A
80 años del genocidio de Guernica
Por Rodolfo Alonso *
A metros de la Casa Rosada, junto a la estatua de Juan de Garay, Buenos Aires
ostenta desde 1919 un retoño del más que secular Árbol de Guernica, emblema
sagrado de las libertades vascas. Anterior incluso a la existencia de España
como estado nación, a partir de Isabel y Fernando los reyes acostumbraban jurar
bajo su sombra venerable respetar los fueros de Euzkadi.
Acentuando su fuerte simbolismo, ese magnífico Roble sobrevivió, en medio de un
hito legendario: la guerra civil española (1936-1939), a otro hecho de trágica
resonancia. El 26 de abril de 1937 la vieja villa de Guernica fue literalmente
reducida a polvo, junto con buena parte de su población, por los flamantes
aviones nazis de la Legión Cóndor.
Porque el 18 de julio de 1936, militares conducidos por Francisco Franco se
sublevan contra la legítima República española. Controlados y muchas veces
vencidos por el pueblo en armas, los milicianos recuperaron en Madrid su
principal reducto, el Cuartel de la Montaña. Así comenzó la última guerra de
hombres, y la primera contra el fascismo. Contra los fascismos, que reaccionaron
de inmediato.
Del principio al fin, Hitler y Mussolini cooperaron con la rebelión enviando sus
mejores tropas y modernos adelantos bélicos, decisivos para la victoria
franquista. Goering probó allí su naciente Luftwafe, y más de 700 pilotos
alemanes cuidadosamente elegidos volaron para Franco. Ensayaron bombardeo de
ciudades, blitzkrieg o guerra relámpago, terror sobre poblaciones civiles,
ataques aéreos en picada y táctica de apoyo directo a las tropas de tierra. Sin
olvidar los tristemente célebres tanques Panzer I.
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Esas crueles experiencias fueron invalorables, al estallar casi de inmediato la
segundo guerra mundial (1939-1945), para los primeros éxitos nazis en toda
Europa.
La misma Europa que abandonó a los republicanos españoles. Que sólo contaron con
la ayuda sobre todo inicial de la URSS y el apoyo permanente del México de
Lázaro Cárdenas, sin olvidar las heroicas e indomables Brigadas Internacionales.
El 23 de abril de 1937, el jefe de la Legión Cóndor, Wolfram von Richthoffen,
primo del famoso as de la aviación alemana en la primera guerra, anota en su
diario: “¿Qué se puede hacer? La Legión Cóndor se retira. No se puede dirigir a
una infantería incapaz de atacar posiciones débiles.” Y al día siguiente:
“¿Conseguiremos destruir Bilbao?”.
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El 26 de abril, a las 14,30 la campana mayor de Guernica repicó alertando sobre
un ataque aéreo. Era día de mercado. Se corrió a los sótanos. Un solitario
bombardero Heinkel 111 de la Legión Cóndor arrojó su carga letal en el centro y
desapareció. La gente dejó sus refugios para socorrer heridos. Quince minutos
después, la escuadrilla completa de la élite aérea nazi sobrevuela Guernica.
Cierto número de cazas italianos Fiat CR-32 y Fiat-Ansaldo participaron también.
Hubo una estampida para huir al campo, pero cazas Heinkel 51 ametrallaron sin
piedad hombres, mujeres, niños. Sin embargo, faltaba lo peor.
A las 17,15 cuarenta bombarderos Junker 52 arrasan minuciosamente la ciudad, en
pasadas de 20 minutos durante dos horas y media. Arrojaron desde bombas medianas
o pequeñas hasta de 250 kg, antipersonal e incendiarias. Los testigos describen
escenas apocalípticas. Familias enterradas por escombros de sus casas o
aplastadas en refugios. Vacas y ovejas ardiendo por la termita y el fósforo
blanco, enloquecidas hasta morir entre ruinas en llamas. Salvo la Casa de Juntas
y el Roble milenario, no alcanzados por hallarse fuera del corredor aéreo que
los pilotos alemanes siguieron disciplinadamente, Guernica era una pira de
fuego, humo y terror.
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El gobierno vasco sostuvo que un tercio de la población (1645 muertos y 889
heridos) sufrió en carne propia el bombardeo. Al día siguiente, 27 de abril, la
prensa británica anuncia la destrucción de Guernica, y el 28 tanto el “Times”
como el “New York Times” publican el célebre artículo de George L. Steer. La
indignación mundial es inmensa e inmediata. El 29 de abril el cuartel general de
Franco emite un comunicado, donde intenta adjudicar la responsabilidad a “las
hordas rojas al servicio del perverso criminal Aguirre”, presidente de Euzkadi.
La mayoría de los vascos eran católicos y moderados o conservadores. Se unieron
al Frente Popular en defensa de sus fueros seculares. A diferencia de la Iglesia
española, que apoyó vivamente la “Cruzada”, fueron acompañados por sus
sacerdotes. Yo mismo recuerdo una foto en la cárcel franquista, donde cien curas
vascos rodean al dirigente socialista Julián Besteiro.
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Sólo tras morir Franco (1975), como exigió su autor, el cuadro más renombrado de
Picasso, pintado frenéticamente entre mayo y junio de 1937, pudo exhibirse en
España. Quizá no todos quienes acuden al Museo Reina Sofía saben, hoy, a qué
alude su sobrio título: “Guenica”. Durante la ocupación de Francia, al
preguntarle ante la misma obra un oficial nazi: “¿Usted hizo esto?”, Picasso
contestó simplemente: “No, esto lo hicieron ustedes.”
Como prueba, baste lo declarado por Goering en el juicio de Nuremberg
(1945-1946) a criminales de guerra nazis: “Cuando estalló en España la guerra
civil, Franco pidió auxilio a Alemania, y en especial apoyo aéreo. El Führer
vacilaba, y yo le aconsejé con energía que bajo cualquier circunstancia otorgase
ese apoyo: en primer lugar, para impedir la extensión del comunismo en esa zona,
pero también para poner a prueba mis nacientes Fuerzas Aéreas en una serie de
detalles técnicos. Con autorización del Führer envié gran parte de nuestra flota
de transporte y numerosos cazas y bombarderos, así como cañones antiaéreos. Pude
comprobar en condiciones de combate si el material era eficiente. Para que el
personal adquiriese además experiencia práctica organicé una rotación continua
mandando constantemente unidades nuevas y repatriando las anteriores.”
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Esa fría pero precisa enumeración, de por sí escalofriante, se hace
estremecedora si la contraponemos con las imágenes concretas y a la vez
inimaginables del horroroso genocidio sufrido por Guernica. Nadie lo rozó tan
hondamente como un íntimo amigo de Picasso, el gran poeta francés Paul Éluard,
en su indeleble poema “La victoria de Guernica”.
La victoria de Guernica
Por Paul Éluard
Traducción de Rodolfo Alonso
1
Bello mundo de chozas
De la mina y los campos
2
Rostros buenos para el fuego rostros buenos para el frío
Para reveses de la noche las injurias los golpes
3
Rostros buenos para todo
He aquí el vacío que os fija
Vuestra muerte va a servir de ejemplo
4
La muerte corazón volcado
5
Os han hecho pagar el pan
El cielo la tierra el agua el sueño
Y la miseria
De vuestra vida
6
Decían desear la buena inteligencia
Racionaban los fuertes juzgaban a los locos
Daban limosna repartiendo un centavo en dos
Saludaban cadáveres
De cortesías se agobiaban
7
Perseveran exageran no son de nuestro mundo
8
Las mujeres los niños tienen igual tesoro
De hojas verdes primavera y leche pura
Y duración
En sus ojos puros
9
Las mujeres los niños tienen igual tesoro
En los ojos
Los hombres lo defienden como pueden
10
Las mujeres los niños tienen las mismas rosas rojas
En los ojos
Todos muestran su sangre
11
El miedo y el coraje de vivir y de morir
La muerte tan difícil y tan fácil
12
Hombres para los que fue cantado ese tesoro
Hombres para los que fue derrochado ese tesoro
13
Hombres reales para quienes la desesperación
Alimenta el fuego devorador de la esperanza
Abramos juntos el último brote del porvenir
14
Parias la muerte la tierra y la fealdad
De nuestros enemigos tienen el color
Monótono de nuestra noche
Daremos cuenta de ellos.
* Poeta, traductor y ensayista argentino.
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