El Modelo Argentino para el Proyecto Nacional: Un emprendimiento especulativo para la realización efectiva*
Por Francisco José Pestanha **
Presentar al eventual lector ciertas meditaciones sobre la reedición del Modelo
Argentino para el Proyecto Nacional –obra póstuma de quien ejerciera tres veces
las más alta magistratura del país– constituye, para el que les escribe, un reto
a todas luces dificultoso.
Abogo tal enunciación en vista de un ambiente fáctico que aún se encuentra
desbordado por “renombrados” sectores de nuestra intelligentzia que,
obstinadamente, intentando eternizar envejecidas diatribas, perpetúan
cuestionamientos infundados respecto a la originalidad y la vigencia del
pensamiento de un argentino que no sólo deslumbró por el caudal de su obra de
gobierno, sino también, especialmente, por la meticulosidad de sus meditaciones
filosóficas, epistemológicas, políticas, sociales y económicas.
Comparto de esta forma aquella sentencia de Jorge Bolívar, quien en cierta
ocasión señaló que uno de los principales escollos que entorpecen todo nuevo
abordaje de la obra filosófica de Perón es el hecho de que “pocos se atrevieron
a considerar su obra intelectual como “superadora de las ideologías y formas de
vida” de los bloques filosófico-políticos de la época que le tocó vivir.1 Aún
hoy se sigue esparciendo, con una prevención realmente discriminadora, la idea
según la cual todo el pensamiento de Perón constituyó un paradigma de
“oportunismo histórico” y no una “opción con un trasfondo filosófico preciso”
que, desde la periferia, se propuso cuestionar –eso sí, con clásica irreverencia
criolla– “tanto el individualismo extremo, como el colectivismo extremo” que
“dificultan la vida comunitaria de los pueblos, la disocian”.2
No obstante la terquedad de algunos, quienes nos hemos involucrado con la obra
integral de Perón no titubeamos en afirmar que el pensar justicialista
constituyó un particular y original emprendimiento especulativo, cuya principal
preocupación estuvo circundada por una amenaza epocal: la disociación del
individuo y de las comunidades, disgregación que, al entender de Perón, a la vez
que imposibilitaba al ser humano integrarse a un colectivo preservando su
subjetividad, impedía que el colectivo social se autoorganizara en un todo
armónico orientado hacia su bienestar.
Encontramos aquí un primer imperativo, tal vez una idea fuerza de evolución
armónica que envolvió toda la meditación del extinto presidente, y que bien
puede inferirse de aquella máxima formulada por él mismo en el discurso de
clausura del Congreso Nacional de Filosofía, el 9 de abril de 1949:
Lo que nuestra filosofía intenta establecer al emplear el término armonía es
cabalmente el sentido de plenitud de existencia. Al principio hegeliano de
realización del yo en el nosotros, apuntamos la necesidad de que ese “nosotros”
se realice y perfeccione en el yo.3
Para Perón, a la “irracionalidad del suicidio colectivo” al que conducían “el
individualismo deshumanizante (del capitalismo liberal) y el colectivismo
asfixiante (comunista)”,4 había que oponerle necesariamente una “racionalidad de
la supervivencia armónica”.
Embarcado en tal derrotero, el conductor del justicialismo tanteará una ruptura
atrayentemente provocativa en un período histórico dominado, en Occidente, por
ciertas cosmovisiones fundadas en un racionalismo apriorista que intentaba dar
cuenta de “procesos y determinaciones” de carácter universal a los que toda
reflexión política debía adecuarse, y las comunidades, adaptarse.
A juicio de Perón, por el contrario, la práctica efectiva y concreta constituía
la savia que debía nutrir tal reflexión (político-filosófica) en una imbricación
vital entre teoría y praxis. Según su entender, todo pueblo que no fuera capaz
de crear su propia ideología no tendría “más remedio que adoptar una ideología
foránea”, la cual, necesariamente, le impediría satisfacer sus necesidades
materiales e inmateriales.
Su filosofía, sostenemos, presuponía una matriz evolutiva arraigada en la idea
de que ciertas imperfecciones inherentes a la obra colectiva de una comunidad
humana determinada podían ser parcialmente neutralizadas mediante una actividad
modelar- proyectual también colectiva, cuya apuesta principal demandaba enunciar
algunos presupuestos constantes (aunque no necesariamente definitivos) a fin de
garantizar esa armonía que Perón consideraba el basamento cardinal para la
prosperidad colectiva (felicidad del pueblo). En tiempos de la redacción del
Modelo, lo evolutivo comportaba para él una travesía hacia la socialización no
violenta, donde el capital estuviera al servicio del trabajo.
La armonía, como categoría e imperativo a la vez, requería una acción política
encauzada hacia la concertación de intereses, circunstancia que, si bien
acercaba su pensamiento a algunos preceptos de la doctrina social cristiana, no
se agotaba en ella, ya que la armonía formaba parte de una filosofía política de
la cual, para Perón, la Iglesia Católica carecía. Lo armónico comprendía además
la noción del ser humano como unidad no dialéctica que aspiraba a equilibrar los
valores espirituales con los materiales y los derechos individuales con los
colectivos. Perón consideraba que la solidaridad social operaría como
instrumento, y a la vez como garante, de la supervivencia armónica. Es entonces
en el marco de una comunidad organizada donde cada individuo y cada organización
libre del pueblo suman sus potencias al poder conjunto. La comunidad organizada
es, precisamente, aquella “donde el hombre puede realizarse mientras se realizan
todos los hombres de esa comunidad en su conjunto”5.
A esa concepción orgánica, naturalista, evolutiva y armoniosa de la sociedad, se
le añadirá la particular mirada del conductor sobre el valor de la libertad.
Mientras que el liberalismo clásico ve la libertad individual como un derecho
natural inalienable de toda persona humana, plausible de ser ejercido plenamente
con independencia del contexto, Perón sostiene que el ejercicio concreto de ese
valor-derecho está sujeto a las condiciones históricas y sociales, y en lo que
respecta a su puesta en acto reconoce una condición situacional. Para Perón,
efectivamente, un sujeto solo puede ejercer con plenitud su libertad en una
comunidad que es libre.
La autodeterminación colectiva –en su acepción más amplia, y resignificada en
términos de soberanía colectiva– será precondición necesaria para el ejercicio
concreto y pleno de una libertad individual cuyo único límite es el interés y el
bienestar común. He ahí el núcleo de la posición tercerista en épocas signadas
por improntas imperiales que afectaban concretamente el ejercicio de los
derechos individuales y colectivos en las regiones de la periferia. Vale
advertir que la posición tercerista reconocía que tanto las aspiraciones
soberanas como la unión de nuestros pueblos resultaban, por simple lógica,
opuestas a los intereses políticos y económicos de dichas improntas. Cabía
entonces aquí un espacio para la lucha tal como la concebía Perón: progresiva,
paulatina y escalonada, y en lo posible nutrida esencialmente por la “no
violencia”.
La justicia social constituye para Perón un imperativo ético, una condición
necesaria y excluyente para neutralizar una dialéctica “impuesta” por corpus
ideológicos cerrados e intereses económicos cada vez más concentrados y voraces,
que a su criterio afectan al ser humano en su esencia. Al decir de Jorge
Bolívar, “la idea de justicia social no existía en la Argentina [antes del
justicialismo] como norma ética. Se adquiere justamente a partir de este juego
filosófico y metafísico que une a la comunidad/sociedad con su organización”.6
Si bien alguno de los enunciados aquí expuestos podría tentarnos a encuadrar a
Perón en un pensamiento universalista, su labor intelectual pone en evidencia,
por el contrario, un “pensar situado” que intenta dar cuenta de lo universal. En
Palabras de Arturo Jauretche, es “lo universal percibido con los propios ojos”.
Es por eso que el autoconocimiento (conocimiento y comprensión de lo propio), la
autorreflexión (reflexión crítica) y la autoestima (dimensión sensorial afectiva
positiva de lo propio) son presupuestos sin los cuales resulta impracticable el
abordaje de sus meditaciones.
Las consideraciones efectuadas aspiran a ofrecer un resumido marco al “texto y
al gesto”7 que constituye el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional.
“Texto”, porque el Modelo, a pesar de la odisea que hubo de atravesar en tiempos
de altísima conmoción política, fue finalmente reconstruido en su versión
original como obra textual. Y “gesto”, porque todo texto de Perón, al decir del
recordado Armando Poratti, constituye “el momento de una acción”; en este caso,
una de sus principales acciones póstumas: a la vez un testamento y un mensaje al
futuro.
El Modelo constituye un indubitable ejemplo de la transposición entre filosofía
y praxis, imbricación que, bien vale resaltar, coincide con la de otros grandes
estadistas de la periferia. El documento original “fue presentado oficialmente
por Perón en su discurso ante la Asamblea Legislativa del 1º de mayo, puesto en
conocimiento del Gabinete Nacional el 31 de ese mismo mes (con amplia
repercusión en los medios) y anunciada públicamente su inminente publicación
masiva (inclusive con traducciones a varios idiomas) a principios de junio. Sin
embargo, tras producirse al mes siguiente la desaparición del tres veces
presidente constitucional de los argentinos, un inexplicable manto de olvido fue
cayendo sobre el documento que, a pesar de que continuara en el gobierno una
gestión del mismo signo partidario, la de María Estela Martínez de Perón,
debería esperar 25 años para ser objeto de una edición oficial. Mientras tanto,
recién desde principios de 1976, la obra comenzó a ser objeto de ediciones
rudimentarias concretadas al impulso militante de sus seguidores y, en algunos
casos, de emprendimientos particulares semicomerciales.8
Contraje primer contacto con un ejemplar del Modelo en tiempos de novel
estudiante universitario, pero debo reconocer que la primera lectura analítica
llegó recién cuando se publicó la versión editada por la Biblioteca del Congreso
de la Nación, con las invalorables anotaciones, prólogos y estudios incluidos en
ella.9 De este último repaso surgieron, entre otras tantísimas, algunas
meditaciones de las que sucintamente intentaré dar cuenta aquí.
Es harto sabido que, después de un largo y tortuoso peregrinar en el exilio,
Juan Domingo Perón se dispuso a retornar al país en plena conciencia –entiendo–
de la finitud de sus días. De los testimonios de sus biógrafos más verosímiles,
de sus médicos más cercanos y de los profesionales que integraban el equipo del
Dr. Domingo Liotta, quienes mantuvieron una guardia permanente en la residencia
presidencial, puede inferirse que el expresidente sabía que su regreso, en el
contexto político que atravesaba el país, agravaría indefectiblemente algunas de
sus dolencias.
Es por tal razón que, presurosamente, se aprestará a redactar un documento que
ya venía concibiendo desde hacía tiempo, con miras a condensar para las
generaciones venideras, no solamente la cosmovisión que impregnaba su
pensamiento, sino en especial aquella experiencia concreta que lo llevó a
constituirse en el estadista a la cabeza de la mayor disrupción revolucionaria
en la Argentina del siglo XX. El primer paso en este sentido estará dado por la
creación de la Secretaría de Gobierno, el 15 de febrero de 1974 (Decreto
539/74), y las designaciones del coronel Vicente Damasco y el Dr. Ángel
Fortunato Monti, respectivamente como Secretario General y Subsecretario.
Puede sugerirse que el regreso de Perón, además, estuvo orientado a romper
aquella “maldición” que rodeara el infausto exilio de dos gigantes a los cuales
lo unían reconocidos lazos de continuidad: José de San Martín y Juan Manuel de
Rosas. El viejo general sabía de gestualidades y mensajes, y por eso, a pesar
del costo, proveyó el modo de terminar sus días en la tierra que lo vio nacer.
Comparto también la idea de que el Modelo fue concebido por Perón, no como
“corpus de contenidos”, sino fundamentalmente como método, es decir, como
técnica, como procedimiento, pero a la vez como hábito y práctica, cuyo objetivo
principal consistía en enunciar, dentro de lo posible, las aspiraciones, los
deseos y las necesidades futuras de los argentinos sobre la base de su propia
experiencia histórica común.
¿Un Modelo para el Proyecto?
¿Qué presupondría para Perón la actividad modelar-proyectual?
Juzgamos que Proyectar es concebir “planes o preparativos para cierta cosa que
se piensa o se desea hacer”; es decir, que esta idea nos vincula a un
procedimiento anticipatorio que suele presentarse en todas las culturas con
independencia de las condiciones especificas de su desarrollo evolutivo. El ser
humano es en sí mismo un ser de proyecto, y la idea de proyectar presupone una
actividad finalista, “un transitorio que abarca desde el planteamiento abstracto
hasta la puesta en marcha”.10
Gustavo Cirigliano define con claridad la articulación entre esta concepción de
proyecto y la idea de modelo en Perón. Para el autor, un modelo es “una
elaboración intelectual que un pensador, un político o un grupo propone. Cuando
una propuesta/modelo es querida (decisión de la voluntad), se convierte en
proyecto”.11 Así, un proyecto se constituye con el producto de aquel o aquellos
a quienes les es encomendada la actividad modelar creativa, con lo que la
comunidad desee y con lo que resulte posible concretar.
En oportunidad de inaugurar el nonagésimo noveno período de sesiones ordinarias
del Congreso, el conductor del peronismo delinea los “componentes básicos desde
los cuales es factible la elaboración de un Proyecto Nacional”. Dichos
componentes presuponen, entre otras, la actividad de bosquejar “una ideología
creativa que marque con claridad el rumbo a seguir y una doctrina que
sistematice los principios fundamentales de esa ideología"12 en el marco de un
sistema de representación que garantice del mejor modo posible la participación
de todos los sectores, en particular de las mayorías populares.
Tal ideología es para Perón un producto histórico cultural clave, ya que si la
Argentina desea preservar “su identidad en la etapa universalista que se
avecina, deberá conformar y consolidar una arraigada cultura nacional", y
además, este carácter de “propia” de la cultura argentina se ha evidenciado más
en la cultura popular que en la cultura académica, tal vez porque un intelectual
puede separarse de su destino histórico por un esfuerzo de abstracción, pero el
resto del pueblo, no puede –ni quiere– renunciar a su historia y a los valores y
principios que él mismo ha hecho germinar en su transcurso.13
Ser argentino, para Perón, significa “estar insertado en una situación histórica
concreta y tener un compromiso moral con el destino de su tierra”.14
La historicidad innata, para el autor del Modelo, admite que en la constitución
de la esencia de todo ser humano se encuentra implícita su situación, su
vinculación con el territorio y su ubicación en un tiempo material determinado.
Esta cosmovisión resulta aún más comprensible si se tiene en cuenta que Perón
fue hijo y a la vez protagonista de una extraordinaria conmoción cultural de
orientación nativista que emergió y maduró en las primeras décadas del siglo XX.15
El ex mandatario, entendemos, tenía plena conciencia de la importancia que la
cultura popular reviste para las comunidades de la periferia, no sólo como
matriz de resistencia contra procesos de aculturación, sino también como vía
para germinar, nutrir y desarrollar experiencias epistemológicas rupturistas. El
texto que se presenta es un ejemplo de ello, aunque, sugestivamente, no suele
hacerse demasiado hincapié en este carácter.
Para autores como Fermín Chávez, la cultura popular de la periferia permite dar
cuenta, no solo de las actividades artísticas creativas y expresivas de una
comunidad determinada, sino también de construcciones filosóficas y
epistemológicas originales. Esta última capacidad constituirá uno de los puntos
más controvertidos en los debates del siglo XX, y también del XXI, en especial a
partir del surgimiento de los Estados de Nuestra América. En sintonía, Perón
concebía la cultura popular “como una especie de red que conectaba los ámbitos
económico, político y social”. Para él formaban parte de la cultura “tanto la
actividad artística como la humanística”, ya que “uno de los principales
obstáculos para el desarrollo de la cultura nacional era el vasallaje cultural a
que nos sometían los imperios que exportaban su cultura al resto del mundo.”16
La denuncia del “vasallaje cultural” constituyó uno de los fenómenos más
interesantes de los tiempos previos al peronismo Entre otros, artilleros como
Manuel Ortiz Pereyra, Ramón Doll, Arturo Jauretche y Raúl Scalabrini Ortiz
encontraban en la “gran prensa” uno de sus principales arietes. Scalabrini, por
ejemplo, llegó a sostener que
La prensa argentina es actualmente el arma más eficaz de la dominación
británica. Es un arma traidora como el estilete, que hiere sin dejar huella. Un
libro es siempre un testigo de lo que afirma. El libro permanece, está en su
anaquel para que lo confrontemos y ratifiquemos o denunciemos sus afirmaciones.
El diario pasa. Tiene una vida efímera. Pronto se transforma en mantel o en
envoltorio, pero en el espíritu desprevenido del lector va dejando un sedimento
cotidiano en que se asientan, forzosamente, las opiniones. Las creencias que el
diario difunde son irrebatibles, porque el testimonio desparece.17
Perón no vaciló en incluir a cierta prensa dentro de los “métodos de penetración
cultural”, que actuaban, según él, “enfermando espiritualmente al hombre; ponían
énfasis en lo sensorial, estimulando su ansia de poseer, y diluían su capacidad
crítica. Esto impedía al hombre madurar, [lo] convertía en un hombre-niño,
conformista, lleno de frustraciones, agresivo”.18
Para neutralizar el vasallaje cultural, según Perón, es necesario promover la
autoconciencia (conciencia nacional). Dicha promoción constituye para él un
propósito imperioso. El conductor del peronismo considera que la etapa formativa
de esa conciencia es aquella “vinculada a la enseñanza media”, pero que luego
debe continuar en la formación superior. Coincidimos, entonces, con quienes
sostienen que Perón no concibe a “la Universidad como separada de la comunidad”,
en la convicción de que “el intelectual argentino debe estar al servicio de la
reconstrucción y liberación de su patria”. Perón cree que “los jóvenes
universitarios necesitan sumarse a la lucha por la constitución de una cultura
nacional. En ese proceso, el pueblo aportará su creatividad, como tercer
elemento para la definición de su cultura nacional”.19
Otro de los presupuestos más sustanciales que encontramos en el Modelo es la
idea de que las “crisis argentinas son ontológicas, después éticas, políticas,
epistemológicas, y recién por último, económicas”.20 Lo ontológico, aplicado al
pensamiento de Perón, se relaciona con “la compresión de lo argentino”.
Todo el pensamiento de Perón está determinado por una de las circunstancias más
significativas de nuestro devenir histórico: el novum que implica el mestizaje.
De esta forma, para el exmandatario, “el ser argentino no constituirá una
síntesis de sus raíces europeas y americanas”, sino una “nueva identidad”,
“derivada de su situación histórica y su adherencia al destino de la tierra”.21
Ello entraña volver los ojos a la patria, abandonar el eurocentrismo, el
europometrismo libresco y el chauvinismo incauto, concentrarse en los valores
autóctonos y en la cultura popular como expresiones superiores de lo que
realmente “se es”, y recién entonces buscar su integración con la cultura
académica.
En el Modelo hay un protagonismo especial de lo político, y es allí donde se
encuentran, para Perón, las soluciones a los grandes problemas del país. Pero lo
político está íntimamente vinculado a lo ontológico. Junto a otros pensadores
nacionales, Perón observa que uno de los efectos más nocivos de la disociación
que se describe al comenzar este texto es “un peligroso distanciamiento entre
las elites y el pueblo llano”. Bien vale recordar aquí como ejemplo el editorial
que publicó el diario Mayoría el 12 de junio de 1974, que Castellucci cita y
comenta en su edición del Modelo:
El matutino Mayoría expresaba con toda claridad […] un aspecto soslayado hasta
entonces: “No basta con proponer un genuino Proyecto Nacional; hay que formar
una elite nacional creativa”. Ponía así en evidencia una situación que tendría
consecuencias dramáticas: la carencia de suficientes cuadros políticos e
intelectuales que estuvieran en condiciones de comprender y poner en ejecución
el proyecto de Perón.22
El Modelo constituye, por último, un documento de inevitable lectura para
comprender el clima epocal, un testimonio de la gravísima situación
político-institucional que Perón reconoce expresamente:
Sin el apoyo masivo de los que me eligieron, y la cooperación de los que no lo
hicieron pero luego evidenciaron una gran comprensión y sentido de la
responsabilidad, no solo no deseo seguir gobernando, sino que soy partidario de
que lo hagan los que creen que pueden hacerlo mejor.23
Finalmente, no queda menos que congratularse con aquella edición del Modelo que
oportunamente viera la luz merced a la iniciativa de nuestro entrañable Oscar
Castellucci, que presupuso una labor comparativa inagotable en cuyo marco los
autores dieron cuenta de las distintas peripecias que atravesó el texto
–demostrando que a veces las obras clásicas pueden adquirir vida propia– y que
indudablemente demandó, a quienes intervinieron en ella, un esfuerzo al que solo
son llamados quienes están dispuestos, como enseñaba Scalabrini Ortiz, a poner
su “voluntad al servicio de una gran causa”.
Valga también el presente como homenaje póstumo al coronel Vicente Damasco, otro
de los tantos injustamente olvidados por la sempiterna cólera de la
incomprensión.
1 Jorge Bolívar, “Armando Poratti: un amigo de la sabiduría”, disponible en
www.agendadereflexion.com.ar
2 Ibíd.
3 Juan Domingo Perón, “Discurso de clausura de Primer Congreso Nacional de
Filosofía, Mendoza, Argentina”, marzo-abril de 1949, tomo 1.
4 Alberto Julián Pérez, “Modelo Argentino: el testamento político de Perón”,
Texas Tech University, disponible en
http://www.academia.edu/
5 Revista Crisis. Entrevista a Juan Domingo Perón. Pino
Solanas y Octavio Getino. 1974.
6 Jorge Bolívar, op. cit.
7 Armando Poratti, “La comunidad organizada. Texto y gesto”, Prólogo-Comentario
a La comunidad organizada. Vigencias y herencias, IMA, Colección “Liberación
Nacional”, núm. 5., 2008, pp. 85–134.
8 Oscar Castellucci, “El Modelo Argentino para el Proyecto Nacional”, disponible
en www.nomeolvidesorg.com.ar
9 Oscar Castellucci señala que esa edición del Modelo se
basó en la denominada “carpeta Damasco”, en referencia a su poseedor original,
el coronel Vicente Damasco, principal colaborador del General Perón en la
producción del documento.
10 Francisco Pestanha, “Proyecto de los habitantes de la tierra”, en Proyecto
UMBRAL. Resignificar el pasado para construir el futuro, Buenos Aires, CICCUS
2009, pág. 80.
11 Gustavo Cirigliano, “Metodología del proyecto de país”, en ibíd., p. 37.
12 Juan Domingo Perón, Modelo Argentino Para el Proyecto Nacional, Biblioteca
del Congreso Nacional, 2005.
13 Ibíd.
14 Alberto Julián Pérez, op. cit.
15 Juan Waldemar Wally, La Generación Argentina de 1940. Grandeza y Frustración,
Buenos Aires, Dunken, 2007.
16 Alberto Julián Pérez, op. cit.
17 Raúl Scalabrini Ortiz, “El periodismo, instrumento de la dominación
británica”, en Política Británica en el Río de la Plata, Rosario, Fundación
Ross, 2008 [1936], p. 266.
18 Alberto Julián Pérez, op. cit.
19 ibídem.
20 Fermín Chávez, Historicismo e iluminismo en la cultura argentina, Centro
Editor de América Latina, 1982.
21 Juan Domingo Perón, Modelo Argentino para el Proyecto Nacional.
22 Oscar Castellucci, “Modelo Argentino para el Proyecto Nacional: en busca del
tiempo perdido”, en Juan Domingo Perón, Modelo Argentino para el Proyecto
Nacional.
23 Juan Domingo Perón, ibíd.
* Prólogo a la reedición del Modelo Argentino Para el Proyecto Nacional. II
edición. Biblioteca del Congreso. Coordinador Oscar Castellucci.
** Francisco José Pestanha es ensayista y docente. Es profesor Titular Ordinario
del Seminario de Pensamiento Nacional y Latinoamericano en la Universidad
Nacional de Lanús, y Profesor Titular del Seminario Perón: texto y contexto (UBA
– UNLA). Es Director Decano del Departamento de Planificación y Políticas
Públicas de la Universidad Nacional de Lanús.