Forastera
Por Ilka Oliva Corado
Abro los ojos y veo el reloj, es la una de la madrugada con dos minutos. Busco
la almohada, la encuentro tirada en el suelo. Una de la madrugada del once de
noviembre de dos mil quince. ¿Cuántos años de aquel once de noviembre en el que
llegué a Estados Unidos? Cierro los ojos, quiero dormir. No quiero pensar,
quiero dormir.
No puedo. Me levanto, compongo las sábanas, recojo la almohada y me acuesto de
nuevo, quiero dormir. No puedo. Hacía muchos años que no me despertaba el
insomnio justo a la una de la madrugada, ¿por qué hoy? Si es un día cualquiera.
No, yo quiero que parezca un día cualquiera pero no lo es, no para mí. No para
la migración que me fue cincelando el temple de forastera.
No puedo dormir. Me levanto y preparo café. Café…, viene el olor del café
dorándose lentamente en el comal de barro de nía Juana, veo su silueta de mujer
de pueblo, del oriente guatemalteco, con su camisa a cuadros arrollada hasta a
media manga, con la tuza moviendo los granos de café en un ritual del tiempo de
la tapisca, del ayote en rapadura y del atol shuco. En mi Comapa natal. En
aquella casita de adobe, en el polletón que se quedó musitando en mi memoria
pueblerina. Allá a los lejos tan inalcanzable para mis manos ahora extranjeras.
Para el tiempo que es puntual.
En mi adolescencia tan lejana para mi deambular de mujer. En esta vida que me
separa del confín donde descansa tío Lilo. Tío Lilo, ¿y yo? Dígame, ¿yo cuándo
descansaré de mis avernos? ¿Cuándo saltaré al vacío? Abuelo, ¿cuándo vamos a
aporrear el frijol nuevo, a desgranar el máiz? Abuelo, ¿en qué mes florece el
chacté? Cuándo florearán las chiliguas y el chipilín.
Cuénteme del camino real y del frijol camagua. ¿Y las libélulas cuándo
regresarán a enamorar la quebrada? Tío Lilo, cuénteme de la coraza del conacaste
y de la cáscara del encino rojo. ¿Qué fue de aquel corvo cuto que acompañó mi
infancia? El que usted me regaló. Lo recuperaré, se lo prometo, lo volveré
poesía para no volver a perderlo nunca más. Abuelo, ¿por qué es tan frágil la
inocencia? ¿Por qué es tan débil la memoria? ¿Por qué es tan insondable el
dolor?
Me asomo a la ventana, afuera sopla el viento fuerte y frío del otoño, es
november, es autumn, soy foránea. ¿Qué sería de mi vida sin esta ventana, hacía
dónde escaparían mis letras? ¿Por cuál rendija se fugaría mi poesía para estar a
salvo de mí? ¿Y mis infiernos por qué no escapan? Por qué insisten en
preservarme. En no dejarme sola, en ser mi voz volviéndose eco en la niebla bajo
la lluvia.
En ser la almágana rompiendo el hielo. En volverse ritual. En darme un nombre y
éste andar itinerante, en protegerme con sus garfios y con su resistencia
inquebrantable. Qué sería de mi vida sin la oscuridad que fortalece mis más
profundos miedos y sin el destello que los enternece y enamora. Qué sería de mi
vida sin mi trastorno. Sin los zarpazos de la existencia migrante.
Viento frío arrastrando las hojas secas que forman alfombras de hojarasca
otoñal. El follaje del encanto en la época del frío que logró enamorarme como
ningún otro. La broza que trae a mí la remembranza del tiempo de la cosecha y la
tapisca. ¿Cuántos inviernos intentando resistir fuera de mi zona de confort?
Lejos de las cabritas de mi infancia, de las montañas verde botella, del vuelo
de los barriletes, de las calles empolvadas y de las lepas que dan techo y calor
a los hogares de arrabal.
Cuántos años lejos de los gladiolos y las hortalizas. ¿En dónde están mis padres
y mis hermanos? ¿Aquel calor de hogar que nunca existió? Cuántos temporales
intentado sobrevivir con este modo arcaico de ser: recia y esquiva en este país
en el que la soledad desmorona lentamente a toda alma soñadora, que por
incondicional se niegue a ser ordinaria y embustera. ¿Cuántos otoños ahogándome
en el limbo de la post frontera indocumentada? ¿Cuánto tiempo más resistiré? No
creo que mucho.
Me sirvo una taza de café, busco las quesadillas, los salpores, el marquesote,
las semitas, el pan de arroz y los tazcales pero no encuentro nada, se quedaron
en mis nostalgias de pueblerina. En las que no existía el horno microondas, ni
piso alfombrado, ni calefacción de invierno. Ni aspiradoras, ni lavadoras
eléctricas. En las que la palabra indocumentada no existía en mi diario vivir.
Mi pueblo natal ya no es el mismo, tampoco mi arrabal, yo misma soy otra. Todo
cambia. Queda solamente la niebla del tiempo de se va posando lentamente en los
cabellos y en la piel y nos añeja.
De pronto se aprende a vivir con lo que hay y aunque es poco es mucho,
dependiendo las circunstancias. Y de pronto se vuelve uno ilusionista, recurre a
la fantasía para soportar la realidad. Yo me abrazo con todas las fuerzas de mi
ser a la poesía. Un día no darán más de sí y me tendré que soltar, fatigada y
agradecida para saltar al vacío en busca de mi libertad.
Mucho he aprendido en mi caminar migrante, contadas alegrías e instantes de
felicidad que se vuelven en mi vida flores de desierto. Retoños que brotan del
páramo de mi inexpresión. Mucho le debo a la migración: me dio las letras y con
ellas los horizontes para que mis alas los surcaran. Y me volví poesía y me
convertí en pequeñas crónicas que se expanden en partículas en el halo de la
inmensidad atemporal de mis trastornos.
Enciendo la ordenadora y comienzo a escribir una crónica más este once de
noviembre de 2015. A miles de kilómetros de distancia de mi gran amor, Ciudad
Peronia y lejos muy lejos de la casita de adobe donde nací, de aquella mata de
clavel rojo y del remedo de hogar que construimos a como pudimos los del clan
Oliva Corado.
Escribir sigue siendo mi mayor resistencia, mi mayor alegría, mi plenitud. Por
las letras vivo, a ellas me debo, por ellas soy. Vuelen lejos, muy lejos de mí
en los horizontes que jamás podrán alcanzar mis manos. Libres, emancipadas de
mis trastornos. Regresen al nido de donde yo salí hace muchos años y cuéntenme
qué es de las querencias que tanto añoro.
No, no es un día cualquiera es un Wednesday hermoso, y es otoño, mi estación
favorita.
Y me espera el colorido ocre y pitayo de mi reserva forestal rentada que está
preñada de arces, y las aguas calmas del riachuelo, lindeza con la que me ha
enamorado la migración en este norte que me curó las alas que me cortó
Guatemala. No todo es en blanco y negro. En este norte he parido tres crías que
me unen a él para siempre. Me dio la expresión más vívida que es el aire que
respiro. Y conocí el amor universal que nos hermana a todos los seres humanos
sin distinción de ningún tipo. Mis raíces están en Guatemala pero mi corazón se
volvió universal.
Salú por el amor que hermana y consolida los corazones libertarios de quienes
acarician utopías. Vengamos de donde vengamos y vayamos a donde vayamos la
consigna es el amor.
Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado contacto@cronicasdeunainquilina.com
Noviembre 11 de 2015.
Estados Unidos.
Blog de la autora:
Crónicas de una Inquilina