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El
Schliemann de Tilcara
Por José Luis Muñoz Azpiri (h)
Juan Bautista Ambrosetti nació el 22 de agosto de 1865 en Gualeguay,
Entre Ríos.
Pierre Loti, poeta de ruinas, cronista
apasionado y nostálgico de un tiempo en fuga, ha recordado en
uno de sus libros un hermoso momento arqueológico. Sucedió en
Egipto. Resultó algo así como un eco del misterio, una respuesta
de la eternidad. Al levantar la losa de un sepulcro, la huella
de un pie humano apareció en la arena. Era la señal dejada por
la persona que clausuró la tumba ¡Tres mil años atrás! La irrealidad
suele hablar a menudo a través de esa apelación a lo ignoto
que es la arqueología.
"¡Si en verdad has visto eso, ya no eres un hombre!", dice uno
de los personajes de la "Cittá Morta" de D´Annunzio, al descubridor
del sepulcro de los Atridas. El ojo que contempla la revelación
súbita de la vida ignorada, transfigura verdaderamente al curioso
¡Una entrevista con Agamenón y Casandra, el Rey de hombres y
la profetiza! La cita sólo puede hacerse verdaderamente en el
infinito.
En el verano de 1906, lejos de los tiempos clásicos, pero también de las comodidades de la civilización, comenzaban los trabajos de exhumación de la "metrópoli" prehistórica de La Paya. Un intervalo de los siglos dentro del tiempo argentino, ubicado sobre el caudaloso en época estival de lluvias río Calchaquí.
Por su orilla bajaron Diego de Almagro probablemente, y Francisco de Rojas con seguridad, cuando iban en procura de Arauco y el Tucumán. Hacía cuatrocientos años, cuando menos, que la vida de aquellas poblaciones se había detenido en los montes. Al excavar los recintos descubiertos, surgieron los sepulcros
La sensación que anotaba Loti se repitió ante los investigadores de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires con su carga de sorpresa y melancolía.
Los restos de un
guerrero enterrado hace siglos aparecieron con sus arneses de
combate ante su vista. Y todas las ruinas que se erguían sobre
aquella desolación mostraban la traza de una vida que se agitó,
confusa, en esos rincones, hace centenares de años, y desapareció
luego para hundirse en la sombra, olvidada y sepulta como los
guerreros que albergaba en su seno, con su épica muerta y la
tragedia de su olvido florecida. Otra presencia ésta de lo remoto
en la patria argentina, culminación de una aventura iniciada
el año anterior en el paraje salteño de Pampa Grande.
Fue en la década del 80 cuando Samuel Lafone Quevedo visita
y describe las ruinas de Fuerte Quemado, cerca de Santa María,
Catamarca, que comienza el interés por la indagación del remoto
pasado. Búsqueda que reconoce antecedentes desde el año anterior,
con la publicación de "Las ruinas de Tiahuanaco, recuerdos de
viaje" de Bartolomé Mitre, donde sintetiza su visión del mundo,
de la historia y del papel que él y sus correligionarios debían
jugar ante la posteridad. Se comienza a asistir en la Argentina
a la puesta en marcha de un conjunto de medidas destinadas a
afianzar la construcción de la nacionalidad, entre las cuales
se priorizan los viajes científicos por comarcas desconocidas
y la fundación de museos e instituciones científicas.
En 1872 se funda la Sociedad Científica Argentina, con dos viajeros
naturalistas de la talla de Estanislao Cevallos y el perito
Francisco Pascasio Moreno. En Córdoba se organiza en 1869 bajo
la dirección de Germán Burmeister, la Academia de Ciencias de
Córdoba. En 1873 Moreno ya contaba con fondos académicos para
hacer su primer viaje de exploración científica al Río Negro;
y en 1877 Ramón Lista hizo su primer recorrido. El Museo de
la Plata se fundó en 1884 a partir del Museo Antropológico de
Moreno, creado en 1862 y oficializado en 1875.
Dice el antropólogo José A. Pérez Gollan: "En esa tarea de conformar
la nación y consolidar la modernidad del Estado, la filosofía
positivista resultó una poderosa herramienta ideológica. Sirvió
para explicar las consecuencias del proyecto, señalar los obstáculos,
delimitar el campo de lo moderno y disciplinar a los sectores
renuentes – por atrasados o contestatarios - a incorporarse
al proceso. Acorde con el espíritu positivista, a la ciencia
se le atribuyó un cometido central... " Es decir, el intento
fáustico de llegar al estadio positivo de Comte, donde el poder
espiritual pasa a manos de los sabios y el poder temporal a
los industriales. De ahí el afán fundacional de museos, que
oficiarían como "catedrales profanas" del saber donde el sabio
oficiaría de sumo sacerdote.
Con la consolidación de las fronteras interiores tras la llamada
"Conquista del Desierto", y en plena exaltación del progreso,
el positivismo también serviría para legitimar la desaparición
de las razas aborígenes. Y esto se inserta en uno de los puntos
difíciles del nacimiento de la antropología argentina, con hombres
preocupados por la cultura material del indígena pero no tan
preocupados por el aniquilamiento de los portadores de esa cultura.
Así, algunos epígonos de esta doctrina saludaron al alcoholismo
y las enfermedades, como una forma "incruenta" de despejar los
territorios que serían ocupados por los brazos laboriosos de
la inmigración. Pero a fuerza de ser sinceros debe reconocerse
que esta misma generación también produjo voces disidentes.
Tal la de un gran argentino olvidado, Adán Quiroga (1863-1904)
quien, desde una actitud apegada a lo telúrico y empeñada en
la revalorización de las razas que poblaban nuestro territorio
en el momento de la conquista, advertía sobre los peligros de
un exagerado cosmopolitismo. Dice Adán Quiroga en su obra "Calchaquí":
"los acontecimientos históricos han de resaltar la virilidad
de la nación calchaquí y la importancia del suelo catamarqueño
por sus recuerdos clásicos en la lucha de dos civilizaciones
y las dos madres razas". Y agrega "Apartar al indio de la historia
es desdeñar nuestra tradición, renegar de nuestro nombre de
americanos".
Esto se dijo en pleno apogeo universal del evolucionismo lineal
darwinista. En este marco y, tal vez, en el mismo anhelo de
preservar nuestro pasado, un joven naturalista entrerriano,
discípulo de don Pedro Scalabrini, se propone enterrar la pala
para sentir la fragancia de América, de la misma forma que en
los puertos de la vieja España los navegantes hundían sus manos
en los sacos de cacao y café para recordar los aromas de la
Tierra Firme de la Mar Océana.
En 1908, en la provincia de Jujuy, un hombre vigoroso y con
semblante de sabio, cuyos ojos refulgían como carbones encendidos,
descendió de la Quebrada anunciando a viva voz: "Nelly, Nelly,
es Troya, es Troya". Colocó a su esposa y a su pequeño hijo
en las ancas de una mula baya y como la sagrada familia de los
retablos medievales, ascendió hacia el morro de Tilcara.
Era Juan Bautista Ambrosetti, antropólogo, arqueólogo, explorador,
folklorista, historiador, lingüista, literato, naturalista,
fundador del Museo Etnográfico de Buenos Aires y figura rectora
de la arqueología argentina. Había realizado el formal descubrimiento
del Pucará de Tilcara, la más importante reliquia prehispánica
del noroeste argentino. Y fue, tal vez, esta envergadura colosal
como representante de las Ciencias del Hombre, la que ocultó
sus comienzos como naturalista en su Entre Ríos natal.
Nuestros
primeros sabios fueron lo que hoy podríamos llamar "hombres
del Renacimiento", ningún campo del conocimiento les era ajeno
o provocaba algún tipo de desdén. Baste decir que el gran Lugones,
mientras honraba las letras argentinas, se ganaba la vida como
profesor de físico-química y matemáticas. Einstein declaró que
don Leopoldo fue uno de los primeros en comprender su Teoría
de la Relatividad. De la misma manera, tanto Ambrosetti, como
Holmberg, Ameghino, Moreno y otros, escrutaban con la misma
pasión y curiosidad un mineral, un sedimento, un fósil o un
tiesto de alfarería, como lo describían con un rigor y estilo
literario similar en sus libretas de campo. En Ambrosetti el
naturalista viajero dejó lugar al peregrino del pasado.
Al igual que Moreno y Ameghino, en tierra de doctores no tenía
título habilitante. Se lo otorgó sí, "honoris causa", el Consejo
de la Facultad de Filosofía y Letras el 16 de noviembre de 1910
luego de una brillante actuación en el Congreso de Americanistas
reunidos en Buenos Aires cuando el Centenario de Mayo. Más de
diez expediciones al norte y los yacimientos de Tafí del Valle,
Pampa Grande, La Paya y Tilcara respaldaban esta decisión. Ya
Eric Boman había sospechado a principios de siglo la presencia
de yacimientos arqueológicos en la zona comprendida por las
provincias de Salta y Jujuy. En su indispensable "Antiquités"
observó: "Estas montañas son hasta hoy absolutamente desconocidas
desde el punto de vista arqueológico, y únicamente los indios
han penetrado en esos laberintos de pequeñas quebradas escondidas
entre las rocas". El noroeste argentino esperaba su Schliemann
y el Pucará de Tilcara fue la Troya de Ambrosetti.
Los comienzos de la producción bibliográfica de Ambrosetti estuvieron
abocados a su temprano interés por el entorno natural de su
terruño natal. Su primera publicación data de 1887, Descripción
Física y Estadística de la Provincia de Entre Ríos, editada
por Cayetano Ripio en Paraná donde, en veintitrés páginas, condensó
interesantes informaciones sobre la forma de aquella provincia.
A este trabajo le siguió Observaciones sobre los reptiles fósiles
oligocenos de los terrenos terciarios antiguos del Paraná, todo
un título, muy apropiado para la publicación que lo acogió,
nada menos que el Boletín de la Academia Nacional de Ciencias
de Córdoba en 1890.
Fue gracias al primer director del flamante Jardín Zoológico,
su futuro suegro Eduardo Holmberg, que se dio inicio a la impresión
de la insuperable Revista del Jardín Zoológico, en cuyas páginas
colaboró Ambrosetti con notas biológicas y materiales para el
estudio de nuestro folclore, que luego recogió para formar el
volumen posteriormente conocido como "Supersticiones y Leyendas",
testimonio de su viva y permanente inclinación por los trabajos
de biología, zoología y paleontología, entonces circunscriptos
al territorio litoraleño. Por un incendio en la imprenta se
perdieron para siempre algunos trabajos de Ambrosetti, como
ulteriormente también desaparecería misteriosamente la casi
totalidad de la biblioteca del Jardín Zoológico, merced a los
avatares de una cuestionada y sospechosa "privatización".
No tardaron en llegar los viajes; el marco del gabinete y las
redacciones eran demasiado estrechos para el enérgico entusiasmo
del precoz naturalista. El primero fue en 1890 por el Río Grande
do Sur y el Alto Uruguay; su relación figura en la revista del
Museo de la ciudad de la Plata. El segundo, también por el noreste,
se realizó en 1892 por pedido expreso de Francisco P. Moreno
y el relato de la expedición, al siguiente año, fue escuchado
por los asistentes a una brillante conferencia al teatro Nacional,
al conmemorarse el XXII aniversario de la fundación de la Sociedad
Científica Argentina. Fue la primera que, con proyecciones luminosas,
se dio en el país y fue reproducida con términos encomiásticos
en el diario La Tribuna dirigido entonces por Mariano de Vedia.
"Volvería a Misiones sólo por ver sus árboles", dijo en la ocasión,
y volvió por tercera vez en 1894 con el apoyo también del Instituto
Geográfico Argentino. En este viaje que completa las observaciones
de los dos anteriores, se puede observar no sólo la profundidad
de sus observaciones sino también su placentero estilo literario,
salpicado por vivísimas anécdotas de viaje. Un viaje a la Pampa
Central y otro a la Puna de Atacama coronan el ciclo de naturalista
viajero de la vida de Ambrosetti, del observador agudo de todos
los fenómenos de la naturaleza, pues de aquí en adelante será
la antropología la senda de su incansable trajinar.
Ambrosetti murió prematuramente en 1917. Su discípulo Debenedetti,
al frente del Museo Etnográfico, recogió su herencia científica
y prosiguió su labor. Su obra arqueológica, señalada por más
de veinte expediciones y algunos libros ilustrativos, resultó
vasta y fecunda. En Tilcara prosiguió los trabajos de Ambrosetti
e inició las tareas de reconstrucción del Pucará. En nuevas
y sucesivas excavaciones encontró diversidad de material de
prueba, como vasos peruanos, cabezas trofeo, alguna mascara
de oro, tabletas con tallas zoomorfas para la ingestión de alucinógenos,
cornetas de hueso, cascabeles de nuez, discos de cobre y vasos
finos con decoración reticulada, que era testimonio de una civilización
autóctona, vitalizada con influencias incaicas, del altiplano
y salteñas. Ayudado por Eduardo Casanova realizó estudios estratigráficos,
investigando en profundidad el monte. Luego se entregó a la
labor reconstructora. Un pequeño monolito, emplazado en la cima
del morro, recuerda al naturalista-antropólogo y a su discípulo
arqueólogo: "La provincia de Jujuy y la Comisión de Homenaje
a los arqueólogos Juan B. Ambrosetti (1865-1917) y Salvador
Debenedetti (1881-1930). De entre las cenizas milenarias de
un pueblo muerto exhumaron las culturas de nuestros aborígenes
dando eco al silencio. El Museo Etnográfico, la cátedra y el
libro resumieron su obra. Sus nombres viven en el extranjero.
En su Patria se los respeta".
Fuente: www.agendadereflexion.com.ar