ZONA
LITERARIA - EL TEXTO SEMANAL
“La Plata fue uno de los epicentros de la represión
sistemática de la última dictadura militar”
Entrevista a Carlos Aprea por Rolando Revagliatti
Carlos Aprea nació el 14 de diciembre de 1955 en La Plata, donde reside, capital
de la provincia de Buenos Aires, la Argentina. Fue secretario legislativo del
Bloque del Partido Socialista en el Concejo Deliberante de La Plata en el
período 2002/2005 y miembro fundador de la Cátedra Libre de Soberanía
Alimentaria (2003/2006). Ha sido columnista en diversos programas radiales y ha
dictado talleres sobre formación actoral, creatividad y poesía. Publicó los
poemarios “La intemperie” (Ediciones Al Margen, 1999), “Abrigo” (Ediciones Al
Margen, 2006), “La camisa hawaiana” (Libros de la Talita Dorada, 2010), “Pueblos
fugaces” (Libros de la Talita Dorada, 2012), “Villa Elvira” (Pixel Ediciones,
2014). Su quehacer ha sido incluido en diarios y revistas tanto en soporte papel
como electrónico, y en las antologías “8 poetas regionales” (2º Premio Concurso
EDELAP de Poesía, 1997), “Poesía 36 autores” (La Comuna Ediciones, 1998), “Pan,
amor y poesía — Culturas alimentarias argentinas” (compilación de José Muchnik,
Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, 2008), “La Plata Spoon River”
(compilación de Julián Axat, Libros de la Talita Dorada, Colección Los
Detectives Salvajes, 2014), “Antología relámpago” (Pixel Editora, 2014).
1 — Te recibiste de Técnico Químico en 1974.
CA — Sí, entonces concluí el “colegio industrial”. Luego del interregno del
obligado servicio militar, en 1975, comencé estudios de geología en la Facultad
de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata, en 1976, y los
interrumpí en 1978. También entre 1976 y 1980 formé parte del Taller de
Investigaciones Dramáticas dirigido por Carlos Lagos y más tarde integré un
numeroso equipo de trabajo bajo la dirección de Quico García, que en 1981 y 1982
llevó a escena una elogiada versión de “Woyzeck”, de Georg Büchner. Mi
continuidad actoral se prolongó hasta 1985, participando en “Escorial, la
leyenda negra”, con dirección de Rafael Garzanitti (1982), “Vincent y los
cuervos”, con dirección de Quico García (1983/84, La Plata; 1984, Capital
Federal) y “Antonito el Camborio”, oratorio y coro de la Facultad de Bellas
Artes, UNLP (1985). Por entonces fueron apareciendo mis primeros trabajos de
escritura en las revistas culturales “Talita” y “El Hormiguero”. Ejercí como
Técnico Químico en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(CONICET, 1977 y 1980/82), de donde me fui echado, por diferencias
“conceptuales” con el director del centro de investigación. Cumplí funciones
como Inspector de Perforaciones en Obras Sanitarias de la Provincia de Buenos
Aires (1978/1980) hasta que la política (de la dictadura) en el área dio un
giro, desarmaron la repartición y preferí cambiar antes que quedar en una
extraña oficina de “mayores costos” para el Estado y “mejores ganancias” para
las empresas contratistas.
2
— ¿Y ya después?...
CA — En los primeros años de democracia me desempeñé en la librería “Libraco”,
de Emilio Pernas, donde conocí a intelectuales y artistas que regresaban de
distintos exilios (León Rozitchner, Saúl Yurkievich, Javier Villafañe, etc.) y
visitaban al viejo librero. Verdaderamente, “Libraco” era una fiesta. Desde 1985
hasta entrados los ‘90, mi endeble situación económica y la falta de trabajo, me
obligaron a alejarme de mi ciudad, de la actividad grupal y del teatro. Inicié
una fase de mayor introspección, y la escritura y mis hijas fueron la
posibilidad de asirme a la belleza y la esperanza. Recién en 1988 y gracias a
los oficios de mi padre, pude ingresar a Yacimientos Petrolíferos Fiscales y
estabilizarme, pese a la crisis general. Con turnos rotativos continuos fue muy
difícil retomar proyectos grupales, pero seguí escribiendo. En 1997, por el
empuje de amigos (particularmente el poeta, filólogo, traductor y docente Juan
Octavio Prenz), decidí dar a luz algunos poemas, presentándome en un concurso en
donde obtuve el segundo premio y mi primera publicación en una edición
colectiva. Paralelamente, la Editorial Municipal La Comuna (con la dirección del
narrador Gabriel Bañez y la especial asistencia del poeta Osvaldo Ballina)
incluyó poemas míos en la primera antología de poetas platenses que proponía
dicha Editorial. Allí se afianza una nueva etapa en donde a la generosidad de
Osvaldo, sumo la de Ana Emilia Lahitte (1921-2013), quien también me alienta. Y,
sobre todo, me integro a un grupo de poetas de mi generación: Gustavo Caso
Rosendi, César Cantoni, Martín Raninqueo, José María Pallaoro, Norma Etcheverry,
Norberto Antonio, etc. y tengo el gusto de tratar a los mayores: Horacio
Castillo, Néstor Mux, Horacio Preler. En ese marco, decido editar mi primer
libro, “La intemperie”, con una joven editorial (Al Margen) y con un prólogo de
Prenz.
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Carlos Aprea en La Habana en 2009
3 — Tu actividad teatral, y hasta cinematográfica, prosiguió.
CA — En la década de los ‘90 dirigí a una excelente actriz platense, Graciela
Sandoval, en “Memoria y celebración”, unipersonal con textos míos y citas de
diversos autores, pero recién a partir del nuevo siglo pude retornar con
plenitud a la actividad. En 2006 dirigí “Pervertimento y otros gestos para
nada”, de José Sanchís Sinisterra, y en 2007 regresé a la actuación en “Ensueños
– Juana Azurduy”, de Omar Mussa y dirección de Nina Rapp, obra que representamos
no solo en La Plata sino en el interior de la provincia y en distintas
localidades del país, entre 2008 y 2013. Y con el mismo equipo realizamos
“Palabras… La palabra ausente” en 2009 y 2010. En 2011 un accidente de trabajo
me alejó de la actuación y posteriormente apenas intervine en algunas funciones
de “Ensueños” con el mismo elenco.
Fue en 2007 cuando participé en el cortometraje “Entropía” (Facultad de Bellas
Artes – UNLP), y en 2013 en “Cipriano. Yo hice el 17 de octubre”, largometraje
de Marcelo Gálvez, y en algunos capítulos de una serie breve, que recién en los
últimos meses pudo verse por la web: “Rastreros”, con guión de Marcelo Landi y
Gabriel Saxe y dirección de Mariano Colalongo. La serie plantea el devenir de un
grupo de refugiados en la Isla Paulino (de Berisso), en un futuro
postapocalíptico, con inundaciones, desastres energéticos y quiebre del estado.
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Carlos Aprea con Alberto Szpunberg, Gustavo
Caso Rosendi, Miguel Martínez Naón, etc.
4 — ¿Nos ilustrás respecto de las antologías compiladas por José Muchnik y
Julián Axat?
CA — Ambas son “temáticas”, responden a una situación extra literaria. En el
caso de “Pan, amor y poesía – Culturas alimentarias argentinas”, fui convocado a
partir de mi participación en la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria y en
experiencias vinculadas a lo que se da en llamar “desarrollo local”: el cultivo
del tomate platense y el vino de la costa, dos producciones muy típicas de la
región donde vivo y cercanas a mi historia personal. En el caso de “La Plata
Spoon River”, fue por una invitación del poeta y editor Julián Axat quien, a
partir de la tragedia padecida en mi ciudad con la terrible inundación de 2013,
decide incorporar a un grupo de poetas de distintas zonas del país, para que
asuman, al estilo de Edgar Lee Masters, la escritura de un texto o poema póstumo
de alguno de los ochenta y nueve fallecidos, es decir, darle voz a quienes no
pudieron tenerla e incluso fueron silenciados y ocultados por mezquinos cálculos
políticos (ya que el número total de víctimas, al principio, no quiso ser
reconocido por las autoridades); fue una labor compleja pero, creo, necesaria.
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Carlos Aprea con el escritor Juan Duizeide y
otras personas en la casa de Haroldo Conti en el Delta
5 — En el aglomerado urbano Gran La Plata se halla la localidad Villa Elvira, y
así se titula tu último poemario.
CA — Villa Elvira es un barrio muy extenso y probablemente el más poblado de la
periferia del casco histórico de La Plata. Es donde pasé mi infancia y casi toda
mi vida adulta, desde que regresé en 1985. Los textos que conforman el volumen
reflejan historias, personajes y sensaciones vividas; y las transformaciones
sucedidas en los últimos años, que han cambiado sustancialmente al entorno
urbano y sus pobladores. Me llevó su tiempo no caer en la trampa melosa de la
nostalgia y encontrar el tono justo para el conjunto. Considero que algunos de
los poemas se salvan.
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Carlos Aprea con el poeta Norberto Antonio
6 — ¿Y tu próximo poemario?
CA — Me suele suceder que tengo varios proyectos “añejándose” en alguna carpeta
de mi computadora o incluso, en algún conjunto impreso, dando forma embrionaria
a un futuro libro. Pero hay ya una colección de poemas corregidos que articulan
un relato amoroso, una experiencia, que probablemente se llame “Layla en la
tierra sin mal”. Tengo otro conjunto que estoy preparando con el título de
“Tregua en la propia casa” y un tercero, muy breve, “Historia natural –
Canciones escanciadas”. En los tres casos, la cuestión del amor, los vínculos
humanos, están en el centro de la escritura y al mismo tiempo, hay un homenaje,
más o menos velado, a canciones o formas musicales que me han acompañado y me
acompañan aún, entrelazadas con la vida.
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Carlos Aprea con José María Pallaoro y Sasa
Pavcek
7 — Sos miembro de Pixel Editora.
CA — Sí. Participo en una experiencia colectiva, independiente y autogestiva,
que lleva adelante un entusiasta grupo de jóvenes en una casa–librería llamada
“El Espacio”, en la calle 6 y diagonal 78 de La Plata, en donde coexisten una
librería, distribuidora y editorial (“Malisia”), otras tres editoriales (Píxel
Editora, Club Hem Editores y EmE), un taller de diseño, arte gráfico y
encuadernación (Fa) y otras iniciativas afines al libro y la difusión cultural
(Agenda Záz). El ámbito permite el dictado de talleres, presentaciones de libros
y lecturas, proyecciones, pequeños recitales musicales, etc. Ya cumplió un año
de trabajo ininterrumpido ofreciendo un refugio para la creación, el intercambio
y el encuentro, lo que me gusta llamar “la socialización de los afectos”,
imprescindible frente a la ferocidad del mundo.
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Carlos Aprea con los poetas Julián Axat,
Néstor Mux y José María Pallaoro
8 — Dos citas de Baruch Spinoza y una de René Char anteceden cada uno de los
tres capítulos de “Abrigo”.
CA — Alguien escribió una vez que las citas en un texto son como puntales, que
el autor coloca aquí o allá con la pretensión de que sirvan de sostén a una
construcción de la cual duda…; también es posible que funcionen al estilo de las
oraciones cristianas o de las invocaciones a los dioses protectores. Prefiero
pensar que son un modesto homenaje, una confesión de influencias. Releo cada
tanto “Hojas de Hipnos” de Char y su hondura me fascina, es puro alimento; y
encuentro en Spinoza algunos caminos para entender los males de la época.
“Abrigo” arma lazo con el descubrimiento de la esperanza, después de “La
intemperie”, y tanto uno como otro me han acompañado en ese derrotero.
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Carlos Aprea con los poetas Norberto Antonio,
César Cantoni, José María Pallaoro, Néstor Mux, Norma Etcheverry, etc.
9 — “Pueblos fugaces” está precedido en cada sección por epígrafes de Thomas
Radcliffe (1525-1583).
CA — “Pueblos fugaces” nació a partir de un conjunto desordenado de poemas
vinculados a experiencias de viaje; fue tomando más volumen cuando comenzaron a
irrumpir lugares imaginarios. Me obsesionaba encontrar un orden a ese conjunto y
así apareció Thomas Radcliffe, un heterónimo insospechado que me asaltó una
noche de insomnio y me ofreció un libro apócrifo: “El camino del andariego”.
Seguramente operaron en mí algunas lecturas sobre las andanzas de Aimé Bonpland
y Alexander von Humboldt por América, y algunos viajeros ingleses y galeses por
la Patagonia, como para dar vida a este ignoto epigrafista.
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Carlos Aprea con Marta Ortiz, Angélica García,
Janet Mc Adams, Bernardo Reyes, en 2015
10 — Fuiste incluido con un artículo o relato en un volumen cuya autora es
Ángela Gentile: “Diáspora griega en América” (Editorial Hespérides, La Plata,
2015).
CA — La propuesta surgió a partir de la invitación de la escritora y docente
Ángela Gentile, fundadora de la Asociación “Ser Griegos”. Consistió en elaborar
una biografía ficcionalizada, de unas 2000 a 2500 palabras, contando con escasos
datos obtenidos oralmente, de una persona real, un griego de la ciudad de
Berisso, para formar parte de un libro coral que recogiera vidas de exilados
griegos en Argentina y América Latina: el enorme patrimonio que aportaron y sus
historias en la tierra natal. En mi caso, la brevedad y complejidad del
testimonio oral que se me ofreció, me sumergió en una apasionante búsqueda por
la geografía y el devenir contemporáneo de Grecia. Cuando el volumen se presentó
logré conocer a miembros de la familia de quien había contribuido con su
testimonio y completar la semblanza de alguien a quien aprendí a respetar y
apreciar como un auténtico testigo de su pueblo.
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Carlos Aprea con Norberto Barleand, Juano
Villafañe, Jorge Ariel Madrazo, Marcos Silber, etc.
11 — ¿Nos referimos a tu condición de melómano?
CA — Con preferencias por el jazz (de los ‘50 para aquí), el rock, la música
folklórica argentina, latinoamericana y europea, la música barroca y
contemporánea. Crecí en una familia con escaso bagaje musical, vinculada a las
colectividades de origen, italiana y española y, en el caso de mi padre, por esa
vocación argentina de los hijos de inmigrantes por el tango. Era un amante de
Gardel, el uruguayo Julio Sosa y el tango de los ‘40 y primeros ‘50, pero
aborrecía a Astor Piazzola. Mi formación arranca tanto por el rock como por los
cantautores de los ‘60: Joan Manuel Serrat, Paco Ibáñez, Patxi Andión, y la
nueva música folklórica argentina y latinoamericana: Violeta Parra, Alfredo
Zitarrosa, y un largo etcétera. Con el jazz me encuentro en los comienzos de la
dictadura de 1976 y empiezo a escuchar a los grandes del bop y del cool de los
años ‘50 y ‘60. Me enamoro de Miles Davis, Keith Jarret, ¡Charly Haden! y muchos
otros. Hay un acervo cultural enorme en los años que van desde final de la
segunda guerra a los ‘80, por lo menos. Considero que se ha ido perdiendo esa
riqueza y hay una estandarización tremenda de las propuestas musicales (lo mismo
que con la cultura en general) que se corresponde con lo que Castoriadis llamó
“el avance de la insignificancia”. Estamos en una época en donde la profundidad
puede hallarse en la experiencia con pequeños grupos, fuera de la
grandilocuencia de los planteos del “mainstream”, de los presupuestos y dictados
del “mercado”. Estamos inundados, por otra parte, de un interminable “revival” y
refritos de músicas de las décadas pasadas, y eso es solo otra estrategia de
mercado: golpes de pura y envenenada nostalgia.
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Carlos Aprea con periodista Lalo Painceira y
los poetas Julian Axat y José Maria Pallaoro
12 — Tengo entendido que has viajado tanto como te ha sido posible.
CA — Por arraigada convicción y necesidad vital. Recorrí gran parte de nuestro
país, varios de Latinoamérica y algo de Europa. Hay un cambio psicofísico
comprobado en quienes prepondera el hábito de los viajes. Un nuevo sentido de
pertenencia a la manada humana, de respeto frente a las nuevas geografías. Una
manera mejor de ubicarse frente a los propios conflictos, las expectativas, las
esperanzas. Y lo más conmocionante, el mayor aprendizaje es cuando uno se anima
a “perderse” por callecitas, por senderos poco explorados, por fuera de la
postal turística. Recuerdo ahora, por ejemplo, una charla con un maestro
campesino de Cotacachi, en Ecuador, que mantuvimos mientras almorzábamos en una
feria de comidas típicas y bailes, donde permanecimos hasta proseguir nuestro
trayecto a Quito. El maestro nos explicó, con absoluta calma y dedicación, la
concepción de justicia de las comunidades indígenas andinas, en donde enseñaba.
Terminamos de almorzar y se despidió calzándose el sombrero y diluyéndose entre
el gentío.
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13 — ¿Y los deportes?...
CA — No he sido un buen deportista, pero me atraen los deportes de equipo. En
futbol soy hincha (no fanático) de Gimnasia y Esgrima La Plata, y del Barcelona
F. C., como para compensar tanta sequía de triunfos locales. Hay una belleza
implícita en el buen juego que, cuando sucede, provoca una emoción sin dudas
estética. Siento que pasa lo mismo en el rugby o el básquet. Pero no he
mantenido hábitos deportivos; si algo me ayudó a sostener alguna disponibilidad
física es la práctica teatral y las disciplinas vinculadas.
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14 — Sos miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Plata.
CA — En realidad, he sido miembro activo durante algunos años, a fines de la
década de los ‘90. Sucede que por haber trabajado, a comienzos de la
recuperación democrática, junto a Emilio Pernas, miembro fundador de la APDH de
La Plata, conocí a muchos de sus integrantes y valoré (y valoro) su sostenida
defensa y promoción de los derechos humanos. Las consecuencias de la última
dictadura militar sobre el tejido social y cultural de nuestra región han sido
tremendas. La Plata fue uno de los epicentros de la represión sistemática y las
huellas están presentes aún hoy. Dentro de la actividad artística fue casi
impensable para nuestra generación no reflexionar sobre esa época y actuar en
consecuencia tratando, al menos, de impulsar la verdad y la justicia sobre la
barbarie cometida y el castigo a los culpables.
15 — Si sos un tipo sociable y hasta te agrada cocinar
—según me refirieron—, tendrás bastantes amigos.
CA — A esta altura de la vida, ¡y después de varios años de intoxicaciones
virtuales!, no creo que la amistad tenga que ver con la cantidad, tampoco con
una selección de distinguidos o exquisitos. Pero es cierto que me gustan las
reuniones, la conversación, la charla animada con algún brebaje compartido y esa
leve exaltación de los sentidos que hace que la afabilidad y la empatía brillen.
Hay que preservar y ampliar esos espacios de convivencia. Hay una concepción de
la cultura como mero entretenimiento que está matando la formación de un público
inteligente y sensible frente a los problemas humanos. Una alternativa
igualmente miserable es la idea de lo culto como una acumulación de datos, como
si se tratara de postales o fichas para demostrar cierta pertenencia social,
cierto “roce”. En ambos casos se degrada el trabajo creador y el hábito del
dialogar, del intercambio, no solo de certezas, sino de lo que es más
importante: dudas, hipótesis imprecisas, el riesgo del placer de lo inseguro,
aquello que por bello o insondable nos conmueve. En ese momento cada uno se
cierra en una ristra de lugares comunes y la amistad, como el amor, se degrada.
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16 — ¿Qué poetas admirables, olvidados o no tanto, no han modificado el curso de
la literatura, y cuáles sí lo han hecho?
CA — No sé responderte. Quizás porque no tengo un canon adquirido, ni una
formación académica con la cual dialogar, discutir, aprobar, refutar. Evalúo,
más bien, que en la historia hay “corsi e ricorsi” y además, somos parte de una
cultura en profunda mutación, cuyo sentido, su dirección, es para mí un
misterio. Por ejemplo, ¿alguien ha recogido el guante de Miguel Ángel Bustos
[1932-declarado desaparecido por la dictadura militar el 30.5.1976] y estudiado
a fondo las poéticas de las culturas originarias de América como para generar un
nuevo lenguaje americano? ¿Es posible ir más allá de las búsquedas de un Gelman
o Leónidas Lamborghini con sus planteos sobre la lengua? ¿Es posible recuperar o
reformular el vínculo de la poesía con el ritmo y la música presentes en los
orígenes del propio idioma español? ¿Es posible superar cierta desmedida
atracción por un canon “norteamericanizado”? Por otra parte, hay una excesiva
propensión a fijar campos, clasificar, esquematizar o periodizar a la cultura, y
a mí no me interesa. Es una tarea de la Institución. Lo que debe ser facilitado
es el acceso a la poesía universal y después, que cada uno encuentre su poeta.
Reconozco que en distintas etapas he necesitado la novedad, y en otras volver a
las fuentes de mis primeras lecturas o de la propia lengua, pero en todos los
casos, yo no puedo separar totalmente poesía y experiencia y ése es mi límite,
tanto para la exploración como para el gusto. Entonces no se cuán olvidado está
un Cesare Pavese o un Baldomero Fernández Moreno, por poner ejemplos, porque el
problema es otro: muchos no los conocen y sus lecturas están guiadas por el
canon de cierta moda muy sitiada y elemental.
17 — En “Yo el supremo” de Augusto Roa Bastos, esto:
“Delirio de la transparencia: el lector, olvidado del libro, se ve mirado y
leído por los personajes”. ¿Alguna experiencia tuya de lectura se acercaría a lo
descripto?...
CA — Sí, lo he percibido en mi adolescencia, con algunos libros de Bradbury
(recuerdo, por sobre otros, “El vino del estío”); lo he sentido en los ‘90 con
algunos de Paul Auster; no olvido el impacto de la lectura de Roberto Arlt en mi
juventud, el terror de ser un Erdosain sin rumbo, vagando por una ciudad
devastada. Hay algo en los grandes libros que inevitablemente nos interpela en
tanto humanos, nos enfrenta con nuestras propias dudas y decisiones vitales.
Pasa con la gran literatura, con la gran poesía. Cómo no recitar en plena
dictadura, como un mantra mental, el “mañana es mejor” del amado Luis Alberto
Spinetta; cómo no sentir que Raúl Gustavo Aguirre cuando escribe “(...) No
importa que no haya solución para nadie ni perdón para nadie,/ ni si al fin
estás solo en las salinas de la madrugada/ haciendo todo lo posible para que
salga el sol,/ para que esos rostros queridos no se hundan en los rápidos de la
nada/ que acecha tanta maravilla”, está hablando de nosotros, de nuestra
tremenda orfandad, de nuestra esencial desolación.
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18 — ¿Qué te hace reír a mandíbula batiente?
CA — Desde hace dos años, el humor, la alegría, tienen que ver con mi nieto. Es
difícil no caer en lugares comunes, pero la presencia de un niño revitaliza al
niño propio y con él uno se permite toda clase de ridiculeces y absurdos.
Siempre me ha entusiasmado ese tipo de comicidad. Puedo escuchar una y otra vez
algunos de los monólogos de Daniel Rabinovich con “Les Luthiers” y no dejo de
llorar de la risa con sus juegos de palabras; lo mismo me pasa con los grandes
del cine mudo, como Chaplin o Buster Keaton.
En lo estrictamente personal, me complace recrearme con el ridículo cuando tengo
la posibilidad de hacerlo, sobre todo para escapar de cierto malestar que me
“encabrona” como consecuencia de realidades que me violentan (también, claro
está, por el propio avance de mi edad). Pese a diferencias, o incluso algún que
otro malentendido, con mis hermanos sobrevive cierto hábito del juego absurdo y
el humor, y es muy curativo.
19 — ¿Carlos Mastronardi, Francisco Madariaga o el ya citado Leónidas
Lamborghini?
CA — Me golpeó primero Madariaga, ese “criollo del universo” me parece
entrañable y bellísimo, esa especie de sincretismo entre la vanguardia
surrealista y su amor por la tierra natal, “lo real maravilloso” de los esteros,
imágenes de una potencia arrasadora. En Lamborghini me seducen sus escarceos
sobre los mecanismos del idioma y su vocación política profunda. Política en el
sentido más ubérrimo del término, como sentía Vallejo o Gelman; en Lamborghini
hay una ironía que viene en la lengua amasada desde el fondo de nuestra
historia, presente en nuestras clases populares, en sus mitos y en sus
esperanzas y luchas, y él opera con todo el andamiaje de la vanguardia, para
resignificarla, para hacerla presente vivo. Con Mastronardi me he atrevido poco,
y lo poco leído lo debo a los poetas mayores de La Plata. Alguna vez charlamos
con Mux o con Preler sobre lo que significó Mastronardi para ellos; creo que su
poesía está emparentada con las suyas, una forma de llegar a una economía del
lenguaje sin altisonancias, sin recarga emocional, un “objetivismo de provincia”
me animo a decir, para poder hablar de graves o sencillas cosas y conservar un
sentido casi sacro del poeta y su oficio, esquivando banalidad y
grandilocuencia, dos graves carcomas del poema.
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20 — ¿Sor Juana Inés de la Cruz, Katherine Mansfield o Delmira Agustini?
CA — No son escritoras que haya leído exhaustivamente. Me siento más cerca de
Katherine Mansfield, por temperamento, por su peripecia vital, pero volver a
leer a Sor Juana o a Delmira es refrescar el idioma propio. Necesito, cada
tanto, releer la extensa historia de nuestro español. No se puede, me parece,
abandonar a Quevedo, Jorge Manrique, Cervantes…, San Juan de la Cruz, las
cántigas de Alfonso X, los viejos romances, los cantares de gesta…
21 — Opina una de las dos narradoras de la novela “La elegancia del erizo” de
Muriel Barbery: “La facultad que tenemos para manipularnos a nosotros mismos
para que no se tambaleen lo más mínimo los cimientos de nuestras creencias es un
fenómeno fascinante.” ¿Añadirías…?
CP — A pesar de que sabemos que somos equilibristas, allí arriba, entre vientos
cruzados, sonidos sorpresivos, un pájaro inesperado que nos roza el hombro y el
rumor que sube desde quienes nos observan desde el suelo, ajustamos
milimétricamente cada músculo del cuerpo, segundo a segundo, para no caer de la
cuerda… Pero tal vez sentimos que somos como las casas flotantes de Ámsterdam o
el Tigre: no hay cimientos, nuestras creencias no pueden sostenerse como una
roca imperturbable en un planeta en permanente mudanza, en permanente
desarraigo. Quizás lo único inmutable sea la interrogación que llevamos grabada
a fuego dentro nuestro y empuja algo parecido a una fe, algo para tener con qué
seguir viviendo.
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22 — “¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?
CA — ¡Deseo un poco de rutina…! Estos últimos años han sido muy activos, con
proyectos y participaciones diversas, con muchos encuentros, charlas; no percibí
que me hayan provocado desánimo, que me hayan “aplastado”. En todo caso, me han
golpeado datos de la realidad social y política, de la cual solo puedo responder
con mi cuota de esfuerzo y aspiraciones. En más de una oportunidad he sentido la
urgencia de vivir con la mayor intensidad posible.
23 — ¿Qué tipo de dramaturgia preferís? ¿Cuál detestás?...
CA — Hace unos meses vi “Terrenal”, de Mauricio Kartun y salí exultante del
Teatro del Pueblo. Es la dramaturgia que más me interesa: replantea una gran
historia universal trasplantada a nuestra geografía y nuestro acontecer (y con
una labor actoral soberbia a partir de un evidente buceo en la gestualidad y el
juego y el sinsentido propio del humor de insoslayables actores que hemos tenido
por aquí). No es la primera vez que me pasa con Kartun. Detesto la dramaturgia
que no arriesga, el subproducto televisivo. Y, en parte, el teatro de gran
producción (particularmente la comedia musical) que se ofrece como un calco de
producciones importadas, sin trazos de adaptación o relectura: una nefasta
banalización.
*
Carlos Aprea selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:
También vivimos
de recuerdos,
de evocaciones,
también vivimos
en la playa desolada,
desguarnecidos,
llamando inútilmente
en la tempestad,
también vivimos
la marea baja lenta
y se vislumbran
manchas,
basuras,
restos
sobre la playa,
caminamos
sobre la anatomía descuartizada
de la derrota,
aún son tenues los llamados,
tenues y temerosos,
un horizonte en brumas,
así
también vivimos
entre ceremonias de exhumación
y primaveras
esta nueva estación
y sus milagros
de horas dilatadas,
de reencuentros,
de homenajes tardíos y delirios,
del sabor amargo de la nada
y el hambre
de lo imposible,
y la fe y los rencores,
también vivimos.
(de “La intemperie”)
*
Los perdedores
gozosa herida,
insistencia absurda de golpearse y golpearse
con la misma miseria los oídos,
noble madera carcomida, herrumbre de los años,
persistencia,
canción cortada por el hacha de un carnicero
viva en sus pedazos,
crece en tiempo de descuento,
cuando la edad comienza a ser una amenaza,
crece
una música tatuada en las entrañas,
para que la clasifiquen los imbéciles
y le teman los traidores,
y los asesinos sepan que nunca descansarán
y aunque sea
les sirva de condena,
no hay llanto tan feroz,
ni dolor tanto,
melodía embrujada que nos arrimas al borde aquel
de la derrota,
y nos empujas seductora a ese otro lado donde todo calla
para siempre,
quizá no fuimos fieles a patrones o ejemplos,
quizá el azar marcó de canto una baraja mala
y nos dejó sin falta ni resto,
o tal vez temblamos más de lo que el tiempo exige
a los verdaderos triunfadores,
y perdimos el fiel, el equilibrio, la mesura,
el cinismo de los escaladores,
y la alegría de los exitosos sin culpa y sin memoria,
pero aún nos conmueve
una “esperanza absurda, que es toda la fortuna...”,
melodía embrujada,
sirenita,
te reís de nosotros que no queremos cera en los oídos,
aunque tu canto convoque los dolores más hondos,
y persistimos en hacer el viaje
atados al palo mayor,
sin brújula ni timón, sin cartas ni astrolabios,
sin marea ni mar,
despidiendo a los muertos que mueren todavía,
sin llegar a saber
si la nave parte, si sube la marea,
atados al palo mayor, de una nave varada y descompuesta,
no hay otra cosa que sea tan inútil
no hay otra cosa que nos importe tanto.
(de “La intemperie”)
*
La poda
entrado el invierno,
fría la tierra, la corteza fría,
las ramas implorando hacia el cielo plomizo,
el viejo calza sus guantes y prepara
la pinza de podar,
observa en el ciruelo sus extendidas ramas,
recorre el cuerpo que ha dado el tiempo
a la copa desnuda,
sus antiguos nudos, sus bifurcaciones,
adivina una geometría que subyace
oculta a nuestra vista
y comienza, corte a corte,
a volverla visible,
de cada uno de estos cortes
dice,
depende la próxima cosecha.
(de “Abrigo”)
*
XVI
lucero lucerito no te vayas ya
que te demores pido
aprestos
en la madrugada lenta
mente separa el tibio goce
abrigo cuerpo de mujer
y una alegría tristísima cae una lluvia
solo en nosotros mudos
¡oh comprensión inútil!
fundar una estirpe o
vislumbrarla
en la hora exacta de la partida
en el bolsillo ella deja
un mensaje
y se esfuma,
caracteres
palabras
una oración
el idioma aplicado
ahora
es para nosotros
figuras para decirlo
todo
figuras para nombrar
la ausencia
y el mensaje desaparece
deviene lluvia un río
cae sin mojar
dolor y gozo
callados
es la ausencia
el maestro impasible huele
el viento del este
tiembla la camisa hawaiana:
es la hora
sabemos
y no asombra el saber
vuelve serena la tristeza
es la hora
y ni mirar atrás
no hay nada.
(de “La camisa hawaiana”)
*
Sociedad de masas
Fuimos con mi amor
hasta las últimas consecuencias.
Golpeamos a su puerta. No atendían,
estaban ocupadas en un millar de casos parecidos.
Insistimos, desesperados como estábamos,
y finalmente,
nos dieron un numerito
y nos pidieron que volviésemos
la próxima semana.
(de “Política líquida” (del Sobre-plaqueta Ediciones de la Talita Dorada, 2009))
*
Arditti
Entre cardos y pastos desmesurados
la vieja estación
naufraga
con la caída de la tarde.
Unos perros flacos
aúllan su soledad al vernos,
por un momento,
entre las sombras
del tinglado en ruinas,
vuelve a pasar el tren.
(de “Pueblos fugaces”, 2012)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de La
Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos sesenta kilómetros, Carlos Aprea y
Rolando Revagliatti.
http://revagliatti.com/act9002/ultinf_aprea.htm
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