Libros
quemados, libros secuestrados
Lecturas peligrosas
Por Hernán Invernizzi
Fotos Eva Chevallier
La estrategia cultural de la Dictadura fue necesaria para el cumplimiento de sus
objetivos, aunque eso no se limitó a destruir sino también a promover valores.
Dos ejemplos que elige el autor de esta nota bastan para comprender la dimensión
de la represión y la censura en un tiempo en que los libros también eran
perseguidos.
El 26 de junio de 1980 la justicia ordenó la incineración pública de cientos de
miles de libros del Centro Editor de América Latina (CEAL)
Cuando se habla de la dictadura militar se empieza por el horror represivo, lo
cual es lógico si consideramos los 30 mil desaparecidos, centenares de niños
apropiados, unos 10 mil presos políticos, miles de exiliados, en apenas siete
años de gestión. No obstante, la dictadura no fue apenas un ejercicio de
ferocidad y racionalidad represiva. A pesar de sus conflictos internos (como en
cualquier proceso complejo) tenía un proyecto y su correspondiente estrategia.
Esa estrategia era como una mesa de tres patas: por un lado el modelo económico;
por otro el Terrorismo de Estado, y por fin la política cultural, poco
estudiada. A los militantes reprimidos y al cierre de fábricas y fuentes de
trabajo, se corresponde la desaparición sistemática de símbolos, discursos,
imágenes y tradiciones, además de autores, actores, músicos, etc.
Para la dictadura, la estrategia cultural era necesaria para el cumplimiento
integral de sus objetivos de mediano y largo plazo, aunque eso no se limitó a
prohibir/destruir sino también a producir/promover valores culturales. Y si algo
quedó claro, es que al menos en el terreno cultural, civiles y millitares fueron
co-autores, socios y cómplices de un proyecto. Dos ejemplos.
EUDEBA, la prestigiosa editorial de la UBA, primero fue intervenida con un
oficial de la Armada, después “normalizada” con un equipo de civiles y por fin
nuevamente intervenida por el Ejército. El primer interventor seleccionó una
cantidad de títulos que le resultaban sospechosos y los encarceló en el subsuelo
de la editorial. Pero no los destruyó. Meses después asumieron los directivos
civiles: el filósofo Jorge García Venturini (Presidente), el abogado Pedro
Eugenio Aramburu hijo (Vicepresidente) y el dirigente socialista Luís Pan
(Director Ejecutivo) encabezaron una Comisión Directiva integrada por civiles,
todos ellos prestigiosos universitarios, profesores y autores de libros.
Ellos decidieron que los libros encerrados por el interventor debían ser
entregados a las fuerzas represivas: solicitaron por nota al Ejército que se los
llevaran y lo notificaron al Rector de la Universidad. Y como los militares se
demoraban, los civiles reclamaron e insistieron. El socialista Luis Pan llamó
por teléfono al general Carlos Suárez Mason (Jefe del I° Cuerpo) y lo alentó:
“Vení a buscarlos... ¡Los libros son tuyos!” El 27 de febrero de 1977 se
llevaron alrededor de 90.000 libros. Nunca más se supo de ellos. A pesar de
nuestros esfuerzos de años, no sabemos si fueron quemados, vendidos para hacer
papel, comercializados..
Son libros desaparecidos. (1)
Pero, como se trataba de una política integral, los trabajadores de la editorial
también fueron reprimidos. Cayeron los salarios, fue disuelta la comisión
interna, soldados armados custodiaban los pasillos, empleados desaparecidos,
presos y exiliados. En un solo gesto ideológico, el equipo de prestigiosos
universitarios encabezó la represión cultural y la represión laboral contra los
trabajadores de la editorial.
El 26 de junio de 1980 un juez de la Nación ordenó la incineración pública de
cientos de miles de libros en un baldío de Avellaneda. El destacamento de la
policía bonaerense amontonó una gigantesca montaña de libros del Centro Editor
de América Latina (CEAL) y trató de incendiarlos. Pero el fuego no se desataba y
fue necesario que varios agentes buscaran bidones de combustible para avivar las
llamas. Por fin, la gran pira bibliográfica comenzó a arder y los libros,
lentamente, se volvieron cenizas.
"Desenterrando libros prohibidos" se exhibe en el Conti desde el 190 de
marzo.
Esta quema fue la culminación de un proceso judicial que comenzó en 1978:
cientos de fojas de un expediente radicado en la Justicia Federal de la La
Plata, en el cual se cumplieron todos los procedimientos formales exigidos por
la ritualidad judicial. Todo quedó asentado, foliado, sellado y firmado.
Aquellos libros habían sido descubiertos en un depósito donde CEAL los había
puesto a resguardo. El juez los incautó y para saber si se trataba de material
“subversivo” solicitó informes a los “organismos especializados”, esto es, los
servicios de inteligencia, que contaban con equipos de especialistas civiles en
temas culturales. Poco a poco llegaron los informes de los censores (figuran en
el expediente) y el juez concluyó que se trataba de material culpable: como los
libros no se pueden meter presos, entonces debían ser destruidos.
La fogata bibliográfica fue ordenada por Héctor Gustavo De la Serna.
Inicialmente optó por ser militar, en 1961 participó del enfrentamiento entre
dos facciones (“azules y colorados”) y terminó detenido. Se escapó, una amnistía
lo perdonó y como su carrera militar ya no tenía futuro, estudió abogacía en la
Universidad Católica de La Plata. Su primera función pública fue Director del
Servicio Penitenciario Bonaerense durante la dictadura del general Onganía
(1966/70). A partir de 1976 lo designaron juez federal de La Plata, cargo que
ocupó hasta diciembre de 1983. Años después se recibió de doctor en filosofía en
la Universidad Austral, que no vaciló en doctorar a un biblioclasta.
Entre 1976 y 1983 el juez De la Serna recibió cientos de pedidos de habeas
corpus presentados por familiares de desaparecidos. Los rechazó a todos. Años
después, durante un juicio por causas de lesa humanidad, le preguntaron cuántos
habeas corpus se habían tramitado en su juzgado: “No lo recuerdo, tengo la
cabeza en la filosofía porque estoy rindiendo exámenes”. Durante la misma
declaración aseguró que la dictadura militar nunca había condicionado su trabajo
como juez: “No recibíamos órdenes. A la Justicia se le dio libertad en aquella
época”.
* En el Centro Cultural de la Memoria se exhibe la muestra "Desenterrando libros
prohibidos", que da cuenta del alcance y los efectos de la represión cultural,
de las lógicas de la censura. Pero, al mismo tiempo, la exhibición se propone
rescatar los gestos y actos de resistencia recuperando algunos de esos libros
que, por haber sido enterrados, escondidos, simulados bajo otras tapas o por
haber circulado en forma clandestina, lograron escapar de la persecución, la
destrucción y el olvido. Se puede visitar de martes a viernes de 12 a 21 y
sábados, domingos y feriados de 11 a 21.
Notas
1) Invernizzi, Hernán y Gociol, Judith: Un golpe a los libros. Eudeba. Buenos
Aires. 2002. Invernizzi, H.: ¡Los libros son tuyos! Civiles, académicos y
militares. Eudeba. Buenos Aires. 2005. Invernizzi, H. y Gociol, J.: Cine y
dictadura. Capital Intelectual. Buenos Aires. 2006.
Haroldo
Revista del Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti