Elogio
de la Incomodidad
Por Gabriel Brener*
A veces, las últimas palabras de una exposición además de ser recordadas por su
condición de cierre (la teoría de la Gestalt nos lo ha enseñado) quedan
resonando por la fuerza e impacto de lo dicho, por su significatividad, por su
poder performativo.
Gobernar es elegir. Educar también. Por eso elijo esa pincelada final en la que
nuestra presidenta en su apertura parlamentaria (2015) elogia la incomodidad, lo
hace para ubicar en ese necesario lugar a la clase dirigente, a quienes tienen
(tendrán) responsabilidad de gobierno.
Recojo ese guante para reivindicar esta celebración de la incomodidad en clave
pedagógica. Sentirnos incómodos es condición necesaria (nunca suficiente) para
garantizar las mejores condiciones para que los otros aprendan más y mejor,
incomodarnos como adultos es sabernos responsables para transmitir el legado,
pero también estar advertidos de la necesaria interrupción, de nuestros
estudiantes. Estar disponibles (que no significa de acuerdo) a ciertas preguntas
no calculadas de antemano, a respuestas insospechadas o indigeribles, a un tipo
de alumno no imaginado. Adultos atentos a la incomodidad como parte de la
relación, como parte del juego, del conflicto entre generaciones. De allí
(siempre) vendrá algo mejor.
Por eso, los adoradores de las nostalgias moralizantes, aman el pasado,
reivindican al viejo docente o director (casi siempre en singular, masculino, de
piel blanca y andar liberal o heredero del normalismo disciplinante). Estos
amantes del todotiempopasadofuemejor temen lo nuevo, aunque al hablar de ello lo
( asocian) visten de inseguro ( pegándolo al lenguaje o fobia securitaria o
clima de miedoambiente a la orden del día) y en esa operación discursiva gozan
de buena compañía y primeros puestos de cualquier encuesta del sentido común
punitivo dominante. Estos adoradores de lo viejo soslayan las casi 5M de
computadoras de CI, diciendo que los chicos solo juegan, resaltando la idea de
gasto (estéril, como erogación innecesaria del Estado), dinero mal gastado,
inflación de Estado. Y allí esconden su verdadero pensar: temen a lo nuevo, el
acceso popular a la alfabetización digital, a un Estado presente que protege a
los más débiles mostrando que la otra manera es comprando en el mercado (y allí
solo se accede con la billetera). Temen a las culturas juveniles, tanto como a
las cibernéticas, temen a la horizontalidad que ponen en juego las redes
sociales y la web. Temen la circulación democrática de la palabra, y a los
procesos de democratización en el acceso a la tecnología, al saber y a la
ciencia, que (casi siempre) estuvo restringida o sujeta al password de ciertos
sectores sociales. Temen al voto #16, y no porque los pibes voten a quien
gobierna y ha sido promotor de esa ampliación de derecho (los datos de las
últimas elecciones así lo demuestran) sino porque temen que se involucren en
asuntos públicos desde más temprano, por fuera (aunque no tanto) de lo privado y
el mercado, temen que sea una invitación a la política con mayúscula que es la
posibilidad de mejorar la vida en común y hacer oír a los más ninguneados. Temen
la anticipación del voto a los 16 pero se obsesionan para que a esa edad se los
impute penalmente.
Los nostálgicos travestidos de república y democracia temen la irrupción de lo
inesperado, temen a los millones de pibes que están en las secundarias, hijos de
las familias que han brillado por su ausencia en la escuela media durante el
siglo XX, temen que se sientan parte de una ciudadanía que tenía acceso
restringido y que hace una década, es sujeto de ampliación constante de
derechos, tiene derecho a vacunarse, accede a la AUH, tiene 14 años de
obligatoriedad escolar garantizada por el Estado ( contra 7 que había en el 83),
desde este año pueden ir a sala de 4 en el jardín, acceden a Aulas Digitales
Móviles en primaria como anticipo de Conectar Igualdad, tiene el derecho de
ingresar en las universidad publicas porque la secundaria es obligatoria (desde
la Ley Educación de 2006) , puede elegir libremente de quien enamorarse, con
quien casarse y tener hijos, con protección y acompañamiento del Estado, tiene
dos aumentos anuales en su haber jubilatorio, y la lista es muy larga...
Estos adoradores del pasado están disfrazándose de opción de futuro, más aun en
tiempos electorales. Ellos no lo dicen, pero quieren comodidad para los
gobernantes y en clave educativa, tratemos de despejar la X de esa comodidad….
Comodidad no es otra cosa que decir que las cosas sean como siempre fueron, como
antes. Comodidad en mi barrio se puede traducir como neutralidad. Y ser neutral
es que las cosas sigan siendo del mismo modo... desiguales, desparejas, injustas
y en lo posible (todo eso) presentarlo con bastante disimulo.
Comodidad es suponer que en una sociedad capitalista como la nuestra puede haber
armonía, entonces se demoniza la confrontación que es la única manera de
disputar y conquistar derechos, disputándole a las diversas corporaciones una
mejor distribución de los bienes materiales y simbólicos.
Comodidad es que un país destine a educación el 2% de su PBI y más del 6% al
pago de intereses de la deuda externa y no a la inversa, como ocurre en esta
Argentina de los últimos años.
Comodidad es más una autoridad de la imposición que una autoridad como
construcción democrática siempre sujeta a revisión.
Comodidad es también mirar para otro lado, no darse por aludido, comodidad es
impunidad, tan dañina como el autoritarismo.
Comodidad es no animarnos a desconfiar de lo fijo y lo inmóvil que caracterizó
buena parte del siglo XX escolar. La distribución del espacio, del tiempo y las
responsabilidades, pero también de las identidades. Las notebooks, las culturas
juveniles y cibernéticas nos piden que podamos conmover lo fijo y estático
dándole lugar a la condición portátil de las nuevas tecnologías. Ni soslayarlas
ni hacerlas religión, sino jerarquizando su papel subjetivante, su indiscutible
modo de esculpir identidades. Ponerla en su lugar, el de una herramienta
poderosa de acceso a la cultura y a la ciudadanía plena de esta época.
Comodidad es reivindicar las certezas totalizantes de la pedagogía moderna, o
creernos dueños del colegio, del aula y los recreos, cuando en realidad somos
responsables. O suponer como expectativa de logro que el otro a quien educo solo
(y como máximo) llegue a ser una réplica en miniatura de mí mismo.
Comodidad es creer y hacer creer que la sanción disciplinaria resuelve por sí
sola, cuando siempre es un punto de partida, clave y necesario para convivir con
otros. Frente a la transgresión es solo y siempre a partir de ella que el otro
pueda cambiar.
Es animarse al sabor incierto pero fascinante de enseñar con pasión más allá de
los resultados, pero sabiendo de nuestros límites y que estamos jugando el mejor
partido.
Por eso, como una gran escuela de reingreso del sur porteño tituló un documental
sobre si misma, sigo eligiendo el Elogio de la Incomodidad…
¡Ladran Sancho!
* Subsecretario de Equidad y Calidad Educativa de la Nación.