“Puliéndonos
como personas vamos encontrando los recursos para pulir nuestros
textos”
Entrevista a Irma Verolín por Rolando Revagliatti
Irma Verolín nació el 8 de diciembre de 1953 en Buenos Aires, ciudad en la que
reside, la Argentina. Estudió Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad de Buenos Aires y en grupos de estudio particulares. Entre otros,
obtuvo el Primer Premio Municipal “Eduardo Mallea” (por su novela inédita “La
mujer invisible”), el Primer Premio Internacional “Horacio Silvestre Quiroga”,
el Primer Premio Internacional de Puerto Rico Fundación Luis Palés Matos. Ha
sido traducida al inglés y al alemán. Es autora de ensayos literarios y de
artículos concernientes a su condición de Maestra de Magnified Healing y de
Reiki. Ha publicado los libros de cuentos “Hay una nena que gira” (Premio Fondo
Nacional de las Artes 1987), “La escalera en el patio gris” (Primer Premio de
Encuentro de Escritores Patagónicos), “Una luz que encandila” (Premio Ciudad de
El Colorado, provincia de Formosa, 2010) y “Una foto de Einstein tocando el
violín” (Primer Premio IX Concurso Nacional “Macedonio Fernández”); las novelas
“El puño del tiempo” (Premio Emecé 1993-1994) y “El camino de los viajeros”
(Primer Premio Internacional de Novela Mercosur, Ediciones UNL, 2012); el
poemario “De madrugada” (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014). Es también
autora de literatura infanto-juvenil: “La gata sobre el teclado”, “La lluvia
sobre el mundo”, “La fantástica familia Fursatti”, “El misterio del loro”, “El
ferretero del tornillo perdido”, etc. Por su libro “Los días” (inédito en
proceso de edición ) obtuvo el Primer Premio de Poesía de la Fundación Victoria
Ocampo “Horacio Armani” 2014). Su quehacer ha sido incluido en antologías
nacionales (citamos “Mi madre sobre todo”, compilada por Marta Ortiz y Gloria
Lenardón, Editorial Fundación Ross, 2010) y extranjeras. Administra
http://www.suryalotoreiki.blogspot.com y
http://espiraldesaraswati.blogspot.com
1 - ¿Marcamos un perfil?
IV - Con respecto a mi vida yo diría que está caracterizada por cambios
abruptos. Y en esos cambios están los viajes, los traslados. Apenas nazco mi
padre me lleva a Rosario donde reside la familia paterna con la excusa de
bautizarme. A partir de entonces volveré muchas veces a Rosario. Cuando se
produce la epidemia de poliomielitis mi madre me deja con mi abuela y ahí
aprendo a caminar. Luego mi padre, que era militar, es castigado por Perón. Cosa
curiosa, mi padre no era para nada antiperonista, ni siquiera quería ser
militar, pero siguió el mandato de mi abuelo y creo que eso lo mató a los 38
años, el sometimiento. Él decía que un militar no tenía que estar al servicio de
la política y los políticos, se declaraba en contra de los golpes de estado; lo
que ocurrió durante el peronismo fue que se opuso a que los soldados cantaran la
marcha peronista en vez del himno nacional. El castigo terminó siendo lo mejor
que le sucedió, porque en su exilio interno en Tartagal, provincia de Salta,
trabajó con los indios chiriguanos y allí logró aplicar su sentido del servicio.
Mi padre no tenía una visión muy vanguardista de la política, simplemente
pertenecía a la vieja escuela sanmartiniana, privilegiaba la decencia, y veía
que los oficiales hacían negociados, que vivían por encima de su sueldo y eso no
lo podía admitir. De entre los chicos, éramos los más sencillamente
vestidos.
Tampoco él provenía de una familia patricia; pudo estudiar en el Colegio Militar
porque fue becado, mi abuelo no podía costear todos los gastos. Era ridículo que
pensara que los militares no hicieran golpes de estado porque en realidad
siempre estuvieron al servicio de la clase dominante. Eso mi padre no lo veía,
pero sí la corrupción, por lo que decidió irse del ejército. Y se compró una
camioneta para traer mercadería desde la provincia de Mendoza. Pero se enfermó y
murió. Recuerdo que nos llevaba a mi hermano menor y a mí a las villas a jugar
con los chicos los domingos, creo que esto le quedó de su trabajo con los
indios. Algo había en él porque quería que tuviéramos una conciencia distinta a
la del medio que nos rodeaba. Se opuso a que asistiéramos a una escuela
religiosa, no era creyente, así que mi hermano y yo fuimos a la escuela pública.
Siendo muy niña estuve en Tartagal con los indios. Lo sé porque hay fotos. Mi
padre no tenía conciencia política pero sí sensibilidad social, no podía durar
en el ejército y, de haber vivido, hubiera formado parte del grupo opositor al
llamado Proceso de Reorganización Nacional. Murió cuando yo tenía ocho años, en
1962. Tres años antes había muerto mi madre. Me crié con tres hermanos más, dos
de ellos adolescentes, hijos del primer matrimonio de mi madre viuda. Cuando mi
madre enferma de cáncer, nos reparten a todos los hermanos. Yo voy con mis
abuelos paternos y con mi tío, hermano de mi padre, entonces soltero, que luego
fue actor [Leopoldo Verona, 1931-1914], un actor conocido del elenco estable del
Teatro Municipal General San Martín, y que durante el Proceso fue secretario en
la Asociación Argentina de Actores, estuvo en la lista negra, sufrió
persecuciones, militó de joven en el partido comunista y después adhirió a la
propuesta de Raúl Alfonsín. Allí con mis abuelos empiezo el preescolar y vivo de
espaldas a lo que sucede. Cuando vuelvo a la casa, mi madre ya no está, mis
hermanos mayores tampoco. Se recompone la familia con mi padre, mi hermanito
menor, y vienen mis abuelos y mi tío a vivir en la casa. No vuelvo a tener
verdadero contacto con mis hermanos mayores hasta pasados mis veinte años. Nos
habían informado que estaban muertos. A escondidas vi a mi hermana a los trece
años. Y a los quince. Lo que marcó un hecho importante es el contacto con mi tío
actor, quien se pone de novio con la actriz Dora Prince [1930-2015] y ellos me
llevan al teatro, son amigos de María Elena Walsh, la tana Rinaldi, Alfredo
Alcón, y entonces en ese barrio, que no era un barrio elegante sino un barrio de
tango, yo descubro la literatura pero a través de sus voces. Vienen a ensayar
algunos actores que luego conformarían el grupo Stivel, entre ellos recuerdo a
Alicia Berdaxagar con el negro Carlos Carela. Un mundo se abre para mí, mi tía
me pide que le tome la letra que está estudiando para una obra que va a
estrenar. Así, sin querer, comienzo a leer a los ocho años a Ibsen, Chejov,
García Lorca. Vivo en un barrio modesto con sentido de pertenencia, con vecinos
que son como parientes, pero viajo al centro de la mano de mis tíos al teatro
San Martín, al Cervantes, a los más importantes teatros donde ellos trabajaban.
Fallecieron hace muy poco: fue muy duro para mí.
Lo otro que marca mi vida es salir del colegio de monjas donde hice el
secundario por iniciativa de mi abuela para ir a Filosofía y Letras a principios
de los setenta, ese viaje como en la película argentina “Mirta, de Liniers a
Estambul” [dirigida por Jorge Coscia y Guillermo Saura], en el colectivo 109.
Transité los setenta a pleno, política y culturalmente. Después, ya sabemos.
Vivo sola y ya me perfilo como una mujer sola, pero a los 29 años conozco en
Jujuy, durante unas vacaciones, a un “médico de frontera” que vive en la
provincia de Misiones, en el límite con el Brasil y me voy con él. Ése ha sido
para mí el gran viaje. Escribí después en los noventa la novela “El camino de
los viajeros”, que relata una parte de esa experiencia y que me hizo ganar
quince mil dólares con un premio que me ayudó a mudarme de casa. Ahí me conecto
con los indios guaraníes. No me voy a olvidar nunca lo que sentí la primera vez
que fuimos desde el pueblito perdido en el que vivíamos a la aldea guaraní (un
proyecto subvencionado por los alemanes). Oscar, mi pareja, se convirtió en el
médico que debió aprender a hacer medicina alopática escuchando su tradición en
sanación. Podía prescribir un antibiótico según el caso pero respetaba su
práctica de medicina ancestral. Ahora debo decir que en secreto le daba las
pastillas anticonceptivas a la esposa del Paí. Participé a la mañana y al
atardecer en el saludo al sol. Pocas veces la energía fue tan intensa en su
manera de transmutarse. Bueno, lo fue con Sai Baba y en ciertas ceremonias en
las que participé. Pero aquí se le sumaba la energía medioambiental de la
naturaleza en aquel espacio no contaminado por la civilización. Como se dieron
cuenta de que yo los quería mucho me bautizaron con un nombre en su lengua: Pará
Reté Mirí. Oscar obtiene una beca para estudiar sanitarismo y viajamos a la
ciudad de Córdoba. Allí residimos un año. Ese año fue decisivo, dejé la poesía y
me convertí en narradora, participé en el grupo Homero Manzi, que intentaba
entroncar la llamada alta cultura con la cultura popular. Hice un taller de
narrativa todo el año en la Sociedad Argentina de Escritores. Me separo de Oscar
y vuelvo a Buenos Aires. Mi contacto con Misiones continúa. Viajo también a
Corrientes y a Santa Fe, provincias que me mantuvieron ligada con el litoral.
Cuando publico mi primer libro viajo a presentarlo a Santa Fe. Como en Buenos
Aires, es Libertad Demitrópulos la que se ocupa de eso, así que viajamos ella,
Joaquín Giannuzzi y yo. Atesoro ese recuerdo. Después viene mi quiebre a los
treinta y cinco años, debo recuperarme y así llega casi milagrosamente el viaje
a la India. Me hice vegetariana primero y fue tan natural, desde chica había
rechazado comer carne. Desde 1990 que no como carne y eso ayuda mucho en la
meditación. Todo es antes y después de ese viaje a la India.
2 – Otro mundo.
IV - Y sí, yo tengo otro mundo que he ido enlazando con lo literario hasta
cierto punto, pero que de algún modo siguió un camino paralelo sin ensartarse
completamente. Debido a que desarrollo una práctica privada, personal, fuera de
mis artículos sobre calidad de vida, no hay material visible. Justamente hace un
momento, hablando con el poeta Luis Bacigalupo, decíamos de lo intransferible de
estas experiencias interiores. Qué otra cosa más que fotos, mis diplomas de
maestra en Reiki o Magnified Healing o de todos los otros cursos que hice puedo
dar como testimonio palpable. Trasmitirlo, ahora, me sirve como espejo a mí,
escribir siempre crea espejos que nos resultan útiles.
Me acuerdo que en un reportaje que me hizo la poeta Susana Villalba para el
diario “La Prensa”, yo le hablé de esta búsqueda y ella me dijo: “En tu
literatura no se ve lo espiritual.” Y es cierto, en la narrativa yo no lo
expreso ni siquiera como un ángulo de mirada. Sospecho que debe estar
subyacente. En los años que escribí para chicos y publiqué bastante y en
editoriales importantes e incluso gané dinero, pensé que la literatura infantil
me iba a permitir transmitir el sistema de valores humanos del hinduismo. Algo
hice, en la actualidad publico poco y nada para chicos. Obtuve una primera
mención en un concurso de ensayo en ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y
Juvenil de la Argentina) sobre literatura infantil, basado en este esquema. No
sé si ahora con la poesía lograré que estos mundos se enlacen más. En realidad,
estos dos mundos son por un lado la literatura, la palabra escrita en sus
distintas variantes, por supuesto, y por otro la búsqueda de comprensión sobre
la vida que se podría llamar “espiritual”, pero ese es ya un término antiguo,
mejor es llamarlo “autoconocimiento”, incluye los últimos hallazgos científicos,
roza la filosofía pero abarca otras zonas, como las de la autosanación. Situarlo
en la frontera de lo espiritual, o sea arrinconarlo fuera del espacio del mundo,
es también una antigüedad, porque los avances en física nos demuestran que
aquello que las religiones tradicionales codificaron con el objeto de darle
elementos a la gente para vivir más allá de lo rudimentario, tiene hoy su
explicación en la ciencia, por lo que la humanidad va hacia la unificación de
las religiones, en tanto sistemas operativos de las distintas culturas, para
comprender eso no tan visible pero existente. Ahora, que ciertas religiones
hayan utilizado su saber para dominar a la gente y obtener poder mundano es otra
cuestión que no invalida la verdad de lo que sostenían. Este camino que yo
emprendí no es precisamente un camino religioso, aunque “religión” significa
“religar”, unir lo que está separado. En Occidente, la manera de entender el
mundo siempre se ha basado en la división, la separación, la lucha. Yo encontré
una mirada nueva desde la visión hinduista que no es una religión sino una
cosmovisión, de allí que Gandhi pudiera aplicar todo ese conocimiento para
vencer al imperio más grande de su tiempo: el inglés; por eso asocio a Gandhi
con el Che Guevara, la fuerza de la propia convicción por encima del poder
económico demuestra que hay algo más fuerte que lo material. Estando en La
Habana, en el Museo de la Revolución, en el año 2000, me sorprendí escuchando un
discurso que en primera instancia me pareció que lo estaba dando Gandhi; pensé:
“Tradujeron a Gandhi”. Luego miré: salía de un televisor. Era el Che. Su
concepto del hombre nuevo no está nada distante del pensamiento de Gandhi. Fui
hilando y trabajando este pensamiento integrador entre Oriente y Occidente y
aplicándolo a mi necesidad de comprender lo que me ocurría como persona. El
siglo XXI, como ya lo estamos percibiendo, es el de integración de lo diverso,
de lo diferente, las nuevas leyes en nuestro país dan cuenta de eso. Ya no se
trata de escoger esto en vez de aquello, sino de combinar cosas que parecían
insolubles, ¿no? Cuando en los ochenta Nacha Guevara regresó del exilio
planteando algo parecido, fui una de las primeras que equivocadamente la acusó
de burguesa. Claro, yo basaba mi esquema en la visión marxista y en el
psicoanálisis, pertenezco a la llamada generación psicobolche. Pero luego la
vida me planteó una gran escisión, y de estar abocada a la literatura empecé a
interesarme en todo esto. Llegué incluso a pensar en abandonar la literatura,
cosa que finalmente hice entre los años 2001 y 2009; fueron años de lectura,
profundización, y de servicio. Me llevó un tiempo comprender que trabajar el
camino interior no está reñido con una visión política. Se ve claro, por
ejemplo, en la cuestión del eco sistema y la actitud de Estados Unidos, que
siempre es perversa. Pequeños grupos de personas que estaban en un camino de
búsqueda interior en Estados Unidos comenzaron a no trabajar tanto, con lo que
dejó de responder al modelo requerido de ser un consumidor, romperse el alma
como un burro y enfermarse para comprar cosas con el objeto de que el sistema se
perpetúe. La suma de conductas como estas redunda en un cuestionamiento social.
Lo individual es social, afecta la totalidad. No es fácil compartir esta
experiencia. Comencé con la meditación que es una práctica muy común en la India
y que consiste en superar la dualidad de la mente; cuando se la efectúa con
constancia se aprende a detectar interiormente aquello que está oculto. El
trabajo sobre la mente es el gran aporte de la India al mundo, lo vienen
estudiando desde hace milenios. Una mente escindida es una mente manejable desde
afuera. Me contaron amigos que fueron presos políticos, que era común en la
cárcel que viniera un guardia y les diera una orden, y luego pasaba otro o el
mismo y les daba la orden contraria. Es la táctica del policía bueno y el
policía malo: eso debilita a la persona porque la aleja de su sentido de unidad,
así se convierte en manipulable. Lo que Gandhi hacía con los ayunos y las
meditaciones era conectarse con la voluntad colectiva desde adentro. Los
guaraníes que conocí en Misiones tienen sus rituales y lo hacen a través del
sonido. Por eso no atentan contra la naturaleza, porque su sentido de unidad
viene de una práctica profunda y cotidiana. En una época aprendí calendario maya
y ese aprendizaje fue revelador para mí. Los mayas consideraban que el tiempo es
arte y no dinero, como dicen los yanquis, su concepto del tiempo estaba ligado
al de la autotranformación como personas. Conectarse con el ser interno es una
tarea como cualquier otra. Requiere trabajo diario, ejercitación, voluntad,
soportar perderse en el error y volver a intentarlo.
Como ya dije, esta búsqueda mía comenzó cuando yo tenía treinta y cinco años,
tuve un quiebre muy profundo a nivel de salud y debí encarar un nuevo programa
de vida. Lo que más me costaba era la idea de Dios. Pero claro, no era el Dios
patriarcal y represor sino un poder superior; convivir con esa idea del poder
superior fue un trabajo arduo, un poder superior, por ejemplo, es la
climatología, la influencia de los astros o el tránsito de la ciudad. Es
curioso, porque mi madre murió cuando tenía treinta y cinco años, y desde una
visión freudiana se puede opinar mucho al respecto. Siempre estamos haciendo
espejo con las figuras paterna y materna. De algún modo yo morí —o una parte
mía— y cambié, como se dice comúnmente ahora, el paradigma o sistema de valores.
Pero esto no implica dejar de pensar políticamente el mundo, se puede ser
antimperialista y hacer prácticas de meditación u otras de armonización interna.
Esa división entre lo espiritual y lo material ya es arcaica, porque lo cuántico
nos demuestra que la onda (sonido, por ejemplo) se convierte en partícula
(materia) y viceversa, de manera que lo menos tangible o espiritual es una
continuidad de este mundo cotidiano. Para la visión hindú, Dios es materia y
energía a la vez. La idea de la divinidad no está separada de la creación, en
este sentido la naturaleza es divina, y en eso tiene puntos en común con la
visión de los pueblos originarios de América. El escritor Adolfo Colombres antes
de que yo comenzara esta búsqueda solía bromear con que yo era medio
guaranítica. Y con respecto a este “antes”, podría decir que desde chica había
vivido experiencias que no tenían explicación y que fueron sepultadas por la
visión de la ideología. Lo cierto es que luego de una serie de sueños
anticipatorios voy a la India y allí estoy tres meses en un ashram. La
experiencia fue absolutamente transformadora. Dejé el psicoanálisis y comencé a
ahondar en esta línea a través de lecturas y prácticas. En el ashram en el que
estuve se abordan los procesos interiores tomando al mundo circundante como una
expresión de la propia conciencia, como una materialización o plasmación de
nuestro mundo. En realidad los humanos seguimos la ley de los planetas y
estrellas del cosmos, tenemos nuestra propia fuerza de gravedad y atraemos o
repelemos según nuestro estado vibracional. La vibración afecta a los átomos y
altera la forma en que los electrones giran alrededor del núcleo. Todo está
hecho de átomos y cambia constantemente. Es el estado de nuestra mente la que
modifica la amplitud de onda de las vibraciones. Así que trabajar la mente es
decisivo. Volviendo al ashram de la India, se puede afirmar que el trabajo en el
ashram no era muy diferente a una sesión con el psicólogo. Se comprende que es
así su forma de funcionamiento. En vez de la palabra del psicólogo como
interpretación que permite contrastar, se toma la respuesta del afuera a modo de
interpretación. Lo sorprendente era ver lo que le ocurría a los otros también.
Cuando volví de la India viajé con asiduidad a San Marcos Sierra, en nuestra
provincia de Córdoba, donde hay un centro energético de la tierra muy
importante. Y en cada viaje advertí transformaciones interiores. Luego comienzo
a practicar Reiki, que es una técnica de armonización energética de origen
japonés. Fui haciendo los distintos niveles; lo significativo es que entre nivel
y nivel estuve siete años trabajando. Actualmente soy maestra de Reiki y he
iniciado a varias personas. Pero no me dedico a eso. Mediante esta técnica de
sanación, que parte de una visión chamánica en Japón que también se entronca con
la cosmovisión de nuestros pueblos originarios, es posible desatar nudos, abrir
caminos, dispersar sombras. Durante veinte años hice sanaciones a través del
Reiki que me modificaron muchísimo. Pero ahora suspendí, tengo la sensación de
que esa etapa se ha cumplido. Trabajando con la energía de otras personas,
incluidos mis abuelos que murieron tan ancianos, se comprende al otro sin
palabras, se capta a la otra persona en lo profundo; esta experiencia es, por
supuesto, intransferible. Suele suceder frecuentemente que luego de una sesión
de Reiki se descubra que tanto el receptor de Reiki como el canal, en este caso
yo, han visualizado las mismas imágenes. Así se puede experimentar que no existe
separación entre una persona y otra, como no hay separación entre nosotros y la
naturaleza. En las sesiones de Reiki se siente profundamente la compasión que es
una clave para cambiar el mundo.
A lo largo de estos años, desde 1989, fui pasando por distintas etapas. Lo
último que comencé a practicar fue el canto védico en idioma sánscrito. Se
entonan grupalmente plegarias que tienen miles de años de ser transmitidas
oralmente, la vibración del sonido, como ya dije, modifica la onda vibratoria
que describen los electrones que giran dentro de cada átomo y que componen las
células. Es impresionante lo que puede aprenderse trabajando con el sonido.
También está el conocimiento teórico. En realidad este camino se divide en cinco
partes o cinco opciones posibles, es el llamado Sanatana Dharma: una es el Hatha
Yoga, que es la más conocida en Occidente, el Karma Yoga, el Raja Yoga y Jñana
Yoga, además del Bhakti Yoga. El más difundido en Occidente es el Hatha Yoga,
que emplea el cuerpo como vehículo para el conocimiento. El Karma Yoga es el de
la Madre Teresa, una militancia, una acción concreta en el mundo para
transformar el mundo transformándose internamente como procesos simultáneos, y
tampoco es inocuo aunque lo haya practicado una monja flaquita que apenas podía
sostener una vela. El Jñana Yoga es un camino a través de lectura de los textos
sagrados, el Raja Yoga está ligado a la meditación y el Bhakti a la adoración de
esa perspectiva superior y trabaja con imágenes representativas y con sonidos.
Es sencillo corroborar la correspondencia entre el hinduismo y los pueblos
originarios de América en la manera en que utilizan las imágenes de animales
como representaciones de fuerzas o energías. Sería largo y complicado explicar
de qué forma las palabras son puertas de conexión con otros planos, con otras
dimensiones según esta cosmovisión.
El Reiki ha sido un servicio porque nunca cobré un peso en veinte años. Ni
siquiera cuando iniciaba, que se cobra mucho, y no lo hice por una cuestión
personal. Una sesión de Reiki me lleva dos horas como mínimo, incluyo piedras o
gemas, se transmuta mucho la energía. Hay que hacer una limpieza energética de
la habitación también. Esto sólo se puede comprender a través de la vivencia.
Esa es la cuestión de este camino de aprendizaje, que racionalizarlo no sirve de
nada. Actualmente estoy trabajando con una línea terapéutica creada por Bert
Hellinger llamado “Constelaciones Familiares”, que se vincula por un lado con la
memoria celular y por otro con los aportes del biólogo Rupert Sheldrake. Para
continuar hablando de estos temas reconozco que hay tantas aristas y
ramificaciones en esto que no sé qué escoger. Quizá habría que hablar del ego y
de los valores humanos. Los valores humanos se apoyan en cinco elementos, del
cual derivan un montón de valores subsidiarios de estos. Son Verdad. Rectitud.
Paz, Amor y No Violencia. En sánscrito, Sathya, Dharma, Shanti, Prema y Ahimsa.
Este último fue de lo que partió Gandhi para crear el sistema que le permitió
alcanzar la independencia de la India: el Satyagraha. Parece anecdótico, pero
cuando se profundiza es tan clarificador. De la verdad se desprende el valor de
la coherencia y de ahí lo fundamental: no mentir, no transgredir la ley social,
tener unidad como persona. El tema del ego es muy vasto. En realidad en
Occidente se asocia la persona con la personalidad y se ha hecho un culto de eso
desde el Renacimiento. Para mí cambió el concepto de persona, la persona importa
por sus valores, por su capacidad de autosuperación y de ayudar al otro a
mejorar el mundo. La conciencia del mundo resulta de la suma de conciencias
individuales. La idea es trabajar desde adentro hacia fuera. Reconocerse como
persona para reconocer al otro. Y el servicio es fundamental. Actualmente
prevalece la identificación de la persona con su rol social, con aquello que
hace para ganarse el sustento, pero eso no es la persona, en la era moderna la
estirpe o prosapia fue reemplazada por el dinero, ahora existen también formas
equivalentes a la prosapia y el dinero como el prestigio, pero también es una
falsa identidad. Competir es una tontería; Gandhi decía: “Competencia es
violencia”, todo el sistema gandhiano se basaba en la no violencia, que ha sido
mal traducido en Occidente como “resistencia pasiva”. No hay nada pasivo en este
modo de operar, lo que pasa es que para Occidente la acción está asociada con el
cuerpo. Cuando volví de la India dije que tuve que irme a la India porque en
América masacraron a los pueblos originarios, este saber estaba aquí cuando
llegaron los españoles. Y todavía sigue estando. Afortunadamente en
Latinoamérica estamos siendo testigos de una revalorización de los chamanes que
se integran a esta búsqueda. Cuando algo tiene verdad se expresa en otro
paradigma o en otra cultura de la misma forma.
3 - ¿Así que solés “hacer apuntes cuando leo un libro de ficción, generalmente
con lápiz en la primera página en blanco”?, descubro recorriendo tu blog
literario. ¿Solés hacer apuntes cuando leés libros de otros géneros? ¿Qué te
llevó a elegir “Espiral de Saraswati” para nombrar ese blog?
IV – Tengo algo parecido a la fiebre de grabar, dejar testimonio, en realidad lo
escribo todo, me escribo constantemente. La falta de memoria o mi natural
dispersión me inducen también a eso. Pero fundamentalmente busco darle forma a
lo que se me escapa. Antes llenaba fichas, de esas de cartón con letra
manuscrita (tengo una sobre el “Curso General de Lingüística” de Ferdinand de
Saussure guardada) y todavía lo hago, aunque prefiero abrir words en la PC. Para
preparar una reseña o ensayo, esas anotaciones en lápiz realizadas con apuro en
las páginas de los libros que leo, cercanas a la experiencia de lectura, son la
base de lo que resultará después. Leo siempre desde el lugar del escritor, del
creador, traduciendo el impacto primario de la lectura en mí, a partir de esa
impronta surge la mirada y de la mirada la reflexión. El camino es siempre desde
lo sensitivo. En cuanto al nombre de mi blog debo decir que necesitaba algo que
me representara en lo profundo. Saraswati es la consorte del Dios Brahma, el
creador en la trilogía hindú y simboliza la fuerza, el empuje de lo que
comienza, Vishnú es el conservador y Shiva el destructor, sus respectivas
consortes expresan energías equivalentes (para marcar una coincidencia en la
trilogía maya aparecen representaciones que indican inicio, punto medio de
mantenimiento y desenlace para todos los procesos vitales). Ninguna cosa que
hacemos o hace la naturaleza escapa al movimiento de estas energías
representadas, según las culturas, por imágenes diferentes. Saraswati es la
protectora de las artes. Es posible que mucha gente crea que esta denominación
responda a la línea propia de la postmodernidad que escoge nombres que parecen
no significar, como esos graffiti sin sentido en las paredes de la ciudad, que
intentan ocupar el lugar de las consignas políticas. Puede ser considerado de
las dos maneras, pero para mí Saraswati tiene un profundo significado, como se
puede inferir de todo lo que dije antes. Tuve que agregarle “espiral” porque ya
existía el nombre, y elegí la palabra “espiral” porque es la tendencia del
movimiento propio de la energía, desde un cuerpo vivo hasta las galaxias, el
movimiento es siempre espiralado.
4 – Impulsada y coordinada por Mabel Pagano y con prólogo de María Rosa Lojo,
integrás con otras veinticinco autoras argentinas, la antología de cuentos
“Mujeres con pelotas” (Ediciones del Dragón, 2010). ¿Cómo ha sido y es tu
vínculo con el fútbol (y por extensión, con otros deportes)? ¿Cuáles has
practicado?
IV – Has hecho una pregunta que me da vergüenza responder. No soy buena haciendo
deportes ni tampoco bailando. Salvo la chacarera, nada me sale bien. Durante
algunos años me esforcé con el Hatha Yoga, pero no fue el camino que elegí. Ando
en bicicleta y camino mucho, pero los deportes no son mi fuerte y me aburre
soberanamente verlos por televisión. Mi pobre abuelo insistió en que me hiciera
socia de un club en mi adolescencia. Y al final lo único que hice en el dichoso
club fue un curso de danzas folklóricas argentinas. El fútbol para mí es un
lenguaje extranjero. No me gusta nada que se vincule a él, no es algo que pueda
comprender, salvo la necesidad humana de agruparse para compartir una pasión, el
encauzamiento de la energía grupal sí lo entiendo. Por ese motivo, cuando Mabel
Pagano me convocó para participar en la antología, recurrí como los actores a la
memoria emotiva. Mi abuelo paterno, que fue mi papá por adopción, jugó al fútbol
en los años veinte, en Rosario; nos contaba anécdotas muy divertidas y me basé
en el discurso de mi abuela para construir el cuento, que terminó siendo un
relato bastante jocoso.
5 – Concurriste al menos a cuatro talleres de poesía bastante antes de volcarte
a la narrativa. ¿Cómo y con quiénes fue ese transcurrir?
IV – Sí, tuve la fortuna de conocer a Marcos Silber a fines de los setenta a
través de un grupo de teatro. Me acuerdo muy bien la noche en que fuimos a una
cena en la casa de una señora que era amiga de su mujer, la mamá de Ramiro
Silber, psicóloga. En esa cena estaban también el pintor Michi Aparicio y su
mujer, Irene Saderman, la hija del famoso fotógrafo Anatole Saderman, quienes
además eran amigos de mis tíos, pero yo no los había conocido personalmente
hasta aquel día. Más tarde trabé amistad con ellos y participé de su escuela en
San Isidro: “El Taller de la Ribera”, coordinando talleres literarios. En ese
grupo estaba también el cineasta Gerardo Vallejo —vecino de Irene y Michi—: su
esposa coordinaba el taller de teatro. Le di mis poemas a Marcos y él fue muy
generoso. Luego participé en su taller en “La Casona”. Poco después integré los
grupos coordinados por Daniel Calmels y Héctor Freire. Fue una experiencia
valiosísima porque estábamos en el momento más duro de la dictadura, y poder
reunirnos y trabajar significó un refugio muy importante. Luego continué en el
Teatro IFT: allí estaban también Marcelo Di Marco, con quien hice un curso, y
Gustavo Geirola, que dio dos años taller. Por aquella época hice muchos cursos:
con Santiago Kovadloff, Nicolás Rosa, Jorge Panesi, por citar algunos. Antes y
después de irme a vivir a Misiones, fui tallerista de los grupos de Liliana
Lukin, a quien considero mi maestra referencial por varias razones, entre ellas
porque trabajé con ella muchos años; si bien yo me definí por la narrativa, en
su taller, donde el concepto amplio de escritura lograba que se abordaran varios
géneros sin entrar en conflicto, pude trabajar la poesía paralelamente. Recuerdo
que desde Misiones Lukin y yo nos carteábamos y ella solía decirme: “Ahí tenés
una novela.” Y luego aquellas cartas se convirtieron en novela, como ella
propuso.
6 – Durante 2014 coordinaste con Inés Legarreta un Ciclo de Encuentros de
Narrativa en una institución: APA Artistas Premiados Argentinos “Alfonsina
Storni”. ¿Cómo se generó la propuesta? ¿Qué autores participaron?
IV – Con Inés veníamos diciendo que íbamos a hacer algo juntas. La idea era
reunir textos nuestros y leerlos en público. Pero terminamos concretando los
encuentros de narrativa. El ciclo no concluyó en realidad. Este año retomamos,
pero a partir de la segunda parte del año, porque quedamos un tanto extenuadas
las dos. Nos exigimos demasiado. Debido a la falta de experiencia realizamos a
principios de año un cronograma y comprometimos a los autores. Claro, somos
serias, entonces nos leíamos durante ese mes la obra completa de los dos
invitados. Cuando nos dimos cuenta, la situación nos superó y, como no queríamos
hacer diferencias, seguimos con el mismo nivel de exigencia y el mismo rigor
para que los próximos escritores y escritoras no se sintieran menos considerados
que los otros. El material está grabado y tenemos la intención de hacer un libro
con él. Comenzamos con María Granata, un verdadero lujo. Luego continuamos con
Liliana Díaz Mindurry y Carlos Antognazzi, Jorge Paolantonio y Luisa Peluffo.
Invitamos a Hernán Ronsino junto con Esther Cross, pero ese mes Esther no pudo
venir por razones de fuerza mayor (vamos a entrevistarla en el futuro). El mes
siguiente les correspondió la entrevista a Marta Ortiz y Beatriz Isoldi.
Intentamos que no todos los convocados residieran en Buenos Aires, así es que en
varias ocasiones los escritores se costearon el viaje desde sus provincias, no
todas cercanas, por cierto. El último fue Ricardo Mariño, que debía hacer dupla
con Germán Cáceres, que lamentablemente no pudo venir, por eso Mariño fue
entrevistado solo. Y cerramos con una lectura muy jugosa en la que estuvieron
Enrique Solinas, Laura Nicastro, Marily Canoso, Dolly Basch, Silvia Miguens,
Liliana Allami, Susana Aguad y Ana María Torres. Lo que motivó la creación de
este ciclo fue aportar nuestro servicio a Artistas Premiados Argentinos, que es
una institución estupenda que nuclea a escritores, pintores, músicos y actores
que han obtenido el Primer Premio Municipal y que defiende nuestros derechos, en
especial lucha para que estos premios continúen convocándose y de esta forma
haya más beneficiados. La Comisión Directiva es sumamente transparente y merece
todo nuestro apoyo. Ahora que Inés Legarreta y yo estamos escribiendo poesía,
creo que vamos a rebautizar al ciclo “Literatura en APA”, para incluir la
poesía.
7 – Tenés abierto un canal en YouTube. ¿Cuál es, cuál seguirá siendo la
orientación del canal, “la programación”?
IV – El canal surgió simplemente por agrupación de material. No existe
planificación desde mí, van surgiendo eventos a los que voy, en parte, por
solidaridad, otro poco por interés en difundir, subo algo. También he subido
poemas míos o entrevistas que me han hecho. Supongo que seguiré sumando más
material siguiendo el mismo carácter aleatorio. Eso sí, me he comprado una nueva
máquina y espero filmar, mi idea es registrar en video los encuentros de APA.
Veremos cómo resulta. Esto es nuevo para mí, soy un poco atrevida, no tengo
demasiados conocimientos, voy avanzando a medida que voy aprendiendo.
8 – Complementando un reportaje que te hicieran para el diario “El Litoral”,
quedó allí esta reflexión tuya: “¿Qué narrador hay en mis relatos?: Una mirada
infantil con cierta agudeza adulta.” ¿A toda tu narrativa? ¿Qué, de tu obra,
quedaría excluida de esa aseveración?
IV – Es muy interesante tu pregunta. Yo separaría mis cuentos de las novelas que
escribí. ¿Por qué? Pues porque al ir escribiendo las novelas, he tenido una
actitud deliberada, quise desarrollar distintas líneas desde la perspectiva del
narrador específicamente, hubo un planteo y una intención previos. En los
cuentos fue surgiendo de otra manera el texto, tal vez en función no digo de la
historia o el asunto sino de la atmósfera o las distintas maneras de abordar el
género que me plantea un desafío en tanto debe responder a ciertos
requerimientos pero necesita que se los transgreda. Si bien no podemos eludir a
Poe, tampoco es legítimo hoy por hoy seguir un esquema tan rígido. Para mí esa
búsqueda típica de transformación estética que buscamos los escritores de libro
en libro no se vincula con ir cambiando el tema, yo diría todo lo contrario, no
es la temática lo que marca una evolución sino el empleo de los procedimientos,
en este caso narrativos. Implícitamente la ley del mercado editorial parece
decirnos que repitamos el esquema narrativo que es el de la novela decimonónica
o realista y que en esa misma caja cambiemos los temas. Yo he hecho exactamente
lo contrario: profundicé en ciertos temas recurrentes e intenté cambiar la
manera de abordarlos.
En la novela primera que se publicó bajo el título “El puño del tiempo”, me
propuse trabajar un narrador que combinaba lo grotesco, lo absurdo con el
lirismo. Fue como un gran contrapunto y no sé si fue comprendida por mucha gente
esa propuesta. En esta novela el discurso es metonímico, hay detallismo y mucho
humor, humor negro, ácido, como quiera llamárselo, pero humor al fin. En la
segunda novela, que se publicó con el título de “El camino de los viajeros”,
escogí un narrador que ya se hacía cargo de la historia, que no buceada, que no
merodeaba, es un narrador abarcador, la novela tiene algo de operístico y el
humor está prácticamente ausente. Tiene el sello de la tragedia griega. Y el
discurso es metafórico. Se nota en la voz de ese narrador el intento por
sintetizar, en “El puño del tiempo” el narrador desgrana de principio a fin. Mi
tercera novela, que ganó el Primer Premio Municipal “Eduardo Mallea”, “La mujer
invisible”, surgió en realidad de un requerimiento: me dieron la beca del Fondo
Nacional de las Artes a la producción artística y la tuve que escribir dentro de
un plazo. En esa novela busqué vincularme más a la tradición y, si bien me
interesé en la construcción de una atmósfera, lo que me importó más fue elaborar
la trama, la intriga, el ritmo de la historia. Es más bien convencional. Ha
salido finalista ya en dos concursos: “Honorarte”, que nunca se expidió y
“Clarín”, el año pasado. Pero aún espera un editor. La novela siguiente que
escribí es muy rara aún para mí, primero porque el personaje central, el que
cuenta la historia es un hombre y mayor que yo; intenté desarrollar una historia
en más de doscientas páginas, reduciendo el concepto de lenguaje,
simplificándolo, lo que para mí es arduo porque soy más bien frondosa a la hora
de narrar, tiendo a expandir. Ahora me doy cuenta de que esa novela me expulsó
de la narrativa, que un germen de huida de la narración ya estaba en mí porque
escogí lo extenso pero introduje una limitación muy grande. Y en ese tironeo me
moví. El eje de tensión en este caso está dado entre esos dos polos: lenguaje
acotado en una prolongada extensión. No sé si la novela es eficaz, sigo en la
nebulosa. No por nada después de esa novela comencé a escribir poesía. Lo que sí
creo que hay en todos mis relatos, e incluso en ciertos giros del sujeto de la
enunciación de mis poemas, es una voz empapada de dosis de jocosidad, que juega
con una relativa mirada irónica combinada a su vez con lo trágico del sentido de
la vida. Para mí esa tensión entre lo dual del enfoque está presente de manera
constante. Y también descubro que hay un rasgo infantil en la manera de mirar,
quizá de asombro. Ricardo Piglia me dijo que mi primer libro está caracterizado
por la perplejidad del narrador. Álvaro Abós, después de leer “El puño del
tiempo” me habló del estupor del narrador, el rasgo infantil está allí, creo
suponer. Y ahora me viene a la memoria que Marta Braier me comentó que en mis
textos encontraba la ingenuidad patética de Felisberto Hernández. Siento que mi
poesía arrastra esa mirada, el mismo doblez entre lo ingenuo y lo agudo o
ingenioso.
9 – Por el diario “El Territorio” de la provincia de Misiones, me entero que
alguna vez se produjo un Encuentro de Escultores y Escritores, y que vos
participaste. ¿Cómo se desarrolló y qué produjo ese encuentro?
IV – Fue un encuentro muy divertido. Se realizó en una localidad cercana a
Iguazú y participaron escritores de Paraguay, Brasil y Argentina. Escribí un
conjunto de cuentos que compone un libro inédito, que terminé hace poco, donde
incluyo un relato que a mí me parece bastante desopilante basado en esa
experiencia. Me encantó volver a Misiones. Fui en avión pero volví en micro, lo
que constituyó una ventaja: ese viaje de regreso me permitió escribir las
primeras páginas de mi segunda novela, al conectarme nuevamente con el paisaje
misionero encontré la forma de plantear esa novela que venía rondándome sin que
hubiese podido expresarla. El paisaje fue el disparador primordial. Yo sabía que
para contar la historia era preciso resolver primero el punto de vista del
narrador con respecto al paisaje del monte, que es tan particular y que no podía
ser tratado de convencionalmente.
Puedo decir que ese encuentro de escultores y escritores fue enriquecedor.
Cuando dos artes se cruzan como en este caso la escultura y la literatura, la
estimulación se torna poderosa. Lo que más tengo presente es lo divertido que
resultó todo aquello. Me reencontré con escritoras y escritores conocidos, como
Olga Zamboni, que no dejó de contar chistes sobre polacos que nos hicieron reír
muchísimo. Por otra parte, la propuesta oficial surgida desde el sector cultural
de la provincia pretendía ser protocolar, de hecho lo fue; sin embargo nos
devoraban los mosquitos porque escribíamos “in situ”, los escultores hacían
mucho ruido y eso no nos ayudaba a concentrarnos, vinieron los alumnos de la
escuela y hasta el intendente, fue muy alocado. El encuentro terminó con un acto
fervoroso donde se plantaron árboles con el fin de sustituir los que fueron
hachados para convertirse en esculturas. Creo que mezclar tan íntimamente
naturaleza y cultura significó un gran desafío. No había hotel en esa zona,
parábamos en la casa de gente del lugar. Fue intenso e inusual.
10 – Alicia Genovese concluye su comentario crítico a “El puño del tiempo”
(Cultura y Nación, “Clarín”, 17.1.94) con estas dos frases: “El de Verolín es un
humor filoso, cruel incluso, pero que no llega al cinismo, como si no necesitase
demoler la realidad sino simplemente entrar en ella, en todo caso
descalabrándola desde un costado ridículo. Una forma de usar el humor que
recuerda a otras narradoras argentinas, como Angélica Gorodischer, Hebe Uhart o
Alicia Steimberg.” Y en el reportaje que te hiciera Susana Villalba para el
diario “La Prensa”, en 1994, declaraste que solías releer a Libertad
Demitropoulos, Marguerite Yourcenar, Clarice Lispector. ¿Qué otras narradoras (y
narradores) te atraen?
IV – Me gusta la prosa de escritores más jóvenes, como Patricia Suárez y Hernán
Ronzino. Leo frecuentemente a escritoras con las que comparto momentos de vida;
no puedo dejar de citar a Liliana Allami, que es una excelente cuentista, y a
Inés Legarreta, que viene escribiendo una prosa muy cercana a la lírica; las
nada convencionales novelas de María Teresa Andruetto también son insoslayables,
o los relatos de la rosarina Marta Ortiz. Hay escritores, como las dos últimas
escritoras nombradas, que tampoco residen en Buenos Aires y son estupendos: el
correntino José Gabriel Ceballos, que ha ganado varios premios en España,
finalista del premio Herralde, o el santafesino Carlos Antognazzi. Entre mis
últimos descubrimientos se encuentran Claire Keegan, Alice Munro y Lorrie Moore,
y ya tengo preparados unos cuantos volúmenes de Irène Nemirovsky para comenzar a
leer. En estos años descubrí a Jean Rhys, la autora de “El ancho mar de los
sargazos”, me leí todos los libros que conseguí de ella. Incluso me interesa la
prosa más llana de una escritora italiana como Susana Tamaro, valoro su
sencillez. Ahora debo confesar que en los años en que me retiré de la literatura
no leí absolutamente nada de ficción literaria: leí textos de Stephen Hawking,
de Fritjof Capra, sobre hinduismo, Reiki, física cuántica y temas aledaños. Al
regresar procuré ponerme al día con muchos autores y autoras y aún lo sigo
intentando. En este momento estoy abocada a la lectura de poesía.
11 – Si es que sólo consta en la edición del 21.8.1994 del diario “La Nación” y
no en la Red, ¿nos brindarías un relevamiento de las variantes de título que fue
teniendo tu novela “El puño del tiempo” y por qué no lograbas que cabalmente los
que fueron surgiendo abarcaran el núcleo, la esencia de la historia? (Transcribo
de un reciente mail privado: “Tardo tanto en publicar que los libros van
cambiando de títulos.”)
IV – Esa novela no encontraba título, yo le pedía a la gente que me sugiriera,
estaba trabada. La presenté en Emecé bajo el título de “Celeste gris” una
primera vez que no ganó; aludía al color de la bandera nacional envejecida.
Salió finalista de Planeta un año más tarde con un título horrendo: “La casa del
patio con baldosas grises”.
Cuando pensaba en el título, daba vueltas alrededor de la idea de casa, ya que
en mis relatos el espacio es fundamental, sea la casa, el barrio, el monte,
tengo la impresión de que el espacio no sólo ordena el mundo de los personajes
sino que decide el punto de vista del relato. Me acuerdo que se la mandé por
encomienda a Patricia Severín a Reconquista, en la provincia de Santa Fe, donde
ella vivía entonces (un borrador de la novela cuando ésta estaba en proceso de
edición, con el título de “La casa grande”). Patricia me dijo que ese título no
encajaba. Fue la gente de la editorial Emecé la que le puso el título final con
la que llegó al público. Por lo general los títulos o me surgen de entrada o me
dan un trabajo inmenso, como en este caso. Es algo misterioso, se trata de
bautizar a la criatura, nada menos, de darle una identidad. El nombre en
esencial para la persona y para el libro. En una experiencia de interiorización
y autoconocimiento que hice hace unos cuantos años llamada Rebirthing, me
conecté, a través de una técnica en respiración, con el momento de mi
nacimiento, y cuando deciden qué nombre ponerme sentí una alegría difícil de
explicar, más que alegría fue felicidad. Sospecho que el título de un libro
surge de la relación emocional que entablamos con el texto. Por ejemplo, en
poesía no se me está planteando ninguna dificultad, no tengo dudas; aunque me lo
cuestionen al título, yo siento que es el apropiado. Casi todos mis títulos en
poesía —porque hay editado un libro pero otro viene en camino, y tengo nuevos
proyectos e incluso otro poemario más ya terminado— están asociados a la noción
de tiempo: “De madrugada”, “Los días”, “Invierno”.
12 - ¿Hay algo que te haya costado muchísimo “quitarte de la cabeza”? ¿Se podría
contar…?
IV – Yo diría que no es exactamente la experiencia de la muerte que viví en mi
infancia sino la disolución de una familia de seis miembros que, en un abrir y
cerrar de ojos, quedó reducida a dos personas, mi hermano menor y yo. Eso
produjo un quiebre interno en mí que ha afectado mi manera de sentir la vida y
de darle contornos definidos a mi presente.
13 - ¿Cuál era el ambiente literario en Misiones en el momento en que te
radicaste en esa provincia?
IV –Esta pregunta me causa gracia porque yo no me relacioné con nadie del
ambiente cultural en Misiones, ya que vivía aislada en una casita rodeada de
otras pocas casitas de madera, prácticamente en el borde del monte misionero. Lo
único que veía eran hacheros, camiones con madera, araucarias, coatíes, tierra
colorada, hombres con los dedos cortados que trabajaban en el aserradero y gente
muy, muy pobre. Mis grandes aventuras se reducían a ir en la camioneta
destartalada de Salud Rural a los puestos sanitarios en lo más profundo de la
selva subtropical. En aquel momento, en esa zona, según un estudio que había
hecho mi pareja, era de un sesenta por ciento de desnutrición infantil. Fue al
instalarnos en Córdoba cuando establecí un verdadero intercambio intelectual.
Posteriormente, con mi primer libro publicado, aproximadamente cinco años
después de haber abandonado la provincia, a instancias de un movimiento de
mujeres escritoras presidido por Libertad Demitrópulos, inicié una relación
literaria con los escritores y escritoras misioneros, entre ellos con Olga
Zamboni, profesora universitaria, poeta, traductora y narradora. Lo enriquecedor
de la experiencia de haber vivido en el monte misionero fue principalmente para
mi vida personal. Me parece que el primer gran impacto en mi conciencia fue
conocer a aquella gente e involucrarme con su cotidianeidad. Durante las siestas
misioneras, que eran largas, agobiantes y pesadas, se escuchaban las palmadas en
la puerta de la casa, y no siempre eran enfermos que venían a buscar al doctor,
eran por lo general los chicos de la zona que venían a pedir salame y pan. Y
hielo, también querían hielo. Me llamaban “patroncita”, lo que, por supuesto, me
producía una gran incomodidad.
14 - ¿Qué leés con aprensión? ¿Qué leés entre líneas? ¿Qué leés infructuosamente
o sin convicción?
IV – Maravillosa tu pregunta. Yo leo mucho la vida, no sólo los libros. Siendo
una niña me interesaban los tonos de las conversaciones además de las palabras,
la forma en la que la gente contaba sus anécdotas. Tuve la dicha de que mi
abuela fuera dueña de una peluquería en el barrio de Caballito cuando yo tenía
cinco, seis, siete años. Ese fue el lugar de las grandes historias; las mujeres
iban allí a confesarse, no sólo a cortarse y teñirse el pelo. Estoy casi segura
de que escuchando aprendí a leer entre líneas y claro está, en mi barrio,
Floresta, se contaban historias sabrosas sobre la gente que vivía allí o sobre
los que se habían ido del barrio como si el barrio fuera una patria o un reino.
Irse del barrio era poco menos que una traición a la propia identidad o un
abandono de la familia. Y por supuesto, las voces teatrales de mis tíos
recitando a los autores clásicos. Así que a leer entre líneas lo aprendí de la
vida, porque se leían también los rostros, no sólo la voz desnuda. Volviendo a
lo literario, he leído con aprensión literatura, libros muchas veces escritos
por hombres que quieren seguir la moda, las últimas tendencias del mercado
editorial, las exigencias que surgen desde las universidades como canon, textos
en los que, a pesar de lo cultivado, se nota el esfuerzo por agradar y
posicionarse. Lo que leo sin convicción es la narrativa excesivamente llana que
está sólo en función de la historia; por más bien articulada que esté me aburre
y en esta imposición con respecto al género contribuyó considerablemente el
menemismo y la llegada al país de las megaeditoriales que se devoraron a las más
pequeñas o medianas que, desde que tengo uso de razón, con la publicación de
autores genuinos, han propiciado el sostenimiento de la tradición literaria
nacional. Como consecuencia de esto fuimos testigos de la entronización de la
novela del siglo XIX como modelo universalizado. El realismo finisecular
expresaba una determinada visión del mundo, sabemos que las formas artísticas
encuentran correspondencias con los procesos históricos en algún sentido, aunque
más no sea tangencialmente, pero hoy vivimos y sentimos diferente. Es posible
que esa cuestión de escribir “para que la megaeditorial me publique” haya
causado impacto entre nosotros, los escritores. Hoy por hoy buscar una manera de
expresar, “de decir” el mundo, supone también una manera de relacionarse con los
grandes poderes. La narrativa ha sido muy cascoteada. No sé si es por ese motivo
que me siento tan impulsada a seguir profundizando en la poesía. Supongo que sí.
15 - Ezra Pound sentenció: “La piedra de toque de un arte es su precisión. Y
‘escribir bien’ es tener un control perfecto”. Y así opinó: “En cuanto a la
poesía del siglo veinte, así la quiero: austera, directa, libre de babosa
emoción.” Te invito, Irma, a derivar desde este Pound hacia donde te lleve.
IV – Hay algo en esta cita que me lleva a pensar en “dar en el blanco”, trabajar
la palabra desde el centro de una misma en tanto persona. Entiendo, desde ya,
que esa afirmación de Pound se refiere a su propuesta poética con respecto a su
propia tradición literaria y a la necesidad de crear postulados a seguir; aquí
se trata de que yo lo vincule a mi quehacer, lo voy a intentar: La palabra
escrita es una cosa seria, es un objeto denso que no soporta fácilmente el
intercambio, y yo me enfrento a él con respeto y con absoluta reverencia. Pero a
veces me distraigo y entonces, como diría mi abuela, “piso el palito” y la
palabra me traiciona; por lo general pago muy caro el precio de mi distracción.
Para llegar a esa perfección de la que habla Pound es necesario un compromiso
muy grande con la labor de escribir textos que adquieran la forma que sea,
relatos o poemas, pero que fulguran en la dimensión más lejana a lo pedestre.
Mis años de trabajo en este oficio me llevan a pensar que la relación que
establecemos con las palabras, como nuestro objeto primordial de trabajo, es la
que determina el resultado. Y el peculiar vínculo que establecemos con las
palabras tiene que ver con el que forjamos con respecto a la vida en general y
con una parte interna de nosotros mismos en tanto personas. Reverenciar, tomar
con respeto lo que está vivo, no manipularlo desconsideradamente es la premisa y
eso nace de una cosmovisión. A la clásica disyuntiva que enfrenta la vida y el
arte, creo haberle encontrado una respuesta. Escribir y vivir son caminos
paralelos. Puliéndonos interiormente como personas vamos encontrando los
recursos para pulir nuestros textos. En caso de aprender a pulir los textos
solamente, se puede alcanzar una obra relativamente perfecta, pero fría, alejada
de la intensidad que, al menos, yo busco; aspiro a acercarme lo más posible a
que el texto sea una revelación de los sentidos de la existencia. Obviamente se
trata de ser fiel al trazado de ese camino; yo lo hago y, como no podía ser de
otra manera, de tanto en tanto me equivoco, a veces me salgo de la línea, pero
si se tiene claro el itinerario, no hay error que sea demasiado irreparable. En
el arte lo mismo que en la vida la clave está en encontrar la sintonización
precisa, algo parecido a afinar una guitarra, afinar las propias emociones,
lograr que las palabras encarnen esa misma resonancia.
*
Irma Verolín selecciona seis poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
DOMINGO
Estuve toda la tarde del domingo
acompañada por mi poeta suicida: un libro
de tapas duras
con una flor intensa en la portada.
Blancos tramos de luz se habían filtrado
por las hendijas estrechas
de las cortinas de madera que
fracturaron los versos
renglón a renglón.
Toda la tarde respiré sus palabras
embriagantes
sus voces que traspasaron como luces
un puñado de décadas. La veo
escribiendo, su espalda encorvada
frente a la máquina portátil.
Las letras suenan como disparos
en un juego de niños,
las letras hacen repercutir su voracidad
sobre la mesa y llegan
hasta mí, hoy
domingo,
día caliente de sol
propicio para cruzar más límites, idiomas
otras franjas
más hondas e invisibles.
La muerte jugó la última carta en este asunto,
un movimiento de naipes
como letras clavadas en la tabla de madera,
otro rango en el parafraseo de los golpeteos:
invariablemente se trata de cruzar
alguna clase de espacio.
Y aquí estamos las dos,
a pesar del calor y de sus fluctuaciones, la luz
en esta parte del mundo
se comporta de un modo esperable,
fluye
se enlaza en su vaivén
arquea las palabras
las corta en más pedazos
las multiplica
aún en este verano de piernas abiertas
y toldos desteñidos en despavoridas azoteas.
La sigo viendo a mi poeta
con su espalda encorvada,
ella
que convirtió a su máquina de escribir
en un diapasón
me mira sin asombro
desde otro domingo
lejos
me mira
enclaustrada
con sus inabarcables ojos.
(de “Los días”, en proceso de edición)
*
Un atlas de descomunal tamaño con la cubierta de cuero
y pomposas letras doradas en filoso altorrelieve
contorneando el planeta,
dentro del círculo del mundo
debajo del título puede leerse:
1950 - año del Libertador General San Martín.
Papá abre el atlas:
sonidos de manoplas avanzando por una playa mojada
en el ir y venir de las hojas
zarandeados perfiles de mares y territorios,
el dedo de papá
decidido
robusto
indica un derrotero que se burla de las dimensiones del mundo
y avanza.
Mi hermanito rubio y mi hermano mayor
se acercan
miran
se están asomando a un pozo ciego
y lo que hay para ver los cautiva
irremediablemente.
Los tres contemplan la mentira de las proporciones
el mundo entero al alcance de la mano,
a papá sólo le interesa mostrarles la cordillera de los Andes
su dedo
es el general San Martín atravesándola.
Los héroes hacen esa clase de cosas, explica papá
los ojos de mis hermanos se deslumbran
un héroe desplegado sobre la mesa del comedor
en nuestra propia casa
a media mañana
así como así
y nosotros en camiseta y sin escarapela.
(De “De madrugada”)
*
Un despliegue de cartas españolas
sobre la superficie tambaleante de la colcha
que cubre el cuerpo de mi madre
movedizo
increíblemente movedizo dentro de su enfermedad,
ese vasto sitio donde todo confluye: nuestras conversaciones
el miedo
las manos de los médicos
las de mi madre que dicen ay.
Montones de cartas resguardan ese cuerpo
ahora
y quieren abrigarlo
mamá las ha echado alzando su brazo con brusquedad
—revoltijo en el aire cara y ceca sin pronunciación—
para dar un salto hacia el futuro,
ese otro lugar que no existirá para ella
aunque las cartas vaticinen fabulados prodigios
lunas fosforescentes en la ventana quieta
luces para repartir como caramelitos en un cumpleaños.
Todos aquí
nos asomamos al futuro de mamá
estirando el cuello hacia la colcha
que ya no soporta el colorido de las barajas
ni el temblor rudimentario de su cuerpo.
Está hecho de nácar su cuerpo
deshecho su cuerpo
lábil entre las sábanas
que apenas recuerdan sus perfiles
las líneas
las rugosidades,
ese cuerpo que se adelgaza en una precipitación
que no conoce límites.
Grande es el sitio que la espera apenas su cuerpo logre olvidar
cada una de las cosas que hoy la alimentan y cobijan,
nácar como piedra o interior de caracola
nácar los diminutos botones de su camisón.
(De “De madrugada”)
*
SUS OJOS
No había nada detrás de sus ojos
sólo un mar sin movimiento,
un mar
de aguas oscuras
con peces nadando en cámara lenta
y sirenas desmenuzadas
en un fondo sin fondo
entre montañas hundidas
que alguna vez fueron
remotamente
animales que el tiempo extinguió.
Sus ojos
a pesar de todo
buscan
en mí
otro mar
parecido y distante
para acariciarlo con su mirada.
(de “Los días”- en proceso de edición)
*
DESPEDIDA
pusiste mi mano sobre tu pecho
y cerraste los ojos:
mi mano quedó dentro de tu pecho.
Del otro lado de tus ojos
mi mano acarició tu memoria
parsimoniosamente,
mi mano se ahogó en tu lisa memoria, después
alguien silbó en el pasillo.
La tarde pulió sus aristas,
despedirse es fácil
cuando el silencio envuelve a la vida
sin límites,
el silencio es un pequeño dios
que convierte nuestra despedida en sitio de llegada.
Puedo mirar ahora
mi propia muerte en tus ojos,
la veo trepándose sobre el borde de mi nombre
y nos cobija a los dos
(de “Invierno”, inédito)
*
POLLERAS
Con sus polleras largas iba mi bisabuela a través
del campo,
un campo muy grande
tan grande como este país
que una mañana la atrajo igual que un imán
desde el otro lado del océano
hasta estos espacios fronterizos,
un campo que se mira
y se huele
y se transita arrastrando esas polleras
que terminan con el ruedo embarrado.
Anchas las polleras,
inmenso el país
hecho y deshecho entre un rumor de ranitas y bicheríos
escoltando esa caminata
que dura toda la vida
y que roza la mía hoy
a estas alturas de las penurias
del nuevo milenio,
un siglo después casi exactamente.
Veo el cielo abierto dado vuelta y al campo
por el que mi bisabuela va
como una taza que cayó de boca
y perdió el contenido,
el cielo de pronto
le robó el campo al país
sus moneditas tristes
sus pálidas pertenencias y ella,
mi bisabuela
lo camina sin escuchar
sin ver
sin que exista sobre esta tierra para nadie
otro lugar, el cielo
se cayó de bruces
ya no acompaña al paisaje
ni a los pasos de mi bisabuela
que ha perdido su voz
su propia voz muy ajena
en ese trajinar de lavar ropa y pisos y fregar
lo ensuciado por la vida una y otra vez
una y otra vez
y otra vez ella piensa en el ruedo embarrado de su pollera
en las cacerolas sucias
en el fuentón donde se cansarán sus brazos
mientras pasan las horas
de refilón
y rasguñan las paredes de una casa que se viene abajo.
Mi bisabuela camina sobre mis propias huellas
en este terraplén
rústico
desiluminado
en este escenario de mampostería, cielo revuelto
donde se resbalan las pisadas
una mujer camina
y el campo
sin un cielo que lo cobije
lo desconoce todo:
el nombre de mi bisabuela
sus polleras con el ruedo embarrado
y nuestra interminable caminata.
(Inédito de un libro en preparación titulado “Árbol de mis ancestros”)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, la Argentina, Irma Verolín y Rolando Revagliatti, junio 2015.
*
www.about.me/rrevagliatti
Descargar la entrevista
en pdf