Todo
lo que los descensos de Quilmes me enseñaron
Por
Pedro Patzer
Quilmes es como la vida, no es como deseamos que sea, es como es.
Generalmente las autobiografías fracasan ya que no suelen ser las mejores
pinturas de los autorretratados, de hecho las mejores biógrafos de alguien son
sus hechos, sus milagros cotidianos, sus vínculos, sus pasiones, sus amores, sus
caminos, sus derrotas y sus victorias. No sólo sabemos de San Martín por la
liberación de Sudamérica, también dice mucho de él, su amor por la guitarra y el
vino. Einstein, no sólo es recordado por la teoría de la relatividad y sus
hallazgos científicos, también por su torpeza. Los hijos de sus colegas y amigos
esperaban la visita de Albert, ya que siempre rompía algo: arreglos de mesa,
jarrones, platos, etcétera. Manuel Dorrego no sólo es memorado por su injusto
fusilamiento, también por ser un gran bromista: fue sancionado por San Martín,
cierta vez que se burló de la delicada voz de Belgrano, entre tantos otros
apercibimientos que recibiera a causa de sus bromas. Estamos hechos de muchas
cosas, o como diría Pablo Neruda de su poesía, somos una ola hecha de todas las
olas. Mi biografía, como la de tantos hinchas, está hecha, entre otras cosas,
por la compleja historia del Quilmes Atlético Club (me niego a llamarlo “Atletic”,
como fue fundado por los ingleses adictos al té y que generara el nacimiento de
su archirrival “Argentino de Quilmes”, apodado el mate)
Wikipedia advierte que Quilmes es el club que más veces perdió la primera
categoría en la historia del fútbol argentino; pero también el que más veces
ascendió. Pienso en cómo se parece a mi vida esta definición: ¿Cuántas veces me
fui al descenso, pero cuántas veces hice todo para volver a ascender? Y subo la
apuesta, cómo se parece a mi Argentina: ¿Será el país que más veces se fue al
descenso pero también, gloriosamente, el que más veces consiguió ascender?
Dictaduras, crisis económicas terminales, neoliberalismo, pobreza, y de repente
se pone de pie y juzga a los militares, y vuelve la democracia, y vuelve a caer,
y vuelve la justicia social, y vuelve a caer y así. Sin embargo hay algo en esto
de tener fe en el ponerse de pie, una fe tan argentina, tan del hincha de
Quilmes que hasta podría llegar a decir que después de cada descenso, de cada
crisis, no somos los mismos y que hasta - paradójicamente -somos mejores. Por
estos días en que habita en mi la desazón de regresar a la B, recordé al mejor
de los peores jugadores que se haya visto en el fútbol mundial. Un crack con
mala fortuna, un habilidoso que nació con los pies equivocados, me refiero a
Castro Villaselín, ex jugador, por supuesto, de Quilmes. A muy pocos jugadores
se los ha visto hacer las cosas que a Villaselín: iniciar jugadas maradonianas
desde la mitad de la cancha, eludir a cinco rivales, alcanzar el área, superar
al arquero y ahí, dejar su huella castrovillacelinsense y mandarla a la tribuna.
Cierta vez, en la cancha de Laferrere, Castro Villaselín tapó con su pecho un
remate de un rival, evitó el gol y desde el área chica compuso una jugada que
debiera ser recordada como “La gran Castro Villaselín”, desde el punto del penal
comenzó a danzar con el balón, sus movimientos eran de una belleza muy pocas
veces vista en la historia de la cancha de Laferrere y diría en la historia del
Nacional B (como se llamaba en los noventa a la segunda división) Villaselín
comenzó a eludir rivales, eran un toro desdeñando a los toreros, no había
espectador que no sospechara que estaba siendo parte de un acontecimiento
irrepetible (no hay registros fílmicos de esta “contrahazaña” deportiva) porque
el mejor de los peores jugadores dejaba la prosa del fútbol para habitar la
poesía, de modo que Castro Villaselín, entre caños, bicicletas, y otros
menesteres, eludió a los once jugadores de Laferrere, dado que el arquero se vio
encandilado ante lo sublime de semejante jugada. Villaselín estaba solo frente
al arco, fue entonces que el gran Castro, el que había dejado a todo el equipo
rival revolcado en la cancha, el que hizo del público de un partido mediocre,
testigo de un suceso extraordinario, mandó la pelota al circo que estaba
instalado en el terreno lindero.
La hinchada de Quilmes no se quejó, la de Laferrere no se burló, todos sabían
que allí había un distinto, un jugador que venía a enseñarnos – como Quilmes y
sus descensos, como Argentina y sus crisis - el otro corazón de este juego que
todo creíamos saber de memoria.
Junio 2017
![](casita.gif)
|