ZONA
LITERARIA - EL TEXTO SEMANAL
“Alfredo Bravo estuvo refugiado en el Centro Betanzos
durante la dictadura”
Entrevista a Carlos Penelas por Rolando Revagliatti
Carlos Penelas nació el 9 de julio de 1946 en la ciudad de Avellaneda, provincia
de Buenos Aires, y reside en Buenos Aires, capital de la República Argentina. Es
Profesor en Letras egresado de la Escuela Normal de Profesores “Mariano Acosta”
y es en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires
donde cursó Historia del Arte y Literatura. Obtuvo primeros premios y menciones
especiales en poesía y en ensayo, así como la Faja de Honor (1986) de la
Sociedad Argentina de Escritores —de la que fue en 1984 director de los talleres
literarios— y otras distinciones. Su quehacer ha sido difundido en innumerables
medios gráficos periódicos nacionales y extranjeros, tanto en soporte papel como
electrónico. Dictó conferencias en un alto número de instituciones de su país y
del exterior. Fue jurado nacional y provincial y panelista en mesas redondas.
Fue incluido, por ejemplo, en las antologías “Poesía política y combativa
argentina” (Madrid, España, 1978),“Sangre española en las letras argentinas”
(1983), “La cultura armenia y los escritores argentinos” (1987), “Voces do
alén-mar” (Galicia, España, 1995), “A Roberto Santoro” (1996), “Literatura
argentina. Identidad y globalización” (2005). Publicó a partir de 1970, entre
otros, los poemarios “La noche inconclusa”, “Los dones furtivos”, “El jardín de
Acracia”, “El mirador de Espenuca”, “Antología ácrata”, “Valses poéticos”,
“Poemas de Trieste”, “Homenaje a Vermeer”, “Elogio a la rosa de Berceo”, “Calle
de la flor alta” y “Poesía reunida”. A partir de 1977, en prosa, fueron
apareciendo los volúmenes “Conversaciones con Luis Franco”, “Os galegos
anarquistas na Argentina” (Vigo, Galicia, España, 1996), “Diario interior de
René Favaloro”, “Ácratas y crotos”, “Emilio López Arango, identidad y fervor
libertario”, “Crónicas del desorden”, “Retratos”, etc.
1
— Provenís de una familia vinculada a la literatura, la plástica, el teatro y el
cine.
CP — Para empezar debo decirte, Rolando, que no nací el 9 de julio, que nací el
5 de julio de 1946. Sucede que mi padre no quiso que hiciera el servicio militar
y por eso me inscribió en fecha patria. Era común entre los libertarios, como
también huir y hacerse crotos. Mis dos hermanos mayores (por distintas razones
que no voy a explicar) no lo habían hecho. Era injurioso, ofensivo, hacer el
servicio militar para cualquier libertario. Ni curas ni militares, no te
olvides. Por eso me anotó el 9 de julio. La historia es larga: el dictador José
Félix Uriburu, en 1930, modificó la ley. A partir de ese año todos los nacidos
el 25 de mayo o el 9 de julio deberían hacerlo. De eso, mi padre, no se había
enterado. Resultado: fui el único de toda la familia en hacerlo. Y, por mala
conducta —arrestos incluidos— la baja la obtuve después de catorce meses, uno de
los últimos de esa camada en salir. Lo de “la jura de la bandera”, es
confidencial. Mi familia es de origen gallega. Mi padre, Manuel Penelas Pérez,
que cuidó cabras desde los seis años en Espenuca, una aldea cercana a Betanzos
de los Caballeros, se formó en Argentina: a los catorce años conoció a obreros
anarquistas y socialistas en la fábrica en la cual trabajó. Mi madre, María
Manuela Abad Perdiz, de Ourense, apenas sabía leer y escribir. Aprendió con mi
padre cuando ya llevaba criados tres hijos. Poco antes de morir, a los sesenta
años, había terminado de leer “Los Thibaut”, la obra cumbre de Roger Martin du
Gard. Las lecturas de don Manuel comenzaron con Bakunin, el príncipe Kropotkin,
Zola, Dostoievsky, Shakespeare, Schopenhauer, Nietzsche y luego el Siglo de Oro
Español. Además, claro está, de la lírica gallega y los grandes escritores del
siglo XIX de Galicia. Allí comenzó todo. Era, como te imaginarás, libertario.
Para ser más preciso: libertario individualista. Heredamos sus hábitos: la
lectura, la conducta, el amor a la naturaleza, la mirada de los conflictos
sociales, el rechazo a toda dictadura, a toda demagogia, a cualquier forma de
autoritarismo y una profunda defensa por la libertad individual. Mi hermano
mayor, Roberto, fue un lector de los clásicos griegos y latinos, además de los
autores del Renacimiento. Un amante de la ópera alemana. Mi hermana Raquel, la
lectura y la pintura. Junto a ella recorría museos, descubría biografías,
admiraba a nuestros pintores y la gran pintura universal. Mi hermana Marta, el
teatro norteamericano, el teatro inglés y francés de mediados de siglo, la
novelística contemporánea, la historia de nuestra tierra. Mi hermano Fernando
introdujo en el hogar el cine, el policial, el marxismo, el jazz y el comic.
Además de los autores norteamericanos. Luego vino Carloncho (un servidor), que
fue consumiendo todo ese mundo. Es importante aclarar que también mis hermanos y
mi padre (mi hermano mayor me llevaba veintidós años, fui el hijo de la madurez)
concurríamos a ver al “Rojo de Avellaneda”, a Independiente. Vale recordar que
Independiente es o era “el club de los gallegos”. La gran mayoría de gallegos,
de la inmigración, se refugiaron en Avellaneda. Muchos eran republicanos,
anarquistas, socialistas, comunistas y el color les llamó el corazón. También
por aquellos años me llevaron a palpitar el box en el Luna Park. Practiqué box,
pelota a paleta y jugué al fútbol e hice natación toda mi vida. Me formé con la
templanza y la visión de lo social pero también con lo estético en todas las
manifestaciones. El teatro independiente, los autores de época, el Teatro Colón,
los grandes ciclos del cine Lorraine, las exposiciones de pintura eran un
hábito. Lo mismo que las discusiones sobre tendencias literarias, la injusticia
o la Guerra Civil Española. Esa infancia y adolescencia me abrió la mente. Y ya
en la adolescencia el amor de muchachas hermosas, idealistas, plenas de
sensualidad y vuelo. Y las lecturas que a su vez fui descubriendo por mi cuenta,
con amigos, con compañeros de escuela, con maestros que la vida me ofreció. La
gratitud de ellos siempre me protege.
2 — Podríamos decir que haber permanecido durante veintidós años colaborando con
el prestigioso cardiocirujano René Favaloro (1923-2000) debe armar, en algún
sentido, un capítulo de tu vida.
CP — Un antes y un después en mi vida. En 1978 había publicado, casi en forma
clandestina, “Conversaciones con Luis Franco”. A Franco lo conocí de muchacho, y
después de la figura de mi padre es la que más me enaltece. Un día, escuché por
televisión al Dr. René Favaloro hablar de Franco y de Ezequiel Martínez Estrada.
Dijo: “Los jóvenes deberían leerlos, son los dos escritores más importantes de
la Argentina”. Le llevé el libro al sanatorio y al mes me llamó. Quería
conocerme, hablar conmigo. Esa primera entrevista duró más de una hora. Me contó
su experiencia en La Pampa como médico rural, en los Estados Unidos, la técnica
del bypass, su vida, su formación, sus padres, la inmigración siciliana…; yo le
fui confesando mis gustos, mi historia. Después de unos meses volvimos a vernos.
Teníamos almuerzos maravillosos. Se hablaba de todo: Alfredo Zitarrosa,
Sarmiento, el general Paz, Leopoldo Lugones, de actrices bellas, de cine…; al
poco tiempo me nombró Jefe de Relaciones Públicas de la Fundación. Fui Jefe de
Prensa, Sub-director del Centro Editor de la Fundación (el director era él),
Jefe de Coordinación de Pacientes, Miembro del Comité de Ética. Una vida
intensa, llena de sueños, de emprendimientos, de combates, de pérdidas. Al mes
de su suicidio renuncié a mi cargo, todo había pasado y acumulaba una derrota
más. El proyecto nunca pudo ser, el proyecto de institución, de ejemplo, de
investigación. Esos años, más de veinte, fue un universo rico, pleno. Conocí
seres notables —médicos e investigadores—, hombres probos, muchos de ellos
desinteresados. En varias entrevistas afirmé que Favaloro pudo cambiar la
cardiología en el mundo pero no pudo luchar contra la corrupción y la
mediocridad de su país. La corrupción se instaló, desde hace décadas, hasta la
médula. Luego escribí, en 2003, “Diario interior de René Favaloro”, en donde
creo haber reflejado a un hombre pero también a un país que no supo comprenderlo
en toda su dimensión. A la hora y media de su suicidio estaba en su casa. Ese
día, a las 20 horas, daba la noticia al mundo en una conferencia de prensa que
prefiero no recordar. Un golpe muy duro, tremendo. Recuerdo que una vez me dijo:
“Soy tu hermano mayor”.
Carlos Penelas con Xabier Vila-Coia
3 — En tanto sos un insoslayable investigador de la obra del escritor Luis
Franco (1898-1988), acaso también esta condición arme un otro capítulo.
CP — Sin lugar a dudas. Él era muy amigo de mi suegro, Luis Danussi, destacado
dirigente gráfico del anarco-sindicalismo argentino, quien leía a Pascoli y se
escribió con Albert Camus. Pero fue el poeta Lucas Moreno, un hombre que supo
guiarme en lecturas, quien me lo presentó un sábado por la tarde en su casa. Yo
sabía de su obra, de su importancia, pero otra cosa fue luego el trato casi
cotidiano o semanal. Moreno me había presentado a Álvaro Yunque, a Jorge
Calvetti, a Francisco Gil, a don Roberto Guevara. Pero con la llegada de Luis
Franco el universo cambió. Otra manera de ver la literatura, el descubrir
autores, tendencias. Venía del Profesorado en Letras en donde estudiábamos
latín, griego, literatura medieval alemana, inglesa, francesa, italiana,
española…, una formación clásica y de primer nivel. Con Franco descubrí no sólo
autores fundamentales como Goethe o Henry David Thoreau (en profundidad quiero
decir), sino que me hizo conocer nuestros escritores con otro concepto. Allí
venía Lugones, Rafael Barret, Horacio Quiroga, Rubén Darío, Domingo F.
Sarmiento, el manco Paz y la mirada de la América mestiza. Luego conocí a
Enrique Molina, Juan L. Ortiz (viajé hasta Paraná para verlo y entrevistarlo),
Juan José Manauta, David Viñas, Osvaldo Bayer, Alfredo Llanos, Lysandro Galtier…
Con Franco escuchaba la voz de la insurrección pero también la voz del decoro,
de la decencia, del coraje civil. En 1978 publicamos por nuestra cuenta y con el
apoyo de unos pocos amigos “Conversaciones con Luis Franco”. Luego se editó a
través del sello Torres Agüero y debe andar por la quinta o sexta edición.
Franco es uno de nuestros grandes escritores, casi desconocido. Ensayista,
cuentista, poeta. Y los libros sobre pájaros u otros animales que son
bellísimos. Una prosa donde la tinta aún está fresca. Un ser único. Él me llevó
a leer, además, textos sobre biología, botánica, zoología. Franco y más tarde
Luis Alberto Quesada, Hugo Cowes, José Conde, Ricardo E. Molinari y Héctor
Ciocchini fueron fundamentales en mi vida, hombres que me guiaron, que
iluminaron mi trayectoria. Ejemplos de ética, de honestidad y además con vidas
intensas. Franco concurría a cenar a casa, pasaba los fines de año en lo de mi
suegro. Era el maestro, el hombre que seguimos admirando y amando.
4 — Los poetas Juan L. Ortiz (1896-1978), en una primera ocasión, y Ricardo E.
Molinari (1898-1996) en una segunda, te sorprenden preguntándote si eras
pariente o conocías al poeta uruguayo Walter González Penelas (1913-1983). Es en
2001 cuando publicás tu estudio y antología titulado “El regreso de Walter
González Penelas” (con el auspicio de la Embajada de la República Oriental del
Uruguay).
CP — Efectivamente. El trato de Walter con don Ricardo fue de una vinculación
muy grande. Recordemos, de paso, que Molinari no trataba con cualquiera. Te
cuento cómo empezaron las cosas. Un día, revolviendo en una librería de la calle
Corrientes, descubro un libro que se titula “La escalera”. Su autor, Walter
González Penelas. Una dedicatoria, las páginas sin abrir. No era un detalle
menor. Había una dirección de Montevideo. Lo compré por el segundo apellido, si
se hubiera llamado López o Fernández lo hubiera dejado. Cuando comencé a leerlo
me impresionó. Una poética de altura, una sensibilidad exquisita. Entre mis
amigos nadie lo conocía. En un programa de radio que yo tenía se me ocurre
hablar de él y leer algunos poemas. El lunes me llaman a mi casa. La hermana
había escuchado el programa, estaba muy emocionada, quería conocerme, darme
ejemplares, una antología que un amigo le había publicado en España. A partir de
allí continúo mis investigaciones, ese año viajo dos o tres veces a Montevideo.
Una amiga de mi hijo mayor, estudiaba antropología, me ayudó mucho, conoció a la
viuda, a algunos profesores. Pero la guía real me la fueron dando escritoras,
mujeres que llegaron a adorarlo, mujeres que lo recordaban en anécdotas, en
poemas, en encuentros. Escritoras uruguayas y argentinas, mi mundo rioplatense.
Un descubrimiento de aquellos. González Penelas era muy buen mozo y un hombre
refinado, culto, de conversación agradable, obsesionado con la creación. Había
buceado en la literatura clásica, en la mirada social del Uruguay. Era
sociólogo. Se mofaba de la gran mayoría de sus contemporáneos por la
mediocridad, lo bajito que volaban, las reuniones en cuartos espejados, la
pobreza intelectual. Eso le costó, qué duda cabe, el olvido, el menosprecio. Lo
ignoraron. Es, reitero, una poética que vertebra una cosmovisión, una mirada
atenta y sensible. En su lectura, de alguna manera, nos advierte de esa
literatura que se vuelve peligrosamente literaria donde la palabra es suplantada
por manipuladores de vocablos. Su poética está contra la falacia, contra la
novedad, lo banal. Por esa razón, entre otras, es casi desconocido. Es un gran
autor, un hombre profundo que vivió alejado de círculos, de fetichismos, de los
objetos del mundo exterior. En uno de los homenajes que se hicieron en
Montevideo, Rocío Danussi leyó poemas suyos y la poeta Selva Casal analizó
conmigo su poética.
Carlos Penelas con Rocío Danussi
5 — ¿Qué recuerdos tenés de las numerosas entrevistas que has realizado para el
Museo de la Palabra?
CP — Bueno, muchos, una época muy hermosa para mi crecimiento. En 1983,
instalada la democracia, me llaman de Radio Nacional para cubrir la Feria del
Libro de Buenos Aires. Todo estaba por hacer. Contábamos con muy pocos
elementos, casi no había una estructura técnica. Un solo auricular,
transmisiones en directo desde una cabina elemental. En ese momento era uno de
los pocos, conduciendo programas de radio, que conocía a los autores extranjeros
y argentinos. Estamos hablando de Radio Nacional y de Radio Municipal. Quiero
decir, los había leído, siempre leí con voracidad. Ahí obtuve el Premio a la
Mejor Cobertura Radial, cerca de treinta y cinco entrevistas durante la Feria.
Yo hacía las entrevistas, se las pasaba a Antonio Pérez Prado —un hombre de
excepción, galleguista, guionista de cine, un notable investigador médico,
además—, quien realizaba la traducción al inglés y la enviaba a la RAE Radio
Nacional al Exterior. Ese premio, compartido, lo gastamos en una comida en la
cual invitamos a los técnicos de Radio Nacional. Otro mundo, otra vida. En esas
entrevistas, durante cinco años, conversé con Gonzalo Torrente Ballester, Martha
Lynch, Roberto Fernández Retamar, Juan Rulfo, Alberto Girri, Héctor Ciocchini,
Miguel Barnet, Juan José Sebreli, Carlos Alberto Brocato, Antonio Di Benedetto,
Gustavo Soler, José Donoso, Carmen Orrego, Luis Rosales, Ana María Matute,
Néstor Taboada Terán, Javier Villafañe, Dardo Cúneo, Juan Carlos Merlo, Dalmiro
Sáenz, Manuel Mujica Lainez, Carlos Gorostiza, Mempo Giardinelli, Mario
Benedetti, Antonio Dal Masetto…, la lista es muy extensa. Lo triste, lo
lamentable, es que años después, como la emisora no tenía cintas se grabaron
entrevistas o conciertos en ellas. Se perdió un material impensable. La cosa era
así: yo realizaba dos o tres preguntas, ellos contestaban y luego se borraba mi
pregunta. Quedaba sólo la voz de los entrevistados. En algunos casos leyendo
algún fragmento de su obra o un poema. Cada entrevista tenía la duración de
cinco minutos.
6 — ¿Qué características han tenido los homenajes a escritores y artistas
plásticos que has realizado en teatros y centros culturales?
CP — Durante más de quince años fui realizando actos de poesía. Luis Alberto
Quesada [1919-2015] fue el que me inició; fui aprendiendo en la práctica el tema
de la organización, los contactos, la planificación. Él había luchado en la
Guerra Civil Española, peleó contra los alemanes en Francia, estuvo en un campo
de concentración, del cual pudo escapar. Al regresar para unirse a la lucha
clandestina, estuvo preso en España durante diecisiete años. Condenado a muerte,
logró salir en libertad durante el gobierno de Arturo Frondizi. Bueno, aquí
formé parte —por supuesto, siendo mucho más joven que él— del Instituto
Argentino Hispano de Cultura Antonio Machado, del que él era el presidente. Casi
todos los actos se realizaban en la Oficina Cultural de España. Allí
organizábamos las conferencias, pero también presentaciones de libros y
recitales. En el teatro de la Federación de Sociedades Gallegas o en el Teatro
Margarita Xirgu efectuábamos los actos mayores. Los homenajes eran a los
relevantes poetas españoles: Federico García Lorca, Antonio Machado, Miguel
Hernández, Juan Ramón Jiménez, Rafael Alberti, Luis Cernuda, León Felipe... Las
voces: María Rosa Gallo, Alejandra Boero, Alfredo Alcón, Fernando Labat, Alicia
Berdaxagar, Juana Hidalgo, Onofre Lovero, Ernesto Bianco, Dora Prince, Livia
Fernán… Eso significaba selección de poemas, ensayos, guitarristas, en fin,
actos donde la entrada era gratuita y se llenaban las plateas. La colectividad,
el sector republicano, y muchos amigos nos acompañaron. Más tarde organicé actos
con Rocío Danussi, mi compañera, que lee muy bien. Ella le puso voz a los poemas
de Alejandra Pizarnik y a los de Rosalía de Castro: están en el Museo de la
Palabra y por Internet. Junto a ella y Osvaldo Cané hicimos “El amor en la
poesía”, “Homenaje a León Felipe”, “Poetas rebeldes”, “Cuatro poetas y la
libertad” , “Poetas surrealistas”... Muchos de esos actos fueron dedicados a
Fernando Pessoa, Enrique Banchs, Rosalía de Castro, Eugenio Montale, Giuseppe
Ungaretti, Blas de Otero, Gloria Fuertes, Fernando Arrabal, Raúl González Tuñón,
Luís de Camoens, poetas gallegos medievales, Enrique Molina, Conrado Nalé Roxlo,
Francisco Madariaga, Bertolt Brecht, Pier Paolo Pasolini, Manuel J. Castilla,
Jorge Luis Borges, Juan Gelman, Oliverio Girondo… Y a artistas plásticos: Rubén
Rey, Miguel Viladrich, Antonio de Ferrari… Algunos comencé a hacerlos durante la
dictadura, en librerías, en trastiendas. Luego, en la inolvidable Sala Taller,
en el Centro Betanzos de Buenos Aires, en La Gran Aldea, en la Sociedad
Argentina de Escritores, en salones culturales de la capital e interior. Nunca
hubo menos de sesenta personas en cualquiera de ellos. El homenaje a León Felipe
lo efectuamos en la Federación Libertaria Argentina, con más de doscientos
espectadores, con un escenario en donde la silla de paja vacía era el lugar del
poeta, la voz de Felipe, la música de Falla. Se entraba de a poco y se salía de
dos en dos. El año: 1979. En primera fila estaban sentados Diego Abad de
Santillán y Luis Franco. Entre el público, René Favaloro y el director
cinematográfico José Martínez Suárez. Una emoción que aún perdura en mí. Pero el
trascendente, el más importante es el que organizamos en el cincuentenario del
asesinato a Federico. Nos llevó seis meses armarlo. Quesada era el Presidente de
la Comisión. El afiche, que vendíamos para procurar fondos, era de Ricardo
Carpani. Realizamos cerca de treinta y cinco actos en un mes. Conferencias,
mesas redondas, recitales, muestras de grabadores y plásticos. Siempre lo
pensábamos con música, a veces con baile. Guitarristas, flamenco. Mientras duró
fue una maravilla, una alegría permanente, un placer inimaginable. Durante ese
mes lorqueano, artistas, poetas y pintores repartíamos claveles en las mesas de
los bares en homenaje a Federico. Más tarde, el olvido.
Carlos Penelas con Rocío Danussi
7 — ¿Qué relevamiento nos proporcionarías de tu actividad radial en distintos
programas y emisoras?
CP — Trabajé mucho en Radio Nacional y en Radio Municipal, en diferentes
programas culturales. Era una época donde todavía existían voces, magia,
utopías. Hice, además, comentarios de libros para Biblioteca de Radio Nacional;
nos reuníamos con amigos de la radio hasta la madrugada. Agustín Tavitián era un
poeta que congregaba afectos, sueños y el gusto por el jazz. Muchas de las
iniciativas en la radio fueron suyas. Fue un ciclo en donde intentaba llevar,
divulgar autores pocos conocidos o autores nóveles. Estuve en ambas emisoras
desde 1984 hasta 1989. A veces me llamaban como columnista en otras audiciones
de las mismas emisoras o de Radio Belgrano, Radio Palermo, etc. En mis programas
daba cabida sobre todo a autores argentinos, del interior o de principios de
siglo. A veces abordaba la literatura griega o latina. Planificaba cada programa
y a veces lograba tener un encuentro breve antes de cada audición para ir
formando el clima. Fue un tiempo muy interesante, el país se abría a la
democracia y se necesitaba fomentar aquello que estuvo censurado. Hablamos de
libertad, de comunicación, involucrando al creador con su mundo. En Nacional
llevé un programa que me gustó mucho: “Nuestros ilustres desconocidos”. Allí
iban desde una profesora de ballet del Teatro Colón hasta el mozo de un bar que
había sido extra en Hollywood. En Municipal, “Los intelectuales hablan en
primera persona”. Esas fueron dos creaciones mías que tuvieron cierta
repercusión en el mundillo cultural. Salían al aire una vez por semana, se
dialogaba con amplitud. Sólo preguntaba, el entrevistado era siempre el
personaje importante. Además, como te conté antes, invitados relacionados con la
Feria del Libro, que por alguna razón no había podido entrevistarlos en el stand
de la Feria. También, años después, conduje un programa de medicina por Nacional
—“Curar en salud”—, pero éste era de la Fundación Favaloro y trataba sobre la
prevención en salud.
8 — Has realizado viajes culturales a numerosos países europeos.
CP — Sí, tuve la fortuna de viajar mucho. Siempre sentí una gran admiración por
los eubeos, como Adriano. La literatura, como sabrás, no me dio dinero pero me
otorgó prestigio y viajes. Casi todo el país lo recorrí dando conferencias,
presentando libros, participando de ferias literarias del interior. Provincias
de Chaco, Catamarca, La Rioja, La Pampa, Entre Ríos, Santa Fe, ciudades
bonaerenses como San Pedro, Azul, San José, Pergamino, Chivilcoy, Mar del Plata,
Tres Arroyos, Bahía Blanca, San Nicolás, San Antonio de Areco, son algunos de
los sitios donde me invitaron en diferentes oportunidades. Casi siempre lo hice
con Rocío preparando alguna lectura poética. Lo mismo ocurrió con invitaciones a
Universidades o centros culturales en Chile y Uruguay. Estuve en La Habana, en
Santiago de Cuba, en Paraguay. Con Europa no fue diferente. Fui invitado sobre
todo a Galicia, Málaga y Madrid. He realizado quince o dieciséis viajes a
Europa. Y nunca menos de un mes. Una vez allá —por mi cuenta— comencé a moverme,
por amistades o por recomendaciones de escritores. Eso ocurrió en Oviedo,
Málaga, Trieste. Después, como las distancias no son tan abismales como acá, y
los contactos empezaron a surgir, llegaba a París o Londres o Edimburgo, a Roma
o Sicilia, Viena o Colonia, Lubliana o Pola. A Marruecos, por ejemplo, desde
Málaga. También quise conocer el Museo Hermitage, en San Petersburgo. De allí,
Copenhague, Helsinki, Oslo, Tallín, Estonia, Berlín… Insisto: las invitaciones
fueron muchas y también comenzaron a publicarme. Siento que en ciertos lugares
de España o de Italia soy más conocido que aquí. Las invitaciones, además, las
hacen incluyendo viaje y hotel. Como debe ser, por otra parte. A veces hasta con
publicación. Ciocchini, Quesada, algunos profesores en su momento, me abrieron
puertas, ciertas instituciones académicas hicieron lo mismo. No hace mucho he
regresado de Trieste, otra vez, pues se está traduciendo mi obra poética al
italiano. Antes había estado en Bérgamo, una ciudad de ensueño. De allí viajé a
Bologna, a la Universidad de Letras, donde hay libros de mi autoría; un lugar
lleno de belleza, cultura y emoción. Berger hizo que conociera el Palazzo Re
Enzo. En ese mágico encuentro conversé con Rocío, en sus muros. Y de Bologna
llegué a Rímini hasta la casa de Federico Fellini. De allí, media hora en bus, y
llegamos a la Serenísima República de San Marino. Y luego otra vez Roma. Uno
viaja acompañado de lecturas, de autores, de conciertos, con obras pictóricas,
con esculturas. Pocas veces soy turista. En los años setenta recorrí con Rocío
casi todo Chile, durmiendo hasta en estaciones de tren y en hoteluchos. Todo es
empezar y tener espíritu de aventura. Lo demás llega. Debemos pensar que el
viaje es un viaje literario pero también un monólogo.
Carlos Penelas - Foto Emiliano Penelas
9 — Es a quien forma parte del Centro Betanzos de Buenos Aires en su quehacer
cultural a quien le comento: Manuel Dans, el abuelo paterno de mi esposa, Mirta,
nació en la ciudad de Betanzos de los Caballeros; el hermano mayor de Ramiro, el
padre de Mirta, Oscar Dans, y un primo de ambos, Osvaldo Dans, fueron
presidentes del Centro, institución en cuyo restaurante he cenado varias veces.
CP — Bueno, a Osvaldo lo conocí mucho, como a los Pita, a Andrés Beade y tantos
otros. Osvaldo, cuando me veía llegar, se tocaba el pecho y decía: “meu Penelas,
meu, meu”. Hizo un trabajo muy importante en el Centro Betanzos, un hombre
recordado. Era simpático, alegre y de suma generosidad. Además, un hombre
valiente. Recordemos que Alfredo Bravo estuvo refugiado en el Centro durante la
dictadura. Insisto, mi relación siempre fue muy buena y virtuosa en el amplio
sentido de la palabra. Desde luego, mi relación con ellos es parte de mi vida,
de mi orientación. Xeito Novo, su actual presidente Beatriz Lagoa y tantos seres
entrañables, queridos, honestos, que fueron aportando ideas, compromiso y
trayectoria. Cuando se cumplieron los cien años de su fundación —es el centro
comarcal más antiguo del planeta— se hicieron festejos, vino el alcalde y
funcionarios de Galicia, un coro de jóvenes, se publicó una edición en donde se
reflejaba ese siglo de exiliados, de ex combatientes, de seres amantes de la
libertad y la esperanza. Siempre fue un lugar de ideas, de cultura, un centro
abierto, sin prejuicios. Me emociona ver la bandera republicana y el mural que
realizó Juan Manuel Sánchez en su salón de actos. Es importante señalar que
tiene un sello editorial que sigue creciendo. La sala de actos lleva el nombre
del recordado Geno Díaz. Una historia de pasión, de compromiso, de amistad. Y de
banquetes. Ahora están trabajando en la finalización de otra sede. Un maravilla,
de verdad. Galegos somos nos.
Carlos Penelas con Lisandro Penelas
10 — “Este poeta viene de Boscán” (Juan Boscán, español, 1487-1542) dejó
asentado de tu hálito poético Ricardo E. Molinari. ¿Coincidís? ¿Por qué? ¿Y de
qué otros poetas “venís”, Carlos?...
CP — Había recibido cartas y frases auspiciosas de poetas y escritores a quienes
admiraba desde adolescente. Pero bueno, en palabras de don Ricardo fue en su
momento un estímulo enorme, impensable. Era muy parco con los elogios y en
general huraño en el trato. Me llenó de alegría y respiré. Él ponderaba mucho mi
poemario “Cantigas”, lo tenía en su mesita de luz. Poseía una formación muy
sólida; desde la poesía primitiva galaico-portuguesa, la poesía del romancero
español hasta la lírica inglesa e italiana. Al nombrar a Boscán evocaba el
clasicismo, el humanismo, la influencia italiana en la poética española, pero
también el hilo que va uniendo una trayectoria trascendente en la poética
universal. Su ojo era muy sensible y descubrió esa fuente en mi poesía. Sí,
coincido pues me unía a él —entre otras cosas— esa mirada de lo poético, esa
búsqueda de lo clásico, esa pincelada evanescente. Estudié y leí, leí y estudié
con pasión a los poetas medievales españoles, renacentistas y, por supuesto, la
generación del 98 y la del 27. Ellos fueron fuente de estilos, de análisis, de
estructuras formales. Y la poesía italiana de principios del siglo XX: Salvatore
Quasimodo, Giuseppe Ungaretti, Pier Paolo Pasolini, Eugenio Montale, Cesare
Pavese, Mario Luzi, Umberto Saba... Uno viene de esos poetas, sin duda. Pero
sería injusto si dejara de nombrar a Giuseppe Bellini, Thorpe Running, José
Filgueira Valverde, Enrique Molina, Eduardo Blanco Amor, Ernesto Sábato, María
Elena Walsh, Frank Dauster, Raúl González Tuñón, Lily Litvak, Jorge Luis Borges,
Xesús Alonso Montero, Manuel J. Castilla y tantos otros que con sus lecturas o
con sus consejos nos fueron formando el espíritu, la fineza interior, esa
respiración sutil del poema.
Carlos Penelas con María Kodama, Hugo
Diamante, etc., en 2015
11 — En homenaje al compositor y pianista español Enrique Granados (1867-1016)
concebiste tu libro “Valses poéticos”. ¿Nos hablarías de él y de la edición
príncipe —editio prínceps— de 1999?
CP — No quiero ser reiterativo. En casa se hablaba de literatura, de política,
de música, de pintura y de cine. Además de fútbol y de box. Se nombraba a Manuel
de Falla, Joaquín Rodrigo y por supuesto a Granados: era un músico que se le
nombraba, se lo escuchaba. En 1998 descubro, a través de Graciela Ríos Saiz
(fundadora del Centro Coreográfico de Danza Española de Buenos Aires) los
“Valses poéticos”. Y me fascinan. Los escucho, los escucho de día y de noche, me
obsesiono. Y comienzo a escribir poemas durante cuatro meses, siete en total,
cada uno según aquello que me iba sugiriendo cada composición. Así surge
“Melódico”, “Allegro elegante”, “Vals lento”... Al tiempo, le propongo a Rafael
Gil que ilustrara uno de los poemas. Luego de unos meses —había llegado a pensar
que no le interesaba la idea— me viene a ver entusiasmado y me propone hacer una
edición príncipe. Para abreviar: se editaron diez ejemplares, manuscritos por el
autor con siete grabados originales de Rafael, estampados sobre papel Pescia de
300 gramos, todos numerados y firmados. Cada folio es de 38 x 34 cm. y el tamaño
de la caja de madera (cuna) de 46 x 34 cm. En cada caja se pegó un grabado, cosa
que nunca más se pueda realizar otra edición. Cada caja llevaba dos bisagras de
bronce, el libro envuelto en una tela. El trabajo manual de cada libro fue de
Gil, yo escribí uno por uno cada libro: los diez ejemplares. Una edición pre-
Gutenberg. Rafael se quedó con un libro y yo con otro; ambos firmados como
prueba de artista. El resto, los ocho restantes, se vendieron a coleccionistas
privados o a instituciones. La Biblioteca Nacional de España y el Museo del
Grabado de Betanzos los poseen. El Fondo Nacional de las Artes compró en su
momento tres ejemplares que desconozco dónde están. Los otros pertenecen a
coleccionistas privados. Se hizo una presentación en la Oficina Cultural de la
Embajada de España, donde estaba presente el Agregado Cultural de la Embajada,
funcionarios, profesores. En una vitrina estuvo en exposición un ejemplar
durante un mes. Luego unos amigos realizaron una edición paralela al original,
impresa, de quinientos ejemplares. La “vulgata”, como se dice. Se agotó en poco
tiempo, un año fenomenal, significó —además— dos viajes a España. Aquí pasó casi
inadvertido.
Carlos Penelas con Enrique Salvatierra, Hugo
Diamante, María Kodama, Arturo Herrera, Manuela Rasjido, Enrique Traverso, etc.,
en 2015
12 — El compilador de la antología “Poemas á nai” te incluyó, y como único autor
no nacido en Galicia, con el nombre Carlos Tome Penelas Abad.
CP — Xesús López Fernández es un sacerdote gallego, de Ourense. Un gran lector
de poesía y un estudioso de las letras galegas. Descubrió algunos de mis libros
(se lo alcanzaron poetas amigos) y cuando formalizó la edición decidió
incluirme. Como su nombre lo indica son poemas dedicados a la madre, y los
autores son gallegos, una antología de poetas gallegos significativos que le
cantaron a la madre a lo largo del tiempo. Me llamo Carlos Tomás, el segundo
nombre en homenaje a mi abuelo materno. La edición era en gallego y mi nombre
completo fue en galego: Carlos Tomé Penelas Abad. Mi padre, Manuel Penelas. Mi
madre, María Manuela Abad. En Galicia, en muchas oportunidades me presentan como
Penelas Abad, ellos usan los dos apellidos.
Carlos Penelas con Francesca Schillaci en Trieste, Italia
13 — No debe ser fácil hallar a otro argentino más imbuido que vos de la
doctrina ácrata. “Anarquía y creación” es el título de un libro de 1997 del que
sos autor.
CP — Sí, estudié el tema en profundidad, me eduqué con una mirada libertaria,
con una conducta que rechaza el totalitarismo, el dogmatismo, el populismo, en
fin..., lo que ya sabés. Pero fundamentalmente conocí a muchos anarquistas, a
viejos anarquistas que lucharon en la Guerra Civil Española, en Latinoamérica o
en la Revolución Rusa. Compañeros de “La Protesta”, de “La Antorcha”, de “Brazo
y Cerebro”. Anarquistas individualistas, naturalistas, anarco-sindicalistas,
anarco-comunistas, tolstoianos... Seres únicos, irremplazables. Por su
trayectoria, su moral, su combatividad, su coraje. Eran vitalistas y por lo
tanto uno aprendía hablando, escuchando anécdotas, hechos. El anarquismo no es
una ideología, es un Ideal. Es complejo, es una posición que me agrada comentar.
“Anarquía y creación” es en verdad una suerte de arte poética, una búsqueda de
la mirada libre y amplia del acto creador, una transparencia desde la verdad y
lo ético, el universo sin dogmas, sin límites, sin prejuicios. Me llevó mucho
tiempo escribirlo, es un libro breve pero con intensidad. A veces fue utilizado,
no sé si correctamente, en talleres y seminarios. Quise, además, extenderme en
la formación del creador y del lector, una cultura que nos lleve a comprender la
grande bellezza, la eternidad del objeto, la utopía de sabernos soñadores.
Siempre afirmé que me sentía existencialista, camusiano. Eso y lo libertario
hicieron el resto. La libertad tiene su precio. Nos sostiene la identidad, el
asombro, los hijos, el mar, una mirada entrañable, la memoria de nuestros
ancestros, la amistad. Y fumar una pipa tomando un café en un pueblo de Galicia.
En soledad.
Carlos Penelas con Guillermo Fuentes Paz y
Raúl Puy
15 — ¿“El progreso de la tecnología y de las ciencias avanzan a la par que el
embrutecimiento humano”? (Así lo afirmó Augusto Roa Bastos en su libro
“Contravida” (1994).)
CP — Lo traté bastante a Roa Bastos en Buenos Aires. Un ser cálido, sereno,
especial. Creo que existen varios mundos paralelos. Uno es el tecnológico, que
en general cualquier subnormal conoce y se siente feliz. Otro es el científico,
que se aleja cada día más del hombre de a pie. Y el embrutecimiento es algo que
lo sentimos todos los días. Ahora, que tengo unos cuantos años, más todavía.
Generaciones torpes, analfabetas, que parecen simios, van sin destino, sin
anhelos, aturdidos. ¿Todo es así? No creo, hay islas, pequeñas islas. Gente
solidaria, gente creativa, pocos sin duda. Es un mundo de grandes
contradicciones: la industria cultural, la imbecilidad al alcance de todos, la
creencia en la pata de conejo o en el líder. Mientras yo escribo estas líneas
hay hombres en el espacio, hay satélites, hay guerras, hay muertes. Todo se ha
vuelto, por momentos, más trágico, más diabólico. Y miro a mi nieto andar en su
triciclo y creo que estoy equivocado. He escrito bastante sobre todo esto, no es
fácil resumirlo. De algo estoy seguro: la ciencia sin ética no tiene salida. Y
la tecnología sin humanismo tampoco. Lo que se vive no es anárquico, es caótico.
El anarquismo implica orden, implica autoridad, no autoritarismo. Veo simios con
celulares en el colectivo, en el cine, en el teatro.
Carlos Penelas con Luisa Villalta, Miguel Anxo
Fernán Vello, Xavier Alcalá y Uxío Novoneyra
16 — ¿Coleccionabas figuritas, estampillas, banderines…? ¿Sos actualmente
coleccionista de algo?
CP — Era un gran coleccionista de figuritas, de revistas mejicanas, de
escuditos, de bolitas. Pero sobre todo de figuritas. Una época de luces, de
esperanzas, de inocencia. Hoy mi casa es casi un museo; ahora es Rocío quien
colabora, quien compite. Es una mujer de un gran carácter y una gran
imaginación. Podés ver en mi casa libros, pinturas, botellas de diversos
formatos, cerámicas, pisa papeles, mascarones, fotografías, candelabros,
títeres, relojes... en toda la casa, por habitaciones, corredores, baños. Casi
no tengo lugar. Y cochecitos de juguete, sombreros, bastones, perchas de
sastrerías, pipas, abanicos, barquitos de madera, platos...; una pesadilla que
me acompaña y me protege. Nos protege. Talismanes sagrados para alguien que no
cree. Un delirio. Bello, pero delirio al fin.
Carlos Penelas con María Granata y María
de los Ángeles Marechal
17 — ¿Qué habilidades, de las cuales carezcas, envidiás o
envidiaste, te mortifican o te han mortificado?
CP — Tengo muchos defectos, pero no soy envidioso ni me golpeo el pecho. Lamento
no saber montar a caballo y no saber bailar tango. En realidad no sé bailar, me
molesta no bailar tango. Soy en general torpe para las cosas manuales y los
arreglos de la casa. No me desespera. Insisto con lo del caballo y lo del tango.
Carlos Penelas con Mariano Favaloro y María de
los Ángeles Marechal
18 — ¿Te provocan algún tipo de interés “adicional” las novelas que se
desarrollan en un marco histórico (por ejemplo: “Trafalgar” (1873) de Benito
Pérez Galdós (1843-1920); “Quo vadis?” (1896) de Henryk Sienkiewicz (1846-1916);
“Sin novedad en el frente” (1929) de Erich Maria Remarque (1898-1970); “Yo,
Claudio” (1934) de Robert Graves (1895-1985); “Las uvas de la ira” (1939) de
John Steinbeck (1902-1968))?
CP — Me parecen obras donde lo histórico nos enseña a ver el presente, donde
podemos descubrir aquello que no se quiso ver, donde las pasiones o la
irracionalidad dominan la posibilidad de elección. No hay asuntos sublimes y
asuntos triviales, es siempre el enfoque, el estilo, aquello que nos precipita a
cierta inmortalidad de la obra, a ciertos crepúsculos o rostros. En los libros
que mencionás la literatura no se vuelve literaria, hay un impulso vital en
ellas que nos salva de la estupidez, de la mediocridad. ¿Cómo no nos va a
enseñar Steinbeck o Graves? ¿Cómo no advertir en el mundo de Pérez Galdós o en
Remarque lo podrido y decadente? Las obsesiones tienen raíces profundas en el
lector y en el autor. Son libros, todos ellos, recomendables. Por su lenguaje,
por su drama, por todo lo adicional que llevan en sí. Cuando yo era un dudoso
principiante, Sienkiewicz me iluminó. El arte no puede prescindir del “yo”.
19 — ¿Champagne o sidra? ¿Licor de huevo o anís? ¿Whisky o vodka?
CP — Champagne y sidra, según el momento o la ocasión. Licor de huevo, seguro.
Ni whisky ni vodka: vino tinto o blanco de Albariños.
20 — ¿Cómo te gustaría que te recordaran?...
CP — Como una buena persona, como un ser sin dobleces. Como alguien que, además,
amó la poesía e intentó que otros la amen.
21 — No dejaremos de mentar a tus dos hijos, ambos vinculados también con el
arte.
CP — Aquí habla el corazón. Mis hijos lo son todo. Emiliano, el mayor, hace
cine, es director de fotografía, documentalista, profesor, fue jurado en Viña
del Mar y en distintos festivales latinoamericanos, un muchacho de un talento
enorme. Lisandro, el menor, es actor, director de teatro, clown, profesor de
teatro. Es otro muchacho brillante, lleno de imaginación. Ambos son muy buenos
lectores, lectores no sólo de cine o de teatro, se formaron con docentes de
trayectoria, de formación ética y humanista. Cuando pienso en ellos recuerdo
aquella frase de Pierre Boulez: “La creación sucede cuando lo imprevisto se
torna necesario”. Ya en el secundario se destacaban. Emiliano maneja muy bien el
inglés y Lisandro el francés. Tienen una mirada amplia, sin dogmas. Pero sobre
todas las cosas son generosos, desprendidos, solidarios, sin vanidades, sin
soberbia. Siento felicidad al saberme superado por ellos. Y soy inmensamente
feliz al ver sus familias, sus chicas —inteligentes y sensibles—, sus hijos.
Tienen lo mejor de la madre.
Carlos Penelas selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
EPÍSTOLA A LOS PISONES
Estos pobres enemigos, Horacio,
cargados de celos y rencores
vigilan desde las quemaduras de la pereza
los hospedajes de los reinos mezquinos.
Con las piernas heladas, suplicantes,
repitiendo injurias en encuentros inútiles
imploran la fama sobre el légamo
de páginas baldías,
irremediablemente convocadas al perdón.
Solitario atravieso la luz y la ceniza.
Corrompidos por leyendas y dioses
destrozan la belleza
como un cuchillo troyano la maldad.
(“Finisterre”, 1985)
*
ACRACIA
Ante ídolos terribles y dioses eternos,
escuchando campanas
en las alas de un fuego invisible,
sus sandalias marcaron una huella inexplorada
en los altos jardines
donde los ojos infernales no llegaron.
La vida los protegió de las ambiguas manos,
de la dudosa farsa del sollozo.
Soñaron la desmesurada memoria
que los niños escuchan
en la intimidad de sus alcobas.
Nobles como la rústica mesa de un campesino
hacen inscripciones en la arena.
La belleza y la dicha
como una pasión entregada al olvido
protegen el silencio del hombre solitario.
(“Finisterre”, 1985)
*
LA VIDA EN TUS OJOS
La vida se recoge en tus ojos,
se desliza en bellas palabras,
en ardientes designios que restituyen
la íntima magia del fuego.
Amada, como un príncipe solitario
busco mi destino en la voz desvalida,
en la oración de la videncia
que purga los rigores del tedio
o los rostros hipócritas de la ciudad.
Delicada y bella me acompañas
sobre el terror del orden y la gloria.
Sé que tus senos necesitan el ritual
de mi tacto, el efímero asombro.
Esto soy, en la desnuda calma de tu lecho.
(“Al amoroso fuego”, 1987)
*
PLAZA RODRÍGUEZ PEÑA
En este banco se sentaba mi madre.
Desde aquella hamaca
la candidez crecía junto a Poncho Negro.
Entre esos árboles aún viven dioses y héroes.
El gozo y el amor descubrieron
los románticos ojos de una muchacha,
la rosa roja del poema, el otoño del padre.
Aquí Lugones y Franco y el silencio.
Aquí descansa Gala.
En esta plaza mis hijos recorrieron
la evidencia de otros umbrales.
Los fantasmas la habitan junto a los jacarandaes.
Su magnitud devora las islas del olvido.
(“Calle de la flor alta”, 2011)
*
ALGUIEN SUEÑA JUNTO AL MAR
Separado y melancólico miro la rompiente,
el vagar ansioso de un cielo imposible
en las cortantes naves
que bordean espumas y cabelleras.
Vida y tiempo lentamente adorables.
Aquí está el milagro. Lo sabía.
En el insomnio, en la inmovilidad de la noche,
en la rosa blanca y apresurada,
en un fado de Amalia Rodrígues,
en la sacralidad de Arvo Part, en la lujuria.
Así me amas, entre la desazón y la quietud
de una buhardilla, con el desánimo y la pasión,
desde el otoño y el lecho amanecido.
Me amas hasta el fondo, hasta el atardecer,
hasta el abismo. Soy lo definitivo,
aquello que tiembla y se desvanece
en esta fina mañana. Solitaria, relumbrante.
(“Poemas de Trieste”, 2013)
*
PADRE
Padre, levanta la cabeza y mira los cipreses.
Camina con tus honrados huesos campesinos
hacia la luz de la nostalgia.
Otra vez te esperan el combate y la derrota.
Todas las noches vienes con tu voz
a visitar los cuartos de esta casa,
a decirme palabras que no entiendo.
Padre, salúdame con tu sombrero en alto.
Esta noche tu hijo ha soñado que has muerto.
(“Cánticos paternales”, 2015)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, Carlos Penelas y Rolando Revagliatti.
http://www.revagliatti.com/cuatro_ciclos.html
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