![]() Por Pedro Patzer Hay un agujero negro en la cultura oficial argentina, esa cultura que Jauretche señalaba como una construcción de la oligarquía nacional y el imperio extranjero. Ese agujero negro impide que dialoguen los cuchilleros de Borges con los mamados de velorios de Landriscina. Ese agujero negro en la cultura oficial argentina no admite que convivan las obras de Leopoldo Lugones con las de Horacio Guarany; ese agujero negro que impulsa la necesidad de aprender inglés, y por supuesto inglés británico, para defenderse en la vida, pero no promueve el conocimiento, aprendizaje y difusión de las lenguas originarias de nuestra Argentina indoamericana.
Por tanto hay muchas argentinas culturales,
que los radares de la cultura oficial no registran, así, tenemos que
reconocer la importancia del chamamé cuando nombran Caballero en
artes a Barboza en Francia, pero seguimos despreciando al chamamé
maceta. Por supuesto, estamos a la espera de que se reconozca a la
Mona Jimenez en París, para que el artista cordobés sea tapa de los
suplementos culturales y protagonista de una senda muestra en el
Palais de Glace. Leonardo Favio nos enseñó que podía hacer canciones
para tías solteronas y a la vez hacer películas que nos cambiaron,
para siempre, la mirada de la vida.
En este marco, en medio de este cambalache
cultural, es donde aparece Discépolo con su Mordisquito, aparece sin
advertir que la máquina de despreciar de la “alta cultura”, no
tolerará que un poeta consagrado por obras indiscutibles, se pare
desde la cultura del obrero, la cultura del vino con soda, del
escarbadiente, de los hombres que se despiertan a las cinco y media
de la mañana para “ganarse la vida”, del “grasa”; porque ante todo,
la mirada de Enrique Santos Discépolo recupera la mirada del mundo
de los trabajadores, de los que miden los sueños de aguinaldo en
aguinaldo, de los que calculan las horas extras del día, de los que
vacacionan en los hoteles del sindicato, porque aprendieron que esas
son conquistas que sus padres no tuvieron, que en la devastadora
década infame eran impensadas, y que todas esas conquistas los
hermanan con una manera de entender la vida, la vida según el
trabajador. Un artista con la sensibilidad de Discépolo, capaz de
preguntarse: “¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?”; y de ver el
parecido del cafetín de Buenos Aires con su madre: “si sos lo único
en la vida/ que se pareció a mi vieja…” o de tener una ternura tan
inteligente para definir la mezcla de mundos opuestos con versos
magistrales como :“ves llorar La Biblia/ junto a un calefón”
¿Cómo un artista con semejante sensibilidad
no se iba a conmover ante el fenómeno de ese peronismo que fue un
sentimiento genuinamente popular? “Me ofrecieron la posibilidad de
discutir desde este micrófono, y yo soy capaz de discutir hasta con
un glóbulo solo, porque para tener razones no hace falta más que un
glóbulo en las venas, pero lleno de convicciones” Hubiera sido más
cómodo, menos problemático para Discepolín, hacerse el distraído, si
él ya era un consagrado, si él no había caído en el agujero negro de
la “alta cultura”; sin embargo pudo más su consecuencia con la
dramaturgia de su espíritu, con los que rajaron los tamangos
buscando ese mango que los hiciera morfar, con los que secaron las
pilas de apretar tantos timbres, con los que “manyaron” que a su
lado se probaban las ropas que iban a dejar, lo hizo comprometerse.
En junio de 1951 es invitado por
Subsecretaría de Prensa y Difusión del gobierno de Perón, a
participar del microprograma en Radio Nacional “Pienso y digo lo que
pienso”. Enrique Santos Discépolo se resiste al principio, por
considerar el espacio como una audición de mera propaganda, pero
luego acaba por aceptar aunque impone una condición: él hará la
redacción definitiva de los libretos. Bautiza al espacio "¿A mí me
la vas a contar?" y construye a Mordisquito, el “contrera” al que le
habla: “Resulta que antes no te importaba nada y ahora te importa
todo. Sobre todo lo chiquito. Pasaste de náufrago a financista sin
bajarte del bote” Su lirismo no le hizo calcular que el mundo de la
cultura y del espectáculo argentino estaba colmado de “mordisquitos”
que reaccionarían ante sus audiciones. De modo que empezaron los
desprecios y las agresiones, las salas vacías y los paquetes con
mierda que llegaban a su casa. El escupitajo que un reconocido actor
le espetara en la cara, a quien tan sólo le había ofrecido un
abrazo. El denuesto que un candidato a presidente, Ricardo Balbín,
representante de los “mordisquitos”, lanzara a Discepolín, en el
acto de cierre de su campaña: “...hay un autor de tangos que un día
escribió “Quien más, quien menos, pa´malcomer/ somos la mueca de lo
que soñamos ser” Estos versos son hoy su condena, hoy que se ha
vendido a la dictadura convirtiéndose en su vocero...” Discépolo no
tarda en contestarle: “¿Vendido yo? ¡Inocente! Si sabés que
comprarme a mí es un mal negocio. Desde que nací hasta ahora vivo de
mí y de mis obras. Por fortuna - o por desgracia - no hay nadie que
pueda ayudarme. Sólo mis obras y el pueblo...No hay gobierno que
pueda darle más éxito o menos éxito a una canción mía, a un obra
mía...a una película mía. Tengo el orgullo de mi independencia...Lo
que yo le debo a este gobierno es mucho más de lo que vos te creés.
Le debo, desde mi soledad, la enorme dicha que goza el pueblo…”
Los que le dieron vuelta la cara, los
que se cruzaron de vereda al verlo venir, los que no respondieron
sus llamadas, los que dejaron de saludarlo, los que gesto a gesto
fueron vulnerando el corazón del poeta, los que compraron la entrada
al banquete que se hizo en su honor, sólo para ocupar localidades y
no asistir; todos ellos desconocieron que Discepolín intercedió a
favor de los presos políticos, liberados gracias a su gestión ante
el mismísimo Perón. ¿Era necesario que un poeta que le había dado
letra a Gardel, que compuso el himno moral del siglo XX, que puso en
los escenarios obras imprescindibles, adoptara semejante compromiso
con un gobierno? ¿Era consecuente que el poeta que describiera como
pocos la pobreza de los sin esperanzas, le diera la espalda a un
proyecto que él genuinamente consideraba como el abrazo a los
desposeídos? “¿Te asusta la palabra? ¿Te parece exagerada la
palabra? ¡Miseria, sí! ¿O no te acordás que en este país tuyo, el
más rico por sí mismo y el mejor dotado para un millón de aventuras
comerciales, siempre había habido miseria? ¡Desde la miseria
orgullosa de la pobre clase media, que para no ahogarse de vergüenza
gastaba en hacerse planchar el cuello los centavos que le hubiesen
pagado el café con leche, hasta la miseria del peón en las estancias
o del obrero en las fábricas! ...Claro, vos no sabías esto. Vos
nunca anduviste por las chacras o por los barrios. ¿Verdad que no?…
¿Y dónde andabas? ¿Por el corso? ¿O en el Colón? ¿O estabas bailando
en la Lago di Como? ¡Claro! Por eso no te enteraste. Por eso no
sabías que en el norte andino las criaturas –ángeles como tu hijo o
como tu hermanito– crecían raquíticas y morían hambrientas, sin
haber probado en su vida –mirá lo que te digo–, en su vida, ¡ni
carne, ni pan, ni leche! Y esto pasaba aquí, en tu país. Te asombra,
¿verdad?”
Enrique Santos Discépolo murió en la vigilia de Nochebuena de 1951, mirando la ventana; tal vez intentaba ver si la vida, como una linyera más, andaba errante por las calles de su Buenos Aires. En su velorio hubo muchas ausencias, pero no faltaron las trabajadoras de los cabarets, que esa noche decidieron no trabajar, se les había muerto un Dios tan flaco como sus esperanzas, un Dios al que el corazón humano le dijo basta; se les había muerto el poeta que consiguió ponerle letras a sus más tristes silencios, se les había ido un compañero de los arrabales de la vida que cometió el valiente pecado de parecerse a su Poesía, a su canción desespera. Prólogo que Pedro Patzer escribiera para "Mordisquito" de Enrique Santos Discépolo. Edición Clásicos de Argentores
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