Todavía

Pequeñas historias de los perdedores en la revolución de la alegría.

Por Sebastián Giménez*

“Todavía me emocionan ciertas voces…
Todavía, y a Dios gracias, todavía”

Canción para crecer, de Juan Carlos Baglietto

Pensé que era normal que, en la esquina poco transitada de mi barrio, hubiera un kiosco. Aliado con sus luces en las penurias de la medianoche y la madrugada, cuando uno vuelve acompañado de las brumas de las prevenciones en la sociedad de la inseguridad. A media cuadra de casa, rueda de auxilio en momentos de escasez de algún material hogareño o de algún antojo de los chicos. Me parecía normal que estuviera, hasta que vi al kiosquero empaquetando las cosas, corriendo los muebles a la calle que le ayudaría a trasladar un flete. Hombre de cuarenta y pico, cincuenta años, su mujer igual.

-¿Le fue mal? – inquirí.

-¿Mal? Qué se yo. El alquiler se iba de 4000 a 7000. La luz se fue de 500 a 3500 y el agua de 180 a 800. ¿Vio qué lindo el cambio?

Asentí ante la contundencia de las cifras. Iba a tener que vender los caramelos Sugus a precio dólar y nadie le iba a comprar. No me animé a preguntarle a qué se iba a dedicar de ahí en más.

A la vuelta de mi casa, me parecía natural que hubiera un estacionamiento. De dos pisos, ocupado de coches. De repente, un cartel pegado en la columna anunciando el cierre el 31 de mayo. El playero me lo señaló con lágrimas en los ojos. Cuarenta y pico de años.

-El dueño vendió, parece que ya no era rentable el negocio. De repente, así, de un mes para el otro – dijo con los ojos brillosos.

Una señora se acercó y le dio el teléfono de un garaje, donde por ahí lo podían llegar a necesitar. El hombre agradeció, ruborizado.

-No tuve ni tiempo, ni ánimo de hacer nada – me dijo con la misma angustia. Parecía un boxeador tambaleando, arrinconado contra las cuerdas.

Los que lo escuchamos le mentimos y le dijimos que pronto iba a encontrar algo. Quizás en el segundo semestre, como dijo el presidente. Porque ahora el mismo invierno de Alsogaray no dura tres, sino seis meses amarillo esperanza. En principio...

Camino a la escuela, mi hijo me señaló los negocios enrejados.

-Mirá papá, más negocios cerrados. No va a quedar nada.

-Quedate tranquilo, hijo. Todavía no abrieron, que es temprano. Todavía nos quedan algunas cosas. Todavía.

* Licenciado en Trabajo Social.
 
13/06/16