La escuela, entre la permanencia y el cambio
Por Emiliano Samar* y Gabriel Brenner**
Instalar en materia de diversidad sexual y educación, el 17 de mayo como Día de
Lucha Contra la Discriminación por Diversidad Sexual e Identidad de Género,
sigue siendo una tarea pendiente. Independientemente de las leyes y resoluciones
jurisdiccionales que establecen el día 17 de mayo como "Día de Lucha Contra la
Discriminación por Orientación Sexual o Identidad de Género", e incluso
celebrando los proyectos de Ley que buscan establecer dicha fecha a nivel
nacional, sigue siendo un desafío convertir la efeméride en una instancia viva,
presente, y de trabajo colectivo, consciente y cargado de sentido. El 17 de Mayo
de 1990 la Organización Mundial de la Salud quitó la homosexualidad de su
listado de enfermedades. Claro que es importante esta fecha y lo que de ella se
desprende. Y esta fecha es invisibilizada año tras año mediante la falta de
acciones concretas. La falta de actividades y campañas son la voz de una manera
de entender el mundo, la educación, la sociedad. También son la voz del
desconocimiento, del miedo, del no saber cómo resolver aquello que pudiese
suscitarse.
La educación es política, es un acto político. Ese acto está en estrecha
relación con algunos posicionamientos frente a supuestos que subyacen en
nuestras prácticas, y también en nuestros lenguajes. En el discurso, en la
manera de plantear y visibilizar algunas cuestiones, la diversidad está todo el
tiempo.
Las leyes que tenemos son el resultado de la lucha, traen consigo el trabajo de
mucho tiempo, de muchas compañeras y de muchos compañeros, de quienes quizás no
sabemos ni el nombre, que se han puesto una máscara para ir a la primera marcha
del orgullo o que fueron desaparecidos simplemente por su elección sexual en la
dictadura... Es aquella militancia, la de ayer, y la de hoy, la que hizo posible
la concreción de estas normas. Lo que es necesario advertir es que aunque la
norma es ante todo una herramienta para regular nuestra convivencia democrática,
es un condición necesaria pero nunca suficiente para que ello ocurra. Existe una
distancia entre las conquistas en materia de ampliación de derechos y la
transformación cultural que las mismas leyes demandan en los territorios
cotidianos de nuestra sociedad. Y esa es la disputa más desafiante en estas
horas. Salir a batallar con las injusticias al mismo tiempo que generamos
debates allí donde impera el silencio, ese ensordecedor silencio de que las
cosas sean como venían siendo… injustas, sexistas, masculinocéntricas, de dolor
y humillación para que quien no puede expresar y vivir con libertad su propia,
necesaria y legítima decisión personal. Romper el silencio de quien coincide
pero mejor no debate porque sigue sobrevolando esa idea de “yo argentino” o “no
te metas”. Sentido común hecho carne en los modos de decir y pensar que
condicionan el hacer. A ese sentido común o mejor dicho a esa falta de sentido
de lo común, debemos contraponerle reflexión, abrir los puntos de vista, poner
sobre la superficie aquellos que estuvieron invisibilizados (y siguen estándolo)
en los medios masivos de comunicación, en las escuelas, en la fila del banco o
del supermercado. Porque ser neutral no es más que confirmar con el “yo no me
meto” la distribución tradicional de poder en las relaciones sociales, siempre
sujetas a contexto, a riesgo de simplificar y/o reducir a cuestiones binarias
asuntos que son mucho más complejos. Lo masculino sobre lo femenino, lo
heterosexual sobre lo homosexual, lo mercantil sobre lo estatal, lo civilizado
sobre lo bárbaro, y podríamos seguir.
Que aún existan boletines de calificaciones que solo le confieren autoridad al
padre, encargado o tutor, desconociendo otras autoridades en las familias, que
haya que acompañar a una compañera docente trans porque la escuela no le cambia
el nombre en el libro de firmas, o que una estudiante trans de una escuela
secundaria no pueda ir al baño de mujeres, o que una docente le diga a una
colega en su escuela: “todo bien pero vestite de varón para venir a dar clases”,
nos indican que debemos profundizar la lucha y los conquistas logradas, seguir
cada caso, lograr concreciones, no solo declaraciones. Que la agenda educativa
cite una Ley y que eso no garantice llenar de contenido la letra escrita y
normada, que en la mayoría de las aulas esta fecha pase inadvertida, que no
merezca palabras alusivas, ni carteleras, ni conversaciones enriquecedoras. Que
aún circulen notas encabezadas “Señores Padres” y se sigan colgando láminas
estereotipadas. Todo esto nos habla de nuestro enorme desafío ante tanto
construido. Podemos mucho cuando podemos dar lugar visible y reconocible a los
diferentes modelos de familias. Podemos mucho cuando en lugar de preguntarle a
nuestro estudiante varón si tiene novia le preguntamos si está saliendo con
alguien. Podemos mucho cuando habilitamos juegos en el patio que superen o
pongan en crisis los modelos estereotipados de género. Podemos mucho desde la
palabra dicha, desde las acciones concretas, desde aquello que se devela en
simples y cotidianas acciones. O acaso no es posible preguntarnos porqué nos
formamos en hileras y esas hileras en lugar de ser mixtas están clasificadas por
género. Reproducimos lugares comunes, formas aprehendidas, sin preguntarnos,
cuando ya preguntándonos se habilita mucho de lo que podemos hacer.
Quienes ejercemos en la educación como docentes tenemos deberes que están
establecidos por las funciones que desarrollamos dentro del sistema. Existen
normas públicas, el diseño curricular es una norma pública que orienta en torno
a los contenidos a enseñar, de modo tal que no se trata que cada maestrito/a con
su librito. Y donde está nuestra función está nuestra tarea. Y en esa tarea que
desarrollamos está el derecho de nuestras estudiantes y nuestros estudiantes...
el derecho a formarse y a estudiar, y a ser respetados justamente en la
totalidad de sus derechos. Somos responsables por y ante cada uno/a de
nuestros/as estudiantes. Nuestra ley es de avanzada, y el desafío es hacer un
trabajo cultural para acompañar esa transformación. Y ahí está nuestro trabajo
como educadores. Visibilizar, decir, hacer, construir opciones que desde el
cotidiano van construyendo transformación y habilitando las diferencias en el
aula.
La escuela es ese fabuloso lugar que se encuentra debatiéndose entre la
permanencia y el cambio.
Somos herederos de una autoridad patriarcal, de un siglo XX asaltado por
dictaduras y neoliberalismos con botas y con votos. Fuimos formateados con la
premisa del porque te lo digo yo, de la obediencia debida, de amnesias para
sostener lo mismo y desigual de una escuela que ha sido herramienta de
dominación autoritaria.
Pero también somos herederos de los movimientos emancipatorios que han hecho de
la escuela un territorio de luchas, contradicciones, de libertad y justicia. Del
espíritu de Simón Rodríguez, de las escuelas para mujeres de Manuel Belgrano, de
la impronta de las Juana Manso, del Loco Carlos Vergara desafiando el
autoritarismo medicopedagógico disciplinante de la escuela del “orden y el
progreso”, de la escuela nueva, de las hermanas Cosettini, de Paulo Freire y las
pedagogías libertarias, del Maestro Iglesias y el supervisor Cabrera, de la
Mocha Cellis, de Los Isauro y las Maldonado. Hoy se sigue inscribiendo
transformación emancipadora en aquellas y aquellos docentes que eligen otros
textos para ser leídos y también para ser escritos, en territorios amigables y
también en los hostiles, porque creen en aquellos que los antecedieron y en
aquellos con quienes construyen conocimiento y convivencias. Hoy existen en las
aulas, los pasillos, las salas de reunión de docentes, los patios, quienes dejan
ver lo invisibilizado, quienes habilitan la multiplicidad y la diversidad,
quienes en lugar de desatender un conflicto probable, dan espacio para que el
mismo pueda surgir y volverlo conversación, buscar formas de solución. Darles
visibilidad a estas iniciativas y tan valiosas prácticas transformadoras es
practicar la autoridad como confianza y posibilidad, es aumentar a los otros y
en este caso, potenciar, hacer visible y legible las maneras en que muchos y
muchas colegas hacen justicia de género, que es justicia curricular, educativa y
social. Somos porque otros fueron, y mucho ha sucedido entre aquellas y aquellos
que con máscaras asistieron a una primer marcha del orgullo y estas palabras que
compartimos, mucho ha sucedido entre quienes fueron desaparecidos y torturados
por sus elecciones en tanto orientación sexual o identidad de género y las leyes
que estamos citando cada que vez que referimos a estos temas, mucho entre Carlos
Jauregui y su lucha y la gran cantidad de organizaciones, sindicatos y docentes
que hoy hacen de la diversidad una bandera cotidiana.
Educar es elegir, elegimos la escuela del cambio, elegimos democratizar la
democracia!!
*Emiliano Samar
Profesor de Enseñanza Primaria
Actor, Docente y Director Teatral
Presidente de “Educación por la Diversidad” y Referente de UTE DIVERSIDAD (Unión
de Trabajadores de la Educaciòn)
**Gabriel Brener,
Profesor de Enseñanza Primaria
Especialista en Gestión y Conducción del sistema educativa y sus instituciones
Subsecretario de Calidad y Equidad Educativa, Ministerio de Educación de la
Nación.