Continuidades
en la Plaza
Por Conrado Yasenza*
La marcha y el silencio
La marcha del 18 de febrero, denominada 18F o “Marcha del silencio” (ya casi
como apelación reiterativa a la sigla o el slogan nominativo luego del 11S) fue
multitudinaria y su composición barruntó una mayoritaria presencia de clase
media con escasa presencia de jóvenes. Un dato para el análisis sociológico:
Esos jóvenes no orgánicos ¿desde qué estructura partidaria pueden ser
convocados? ¿a través de qué organización política pueden canalizar sus
expectativas de cambio? Sabemos que ni el trotskismo ni el kirchnerismo
convocaron o adhirieron a la marcha, y la mención nos es caprichosa sino que
allí puede hallarse una explicación ya que estas plataformas políticas están
conformadas por un fuerte componente juvenil.
La marcha, se ha dicho, al ser anunciada bajo el lema “del silencio” rompe con
la tradición de la manifestaciones públicas en donde la palabra tiene un rol
central a través de los oradores, que vuelve racional una emoción mediante la
argumentación y las ideas. En la marcha del 18, el silencio, que mutó a murmullo
de palmas, intentó negar lo político. Pero, ¿puede decirse que esta
manifestación no fue política? No, y no por el carácter político del hombre en
comunidad. Fue claramente política porque en su organización se evidenció una
fuerte operación comunicacional e institucional: Medios opositores al gobierno y
fiscales enemistados con el poder gobernante, aunaron fuerzas en reciprocidades
que comprometen la supuesta independencia de estos miembros del Ministerio
Público. Se sabe, estas reciprocidades pagan. El set televisivo extiende sus
brazos como una Medea que hábilmente puede ordenar el destierro de inmediato.
Allí la trampa o el grillete. Pero también los silencios hablan al ocultar lo
que subyace como verdadero fondo. Los silencios, en determinadas ocasiones,
clasifican, ordenan y exponen aquellas ideas que en apariencia no son
expresadas. Podríamos decir que el silencio, en este marco, oficia de
resaltador.
La expresión "la marcha a la que convocamos no es una marcha política, es una
marcha sin banderías políticas y por justicia", contiene en sí un carácter
performativo paradojal ya que plantea una acción que tiende a transformar un
"estado de situación", es decir, una República asediada por la falta de
justicia. Pero quienes deben ejercer su labor de bregar por la justicia son
quienes convocaron a la marcha bajo el slogan del silencio; un silencio que
durante las semanas que precedieron al día de la marcha se colmó de palabras
inflamadas de sentido y direccionadas a la instalación en el imaginario
colectivo de una idea monolítica: Asesinato, suicidio inducido, "magnicidio",
crimen político. Este es el verdadero carácter performativo de la marcha del
silencio: la República, la justicia y el pueblo corren peligro de muerte, y esa
muerte tiene carnadura: Es el Gobierno Nacional.
Lecturas al cerrar los paraguas
Al promediar la marcha se escucharon palabras -ideolemas - lanzados en
abstracto, desprovistos de una reflexión racional, casi como un impulso
visceral. Esas palabras así pronunciadas se asimilan a un desesperado grito de
representación política que aquellos que de buena fe concurrieron no logran
encontrar porque los partidos políticos de la oposición no están interesados en
hallar ni proponer. Para ello se debate en todos los escenarios posibles pero
centralmente en los recintos del Congreso. Esto no ocurre ya hace rato, digamos
desde que la videopolítica se instaló como modelo espectacular para llegar al
poder. Ese entramado de espectáculo y tecnologías del yo, es el que el
kirchnerismo puso en discusión al volver a las calles y al debate parlamentario.
Es decir, a la política. En ese sentido, la marcha expresó también, la
conformación de una derecha política que intenta encabezar esa representación
que registra una constante en su composición política como quedó evidenciado en
las marchas del denominado campo en 2008 y en los "cacerolazos" del 2012 y 2013.
Pero también esos silencios conforman la reactualización del espinel histórico
desde el cual el poder real condiciona al gobierno actual y al que vendrá. Ese
mensaje encriptado, que debemos leer, es el de la restauración del miedo que,
como dramática secuela, la dictadura cívico-militar inscribió en el cuerpo
social de la Patria. Ese miedo repone la posibilidad de que las libertades y sus
manifestaciones puedan ser investigadas y espiadas, y que en medio de ellas,
quizá, podamos encontrar la muerte. Allí el miedo con el que el poder alecciona
y da aviso. Y ese miedo sostiene otra reposición brutal en su eficacia: La
impunidad. Es decir, una idea que puede ser colectiva, que puede ser compartida
por muchos, pero que encuadrada en la noción ya instalada para siempre del
crimen político, de la construcción de una idea de totalitarismo Estatal, torna
en ideolema que manifiesta una clara ruptura con la lucha contra la impunidad
criminal que durante estos once años hemos venido realizando junto a actos
simbólicos fundamentales como el de aquel 24 de Marzo de 2004, día en que el ex
presidente Néstor Kirchner se hizo presente en el Colegio Militar y ordenó bajar
los cuadros de los genocidas Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone. Esto es lo
que deberíamos leer luego del 18F.
Hechos e interpretaciones
En la marcha los hechos no tuvieron peso ni valor, sino las interpretaciones y
las palabras enunciadas en abstracto, lanzadas a la ausencia de reflexión:
Injusticia, corrupción, inseguridad, impunidad, democracia, y un “viva la
patria” alegórico cuyo vacío más notable es la falta de carácter colectivo de
esa imagen. La muerte no siempre iguala, como tampoco la vida. Cientos de
muertes invisibilizadas, muertes de los "sin prensa", o de los "triturados por
la prensa", de esos otros que simbolizan los temores reales que sostienen las
abstracciones enunciadas por el variopinto conjunto de ciudadanos asistentes a
la marcha. La suma de todos sus miedos. Para todos ellos ni marcha ni justicia,
y en esto tienen que ver principalmente los fiscales, la justicia, pero también
la sociedad en la que habitamos. Marchas de silencio para muertes de primera
clase. Silencio de tumbas - en muchos casos NN - para muertos de segunda y
muertos que sectores de la sociedad mata una y otra vez.
El lado claro de la marcha
Quizás el lado positivo de la estratégicamente anunciada marcha del silencio sea
que aquello que se denomina “familia judicial” y quiénes se sumaron al grupo de
fiscales que la convocaron, tienen un rostro que conocimos en su dimensión
política, condición que no denigra, sino que revela la extensión y cualidad
opositora al gobierno nacional. No es una mala noticia para el campo popular.
Los que acompañaron deben saber ya que después del 18F no habrá manta
invisibilizadora que los proteja de sus apetencias políticas, y me refiero a esa
fracción de la oposición que no logra el poder mediante las reglas de la
democracia y la disputa electoral. Deben saber también que éste es un mensaje
del poder hacia el futuro: El paso del silencio sellará los compromisos pactados
a hurtadillas. Y no será malo para el campo popular porque ya es vox populi el
modo en que sectores de esa “familia”, en el sentido de pertenencia a un poder
de corte monárquico, opera desde las oscuras catacumbas de Comodoro Py: Salieron
a la luz y por efecto paradojal, reflejaron a los más de cien fiscales que se
opusieron a esta encubierta marcha opositora que realizó una vil utilización de
la muerte del fiscal Nisman.
Suicidio, muerte dudosa y la construcción de un “héroe”
El fiscal Alberto Nisman no es un héroe social ni colectivo como se pretende
desde los discursos de los grandes medios sino un fiscal que coqueteó con el
poder de los espías locales e internacionales (CIA y MOSSAD) y que presentó una
denuncia insostenible de la cual ya casi ningún sector de la oposición política
habla, y menos defiende o levanta como estandarte. Aún menos, luego de las
deconstrucciones jurídicas que amplios sectores del campo judicial realizaron,
entre ellos, el ex fiscal Luis Moreno Ocampo. En ese sentido es que las
declaraciones realizadas por el presidente de la Auditoría General de la Nación,
Leandro Despouy, constituyen un grave hecho institucional. Despouy comparó la
realidad política de la Argentina del 73, sociedad convulsionada por el
dramático clima de violencia política producto de la irrupción de la "Revolución
Libertadora" en 1955, que durante dieciocho años proscribió al peronismo,
generando esta proscripción tensiones que se evidenciaron hacia el interior del
movimiento. Despouy provoca desde el embuste. Se utiliza así la muerte de un
fiscal en la elaboración de un capítulo más del proceso que intenta
desestabilizar a un espacio político que lleva tres gobiernos ejercidos por
mandato popular. Las declaraciones de Despouy coronaron ese ciclo de
aprovechamiento político irresponsable que es atendible considerar como deseo
desesperado de hacer real el fin de ciclo. Nisman no es un héroe social, menos
político en el sentido de una vasta trayectoria militante; tampoco es comparable
con Rodolfo Ortega Peña: Su muerte sí fue la de un militante y sí fue un
asesinato político que se produjo en otro tiempo histórico para nada equiparable
al actual. Las falacias de Despouy emanan un ¿aroma? ¿hedor? que sí es
comparable con la perpetración de un estado de conspiraciones, con clara
participación de los EE.UU, direccionado a alterar el ciclo natural del proceso
democrático a ocho meses de las elecciones presidenciales.
Nunca será suicidio
Los últimos datos de la investigación judicial van arrojando pruebas que
orientan la pesquisa hacia la carátula de suicidio. El peritaje balístico y el
peritaje toxicológico van en ese camino. La interpretación en clave de asesinato
o crimen ya manifiesta una voluntad política.
El ex ministro de Justicia, León Arslanian, cuestionó la difusión de la
hipótesis del homicidio alrededor de la muerte del fiscal Nisman. El ex juez del
Juicio a las Juntas Militares, lee la construcción de un escenario en el que si
se esclarece el deceso del fiscal como suicidio, en el inconsciente colectivo
quedará cristalizada la idea del asesinato. Y esto es producto de la filtración
cotidiana de falsas informaciones cuyo objetivo es profundizar ese estado del
inconsciente social.
Una presunción para finalizar: La vanidad, “ese terrible accidente del alma”, la
vergüenza y la desesperación ante ella, han arrojado en estos días a una porción
de la sociedad hacia el abismo del elogio del suicidio. Puedo, pero no creo
equivocarme, más allá de la idea ya instalada del crimen político.
*Periodista. Director de la Revista de Cultura y Política, La Tecl@ Eñe
http://lateclaene6.wix.com/revistalateclaene
Fuente:
http://elbarullo.wix.com/el-barullo-de-conrado-yasenza#!reflexiones-sobre-el-18f-/c18y9