Yo
la ví levitar
Todo empezó muy temprano el 13 de abril, cuando estaba oscuro y llovía. Para
muchos había empezado el día anterior, o el anterior al anterior. La lluvia era
cada vez más incómoda, el tiempo se tornaba amenazante.
Sin embargo, la multitud seguía creciendo. Seguíamos avanzando hacia las
escalinatas de Comodoro Py aunque el paso se hacía cada vez más difícil. La
multitud apretaba, oleadas humanas nos llevaban, como una barca en la deriva,
hacia uno y otro lado. Aunque siempre hacia delante. Para quienes quieran seguir
haciendo ridículos cálculos, había más de cuatro personas por metro cuadrado.
Tal vez cinco o seis - niños en brazos incluidos- por metro cúbico. Pero más
allá de que el espacio sólo se puede calcular sobre tres dimensiones, ya se
sentía que las potencias subían a la 4ta., la 5ta., la enésima.
Siendo imposible no superponer mi curiosidad sociológica con mi fervor
militante, me pregunté qué movilizaba a toda esta gente, haciendo un esfuerzo
enorme para discernir entre mi pasión y mi búsqueda de explicaciones objetivas.
Obviamente, se trataba de buscar “evidencia empírica”. Primera explicación:
choriplanes.
Choris había, además de hamburguesas (pilas de hamburguesas humeantes
tentándonos a todos con su simpático colesterol eximido de culpa en un día
especial), patas de cerdo más que seductoras, vacíos dorados, empanadas
chirriantes, algunas salteñas (con aclaración explícita de que eran anti-Ortobey).
¿Venir desde el gran Buenos Aires, de Provincia, de otras Provincias sólo por un
choripán -que, para colmo, no estaba acompañado de un reconstituyente
tretrabrick que tan bien hubiera caído en medio de ese clima-? Y encima los
únicos que habían eran el producto del humilde negocio de los compatriotas que
ese día olieron su oportunidad, junto con los que vendían baratos pilotos y
paraguas, remeras mojadas que decían “Vuelve”, que tenían colores celestes y
blancos, que tenían el mapa de Malvinas, la estampa de la Virgen de Guadalupe,
de Gardel, de Perón, de Evita, de San Martín y del Che. No, no habían venido por
choripanes. Descartado.
Tampoco había “planes” sociales. Ya fue. Tenemos otro gobierno. No se ofrecía
nada porque estamos todos en el llano. Es más, se están acabando, uno tras otro,
rapidito; los programas sociales se evaporan porque son gasto, o más bien,
despilfarro. Subsidios para nadie (es decir, los de arriba trasladan la quita de
los subsidios a los precios que paga el pueblo). Impuestos para todos (es decir,
el grueso los paga también el pueblo a través del consumo, ¡pobre pueblo!). No
había planes. Descartado.
¡Ah...los $ 500! Pregunté a varios si los habían recibido y si habían firmado el
correspondiente recibo. Eran el motivo de joda generalizado. Todos -con un humor
que hacía mucho que no veía en las manifestaciones— hablaban de haber tenido que
donar $ 500 para venir hasta este lugar. No había paga por manifestar.
Descartado.
¡Pero cómo me había olvidado! Vinieron acarreados por los punteros, esos del
Partido Justicialista, que los deben de estar vigilando! Vi carteles de todas
las agrupaciones, de todos los colores, de muchísimas y distintas entidades
políticas peronistas, de izquierda y radicales, de movimientos sociales, de
organizaciones gremiales, juveniles, locales. Pero la gran mayoría -reitero, la
gran mayoría— eran autoconvocados, que hablaban de sí mismos e incluso que se
quejaron reiteradamente por los carteles y banderas que dificultaban la visión
de su líder cuando hablaba a la multitud. Eso sí, se olía mucho peronismo. Pero
de ese peronismo silvestre, sin jefes, sin intermediarios, ¡obvio que sin
punteros!, como yo no había visto desde el año 1972. La marcha se cantaba una y
otra vez, de manera reiterada, sin Gioja, sin Urtubey y sin Bossio. No había
punteros (y si los había, no hacían la diferencia). Descartado.
Entonces el odio. La crispación plebeya. La grieta que no tiene nada que ver,
parece, con la devaluación y los despidos, ajustes y tarifazos de los primeros
cuatro meses sino con esa maldita costumbre de odiar al poderoso por envidia,
por los méritos que son producto del esfuerzo que el vago no hizo. Pero para mi
sorpresa me encontré con un clima de fiesta (es más, el “si la tocan a
Cristina..” no parecía resultar creíble en medio de esa candidez popular).
Compañeros que se encontraban entre sí: primer lazo de hermandad. Compañeros
enlazados que esperaban encontrarse con Cristina: segundo lazo de hermandad.
Compañeros fortalecidos después del discurso decididos a extender los vínculos
en un frente ciudadano: tercer lazo. No llegaron convocados por el odio sino por
el amor. Descartado. ¡Qué clima tan nutricio respiré ese día!
No podía terminar ahí el análisis. Esto resultaba muy difícil de explicar. Los
bajos instintos de las masas también suelen relacionarse con algo más que lo
material: discursos seductores, mentiras halagadoras, show. Todo eso que esta
mujer podía ser capaz de arrojarles como si fueran pirañas hambrientas. Pero el
discurso de la Señora estuvo marcado por la racionalidad, aunque no exento de
pasión, obviamente. Hizo su análisis político luego de salir de un juzgado que
actúa políticamente. No podía menos que recordar que había renunciado a todos
los fueros posibles. Pero habló de los derechos conquistados. Habló de unir y no
de dividir. Apartó la palabra “traición”. Pidió no acusar al votante que había
facilitado el triunfo del actual gobierno. Invitó a reflexionar antes que
chiflar. Propuso organizarse en torno a la deliberación colectiva.
Desde la base. Más allá de las estructuras y posicionamientos partidarios.
Aclaró que no tenía del todo claro cómo hacerlo. Propuso un frente ciudadano que
reuniera la diversidad. Y la multitud asentía con sus cabezas, sus gritos, sus
cánticos, cada uno matizando con algunos comentarios dirigidos a los de al lado,
sabiendo muy bien de qué se trataba, de que seguirían tiempos difíciles y de que
hay que generar consenso democrático. No hubo demagogia. Descartado.
Sí hubo, simultáneamente, conciencia de los derechos que es menester defender y
alegría, mucha alegría llena de contenido (auténtica, no la de los slogans de
cierta campaña). Ella lo dijo: comparen cómo estaban antes del 10 de diciembre y
cómo están ahora. No inventó nada. No mintió. Simplemente hizo referencia a lo
que todo el mundo sabe. Por eso había distintos sectores sociales (sigue el
sociólogo): Trabajadores, clase media (pero media o baja), subempleados y
desempleados; también algunas señoras -poquitas por ahora, eso sí— como las que
se bajaron del micro en Palermo, confesando con pudor, con su boca tapada por el
brazo -como quien la cubre para no contagiar al otro de la gripe porcina— que
habían votado a Macri y que querrían impulsar un movimiento de desencantados.
Conciencia y determinación de defender los derechos. Esa es la sustancia. Ahora
diferenciémosla del accidente (¡a no asustarse que esto no es Marx, sino
Aristóteles puro, helenismo clásico, luego retomado por Santo Tomás!). Accidente
es fijarse en las calles que quedaron sucias (igual que las patas en la fuente
de Plaza de Mayo) o en las filas de militantes haciendo cola en la estación de
servicio de DAPSA para orinar (sin mencionar aquéllos que disimuladamente se
atrevieron a profanar el Sheraton). Accidente es hacer hincapié en los
altercados de Moreno o en la periodista que fue a provocar y terminó provocada.
Accidente es hablar de la propuesta de “inhabilitación de por vida” o de la
“actriz nacional” (intervenciones que reflejan mucho odio exacerbado por la
escasez de votos) porque a esta altura resultaría políticamente incorrecto
hablar otra vez del aluvión zoológico (hoy los asesores de imagen y discurso
sofrenan meticulosamente a las lenguas filosas). Nadie podría culpar a la gente
movilizada con tanto entusiasmo para defender a su líder, entonces resulta más
rentable culparla a ella por la gente que la apoya ("no es necesaria la
hinchada”, tampoco “mostrarle a los jueces que tiene el control de la calle”, o
“invadir la sede judicial”; en fin, “lo que pasó en la puerta de Comodoro Py es
lamentable”).
Siguen creyendo que a la gente se la acarrea como ganado y no entienden que se
movilice por su propia iniciativa y por la defensa de sus derechos. Piensan aún
que la gente siguió detrás de un relato nacional y popular pasivamente (que
puede ser suplantado por cualquier musiquilla funcional de shopping con estilo
duranbarbesco), ignorando que la multitud fue constructora de ese relato, el
cual armó sobre la base de sus luchas, de su trabajo y de la creatividad
popular. Pero saben que tampoco pueden ir tan lejos como para cuestionar las
conquistas sociales y entonces hay un cuidado principesco en enfocar la atención
sobre supuestos errores del pasado (ya deberían ocuparse de sus propios anuncios
y, dado que han cambiado su programa electoral, sincerarse con lo que realmente
piensan seguir haciendo) o en fabricar casos de corrupción como el del dólar a
futuro.
Accidente es enfocar las cámaras hacia los espacios verdes para ver superficies
vacías. Por favor, no pierdan su tiempo buscando números en Página 12 porque
sólo basta con mirar el video grabado por el dron de INFOBAE. Sin embargo, más
allá de algún descuido como el mencionado, los medios se dedicaron a los
accidentes y a repetir los comentarios sobre los mismos.
Sustancia es hablar del trabajo, del salario, de la capacidad de consumo, de la
educación, de la salud, de la inversión social. A la gente no se la confunde con
números y relatos (¿alguien ignora la existencia de un relato macrista-radical-massista-,
ahora acompañado por peronistas llamados racionales -mejor dicho funcionales—?).
La gente también cuenta con su evidencia empírica, la de su vida cotidiana, y
está sintiendo de manera palpable lo que va perdiendo día a día, y lo que va
perdiendo su familia, sus vecinos, sus amigos, su futuro, la Patria. Con las
manos se pueden señalar ciertos accidentes pero no se puede ignorar la
sustancia, es decir, no se puede tapar el sol.
Por eso se vio el 13 de abril a la gente optar, y optar racionalmente. Muchos
políticos creyeron que a la gente se la puede seducir con consignas surgidas de
gabinetes o de focus groups, que se la puede tratar como a los niños, que es
fácil de embaucar y que se manipula con pasiones sin razones. Creyeron que esta
era la época del marketing, de los discursos light, de los acuerdos de cúpula,
de la negociación corporativa, de los intercambios espurios. Que podían
cínicamente despegarse del mandato popular. Pero ese día hubo una apelación a la
memoria. Para los que gobiernan y que se han apartado de lo que prometieron
hacer (al punto que habían tratado de mentiroso al candidato entonces
oficialista que advirtió que harían lo que realmente están haciendo hoy). Y
también para muchos de los que, estando hoy en la oposición, olvidaron el
mandato que le habían dado sus votantes.
A no equivocarse, esta es una opción racional, sobre la cual se erige, sin lugar
a dudas, un florido ramo de emociones, así como la búsqueda y el reencuentro de
un liderazgo anhelado. Porque la política está hecha de razones y pasiones. Pero
cabe recordar que estas últimas no tienen trascendencia sin bases racionales.
Sólo es creíble a la larga lo que racionalmente se puede experimentar en la vida
cotidiana. Lo demás (lo accidental) va quedando en la vera del camino. Sólo se
erigen identidades colectivas, liderazgos, representaciones de la realidad,
relatos, anhelos y mitos sobre la base de sólidas y consistentes sustancias.
Por eso, por resultar tan verosímil lo que dijo Cristina durante su discurso
(que no era, ni más ni menos, lo mismo que fui escuchando durante cuadras y
cuadras mientras me aproximaba lo más que podía al escenario), mi corazón se
identificó con ella y con los que estaban allí.
Por eso, sentí que no era casualidad que terminara apareciendo el sol después de
tanta lluvia que nos quiso poner a prueba.
Por eso, mientras estaba finalizando su discurso, yo la vi levitar... y miré a
mi alrededor y comprobé que los demás sentían lo mismo, y emprendimos la vuelta
llenos de esperanza.
Buenos Aires, abril de 2016
* Dr. en Ciencias Sociales