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ZONA LITERARIA - EL TEXTO SEMANAL
MARÍA DE LOS ÁNGELES Y MARÍA MAGDALENA
MARECHAL, LAS HIJAS DE UN ESCRITOR ÚNICO
“Adán Buenosayres llegó antes de tiempo”
Trabajan desde hace años en la
recuperación y preservación del valioso archivo de su padre, sin ningún tipo de
apoyo ni subsidio. Revelan cómo era Marechal en familia y le apuntan a Elvia
Rosbaco por escribir sobre el original de Adán Buenosayres. También recuerdan
las mejores anécdotas del artista, como el día que llegó a Cuba y todos lo
creían muerto.
Mónica López Ocón
En el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara se le dedicaron
dos mesas de homenaje a Leopoldo Marechal. Una de ellas contó con la presencia
en el panel de sus hijas, María de los Ángeles y María Magdalena (Malena),
quienes accedieron luego a una entrevista con Tiempo Argentino. Desde hace años,
María de los Ángeles está dedicada a la recuperación del disperso archivo de su
padre, integrado por su biblioteca, manuscritos, fotos y objetos. Es creadora e
impulsora de la Fundación Leopoldo Marechal, que hoy preside, y una trabajadora
incansable en la preservación de la memoria del legado del autor de Adán
Buenosayres. María Magdalena se autodefine como directora teatral porque, aunque
también es autora, aclara que los textos que escribe siempre parten de la idea
de concretar un espectáculo. Es, además, profesora de teatro y orfebre de piezas
únicas y se ha dedicado a la preservación de la obra marechaliana desde su
condición específica de mujer de teatro.
–María de los Ángeles, ¿cuándo comenzaste a dedicarte por entero a la
preservación del archivo de tu padre?
MA: –Desde que murió mi padre estoy tras la recuperación de sus manuscritos,
libros, fotos, cartas. Comencé en 1988 a trabajar para concretar la fundación,
pero recién logré que se la reconociera en 1991, lo cual no dejó ni deja de ser
una patriada porque no hay dinero para este proyecto y yo tampoco lo pido porque
me da vergüenza. Entonces voy haciendo lo que se puede con el esfuerzo de mi
trabajo. Ahora que estoy en otra etapa de la vida diferente a los inicios se
hace más difícil sostenerla. En otra época había voluntarios, pero eso ya no
sucede.
–¿La fundación no recibe ningún tipo de subvención?
MA: –Hasta la fecha no. Trabajo en forma solitaria; formé un interesante
archivo, tipeo los manuscritos que recuperamos, algunos en un estado calamitoso,
después de 38 años de reclamos.
–¿A quién tuvieron que reclamarle esos documentos? ¿Quién los tenía en su poder?
MA: –La señora con la que convivía mi padre. En una época dijo que no existía
nada y tuvimos que poner abogados.
–¿Te estás refiriendo a Elvia Rosbaco?
MA: –Sí. Muchos creen que era nuestra madre, pero no es así. Nuestra madre fue
María Zoraida Barreiro, que muere muy joven. Nosotras quedamos huérfanas muy
chicas. Yo, que soy la mayor, tenía siete años y Malena, cinco recién cumplidos.
Cuando murió mi padre intentamos dialogar con ella, pero no se pudo. Si no nos
aceptó de chicas menos iba a hacerlo cuando ya éramos dos mujeres. Nosotras
somos las únicas herederas ya que mi padre era viudo, nunca volvió a casarse. Al
final del camino, después de años de reclamos, muchos de ellos jurídicos,
tenemos buena parte de sus manuscritos: editados e inéditos. En los últimos
cinco años los tuvo un académico, porque una sobrina de esta señora se los dio a
él, según dijeron, en custodia. Pero la custodia nunca se terminaba de
concretar, hasta que un buen día, el 30 de septiembre de 2008, los recuperamos.
Antes, yo había logrado por las buenas que un familiar de la señora Rosbaco nos
diera cartas y algún que otro manuscrito que había sido usado por esta señora
como borrador. Eran manuscritos de Adán Buenosayres. Sobre la letra diminuta de
mi padre escrita con lápiz ella escribía con tinta textos propios sobre temas
que eran de su interés. Puedo mostrar fotos de esto e incluso he puesto algo en
Internet. Nuestra intención no es agredir a nadie, pero el día que nosotras no
estemos alguien podría pensar que eso lo hacíamos nosotras, pero no fue así. Por
suerte hay testigos y las pruebas caligráficas demuestran que no fuimos las que
ensuciamos los manuscritos de Adán Buenosayres.
–¿Cómo se explica esta actitud?
María Magdalena: –No sé cómo se explica, pero te puedo contar la sensación
terrible, conmocionante que tuve cuando llega a mis manos la obra de teatro La
cacique, firmada por Elvia Rosbaco, y yo comienzo a leerla y me doy cuenta de
que era de mi padre. De esto no había la menor duda, desde la primera frase se
notaba el lenguaje poético y dramático de Marechal. Ahí me di cuenta de que era
una usurpación. No sé por qué escribía sobre los manuscritos de mi padre. Quizá
mi hermana tenga alguna teoría.
MA: –Yo no quiero calificarla, pero tengo una idea muy clara de que la obra de
nuestro padre fue víctima de las actitudes de esta señora, de su permanente
deseo de protagonismo y trascendencia.
–¿Ella intentó ponerlas pupilas en colegio?
MA: –No sólo lo intentó, nos puso pupilas.
–¿Y por qué el padre de ustedes aceptaba eso? ¿Es probable que tuviera un estado
depresivo luego de la muerte de María Zoraida?
MA: –Para mí, sí, aunque tal vez mi hermana tenga otra idea.
MM: –La verdad es que no sé si era un estado depresivo. Hay algo que ocurre con
los artistas que no ocurrió sólo con Leopoldo Marechal. Para los artistas lo más
importante es la obra. Son seres obsesivos con su obra. Eso hace que dejen otros
temas de lado o no les den tanta importancia. Ésta es una mirada benéfica.
–También es cierto que en la época en que ocurrió esto la crianza de los hijos
era cosa de las mujeres y los hombres prácticamente no intervenían.
MA: –Es verdad, era común, cuando la mamá no estaba, poner a los hijos pupilos.
Cuando era chica yo me colgaba del cuello de esta señora. Malena, en cambio,
siempre fue más distante, más observadora. Esta mujer nos decía que nos prometía
que nos iba a llevar de vuelta a nuestro hogar, que teníamos que decirle a
nuestro padre que estábamos contentas con ella.
–¿Cómo era Marechal en la vida cotidiana?
MM: –Prácticamente no tengo recuerdos porque era muy chica cuando dejé de
convivir con mi padre. Lo que sí puedo decirte es que cuando yo era muy joven, a
los 18 o 19 años, por una circunstancia anecdótica vuelvo a entrar en nuestra
casa y convivo con él tres escasos meses y ahí veo cómo era su vida. Era un
hombre absolutamente dedicado a su trabajo. Nuestro departamento era pequeño.
Tenía un hall de entrada que daba al escritorio, a un costado, y por el otro
lado a un pasillo que daba al resto de las habitaciones, incluidos los
dormitorios y demás instalaciones. En esa etapa él se acostaba y se levantaba
tarde, a las 14 cerraba la puerta de su escritorio y permanecía allí hasta las 8
de la noche. No atendía el teléfono, que era atendido por esta señora y se
reintegraba a la vida "familiar" a la noche, cuando cenábamos juntos. A veces
comentaba sobre lo que estaba trabajando. Recuerdo que ponía música de acuerdo a
los proyectos o pensamientos que rondaban en su cabeza. Tenía un enorme misal
devocionario, un libro muy hermoso con letras rojas que parecía iluminado a mano
como los libros antiguos. Estaba ubicado sobre un pedestal. Él lo abría y
cambiaba las hojas según lo que su universo mental transitara en cada
circunstancia.
–¿Por qué estuviste sólo tres meses en su departamento, que también era la de
ustedes y el lugar en que habían vivido con su madre?
MM: –Porque él me pidió que me fuera. Tal vez mi presencia perturbaba, no lo sé,
aunque yo vivía en la dependencia de servicio y estaba muy feliz con eso porque
también soy un ser al que le gusta la privacidad, la soledad, la lectura. En ese
momento yo estaba becada por la Universidad de Buenos Aires y también estaba en
contra de mi vocación profunda haciendo una licenciatura en ciencias químicas.
Hice la cuarta parte de la carrera en un año, por lo que me hubiera recibido en
cuatro, si no hubiera decidido cortar con todo eso y entrar al Conservatorio
Nacional de Arte Dramático. No sé qué era lo que molestaba, porque vivía
encerrada estudiando, pero él convocó a mi hermana para decirle que yo no podía
estar más ahí.
MA: –Sí, la hermana mayor parece que tiene que cumplir ciertas funciones.
MM: –Lo cierto es que Marechal se ocupó de su obra, no de sus hijas.
MA: –Sí, pero esto ocurrió luego de muerta su esposa, nuestra mamá, porque antes
fue un excelente padre, tan excelente padre que a nuestra abuela paterna le
llamaba la atención que él, que había sido de soltero un hombre un poco isla, al
que le molestaba el ruido para poder escribir tranquilo, nosotras nos subíamos a
su cabeza siendo chiquitas y él no decía nada. Lo que Malena recuerda de
adolescente, yo lo recuerdo de nena: en determinado momento, al atardecer,
cuando regresaba de su trabajo cerraba la puerta del escritorio. Si queríamos
entrar mamá nos decía que papá estaba trabajando. Nosotras cenábamos primero,
como se usaba en esos tiempos, y luego nos íbamos a la cama. Nuestros padres
cenaban solos. Tenemos dos miradas diferentes que corresponden a distintas
épocas de su vida.
MM: –Sí, dos miradas diferentes que coinciden en el punto de cómo era él con su
trabajo.
–Ahora hay una revalorización de Marechal, pero esto no fue siempre así. Cuando
apareció Adán Buenosayres sus propios compañeros martinfierristas renegaron de
él. María Rosa Lojo dice que fue un paria de su generación. ¿Cómo lo ven
ustedes?
MM: –Creo que Adán Buenosayres fue una novela absolutamente revolucionaria, muy
incomprendida desde el planteo mismo. Fue un hito en la literatura argentina
cuyos precedentes no eran claros. Fue la labor de un artista que pone sobre la
mesa una obra muy distinta de las conocidas hasta entonces. Creo que en un
principio no fue comprendida como obra artística.
MA: –Creo que fue una obra que llegó antes de tiempo. Lo mismo pasó con la
pintura de Xul Solar, con la de Pettoruti. Los tres llegaron antes de tiempo
MM: –Tan es así que el Adán Buenosayres se revaloriza con la aparición de El
banquete de Severo Arcángelo, que fue best seller, y que arrastró la figura de
Leopoldo Marechal vivo. Muchos creían que había muerto. Esto es algo que cuenta
él mismo con motivo de su viaje a Cuba, cuando fue convocado como jurado de la
Casa de las Américas. En una crónica que escribe de ese viaje dice que algunos
de sus colegas lo miraban con asombro al verlo vivo.
MA: –González Lanuza hizo una crítica feroz de Adán Buenosayres. Al grupo Sur no
le cayó bien la novela y el humor que Marechal manifiesta no sólo en esa novela,
sino a lo largo de toda su vida, no lo supieron interpretar. Él no pretendía
ofender a nadie. La novela aparece el 30 de agosto de 1948 en honor a Santa Rosa
de Lima. A los dos meses él viaja a Europa y cuando vuelve –esto nos lo ha
contado mi madrina, Elsa Ardissono, que era nuestra única prima hermana– se
entristeció profundamente cuando percibió el silencio que había alrededor de la
novela.
MM: –Vivió eso con mucho dolor, porque estaba convencido de que esa obra iba a
triunfar. Tenía una enorme expectativa y le dedicó muchísimos años.
–Él obtuvo muchos premios, ¿podía vivir de la literatura?
MA: –Vivía de la docencia. Nunca salió de lo que en una época era el Ministerio
de Justicia e Instrucción Pública y luego el Ministerio de Educación. A lo largo
de su carrera fue teniendo distintas mejoras en su trabajo; luego de estar 20
años con niños, necesitaba algo distinto. Primero lo nombraron profesor emérito,
dictaba clases de castellano y fue convocado, entre otras actividades, para
presidir la comisión de la tradición y el folklore. Era un hombre
intelectualmente valorado por sus pares. Mientras tanto, fue ganando premios: el
Municipal en el 29, el Tercer Premio Nacional en el 37/38 con Laberinto de amor
y Cinco poemas australes, el primer Premio Nacional en 1941 con El centauro y
Sonetos a Sophia. Además nuestra mamá era profesora de letras y también
trabajaba. Daba clases de castellano en el Normal nº 4. Algunas de sus alumnas,
transcurridos muchos años, se conectaron conmigo. Todas hablan maravillas de
nuestra madre.
MM: –Dicen que con ella entró un aire fresco porque empezó a hablar de los
escritores contemporáneos y no sólo de los del pasado.
MA: –No recuerdo si fue María Emilia Pérez quien comentó que nuestra madre les
decía que fueran a visitar a Borges.
–¿Frecuentaron a su padre de grandes?
MM: –Después de esa corta experiencia de convivencia yo seguí viéndolo. Cuando
estoy tratando de entrar al Conservatorio Nacional de Arte Dramático, me regala
un libro con las obras de Anton Chejov traducido al castellano pero editado en
Moscú y en el mismo momento en que me da el libro, me dice: "mediocre, jamás".
–¡Qué mandato pesado!
MM: –Yo tenía un profesor al que quise muchísimo, que era Enrique Ryma, quien
dirigió Antígona Vélez. Él le transmitía a mi padre mi camino en el teatro.
Luego, otro querido amigo, artista plástico, me dijo: "Andá a verlo, Malena, tu
padre es un hombre grande". Lo fui a ver y a la semana falleció. No sé por qué,
pero en todas las visitas que le hice, nunca vi a mi padre a solas. Yo era muy
joven y no se me ocurrió decirle que fuéramos a tomar un café fuera de casa.
Siempre estaba la presencia de esta señora. Mi padre callaba y ella hablaba
mucho de todo. Él, sentado en la reposera fumando su pipa intervenía poco.
MA: –Es extraño y doloroso que un padre no pueda hablar con sus hijas a solas,
pero ella imponía su presencia. Cuando yo cumplo 22 años lo visito. Estaba
sentado en su escritorio y yo frente a él. Me dijo con firmeza: "Vos te vas a
tener que hacer cargo de mi obra". Nosotras somos dos por lo que le pregunté
¿por qué yo? "Porque sos la mayor", fue su respuesta. Ése fue su mandato. Lo
escuchó Elvia Rosbaco y no te voy a contar lo que pasó, se alteró tanto que él
prefirió que yo me fuera. Nuestro padre tenía que vivir y al ser un hombre
afable, sensible, interesado en temas más trascendentes, no tenía esa energía
que existe, en especial en estos tiempos, para cortar de manera definitiva una
forma de vida que no le satisfacía. Él estuvo separado unos meses pero quiero
imaginar que, con los años, la situación mejoró, pese a un breve texto
manuscrito inédito y a algunas cartas recuperadas que… me dejan pensando. Todo
siguió igual salvo que nuestro padre se separó de sus familiares. En las cartas
de sus últimos años él cita en forma permanente a Rosbaco. Es como si hubiera
estado obligado a hacerlo.
–¿Cuáles son sus deseos para el futuro respecto de la obra de Leopoldo Marechal?
MA: –Anhelo que toda su obra ocupe el lugar que se merece, que se llegue a
interpretar que la hizo un hombre que amaba a la Argentina y a su crecimiento
educativo y social. Un pensador nacional que no debería ser acotado como lo fue
hasta ahora.
07/12/14 Tiempo Argentino
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