Ampliar derechos para una
democracia mas democrática
Por Gabriel Brener*
En el marco de la conmemoración del 17 de mayo como día de la Lucha contra la
discriminación por orientación sexual o identidad de género se realizó un
encuentro en UTE Diversidad Sexual (Unión de Trabajadores de la Educación) en el
que se proyectó “Yo nena, yo princesa” un documental que relata la historia de
Luana que nació varón, pero apenas supo hablar se identificó con lo femenino.
Hoy es la nena trans más joven que tiene un DNI acorde a su identidad de género.
Gabriela Mansilla, su mamá, registró este proceso, muy complejo y doloroso, en
un cuaderno, y lo publicó en forma de libro y Valeria Paván y María Aramburú lo
convirtieron en un documento audiovisual. Lo que sigue es mi intervención en
dicho evento.
Las leyes1 que logramos en estos últimos años como sociedad son un enorme avance
para la consolidación de nuestra democracia. Y es necesario decir que son fruto
de valiosas ( y valientes) decisiones políticas, pero especialmente debemos
decir que son el resultado de un montón de años de lucha de muchas personas,
organizaciones sociales, innumerables vidas que aún están y otras que ya no.
Que hoy exista una Ley de Educación Nacional, donde los pibes y pibas vulnerados
y postergados sean los sujetos centrales de la escuela o que los pibes sean
sujetos de derechos no es sólo una decisión política, de enorme valor
estratégico en términos de políticas de Estado y no solo de gobierno, sino que
se trata de un montón de años de lucha de una institución como UTE, en la
ciudad de Buenos Aires, o SUTEBA en la Provincia, y CTERA en el plano nacional ,
que lucharon y salieron a la calle para bancar un proyecto de país distinto y
librar batalla a los modelos de sociedad excluyentes, al neoliberalismo como
política de Estado y como parte del sentido común.
Que exista la ley de identidad de género, de matrimonio igualitario, de
educación sexual integral, no son solo decisiones políticas ejecutivas y
parlamentarias , es especialmente pensar en Mocha Celis como nombre propio del
primer bachillerato Trans de la región, reconociendo a alguien que terminó
asesinada en Flores por las fuerzas de seguridad y que en homenaje a ella y a su
condición de exclusión social y educativa , el Mocha lleva su nombre
reivindicando la condición de lucha de tantas/os silenciadas/os, perseguidas/os,
humillados/as y desconocidos/as que hicieron posible dar luz a estas leyes.
La psicopedagoga, la psicóloga y los docentes que fueron mencionados por
Gabriela, la mamá de Luana y tan fuertemente cuestionados por su práctica
profesional en relación a su hija, si bien no los/las conozco en lo singular me
arriesgo a decir que no son personas que hacen las cosas con maldad. No los
excuso, y desconozco la situación que siempre debe analizarse en su contexto
específico y por los involucrados directos, lo que puedo afirmar es que son
responsables de sus actos. Pero en un espacio como este y desde mi lugar como
autoridad educativa me interesa destacar que tenemos que entender que somos
consecuencia y herederos de un siglo XX en el que la escuela fue una maquinaria
de inclusión muy eficaz, pero al mismo tiempo fue una inclusión excluyente, en
tanto esa forma de incluir fue y aún sigue siendo en muchos lugares un sinónimo
de homogeneizar. Todos adentro, del mismo modo, dejando en la puerta de la
escuela su cocoliche, su manera de mirar, de sentir, de estar, su elección
sexual y un conjunto de cuestiones identitarias sobre las que afirmamos nuestra
condición de sujetos. Creo, que estos docentes, como tantos otros/as han sido
formateados por este modelo de inclusión. La escuela incluyó pero haciendo que
todos “se desarmen” de sí mismos en la entrada.
Pero por suerte a las escuelas hay muchas cosas que entran sin pedir tanto
permiso y este tiempo que nos toca a nosotros es el del desafío de una inclusión
más democrática en las escuelas en el que la inclusión no es homogeneización
porque en esa ecuación la diferencia queda congelada como deficiencia, y muchas
veces como anormalidad.
Me parece fundamental poder revisar la mirada hacia el otro porque la escuela
puede ser un lugar en el que aprendamos a mirar y estar entre nosotros de otra
manera y ese es el desafío que tenemos que librar. La escuela es un lugar en el
que los y las docentes tienen que saber que no solo están en carácter personal
sino que, son la representación del Estado frente a los pibes y las pibas. Por
lo tanto, la escuela es el primer ámbito por fuera de las familias en el que los
recién llegados/as se constituyen como ciudadanos/as. Entonces la diferencia no
es deficiencia, sino una maravillosa oportunidad de enriquecimiento de la
convivencia.
Hay una frase muy incorporada al sentido común y dice que la maestra es la
segunda mamá. Por un lado, está sesgada por género y por otro lado, aun
reconociéndole su valor afectivo, no podemos dejar de señalar cierto rasgo de
despolitización en la medida que simplifica o primariza el lugar de el / la
docente que es político por definición, por necesidad, y siempre acorde a una
historia, un contexto. Más que la segunda mamá es la primera o primer adulto/a
por fuera de la familia ante quien los pibes y las pibas se constituyen como
ciudadanos/as.
La ley es necesaria pero nunca suficiente, porque requiere un proceso de
sensibilización, de construcción e implementación de nuevas miradas y reglas
para acompañar los cambios en las maneras de estar y relacionarnos. Muchas veces
en las escuelas se etiqueta y estigmatiza, como sucede en la sociedad de la que
forma parte activa y eso es lo que debemos transformar. La inclusión no se da
por imposición, es un proceso que se construye lenta, contradictoria y
sostenidamente, mucho más por convicción ( y actos consecuentes) de que puede
ser posible que por la declamación de lo políticamente correcto.
En estos tiempos electorales, andan dando vuelta (ya no tan agazapados) aquellos
que tienen la convicción de que todo pasado fue mejor, aquellos amantes de las
nostalgias moralizantes, anunciadores del declive y la tragedia de las escuelas
y la enseñanza, aquellos que se guardan y no revelan algunas de sus más íntimas
convicciones. Que temen a lo nuevo, los asusta la irrupción de lo inesperado que
son los centenares de miles de pibes/as y sus familias que no fueron convidados
a la escuela en Argentina y hoy son sujeto de derechos y el Estado se hace
responsable de la obligatoriedad de su escolaridad, con los logros y las
dificultades que eso supone. Hay un montón de pibes que tienen derecho en la
escuela a acceder a información relevante en torno a su propia sexualidad. Un/a
docente no puede elegir si va a trabajar o no la Ley de Educación sexual
Integral, porque es derecho de cada pibe y piba en Argentina que en la escuela
se enseñe Educación Sexual integral y el Estado, y la /el docente como su
representante debe ser garante de ese derecho y debate en las aulas y generar
las condiciones para que cualquier pibe o piba pueda sentirse escuchado,
respetado en su decisión de ser quien quiere ser, de enamorarse de quien se
quiera enamorar y garantizar procesos administrativos, baños y diversos espacios
según sus necesidades y deseos.
¿Si es sencillo? Para nada! Es complejo, supone trabajar el conflicto en forma
permanente porque es mentira lo que nos hacen creer que tenemos que andar en
armonía. En una sociedad como la nuestra, con diversos tipos de desigualdades,
el conflicto organiza la convivencia y hay que bancarlo y transitarlo como algo
necesario y no perjudicial. El conflicto permite procesar las diferencias.
Pensemos cómo hacemos para que en la escuela los pibes sientan que pueden ser
quienes desean ser y no quienes un otro cree que deben ser.
Hay un libro que se llama “Frankenstein educador”, de Philippe Meirieu, que es
una parodia a la escuela moderna , pero fundamentalmente una crítica a los
adultos que a veces no nos podemos bancar la irrupción de lo nuevo e inesperado.
Lo que hace “Frankenstein educador” es demostrar cómo muchas veces lo adultos lo
máximo que esperamos de nuestros pibes es que sean una réplica de uno mismo y en
miniatura. Ese es el peor modo de pensar la educación. Nos guste o no, la
escuela está en la encrucijada entre la permanencia y el cambio.
Educar siempre es elegir, lo sepamos o no. Algunos eligen por la permanencia,
adoradores del todopasadofuemejor, le temen a la irrupción de lo inesperado, le
temen a la elección sexual libre y soberana. Lo que tenemos que pensar es cómo
hacemos para generar las condiciones para que en las escuelas se pueda hablar de
esto, de lo que siempre estuvo silenciado y garantizar una vida cotidiana más
auténtica, democrática y plural.
El desafío no es otro que el de habilitar espacios para que se hable y se
escuche y para que se pueda ejercer el derecho de la Educación Sexual Integral,
el derecho a la identidad de género, a ser sujeto de derecho, porque venimos de
un siglo en el que los pibes eran menores y no sujetos de derechos. Son muchas
las cosas que tenemos que cambiar y la transformación es cultural. Es importante
salir a la cancha a jugar y discutir porque hay muchos que a veces piensan que
las cosas siempre fueron así y entonces que sigan siendo así o alguito mejor .
La verdad que esto demuestra que las cosas pueden ser de una absoluta otra
manera y que puede estar mejor transitar esa manera no desprovista de conflictos
e incomodidades y dificultades.
No hay otra manera de ser mejores docentes que revisando la propia autobiografía
y no hay mejor manera de cambiar la escuela en Argentina que poner los puntos
sobre las íes y revisar el modelo sarmientino de escuela moderna que tenemos y
pensar que el sujeto de derecho no solo debe ser una enunciación correcta sino
la concreción de una mejor vida en las escuelas y fuera de ellas.
Tenemos que pensar cómo hacemos para interpelar la mirada del otro porque las
representaciones sobre el otro no sólo describen sino que también son normativas
como la pedagogía, porque orientan la mirada, y muchas veces la eficacia de lo
que estoy diciendo lo demuestra cuando uno se cruza de vereda frente a alguien
(con ciertas características) que ve que está viniendo sin que haya pasado nada.
Lo que hacen las representaciones es organizar no sólo el modo de ver al otro
sino también la manera de actuar respecto del otro.
La escuela es un espacio estratégico para construir vida democrática, pero
fundamentalmente creo que la escuela es un lugar maravilloso para ponerse en el
lugar del otro. En tiempos en lo que más cotiza es el otro como amenaza, tenemos
que poder transformar esta situación para pensar que el otro, más que una
amenaza, puede ser mi complemento.
La lucha es enorme, las leyes ayudan, pero es muchísimo lo que hay que hacer.
Hay que sostener las leyes animándonos a multiplicar el debate, con la
incomodidad de que a veces hasta los seres más queridos piensan de un modo que
nos escandaliza pero hay que buscar argumentos porque el rechazo espontáneo
omite la información que ayuda a discernir.
La idea no es quedarnos con rechazos espontáneos sino juntarse con el otro y
buscar los argumentos que ayudan a pensar que podemos ser distintos, iguales y
mejores que lo que fuimos.
1 En referencia a Ley de Garantía del Salario Docente y 180 días de clase (Ley
25864) 2004 Ley Educación Técnico-Profesional (26058) 2005 Ley Protección Integral
de los Derechos de niñas, niños y adolescentes (26061) 2005 Ley Financiamiento
Educativo (26075). 2006 Ley Educación Sexual Integral (26150). 2006 Ley de
Educación Nacional (26206) 2006 Ley de Identidad de género, de Matrimonio
Igualitario, entre muchas otras.
* Gabriel Brener
Prof. De Enseñanza Primaria ( Normal Nº 4).
Lic. En Cs. Educación ( UBA).
Especialista en Gestión y Conducción del Sistema educativo y sus instituciones (
FLACSO).
Subsecretario de Equidad y Calidad Educativa del Ministerio de Educación de la
Nación.
Autor de “Periodismo Pedagógico, de escuelas, violencias , medios y vínculos
entre generaciones” Editorial Mandioca. 2014 Bs. As.