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Por este motivo, el populismo ha sido objeto de desprecio por las ortodoxias
decimonónicas y de principios del siglo XX, que proclamaban la fatalidad del
enfrentamiento de clases. Al basarse en el postulado de la homogeneidad de las
masas populares, el populismo se diferencia radicalmente no sólo de los
movimientos de clase, sino también de los movimientos interclasistas. El
interclasismo, de hecho, no niega las diferencias de clase, aunque intente
conciliarlas. El populismo, por el contrario, las niega. Para el populismo la
división está entre el “pueblo” y el “antipueblo” Categorías, si se quiere, más
emocionales que racionales, pero que surgen cada vez que se asiste a una rápida
movilización de vastos sectores sociales, a una politización intensiva al margen
de los canales institucionales existentes. El populismo, de este modo, renace en
los movimientos de contestación y no solo en el mito de los “pueblos jóvenes”
(reminiscencias de otras fórmulas anteriores como “pueblo de campesinos”,
“pueblo de trabajadores”, “pueblo de combatientes, “pueblo de soldados”, etc.),
sino en la reformulación, a veces extrema, de determinados elementos de tipo
tradicional (la tradición revolucionaria en Francia, la tradición socialista en
Italia, la tradición anárquica y libertaria en España, el folcklore guerrero en
Japón, la tradición “jeffersoniana” en los Estados Unidos).
La apelación a la fuerza
regeneradora del mito – y el mito del pueblo es el más fascinante y el más
oscuro al mismo tiempo, el más inmotivado y el más funcional en la lucha por el
poder político – está latente incluso en las sociedades más articuladas y
complejas, mas allá del equilibrio pluralista, dispuesto a materializarse
súbitamente en momentos de crisis.
Populismo:
Un nuevo fantasma recorre el mundo
Por José Luis Muñoz Azpiri (h)
Satán - Perón es el compendio de todos los males que ha sufrido el país. Así lo
proclamó la Sra. Thatcher cuando vociferó: “¡La culpa la tiene Perón, que les
hizo creer a los argentinos que las
Falklands
eran de ellos!” y lo confirma la morocha Condolezza Rice cuando acusa al General
de haber ejercido un “populismo antidemocrático”. Por supuesto no faltó el
corifeo de alcahuetes nativos que se hicieron eco de estas Gorgonas actuales,
para recordar, de paso, el calvario sufrido bajo el gobierno de la turba
demagógico-populista, con los remanidos argumentos de siempre (Nélida Baigorria,
“Retorno al pensamiento único”, La Nación, 28/05/07, Marcos Aguinis, “El
hipnótico modelo populista” Ibíd..26/06/07.)
Se ha dicho que el populismo no es una doctrina precisa, sino un “síndrome”. En
efecto, al populismo no le corresponde una elaboración teórica orgánica y
sistemática pues su fuente principal de inspiración y término constante de
referencia es el pueblo considerado como agregado social homogéneo y como
depositario exclusivo de valores positivos, específicos y permanentes.
En los Manuales y diccionarios de Ciencia Política puede leerse sobre el
populismo: “...individualizado un grupo o sistema (raza, oligarquía,
establishment, etc) en enemigo nacional, es posible pensar en alguien capaz de
representar de un modo total al Pueblo en una unidad política contrapuesta, que
posibilite la derrota o rendición de aquel enemigo”. Para Peter Worley, el
populismo es “la ideología de la gente del campo amenazada por la alianza entre
el capital industrial y el capital financiero”, para Edward Shils el populismo
“se basa en dos principios fundamentales: la supremacía de la voluntad del
pueblo y la relación directa entre pueblo y liderazgo.”
Hay quienes lo confunden con los llamados “rebeldes primitivos”, curiosa
definición de sociólogos extraviados del Hemisferio Norte sobre los piqueteros o
con una especie de democracia directa y romántica. Es que en realidad esta
definición es una suerte de pastiche que tiene tantos significados como autores
la proclaman. Pero lo cierto es que no es una ideología preestablecida de
reproducción uniforme desde el gobierno, como pretenden hacer creer ciertos
comunicadores funcionales al poder corporativo Es preciso tener presente que el
concepto de pueblo en el populismo no está razonado sino más bien intuido o
apocadípticamente postulado como la frase de Evita: “Un día sabiamente dijo
Perón que el país, tras haber pasado de un jefe a otro y habiendo conocido todas
las bellezas y maravillas, al fin termina por encontrarse con su más grande y
alta belleza: el pueblo” Es decir el mito, mas allá de una exacta definición
terminológica, a nivel lírico y emotivo. El populismo, en gran parte, tiene una
matriz más literaria que política o filosófica, y en general, como plantea
Ludovico Incisa di Camera , sus manifestaciones históricas vienen acompañadas o
precedidas por iluminaciones poéticas, de un reconocimiento y de una
transfiguración literaria de cualidades y de supuestos valores populares: la
poesía de Walt Whitman en los Estados Unidos, los eslavófilos en Rusia, la
Generación del 98 en España, etc.
Dado que es un modelo de organización, y no un modelo ideológico, el populismo
puede ser de variado signo o, como plantea Antonio Cafiero, como el colesterol:
bueno, malo o regular.
De la experiencia histórica surge que hay populismo de derecha, de centro o de
izquierda, populismos totalitarios, populismos demócratas populares y hasta
populismos social- demócratas. Lucio Garzón Macera enumera algunos:
narodnichensko rusos, campesinos norteamericanos, ambos a fines del siglo XIX;
Napoleón III en 1851 en Francia, el general Boulanger en ese mismo país en 1884,
y siguiendo Francia el Movimiento Poujadista a favor de justicia impositiva y el
de Le Pen y la inmigración, los jóvenes turcos, con Kemal Ataturk, Alemania e
Italia, Hungría y Rumania en los años 20, las recientes experiencias italianas
de la Liga del Norte y algunos caracteres de la Forza Italiana de Berlusconi, el
Partido Popular Noruego y el Partido del Pueblo de Dinamarca. En nuestro
continente: el APRA en su primera etapa, el MNR Boliviano, el Varguismo en
Brasil, Ibáñez del Campo en Chile y los nuestros, el Yrigoyenismo en el primer
gobierno y el Peronismo del 45, éste último con la característica particular de
haber integrado la fuerza inicial con instituciones sociales pre-existentes,
como lo fueron los sindicatos.
Pero como representación, como expresión genuina del pueblo, siempre se evocó al
sector social aparentemente menos contaminado por influencias externas y éste no
era otro que el sector rural: el Mujik ruso, el campesino-soldado alemán
exaltado por Jünger y Walter Darré, el farmer-pionner norteamericano y otros.
Aunque el sector rural, aún siendo en general privilegiado por esta corriente de
opinión, no es excluyente: en un país con un fuerte índice de concentración
urbana, el pueblo puede estar formado por masas de trabajadores. Como prototipo,
como síntesis simbólicas de las virtudes populares, puede ser escogido un
elemento social marginal como el chulo madrileño para algunos teóricos de la
Falange o simplemente el combatiente para varios movimientos populistas de la
primera posguerra europea, o bien el joven como tal en ciertos movimientos de
los años 30. En nuestro caso, al proponer como modelo del pueblos argentino al
descamisado, el peón del suburbio, Eva Perón afirmó: “Descamisado es el que se
siente pueblo... Esto es importante – añadía – sentirse pueblo, amar, sufrir,
gozar como lo hace el pueblo, aunque no se vista como el pueblo, circunstancia
puramente accidental”.
Destaca Incisa di Camerana que el arquetipo del campesino castellano o rumano
incluye al jornalero, al pequeño propietario, a la burguesía intelectual de
provincias y también a elementos aristocráticos. El populismo excluye la lucha
de clases, afirma Willis que “es fundamentalmente conciliador y espera
transformar el sistema, raramente es revolucionario”.
Sin embargo, quienes agitan el parche del populismo como peligroso factor de
desestabilización de las frágiles democracias del subcontinente, siempre
omitieron referirse al bloqueo cubano, la desembozada intervención en la mayoría
de las países de Centroamérica, la responsabilidad del gobierno norteamericano
en la instalación de las sangrientas dictaduras de la década del 70, el
endeudamiento crónico, la más fabulosa transferencia de ingresos y la
pauperización de la totalidad de nuestros países.
Tal, el caso de Marcos Aguinis, quien, en el artículo citado al comienzo,
asevera que “Ningún régimen populista ha logrado (o ha querido seriamente)
acabar a fondo con la pobreza, estimular una educación abierta ni desmontar el
fanatismo. Sus programas no responden a un desarrollo sostenido y firme. No le
interesan los derechos individuales ni la majestad de las instituciones
republicanas. Por el contrario, exageran el asistencialismo mendicante, imponen
doctrinas tendenciosas y exaltan diversos tipos de animosidad para conseguir la
adhesión de multitudes carenciadas, explotadas, resentidas o enturbiadas por la
confusión”. A continuación, para apuntalar su homilíada moralista, cita a un
curioso personaje, Armando Ribas, natural de la isla de Cuba, quién, en el
momento de abordar el avión del exilio, cometió el error de subir al que venía a
Buenos Aires y no el que salía para Miami. Este “orientado” analista también se
despacha con argumento similares a
los de los “Cuatro idiotas latinoamericanos” que Juan Gabriel Labaqué destazó
impiadosamente.
Si ha habido históricamente un peligro para las democracias latinoamericanas en
los últimos treinta años y un pavoroso avance de la indigencia, no ha venido del
populismo sino del neoliberalismo. José Alfredo Martínez de Hoz, hubiera sido
imposible sin Videla y los Chicago Boys en Chile necesitaron de la dictadura de
Pinochet para aplicar sus recetas. Lo que ocurre, como destaca Ernesto Laclau,
es que todo régimen cuya vocación democrática lo lleva a incrementar la
participación popular, necesita ensayar formas institucionales nuevas que
socavan los moldes del liberalismo oligárquico. Distintos contextos nacionales
combinarán de modo diverso la dimensión institucionalista y la
popular-participativa, pero ambas estarán siempre presentes en cierta medida.
Y concluye, “ Existe populismo siempre que se interpela a las masas para que se
constituyan en actores colectivos por fuera del aparato institucional. No hay
que olvidar que los aparatos institucionales de los países latinoamericanos
fueron seriamente quebrantados por dos experiencias sucesivas y desastrosas en
los últimos cuarenta años: las dictaduras militares y el auge del
neoliberalismo. En tales condiciones los sistemas políticos de la región sólo
podían reconstituirse en dos direcciones diferentes: o bien consolidando el
consenso de Washington , lo que hubiera conducido a regímenes tecnocráticos, con
base social débil y, aunque formalmente liberales, altamente represivos en sus
prácticas o bien avanzando en la dirección de democracias populistas”.
Hoy, mal que le pese a los talibanes de la economía que desahogan sus fobias en
el suplemento dominical de La Nación, la economía argentina se ha recuperado de
la crisis más dramática de su historia, resistiéndose a las recetas del FMI,
fortaleciendo el MERCOSUR y no dejándose embaucar por los cantos de sirena del
ALCA. Acertadamente, afirma Carlos Campolongo, que los intercambios lingüísticos
nunca son inocentes, son el principio de la acción.