sus intereses. Líderes
como Rosas, Yrigoyen, Perón, Frondizi o Néstor y Cristina Kirchner son
emergentes de esas corrientes populares y nacionales que disputan poder para
imponer un pensamiento hegemónico que represente a las mayorías.
Ahora bien, cultura y pensamiento nacionales no son estáticos ni definitivos;
son cambiantes, según las circunstancias; resultan tumultuosos y
contradictorios, siempre en permanente construcción y replanteos, con flujos y
reflujos, con éxitos y fracasos. Y lo es más aún hoy, en épocas de comunicación
instantánea y de interacción en las redes sociales. “El mundo es un pañuelo”,
dirían en mi pueblo.
Pero en esta etapa de afirmación nacional en el nuevo siglo, resulta oportuno
sistematizar un pensamiento que identifique y represente a la Nación argentina,
semejante y diferente a las demás naciones latinoamericanas y del resto del
mundo. Esa particularidad, por lo tanto, es lo que nos hace únicos; nos guste o
no, es lo que hay.
Es cierto que el pensamiento - en tanto humano- es universal y no tiene
fronteras, pero también hay que reconocer que, como sintetizaba magistralmente
Arturo Jauretche, el pensamiento nacional no es más que lo universal visto con
nuestros propios ojos.
Somos hombres, personas en contexto, ciudadanos bajo ciertas normas
institucionales, con problemáticas particulares que por lo tanto, requieren
soluciones singulares, dentro de los límites del Estado Nación, categoría aún
vigente, aunque las nuevas maneras del imperialismo travestido y posmoderno
pretenda convencernos de lo contrario luego de la caída del muro de Berlín.
Las ideas y la cultura trascienden lo que habitualmente se considera “cultura”
(asimilable a “alta cultura”) e incluye desde la forma del pensamiento, las
relaciones sociales, la gastronomía, la moda, la industria y el comercio, la
música, los bailes, la literatura y la economía, las expresiones populares. En
fin, cultura es todo lo que el hombre hace con su mente y sus manos para
transformar a la naturaleza y transformarse a sí mismo. Responden a distintos
estadios productivos y de acumulación de poder, que van desde la Argentina del
saladero a la agro exportadora del modelo de la generación del ´80, desde la
todavía inconclusa industrialización nacional desarrollista a las políticas
neoliberales y neocoloniales dictadas desde los centros imperiales (que aún hoy
perduran)
Si el reciente mundial de fútbol pudo encolumnar a distintas clases sociales en
un solo grito, ¿por qué resultaría imposible resignar intereses sectoriales en
favor del interés nacional? Aunque esta gesta colectiva parezca un revival de la
“teoría de la dependencia” de los ´70 y en realidad ese mundo ya no exista, la
noción del Estado nacional aún persiste y la plena realización de quienes la
habitan –todos, o la gran mayoría- es una necesidad ineludible.
El “mundo uno”, tarde o temprano, será inevitable, pero solamente cuando las
naciones convivan en un plano de igualdad, según su propia manera de ser, es
decir, su peculiar desarrollo económico, integración social, distribución de la
riqueza, acceso a la educación y el pleno goce de los bienes simbólicos. Parece
utópico, pero nada nos impide pensarlo, debatirlo y si fuera necesario, luchar
para conseguirlo. Es una obligación para todo argentino de bien, piense como
piense.
El gobierno central, para escándalo de algunos sectores intelectuales, ha
producido, dentro de sus posibilidades, además de otras decisiones políticas y
económicas importantes para las clases postergadas, dos hechos trascendentales:
la creación del Ministerio de Cultura, a cargo de la cantante popular Teresa
Parodi y la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional,
a cargo del filósofo y ensayista, Ricardo Forster [1]
La decisión política de jerarquizar la creación y el fomento de la cultura por
parte del Estado es evidente y bienvenida; la denominación de la flamante
Secretaría, produjo cierto desconcierto y curiosidad. Pero la discusión sobre lo
que fuimos, somos y queremos ser está planteada. Según el plan de trabajo
presentado por la flamante secretaría están previstos cuatro programas para lo
que resta del año y el 2015: “Foros de la nueva independencia”, “Imaginación
política”, “Imaginación cultural” y “Diálogos de América Latina y el Atlántico”,
además de publicaciones y muestras itinerantes.[2] Debatir sobre personajes como
Leopoldo Marechal o los hermanos Frondizi (Arturo, Risieri y Silvio) podrá
iluminar toda una época intelectual; liberalismo y Nación una constante de
disputas.
Habrá que esperar y ver cómo se desarrollan, pero Forster ha establecido ciertos
lineamientos que nos alientan a pensar seriamente en sus resultados: “Creemos en
la diversidad, en la pluralidad, en las convicciones, en los proyectos
políticos. Por supuesto que hay disputas, diferencias, conflictos, pero hemos
recorrido un camino de treinta años de reconstrucción democrática que nos da la
altura suficiente para atrevernos a discutir absolutamente todo desde
posicionamientos, herencias y tradiciones. Somos portadores de tradiciones
intelectuales, políticas, de historias que nos pertenecen, de un largo recorrido
como nación. Somos también nuestros espectros, nuestros muertos, aquellos que
han dejado marcas en la sociedad argentina, que han construido con sus
escrituras, con sus obras, con sus luchas, una sociedad mejor”[3]
En esta nueva encrucijada de la historia resuenan los ecos de grandes polemistas
como Sarmiento y Alberdi en el siglo XIX, de Jauretche, Scalabrini Ortiz , Ramos
y Hernández Arregi en el siglo pasado; escuchamos con atención en el tercer
milenio a Norberto Galasso, Horacio González, “Pacho” O´Donell o Hernán Brienza,
entre otras muchas que disputan ideas con exponentes de izquierda y de derecha,
curiosamente aliados contra el interés nacional.
En torno al fallo del Juez Griesa y las intenciones de los Fondos Buitre, el
cipayaje vernáculo de todo pelaje ha mostrado la hilacha una vez más: es mejor y
más beneficioso para el país -según su civilizado punto de vista- arrodillarse
ante el imperio que dar batalla a la manera de los bárbaros, siempre
irrespetuosos, siempre insurrectos e incómodos, para nada apegado a las formas.
Según lo expresado por el propio Ricardo Forster, los debates quedan
abiertos[4]. Todo dependerá del nivel de participación popular, de la
movilización en las distintas regiones, de la calidad de las intervenciones, del
sostenimiento en el tiempo. Un antecedente a tener en cuenta fue la discusión
por la Ley de Medios en distintos foros provinciales.
Pensar es vital, todos lo hacemos; estudiar, debatir y proponer es comprometerse
con un destino, aunque no de grandeza y supremacía continental, sí, de dignidad
y alta autoestima, como lo demostró la celeste y blanca en Brasil cuando “hay
equipo”, cuando el conjunto es mucho más que el individuo.
[1] El liberalismo tradicional y agrario representado por el diario La Nación,
el 7 de junio editorializó sobre la creación de la Secretaría de la siguiente
manera:”Una secretaría con reminiscencias fascistas” y también:”El último
engendro de un gobierno en retirada”, editorial del día 29 del mismo mes. Sin
duda un verdadero despropósito interpretativo asimilar a Forster con Goebbels y
el “Gran Hermano” de 1984 creación de George Orwell, pero en fin, no podemos
esperar otra cosa del “diario de doctrina”, ya estamos acostumbrados. Lo mismo
podemos decir del historiador nostálgico de la Unión Democrática, Luis Alberto
Romero, para quien el pensamiento nacional es una obsesión “malsana y
patológica” (La Nación, 05.06.14) o de la inefable Beatriz Sarlo, Jorge
Fernández Díaz y otros escribas de Perfil y La Nación.
La polémica es apasionante, pero excede nuestro propósito. Sin embargo,
recomendamos las notas de Horacio González o Luis Bruschstein en Página/12,
quienes tratan de abordar el tema con honestidad intelectual y buena leche.
[2] “Forster hará debates para defender al oficialismo”, se titula la nota de
Mariano de Vedia (La Nación, 17.07.14) quien no diferencia lo coyuntural de los
objetivos a largo plazo, porque la discusión sobre el pensamiento que diseñe un
modelo de país, excede a cualquier gobierno.
[3] “Apuntalar sin construir un camino sesgado”, por Silvina Friera, Página/12,
17.07.14.
[4] “El diálogo no viene a suturar las diferencias. Lo que viene a generar son
las condiciones para que en el ámbito de la democracia visiones, concepciones,
matrices ideológicas diferentes e incluso antagónicas se puedan debatir“, afirma
Ricardo Forster en “Diálogo es generar condiciones para poder debatir”,
interesante entrevista realizada por Silvina Friera, Página/12, 27.07.14.
Sería de esperar que Romero, Sarlo, Tarcus, Altamirano, Svampa, Romero y otros
tantos, acepten el convite.
* Periodista y poeta
La Tecl@ Eñe - Revista de Cultura y Política
http://lateclaene6.wix.com/revistalateclaene