Perón, de El Galeão a Ezeiza
El episodio del 2 de diciembre de 1964, denominado
“operativo retorno”, pasó a la historia como una borrosa imagen de Juan. D.
Perón descendiendo del avión de Iberia en al aeropuerto El Galeão de Río de
Janeiro. Imagen borrosa, olvidada, no sólo porque los fotógrafos debieron
tomar las fotos desde trescientos metros de distancia, y desde afuera del
aeropuerto, sino también por las férreas gestiones diplomáticas del
presidente radical Arturo Illia y por la inoperancia y mezquindad de las
ramas política y sindical a cargo de motorizar las movilizaciones en toda la
Argentina que asegurarían el éxito del operativo.
Por Ariel Hendler*
Por donde se la mire resulta borrosa la imagen de Juan Perón descendiendo
del avión de Iberia en Río de Janeiro hace justo medio siglo y cuatro meses.
No sólo porque los fotógrafos debieron tomar las fotos desde 300 metros de
distancia, ya que no se les permitió ingresar al aeropuerto El Galeão.
También, porque la imagen quedó prácticamente borrada de la memoria
colectiva, como si todos los involucrados se hubieran confabulado para dejar
ese hecho en el olvido. Los hechos crudos dicen que Perón, alentado por la
promesa del presidente radical Arturo Illia de que no se le impediría
ingresar al país, anunció su retorno a fines de 1963, abordó un avión de
Iberia pero no pudo pasar de la escala en Brasil, donde el gobierno militar
de ese país lo envió de regreso a España gracias a la eficaz gestión del
gobierno argentino, el mismo que le había asegurado su derecho a regresar.
Eso fue todo.
Brillaron por su ausencia las movilizaciones previstas en toda la Argentina
en caso de ser necesario para forzar un desenlace favorable, en parte debido
a la mezcla de inoperancia y mezquindad de las ramas política y sindical a
cargo de motorizarlas, pero también porque no existió ninguna pueblada
espontánea para suplir la defección de la dirigencia, tanto política como
sindical. Los nueve años de distancia no habían transcurrido en vano. Apenas
en unas pocas fábricas del conurbano y alguna barriada obrera del Gran
Rosario hubo abandono de puestos de trabajo y marchas. Demasiado poco. El
episodio borrado de la memoria del 2 de diciembre de 1964 demostró que la
conducción del peronismo en el país, el “comando táctico”, no era
precisamente una vanguardia revolucionaria. Pero tampoco lo sobrepasaron las
bases.
La única foto del “operativo retorno”, borrosa en tantos sentidos, muestra a
Perón descender la escalerilla, impedido de seguir viaje, precedido por
Alberto Iturbe, su delegado personal, y por Augusto “el Lobo” Vandor, jefe
de la UOM y hombre fuerte del sindicalismo. Lo siguen Delia Parodi, jefa de
la rama femenina; Andrés Framini, aguerrido gremialista textil; Carlos
Lascano, titular del Partido Justicialista, y Jorge Antonio, amigo y
confidente de Perón, también exilado en Madrid. Casi una comparsa. De nada
valieron las ardorosas cartas que John William Cooke le escribió al general
pidiéndole que nombrara a un “súper comando” a la altura de las
circunstancias; Perón lo desoyó y se rindió a las promesas de movilización
que le hizo el jefe metalúrgico.
El único discordante en la comitiva era Framini: ¿Qué hacía el enérgico
impulsor del programa de Huerta Grande en ese avión, junto a lo peor de la
“burocracia conciliadora y entreguista” (sólo faltaba Raúl Matera)? Fue una
pregunta que nunca pudo responderse la primera generación de la Juventud
Peronista, fascinada por el gran batacazo electoral de 1962 en la provincia
de Buenos Aires; toda una camada que se educó políticamente leyendo la
incendiaria revista Compañero, dirigida por el olvidado Mario Valotta, y que
asistió en agosto de 1964 al lanzamiento del Movimiento Revolucionario
Peronista, con Gustavo Rearte y el misterioso Héctor Villalón como
referentes. Recién dos décadas más tarde el líder textil pudo explicar que
el propio Perón siempre le reiteraba su confianza en él para sintetizar las
tendencias opuestas del movimiento. Una utopía.
En cuanto a Perón, no hay una respuesta inequívoca a la pregunta de si creía
o no en la posibilidad de regresar a la Argentina. Lo único seguro es que la
noche en que se embarcó en el avión, después de abandonar la quinta 17 de
Octubre adentro del baúl de un auto conducido por Jorge Antonio, privó en él
la decisión de honrar la palabra empeñada y, de paso, desmentir las
versiones odiosas sobre su supuesta cobardía. Consiguió ambas cosas. Su
derrota, aunque inapelable, fue digna.
Quizás no contó con la firmeza y determinación del gobierno de Illia, que no
dudó en apelar a los buenos oficios de la dictadura vecina para deshacerse
del pasajero indeseado. Un cinematográfico operativo militar rodeó el avión
recién aterrizado con Perón a bordo, como si adentro viajaran piratas aéreos
con rehenes. De allí lo condujeron a la base militar del aeropuerto donde
permaneció 14 horas detenido hasta que volvió a embarcar. Más tarde, Vandor
y Jorge Antonio inventaron la historia de unos supuestos militares yanquis
dando las órdenes, como cualquiera que trata de agrandar al rival que lo
derrotó para sentirse menos ridículo.
Pero el verdadero vencedor en esa jornada había sido Illia, el mismo que
había accedido a la presidencia con el 25 por ciento de los votos en
elecciones viciadas de nulidad por la proscripción del peronismo. Casi todo
lo que se dice de él es falso. Su gobierno se caracterizó por la decisión y
firmeza de sus acciones. Basta repasar algunos hechos como la anulación
inmediata de los contratos petroleros con empresas estadounidenses. Eso fue
apenas el primer día. Antes de un año ya habían entrado en vigencia el
Consejo del Salario; la Ley de Abastecimiento, que establecía provisión y
precios “cuidados” para la canasta básica, y Ley la de Medicamentos, que
obligaba a los laboratorios a blanquear sus costos y bajar los precios. Todo
en tiempo récord.
Si el ritmo vertiginoso que quiso imponer Illia a su gestión sufrió demoras,
fue debido a los palos en la rueda que puso la oposición política y
corporativa, alarmada frente a lo que consideraba atentados contra la
propiedad privada. Del otro lado del mostrador, la CGT, dominada por el
peronismo, lanzó a mediados de 1964 un virulento plan de lucha con
ocupaciones de fábricas. Curiosamente, fue nada menos que Roberto Carri,
sociólogo peronista desaparecido durante la última dictadura, quien en su
libro Sindicatos y poder en la Argentina reveló que las burlas sobre la
supuesta lentitud de Illia nacieron a propósito de su negativa a reprimir la
protesta social, para decirlo en términos de hoy. En lugar de actuar con la
fuerza pública, el gobierno se limitó a sugerirle a las patronales que
hicieran las denuncias pertinentes en la justicia.
De todas formas, la ridiculización y las caricaturas de los medios
periodísticos a la “tortuga” Illia colaboraron en gran medida a crear un
clima político favorable al golpe cívico-militar-mediático, como lo
llamaríamos hoy, que lo derrocó en 1966. Era la época en que los quiebres
institucionales eran una amenaza cierta. Por si quedaba alguna duda sobre
las patas civiles de la conspiración, Vandor se hizo presente en la jura del
dictador Juan Carlos Onganía. Pero también hay que decir que todas las
convicciones democráticas de Illia, más allá del pecado de origen de su
gobierno, fueron a parar al tacho de basura el 2 de diciembre de 1964.
Tanto él como su canciller Miguel Ángel Zavala Ortiz, habían sido diputados
opositores durante el gobierno peronista, y más tarde “comandos civiles” en
1955. En el caso de Illia, jefe del radicalismo cordobés, había actuado en
forma coordinada y en constante contacto telefónico con el general golpista
Eduardo Lonardi durante su acuartelamiento en una unidad militar de las
afueras de Córdoba. Como para demostrar que siempre fue un hombre decidido y
de acción. También lo era Zavala Ortiz, quien pocos días después de frotarse
las manos por el fracaso “inducido” del operativo retorno, formuló ante la
asamblea general de las Naciones Unidas un alegato contundente por los
derechos argentinos sobre las islas Malvinas.
Fue el preámbulo de la resolución 2065 del 16 de diciembre de 1965,
indudable mérito suyo, que reconoció por primera vez la existencia de una
“disputa de soberanía” entre Argentina y el Reino Unido por las islas, e
invitó a ambos países a continuar con las negociaciones recomendadas por el
Comité Especial de Descolonización. Todos los países latinoamericanos
votaron a favor, Incluido Brasil. Zavala Ortiz era antiperonista fanático
que se destacaba por sus declaraciones siempre agresivas y despectivas hacia
la figura de Perón, pero pasó a la historia por este logro diplomático.
Lo cierto es que toda una generación de jóvenes militantes peronistas como
Rearte, Jorge Rulli, Pancho Gaitán y muchos otros quedó marcada por el
fracaso de la operación retorno, y truncada por el golpe de 1966. Lo que
ocurrió a partir de entonces es, de algún modo, la historia de cómo una
nueva generación consiguió revertir la derrota de El Galeão, jaquear a la
dictadura y conducir la mayor movilización de la historia hacia Ezeiza el
día del retorno definitivo de Perón. Ese día tampoco tuvo un final feliz,
desgraciadamente, pero esa es otra historia.
*Autor de 1964: Historia secreta de la vuelta
frustrada de Perón (Editorial Planeta)
Fuente:
Revista Digital La Tecl@ Eñe
http://lateclaene.wix.com/la-tecla-ene