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Entrevista
a Roberto Baschetti. Escritor e historiador.
“Walsh y Urondo fueron el paradigma del intelectual
orgánico gramsciano”
Por Luis Launay. Miembro de Número del Instituto Nacional Manuel Dorrego.
Para comenzar, me gustaría que brevemente contara los primeros años de su vida.
–Soy hijo único. Nací el 16 de junio de 1950 en el seno de una familia
trabajadora que aprovechando la ascendente movilización social existente durante
el primer peronismo (1946-1955) pudo comprar su primer hogar y consolidarse como
clase media. A su vez, su bonanza económica –acotada pero real– les permitió a
mis padres darme una educación superior a la media. Pasé ocho años (1960-1967)
estudiando en el Colegio del Salvador (instalado en Buenos Aires, existente
desde 1868) con laicos y sacerdotes jesuitas y egresando con el título de
bachiller.
–Siempre se comentó que ese establecimiento educativo era una cantera de
aprender, saber y pensar…
–Absolutamente. Sólo repasando algunos de los nombres y apellidos sacerdotales
que colaboraron en mi temprana formación, tendrá usted una idea más acabada de
esto. Anote: el Padre José María Pichi Meisegeier que me interesó en la cuestión
social y que con el tiempo fue paradigma y referente del Movimiento Villero
Peronista en la Villa 31 de Retiro junto a Carlos Mugica. El Padre Ramón Mocho
Ferreyra, hombre recto y dueño de todas esas características nobles que alabamos
en el hombre de campo; hablaba y predicaba con su ejemplo. El Padre Guillermo
Furlong, profesor de Historia de consulta mundial; habrá oído de él. También el
rector del colegio, un sacerdote de labia cultivada y culta, Eduardo Martínez
Márquez, que nos contaba que había sido educador en Cuba, en un colegio
religioso de la Compañía de Jesús, nada más y nada menos que de Fidel Castro. Y
quizás algunos se sorprenderán si les digo que mi profesor de Literatura en 4º
año del secundario fue Jorge Mario Bergoglio –actual Sumo Pontífice– un hombre
excepcional que nos fue explicando con rigor y paciencia jesuítica a cada uno de
nosotros, en charlas personales la mayoría de las veces, de qué se trataba la
amistad, la ética, la justicia, la solidaridad y tantas otras cuestiones que
atiborraban nuestra mente sin tener respuestas por el momento. La relación con
Bergoglio se mantuvo en el tiempo; fui a su ordenación de sacerdote años más
tarde y me casó el 10 de diciembre de 1983 por la mañana, en la Iglesia de los
Curas Palotinos del barrio de Belgrano R, en el mismo día y hora que Alfonsín
asumía la primera magistratura.
–¿Y cuándo comenzó a evidenciarse en usted un interés por lo social?
–Fue algo rápido y natural, si se quiere ver de este modo: recibido de bachiller
comencé a estudiar Abogacía y paralelamente como manera de ganar experiencia me
conseguí un trabajo de meritorio (cargo honorífico, no se cobraba un peso) en
los Tribunales de Trabajo de la zona de Retiro que ya no están, en la bajada de
la calle Suipacha. Atender en mostrador, archivar papeles –archivar será una
constante en mi vida sin lugar a dudas–, leer los expedientes, ser testigo de
audiencias, me mostró crudamente un mundo nuevo, hostil, agresivo, injusto,
desigual. Y donde los perjudicados estaban siempre del mismo lado, del lado de
los trabajadores, de los humildes, de los despedidos sin causa, de los echados
sin previo aviso, de los que de un día para el otro se quedaban sin trabajo por
la prepotencia patronal puesta de manifiesto en diversas ocasiones. Eso me
indignaba. Y deduje que a mis principios cristianos siempre vigentes debía
agregarle un plus, un valor agregado y sobre todo no resignarme a pensar que las
cosas “son así, injustas y nadie las puede cambiar”. Me sumé a la Juventud
Peronista, por la sencilla razón de que el Peronismo me había mostrado antes en
la teoría (mis lecturas), en la historia (su período de gobierno de 1946 a 1955)
y ahora en la práctica (mi trabajo) que era la única fuerza política capaz de
revertir la situación de explotación y miseria que padecía nuestro pueblo.
–Evidentemente fue un aluvión generacional que se sumó a la militancia política…
–Ni más ni menos. Por primera vez en la historia argentina se juntaron jóvenes
de distintas clases sociales y formaciones políticas preexistentes un pos de un
mismo objetivo. Cientos de pibes cristianos metieron las patas en el barro y
“tomaron como propia la causa del agredido” (Frantz Fanon dixit), porque
–evidentemente– rezando no se iban a solucionar las cosas. Por otro lado, los
centenarios partidos de izquierda en Argentina también en sus capas más jóvenes
hicieron su autocrítica por como se había caracterizado con una miopía alarmante
al peronismo (y al propio Perón) y comenzaron a dar una discusión interna que la
inmensa mayoría de las veces terminó con la expulsión de los jóvenes
cuestionadores. Por último y para completar la triada generacional, un nuevo
peronismo juvenil daba batalla adentro y fuera del Movimiento aportando
contenido, forma y número a cientos de agrupaciones partidarias que tenían como
objetivo principal el regreso definitivo de Perón a su patria luego del injusto
exilio al que había sido obligado a ir, por los sectores oligárquicos y
proimperialistas nativos.
–¿Existen testimonios escritos de aquel período insurreccional?
–Sí, muchísimos. Calcule usted que cada grupo, organización o partido nuevo
tenía su propia prensa partidaria y siempre al menos en manos privadas o
instituciones investigativas del mismo tenor (lamentablemente, en la parte
pública o estatal, luego del ’76 se arrasó con todo) se han preservado y
guardado al menos un juego de toda la documentación posible. Por eso, ahora
aparecen algunas reediciones de facsimilares de la época que ayudan a
reconstruir el clima y objetivos de aquel tiempo. Pero si un investigador desea
en un solo medio gráfico ver la impronta del período, las discusiones y
objetivos que se planteaban, las acciones que se llevaban adelante y la
resistencia a las dictaduras cívico-militares de aquella época, debe
indefectiblemente sumergirse en la lectura de Cristianismo y Revolución
(1966-1971), cuyo director era Juan García Elorrio y luego de un accidente
automovilístico que le ocasionó la muerte (un taxi que salió de la nada,
embistió a un Fiat 600 que a su vez lo arrolló en la esquina de Bulnes y Las
Heras), tomó la posta su compañera Casiana Ahumada hasta que la misma fue hecha
prisionera por el régimen. Allí, en esa revista mensual podrán analizarse y
estudiarse cada una de las vertientes juveniles enumeradas por mí, con
anterioridad. Y antes de pasar a otra pregunta déjeme hacer un comentario sobre
la extraña muerte de García Elorrio.
–Lo escucho atentamente…
–Este hombre pertenecía por clase social a la aristocracia pero se había volcado
al cristianismo y al peronismo revolucionario. Como dije, a García Elorrio lo
atropelló alguien del que nada se supo. Juan ya había recibido variadas amenazas
de muerte; y en abril de 1967 como bien expresa Miguel Bonasso en uno de sus
libros (El presidente que no fue), la división de Asuntos Extranjeros de la
Policía Federal, junto con la delegación argentina de la CIA, confeccionaron una
lista de activistas a eliminar; entre los mismos figuraban Emilio Jáuregui y
García Elorrio; ambos murieron repentina y trágicamente poco tiempo después.
Para cuando fue el deceso de este último –y siguen las “casualidades”– se
presentaba en nuestra ciudad puerto, un show de vértigo y velocidad a cargo de
los Los Rompecoches, una troupe norteamericana (cobertura perfecta para espías y
trabajos sucios, convengamos) que ciertas fuentes confiables asociaban con la
CIA. Ni más ni menos. Para cerrar el círculo, digo que Juan tenía, al momento
del “accidente”, documentos sobre denuncia de torturas a miembros de Tupamaros
encarcelados en Uruguay. Dichos papeles nunca fueron entregados a su compañera
Casiana Ahumada. Desaparecieron. Y debe recordarse como bien se explicita en el
excelente film de Constantin Costa-Gavras, Estado de Sitio, que quien asesoraba
a los militares uruguayos en el uso de la picana y el submarino seco para los
opositores políticos, era un agente secreto de los yanquis en Uruguay, llamado
Dan (Daniel Anthony) Mitrione, que revestía en la CIA y el FBI a la vez.
Completito el hombre…
–Impresionante, realmente. Cambiando de tema, pero de algún modo inserto en la
misma temática. Tengo entendido que usted como historiador se abocó al
Peronismo, ¿no es así?
–En efecto. Y para delimitar más aún el objeto de investigación, debo decirle
que si bien son muy pocas aquellas cuestiones ligadas al peronismo que son
ajenas a mi conocimiento, siempre he hecho hincapié al período que va de 1955 a
1973, primero, y luego desde 1976 a 1983, inclusive, es decir, a recuperar y
publicitar las luchas del pueblo peronista.
Así fue como me dediqué de lleno a exhumar, recuperar, juntar, recopilar,
ordenar, y dar a conocer un material en forma de documentos políticos que no
existía como corpus ni mucho menos. Fueron los famosos “Documentos” seriados y
en forma de libros que se ocuparon de los siguientes segmentos anuales:
1955-1970 (Documentos de la Resistencia Peronista); 1970-1973 (De la guerrilla
peronista al gobierno popular); 1973-1976. Tomo I. (De Cámpora a la ruptura);
1973-1976. Tomo II (De la ruptura al golpe); 1976-1977. Tomo I. (Golpe militar y
resistencia popular); 1976-1977. Tomo II. (Resistir es vencer). Y antes de este
fin de año del 2014, saldré conjuntamente con dos nuevos tomos que se ocupan de
lo sucedido entre 1978-1980 y que llevan por título: Del mundial de fútbol a la
contraofensiva.
–Tema álgido y discutido si lo hay, ese de la “contraofensiva” montonera…
–Montoneros considera que están dadas las condiciones para forzar la retirada de
las fuerzas armadas a través de una nueva ofensiva no sólo militar, pero que sí
incluye con fuerza, este ítem. A lo largo de mi libro, una infinidad de
documentos internos, inéditos en su mayoría, se preocuparán de este asunto. Pero
la verdad incontrastable de los hechos acaecidos, indica que las condiciones no
fueron las apropiadas. Pero es fácilmente comprobable que para fines de los ’70,
en la República Argentina los tiempos de la dictadura se acortaban; la clase
obrera en particular y el pueblo en general ya resistían nuevamente. Este no es
un dato caprichoso, aislado o voluntarista. Basta con instalarse en una
hemeroteca bien provista y repasar los diarios de la época. Pese a la
autocensura de las empresas periodísticas que se veían en figurillas para
explicar lo inexplicable, la política recesiva y terminal de Martínez de Hoz
llevó a los trabajadores a enfrentar la dictadura, porque estaba en juego su
propia existencia como clase. A mediados del mes de agosto de 1979 había agudos
y profundos conflictos gremiales entre la clase obrera y la patronal con cese de
tareas incluido. Inclusive el conflicto más grande se presentaría cuando unos
5.500 trabajadores de Peugeot aprobaron en asambleas, sección por sección,
marchar el 4 de octubre de 1979 a Plaza de Mayo. Otros trabajadores y la
flamante Central Única de Trabajadores Argentinos (CUTA) adhirió sumarse a la
marcha. La dictadura, viendo que “se le venía la noche” y previendo que aquella
marcha de protesta podría convertirse en un nuevo Rodrigazo, obligó a la
patronal francesa a atender todos los reclamos de los trabajadores para evitar
así su posterior movilización: hubo aumentos de 22% para los trabajadores y
todos los cesanteados y despedidos fueron reincorporados a sus tareas. En este
contexto de protesta y lucha, Montoneros creyó necesario organizar una
contraofensiva política y militar para acelerar la caída del gobierno de facto
entronizado en nuestra patria.
–Bien. Esperaremos con expectativa la aparición del trabajo suyo. Ahora bien,
esa famosa “resistencia” a la que usted hace alusión en repetidas ocasiones, fue
tal o bien una serie de hechos fortuitos y concatenados terminaron con Perón en
la Argentina inesperadamente y contra su voluntad, como lo manifiestan algunos
historiadores, últimamente.
–Si hay algo que siempre me llamó la atención fue (y es) la permanente desidia y
descrédito con que se tratan o investigan –cuando se investigan, muchas veces ni
eso– los diversos acontecimientos históricos que jalonan las luchas de nuestro
pueblo. Parecería que hay ciertos historiadores y escuelas de pensamiento
histórico en Argentina que tienen como único fin desacreditar o directamente
ocultar (en connivencia con los gobiernos ilegítimos de turno en que se
sucedieron los hechos) las luchas populares que lograron significativos
progresos y conquistas –en este caso– en pos de una patria socialmente justa,
económicamente libre y políticamente soberana, con su conductor natural en la
patria.
En tal sentido, cómo es posible que la mítica Resistencia Peronista, que se
sobrepuso a los bombardeos de 1955, a los fusilamientos de 1956, a la
proscripción electoral y social del peronismo, al abyecto Plan Conintes del
maquiavélico Frondizi que llenó nuevamente las cárceles en los ’60, al
impedimento en el gobierno de Illia, de que Perón pudiera volver en diciembre de
1964, hablamos del Cordobazo en 1969, el Trelew del 22 de agosto de 1972, y del
“Luche y Vuelve”, todo esto, no merezca ni siquiera una cátedra de estudio, un
trabajo de investigación académico serio, o al menos un ciclo de charlas en la
Academia Nacional de Historia o en la Universidad de Buenos Aires.
–Pero en los últimos treinta o cuarenta años la situación ha comenzado a
cambiar.
–Así es. Hay algo que en su momento expresó Mario Pacho O’Donnell y a lo cual
suscribo categóricamente: “No es cierto que los libros de historia se venden
bien, como suele escucharse a menudo en círculos intelectuales afines. La gran
mayoría de ellos, los que se escriben solamente para vender por un tema
oportunista o por encargo de las editoriales, suelen ser un fracaso rotundo. Del
mismo modo –corren igual suerte– aquellos que reflejan la óptica conformista y
escolar de la historia oficial, aún disfrazada de cientificismo académico. Lo
que la gente favorece en las librerías son aquellos textos que, consistentemente
y a partir de autores con trayectoria en ello, contradicen la historiografía
liberal y reaccionaria que desde el fin de nuestras guerras civiles, explica,
sustenta y justifica el modelo económico y social vigente que necesita, por
ejemplo, llevar a la categoría de prócer a un señor como Rivadavia, paradigma de
porteño extranjerizante y ejecutor de préstamos venales para nuestra economía”.
Con la creación del Instituto Dorrego –durante la década ganada Kirchnerista–,
todo comienza a cambiar y es impresionante la cantidad de pedidos que vienen de
todo el país para que vayamos a dar charlas. Ejemplo concreto de ello se
manifiesta cuando me explayo sobre uno de mis últimos libros, La violencia
oligárquica antiperonista entre 1951 y 1964, que me permite explicitar y
fundamentar en forma documental, una serie de hechos de violencia de sectores
minoritarios refractarios al peronismo, que deben apelar a la misma –es decir, a
la violencia– para ver logrados sus fines elitistas y gobernar en contra de las
masas populares.
–Tengo entendido que hace pocos días atrás puso a consideración del público otro
libro nuevo suyo que se ocupa del poeta y periodista Francisco Urondo.
–En efecto. Lo presentamos en el auditorio de la Librería Universitaria
Argentina, un nuevo lugar de expendio de libros que inteligentemente abrió en
pleno centro de Buenos Aires un conjunto de universidades del interior de
nuestro país, para hacer visibles sus producciones editoriales en la gran
ciudad. El libro de mi autoría que editó Educo (la editorial de la Universidad
del Comahue) se llama Francisco Paco Urondo. De la poesía al combate, y se
ocupa, a través de lo que llamo una biografía narrada, de relatar la vida y obra
de este gran hombre que fiel a su compromiso político dio la vida por un
proyecto de liberación nacional y social para nuestra patria. Fue asesinado en
Mendoza en junio de 1976. El libro se enriquece con una minuciosa bibliografía
sobre todo lo que escribió Urondo y lo que también se escribió sobre él.
–Antes de concluir esta nota quizá quiera expresar algo más.
–Algo me viene a la mente. Puede tratarse de un hecho casual, fortuito,
anecdótico, o no. Rodolfo Walsh y Francisco Urondo eran muy amigos y ambos
terminaron militando en la misma guerrilla peronista revolucionaria, en
Montoneros. Y ambos tuvieron el mismo trágico final. Quizá sin proponérselo,
ellos fueron paradigma de aquello que Antonio Gramsci definió como
“intelectuales orgánicos” del grupo social emergente, aquellos que luchan por
conquistar la hegemonía política y aprovechando sus saberes –en este caso
narrar, escribir, contar– actúan. Alguna vez, mezclando mi curiosidad con la
búsqueda de respuestas filosóficas acordes, pregunté en diversas oportunidades y
en distintas situaciones, a un heterogéneo grupo de militantes peronistas que no
se conocían entre ellos, y que sí formaron todos, luego, parte de la histórica
J.P.; qué hecho puntual los había introducido en el mundo de la militancia
política, a entregar todo de sí para cambiar un mundo injusto. Y el común
denominador de las respuestas pasaba, en la gran mayoría de los casos, por la
indignación ante la alevosía, el asesinato de gente humilde, la eliminación sin
más de personas, por intermedio de un Estado autoritario y de facto que arrasaba
con todos los derechos humanos y asesinaba impunemente. Y se remitían a dos
escritos que los habían conmovido brutalmente, que una vez leídos (por ellos) no
podían seguir siendo indiferentes y actuar como si nada hubiera pasado. Uno era
Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, y el otro, La patria fusilada, de Francisco
Urondo.
19/10/14 Miradas al Sur