La “Colonia pirática” del Atlántico Sur
Por José Luis Muñoz Azpiri
“Hay que revolcar a la Argentina en el barro de la humillación, hay que
desalojarla de la tierra antártica que le corresponde a Gran Bretaña con
extensión de sus derechos y dependencias sobre las Falklands y sus dependencias
Georgia y Sándwich”. Winston Churchill (nieto)
Con un lenguaje y una argumentación que en estos días nos suena habitual y con
la grosera altanería que lo caracterizaba, el 6 de diciembre de 1831 el
presidente Andrew Jackson justificaba ante el Congreso de su país lo que sería
una práctica cotidiana de la política exterior norteamericana: el envío de una
fragata: “Hubiera colocado a Buenos Aires en la lista de los Estados Sud-americanos
con respecto de los cuales nada de importancia había de comunicarse que nos
afectara a nosotros, si no fuera por las ocurrencias que han tenido lugar
últimamente en las Islas Malvinas, en que el nombre de esa República ha sido
empleado para encubrir con apariencia de autoridad, actos perjudiciales a
nuestro comercio y a los intereses y libertad de nuestros conciudadanos”.
Se refería al episodio acaecido en el archipiélago de las Islas Malvinas que
terminó siendo un pésimo negocio para los Estados Unidos, dado que, tal como
destaca el historiador Ernesto J. Fitte, “El derecho que le negó a la Argentina
de poder prohibir en las cercanías de sus costas la matanza indiscriminada de
lobos y focas, hubo de tolerarlo más tarde a Inglaterra cuando este país se
incautó también de dos balleneros americanos que merodeaban por la zona” (1).
El 19 de julio de 1829 el Gobernador delegado de Buenos Aires, Martín Rodríguez,
creó la Comandancia Política y Militar para “las Islas Malvinas y las adyacentes
al cabo de Hornos en el mar Atlántico”, con residencia en la “Isla de la Soledad
y sobre ella se establecerá una batería bajo el pabellón de la República”. El
decreto expresaba: “Cuando por la gloriosa revolución del 25 de mayo de 1810, se
separaron estas provincias de la dominación de la metrópoli, España tenía una
posesión material de las Islas Malvinas y de todas las demás que rodean al Cabo
de Hornos, incluso la que se conoce bajo la denominación de la Tierra del Fuego,
hallándose justificada aquella posesión por el derecho del primer ocupante, por
el consentimiento de las principales potencias marítimas de Europa y por la
adyacencia de estas islas al continente que formaba el Virreinato del Río de la
Plata, de cuyo gobierno dependían”.
El cargo fue confiado a Luis Vernet, quien en 1819 había casado con la dama
oriental María Sáenz y adoptó a Soledad para residencia de su familia, llevando
asimismo algunos colonos ingleses y alemanes, así como un contingente de
criollos dedicados a las tareas campestres, entre los cuales se encontraba el
entrerriano Antonio Rivero, quién habría de protagonizar históricas jornadas en
1833.
En 1830 el “Adventure” y el “Beagle” navíos de la expedición del capitán Fitz
Roy que llevaron a bordo al naturalista Carlos Darwin, estuvieron en las costas
patagónicas, visitando Puerto Soledad, y asistieron a una velada en casa de
Vernet, donde su esposa tocó piezas musicales al piano.
Mientras gobernaba Vernet se celebró el primer matrimonio civil argentino en
Malvinas, entre el santiagueño Gregorio Sánchez y la porteña Victoria Enriques
el 29 de mayo de 1830.
La hecatombe ecológica
Durante el primer gobierno de Juan Manuel de Rosas en la Provincia de Buenos
Aires, Vernet prosiguió a cargo de la comandancia algo más de un año. El 16 de
octubre de 1830 el Nº 217 de “The British Packet and Argentine News” publicó una
circular de Vernet que decía: “El que suscribe, gobernador de las islas
Malvinas, Tierra del Fuego y adyacencias, en cumplimiento de su deber y de lo
expresado en el decreto dado por el gobierno de Buenos Aires el 10 de junio de
1829, para vigilar el cumplimiento de las leyes sobre pesca… informa… que la
transgresión a esas leyes no pasará desapercibida…”
En efecto, después de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la
Plata las autoridades de Buenos Aires comenzaron a preocuparse por los recursos
de la Patagonia, que estaban siendo expoliados. Durante el gobierno de Martín
Rodríguez (1821) se hizo una formal denuncia y se acometió la difícil tarea de
crear una compañía nacional de pesca. Se prohibió la matanza de lobos hembras y
sus crías, se reglamentó la pesca y se recomendó suspender el sacrificio de los
elefantes marítimos por varios años. Para entonces no menos de 60 navíos
ingleses y norteamericanos se dedicaban al faeneamiento de ballenas, focas,
elefantes y lobos en aquellas latitudes. Se aprovechaban sus finas pieles y con
sus grasas se fabricaban aceites industriales: un lobo mediano rendía entre 20 y
25 litros de aceite.
La matanza de lobos y elefantes se transformaba en una acción infernal. Los
loberos, muñidos de fuertes garrotes, y a riesgo de sus propias vidas,
destrozaban el cráneo de los animales para evitar que la piel se dañara. Los
sacrificios se realizaban en tierra evitando que los animales llegaran al mar.
El breve período de administración argentina de las islas se había caracterizado
por efectuar una administración más racional de los recursos naturales. En fecha
tan temprana como 1813 se otorga permiso a un bergantín para cazar lobos marinos
en el archipiélago, lo que equivalía a prohibir la caza sin permiso.
El historiador Mateo Martinic Beros documentó la caza comercial de lobos marinos
en los mares del sur y una de sus consecuencias funestas para nuestro país:
“A partir del último decenio del siglo XVIII, luego de la obtención de la
independencia de los Estados Unidos, la caza de lobos marinos australes fue
mayoritariamente realizada, hasta convertirse en verdadero monopolio, por los
atrevidos pescadores de Nueva Inglaterra que operaban con ligeros y prácticos
bergantines y sloops.
Con la codicia y la inconsciencia propia de quienes estiman inagotable un
recurso natural renovable, los foqueros fueron diezmando las manadas de lobos
marinos, aniquilando poblaciones enteras con lo que hubo necesidad de buscar
nuevas costas. De este modo muy pronto se abandonó la costa oriental patagónica
y los centros de caza se trasladaron a las Malvinas y otras islas más australes,
al laberinto fueguino y estrecho de Magallanes y a los canales del Patagonia
occidental, constituyendo la presencia y acción de estos foqueros la
consecuencia indirecta del redescubrimiento de la Antártida por Palmer y del
golpe de mano británico sobre el archipiélago malvinero” (2).
Las actividades de caza de lobos marinos aumentaron notablemente a partir de
1819, con el descubrimiento de las islas Shetland del Sur. La cantidad de barcos
loberos fue tan importante que hacia 1820 Buenos Aires y Montevideo eran los
puertos más importantes del mundo vinculados a este comercio. Entre 1820 y 1822,
solamente en las Shetland se registra la presencia de 91 barcos de caza. A esta
altura quedaban muy pocos lobos marinos en las islas Malvinas, y los barcos
cazadores debían emigrar más hacia el sur, aunque continuaran utilizando las
Malvinas como base de operaciones.
En 1820 toma posesión de las Malvinas en nombre del gobierno argentino el
coronel Daniel Jewett. En ese momento había más de 50 ingleses y norteamericanos
ocupándose de la caza de anfibios y la matanza de ganado en las islas. “Uno de
los principales motivos de mi cometido –dijo- es evitar la destrucción
desatentada de las fuentes de recursos necesarias para los buques de paso o de
recalada forzosa que arriben a estas islas”. Es decir, una propuesta
conservacionista y de administración racional de recursos naturales.
En forma simultánea, el Consulado de Buenos Aires se ocupó de apoyar una empresa
que proponía la caza de lobos marinos “en algunas islas que en la altura del
Polo Sur de este continente se hallan inhabitadas”.
Las dificultades de implementación de estos reglamentos se deben a que muchas de
las ideas eran anacrónicas por adelantadas: no cabían, no tenían sentido para
las necesidades de la época. Eran un ideal, ni siquiera una copia de las
realidades europeas.
La grasa de los cetáceos constituía el petróleo de la época. Fue tal la
envergadura y la fama mundial que esta aniquilación había adquirido, que incluso
escritores que jamás recorrieron nuestras costas lo utilizaron como símbolo de
la insensatez del afán de lucro desmedido y se inspiraron en las carnicerías del
Atlántico Sur para sus novelas:
“A cuatrocientos cincuenta kilómetros de las costas meridionales de la América
del Sur, o mejor dicho, del Estrecho de Magallanes, se halla el grupo de las
islas Malvinas descubierto sobre el año 1700 por navegantes franceses (sic) y
ocupado hace varios años por los ingleses, no obstante las reiteradas protestas
del Gobierno de La República Argentina.
Las dos islas principales (Gran Malvina y Soledad), contienen buenos puertos,
colinas, canales y muy pocas plantas, transportadas del Canadá y cultivadas con
gran cuidado, porque, cosa rara dada la agradable temperatura que allí se
disfruta, los árboles no crecen y se aclimatan con gran dificultad en aquella
tierra.
Estas dos islas se han hecho famosas por ser las principales estaciones de los
más audaces pescadores de los mares australes que van en busca de ballenas,
focas, cachalotes y otros mamíferos y peces de pieles estimadísimas y provistas
de grasas valiosas. Por eso al llegar la buena estación, en noviembre o
diciembre, porque allí el verano comienza en esos meses, se reúnen muchas naves
balleneras a completar sus provisiones en aquellos puertos, y de ellos parten
audaces flotillas, con diestros arponeros, para navegar por los helados mares
que rodean el inmenso y desconocido continente que rodea al Polo Sur.
He aquí la razón de que `por esos meses haya en las islas Malvinas marineros de
todas las naciones del mundo: ingleses, angloamericanos, daneses, holandeses,
etc. Y hasta italianos, porque también suelen ir allí no pocos hijos de Liguria.
Basta para despegar los labios de aquellos lobos marinos ofrecerles un paquete
de tabaco, una botella de whisky o de aguardiente, o de ron de Jamaica y las
aventuras llueven como granizo. Allí fue donde oí por vez primera las que voy a
contar…” (3).
Otro autor es, a su vez, más categórico:
“… el 15 de marzo dejamos atrás la latitud de las islas Shetland y Orcadas del
Sur, y allí me dijo el Capitán Nemo que antiguamente numerosas tribus de focas
habitaban aquellas tierras, pero los balleneros ingleses y norteamericanos, en
su genio de destrucción, sacrificando los adultos y las hembras preñadas, habían
conseguido dejar el silencio de la muerte donde antes existía la animación de la
vida” (4).
Hoy “Greenpeace” objeta nuestros emprendimientos industriales en aras al retorno
imposible de una Arcadia perdida y virginal, pero los primeros tiempos del
dominio británico se caracterizaron por la depredación a gran escala. La cacería
de pinnípedos continuó hasta que fue difícil encontrar ejemplares, hasta tal
punto que en 1908 se los consideraba extinguidos.
Desde 1803, año tras año, partían desde puertos ingleses, holandeses y
norteamericanos, expediciones a los apostaderos del sur de la provincia de
Buenos Aires y la Patagonia. La bahía San Blas, en la costa meridional
bonaerense, concentraba entonces gran cantidad de estos animales y los
expedicionarios emprendían allí frecuentes cacerías con lanzas, garrotes o armas
de fuego con ayuda de indígenas contratados que armados de antorchas, impedían
que los animales huyeran al mar. Otro método era arrearlos al agua y antes que
alcanzaran sitios profundos matarlos desde botes con arpones. En el período
1813-1819, de auge en la costa patagónica, se lograron por lo menos 1.765.000
litros de aceite de elefante marino, lo que equivalía en caso de aprovechamiento
óptimo y si solo se hubieran faenado machos de máximo desarrollo, a más de 2.500
ejemplares muertos. Como seguramente habría desperdicios y matanza de animales
de menor peso, la cifra tiene que haber sido mucho mayor.
Las Malvinas fueron también otro centro de explotación de la especie desde 1774;
en 1837, por ejemplo, se obtuvieron 295.000 litros de aceite. Cuarenta y un año
después, los elefantes marinos eran tan solo un recuerdo en el archipiélago.
Las islas Georgias del Sur fueron desde 1775 uno de los sitios más importantes
de caza de estos animales: entre ese año y 1820 desde allí llegaron a Gran
Bretaña más de 20.000 toneladas de aceite, extraídas de unos 35.000 ejemplares.
Hacia fin del siglo XIX la especie estaba en extinción en las Georgias y en 1908
Inglaterra dispuso medidas de control que no impidieron que entre 1910 y 1918
los británicos faenaran allí unos 26.000 animales (6.000 ejemplares grandes
perecieron en un solo verano) y que en 1921-1922 se obtuvieran 319.000 litros
del preciado aceite.
Por su parte la Compañía Argentina de Pesca explotó permanentemente apostaderos
de las islas australes, con un promedio de 5.000 a 6.000 animales por año; en
tierra firme, la última factoría funcionó en lo que es hoy el último apostadero
continental: la Península de Valdés.
Dada la regresión numérica del recurso, el interés de los cazadores se desvió
entonces hacia los pingüinos, cuya caza se hizo a gran escala y continuó hasta
la generalización del petróleo como combustible.
A partir del siglo XVI, barcos europeos atraviesan la región y suelen
aprovisionarse con gran cantidad de pingüinos y huevos. Desde mediados del siglo
XIX la Tierra del Fuego fue cada vez más frecuentada por pesqueros, balleneros,
“loberos” (cazadores de “focas peleteras”) y “guaneros” europeos,
estadounidense, chilenos y argentinos. Esto inicia una nueva etapa en la
relación entre el hombre y la fauna local y también es el comienzo del fin de
los indígenas de la región.
Las abundantes concentraciones de guano –especialmente de biguás y también de
pingüinos- ofrecen buen recurso para elaborar fertilizantes, y barcos ingleses
lo explotaron desde 1840 hasta 1885 –cuando el rendimiento decayó- en Río Negro,
Chubut, Santa Cruz y las Malvinas. Ello trajo aparejada la depredación de huevos
en considerable escala e implicó la disminución de la avifauna marina. También
“loberos”, marinos y mineros, cada vez más abundantes en la zona, saqueaban los
nidos. En 1898, por ejemplo, Payró relata cómo en la isla de los Estados un
grupo obtuvo en un día 44 latas con 120 a 130 huevos cada una. Pero más grava
para las distintas especies de Pingüinos resultó la caza para obtener aceite de
uso industrial. El benemérito capitán Luis Piedrabuena, de quién hablaremos más
adelante, se estableció en 1856 en la isla Pavón (Santa Cruz), desde comenzó a
competir azarosamente con los extranjeros en la caza de mamíferos marinos,
comercio de cuero con los indígenas y fabricación de aceite de pingüino. Para
esto se desplazaba con su barco e instalaba en distintos puntos su caldera de
vapor y el “tacho”, con capacidad para procesar 600 animales diarios, muertos a
palos por sus hombres. Pero sus relativos logros palidecen frente a la
producción inglesa en las Malvinas. Allí la caza de mamíferos marinos en pos de
pieles y aceites se remontaba al siglo XVIII, pero desde 1820 repercutió
drásticamente en los pingüinos: ante la carencia de leña empezó a cazárselos por
miles para obtener sus pieles, empleadas como combustible en las calderas para
aceite. También se fabricaba aceite de pingüino; en 1892 fuentes de origen
británico señalan una matanza anual de 1.300.000 pingüinos, que los llevó al
borde de la extinción.
En el siglo XX, si bien la caza se mantuvo en el continente, las medidas
proteccionistas permitieron cierta recuperación de las especies y dieron lugar a
polémicas aún no cerradas. Los aborígenes fueguinos no tuvieron igual suerte: la
disminución de la fauna que los sustentaba, las epidemias importadas, cuando no
la violencia directa, los terminaron de extinguir en las primeras décadas del
siglo XX.
En cuanto al territorio continental argentino, la depredación se llevó a cabo en
parte por las dificultades para realizar controles en un país extenso y poco
poblado. La destrucción de recursos fue más intensa en los casos en que había un
destino industrial (en cuyo caso se sistematizó la caza y se hicieron
inversiones, lo que valía la pena si el recurso estaba concentrado), que cuando
se destinaba al consumo local. Era difícil tener criterios conservacionistas
cuando no se conocía el territorio y cuando extranjeros cazaban animales que no
tenían uso en el país. Eran animales que no tenían una utilización definida y el
europeo tiene tradición de cazador-exterminador.
Pero estas dificultades explican tan solo una parte de los hechos. La realidad
es que las pocas veces que alguien quiso cuidar un recurso natural y puso empeño
en hacerlo, consiguió algunos resultados parciales. Véase lo que ocurrió con el
comandante Oyuela en Carmen de Patagones: “Impuso a la pesca que hacían los
extranjeros de los elefantes y los lobos un derecho provisional de 5 pesos
fuertes por tonelada y dictó un reglamento de policía prohibiendo que se matasen
hembras y lobos aún pequeños. Alegando que esto era desusado, los pescadores se
resistían a dicha imposición y caso hubo como el de la fragata francesa Comète
que contestó que la pagaría a cañonazos. Sucesivamente, prohibió la matanza de
lobos a los extranjeros, concediendo el privilegio a los naturales, de quienes
aquellos debían comprarlos. Pero, por desgracia, tal había sido el desorden con
que antes se había hecho la matanza de lobos y elefantes, y la disminución
consiguiente de ellos, que Oyuela la prohibió completamente durante varios años.
Este antecedente muestra la factibilidad del control de recursos faunísticos
cuando existe un funcionario leal, dispuesto a pelearse con las fragatas en
lugar de asociarse con ellas. Por alguna razón esta clase de hombres no abunda
en la época que estamos considerando. Si a ello se une la ausencia de una
conciencia y una política conservacionista, sólo nos quedan los testimonios de
la depredación.
Un caso interesante de las implicancias geopolíticas de la sobreexplotación de
los recursos naturales puede advertirse en la historia del Japón. Sabida es la
predilección culinaria nipona por la carne de ballena, pero menos conocida es la
causa del abandono de su voluntario aislamiento: precisamente los cetáceos.
Dice Kanji Kikuchi en su interesante y didáctico librito “El origen del Poder.
Historia de una nación llamada Japón” que en 1853, cuatro barcos pintados de
negro dirigidos por el Comodoro M.C.Perry (1794-1858) de la marina de los
Estados Unidos aparecieron en la bahía de Tokio (Edo, entonces) y exigieron la
apertura del Japón. ¿Por qué Perry, quiere decir, los Estados Unidos, tenía tan
especial interés en abrir el Japón? La respuesta: las ballenas.
En aquel entonces, los puertos japoneses se necesitaban como bases de
reabastecimiento para los buque balleneros de los EE.UU. Los norteamericanos,
conquistando la frontera oeste, habían llegado a California. La población
norteamericana estaba en franca expansión y la demanda de grasa de ballena, como
aceite para las lámparas y la materia prima para fabricar alimentos y jabones,
crecía cada vez más. Al principio, los norteamericanos cazaban las ballenas en
el Océano Atlántico, en todo el Atlántico (incluidos nuestros territorios
insulares), pero al exterminarlas (los cachalotes del Atlántico) se trasladaron
al Pacífico y pronto se convirtieron en los dueños del Pacífico Norte. Los
buques balleneros salían de su base en California y tomaban a las islas Hawai
como base de reaprovisionamiento. Según la estadística del año 1846, los buques
balleneros norteamericanos en el Océano Pacífico sumaron 736 y la producción
anual del aceite de ballena llegó a 27.000 toneladas.
Estos buques balleneros persiguiendo cachalotes navegaron desde el Mar de Bering
hasta la costa norte del Japón. Entrando al siglo XIX, los buques balleneros
norteamericanos aparecieron varias veces por las costas japonesas, pidiendo
suministros de agua y comida, además de combustible. Porque la autonomía de esos
balleneros que navegaban a vapor no era suficiente para un viaje que demorara
más de cinco meses.. conseguir la base de reabastecimiento en Japón, o no, era
de vital importancia para mejorar la productividad de estos buques factorías.
Sin embargo, las autoridades locales de las pequeñas aldeas de pescadores del
Japón automáticamente rechazaron a los buques balleneros y ni siquiera les
permitieron desembarcar. Para ellos no hubo ningún tipo de discusión al cumplir
la orden de la Carta Magna celosamente respetada durante siglos por sus
antepasados. A nadie le importaba el porqué del aislamiento. No tratar con los
extranjeros era simplemente una regla de juego que había que cumplir so pena de
muerte, y punto. La ley del aislamiento ya formaba parte del ser japonés.
El comodoro Perry volvió a la bahía de Edo en el año siguiente (1854), esta vez
con siete negros buques de guerra, y llegó hasta la distancia adecuada para el
alcance de sus modernos cañones que apuntaban al castillo y a la ciudad de Edo,
y exigió de nuevo la apertura. El Shogunato de Tokunawa, completamente asustado,
firmó el acuerdo de amistad con Norteamérica, concediendo dos puertos como base
de reabastecimiento para sus barcos.
Después de depredar las adyacencias de Malvinas, Estados Unidos le abría las
piernas al Japón. Con la doncella Soledad no fue tan suave.
Esta iniciativa de administrar racionalmente los recursos naturales del
Atlántico Sur fue el comienzo de un conflicto de larga data, aún no concluido,
cuya última manifestación fue la dolora herida de 1982. El celo del entonces
gobernador argentino, Luis Vernet, por hacer respetar la legislación que
representaba, lo llevó a apresar tres buques de bandera norteamericana que
faeneaban sin la correspondiente licencia: las goletas Breakwater, Harriett y
Superior. la primera logró huir y dar aviso a un buque de guerra, la corbeta
Lexington al mando de Silas Duncan, quién, con una curiosa interpretación de la
Doctrina Monroe, ingresó a las Malvinas enarbolando pabellón francés – como
cualquier corsario o filibustero en tiempos de guerra – y en nombre de los
derechos de los ciudadanos estadounidenses – el 28 de diciembre de 1831 arrasó
la colonia, saqueó sus instalaciones y dispersó a pobladores desarmados.
Haciendo caso omiso a la Doctrina Monroe, la potencia septentrional alegó en el
curso de la discusión que no estando comprobada en forma incuestionable que las
susodichas islas integraran el patrimonio de la república – pues existía una
reclamación latente interpuesta por Gran Bretaña – no tenían justificativo legal
los actos de autoridad ejercidos por Vernet. La usurpación británica de 1833
sería la consecuencia natural.
Tras dejar Río de Janeiro el 3 de noviembre y hacer escala en Montevideo el 17
permaneció frente a Buenos Aires, donde recibió denuncias de la captura de
varios barcos de pesca de bandera estadounidense por parte del gobernador de las
Islas Malvinas Luis Vernet: las goletas Harriet (Gilbert Davison), Breakwater
(Carew), Superior (Conger) y Belville.
La conservación de los recursos pesqueros y balleneros fue un eje central en la
actividad de las nuevas autoridades malvinenses. Debido a la alarmante
depredación de que eran objeto, una de las primeras leyes de Vernet fue prohibir
la caza de focas y a cada embarcación que arribaba se le hacía llegar una
circular donde se informaba que “(…) a todos los capitanes de los buques
ocupados en la pesquera en cualquier parte de la costa perteneciente a su
jurisdicción les ha de inducir a desistir, pues la resistencia los expondrá a
ser presa legal de cualquier buque de guerra perteneciente a la República de
Buenos Ayres; o de cualquier otro buque que en concepto de infrascripto se
preste para armar, haciendo uso de su autoridad para ejecutar las leyes da la
República. El suscripto también previene contra la práctica de matar ganado en
la isla del Este”.
El incidente que disparaba su intervención era el de la Harriet, que tras haber
recibido de Vernet en noviembre de 1830 órdenes formales de no cazar focas, no
solo las desobedeció, sino que comunicó a Vernet que lo había hecho y que eso no
era de su incumbencia y continuó haciéndolo hasta su captura el 30 de julio de
1831.
Después de intercambiar correspondencia con George W. Slacum, quien aunque sin
nombramiento actuaba como cónsul estadounidense tras la muerte de John Forbes,
quien transmitía su reclamo al ministro de asuntos exteriores Tomás Manuel de
Anchorena y remitir él mismo un oficio exigiendo el fin de las restricciones a
la pesca y caza de focas, la devolución de los buques capturados, la
indemnización a sus propietarios y el enjuiciamiento de Vernet como pirata, el 7
de diciembre envió un reporte al secretario de marina Levi Woodbury y el 9
partió rumbo a las Islas “para proteger el comercio y a los ciudadanos de los
Estados Unidos” y “desarmar a esos sinvergüenzas y expulsarlos de las islas,
único modo de prevenir que se repitan esos ultrajes”.
El 28 de diciembre la Lexington entró en la Bahía Anunciación bajo bandera
francesa. Invitó al segundo de Vernet, Matthew Brisbane y a Henry Metcalf a
bordo y cuando acudieron los arrestó. Hecho esto, capturó la pequeña la goleta
Águila, desembarcó sus fuerzas y detuvo a la población del pequeño poblado de
Puerto Luis, saqueó las instalaciones, clavó los cañones y quemó la pólvora.
La población, exceptuando los gauchos del interior, fue subida a bordo de la
Lexington, siete de ellos encadenados, tras lo que Duncan abandonó las islas,
sin registrar lo sucedido en el cuaderno de bitácora.
El 3 de febrero de 1832 la Lexington arribó a Montevideo, desde donde Duncan
informó a su gobierno que “había decidido hacer pedazos y dispersar esa banda de
piratas”. Se dirige directamente al secretario de marina porque a resultas de su
acción había sido separado del mando por su superior el comodoro George Rodgers,
comandante de la escuadra del Atlántico Sur llegó a Buenos Aires en mayo de 1832
devolviendo a los prisioneros pero reclamando por lo que consideraba una
violación del libre derecho de pesca.
El incidente de la fragata Lexington ocasionó un serio conflicto con las
autoridades argentinas, quienes alegaba que Vernet en tanto Gobernador de las
Islas Malvinas, tenía derecho de confiscar los buques en la zona que
incumplieran las leyes. El comodoro George Rodgers llegó a Buenos Aires en mayo
de 1832 devolviendo a los prisioneros pero reclamando por lo que consideraba una
violación del libre derecho de pesca.
Las relaciones entre Washington y Buenos Aires quedaron prácticamente
interrumpidas durante los siguientes once años. La correspondencia sobre este
incidente entre los dos países continuó por cincuenta años hasta que, en marzo
de 1886, el departamento de estado le aconsejó al representante argentino en
Washington que no se discutiera más el caso mientras la posesión de las islas
fuera disputada por Gran Bretaña. .
El mito de Monroe
Para el presidente Jackson se trató del escarmiento a una “colonia de piratas y
contrabandistas” sobre la que no reconocía la soberanía de la nación del Plata.
La expulsión de sus ocupantes era el precedente de otros desalojos como el de
los cherokee de Georgia, empujándolos hacia Alabama y luego hacia las tierras
improductivas al otro lado del Misisipí, mediante sobornos y otros
procedimientos. Pero muchos consideraban que el gran río era el “valle de de la
democracia”. Hacia 1850 dicho valle quedaba ya densamente poblado y cultivado,
habiéndose expulsado a las tribus indígenas mucho más al oeste y sin demasiadas
ceremonias. Los territorios de la orilla oriental estaban divididos en estados,
muchos de los cuales se adhirieron en tropel a la Unión: Luisiana en 1812,
Missouri en 1821, Arkansas en 1836, Iowa en 1846. Lo que comenzó siendo un goteo
se transformó en una inundación que arrolló todo a su paso hasta la costa del
Pacífico, en California.
El 2 de diciembre de 1823 James Monroe había enunciado la doctrina de su nombre,
la cual tenía algunas limitaciones en su enunciado, generalmente conocido como
“América para los Americanos”, pues establecía que Estados Unidos no
intervendría para expulsar a las potencias europeas con colonias ya
establecidas; que nuestro continente no debería ser considerado como objeto de
colonizaciones futuras; que Estados Unidos no intervendría entre guerras de
naciones europeas, pero que no actuaría con indiferencia si se atacaba a
naciones sudamericanas y que toda intervención contra esas naciones sería
considerada enemiga. Parecía desprenderse de ella que Estados Unidos renunciaba
a anexiones de otros países del continente, pero no cumplió con esta cláusula en
el caso de México y tampoco respetó la colonia española adquirida, y bien de
antiguo, de Cuba. Tampoco lo cumpliría en el caso de Malvinas, ni en los
bloqueos anglo-franceses, ni en los sectores antárticos de Chile y la Argentina.
La doctrina, aunque llevó el nombre del presidente Monroe, fue redactada por su
secretario de estado John Quincy Adams. Su motivo, el peligro que la Santa
Alianza europea formada por Austria, Prusia y Rusia quisiera intervenir a favor
de la monarquía española y contra la insurrección de las colonias americanas,
cuyos diversos focos llevaban diez años ardiendo ininterrumpidamente. En
realidad, en la práctica fue la teoría para legitimar la dominación y la
intervención sobre el resto del Hemisferio para lo cual construyó un mito que
aún perdura. La primera mención al “Destino Manifiesto” surgió en 1845 gracias a
un termocéfalo periodista llamado John O´Sullivan, cuando escribió que “la
realización de nuestro destino manifiesto consiste en expansionarnos por el
continente que nos ha concedido la Providencia para el libre desarrollo de
nuestra población, que todos los años se multiplica a millones”.
El “Destino manifiesto” convenció a muchos de los semianalfabetos que leían los
periódicos, se les sugirió la idea que el expansionismo norteamericano tenía una
justificación moral, y les convenía creerlo. De este modo podía exterminar
indios y mexicanos, creyendo que eran unos salvajes infrahumanos, y hostigar a
británicos, españoles y franceses considerándose impecablemente justificados por
hacerlo. Negarlo equivalía a negar el patriotismo de aquellos estadounidenses, y
tal vez incluso su virilidad. Incluso en pleno siglo XX, Taft, siendo presidente
entre 1909 y 1913 pudo decir: “Todo el hemisferio será nuestro de hecho, como en
virtud de nuestra superioridad de raza (sic) ya es nuestro moralmente”. No en
vano su coterráneo Mark Twain contestó irónicamente: “La bandera norteamericana
no tiene que tener las cuarenta y ocho estrellas sino cuarenta y ocho
calaveras”.
Cerco a la Antártida
Hacia 1830, Inglaterra seguía liderando a todas las naciones con su poder naval
y su Revolución Industrial que, en su necesidad de nuevos mercados, impelía a la
expansión imperialista. Salía de la etapa artesano-industrial para entrar en la
industrial capitalista. En lo económico, principalmente marítimo, el crecimiento
de Estados Unidos y las recientes naciones sudamericanas ofrecían una enorme
área de desarrollo para la industria y los capitales británicos. Por eso el
tránsito del mercantilismo a una política de libre comercio fue una consecuencia
natural. Con el dominio de los mares, Inglaterra buscaba y ocupaba posiciones
estratégicas y explotaba los recursos naturales necesarios para sus fábricas. El
Imperio Británico fue, básicamente, costero e insular, por eso se lo ha
caracterizado como puntiforme, diferenciándolo de otras como la de la mayoría de
los países europeos e incluso los propios Estado Unidos que fueron del tipo
uniforme. La talasocracia inglesa, esto es un imperio asentado en el dominio de
los mares, se fundó sobre el control de innumerables puntos sean estos ínsulas o
costas separadas entre sí. Todos estos puntos tenían un común denominador: su
carácter estratégico, es decir, que cimentaban el dominio de las grandes rutas
marítimas, a través de las cuales Inglaterra dominó el comercio mundial, tanto
el lícito como el corsario. En el Atlántico Suroccidental, en el Mar Argentino,
al igual que hoy efectuaba actividades ilegales de pesca, pero todavía no había
podido obtener una posición importante en el Atlántico para poder dominar los
pasajes interoceánicos: la puerta al Pacífico, Australia y Nueva Zelanda, de ahí
el interés por el archipiélago malvinero.
En el Mediterráneo, Inglaterra usurpó Chipre, Creta, Malta y Gibraltar, con lo
cual obtuvo el dominio de la ruta hacia el cercano oriente. Construyó el Canal
de Suez para comunicar aquél con el Mar Rojo, apuntando hacia la península
arábiga.. En ésta, asentó sus reales en Omán, Adén y otros sultanatos, todos
costeros. Se repartió con la Rusia zarista dos zonas de influencia en Irán
(1907). Incorporó al imperio a Pakistán y la India y, para controlar la ruta de
navegación a Ceylán. Ya en el Extremo Oriente, dominó Birmania, Singapur – pieza
clave para el contralor del estrecho de su nombre – en la Malasia, y por ende la
ruta hacia Australia, las islas de Indonesia, China e Indochina. Completaban el
plano imperial dos posesiones fundamentales: el norte de Borneo y Hong Kong.
En América, desde la implantación inglesa en Terranova en 1583, fue asumiendo el
contralor de diversas ínsulas claves, tanto en el Caribe como en América del
Sur, Bermudas, Dominica, Granada, Santa Lucía, Santo Tomás, Jamaica, Trinidad,
Ascensión, Santa Helena (estas dos no pertenecen geográficamente a nuestra
América, pero es indubitable que entran dentro de nuestro ámbito geopolítico,
como lo prueba la utilización de Ascensión como trampolín para la agresión en el
Atlántico Sur), Tristán da Cunha, Sandwich, Georgias y Malvinas, sin olvidar a
las Shetland del Sur que pertenecen a la Antártida, pero que poseen proyección
sudamericana. Asimismo, existe otra posesión, que aún subsiste aunque se halla
deshabitada: isla Gough, aproximadamente en la latitud de 42° sur, dominando el
arco que se desarrolla entre el cabo de Buena Esperanza y la Península
Antártica.
Las Malvinas no son solo una mutilación colonial en el continente americano,
sino que es la consolidación de tres décadas de presencia marítima, aérea y
misilística de la OTAN en el Atlántico Sur, constituyéndose en una amenaza
permanente para los países de la región. Para ello ha establecido un anillo de
influencia y control marítimo en todo la región del Atlántico Sur sustentada en
seis enclaves estratégicos:
-La isla Ascensión, enclave angloamericano fundamental en el aprovisionamiento y
en la logística tanto en tiempos de guerra como de paz en la región del
Atlántico y a más de 8.000 kilómetros de Gran Bretaña.
- La isla Santa Helena y el islote Tristán da Cunha, dos puntos de refuerzo de
gran importancia en el despliegue naval británico.
- Las Islas Malvinas, donde está asentada desde hace tres décadas la fortaleza
militar que encubre las actividades económicas e ilegales iniciadas a partir de
la declaración unilateral de la zona de exclusión en 1987. En tal sentido, en
mayo de 2009, el gobierno del Reino Unido presentó ante la Secretaría de la
Convención de derechos Marítimos de las naciones Unidas, el reclamo de
delimitación de la plataforma continental en torno a las islas Malvinas,
Georgias y Sandwich del Sur hasta las 350 millas, proyectando, de esa manera, su
ocupación colonial sobre una superficie marítima de unos 3.500.000 km2. A su
vez, en noviembre de 2011 Londres anunció la creación del santuario ecológico
más grande del mundo en torno de las islas subantárticas con la oculta intención
de ampliar la zona de exclusión.
-El pretendido sector antártico británico y su plataforma continental, que
constituyen un área de influencia estratégica de más de 1.000.000 de kilómetros
cuadrados, situación que compromete decisivamente la proyección antártica de los
países del Cono Sur.
SECTOR ANTARTICO
Este formidable despliegue de control marítimo y naval en el Atlántico Sur, que
no tiene antecedentes en cuanto a la vastedad de sus objetivos en los dos siglos
de presencia británica en la región es inescindible de la política hemisférica
del Departamento de Estado norteamericano. No en vano, el año pasado el
presidente de la Academia de Geografía de la Federación Rusa declaró que
“Malvinas fue la primera batalla de la próxima guerra mundial, que no tendrá
connotaciones ideológicas sino que será por los recursos inexplotados del
continente antártico”. Solo así se comprende la sugestiva reactivación de la IV
Flota, versión remozada de la política del “Big Stick”, con la excusa de
desarrollar “tareas humanitarias” y de control del narcotráfico y el terrorismo.
Es evidente que ante el fracaso de imponer una política de libre comercio en el
continente, una suerte de unión aduanera o “Zollverein” que viene intentando
infructuosamente imponer desde la primera Conferencia Panamericana de 1889 y el
renovado crédito a la gestión de los gobiernos nacionales y populares de la
región, que alientan la recuperación de sus recursos enajenados, la excusa de
movilizar un portaaviones de propulsión atómica con sus correspondientes naves
de apoyo para reventar una “cocina” de cocaína o arreglarle la dentadura a un
indio del amazonas suena poco creíble.
Las islas del Tesoro
El término “territorio” se utiliza en el derecho internacional público para
referirse a todos los espacios – ya sean terrestres o marítimos – que están bajo
la soberanía de un Estado.
En la presentación que la Argentina efectuó el 21 de abril de 2009 ante la
Comisión de Límites de la Plataforma Continental – un órgano técnico
internacional creado por la Convención internacional del mar – nuestro país
informó oficialmente a la comunidad internacional que la Argentina es una nación
bicontinental, con un territorio que totaliza cerca de 10.400.000 kilómetros
cuadrados.
La presentación suma los espacios terrestres argentinos en el continente
sudamericano y los 965 mil kilómetros cuadrados del sector Antártico Argentino,
los territorios insulares correspondientes y los espacios marítimos de nuestra
plataforma, tanto superficiales como los de la columna de agua y los del lecho,
en subsuelo marino. Una de las consecuencias más dramáticas de la ocupación
ilegítima del Reino Unido, que abarca Malvinas, las Georgias del Sur y las
Sandwich del sur y los espacios marítimos circundantes, es que de esos
10.400.000 kilómetros cuadrados, cerca de tres millones de kilómetros cuadrados
permanecen ocupados ilegítimamente por la potencia colonial.
Esto significa que la Argentina tiene cerca de un tercio de su territorio bajo
dominio de una potencia extranjera y extracontinental. Cuando se denuncia la
“depredación de los recursos naturales del Atlántico Sur”, de lo que se está
hablando es de lo que ocurre dentro de esa área de tres millones de kilómetros
cuadrados usurpados por la fuerza colonial británica desde hace 179 años.
Según el gobierno isleño, hay el equivalente a más de 60.000 millones de
barriles en la aguas adyacentes al archipiélago. Otros cálculos más
conservadores hablan de 18.000 millones de barriles. en cualquier caso, es una
riqueza que supera por amplísimo margen las reservas totales de crudo en la
Argentina y Gran Bretaña. A poco de finalizar el conflicto por la soberanía de
las islas el Reino Unido aceleró los pasos tendientes a encarar decididamente un
programa de prospección geofísica y exploración hidrocarburífera en las aguas
adyacentes a las isla Malvinas y al respecto, hay dos aspectos que merecen la
debida atención si se quiere realizar un análisis fundado sobre la situación
realmente existente.
Uno de ellos se refiere a la situación de persistente caída de los volúmenes de
extracción y explotación hidrocarburífera en las cuencas marinas del mar del
norte, área geográfica de decisiva importancia estratégica para Gran Bretaña en
el último medio siglo en términos de acceso seguro y eficiente a los recursos
energéticos. Ello configura en el marco del escenario global, una vulnerabilidad
estructural que señala la ineluctable declinación productiva de una de las
regiones fundamentales para la provisión de energía abundante y barata para Gran
Bretaña. Recordemos que este yacimiento transformó completamente la estructura
socioeconómica de Noruega, país que pasó de una economía de subsistencia basada
en la pesca y la explotación forestal para transformarse en uno de los más altos
de índice de vida en Europa y el mundo.
El otro aspecto, remite a la necesidad de consolidar una industria
hidrocarburífera sólida y con perspectivas de generación de divisas en el
mediano y largo plazo, a fin de tornar sustentable no solo la estructura de
gobierno y el nivel de vida de los kelpers, sino financiar el mantenimiento de
las bases militares y garantizar los intereses energéticos británicos en toda la
región del Atlántico Sur de cara a la acentuación de la puja por los recursos en
las próximas décadas. Los actores que están detrás de la ambiciosa empresa de la
explotación hidrocarburífera en las Malvinas., han conformado una compleja trama
de intereses cruzados, en la que participan operadores de hidrocarburos
especializados en la exploración off-shore, empresas proveedoras de servicios,
insumo y equipamientos para el desarrollo de las actividades, corporaciones
financieras y sectores de lobby vinculados a la promoción permanente de los
intereses de los kelpers en todo el mundo.
A tal fin, el gobierno de las islas Malvinas transfirió 8274 millones de libras
esterlinas, es decir, unos 13.000 millones de dólares, a una reserva para el
desarrollo del petróleo. Eso constituye un primer paso para construir un fondo
soberano destinado a futuras inversiones petroleras. Así lo publicó el 25 de
enero de 2013 el seminario malvinense Penguin News , a la vez que señaló que el
gobierno de las islas mostraba un superávit proyectado de &3,910 millones para
los seis primeros meses del año 2012/13. La reserva es parte de un fondo
consolidado y la intención es que se utilice el fomentar el desenvolvimiento de
la industria del petróleo y garantizar que las Malvinas puedan avanzan en un
mayor desarrollo en ese aspecto.
Desde 2010 Gran Bretaña comenzó la exploración petrolera en las islas Malvinas,
lo que le permitió al gobierno local generar grandes ingresos económicos
determinados por ingresos fiscales y de dinero derivado de la industria
petrolera, que utiliza todos los servicios de las islas. La búsqueda de petróleo
potenció la economía de las islas y permitió aumentos de sus ingresos
presupuestarios.
Hasta ahora solo una empresa, Rockhoopper, ha descubierto u yacimiento. La
empresa anunció el descubrimiento de reservas de petróleo a 300 metros de
profundidad e iniciará la perforación y extracción a partir de 2016. Según
cálculos, en la zona podría haber una reserva de 350.000 barriles., una cifra
mucho mayor a la estimada en un principio por las autoridades locales. El
gobierno isleño obtendrá el 9 por ciento de las ventas, más el 26 por ciento de
las ganancias de Rockhopper, además de los 375.000 dólares anuales que deberá
pagar la compañía al fisco cuando ingrese en la epata de explotación.
Otras cuatro compañías, Argos, Border & Southern Petroleum, Falkland Oil and Gas
(FOGL) y Desire Petroleum, también de capitales ingleses, continúan explorando.
A su vez, la disputa entre la Argentina y Gran Bretaña tiene correlato en la
industria pesquera nacional. Hace tiempo que fuentes de la Armada Argentina
advierten sobre las actividades pesqueras españolas en aguas aledañas a las
islas, con permisos otorgados por el gobierno británico, que no computan
regalías ante la Argentina. estas aguas corresponden a la llamada Falkland
Conservation Zone (FCZ o Zona de Conservación de las Malvinas), establecida
unilateralmente por Gran Bretaña, que se superpone con la Zona Económica
Exclusiva de nuestro país. Esto plantea una compleja situación diplomática y
ambiental, ya que las autoridades de las islas adelantan las fechas de apertura
de la pesca de recursos como el calamar ilex y hubsi y comprometen seriamente la
preservación de la especie.
Noticias publicadas al inicio del año 2013 destacan que en una decisión de
enorme envergadura económica para los planes del Reino Unido de convertir a las
Malvinas en un polo petrolero, el gobierno británico de las islas decidió
transferir 8.274 millones de libras (más de 13.000 millones de dólares) para el
recientemente creado Fondo de Desarrollo de Reserva. De acuerdo a lo publicado
en el semanario Penguin News se trata del primer paso para la creación de un
Fondo Soberano de Inversión, basado en el exitoso modelo noruego.
Los fondos soberanos se definen como un vehículo de inversión de propiedad
estatal y cuentan con una cartera de activos financieros nacionales e
internacionales. En principio la cifra que aportarán no es de las mayores, pero
es de bastante importancia ya que además marca la apuesta británico e isleña a
las exploraciones hidrocarburíferas que empresas británicas, francesas,
italianas y estadounidenses están realizando alrededor del disputado
archipiélago, aún bajo protesta argentina, que reclama la soberanía de las
mismas junto a las Georgias del Sur y Sandwich del Sur.
De acuerdo al Penguin News esta transferencia millonaria forma “parte de un
Fondo Consolidado” y que la intención es hacer un primer llamado a este Fondo
Soberano de Reserva para que sirva a proyectos y financiamiento que se encararán
en el desarrollo del petróleo”. Los petroleras que operan en Malvinas comenzaron
sus tareas en febrero de 2010 bajo fuerte protesta de la Argentina, que a su vez
reforzó sus controles marítimos en el Atlántico Sur, para dificultar un negocio
que hasta ahora sólo avanza. Igual, hasta ahora los logros anunciados son
escasos, salvo que se tenga resultados secretos. Los isleños dicen que para 2016
ya quieren estar produciendo crudo. Mientras, diseñaron un gigantesco puerto
petrolero a kilómetros de la capital, en el gran islote del Este, con el claro
objetivo de sacar los barcos por el Atlántico hacia Europa y el norte sin rozar
el continente a la altura del territorio nacional argentino
El Atlántico Sur, merced a ese portaviones insumergible que constituye el
archipiélago de las Islas Malvinas, se ha transformado en la góndola del
supermercado que ofrece alimentos y energía – por cuya apropiación estallan
conflictos recurrentemente – con el cartel de “Sírvase Ud., mismo” ignorando
olímpicamente todas las resoluciones de los organismos internacionales. Tal vez
Andrew Jackson no estaba tan equivocado cuando bautizó como “Colonia Pirática” a
esta remota región.
(1) Fitte, Ernesto J. “La agresión norteamericana a las Islas Malvinas” Buenos
Aires. Emecé. 1966.
(2) Martinic Beros, Mateo “Crónica de las tierras del Sur del Canal de Beagle”
Ed. Francisco de Aguirre, Bs.As. 1973
(3) Salgari, Emilio “Las grandes pescas en los mares australes”. En : “El buque
maldito“. Varias ediciones.
(4) Verne, Julio “Veinte mil leguas de viaje submarino”. Varias Ediciones.
Fuente:
https://paginatransversal.wordpress.com/2015/01/26/la-colonia-piratica-del-atlantico-sur/