RESCATE DEL PENSAMIENTO DE RODOLFO KUSCH
Doña Sebastiana y su teoría de la cura
A partir del testimonio de doña
Sebastiana, integrante de un pueblo originario, en relación con la detención de
un “manosanta”, el pensador Rodolfo Kusch (1922-1979)
definió dos modos de estar en el mundo: el occidental y el de los pueblos de
América. El autor de este ensayo advierte que se trata de dos maneras de curar
“la caída en la existencia”.
Por Rubén H. Ríos *
Doña Sebastiana es una anciana que vive en Cerritos, Salta, en un lugar de cinco
hectáreas, en una casa de seis habitaciones, y en una habitación de esta casa
hay una especie de capilla, sí, de capilla donde se ven unas imágenes, unos
iconos del niño Jesús, una grande y una chica. En Esbozo de una antropología
filosófica americana (Buenos Aires, ed. Castañeda, 1978), Rodolfo Kusch
selecciona una serie de fragmentos del discurso de doña Sebastiana para mostrar
el pensamiento popular mítico. El centro del testimonio de doña Sebastiana se
refiere a un manosanta, acusado de ejercicio ilegal de la medicina y
encarcelado. El manosanta está investido de cierta sacralidad, ya que se
presenta como una especie de intermediario entre Dios, lo sagrado, y el mundo de
los hombres, lo profano. Y doña Sebastiana se queja de que este manosanta,
apresado y encarcelado, ya no puede atender a los pobres –porque este manosanta
atiende a los pobres– y así tienen que venir diez manosantas para que llegue el
juicio final. Los que más se benefician con la persecución del manosanta son los
médicos, que no quieren dejar de ganar plata, dice doña Sebastiana. A partir de
este manosanta que atiende a los pobres y con el cual los pobres se entienden,
Kusch elabora una ontología de la pobreza como una manera de “estar” en el
mundo.
Ser pobre no significa carecer de cosas (de otro modo estaríamos en el
pensamiento economicista occidental, del cual Kusch quiere alejarse): ser pobre
es algo así como estar inmóvil o estar enfermo, es ser una especie de inválido.
Lo que curaría el manosanta –porque no cura ninguna enfermedad objetiva– es la
caída, y la pena, la cuita (dice Kusch) de esa caída en la existencia. El efecto
que tiene la cura se resuelve finalmente en un “estar andando” y en una
afirmación de su ser como posibilidad. El pobre del pensamiento popular no busca
ser, no busca afirmarse como ser, sino que se afirma a partir de una negación,
afirma así su “estar siendo” y este concepto, el del “estar siendo”, constituye
el más importante de los conceptos de Kusch en relación con el pensamiento
popular.
El “estar siendo” sería la única manera de salvarse de la caída. Lo que
Heidegger llama “caída”, en el pensamiento popular se vive no como la pérdida de
algo, sino como un estado de desequilibrio que hay que compensar, retornar a un
equilibrio, pero no un equilibrio objetivo sino un equilibrio cósmico. Y, cuando
se buscan las causas últimas (o primeras) del mundo y de este Cosmos, este
pensamiento tiene connotaciones religiosas. Que no por eso dejan de ser míticas
también, porque lo religioso en Kusch se interpreta míticamente.
Dice Kusch que la verdad está en lo no pensable, que solamente puede traducirse
como silencio. El pensamiento americano, para Kusch, se origina en lo
profundamente silencioso. Sin embargo este silencio, este discurso vacío,
difiere del discurso vacío de la razón, de la objetividad científica. Son dos
vacíos distintos. El vacío del pensamiento popular americano genera, a partir de
un impensado inicial, una serie de afirmaciones, traza todo un mundo en el que
basta recorrer un circuito simbólico para, por ejemplo, comer. Algo que el
pensamiento científico o el pensamiento teórico no ha llegado a resolver: cómo
dar de comer a todos. En el testimonio de los quechuas se relata cómo,
recorriendo un cierto camino, a partir de un horizonte simbólico, todos comen.
El cómo se come, en el pensamiento popular, no se piensa de manera económica,
sino mítica, por supuesto, pero soluciona un problema que la teoría económica no
ha resuelto.
En el discurso de doña Sebastiana, Perón ocupa también un lugar simbólico que
intermedia entre lo sagrado y lo profano. Del mismo modo que al ser expulsado el
manosanta, al no permitírsele que atienda a los pobres, que están inválidos y no
pueden solucionar sus problemas porque son pobres, y además no pueden tomar un
ómnibus que pasa por la ruta porque no paran para los pobres, después de Perón
se ha producido una ruptura del equilibrio de las cosas: ha vuelto el
desequilibrio de la caída. Con Perón, en cambio, había una economía para todos y
en esta economía para todos se restituía el equilibrio del mundo. Los ricos, los
extranjeros, en el discurso de doña Sebastiana, los médicos y los políticos que
prometen, pero no hacen, ocasionan un desarreglo del orden simbólico y desafían
a Dios. En este orden simbólico, toda ruptura del equilibrio que se logra a
partir del ordenamiento mítico del mundo desencadena lo que los griegos
llamarían hybris, una violentación cósmica que provoca la ira y el castigo de
Dios.
De modo que Perón, para doña Sebastiana, viene a traer la solución a este
desorden simbólico que los médicos, los ricos, los extranjeros, han provocado. Y
lo han provocado, además, porque el manosanta cura sin instrumentos, simplemente
con la mirada, con hablar, con tocar, mientras los médicos curan con
inyecciones, con píldoras, y eso no es curar. El orden mítico-simbólico no es
instrumental. El orden de lo real-objetivo es instrumental, y suscita un
desequilibrio porque produce un exceso de cosas, un exceso de teoría, un exceso
de bienes, lo que en otro texto llama Kusch el “patio de objetos”.
La cultura urbana constituye un mundo cosificado (eso que el marxismo. en
palabras de Lukács, designaría como cosificación): el ser de la existencia
convertido en cosa, solamente en cosa, ese “patio de los objetos” o “la mala
vida porteña”, como se titula un libro de Kusch. Como sea, el problema de
América no sería un problema de cosificación, como lo entiende el marxismo, sino
un problema humano, de las malas relaciones humanas con las cuales los hombres
se instalan en el mundo.
El farol
En oposición al orden del mundo de los pueblos americanos está el orden de
Occidente, el orden entero de Occidente que se relaciona con ese orden simbólico
de una manera que Kusch señala con un nombre políticamente muy claro: imperio.
El orden occidental del mundo se relaciona con estos mundos simbólicos bajo la
forma del imperium, bajo la forma de la dominación política sobre un mundo que
–desde la perspectiva occidental– es irracional, oscurantista, atrasado o
subdesarrollado.
El índice diferencial de estos dos órdenes de mundo –uno que domina y el otro
que, en última instancia, resiste– es que en el orden occidental rige una imagen
del mundo como objetividad, como un conjunto de cosas que son objetivables,
cuantificables, cognoscibles a partir de los postulados del conocimiento y de la
constitución de un sujeto del conocimiento por intermedio de la razón, una razón
que tiene como efecto principal, en Kusch, el de cosificar el mundo. En cambio,
lo que Kusch llamaría cultura de los pueblos americanos no se funda sobre la
objetividad, sobre un mundo en que las cosas son algo determinado. En el orden
simbólico que estudia Kusch, las cosas son más bien algo indeterminado, y no
solamente las cosas: también los hombres son indeterminados. Kusch utiliza
varios sinónimos para nombrar este mundo: “popular”, “originario”, “seminal”,
“mítico”, “natural”, “simbólico”, “arcaico”. Y esa última palabra, “arcaico”, no
quiere decir primitivo sino lo originario, en el sentido de la palabra griega
arjé –la raíz de “arcaico”– como lo primero y lo principal, lo de primer rango.
En este mundo simbólico de lo popular acontecen fenómenos mágicos,
sobrenaturales, como relata otra de las informantes de Kusch, Ceferina. Ella
cuenta que cerca de su casa hay algo que se llama “el farol” y que acompaña a
los caminantes. Los caminantes solitarios son acompañados en la noche por un
farol; simplemente los acompaña y dice la señora Ceferina que no hay que hacer
nada ante esa luz. Ni acercarse, ni asustarse, ni correr. Sólo dejar que el
farol acompañe al caminante solitario, a cualquiera de nosotros, en la noche. De
este tipo de fenómenos hay varios en los testimonios de los informantes. Estos
sucesos desde el punto de vista racional y científico no pertenecen a lo real,
pero es que el orden simbólico no pertenece al mundo organizado según la razón y
la objetividad. El símbolo sería un nexo entre lo indeterminado y lo absoluto,
lo impensable, que en un sentido religioso se puede decir también “dios” o
“dioses”, sólo que para Kusch eso implicaría objetivar ese absoluto, esa
alteridad, lo radicalmente otro a la experiencia humana del mundo: aquello más
allá de las imágenes, de la representación, de la palabra, y por lo tanto, de la
razón, pero que hace posible que haya palabra, que haya pensamiento,
representación, mundo.
Sebastiana está hundida en lo mítico o en lo mítico-religioso, en cambio
Ceferina está entre dos mundos, hace una experiencia intermedia. Por ejemplo, a
Kusch todo el tiempo le solicita favores: si no le puede conseguir trabajo para
el hijo porque no tienen tan buena posición como ella, etcétera. Ceferina tiene
por un lado clara conciencia de la objetividad y de la presión de la cosas, pero
también tiene una clara conciencia de la opresión de lo absoluto y de lo mítico.
Ha trabajado de sirvienta en la ciudad y se mueve en un corredor, en un borde
ambivalente. Está a la vez del lado de la objetividad, porque sabe en qué
consiste la objetividad, los códigos de la objetividad, el peso de las cosas, la
gravidez de las cosas, y también conoce en qué consiste lo otro, lo mítico, la
relación con lo trascendente, con la alteridad.
Entonces, la ontología de la pobreza que Kusch elabora a partir de los datos de
las informantes no está pensada en términos económicos, de carencia de cosas. Si
pobreza significa eso, no tener cosas, estar privado de ciertas cosas prácticas
que pueden beneficiar la eficacia de la vida cotidiana, la pobreza popular (o
como vive lo popular la pobreza) no es eso. La pobreza ontológica se vincula con
el carácter de finitud de la existencia humana. Ser pobre significa no ser
plenamente dueño de sí, con todas las resonancias existencialistas del caso que
Kusch no rehúye. Ser pobre supone no ser plenamente dueño de uno mismo, no ser
plenamente, sino estar de una manera provisoria e indeterminada. Existencia –existentia–
quiere decir en latín: “estar parado de pie ahí afuera”. Y en eso consiste la
pobreza popular, en esa experiencia, esa vivencia de ser alguien inválido,
alguien inmovilizado “ahí afuera”, alguien que tiene que curarse de ese estado
de pobreza, salvarse de ese estado de pobreza y para ello tiene que articular un
mundo que signifique algo.
Kusch dice que en el pensamiento popular, en oposición radical al orden de la
objetividad, hay una necesidad de dar un sentido a la existencia. En la
organización del mundo objetivo y racional que critica Kusch se ha perdido el
sentido sagrado de la existencia.
Según Kusch, Occidente ha penetrado en este orden simbólico como un imperium y
lo ha destruido, y no sólo lo ha destruido porque impuso sobre la cultura de
estos pueblos otras categorías culturales, sino que además generó la
colonización interna. Kusch trabajó con el antropólogo Luis Rojas Aspiazu, en
Bolivia, en el proyecto Waykhuli, en una comunidad de quechuas para
reculturizarla dándoles las condiciones necesarias para que puedan reconstruir
su propia cultura, que antes de esta experiencia se encontraba desbaratada.
Desbaratada, reitera Kusch, por la imposición de modelos culturales y ante todo
económicos que estas culturas rechazan en la medida en que los interpretan como
una agresión a su propio orden simbólico del mundo.
El proyecto de Rojas Aspiazu consistía en reconstituir la cultura de esta
comunidad y en reconstituir relaciones culturales, sociales y económicas donde
el problema del hambre, que no ha resuelto la teoría económica occidental, se
soluciona. No se soluciona a partir de un plan con unos objetivos económicos que
se propongan distribuir los bienes de alguna manera que no afecte el
funcionamiento general de la economía, sino de modo radicalmente diferente:
comer forma parte de un conjunto de actividades y de estructuras simbólicas, de
todo un circuito que hay que recorrer y donde se canta, se baila, se trabaja, se
realizan ritos y en algún momento, también, se come.
* Docente en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Autor de Para una
metafísica argentina y otros ensayos. Texto extractado de “Rodolfo Kusch:
América mestiza y antropología filosófica americana”, incluido en Qué es el
peronismo. Una respuesta desde la filosofía, de J. Bolívar, R. H. Ríos y José L.
Di Lorenzo, de reciente aparición (ed. Octubre)
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