El país del rastreador

Por Pedro Patzer

El misterio de nuestros desiertos, montañas y selvas nos ha dado fascinantes personajes, hombres y mujeres parecidos a sus abismales soledades, a sus insondables geografías. Uno de estos intérpretes de los secretos de nuestra tierra era el rastreador, aquel paisano que tenía, como su nombre lo indica, el oficio rastrear personas o animales perdidos, siguiendo las huellas que estos imprimieron en los caminos. “Distingue un rastro entre mil/ y puede decir al tiro/ qué mula ha pasado ayer,/ más liviana que un suspiro./ Porque atiende a lo profundo/ del rastro, y, según y cómo,/ sabe si anda sin jinete/ o lleva peso en el lomo” (León Benarós)

¿Acaso la mirada del rastreador era como el indescifrable diálogo entre el horizonte y la llanura? ¿Acaso el eco del silencio de la pampa resonaba en su alma? El rastreador era tan implacable en su tarea que la justicia acudía a él para adivinar el rastro de prófugos y delincuentes. Sarmiento en el Facundo hace un retrato: “El rastreador es una persona grave, circunspecto, cuyas aseveraciones hacen fe en los tribunales inferiores. Un robo se ha ejecutado en la noche: no bien se nota, corren a buscar una pisada del ladrón, y lo sigue sin mirar, sino de tarde en tarde. Sigue el curso de las calles, atraviesa los huertos, entra en su casa y, señalando a un hombre que encuentra, dice fríamente: “Este es”. El delito está probado, y raro es el delincuente que resiste esta acusación”

¿Dónde abrevaba el rastreador?¿Tal vez en los mapas del viento, en los astrolabios del río, quizás en la pisada que delataba el carácter del errante, acaso en los interrogantes de la piedra, en las confesiones del árbol, en el teatro del verde, en la tragedia del amarillo, en los libros del polvaredal, en las elegías de los huesos, en los cuadernos de la niebla? “Todos los gauchos del interior son rastreadores. En llanuras tan dilatadas, en donde las sendas y caminos se cruzan en todas direcciones, y los campos en que pacen o transitan las bestias son abiertos, es preciso saber seguir las huellas de un animal, y distinguirlas de entre mil, conocer si va despacio o ligero, suelto o tirado, cargado o de vacío: ésta es una ciencia casera y popular” Insiste Sarmiento, que veía en el rastreador a su padre: un baquiano experto en los caminos.

El rastreador tenía un enigmático método para hallar lo perdido, tal vez innato, quizás heredado: ¿Cuántos siglos de búsqueda?¿Cuántos años de miradas baquianas se resumen en la mirada del rastreador?: “En una oportunidad nos encontramos en el medio del campo con un vecino, que vivía a varias leguas, y luego del habitual saludo, Mansilla le preguntó, casi como una afirmación segura:

- Anduviste el sábado por Limay.

- No... el sábado estuve en las casas.

- Me pareció haber visto el rastro de tu tordilla.

- No, si no anduve...puede haber sido mi hermano que tiene una yegüita hermana de la tordilla,...de rastro parecido”

¿Acaso fueron los indios los que iniciaron esta especie de ceremonia del rastreo, acaso los gauchos los que hicieron de ella un arte?

“Este es el rastro de una liebre - me decía - ...ve ?... acá estuvo parada – me indicaba señalando el rastro de las patas traseras.

– y estas son las manos...

- Este el rastro de avestruz – me decía - ...avestruz hembra...

- ¿Y como sabe?...

- Porque el macho tiene la el rastro con los dedos más abiertos”

El rastreador más solicitado por la justicia, el que consiguió que los presos (al enterarse que él estaba a sueldo de la policía) pensaran dos veces antes de darse a la fuga se llamaba Calíbar, conocido popularmente como el rastreador Calíbar: "El prófugo aprovechaba todos los accidentes del suelo para no dejar huellas; cuadras enteras había marchado pisando con la punta del pie; trepábase en seguida a las murallas bajas, cruzaba un sitio y volvía para atrás; Calíbar lo seguía sin perder la pista. Al fin llegó a una acequia de agua, en los suburbios, cuya corriente había seguido aquél para burlar al rastreador... ¡Inútil! Calíbar iba por las orillas sin inquietud, sin vacilar".

Este rastreador que tanto conmovió a Sarmiento fue utilizado como metáfora por poetas y escritores riojanos que fundaron un movimiento literario llamado Calíbar: “Calíbar era para nosotros, aquel que rastrea las huellas de un pasado socio-cultural, los signos más auténticos y terrígenos, poniendo como aquel rastreador la ecuanimidad que debíamos tener” (Ariel Ferraro)

¿Cuántos rastreadores de la vida andan siguiendo las misteriosas huellas de la existencia en los caminos de la historia, las ocultas señales en los senderos de la utopía, la Argentina secreta en la biografía de cada hombre?

“Bajo esos cielos sin nubes/ y en esa vida callada,/ se le afinan los alcances/ del alma y de la mirada./ Y claritas se le muestran,/ de una manera completa,/ la pisada que despista/ o la intención más secreta... Él ve donde nadie ve,/ metido en su pensamiento:/ en los médanos, la huella;/ las señales en el viento” (León Benarós)

Pan y Cielo, el blog de Pedro Patzer
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