Las bancas vacías
Por Enrique Manson
El 4 de junio de 1946, ante el Congreso, restaurado después de tres años, pero
con la legitimidad que no tenía el de 1943, Juan Perón prestó su juramento. No
estaban presentes los legisladores de la oposición, manifestando de ese modo el
criterio de que el ex vicepresidente de facto no podía ser, antes de seis años,
presidente constitucional, en una chicana semejante a la proscripción de Alvear
por Uriburu.
Dice Félix Luna que "los partidos tradicionales quedaron estupefactos con las
elecciones de febrero de 1946." La oposición quedaba reducida a la UCR. Sus 44
diputados, el gobernador de Corrientes y sus legisladores provinciales, llevaría
en adelante a casi todos los opositores a votar al partido de Alem para hacerlo
contra Perón.
La transformación propuesta por el justicialismo tocaba intereses poderosos. En
primer lugar el modelo mundial propuesto por los vencedores de la guerra. De ahí
que la relación con los Estados Unidos fuera dificultosa. En nuestro país, los
intereses vinculados al modelo tradicional, resistían el cambio hacia un modelo
industrial independiente desde las corporaciones tradicionales como la Unión
Industrial, o la Sociedad Rural. Aunque esta, que de acuerdo a los elegantes
modales que todavía tenían los caballeros que la integraban, trataría de mejorar
sus relaciones con el gobierno. Sin que esto significara dejar de soñar con el
derrocamiento del hombre que había sancionado el Estatuto del Peón.
Así como parte de los sectores medios se sumó al peronismo, no fueron pocos los
que militarían en la vereda de enfrente. Arturo Jauretche ha descripto el
fenómeno de quienes habían sido la modesta "clase alta" del barrio o del pueblo
del interior y, sin perder materialmente nada, se sintieron invadidos por el
ascenso de los "negros", que ahora los obligaban a hacer "cola" en el almacén,
donde antes recibían el trato personalizado del almacenero. Muchos de ellos
olvidaban que sus padres habían formado parte de la "chusma" radical, que había
protagonizado un ascenso similar un par de décadas atrás, provocando el
desagrado de los señores.
También se hicieron "contras" muchos empleados públicos y docentes, que fueron
fastidiados con presiones gratuitas, como la afiliación muchas veces obligatoria
al Partido Peronista, o la propaganda oficialista que se fue haciendo cada vez
más abrumadora, sin que con ella se convenciera a ningún opositor. Ni tampoco a
los peronistas, que no necesitaban que los convencieran. No faltó el comerciante
minorista más molesto por la política de precios máximos que feliz porque había
aumentado su clientela.
La actitud de abandonar las bancas no se agotó en junio de 1946. Tres años
después, se reunía la Convención reformadora de la Constitución. El presidente
había puesto el tema sobre la mesa afirmando: “La Constitución no puede ser
artículo de museo que, cuanto mayor sea su antigüedad, mayor es su mérito, y no
podemos aceptar sin desmedro que en la época de navegación estratosférica, que
nos permite trasladarnos a Europa en un día, nosotros usemos una Constitución
creada en la época de la carreta, cuando para ir a Mendoza debíamos soportar un
mes de viaje.
Es cierto que el sólo paso del tiempo no es suficiente para justificar la
reforma y que, como dice Luna “con ese criterio habría que reformar los Diez
Mandamientos, dictados para una tribu que peregrinó durante años entre Egipto y
Palestina, un trayecto que hoy se hace en tres cuartos de hora...”, pero lo que
el presidente omitía, y el historiador no pondera, es que si bien había que
adaptar algunas cosas a los tiempos del avión, lo fundamental estaba en cambiar
los Mandamientos contenidos en el texto de Santa Fe. Es cierto que la
Constitución de 1853 padecía en 1948 de muchos anacronismos. Pero es más cierto
que su filosofía liberal y todo lo que se desprendía de ella, estaba en
contradicción con la que se consideraba una Revolución Justicialista. La
Constitución era producto de los vencedores de Caseros y Pavón, una minoría que
entendía la democracia como el gobierno de las minorías ilustradas, mientras las
masas bárbaras iban dejando atrás la barbarie. Y así habían tomado recaudos para
evitar que el poder pasara a manos de esas mismas masas. La elección indirecta
de presidente era garantía contra sorpresas.
Pero la sorpresa se había producido de todas maneras y, desde 1946, las masas
estaban gobernando. La prohibición de la reelección presidencial era otro
recaudo para evitar ejecutivos fuertes y liderazgos personales y, había operado
contra la segura reelección de Yrigoyen, permitiendo la vicaría de Alvear.
El anuncio de la reforma del artículo antireeleccionista fue la voz de orden
para el retiro de la bancada radical. La UCR se había presentado a elecciones de
constituyentes. Lo destacó Arturo Sampay,: “No dudamos de la absoluta buena fe
que anima los propósitos legalistas del bloque minoritario porque consideramos
que esa fuerza política, de raigambre popular, no puede traicionar su vocación
histórica y defender ahora los torvos designios del imperialismo, que se cubren
tras una campaña de defensa de la Constitución, apoyada en la presunta nulidad
de la convocatoria. Estas fuerzas son las mismas que asentaron un golpe al jefe
del radicalismo en el histórico momento en que se proponía, como hoy nosotros,
entre otras cosas, nacionalizar el petróleo que Dios diera a los argentinos para
los argentinos.” Sin embargo, asumieron una actitud limitada a la crítica. Y
estuvieron ausentes en la sesión inaugural del 27 de enero, para no escuchar el
discurso del presidente.
El 8 de marzo, pusieron el punto final a su participación. Desde un primer
momento habían sostenido que la reforma sólo se hacía para asegurar la
reelección de Perón. Al informar Sampay ese día el proyecto de la Comisión se
dio a conocer la incorporación de la cláusula reeleccionista.
Después de escuchar el informe, Moisés Lebensohn, cabeza de la bancada radical,
inició una exposición en que criticaba la falta de libertades del país,
abundando en comparaciones con Mussolini y el régimen fascista. Por fin el
orador llegó al tema de la reelección, utilizando el ejemplo de los Estados
Unidos donde, tras cuatro presidencias de Roosevelt, se había reducido la
posibilidad de reelección a un segundo período. Llegado este punto se trenzó en
una discusión con Sampay acerca de la excepcionalidad del gobierno de Perón,
tras la cual llegó a la conclusión de que “el miembro informante de la mayoría
ha confesado que la Constitución se modifica en el artículo 77 para Perón; con
el espíritu de posibilitar la reelección de Perón”, agregando la frase que
esperaban sus correligionarios: “La representación radical desiste de seguir
permaneciendo en este debate que constituye una farsa.” Los convencionales de la
oposición se levantaron al unísono y se retiraron, ante la indignación de la
mayoría.
Y de esa manera, que algunos consideraron ingeniosa por su espectacularidad, los
convencionales radicales se privaron de participar, mediante el aporte de sus
ideas, en la construcción de una constitución para el siglo XX. No tendrían la
misma actitud cuando la Carta reformada fue derogada por bando de una dictadura
militar en 1956.
Nuestros maestros nos enseñaban que los hechos históricos no se repiten. Hay
tendencias, hay procesos, hay secuencias, pero cada acontecimiento es único.
Pero no vaya a ser que, como resultado de políticas educativas que procuran
–como en la hoy autónoma capital de la República– la eliminación del estudio de
la Historia de las escuelas, nos toque revivir en marzo de 2015 el espectáculo
de bancas vacías en repudio, no a un gobierno elegido por una amplia mayoría y
que todavía tiene varios meses de gestión por delante, sino a la democracia
recuperada en 1983.
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