Santos Guayama, el gaucho que murió nueve
veces
Por Pedro Patzer
Uno de los que encarnó el misterio de eso que llamamos ser gaucho (no el gaucho
de desfile, ni de centro tradicionalista, sino gaucho a los Güemes, gaucho hijo
de la intemperie cultural de la América morocha) fue el sanjuanino José de los
Santos Guayama, un héroe de los confines de nuestra historia (o de la historia
verdadera, la que fue de indio en indio, de gaucho en gaucho, de silencio en
silencio, de fogón en fogón, de guitarra en guitarra, de muerto en muerto) al
que su pueblo le ha levantado el más importante monumento que se le puede erigir
a un hombre: lo hizo leyenda (Ironía del destino: la misma provincia que diera a
Sarmiento, el que llamaba bárbaro al gaucho, dio a un gaucho al que su pueblo
santificó).
Tan fundamental era la presencia de Santos Guayama para los descalzos, que los
hombres de botas urdieron nueve comunicados oficiales de su muerte, en todos
aseguraban que el gaucho rebelde había sido atrapado y fusilado, lo que produjo
una reacción mágica del pueblo que lo bautizara: "el hombre que murió nueve
veces". No existe más eficaz certificado de eternidad de un héroe popular que su
sentencia de muerte expedida por los tiranos. En realidad (o en mito) , ocho
veces, ocho hombres decidieron entrar a la muerte con el nombre de Santos
Guayama, porque Guayama era como la copla popular, anónima, de todos y de nadie.
Por eso, cualquier descalzo ante el yugo del verdugo afirmaba ser don Santos, y
así consagraba su fusilamiento a otro renacer del Guayama del pueblo. Es decir,
un héroe está hecho de las hazañas de muchos desconocidos, como el canto de
Martín Fierro está conformado por todos los silencios de los nadies.
El zonda, biógrafo oficial de Santos Guayama, señala, en sus antiguos cuadernos
de tempestades, que Guayama llegó a ser lugarteniente del Chacho Peñaloza y
teniente coronel en las filas de Felipe Varela y que luego fue él mismo un
caudillo que, entre muchas aventuras, lograra en 1868 controlar la capital
riojana y hacerse de 200 fusiles.
Es decir, Santos fue uno de esos elegidos por la tierra para llevar a cabo el
alarido que los ríos, cerros, selvas y desiertos sugieren desde hace siglos en
este continente. Aunque la historia oficial lo haya desdeñado o eludido, “el
hombre que murió nueve veces” alcanzó eso que jamás consiguieron Sarmiento,
Mitre y Rivadavia: Santos Guayama se transformó en un santo de pueblo, en un
gaucho sagrado intérprete de las plegarias de los desesperados, que le levantan
ermitas, le encienden velas, y le adjudican milagros chiquititos pero
fundamentales, como un pedazo de pan o un sorbo de agua. De hecho Guayama lidera
en 1860 “la rebelión lagunera”, cuando las lagunas de Guanacache comenzaron a
secarse por las tomas hechas aguas arriba, perjudicando, como siempre, a los de
abajo. Un hombre que llevaba en sus venas los ecos de los bañados huarpes, no
podía mantenerse indiferente ante semejante acontecimiento.
Como tantos bandoleros divinos, Santos Guayama robaba y repartía entre los
pobres, esto - entre otras cuestiones que demostraban la sensibilidad de Santos
con los humildes - hizo que el padre Brochero, el cura gaucho, se acercara a él
y forjara una amistad que duró hasta la última muerte (la novena) de Santos
Guayama en 1879.
“Montonero de Guayama,/ el del poncho calamaco/ y la vincha colorada…/ el del
caballo de acero/ y la montura chapeada;/ el que lleva su hidalguía/ en la punta
de su daga/ y el que tiene cien victorias/ en su lanza de tacuara…/ ¿A dónde
vas, montonero, montonero de Guayama?”. (“Los Gauchos de Guayama” de Miguel
Martos).
La mayoría de los argentinos jamás escuchó hablar de Santos Guayama. Cierta vez
Arturo Jauretche propuso dar vuelta los mapas del mundo y hacer que el mundo
comience desde el sur. Habrá que hacer lo mismo con nuestra historia, darla
vuelta y hacer que ella empiece por los héroes de los de abajo.
Pan y Cielo, el blog de Pedro Patzer
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