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El
arte de nuestro tiempo
Por Vicente Zito Lema*
El artista de nuestro tiempo volviendo al origen del origen se convierte en un
ser político, como partícipe deseante del bien común, como cuerpo y alma que
desnuda las estructuras del Poder. El artista subversivo asume el rol de la
verdad, enfrentando las máscaras del terror del ayer y el autoritarismo y la
vocación de muerte que hoy nos amenaza. El arte de nuestro tiempo nos da
herramientas para el más secreto de los juegos: arrimarnos a la muerte y no ser
atrapados por ella.
[Acerca del descubrimiento - Marcia Schvartz**]
I
Cabalgando sobre las líneas del vacío frente al presagio fortuito de la noche,
mostrándose en las paredes, rodeándonos, despidiendo el día y recibiendo la
tormenta, llamando entre sombras y colores, ante nuestros ojos ansiosos de lo
que se vio y lo que se verá, con recuerdos y presencias, con anuncios y
presagios, con pinturas y dibujos, esculturas y objetos, fotos, videos,
instalaciones y performances, dramaturgias y ceremonias dionisíacas, palabras en
la boca y en la caída del rocío, libros, documentos, registros y mil soportes de
poesía, ahí está el arte de nuestro tiempo. Hablo del arte que subvierte nuestro
tiempo, desde el momento primigenio que muestra y expresa nuestro tiempo en su
ilegitimidad absoluta. Y en un salto de calidad lo ataca y denuncia.
Dar a luz y recibir con amorosa hospitalidad el arte de nuestro tiempo es una
ceremonia de resucitación en la oscuridad mortuoria donde se reproducen nuestros
días del extremo pavor. Se trata de agudizar el entendimiento, purificar los
sentidos, abrir las puertas de la emoción y el delirio. Socorridos entonces por
la inocencia que nos legó la magia, por la episteme que elevó la razón, seremos
capaces de entender y aceptar con gozo que en cada obra de arte, que desafía las
reglas del mundo instituido como espacio de la fragmentación que manipula el
poder, hay un testimonio de la totalidad del mundo, de lo construido entre
espasmos de dolor y de lo que se destruye para sobrevivir al dolor, para generar
la alegría.
Todo nace, crece, se desarrolla y se transmuta dentro de sí en una nueva
realidad que se anuncia. Hay un espacio, brilla la identidad; más todavía, tras
una perfecta vuelta espiralada, el espíritu de cada obra nos remite a una nueva
cadena de múltiples sentidos, donde cada totalidad de esa vasta totalidad pasa a
ser parte de una unidad superior que las contiene como pluralidad; lo que era
palabra es ahora un lenguaje, lo que era idea creció en universo de actos que ya
son el alba del mañana.
El nuevo escenario de comprensión, su vocación fundante, nos genera otra
necesidad: ir del conjunto de obras de arte de nuestro tiempo que tenemos
presente como registro sensible y emotivo, a una dimensión aún mayor, la del
propio concepto de arte, superando las épocas, como gestualidad y esencia que
recorre la historia, y las luchas esenciales que la edifican, como paradigma de
la mirada amorosa de un otro hacía los otros, como relato y símbolo de la
criatura humana en su máximo sentido de verdad y belleza, como exultante y
siempre creativo destino libertario en las muchedumbres del agua de la vida.
Hay aquí, día a día, a plena luz o en la marginación, obligada o elegida como
espacio de protesta e independencia, una producción artística, un rol social del
artista, una espesura del ser dirimida como realidad que lo trasciende y nos
incluye, y un acontecimiento complejo y valioso, que vuelve imperioso el viaje
del viajero por el río que ni siquiera el propio artista conoce, pero que cada
hombre, que es parte insoslayable en el viaje de ese artista, también necesita
saber, o intuir, desde lo más inocente y profundo de su corazón, para entender,
emocionado, como un niño frente a las estrellas, que la luz de la belleza no
tiene fin... La obra del artista se ha completado en el mundo, como una caricia
que vino de muy lejos…
II
En la génesis creativa del arte que hoy nos acompaña e indaga, vibran las
oposiciones, brillan las dialécticas, el mundo se desnuda en su máxima tensión.
Tras los velos están los aparecidos (el sueño es ahora materia, en respuesta a
las necesidades del alma…que mueven a las nuevas generaciones), y desde las
entrañas del dolor resurgen los desaparecidos; ellos son parte imborrable del
orden de la vida cotidiana, fundan el ayer, resucitan en nuestro presente a
partir de la historia más cruel y nos anuncian: sin nosotros tampoco habrá
futuro, necesitamos de la justicia en los labios del arte como un día
necesitamos del amor…
Habrá otra vez aquí un salto en el espiral del tiempo, y volveremos a encontrar
los aparecidos de la esperanza y los desaparecidos en los piélagos del horror
como metáfora pero también como cruda realidad, en el orden vivo de la
naturaleza. Es que tanto crece la conciencia del derecho a la vida de la
naturaleza, como crece la agonía y el riesgo de extinción que padece hoy la
madre naturaleza, convertida en un nuevo rostro de lo humano que desfallece, de
la propia vida puesta en peligro, acosada sin treguas en las alturas materiales
del estallido que designa nuestra época. Una época cuyo móvil es la ganancia, su
método la depredación y su espíritu la muerte.
El eterno combate entre la luz y las tinieblas, la primera de todas las
oposiciones y contradicciones que refleja la vida, tiene dos frentes
simultáneos: hay una conducta humana –como sistema– que agrede la vida humana y
hay una reproducción material de la existencia, también como sistema, que agrede
la vida del planeta.
Esas oposiciones y tensiones nunca dejan de mostrarse en el camino del arte de
nuestro tiempo, nos desafían y nos asombran… Frente a la naturaleza, convertida
en refugio y camino deseante de la propia existencia que nos trasciende, surge
la violencia potenciada de la usura y la extracción de los bienes naturales a
toda costa, como única ley; es una cultura de la muerte ya desmadrada, que
provoca una tecnología sin límites, que huye de la ética, o bien la ignora,
enquistada hoy como rostro y sentido absoluto del poder. Su nombre es la
riqueza, su silencio que silencia es la pobreza… Su legitimidad se ha perdido
antes de nacer.
Frente a la criatura libre, poseedora plena del júbilo de sus pasiones, que
exalta el artista como posibilidad del devenir; frente a ese nuevo hombre movido
por la ética, una ética del vínculo amoroso y no del premio y del castigo, que
propone en la resistencia y en los actos que lo liberan, está el sujeto real,
sujetado por un destino que no le pertenece, que lo aliena y lo convierte en
sombra y quietud, y que provoca la reacción del artista, como conciencia de una
verdad irrenunciable. Estamos en los límites de la destrucción final de lo
humano (el ser, el más débil ser, el pobre de toda pobreza y de todas las
maldiciones, es ahora el matable, el linchable sin culpa, sin riesgo y sin ley),
y de la destrucción final de la tierra, ocaso terrible donde la muerte ni
siquiera podrá ser muerte. En esta hora sin treguas más que diálogo o camuflaje
con el opresor, con el depredador, con el antropófago de la cultura, hay
resistencia, denuncia, combate… La muerte desnuda todo su poderío y como en La
Flauta Mágica de Mozart, el artista deberá atravesar el silencio, los desiertos
del silencio, con la música que en pos de la vida todo lo desafía en la tierra y
en los sueños… que aún la sostienen con la fuerza de los viejos elefantes…
Como parte de un universo de tensiones y oposiciones cada vez más descarnadas,
donde cada pedazo de la realidad se torna la mentira de sí misma, su fetiche, el
artista de nuestro tiempo apuesta a nutrirse de los ingredientes primordiales.
Resucita así el misterio de los símbolos primigenios en el esplendor de sus
cuatro elementos. Su búsqueda es la de un mundo como armonía musical. El artista
subversivo se para sobre la tierra, aspira el viento, sorbe el agua, enciende el
fuego… deja atrás los olimpos y las glorias contemplativas… El artista vuelve a
ser un mago, un demiurgo. El artista liberador es ahora la sumatoria de su
propio cuerpo, descubierto y renacido a partir de la angustia, pero también
surgiendo desde la serenidad que no es resignación, sino aceptación del orden
superior de la vida, allí donde la belleza redime aquello que fue siniestro y
agiganta el espíritu del asombro y la maravilla.
Hay un solo cuerpo -dirá el artista de nuestro tiempo-, y así lo siente en la
pura materialidad de sus actos… Entonces, desde la dimensión de lo objetivo y de
lo real, nos mostrará un cuerpo cosmos, un cuerpo planta, un cuerpo proyecto
humano…
Cuerpos múltiples, el alma como idea sagrada del cuerpo, el sentido de la
otredad como dolor y goce y a la par pura subjetividad, espacio y tiempo único,
y allí van ellos, los cuerpos en pos del asombro que enriquece el espíritu,
navegando, sin salir del rumbo, entregados al destino, pero sabiendo también que
el puerto es finalmente la eterna dimensión de la belleza que demanda la vida,
nuestra materialidad habitada por el alma.
[Vértigo
- Marcia Schvartz]
III
El artista de nuestro tiempo es un ser que se interroga y hace de la
interrogación un principio de legitimidad de su existencia. Con sus preguntas
bucea en las aguas interiores, traspasa el caos y funda su armonía, una armonía
que nos serena, que nos comunica el deseo de integrarnos en la complejidad del
universo. El artista de nuestro tiempo nos dice, y nosotros escuchamos, lo que
el corazón dice, lo que son apenas unos momentos de un largo discurso, forjado
con pasión y razón:
La obra de arte es la memoria; también un sueño de lo que aún no fue pero allí
está… ávido anhelo…
Es una llave para traspasar el secreto… que custodian los muertos en el orden de
lo sagrado.
Hay una poética de los actos, son imágenes que forman y justifican la presencia
del cielo a través del silencio…
la posibilidad de pulsar los sentidos, hasta que la pasión deshaga y vuelva a
hacer la realidad…
El color que traspone la poesía es el deseo de perdernos en las maravillas del
mundo…
Lo creado, en el principio, nació como un paisaje del alma, como el fruto de la
desesperación, en el ruido, en el tumulto…
Aquél ayer se transformó en mañana, la desesperación se hizo conciencia y
armonía bajo la luz de la naturaleza…
Todo fue como un río, y lo que era propio se convirtió en grupal, y la creación
fue entonces un llamado a viva voz… “Somos la tierra”…
A ti volveremos como ceniza de amor, ceniza iluminada…
Lo que era muerte, en la potencia de la poesía se hizo movimiento…
Lo que nació en la quietud pasó a ser grito, desafío, testimonio, revuelta…
Un cuerpo se abrió al mundo, agónico y sin embargo jubiloso, como si fuera un
recién nacido…
El artista de nuestro tiempo que subvierte su tiempo tuvo que forjar otra
verdad, en el orden de las verdades en fuga… Salir de la teatralidad que
acechaba al arte sin movimiento, para lanzarse de cabeza y sin paracaídas al
espacio de lo real, donde el cuerpo goza y donde el cuerpo se duele… Hubo que
romper los espejos y entrar en la esencia de la existencia, no ya en su alegoría
ni en su representación, el nudo se anudaba ahora con la vida en la vida misma.
El arte se hizo subversivo en la aventura sin retorno, apabullante, tan fugaz
como eterno el desafío….
El artista entonces, erguido en la coherencia, debió hacer de la vida una puesta
en acto de su propia vida; una pasión rigurosa, con ideas, conceptos, con
gritos, que fueron de gozo aunque por instantes sonaron como sollozos.
Ante los ojos surgió el rescate de lo efímero, el combate con lo permanente, fue
preciso extraer de lo finito un deseo de infinitud, entregarse a la búsqueda de
la libertad (y el artista de nuestro tiempo ha conocido todas las formas con que
el terrorismo de estado castiga hasta el colmo la libertad…); fue preciso abrir
las manos al mundo para recibir la fraternidad y sentir como lluvia la
exaltación de la belleza, allí donde cada palabra es maldición o blasfemia, y
cada gesto se ahoga en la negrura sin tiempo.
El artista de nuestro tiempo volviendo al origen del origen, se convierte en un
ser político, como participe deseante del bien común, como cuerpo y alma que
desnuda las estructuras del Poder. El artista subversivo asume el rol de la
verdad: enfrentando las máscaras del terror del ayer y el autoritarismo y la
vocación de muerte que siempre surgen, como una sombra perseverante que nos
amenaza… cuyo susurro es también presagio y amenaza…
[El
Patio - Marcia Schvartz]
IV
La obra de arte de nuestro tiempo está legitimada por la sinceridad del arte,
como conciencia del artista, como responsable de profundas decisiones, en tanto
supera en su proceso creador la sospecha de lo ficticio que siempre ronda el
arte. En sus partes y en su totalidad, en lo dicho y en el recato del silencio
que espera, en la materialidad de cada borde y de cada vacío, nos permite pensar
en la finitud a partir de nosotros mismos, y al actuar así nos impulsa a
trascender en la mirada de quien nos mira, ese otro al que también miramos para
descubrir lo que somos, o mejor: lo que debimos ser, la medida del deseo. ..
Esta obra es deseo, es el arte del deseo más allá de toda prohibición, en el
propio corazón del caos originario.
El artista subversivo de nuestro tiempo busca y logra para sí, desde la belleza
como sentido de la verdad, una virtud que deviene en filosofía: se trata de
dialogar con la muerte para pensar la vida, esa vida que diariamente se maltrata
sin amor y sin conciencia… con liviandad y espanto.
El artista subversivo se convierte en instrumento para quitar los velos a la
realidad que se nos impone como realidad; una realidad fingida, opaca, ominosa,
que el artista enfrente con el coraje de quien se sube a su atalaya y atisba el
horizonte, descubre la mañana y va hacia ella…
Ungido en vigía el artista nos muestra el precipicio; pero con su armonía y en
su lirismo también nos sostiene sobre el preciso límite de la caída, para que la
angustia no desborde nuestras conciencias, y si el sentimiento se va de la
razón, pueda la necesidad de la realidad refugiarse en el intelecto…
La obra del artista de nuestro tiempo logra el efecto de recordarnos que ayer es
el comienzo del mañana, en el cruce perfecto que se da en un presente, siempre
precario y jamás eterno, por más que en apariencia se repita y a palos se
imponga la máscara de su repetición, la esterilidad del cambio… Ante nuestros
ojos, desbordados por la magnitud que el artista extrae de la realidad de la
materia, de los sueños de la materia, de cada uno de los actos del mundo, aun de
los más simples, para presentarlos ante nuestra mirada como una ofrenda de amor,
surge siempre nueva y deseante la belleza, como si la belleza fuera los párpados
del cielo…
El arte de nuestro tiempo nos da herramientas para el más secreto de los juegos:
arrimarnos a la muerte y no ser atrapados por ella, estableciendo el vínculo en
la esfera humana; si se permite decir hay aquí un artista humanizando la muerte,
superando en el pathos de la creación nuestra primitiva y agónica sumisión a la
nada, esa nada que comienza en la sombra de la angustia…
El arte de semejante artista nos humaniza, ya que al humanizar la muerte nos
abre nuevas puertas a la vida; nos alienta participar en el gran viaje de la
vida… Nos advierte: vuela con tu aliento, no te dejes atrapar, si te paralizas
serás visto por otro viajero como una estatua de sal…
La obra de arte del artista de nuestro tiempo nos incita a transformar cada
momento en acto de resurrección, como criaturas dueñas del cuerpo en los
secretos dominios donde el alma comienza a ser el principio del cuerpo…
Hay aquí una pasión que nos conmociona, nos demanda ser testigos y ser partes
del vértigo permanente de la creación; dar oídos a la valentía que anida más
allá del silencio, en el instante único de cruzarse con el grito, como si toda
la armonía del cielo y de la tierra yaciera en los pasos de cada destino…
La obra del arte de hoy nos recuerda que el arte es un momento sagrado de la
vida; el desarrollo final en la historia sin final de cada una de las historias
humanas…
V
Bajo los cielos de gracias azules que irrumpen en nuestras vidas nos incitamos a
seguir pensando en el arte de nuestro tiempo, en lo que hemos visto y sentido,
en el conjunto armónico de su universo, que se inicia representando con belleza
la realidad de la vida y que hoy se muestra como la vida que desafía la verdad
de esa vida…
La poesía subversiva del arte de nuestro tiempo nos provoca, nos conmueve y nos
lleva a que las palabras salgan de nuestra boca con la alegría de quien saluda a
la espuma de los días…
*Vicente Zito Lema: Poeta, dramaturgo, periodista, filósofo y docente argentino.
**Marcia Schvartz: Artista plástica, nació en Buenos Aires, Argentina, en marzo
de 1955.
La Tecl@ Eñe - Revista de Cultura y Política
http://lateclaene6.wix.com/revistalateclaene