ZONA LITERARIA - EL TEXTO SEMANAL
“Se podría decir que la mujer todavía
posee un alma, mientras que al varón sólo le queda cerebro”
Entrevista a Paulina Juszko por Rolando Revagliatti
Paulina Juszko nació el 18 de febrero de 1938 en La Plata, capital de la
provincia de Buenos Aires, y reside en Villa Elisa, localidad del aglomerado
urbano Gran La Plata, Argentina. Cursó los profesorados de Letras y de Francés
en la Universidad Nacional de La Plata, sin completarlos. Se desempeñó en tareas
docentes: asistente social (Dirección de Psicología y Asistencia Social
Escolar), profesora de francés (Alianza Francesa de La Plata) y traductora.
Colaboró en diarios y revistas de su provincia, ha sido incluida en antologías e
incursionó en radio como columnista o co-conduciendo en varios programas. En
francés y en castellano dictó conferencias y participó como ponente en
Encuentros y Jornadas de Escritores. Coordinó talleres y mesas de debates,
integró jurados en diversos concursos y ha sido traducida al italiano y al ruso.
En 2006 recibió el Premio Virtud a la Ética, el Trabajo y la Solidaridad
(Ministerio de Desarrollo Social de la Nación – Fundación “Principios”) y en
2009, en ocasión del Día Internacional de la Mujer, la distinción Mujer
Destacada de Villa Elisa (Delegación Municipal). Publicó dos poemarios: “Poemas
del Yo dios” (1957) y “Chant posmoderne” (1990, en francés); tres novelas: “Te
quiero solamente pa bailar la cumbia”(Ediciones de La Flor, 1995), “Esplendores
y miserias de Villa Teo” (Ediciones Simurg, 1999; Tercer Premio de Novela 1998
del Fondo Nacional de las Artes) y “El año del bicho bolita” (Editorial Dunken,
2008); un volumen de ensayo: “El humor de las argentinas” (Editorial Biblos,
2000); y una obra de carácter testimonial: “Vivir en Villa Elisa” (Libros de la
Talita Dorada, 2005; declarada de interés cultural por la Municipalidad de La
Plata).
1 – Ciudades rioplatenses, las tuyas.
PJ – Así es: infancia en Berisso, juventud en La Plata y madurez en Villa Elisa.
Soy hija de inmigrantes procedentes de la aldea de Zuchowicze (en la actual
Bielorús). Fallecieron poco después de llegar a Berisso.
“Mis orígenes se remontan a la sal:
saladeros de don Juan Berisso y lágrimas. La sal conserva, saboriza, alivia y
desinflama; pero también corroe, esteriliza y mata. Lágrimas de desarraigo de
nuestros padres, lágrimas que aumentaron la salinidad del mar para convertirse
en nostalgia al desembarcar. Disueltas en el río de orilla fangosa y llena de
cangrejales… Fue cuando empezó a manar, dulce y salobre a la vez, el silencioso
canto del trabajo.” En un texto titulado “Beribel” —que se publicó en la revista
de la Asociación de Entidades Extranjeras en ocasión de la 23ª Fiesta Provincial
del Inmigrante (octubre/2000)— yo comparaba a Berisso con la torre de Babel:
“También fue un intento de tocar el cielo con las manos. También fue abatido al
cerrar los frigoríficos Swift y Armour. Pero ellos sobrevivieron, agarrados con
uñas y dientes a las ruinas. Habían aprendido a entenderse pese a la
multiplicidad de lenguas. Eso y una extraña pertinacia, aunada a un extraño
amor, les permitió reconstruir y reconstruirse. Entonces Él —que es versátil—
los premió con nietos que hablaron todos el mismo idioma.”
En cuanto al lugar donde ahora habito, mi “petite patrie” de adopción, alguna
vez lo describí así:
“Villa Elisa agreste, desprolija, barrosa. Te salvan
tanto cielo magrittiano
tantos trinos
tanto susurrar de frondas
tantos zumbidos en el aire de verano
tanta frescura de brisa en la piel recalentada
tantos perfumes en las noches quietas
tanta densidad de silencio en las mañanas.”
La Plata, esa ciudad geométrica, nunca me inspiró un sentimiento profundo. A
Berisso de chica lo odiaba porque me parecía feo, a Villa Elisa aprendí a
quererla con el tiempo, pero La Plata me parece una ciudad muy “careta”. Aunque
se me identifica sobre todo como escritora platense.
Me considero un producto de esa inmigración que no consiguió hacerse la América
y ni siquiera vivió lo suficiente para contarlo, una self made woman en todo
sentido —material y espiritual—, y un exponente acabado de la decadencia
finisecular.
2 - ¿Pecados, virtudes, adoraciones, odios…?
PJ - De los pecados capitales los tengo todos menos dos (les dejo la inquietud
de adivinar cuáles me faltan). Me adornan pocas virtudes: lucidez, amor por la
justicia, generosidad, valentía, fidelidad, perfeccionismo, puntualidad; en
cambio, los defectos pululan en mí: soy colérica, gruñona, peleadora,
impertinente, brusca, altanera, ambiciosa, eternamente insatisfecha… Alguien
dijo (creo que fue Balzac) que el peor de todos los defectos es no tener
ninguno.
Amo la belleza, la inteligencia, el humor, la elegancia, los viajes, las
piscinas, la siesta, la lectura, los jardines, el buen vino, los perros… Adoro a
mis mascotas, las dos perras Bubú y Nana y el gato Kuro. Odio la reiteración,
los , la parlalpedo, el lenguaje altisonante, el sentimentalismo barato, la
moralina, la mentira, las películas de acción, el fútbol… Cultivo numerosas
manías, como repetir hasta el cansancio alguna palabreja o nombre que se me
ocurre al despertar o dar vuelta las galletitas para que presenten todas el
anverso.
Soy un ser esencialmente solitario, pero no me disgusta socializar de cuando en
cuando y alguna vez escribí al respecto: “A veces me canso de mi vida de loba y
me pongo la piel de cordera para asistir a sus ágapes. Al principio sus balidos
me resultan interesantes, armoniosos y tan correctos, nunca una nota más alta
que la otra: las bondades del corral, los premios obtenidos en las exposiciones,
la calidad de ciertas pasturas, las delicias ovinas del amor, de la procreación…
Escucho pacientemente, pero no puedo balar. Mi desasosiego crece, me pregunto
qué pasaría si de pronto lanzara un aullido, uno solo, largo y desesperado. Si
abriera una boca llena de dientes carniceros para aullar mi soledad, mi rabia,
mi dolor. Las imagino desertando la mesa, huyendo despavoridas, en desorden, con
balidos horrorizados pero literarios al fin, siempre con altura, con elegancia.
Con ese savoir faire que una loba sin manada nunca podrá tener.”
Descreo del amor de pareja, donde siempre hay uno que quiere fagocitar al otro.
Suscribo a lo que piensa Susan Sontag: es una ficción esencial, una danza más
del ego solitario. Sólo tocamos “la envoltura de un ser cuyo interior accede al
infinito” (Proust, “La prisionera”). Amé a varios hombres —evidentemente nadie
escapa a la ley natural—, pero si hago el balance, hubo más pena que gloria. Mi
matrimonio con un pintor duró muy poco. Priorizo actualmente otros sentimientos
que me parecen más humanos: la solidaridad, la estima, la amistad. El amor es
exclusivo, totalitario, exigente, lleva a excesos que después lamentamos. Y es
volátil porque no se basa en la estima.
No quise tener hijos porque, como dice un personaje de Balzac, “no aprecio lo
suficiente la existencia para hacerle ese triste presente a un semejante” (“El
cura de pueblo”). Soy atea y tengo una visión pesimista de la naturaleza humana;
otro escritor francés que cultivaba el más negro pesimismo, Anatole France,
aceptaba que pudieran existir en algún mundo desconocido seres más malvados que
los humanos, pero eso le resultaba prácticamente inconcebible.
El momento más decisivo de mi vida fue aquel en que contemplé —teniendo siete u
ocho años— la tapa del “Billiken” donde una niña miraba la misma tapa: la noción
del infinito, como un siniestro alfanje, me abrió la cabeza en dos; todo perdió
brillo, mi cielo se nubló para siempre. Esto se agravó más tarde con la pérdida
de la fe religiosa. Soy una marginal que no logró salir de la edad de los
porqués y sabe que no hay ninguna respuesta.
Desde muy pequeña me fascinó la palabra escrita; comprender cómo se unen las
letras para formar palabras fue un deslumbramiento, la adquisición de la
lectoescritura un segundo nacimiento, el más importante. Desde entonces soy
lectora compulsiva. Una de las cosas que contribuyeron a abrirme la cabeza fue
un cuento cuyo título se me olvidó (¿“La princesa de los gansos”?) y donde una
joven —por motivos que tampoco recuerdo— usaba una horrible máscara; un día,
creyéndose sola, se la quita y, en lugar del rostro de la “zafia lugareña”,
aparece el de una bellísima dama. Más allá de lo insólito que podía resultar ya
a mi edad el hecho de afearse voluntariamente —sobre todo tratándose de una
mujer— lo que quedó grabado en mi mente con caracteres indelebles fue la
expresión “zafia lugareña”, que superaba mi vocabulario infantil y tuve que
buscar en el diccionario. Esas dos palabras fueron mi llave de ingreso al mundo
de la literatura. ¿Así que las cosas podían decirse de distinta manera y había
formas mejores que otras…? Porque comparando “tosca campesina” y “zafia
lugareña” no cabía la menor duda: me quedaba con la última. No hubiese sabido
explicarlo, sonaba más lindo, algo así como los versos. ¿Intuía ya que la
literatura es un modo de existencia, que el lenguaje no se limita a reproducir
el mundo, sino que puede producirlo?
Soy una gozadora nata. Una gozadora amargada, carente de muchos de los placeres
a los que aspiró y aspira. De naturaleza indolente y condenada a una vida de
laboriosidad, actualmente puteo contra el menor esfuerzo físico, tiendo cada vez
más a la catatonia. Me resulta intolerable la obligación, la presión para hacer
algo, aun viniendo de mí misma. No hay lujo comparable al del tiempo que se
pierde: hacer un paro total de actividades cotidianas para vagar sin un
propósito definido por la casa o el jardín, enderezando un cuadro aquí, cortando
una flor seca o una rama desangelada allá, viendo si brotaron las semillas,
jugando con las perras…¡qué delicia! Ese tiempo que no empleo en nada preciso,
que se me va en pavadas, es en fin de cuentas el mejor empleado, el más
rendidor, ya que me brinda más felicidad. ¿Necesito la mente vacante, un estado
vecino de la animalidad, para rozar por instantes la beatitud?
No puedo comprender a los viejos fanáticos del laburo; por lo general es una
tapadera, una manera de escapar del vacío interior, una forma de desperdigarse.
Y si realmente amamos nuestro trabajo durante muchos años, ¿no llega un momento
en que debemos descansar, recogernos, sumergirnos en nosotros mismos buceando en
busca de ese yo profundo del que hablaba Proust?
3 – Proust.
PJ - Es uno de mis favoritos, me gusta su estilo, sus parrafadas laberínticas,
incluso su côté cholulo. “En busca del tiempo perdido”, su obra cumbre, no es
una reivindicación de la memoria, sino una lucha denodada contra el tiempo y un
intento de hacer universales las experiencias personales. La memoria nos pinta
un cuadro convencional del pasado, mientras que ciertos incidentes
reencontrados, ciertas sensaciones pasadas (el sonido de una campanilla, el
gusto de una madalena, un desnivel del pavimento…) nos permiten comprender la
verdadera esencia de los hechos, personajes y circunstancias que los originaron,
y acceder a las causas profundas analizando lo que tienen de idéntico ambas
situaciones —la pasada y la presente—, fusión que implica una abolición del
tiempo transcurrido: son instantes de eternidad que se le arrancan al devenir.
Adhiero a su concepción del arte, “que va más allá de la nada en que se diluyen
el amor y los placeres”. El amor propio, las pasiones, la inteligencia y el
hábito nos ocultan el verdadero sentido de las cosas poniéndoles nombres (las
“nomenclaturas”) y fines prácticos para conformar lo que falsamente llamamos
vida; el arte debe trabajar en sentido contrario: vuelta a lo profundo, rescate
de lo desconocido en nosotros mismos.
4 – Hace algunas décadas el vocablo “escritura” no se usaba tanto, ¿no?
PJ - Una falsa modestia hace que hoy en día se prefiera el término “escritura” a
“literatura”, como si este último nos quedara grande a los escritores actuales o
fuese demasiado solemne. Yo escribo cartas, e-mails, listas de supermercado…
pero si se trata de un cuento o una novela hago literatura, que podrá ser buena,
regular o mala. La literatura es un arte y un oficio, y debe ser llamada por su
nombre. A nadie se le ocurre que carpintería y ebanistería son sinónimos. A la
frase hay que pulirla, trabajarla como se trabaja la madera. “Vuelvan sobre la
obra diez veces, si es necesario”, aconsejaba el viejo Boileau en el siglo XVII.
La mejor ficción desmerece con un estilo “escuela secundaria”, desprolijo, lleno
de cacofonías, pleonasmos y distorsiones gramaticales y sintácticas. Flaubert
acostumbraba gritar sus frases para ver si sonaban bien; creo que exageraba en
cuanto al volumen, pero sí, es muy importante el oído y también el sentido
común. Es lícito emplear neologismos, localismos, vulgarismos, lunfardo,
puteadas (de hecho, yo lo hago a menudo), siempre y cuando la obra lo requiera.
Pero, ¿a qué viene utilizar el galicismo “pasticería” cuando existe “pastelería”
en nuestro idioma (a menos que sea un francés el que habla) o inventar términos
como “separatidad”, “verderol” y “enterratorio”, malsonantes y desangelados?
Otra cosa es crearse un lenguaje propio, como Xul Solar o Héctor A. Murena. Sólo
tolero la reiteración en las guardas geométricas (como ésas que nos hacían
inventar las monjas para las carátulas de cada mes en los cuadernos
cuadriculados de matemáticas o ésas que adornan los libros antiguos), en la
poesía y como recurso humorístico. Fuera de lo cual la encuentro abominable en
cualquier tipo de textos (filosóficos, literarios, ensayísticos o de divulgación
científica) y también en las conferencias. Si una noción fue bien expresada, es
inútil repetirla. La tautología me genera una muy mala opinión respecto de su
autor: o se olvida de lo que ha dicho y en este caso debe dudarse del buen
funcionamiento de su mente; o desconfía del cociente intelectual del
lector/oyente, lo que resulta ofensivo para éste; o quiere llenar páginas/tiempo
a como dé lugar. Igualmente odiosas son las repeticiones de palabras
(pleonasmos) —y aquí me refiero exclusivamente al lenguaje escrito— porque
atentan contra la eufonía y la elegancia de la frase, y dan un estilo
desprolijo. En estas cuestiones me confieso decimonónica como Stephen Vizinczey.
5 - ¿Y tu escribir?
PJ - Nunca me fuerzo a escribir. No me angustio si no tengo ganas de hacerlo, no
veo por qué un escritor deba escribir constantemente. Es como si el carpintero
viviera con el martillo en la mano. A veces no hay trabajo, y con nosotros es
igual: a veces no tenemos nada que decir y entonces lo mejor es callarse.
Temporaria o definitivamente.
No quisiera ser como ese personaje de Bernard Shaw que decía “Nunca soy tan
elocuente como cuando no tengo nada que decir”.
6 - ¿Lo más real?
PJ - Mis momentos más reales los viví en el mundo de la literatura. Siempre me
sorprendió el empeño de la gente por ubicarte en eso que llaman “realidad”:
“Pisá la tierra – Sé realista.” ¿Era más gratificante eso que la ficción o la
fantasía? De ninguna manera. Antes de leerlo, ya pensaba como Proust que la
verdadera vida, la vida por fin descubierta y dilucidada —la única que vale la
pena— está en la literatura. Ingmar Bergman dudaba que hubiera en la vida más
realidad que en sus obras. Y no decía nuestro Macedonio [Fernández] que “los
estados de vigilia son, en su mayor porción, más débiles y menos emocionantes
que los del sueño […] el cotidiano vivir es en su casi totalidad lánguido y
débil, inimportante”? Yo comprendía —aunque confusamente al principio— que había
nacido para “espectadora”, para dar testimonio, que no servía para vivir esa
realidad de los demás: un desdoblamiento inconsciente, esa impersonalidad
apasionada que, según Romain Rolland, es propia de los artistas, impidió que me
implicara seriamente en las acciones que exige la realidad. Luego, por supuesto,
tuve que fingir que la asumía y desarrollar diversas actividades para ganarme el
sustento. “Tomé el pliegue” —como dicen los franceses— pero no pensaba más que
en desplancharme y siempre tuve la sensación de estar jugando a ser un adulto.
Encontré en “Los Thibault”, novela del escritor francés Roger Martin du Gard un
párrafo que tiene que ver con esto último: “Cada uno de nosotros, sin otra
finalidad que el juego (por más lindos pretextos que se dé), dispone según su
capricho, según sus capacidades, los elementos que le proporciona la existencia,
los cubos multicolores que encuentra a su alrededor al nacer… ¿Y tiene realmente
mucha importancia si logra construir más o menos bien su obelisco o su
pirámide?”.
En este sentido, alcanzar la edad de la jubilación significó una resurrección:
poder volver a “mi mundo”, reintegrarme a mi verdadera personalidad después de
tantos años de dispersión esquizoide; como la protagonista de “La araña” de
Clarice Lispector, yo “no había llegado a ningún punto, disuelta viviendo”. Fue
lo que para otros la iluminación religiosa: en determinado momento de la vida
todo se soluciona, encuentra su sitio, aparece el verdadero sentido.
Reconcentrarme, pensar en serio o divagar… y escribir. Agarrarme a la cola del
tiempo. Acariciarle las orejas sedosas a mi perra murmurándole “¿lita nonó la
sunata?”, mientras dejo vagar perezosamente la mirada entre las paredes de un
foso de verdura. Ningún espacio blanco en una planilla espera ominosamente mi
firma, entrada y salida. Ningún jefe que no logró cagar esa mañana piensa
hacerlo sobre mi desprevenida humanidad. Soy mi directora, mi patrona, mi reina.
7 - ¿Concepción de la literatura?...
PJ - En literatura también hay modas (o tendencias, como quiera llamárselas). No
le lleves a un editor una simple narración con pies y cabeza, por interesante
que sea, porque no te dará ni cinco de bola. Hoy la moda es, entre otras cosas,
insertar en una novela pesadas disquisiciones sobre temas científicos o
filosóficos. Umberto Eco declara que el lector no ama la facilidad, que hay que
proponerle la ficción a la manera de un teorema. Yo me pregunto de qué tipo de
lector habla; evidentemente de una élite supersofisticada…; y también si no será
por esto que la gente lee cada vez menos. Por mi parte, si mi propósito es
informarme sobre un tema determinado, no recurro a una novela, busco el texto
adecuado y me dispongo a hacer un esfuerzo intelectual —si es necesario— por
pesada que me resulte la cosa. Pero si abro una novela, quiero que me deleite,
me atrape, me entretenga, me conmueva, me haga reír y hasta pensar un poco
también, pero sin ese esfuerzo que requiere el aprendizaje. Trato de escribir
libros así y, por lo que dice la mayoría de mis lectores, lo estoy logrando.
Me interesa la fama porque es la única manera de luchar contra la muerte y
justamente porque es “puro cuento”, para ser consecuente (hasta el final) con
mis ideas; el dinero sólo en cuanto evita angustias bajunas y degradantes, y
procura placeres que se consideran suntuarios, pero son indispensables para el
hombre actual, afectadamente refinado.
8 - ¿Temas?
PJ - Me atrae lo que piensan y sienten las mujeres, de las más simples a las más
complicadas. Los varones son generalmente de una pieza, monotemáticos, y por eso
resultan tan aburridas las narraciones o filmes cuyos personajes son
exclusivamente varones. Lo que le pone sal a las historias es la sutileza, el
retorcimiento, la indefinición y, a menudo, la superficialidad del alma
femenina, ya sea que habite en mujeres o en homosexuales. Mil veces más
interesante que los pensamientos de un guapo o un malevo me parece lo que se le
cruza por la cabeza a una mujer mientras lava los platos o pela papas. La mujer
es mucho más sofisticada que el varón; no en balde las novelistas tienen tanto
éxito en esta época. Se podría decir que la mujer todavía posee un alma,
mientras que al varón sólo le queda cerebro. ¿Nos habrá durado más (el alma)
porque adquirimos mucho más tarde el derecho a tenerla?
9 - ¿Rememorarías un viaje a Francia con el que fuiste premiada? ¿Hubo otros?
PJ – Había obtenido el mejor promedio del país en el examen final de mis
estudios en la Alianza Francesa. Me reportó el “Brevet d’aptitude à
l’enseignement du francais hors de France” otorgado por la Alianza Francesa de
París, y el “Certificat d’études pratiques de prononciation francaise” del
Instituto de Fonética de la Sorbona.
Fue mi primer viaje a Europa, en transatlántico —todavía los había—, quince
días en el océano, una experiencia inolvidable. Luego viajé varias veces más,
en avión por supuesto. Pero durante esa travesía inaugural me hice amiga de una
pareja de jóvenes homosexuales —un francés y un brasileño— que me invitaron a
recorrer con ellos la Costa Azul: quedé deslumbrada.
Con París no fue un amor a primera vista; de entrada me dio la impresión de una
prostituta que se vende al mejor postor, por la cantidad de extranjeros que la
transitaban ya en ese entonces. Tuve que recorrerla en subte y a pie, conocerla
en profundidad, hacerme de amigos franceses en sucesivos viajes para llegar a
amarla. Actualmente es mi preferida entre las ciudades que conozco, tiene un
charme particular, que le confiere en gran parte el Sena, el más bello de los
ríos en mi concepto, el más inspirador, con su manso fluir, sus péniches y la
perspectiva de sus puentes…
Durante mi primera estadía en París, que fue larga: seis meses, viví en el
Pabellón Argentino de la Ciudad Universitaria; en ese entonces residía también
allí el pianista Miguel Ángel Estrella, y tuve ocasión de conocer el taller del
pintor Antonio Seguí en los suburbios de la ciudad, pues era amigo de mi ex
marido, Nelson Blanco, quien también estaba en París por haber ganado el premio
Braque de pintura. Otros amigos pintores, los Morales, me hicieron conocer
Normandía, en el noroeste de Francia.
Como tengo mi costado superficial y me gustan las pilchas, poco después de
llegar a París me fui a las Galeries Lafayette y me gasté casi toda la plata que
había llevado (que no era mucha). Este despilfarro me obligó a buscar un
trabajito para seguir subsistiendo y así fue como me relacioné con dos familias
francesas, cuyos niños cuidaba una vez por semana. Uno de estos chicos, un
rubito cara de ángel de unos seis años, era muy particular: me tocaba el culo
cuando salíamos de paseo, se metía debajo de mi pulóver y me acariciaba
sensualmente la espalda, me pedía que me quedara a dormir en su cama para poder
tocarme toda y hasta me propuso matrimonio…; yo no me animaba a decirle nada a
su madre por temor a perder el trabajo. Esa gente me apreciaba mucho y me
escribió durante años. Son anécdotas graciosas, como cuando tuve que cambiarle
por primera vez el pañal a Guillaume, un bebé de seis meses, y no sabía cómo se
hace; y no eran los pañales de ahora, entonces se usaban alfileres de gancho,
era más complicada la cosa.
Me gusta viajar para aprender; pero no sólo me interesan los museos, los
monumentos, la arquitectura, los paisajes, soy curiosa de otras formas de vida:
quiero saber qué comen, cómo se visten, qué leen, qué deportes practican…
10 – En el “Petit Théâtre” de la Alianza Francesa de La Plata has dirigido
piezas teatrales. ¿En qué lapso? ¿Cómo surgió la propuesta?
PJ – Sí, hicimos obras de Georges Feydeau, Alfred Jarry, Boris Vian, Eugène
Ionesco, entre otros autores; también espectáculos de café concert,
teatralización de fábulas de La Fontaine y textos de La Bruyère (clásicos del
siglo XVII), siempre en francés. Yo hice las puestas en escena y dirigí el grupo
de alumnos y ex alumnos de la institución entre 1970 y 1992. Pero ya antes había
actuado en ese teatro vocacional, que ya no existe. Fue por iniciativa propia
que formé un grupo y empecé a dirigir, y siempre lo hice ad honorem.
Presentábamos una obra cada año. Los ensayos significaban un gran esfuerzo para
todos, porque sólo podían hacerse después de las veintidós horas y también los
domingos, debido a las diversas actividades que desarrollábamos. Era muy difícil
reunir a los actores, sobre todo cuando la obra tenía muchos personajes; yo me
enojaba cuando faltaban, era una directora muy exigente, pero sólo gracias a una
férrea disciplina esta actividad pudo prolongarse durante tantos años. Aclaro
que en ese entonces yo tenía dos trabajos, así que los días de ensayo volvía a
mi casa a las dos-tres de la mañana ¡en micro! Y también debía ocuparme de
conseguir gente de buena voluntad para la iluminación, el sonido, el decorado…;
a cuántos amigos molesté pidiéndoles muebles prestados… Pero era muy
gratificante y el sacrificio había valido la pena cuando la obra se daba y todo
salía bien. ¡Qué tiempos aquellos! Ahora me parece imposible haber hecho tanto
por amor al arte.
11 – Ya que integraste la redacción de la revista de humor platense “La Gastada”
durante un par de años —1996-1997—, podrías describírnosla y contarnos qué es el
“humor platense”.
PJ – “La Gastada” fue una revista del Grupo B.A. Comics, promovida por la
Facultad de Bellas Artes de la UNLP. Yo me integré al staff poco después de su
creación y colaboré en ella hasta su desaparición por motivos económicos, como
sucede con la mayoría de las revistas. La dirigía el dibujante Carlos Pinto y
colaboraban, entre otros, Raúl Fortín, Ricardo Blota, Leo Bolzicco, Eduardo
Lemos, Fabricio Frizorger, Diego Aballay… Ahí conocí a los humoristas Andrés
Vendramín (André) y Leandro Devecchi, que fueron luego, conmigo, co-autores de
“Criadero de cocodrilos”, sátira de la actualidad política y social argentina de
fines del siglo XX y comienzos del XXI, con ilustraciones humorísticas.
La revista se autodefinía como “humor platense de exportación”; el acotamiento
“platense” se refería tanto a la procedencia de la gran mayoría de sus
colaboradores como a la naturaleza local de muchos temas abordados. Yo surtía
una sección feminista, otra de postales de la Argentina y una columna de perlas
negras (absurdos generados por el mal uso del idioma en los medios). Algunos
títulos de mis notas: “¿Lo manyás al hombre light?”, “De guapos, malevos y otras
(malas) yerbas”, “Discriminaciones lingüísticas”, “¡No nos pisen la víbora,
muchachos!”, “Histeriqueando”, “Cuentos clásicos para niñas feministas”… Yo era
la única mujer en la revista y se me trataba con toda naturalidad, como un
compañero más. Disfruté mucho esta experiencia.
12 – Al menos una vez vi y lo escuché recitando —en 2001, en un Ciclo que yo
conducía— al poeta platense Mariano García Izquierdo (1935-2006). Y vos fuiste
columnista de su audición semanal “El Firulete”, en una FM de Berisso. ¿Cómo lo
recordás a él y a su poética?
PJ – Buen poeta y buen amigo. Recuerdo la frondosa glicina y su pequeño cuarto
de trabajo en la casa de City Bell. Recuerdo su entusiasta colaboración con
diversos emprendimientos del Centro Cultural “Difusión” de Berisso: el libro
“Escritos y escritores de Berisso” (2000), la revista mensual “Dando la nota” y
la radio. En 1999 tuve el placer de presentar un libro de Mariano: “Dulce
Babushka”, poéticas postales de su infancia berissense; cito algo de lo que dije
en esa ocasión: “¿Es Mariano el pibito que llora al comprender que no vivirá con
ellos el constructor de su casa, que le hacía ver animalitos en los desechos de
madera? ¿el que descubre las diferencias entre nenas y nenes a través del
alambrado que lo separa de su vecinita rubia? ¿el que fuma zarzaparrilla en un
bote? ¿el enamorado de Paulina Singerman? ¿el que se sueña abuelitas eslavas?
¿el que asiste a los dramas de esa bizarra y heterogénea humanidad que encontró
su caldo de cultivo en la atmósfera del Berisso de los años 40? Todos son
Mariano y Mariano es todos.” ¿Y qué mejor manera de recordarlo que a través de
sus versos?:
No monta en el viento
ni lo desparrama la lluvia.
No lo deslizó la mansedumbre del río
ni lo puede prestar un sueño.
(de “El amor que no se dio”)
13 – Un grupo de teatro comunitario, asesorado por vos, llevó a escena “Arturo
Seguí a la Elisa”, inspirado en tu libro “Vivir en Villa Elisa”. ¿Cómo resultó?
PJ – Fue solamente un sketch que se representó en un Encuentro de Teatros
Comunitarios, en la explanada del Teatro del Bosque de La Plata (2008). El grupo
se deshizo poco después, debido a las dificultades para reunir un elenco estable
y a la falta de un local propio. Esta iniciativa no suscitó en Villa Elisa el
mismo entusiasmo que en City Bell, donde se formó un grupo numeroso, “La
Caterva”, que aún sigue actuando.
14 – Fue en una reciente charla telefónica, Paulina, que mencionaste que tenías
unas cuántas obras inéditas.
PJ – ¿Te paso los títulos…?: “Rabelesiana” (adaptación teatral de la obra de
Rabelais); “Escuela de verdugos” y “Osteolipomaquia” (dramaturgia);“Concierto de
masturbanda”, “Sagrada sangre” (Mención 1997 del Fondo Nacional de las
Artes), “Eternos laureles” (novelas); “Por una cabeza” (novela policial); “Al
gran pueblo argentino ¡salud! (jubilados-desocupados abstenerse)” (notas de
humor de los ’90); “La cocina del humor” (ensayo sobre los procedimientos del
humor literario); “Del vagar breve”(poemario); y en coautoría el que antes te
conté, “Criadero de cocodrilos”. ¿No te parece tremendamente frustrante tener
tantos inéditos? O soy una escritora muy mala —ya que ninguna editorial me da
bola— o en este país pasó algo con el negocio editorial después del año 2000.
Tengo que optar por la segunda posibilidad para salvaguardar mi autoestima: los
grandes grupos editoriales que quedan se manejan como empresas que sólo publican
autores de venta segura.
Hace años, en una entrevista para la revista “La Maga”, me pidieron una opinión
sobre la regionalización de la literatura y contesté que habrá una verdadera
literatura bonaerense (o mendocina, o patagónica, o…) cuando en estos sitios se
den las posibilidades de publicar, y no sólo a cuenta de autor. ¿Y hasta qué
punto no es ingenuo soñar con esa regionalización, cuando prácticamente todo el
negocio editorial de Buenos Aires está en manos de capitales extranjeros?
15 – Busqué y encontré en mi biblioteca un ensayo tuyo —publicado en el nº 3,
2005/2006, de la Revista “El Espiniyo”— titulado “Poesía y Humor”. Es probable
que te cuentes entre los escritores argentinos que más ha investigado sobre el
humor en la literatura.
PJ – Como soy muy propensa a utilizar en mis escritos la ironía, el sarcasmo y
el humor negro, y considero que el humor es catártico, me puse a investigar
sobre el tema. El primer resultado fue mi ensayo “El humor de las argentinas”,
donde hablo de las mujeres que colaboraron en diarios y revistas argentinos
haciendo humor gráfico y escrito; el segundo, otro ensayo (aún inédito): “La
cocina del humor”, donde analizo los procedimientos del humor literario (con
ejemplos desde Aristófanes hasta Roberto Fontanarrosa) y los diversos tipos de
humor según la temática (negro, blanco, rojo, amarillo) y según el país (judío,
inglés, argentino). Este último trabajo, que podría resultar muy útil en los
talleres de escritura con humor que se pusieron de moda recientemente, no
despertó sin embargo el interés de ningún editor.
16 – Varios títulos de las conferencias que has realizado en los últimos cinco
lustros me entusiasman, pero voy a elegir uno, el de la que me agradaría estar
leyendo ya mismo: “¿Por qué las heroínas de novela son casi siempre jóvenes?”
Paulina: ¿Por qué las heroínas de novela son casi siempre jóvenes?...
PJ – Te resumo aquí mi planteo. Desde tiempos inmemoriales la mujer es
representada como un instrumento erótico y reproductor, y el varón como
generador de pensamiento y acción. Para que resulte atractivo, el argumento de
una novela o un culebrón no puede dejar de lado el ingrediente erótico y este
pathos está encaminado a la reproducción de la especie. ¿Y por dónde entra Eros?
En primera instancia por los ojos. En el reino animal la naturaleza engalana
generalmente a los machos para lograr su fin, mientras que entre los humanos
resultó favorecida la hembra. Y es en la juventud cuando ésta encarna plenamente
los cánones de belleza que rigen desde el comienzo de los siglos, kilito más o
menos. Pasada la edad de la pasión, la mujer pierde todo glamour, tanto en la
literatura como en la vida real, y de los roles de protagonista desciende a los
de reparto; con la madurez adquiere una cualidad de transparencia que suele
acentuarse hasta la invisibilidad.
Es cierto que en la segunda mitad del siglo XX, gracias a la cirugía y a
múltiples tratamientos, la juventud se prolongó, con todos sus atributos. A
nadie se le ocurriría hoy llamar “ancianas” a Nacha Guevara, Moria Casán y
tantas otras. Pero en el siglo XIX se era una mujer madura a los treinta años;
en la novela “Ella y él” de George Sand, la protagonista femenina, Teresa, se
lamenta cuando es requerida de amores: “Es muy tarde para buscar lo que huye de
mí. Tengo treinta años”; y todavía en 1949, fecha de publicación de “1984” de
George Orwell (que entre tantas cosas que predijo, no supo anticipar los
desfasajes que se produjeron entre las etapas de la vida) encontramos: “Cuando
la vi a plena luz resultó una verdadera vieja. Por lo menos tenía cincuenta
años”. Esta exigencia de juventud y belleza es válida sobre todo para el sexo
femenino, pues basta con mirar cualquier telenovela para constatar que los
varones —aunque sean panzones y calvos, aunque tengan pelos en la nariz, pies
planos y más legañas que perro callejero— siguen conquistando hermosas pendejas
y se dan el lujo de engañar no sólo a su legítima, sino también a su amante. En
“Cándido” de Voltaire (s. XVIII), Cunegonda va envejeciendo mientras que el
protagonista no parece sufrir los ultrajes del tiempo, y el autor presenta como
un rasgo de generosidad por su parte el tomar por esposa a una Cunegonda vieja y
fea, que perdió por eso todo derecho a ser amada.
Algunos escritores del siglo XX, como Mario Vargas Llosa (en “Doña Julia y el
escribidor”, “Elogio de la madrastra”, “Los cuadernos de don Rigoberto”),
ensalzaron los atractivos de la mujer madura. Gabriel García Márquez escribió
—realismo mágico mediante— una historia de amor y sexo entre gerontes: “El amor
en los tiempos del cólera”. En “Viajes con mi tía” Graham Greene nos presenta a
la desprejuiciada septuagenaria Augusta. Y también me pongo como ejemplo con mi
novela “El año del bicho bolita”, protagonizada por mujeres de la llamada
“tercera edad”.
El cine y el teatro parecen más abiertos al protagonismo de las maduras y las
ancianas. Pero es evidente que para superar los estereotipos milenarios debe
producirse un cambio radical en la escala de valores. Cuando esto ocurra el
protagonismo avuncular no se asentará en la maldad (las brujas de los cuentos),
o en el vicio (la Celestina), o en la extravagancia (la tía Augusta), sino
fundamentalmente en la calidad de ser pensante. Simone de Beauvoir, Marguerite
Duras, Hannah Arendt en la última etapa de sus vidas constituyen el mejor
ejemplo: ésas son las verdaderas heroínas de la novela del siglo XX.
17 – Es porque no recuerdo que se hubiese promovido alguna vez un Certamen de
Autobiografías, que enterándome de que resultaste finalista en uno que se
denominó “Ricardo Jones Berwyn”, en la ciudad de Gaiman, provincia de Chubut, en
2010, me intereso por saber de él.
PJ - Participé con un trabajo titulado “Flashes”. Creo que la idea original de
este certamen fue estimular la narración y difusión de historias de vida de los
inmigrantes galeses de esa zona, a fin de preservar su memoria; pero está
abierto sin restricciones a participantes de cualquier provincia y nacionalidad.
18 – Primero: confieso que pocos caligramas lograron atraerme. Segundo: ¿exagero
si afirmo que a vos te fascinan?...
PJ – Decir que me fascinan es un poco exagerado. Me encantan porque aúnan poesía
y plástica, y componerlos tiene mucho de juego, es divertido. Este gusto me lo
contagió Guillaume Apollinaire con su poema “La colombe poignardée et le jet
d’eau” (= “La paloma apuñalada y el chorro de agua”). Pero sólo de vez en cuando
me inspiro para escribir un caligrama.
*
Paulina Juszko selecciona poemas inéditos de su autoría para acompañar esta
entrevista:
Lo quiero igual que usted me quiso a mí, de a trozos.
Dante Bertini, “Salvajes mimosas”
Frase que define el amor humano.
Y yo aquí,
una mañana en que tantas cosas se despiden
discretamente,
sin alharacas,
en un rincón que destila
la mansedumbre del otoño incipiente.
Olas de amor fragmentado me depositaron aquí.
Último puerto.
Finis orbis.
Contemplo.
Recojo migajas de violentos festines.
¿Es poco?
¿Es mucho?
No lo sé.
Pero intenso, luminoso y cálido.
Intensidad que no desequilibra.
Luz que no enceguece.
Calor que no consume.
*
Mimado
hostigado
pulido en recovecos y excrecencias
tigre en acecho
fiera insidiosa irritable
presta a retobarse en cualquier momento
a mostrar las uñas
a decir basta no sigo
a devorar al domador
explorado en superficie cotidianamente
—nada más extraño—
imprevisible / aterrador
(aterrador por lo imprevisible)
incensado en spasgimnasiosquirófanospasarelas
glorificado en himnos de genuflexa sumisión
tirano gozosamente aceptado.
¡Oh Dios mío / y tan poco mío! no me abandones no me abandones
sé sutil pero resistente
pluma de acero ora pro nobis
robot exento de colesterol ora pro nobis
rolex ultrasincronizado ora pro nobis
Barbie deportiva y tersa ora pro nobis
¡Bello-bello-bello
es el Señor de nuestros tiempos!
*
OJO
Paaaatina sobre las superficies o deja pátina
guante de cirugía aislando
elástico de honda creando espacio
cobija / destierra
achica / agranda
revela / esconde
Ver sin mirar se puede pero ¿mirar sin ver?
escudriñar
hasta el hueso y más adentro
hasta el tuétano y más adentro
hasta lo invisible
despellejar / descarnar / arañar esqueleto
y más adentro
*
Prendidos como garrapatas a nuestro cachito de planeta
que yira y yira
en el universo yirante
nosotros
los de probeta
los de laboratorio
los no deseados
los mal amados
los que no sabemos resolver el acertijo original
los que caminamos el desierto sin más agua que nuestras lágrimas
aferrados con uñas y dientes
a lo irrisorio
a la mínima consistencia
cabalgando micrones con ínfulas de posesión
haciendo cada mañana le tour du propriétaire
y la cuenta de nuestros bienes.
*
Hay entonces un país donde la rosa es inmortal
donde no se asiste cada día al asesinato de la belleza
donde abrimos los ojos sin un lamento
donde no hay que restallar el látigo para que los objetos
hagan su número cotidiano esperando la ocasión
de saltarnos a la garganta
donde las horas se funden entre los dientes
donde ya no se necesita la rastrera esperanza.
Ese país existe
SÍ
quiero creerlo.
*
VIAJE
tan repetido
hacia la patria
flecha de fuego en busca del blanco
bajo cielos eternamente cargados de lluvia
sueño de un mar amante depositándonos en playas
infinita/eternamente doradas
espejismos deslumbrantes engarzados en el paisaje matemático
fuentes inagotables
misteriosas bestias de Rousseau grandes gatos de Blake
acechando entre el follaje o en poses de maniquí
y una luz
elástica densa demente
que se deja beber nos transita las entrañas
hasta lo más hondo
donde los veranos delirantes de la infancia.
*
Me cansé
me cansé de cansarme
tanta redondez tanto y vuelta a empezar
antaño uno podía agarrarse a los bordes del abismo
para no caer
ahora resbalamos insensiblemente como en patineta
volvemos y volvemos al punto de partida
obligados a girar con los planetas
REDONDOS
¿el universo es redondo? ¿Dios es una impenetrable esfera?
(¿Dios es una microesfera? ¿una nanobolita que se introduce rodando en cualquier
intersticio para pispear sin ser visto y pasarnos luego la cuenta de nuestros
errores?
¿O es una macroesfera que contiene todo lo existente y que tampoco podemos ver
—y menos aún concebir— nosotros, las simples moléculas integrantes de su inmenso
ser?
En cualquiera de los dos casos, estaría jugando con trampa.)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Villa
Elisa y Buenos Aires, distantes entre sí unos 45 kilómetros, Paulina Juszko y
Rolando Revagliatti, julio 2015.
*
www.revagliatti.com.ar
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