ZONA
LITERARIA - EL TEXTO SEMANAL
El Tío Poroto
Por Santiago Varela*
Mi tío Poroto, a su edad, andaba fenómeno, hasta que su mujer –la tía Porota-, a
instancias de su hija, mi prima Tota le dijo: - Mira Poroto, vas a cumplir ya 70
años. Es hora de que vayas a ver a un buen médico. - ¿ Y para qué, si estoy
bárbaro..? - Porque la prevención debe hacerse ahora que todavía sois joven – le
contestó mi tía.
Por este motivo el buen tío Poroto fue a consultar al galeno. El mismo, con buen
criterio le mandó hacer exámenes generales y análisis de todo lo que pudiera
hacerse y desde luego, que la “Obra o Seguro Social” pudiera pagar.
Pasados quince días el doctor le dijo que lo encontraba bastante bien, pero que
había algunos valores en los estudios que convendría mejorar. Y allí mismo le
recetó Simgras Grajeas, para mantener el colesterol lo más bajo posible; Bobex
en 10 mgs. para el corazón; Diabetol Plus, para prevenir una posible diabetes;
Total Vitaminol, excelente complejo vitamínico; Abajoprex, para la presión
arterial; Pissox de 10 mgs. un buen diurético para complementar el Abajoprex, y
como acá en Buenos Aires hay de todo menos buenos aires precisamente,
Alergicatel, para las alergias. Ah, y cómo los medicamentos era muchos y había
que proteger el tracto digestivo, le indicó además, Omeopencex, frasco de 30
cápsulas para tomar una al día.
El buen tío Poroto fue a la farmacia y cambió allí una parte importante de su
jubilación por varias cajitas primorosas de colores variados. Al tiempo, como no
lograba recordar si las pastillas verdes para la alergia las debía tomar antes o
después que las cápsulas para el estómago, y si las amarillas para el corazón
iban durante o al terminar las comidas, volvió al médico. Éste profesionista,
luego de hacerle un pequeño fixture con las ingestas, lo notó un poco alterado y
algo contracturado, por lo que agregó al tratamiento Nervocaim 25 y Aflojex Max,
que pensó le serían de mucha más ayuda.
Esa tarde, cuando entró a la farmacia con las recetas, el Farmacéutico
propietario y sus empleados hicieron una doble fila para que él pasara mientras
ellos aplaudían.
Sin embargo, mi tío, pobre tío, en lugar de estar mejor estaba cada día peor…
Tenía el fixture de todos los remedios en el aparador de la cocina y ya casi no
salía de casa, porque no había momento del día en que no tuviese que estar
tomando una pastilla u otro tipo de medicamento.
Unos días después, el laboratorio fabricante de varios de los productos que
estaba usando, lo nombró como su “Cliente Protector” y le regaló un termómetro
rectal, frascos estériles para análisis de orina y una “birome” con el logo de
la empresa. Mi primo Toto dedujo que la dirección la tuvieron que sacar de la
receta que la farmacia aquella, entregó a la “Obra o Seguro Social”.
Tan mala suerte tuvo mi tío Poroto, que por los cambios de clima se resfrió y mi
tía lo hizo acostar como siempre acostumbra, pero esta vez, además del té con
miel pura de abejas, llamó al mismo médico de nuevo. Este le comentó que no era
nada serio, pero seguramente para justificar su visita le recetó Gripedín Duo y
un antibiótico inyectado, Sanaxidal 500 durante los tres días siguientes.
Para colmo, mi tío Poroto -como era su costumbre-, se puso a leer los prospectos
de todos aquellos medicamentos que estaba tomando y así se enteró de de las
“contraindicaciones”, las advertencias, las precauciones, las reacciones
adversas, los efectos colaterales y las interacciones medicamentosas. Lo que
decían sobre aquellas medicinas, eran cosas terribles. No solo se podía morir,
sino que además podría tener arritmias ventriculares, sangrado, náuseas,
hipertensión, parálisis, insuficiencia renal, cólicos abdominales, alteraciones
del estado mental, y otro montón de cosas a cual más de espantosas.
Asustadísimo llamó al médico quién al verlo le dijo “que no tenía que hacer caso
de esas cosas”, porque los laboratorios solamente las ponían, “por poner algo”.
Doctor – le dijo mi tío -, las empresas que ganan mucha plata no ponen cosas
solo por ponerlas. – Bueno, quizás las ponen para cubrirse. – ¿Para cubrirse de
qué..?, preguntó mi tío algo molesto. Para cubrirse por si alguien demanda en un
juicio. – Si, claro, pero para iniciar un juicio, ¡primero tuvo que pasar
algo..! Nadie hace un juicio si no le pasó nada… digo, - dijo mi pobre tío
Poroto. Bueno… mirado así… - Que es la única forma de mirarlo. Juicio pueden
hacer si al paciente, por la baja del colesterol se le revienta el hígado, se le
caen los dientes, se queda ciego, impotente, pelado… y si luego, ya con un poco
más de mala suerte, ¡se muere!
No hombre, Usted exagera, esas cosas que anotan en los prospectos no pasan casi
nunca. Casi… - A mi no me interesa que les pase a muchos o a pocos, con que me
pase a mi, me basta y sobra, - dijo mi tío Poroto muy nervioso -, pese a tomar
religiosamente su Nervocalm. ¡Tranquilo, don Poroto, no se excite! –le dijo el
galeno mientras le extendía una nueva receta con Antideprezol Forte en unos
enormes supositorios de forma alargada y gruesa-.
Es todo ese tiempo, cada vez que mi pobre tío cobraba su exigua jubilación, iba
de nueva cuenta a la farmacia en donde ya lo habían nombrado Cliente “VIP”… y
hasta le ponían alfombra roja a su llegada. La cambiaba íntegra por los
remedios. Esto lo hacía ponerse muy mal, razón por la cual el mismo doctor que
lo tenía a su cargo le prescribió nuevos e ingeniosos medicamentos, eso si,
bellamente presentados.
¡Pobre de mi tío Poroto..!, llegó el momento en que las 24 horas del día no le
alcanzaban para tomar tantas pastillas y otras cosas, por lo cual no conciliaba
el sueño pese a las cápsulas contra el insomnio que previamente le había
recetado también. Tan mal se había puesto, que un día, haciéndole caso a los
prospectos de los remedios… ¡se murió el pobrecillo!
A su entierro fuimos todos, pero sin duda alguna, los que más le lloraban eran
el señor farmacéutico que se notaba desolado, y el mismo señor doctor. Aún hoy
en día mi tía Porota afirma qué… ¡menos mal que lo mandó a consultar al médico
muy a tiempo !, porque de otra forma . . . ¡seguro se moría antes..!
* Santiago Varela, Buenos Aires, 1940. Escritor, guionista, documentalista,
autor teatral, conductor de radio argentino y, muy especialmente, autor de
textos de un humor "absurdo, porteño y reo", según sus propias palabras. Desde
1980 fue colaborador de las revistas Humor, Sexhumor, Feriado Nacional,
Página/30, Vivir, La Maga y Tres Puntos, y columnista en Clarín, Perfil y
Página/12. Fue autor de los monólogos de Tato Bores y publicó los libros Sexo
salvaje, Good show, El debut y otros cuentos y El gran monólogo nacional, entre
otros.
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