ZONA LITERARIA - EL TEXTO SEMANAL
“De Héctor Viel Temperley a Darío Canton hay un abismo”
Entrevista a Juan Carlos Moisés por Rolando Revagliatti
Juan Carlos Moisés nació el 4 de agosto de 1954 en la ciudad de Sarmiento,
provincia de Chubut, la Argentina; desde 2015 reside momentáneamente en la
ciudad de Buenos Aires. Entre 1978 y 1991 se desempeñó como Profesor de
Educación Física en el Instituto Técnico Agropecuario “Juan XXIII” (actual
Escuela 725). Fue Coordinador de la Semana de las Artes, en el Instituto
Secundario Gobernador Fontana, desde 1998 hasta 2006. Durante 2004 ha ejercido
como Profesor de Teatro en el Área Artística de la Escuela Superior Docente, y
lo fue entre 1998 y 2006 en escuelas de Nivel Medio, en las que desde 1995 a
enero de 2014 ha sido Profesor de Lengua y Literatura, y Culturas y Estéticas
Contemporáneas. En 1984 y 1985 se desempeñó como Director de Cultura de la
Provincia de Chubut. Sus dibujos han sido expuestos en muestras individuales y
colectivas y se han difundido en libros, periódicos, revistas, programas de mano
de espectáculos teatrales. Parte de su dramaturgia se socializó en volúmenes
editados en los últimos años. Sus dos libros de cuentos se titulan “La velocidad
de la infancia” (2010) y “Baile del artista rengo” (2012). Entre 1977 y 2015
publicó los poemarios “Poemas encontrados en un huevo”, “Ese otro buen poema”,
“Querido mundo”, “Animal teórico”, “Museo de varias artes”, “Palabras en juego”,
“Esta boca es nuestra” y “El jugador de fútbol” (además del cuadernillo —breve
antología— “El ojo de mi caballo” en 2009). Entre otras, ha sido incluido en las
antologías “Nacer en los 50” (selección de Hugo Fiorentino, España, 1985),
“Poesía entre dos épocas” (selección de Fernando Kofman, 1985), “Abrazo austral
(Poesía del Sur de Argentina y Chile)” (selección de María Eugenia Correas y
Sergio Mansilla, 1999), “Signos vitales” (selección de Daniel Fara, 2001), “Una
antología de poesía argentina” (selección de Jorge Fondebrider, Santiago, Chile,
2008), “Antología federal de poetas de la región patagónica” (2015). Colaboró
con poemas, cuentos y microrrelatos en numerosas publicaciones periódicas de su
país y del extranjero. Ha sido jurado en diversos certámenes y presentó
ponencias en encuentros de escritores en Argentina y Chile.
1 — Has residido durante seis décadas en la ex Colonia Sarmiento. Te propongo
que nos describas ahora, ya a 1941 kilómetros de aquella localidad de origen
galés, paisajes, vida social y cultural, su evolución.
JCM — La Colonia Sarmiento que me vio nacer era un pueblo pequeño, de 5.000
habitantes sumados el centro urbano y la zona de chacras. Está ubicado en un
valle amplio, en medio de mesetas y sierras de la Patagonia Central, al sur de
la provincia del Chubut. El río Senguer, que nace en la cordillera, da un rodeo
al pueblo, como si lo abrazara, y forma dos lagos, el Musters y el Colhue Huapi.
Durante muchas décadas fue un valle agrícola y ganadero, que se autoabastecía de
alimentos. Creado por decreto nacional en 1897, no fue una colonia estrictamente
galesa. Además de algunos habitantes originarios que estaban asentados en el
lugar, en esos primeros años también llegaron polacos, italianos, lituanos, y
otros. Las crónicas dicen que fue muy dura la vida del comienzo. Hoy, y desde
hace ya algunos años, la actividad petrolera llegó para quedarse, transformó la
economía, la conformación social y cultural, y se volvió directa e
indirectamente en la principal fuente de ingresos de la población. Como dice un
amigo, se parece a un barrio de Comodoro Rivadavia. El de hoy cuadruplicó sus
habitantes, llegados de otras provincias y países vecinos. Como si fuera una
nueva fundación, digamos. Lo que no está mal en sí mismo, salvo por el peligro
de contaminación para el medio ambiente que significa la explotación petrolera,
que es otra de las formas riesgosas, acaso criminales, de la minería. El suelo
ya no es ni será el mismo. Las numerosas chacras, con animales y sembrados
varios, que rodeaban al pueblo son barrios y loteos que cambiaron el paisaje
urbano y rural. Ya no es el pueblo de mi infancia ni el de mi primera juventud,
ni siquiera es el pueblo donde nacieron y se criaron mis hijos. Entonces había
un cine y clubes sociales. Había un ferrocarril que unía la Colonia con Comodoro
Rivadavia, cuando las rutas aún eran de pedregullo. Había chacras con vida a
raudales porque vivían familias numerosas, había tambos, caballos para andar.
Las calles eran de tierra que en invierno se congelaban durante tres meses,
donde patinábamos como si fueran lagunas heladas, y los veranos duraban hasta
marzo. Y sobre todo, había muchas canchitas de fútbol. Ese pueblo y esos años me
constituyeron como poeta, como artista. Hoy, alejado desde hace dos años, lo
traje conmigo y lo llevo a donde voy.
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2 — De las ponencias que has presentado en foros y congresos me atrae por su
título “Arte en las márgenes: centro y periferia” (el 8 de junio de 2007 en el II Encuentro Nacional de Escritores de La Plata).
JCM — La ponencia fue propuesta por la organización del evento. Me interesó el
tema. Siempre me consideré un artista periférico, sin connotaciones, sin renegar
de la suerte, más bien todo lo contrario, aunque cualquier noción de periferia
siempre supone un valor negativo. No fue así. A partir de los veinte años lo
tomé como mi propio desafío, la vara alta, es decir la provocación que la
realidad me puso en el camino. Digamos que esa periferia fue por partida doble:
de la metrópolis que significaba Buenos Aires, por ejemplo, y de las ciudades de
la Patagonia donde había una cierta actividad artística que no me incluía por
motivos geográficos. De hecho, es la Patagonia, y la variedad de zonas y matices
que hay en ella, el objeto de análisis. No me interesó particularmente el
aspecto mítico ni los textos de viajeros, que ya los hay muchos y han sido y son
difundidos en gran parte del mundo desde el siglo XIX, que es más o menos cuando
se pone en marcha la acepción moderna de la voz “literatura” (según Terry
Eagleton), sino el hacer artístico contemporáneo. Me explayé sobre el presente
(esto es, las últimas décadas) y las posibles derivas que pudieran resultar o se
pudieran intentar, con toda la libertad que supone el hecho creativo en
particular y en general. La frase acuñada por el poeta y narrador Raúl Artola,
“la periferia es nuestro centro”, creo que es un modo lúcido de acceder a esta
problemática. Con todo, mi visión no contempla que me defina como “escritor
patagónico”, aunque de hecho lo soy por haber nacido en un pueblo perdido del
Chubut, pero sin ejercer ni proponer una “militancia” de carácter regional, y
mucho menos una preceptiva. La Patagonia, una región amplísima y cambiante pero
una más del planeta, me constituyó para hacer lo que hago y como lo hago. Aun
así tiendo a ser de los que miran las cosas por el ojo de la cerradura.
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Juan Carlos Moisés con Mempo Giardinelli y
Fernando Operé en 2000
3 — ¿De qué modo te fuiste desarrollando y afianzando como dibujante? ¿No has
pensado en abrir un blog y allí instalar tus trabajos de artista plástico?
JCM — A los 16/17 años empecé a dibujar y escribir al mismo tiempo.
Rudimentariamente, por cierto. No sabía ni podía saber entonces cuál de las dos
actividades iba a tener prioridad. La primera exposición de dibujos (con plumín
y tinta china) la realicé a los diecinueve años a instancias del artista de mi
pueblo Guillermo Caroli Williams, de familia galesa, que fue mi primer maestro
en el arte y amigo de toda la vida. Era 1973. Ese mismo año publiqué mis
primeros textos (poemas, un cuento, un par de notas) en una revista literaria
que hicimos en el pueblo con amigos. En el 81 me quedé sin trabajó y me ilusioné
con el dibujo de humor. Hasta pensé, por necesidad, que podía recibir algún
dinero a cambio. No fue así. El dibujo y la poesía siguieron siendo el centro de
mi actividad hasta comienzos de los 90, cuando el teatro pasa a ser la tercera
actividad en discordia. Ya para esos años, además de dibujar surgió la
posibilidad de escribir guiones de historieta para el joven y talentoso
dibujante Alejandro Aguado, de Comodoro Rivadavia, que comenzó a sacar una
revista del género, “Duendes del Sur”, que después de una interrupción sigue
saliendo como “La Duendes” y tiene inserción nacional e internacional. Aguado
también dirigía un suplemento en el diario “Crónica”, de Comodoro, “El espejo”,
donde todos los dibujantes, ilustradores e historietistas de la Patagonia
tuvimos oportunidad de publicar. Fue el teatro, la escritura de obras y la
dirección de un grupo independiente, que me absorbieron casi por completo. Ya a
mediados y hacia fines de los 90 el dibujo y los guiones, e incluso la poesía y
la narrativa, quedaron relegados, aunque seguí escribiendo y dibujando sin
publicar nada, esperando un momento más propicio para poder trabajar en fino lo
que iba saliendo. Entre el tercer libro de poemas, “Querido mundo” (1978), y el
cuarto, “Animal teórico” (2004), pasaron dieciséis años. Exageré un poco, es
cierto, pero fue inevitable. Ni dramaticé ni desesperé. Desde entonces, la
escritura de poesía volvió a ocupar un lugar central. Pero el teatro había
dejado su marca. Los temas y el tratamiento del poema se diversificaron, me
pusieron ante nuevas problemáticas formales. En algún momento pensé en subir los
dibujos a internet, pero mucho del material que dibujé lo obsequié a los amigos
y no tuve el cuidado de dejar copia. De modo que ese proyecto, como me gustaría,
sería casi imposible de realizar. Además, para hacer todas estas cosas se
necesita tiempo, y yo no lo tuve en los últimos años, apremiado por los trabajos
para sobrevivir y otros inconvenientes que la vida se ocupa de ponernos en el
camino.
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Juan Carlos Moisés con sus tíos
4 — Es al comenzar la atroz década de los noventa cuando comenzás a darte a
conocer como dramaturgo y director teatral.
JCM — Tal vez fue una coincidencia. Pero de ser un poeta inadvertido en mi
pueblo pasé a escribir obras que hablaban de la realidad de aquellos días y a
presentarlas, como dije antes, con el grupo que dirigía, “Los
comedidosmediante”, creado con amigos del pueblo. La dramaturgia me dio la
posibilidad de compartir con un público, en vivo, lo que no ocurría con la
poesía. Todas las obras hablan de esos años. Los temas sociales, acuciantes y
devastadores para el país, no faltaron. El proyecto de grupo fue simple pero muy
trabajoso: escribir las obras, dirigirlas, hacer la puesta en escena, estrenarla
en el pueblo y llevarla a donde fuera posible. Los actores fueron fundamentales
para terminar de afinar los textos en los ensayos. Muchas veces necesitamos
ayuda técnica sobre aspectos de actuación puntuales. Creo que con esa tarea
difícil pero apasionante advertí el modo en que la plástica y la poesía se
hacían presentes directa o indirectamente en el teatro. Tuvimos la posibilidad
de ser reconocidos en la provincia y representarla en tres Fiestas Nacionales y
en varios festivales. Viajamos a gran parte del país con nuestras obras. Luego
de casi diez años, menos por deseo que por necesidad, dejé el grupo y comencé a
dar clases a alumnos de nivel secundario, en cuyo colegio ya daba literatura.
Pudimos hacer muchas obras creadas por los mismos alumnos, mostrarlas en el
pueblo, dentro y fuera del colegio, y llevarlas a festivales juveniles de
Comodoro Rivadavia. Hoy estoy jubilado de la docencia y todo eso es nostalgia y
maravilla en mi memoria.
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Juan Carlos Moisés con escritores y amigos
5 — En tres tomos (“La historia de Asemal y sus lectores”, 2000; “De la misma
llama. III De plomo y poesía (1972-1979)”, 2006; “De la misma llama. VII La
yapa. Primera parte (1990-2006)”, 2014) de una propuesta del poeta y sociólogo
Darío Canton (editados por el sello Mondadori), se reproducen dibujos tuyos y
correspondencia que mantuviste con él. Y también has sido incluido en el volumen
“Correspondencia” del poeta y “mítico imprentero” Francisco Gandolfo (con
prólogo de Osvaldo Aguirre, Ediciones en Danza, 2011).
JCM — En el sur las cartas fueron mi modo de sobrevivencia cultural y algo más.
En enero de 1973 un hecho casual que me ocurrió en Buenos Aires al conocer a
Jaime Poniachik en una librería (“Leo Libros”) de la calle Pueyrredón en la que
trabajaba, fue muy importante porque me dio la posibilidad de relacionarme por
correspondencia con la familia Gandolfo, de Rosario. Bellas personas: Francisco,
Elvio y Sergio, con quienes mantuve una amistad ininterrumpida. En 1974, cuando
estudiaba en La Plata, hice un viaje para verlos. También, a la par, tuve y
tengo, también en Rosario, un contacto fluido con el poeta Jorge Isaías. Fue
precisamente este escritor nacido en Los Quirquinchos quien editó mi primer
libro en enero de 1977 con el sello de La Cachimba. Se imprimió en la imprenta
La Familia, de los Gandolfo. El segundo y el tercero salieron con el sello de El
Lagrimal Trifurca, en la colección El Búho Encantado. En la década del 80 la
correspondencia con Francisco fue bastante regular y tan divertida como jugosa.
En 1975, en mi casa paterna del sur, a donde había vuelto a residir luego de
pasar por La Plata, recibí el N° 1 de la plaqueta “Asemal”, de Darío Canton.
Coincidió que el año anterior había comprado en una librería de Buenos Aires su
libro “Poamorio”, lo que promovió que le escribiera con agradecimiento y
entusiasmo. Fue una relación epistolar intensísima. Duró hasta 1979, cuando
agotó su proyecto de sacar en “Asemal” toda su poesía inédita. Fueron mis años
de formación y él tuvo mucho que ver. Ya hacía un año que venía limpiando mi
poesía de follaje innecesario. Y Canton es lo más despojado que hubo y hay en la
poesía argentina. A todos mis amigos les he enviado mis dibujos, o apenas
viñetas, acompañando las cartas. Canton tuvo la amabilidad de incluir algunos en
su obra completa, atípica y monumental, que va sacando por tomos. Cuando hacía
“mis palotes con la poesía”, como dice Charles Simic, fueron varios los poetas
con los que mantuve una asidua correspondencia y que considero fundamentales en
mi formación y en el sostenimiento de mi vocación de escritor: Además de los
nombrados, Raúl Gustavo Aguirre, Alfredo Veiravé, Edgar Bayley, Francisco
Madariaga, Rodolfo Alonso; de mi generación, Paulina Vinderman, Liliana Lukin,
Carlos Vitale, Pablo Ingberg, Carlos Barbarito, Carlos Piccioni, Fernando Kofman,
Santiago Espel, Alejandro Schmidt, Raúl Orlando Artola. Pero son muchos más.
También, y particularmente, los narradores Donald Borsella, de Chubut, Ivo
Marrochi, de Tucumán, y Carlos Roberto Morán, de Santa Fe.
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Juan Carlos Moisés con Andrés Gómez y Rodolfo
Montenegro
6 — En 1988 entrevistaste a un director cinematográfico que yo admiro, Carlos
Sorín, mientras filmaba en Chubut, y se reprodujo tu diálogo con él en el diario
“El Patagónico” de Comodoro Rivadavia.
JCM — Carlos Sorín filmó mucho en el sur y particularmente en mi pueblo. Había
hecho el servicio militar en Comodoro Rivadavia y quedó impresionado para
siempre con esa región de la Patagonia. Tanto es así que volvió a filmar
comerciales, y luego “La película del Rey”, una joya de la época. En 1988 filmó
parte de “Eterna sonrisa de Nueva Jersey”, que es una roadmovie a la vez que una
especie de comedia disparatada y dramática. En el equipo de producción vino un
amigo común de amigos del poeta Alfredo Veiravé, y también los actores Omar
Tiberti, que conocía desde el 84, y Daniel Kargieman, hijo del poeta Simón
Kargieman, con quien me escribía. De modo que tuve la posibilidad de compartir
muchos días de filmación en las locaciones de los alrededores y también las
horas de la cena y sobremesa, o los fines de semana que tenían libres. El
protagónico lo hacía Daniel Day-Lewis, que venía de filmar “La insoportable
levedad del ser”. Ya había hecho “Ropa limpia, negocios sucios” y “Un amor en
Florencia”. Parece mentira que el tiempo haya pasado tan rápido y tan
exitosamente para él, a quien describí, al mencionarlo, como “un joven actor
británico”. Para no herir susceptibilidades que tenían que ver con la Guerra de
las Malvinas, Sorín y su equipo decían que era un actor irlandés.
Paradójicamente, en 1993 se nacionalizó irlandés. El reparto era increíble: Juan
Manuel Tenuta, Miguel Dedovich (en “La película del Rey” interpreta al
aventurero Orélie Antoine de Tounens [1825-1878], quien se proclamó Rey de la
Araucanía y la Patagonia), Julio De Grazia, Gabriela Acher, Ignacio Quirós,
Rubén Patagonia (de quien era amigo porque había residido varios años de su
juventud en Sarmiento), Ana María Giunta, etc. La entrevista fue muy extensa;
tuvo la amabilidad y espontaneidad de explayarse en temas que me interesaban de
su cine y del cine en general. El resultado del film no fue el que esperaba
Sorín. Era una coproducción argentino-británica, con algunos inconvenientes en
el corte final. Creo que hizo mella en su relación con la industria. Demoró en
volver a filmar, y lo hizo de nuevo en la Patagonia. Fue en 2002, con “Historias
mínimas”, otra roadmovie de bajo presupuesto que le permitió ser valorado como
uno de los directores argentinos más interesantes.
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Juan Carlos Moisés con Darío Canton
7 — Y ya que nos acercamos al cine: ¿qué filmes basados en novelas te han
deslumbrado? ¿A qué actrices y actores “les creés todo”?
JCM — Dejando de lado cualquier posibilidad de mirada profesional, que no tengo,
puedo mencionar algunas que me agradaron/deslumbraron, tal vez por el momento en
que tuve la oportunidad de verlas. “Al este del paraíso”, “Dr. Zhivago”, “El
viejo y el mar” (con Spencer Tracy), “Por quién doblan las campanas”, “Rashomon”,
“El gatopardo”, “2001: una odisea del espacio”, “El gran Gatsby”, “Los muertos”
(de “Dublineses”), “La fiesta de Babette”, “Blade Runner”, la adaptación
bastante libre que es “Apocalipsis Now”…
Son muchos a los que “les creo todo”: Audrey y Catharine Hepburn, Jeanne Moreau,
Dirk Bogarde, Laurence Olivier, Jean Gabin, Anthony Quinn, Bibi Anderson, Liv
Ullman, Marcello Mastroianni, Francisco Rabal, Toshiro Mifune, Dustin Hoffman,
Al Pacino, Meryl Streep, Lena Olin, Daniel Day-Lewis, Carlos Carella, Ulises
Dumont, y tantos más.
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Juan Carlos Moisés con Carlos Juárez Aldazábal,
Raúl Aráoz Anzoátegui y Santiago Sylvester
8 — Y vamos a personajes: ¿cuáles por su carisma, por su potencia, por su
agudeza u otros atributos, te fascinan?
JCM — Que ahora recuerde: Héctor, Edipo, El Quijote, Sancho, Cordelia, Hamlet,
Ana Karenina, Leopold Bloom, Ahab, el hombre y la mujer de “El Ángelus” (de Jean
F. Millet), Claus y Lucas (de la novela de Agota Kristof).
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Juan Carlos Moisés con Jorge Isaías en 1994
9 — “Se llamará o no se llamará poema” es el título de un ensayo de tu autoría
incluido en el volumen “El verso libre” (Ediciones del Dock, 2010). ¿Qué tipo de
textos, cabalmente, merecen que se los califique de poemas? ¿A cuáles no se los
debiera denominar así?
JCM — Poema y poesía no siempre coinciden, o no siempre están destinados a
coincidir. Uno pertenece al mundo de los objetos, la otra es una manifestación
ontológica con un grado mayor de pureza que los mismos poemas. Pero la verdad,
no lo sé. Me gustaría saberlo pero no lo sé. Y es posible que en ese no saber
consista la búsqueda de saber qué es un poema y qué es poesía. Ya la variedad es
inmensamente grande en estos primeros años del siglo XXI y lo será cada vez más.
Las épocas van definiendo esa calificación, pero creo que se toman sus
necesarias libertades. Por ejemplo, de Héctor Viel Temperley a Darío Canton hay
un abismo, y sin embargo nada nos hace pensar que uno escribe poemas y el otro
no. Las artes en general van mutando hacia formas nuevas e impredecibles. En
algunos decenios lo que hoy se puede definir como poema va a sentir el paso del
tiempo. Por el momento sabemos que sigue vigente el verso o la prosa, con
imagen, sonido, ritmo, como en pintura la pincelada. No hay más. Cada uno toca
su propia música, con menor o mayor influencia del contexto.
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Juan Carlos Moisés con Elvio Gandolfo
10 — En 1993 y 1994, firmando con el seudónimo Indiana Proust, fueron
publicándose tus columnas “Aventuras Estelares” en “Nuestro Sur”, periódico de
tu provincia.
JCM — Eran seudo crónicas sociales y culturales sobre la realidad de mi pueblo
de esos días, con una pizca de poesía y mucho de ironía. No seguían un modelo.
Creo que eran bastante personales.
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Juan Carlos Moisés con Enrique Sandrini,
Andrés Gómez, Mirta Jodor, etc.
11 — Regresando a los personajes: sos el creador de uno de historieta unitaria,
“Morocho Dargüin”, el que con dibujos de Aguado se divulgó en el suplemento “El
Espejo”. Contanos sobre él, y sobre otros, también de historieta, que hayas
inventado.
JCM — Mi amigo Alejandro Aguado llegó un día a mi casa de Sarmiento, me mostró
el dibujo de un personaje estrafalario que acababa de terminar y me dijo que le
gustaría hacer una historieta con él ambientada en la Patagonia. Me entusiasmó
la idea, primero porque Alejandro es un muy buen dibujante, y luego porque era
un desafío más para mi escritura. El nombre de ese personaje, Morocho Dargüin,
me surgió, como se advierte, de dos conceptos opuestos. Charles Darwin era
inglés y recorrió la Patagonia. Además de fonetizar ligeramente el apellido, el
nombre, Morocho, me pareció que provocaba la tensión. Del mismo modo había
surgido el seudónimo con que firmaba las “Aventuras Estelares” que mencionaste.
El tema de la historieta era la Patagonia misma, vista a través de las
experiencias de este antihéroe simpático, que tenía tanto de viajero como de
poeta soñador. Después de salir semanalmente en “El Espejo”, se publicó, ya como
tira, en un periódico de la región. Ahí tocaba temas relacionados con lo
periodístico.
En 1992, año del quinto centenario, en el periódico “Nuestro Sur”, que se
editaba en el pueblo, publiqué una tira de humor que se llamó “El huevo de
Colón”. El personaje era un huevo. Refería desde aspectos locales hasta tópicos
del quinto centenario. Fue divertido hacerlo.
En “El Espejo” salieron muchos dibujos de humor que había hecho en años previos.
El humor, la ironía, siempre estuvieron ahí para colorear lo que hacía, dibujo o
escritura, y también, por qué no, para provocarme. De hecho, mis gustos poéticos
por el desparpajo de Nicanor Parra y de algunos de los nombrados fueron
inevitables, aunque debí tomar recaudos porque el humor en poesía puede ser
letal si no se lo puede mantener a raya. A veces se puede, a veces no. Según el
pulso y la vena del momento. Como variante del humor, la ironía, según Octavio
Paz, siempre es crítica.
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Juan Carlos Moisés, 1970 - Segundo a la
izquierda, en cuclillas - Con el equipo del Club Deportivo Sarmiento
12 — Además de primeros premios y otras distinciones por algunas de tus obras,
lo has sido también por tu trayectoria y en más de una ocasión. ¿Podrías
discernir para nosotros, más allá de la imaginable satisfacción, algo de un
orden recóndito, sutil?
JCM — De lo primero no hay mucho para decir; a veces se tiene suerte y un jurado
nos premia una obra. Literaria o teatral. No deberíamos tomarnos muy en serio un
premio como no ser premiados, cosa que ocurre, esta última, las más de las
veces, y uno igualmente sigue. Porque el mejor premio es poder seguir
trabajando, produciendo, con o sin ese tipo de satisfacción. Nunca está de más
recordar la famosa cita de Beckett: “Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra
vez. Fracasa mejor.” Lo segundo: esos reconocimientos fueron mimos locales de
parte de intendencias y del legislativo, entre otros. La sensación fue, en
alguna medida, que siempre es bueno sentirse profeta en la tierra de uno, a
pesar del dicho en contrario. Mi pueblo me dio demasiadas cosas buenas, dentro y
fuera de la tarea artística.
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13 — “Una lucha desigual con las palabras” es el título de tu primer libro en el
género ensayo y se publicará este año. ¿Qué otros libros —¿intentaste la
concepción de alguna novela?— estarían listos para ser editados?
JCM — “Una lucha desigual con las palabras” es un libro de notas sobre poesía
antes que de ensayos propiamente dichos, aunque el tono y la intención rozan lo
ensayístico y también lo poético. Un libro inédito que sí es de ensayos, cuyo
título es “En/sayos de literatura patagónica”, no tiene editor por el momento.
En 1992/93 escribí una novela pero fue un fracaso. De hecho trataba sobre un
personaje, tomado en parte de la vida real, que fracasa en la vida y en sus
deseos de ser un artista en la Patagonia. La novela no podía tener otro fin que
el de su personaje, lo que ya sería en sí misma una idea de arte conceptual.
Para escribir novela se requiere una técnica y tiempo y no tuve ni una cosa ni
la otra.
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Juan Carlos Moisés - Bolitas Negras -
Bariloche, Río Negro, 2012
14 — En tu pieza “Desesperando” (Inteatro, Editorial del Instituto Nacional del
Teatro, 2008), en “espera desesperada” los personajes mentan al “tío Samuel”,
ése que “ha estudiado muy bien las consecuencias del movimiento inútil”. Y en tu
pieza teatral “El tragaluz” (integrando un volumen con otras dos también de tu
autoría, “Pintura viva” y “La oscuridad”, Ediciones La Carta de Oliver, 2013),
uno de los dos únicos personajes se llama Samuel.
JCM — Soy deudor del teatro y asimismo de la narrativa de Samuel Beckett. Lo
leí, incluso su poesía, a partir de los años 80. Es el autor que tuvo mayor
impacto en mi concepción teatral y algo más. Incluso, a su pesar, en relación
con mi visión de la Patagonia. Mi último libro de poesía, “El jugador de
fútbol”, se inicia con un epígrafe que pertenece a la obra “Catastrophe”, de
Beckett, donde capciosamente, en relación a la forma y a la posibilidad de
mirar, hace referencia a la Patagonia. Creí necesario incorporarlo como
personaje en esas obras, en una de ellas en presencia, en la otra en ausencia,
pero que tuviera su peso, como contrapunto primero y como una vara con la que se
pudieran medir las acciones después. También es una especie de diálogo imposible
con él. Me hubiera gustado conocerlo, oírlo hablar, oír su silencio, percibir su
mirada en cualquier caso.
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Juan Carlos Moisés - Del programa de
Desesperando - Función en Sarmiento, Chubut, 1997
15 — “Los comedidomediante” obtuvieron primeros premios y se presentaron ante
públicos de varias provincias argentinas y hasta en Puerto Montt, Chile. ¿Cómo
fue dar a conocer “El tragaluz” en el casi centenario Teatro Nacional Cervantes,
único con ese rango en nuestro país?
JCM — Las funciones de “El tragaluz” en Chile las hizo el grupo “Sobretabla” de
Mendoza, dirigido por Rubén González Mayo. La función en el Cervantes fue como
consecuencia de haber sido premiados en la Fiesta Nacional de Teatro que ese año
1994 se hizo en Tucumán. Para nosotros, que partimos de la nada, hacer la obra
en un teatro con tanta historia fue tocar el cielo con las manos. Nos fueron a
buscar a Chubut, nos trajeron a Buenos Aires, nos alojaron, nos dieron de comer,
y luego nos llevaron de regreso. Además nos pagaron una gira por todas las
provincias patagónicas, desde Ushuaia hasta Santa Rosa, provincia de La Pampa, y
con el premio en efectivo pudimos comprar un equipo de luces y otro de sonido,
completos. Cosas del Instituto Nacional de Teatro, que agradecimos en su
momento. La paradoja es que se dio en la década del ‘90, de la que fuimos
críticos en las propias obras. Debo decir también que Carlos Pacheco, periodista
y ensayista teatral, tuvo mucho que ver en la difusión de nuestras obras a nivel
nacional.
![](img/moises-18.jpg)
Juan Carlos Moisés - Desesperando - Afiche La
Hormiga
16 — En “Animal teórico” (Ediciones del Dock, 2004), el lector tiene la
posibilidad de leer una carta que Groucho Marx escribe a Franz Kafka y la
respuesta de éste al primero; así como también la carta que Gregorio Samsa le
despacha a su creador y la que Groucho le envía a Gregorio. Y desde aquí, Juan
Carlos, retornamos, por el camino de la creación, al marco de la
Correspondencia.
JCM — Siempre, desde el primer momento, escribí cartas a escritores y mantuve,
en la medida de lo posible, una correspondencia fluida que me ayudó
particularmente en mis años de formación. El género epistolar me gusta y me
interesa como arte. Sea poético o no lo sea. Hasta la aparición del e-mail la
correspondencia como la conocíamos sólo había sufrido una variación en su
inmediatez. Pero luego han cambiado y diversificado tanto los soportes que
disponemos de la nueva versión del telegrama en su versión instantánea y
virtual. La vida y las cosas cambian constantemente. No hay que vivir en el
pasado, decía Raymond Carver. Hay que traerlo al presente, en todo caso.
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Juan Carlos Moisés - El Tragalúz, Fiesta
Nacional de Tucumán, 1994
17 — Como vos, chubutense, el narrador Donald Borsella (1926-1986) aparece
mencionado en tu poema “El cerezo”, integrado a “El jugador de fútbol”; en el
mismo poemario, otros dos narradores, David Aracena, fallecido en Comodoro
Rivadavia en 1987, y Diego Angelino, quien reside en la provincia de Río Negro,
son nombrados en tu poema “Hablar”; y también un poeta de Chubut, Néstor Milton
Jones, en el poema “En la casa del galés”. ¿Compartirías con nosotros un esbozo
de cada uno de estos escritores?
JCM — Con ellos me unió la literatura y una profundísima amistad. Los admiro
como escritores y los quiero. Donald Borsella nació en Esquel, fue maestro de
escuela primaria en El Maitén y en Trelew, donde finalmente se radicó. En esa
etapa lo conocí. Fue en 1973. En 1978 la editorial Galerna le publicó su primer
libro de cuentos, “Las torres altas”. En 1981, en Trelew, dio a conocer su
segundo libro de cuentos, “El Zorro Cifuentes”. En 1984 la Dirección de Cultura
de Trelew publicó el ensayo “Alberdi y una novela patagónica”, al que hay que
agregar no pocas intervenciones en el periodismo cultural de la zona. De manera
póstuma, en 2007, la Secretaría de Cultura del Chubut, editó la novela
inconclusa “El viaje”, que estaba escribiendo al momento de su muerte. El cuento
“La avutarda”, que refiero en mi poema, salió en su momento en el suplemento
cultural del diario “Clarín”. En el encuentro “Esquel Literario 2010” difundí la
ponencia “Homenaje a Donald Borsella”, que se puede leer en el sitio: http://puertae.blogspot.com.ar/2010/05/esquel-literario-2010-difunden-las.html
-
David Aracena, periodista cultural, poeta y narrador, pero antes que nada
maestro de poetas, supo cultivar el don más preciado de la amistad. Se escribió
con escritores de la talla de Pablo de Rokha, Victoria Ocampo, Rafael Alberti,
Juan Ramón Jiménez, Ricardo Molinari. Como decimos en nuestra región, David
“prefirió el diálogo y la correspondencia a la publicación.” En 1986, un grupo
de amigos escritores de Comodoro Rivadavia le publicó su único libro de cuentos,
“Papá botas altas”. En 2009, la editorial Espacio Hudson / El Extremo Sur
publicó el libro “Las palabras y los días”, un compendio de sus columnas con
cuyo título salían en el diario “El Patagónico”, de Comodoro Rivadavia, que
firmaba con el seudónimo Juan de Punta Borjas, que tomó de la toponimia del
lugar. A los dos, con obras relativamente breves y referidas siempre a la
geografía y a la gente del sur, los seguimos leyendo y valorando, porque sus
textos siguen vigentes. Que yo sepa, no hubo reediciones de sus libros, y esto
de algún modo es indisculpable.
Diego Angelino nació en Entre Ríos y está radicado en la Patagonia desde los 20
años; primero en Comodoro Rivadavia y después, hasta ahora, en El Bolsón. Fue
quien más se dio a conocer fuera del ámbito patagónico. Su primer libro de
cuentos, “Con otro sol”, fue premiado por el diario “La Nación”, con un jurado
que entre otros integraban Borges y Bioy Casares. Años después Nicolás Sarquís
llevó al cine esas historias que ocurrían en el campo entrerriano. Sigue
escribiendo con su técnica notable de siempre.
Néstor Milton Jones, descendiente de las primeras familias galesas llegadas a
Chubut en 1865, nació en 1951 en Sarmiento, donde sigue viviendo. Somos amigos
de toda la vida, viajamos juntos a la Universidad Nacional de La Plata. Comenzó
a estudiar cine y continuó luego en Buenos Aires. Viajó un poco por el mundo y
volvió para estudiar historia en la Universidad Nacional de la Patagonia, en
Comodoro Rivadavia. Sigue escribiendo, de algún modo aislado. A veces la
“periferia”, por distintos motivos, es implacable con los creadores. En la
década del 80 salió en la editorial Sátura de Buenos Aires, dirigida por
Fernando Kofman, su único libro de poemas editado, “Visitas”.
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Juan Carlos Moisés - La oscuridad - Comodoro
Rivadavia, Chubut, 2002
![](img/moises-24.jpg)
Juan Carlos Moisés - Programa de El tragalúz,
1994
18 — ¿Por qué será que mientras leía y me sorprendía con los textos de tu “Baile
del artista rengo”, no dejaba de pensar en los procedimientos de “danza” de Tim
Burton y Woody Allen en algunas de sus películas…?
JCM — Aun con estéticas distintas, me gustan mucho ambos, Burton y Allen. Cómo
juegan con la trama, con los personajes, y el modo en que realizan el montaje de
sus películas. Pensando en tu comentario, será por los ingredientes del humor y
de lo naif, que en dosis considerables se cuela en todo lo que hago. Creo que en
los relatos puedo soltarme con el lenguaje un poco más que en los poemas.
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Juan Carlos Moisés - Nota en el diario Río
Negro
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19 — ¿Les has leído cuentos a tus hijos o sos de esos padres que los ha ido
inventando sobre la marcha?
JCM — Ambas cosas. De noche, al momento de ir a dormir, siempre les leía o les
contaba cuentos que se disparaban solos, según cómo se entusiasmaban o se
predisponían a oírlos. Después les proponía que ellos escribieran lo que
recordaban de esas historias (“Moby Dick” o “La isla del tesoro”, por ejemplo),
que hacían con las libertades del caso, y yo se las pasaba a máquina (qué
palabra, en este tiempo), recortaba las hojas y confeccionaba libritos
ilustrados por ellos mismos. Conservo alguno en mi biblioteca, que
lamentablemente no se encuentra en Buenos Aires.
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Juan Carlos Moisés - Pintura Viva, 1992
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Juan Carlos Moisés - Programa de Desesperando
- en Sarmiento, Chubut, 1997
20 — Porque pronto darás a conocer tu primer libro de notas sobre poesía, te
propongo alguna reflexión partiendo de tres notas sobre escritura del barcelonés
Eugenio Trías (1942-2013):
1: “La escritura no es nunca ‘reflejo’ de la realidad. O es reflejo de la única
realidad: los nervios. La escritura es un reflejo nervioso.”
2: “El sentido de un escrito es el humor con que deja al que lo lee.”
3: “No se lee porque se teme.”
JCM — La primera está muy bien. Nunca se puede reproducir la realidad. En todo
caso, se reproduce una visión (al decir de Saer) de la realidad, que puede ser,
y a veces lo es, una realidad en sí misma. A eso le llamamos literatura.
Las dos últimas citas son parte de la experiencia de la lectura. Creo que
también pueden ofrecer otras variantes de “sentido”, que “incompleten”
(disculpas por el neologismo) indefinidamente la acción y reacción que provoca
la lectura.
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Juan Carlos Moisés selecciona poemas de su autoría para acompañar esta
entrevista:
La laguna
caminaba por el mundo
que era una nuez
una pequeña bola de tierra y plantas
me sentía bien mientras caminaba
inadvertido
bordeando una laguna
y un campo de alfalfa
desde ese espacio envolvente
una bandada de patos
se voló haciendo ruido con el pico
avancé por el verdor
hacia su centro
y otra bandada se elevó
con las patitas mojadas
hubo un momento en que toda la laguna
quedó para mí
me desnudé y me zambullí
los patos tardaron en volver
se acercaron con miedo
y comenzaron a nadar a mi alrededor
no demostré violencia alguna
moví mis manos
agité naturalmente mis brazos
para imitarlos
para ser como ellos
para mirar el mundo desde la laguna
perdido aleteando en medio de las ramitas
donde el pato más grande y más feo era yo
(de “Querido mundo”, 1988)
*
Manuel Bandeira en el Sur
un álamo
ha crecido delante de la casa
en medio del jardín
entre pinos jóvenes y flores
un álamo que no plantamos
irrumpió un día y fue creciendo
desde su firme raíz hacia la luz
sin pensar demasiado lo llamé
por su nombre:
Manuel Bandeira
y el álamo me contestó
como seguramente me hubiera contestado
Manuel Bandeira
después persistió
en sus intenciones de hablar
desde entonces
lo escuchamos decir buenas tardes
buenas noches ser amable
saludar perro hormiga o mujer
es evidente:
Manuel Bandeira quiere darse
a conocer
entre los vecinos
y hay todavía un muy curioso agregado:
insulta a quien no le devuelve el saludo
el saludo es fundamental
dice uno de mis tíos
mientras que a Manuel Bandeira le tiemblan
las hojas las nervaduras las gotas de rocío
y en verdad su irreverencia
no desentona como hecho particular
o filosofía de vida
aunque me temo que su hermosa
existencia terminará con un hachazo
después lo haremos silla donde sentarán
al acusado
(de “Querido mundo”, 1988)
*
Flamencos en la laguna
Esos flamencos todo
el día al sol sumergen
la cabeza movediza en el agua
apoyados en el firme equilibrio
de una de sus patas; están clavados
en la laguna, tallados en el aire.
Cada tanto rompen la monotonía,
curvan el fino pescuezo, el pico se levanta,
estiran la pata encogida y dan un paso largo
y lento que se hunde y se clava
como la pata anterior,
que ahora se pliega y espera
mientras bajan la cabeza a bucear.
Todo el interés está ahí, en la turbiedad
del fondo, en los pequeños hallazgos nutritivos.
Ninguno de esos actos minuciosos
me incluye, ni soy de la familia de esas aves;
tampoco soy lo que se dice trigo limpio
para acercarme a refrescar mis pies
sin que algo no deseado ocurra
en el plan trazado por los flamencos.
Y aunque no son mis ojos los que ven bajo esa agua
ni tengo plumas rosadas, no me aguanto: mordido
por las hormigas de la curiosidad
que siempre me empujan a donde no me llaman
me acerco a la orilla
todo lo que más puedo,
hasta que en el límite de la confianza
los flamencos levantan vuelo
con tres o cuatro aletazos,
las flacas patas colgando sobre la laguna.
Si yo fuera ellos
daría un rodeo largo y sin pausa
con la esperanza de que se fuera el entrometido
y entonces volvería lo más campante
con las alas desplegadas
a posarme otra vez en medio de la laguna,
una sola pata apoyada
en la turbiedad del fondo.
Pero se ve que esos flamencos
tienen otros planes para resolver el dilema,
y acribillados inútilmente
por la doble intención de mi mirada
siguen adelante y se pierden en el cielo
capaces como son de ver a lo lejos
adónde lleva el camino.
(de “Animal teórico”, 2004)
*
Un bar en el camino
Cuando entré a ese baño de bar
del camino y la puerta se trabó
sin explicación, creí encontrarme
en el mismo infierno; no advertí
que hubiera lo que estrictamente
se llama fuego, crepitaciones,
gritos de dolor, sólo unos pocos malos
olores que me envolvieron
y la lamparita que no prendió.
Para estar en medio de la pampa alta
y desmesurada ese baño era un lugar
demasiado pequeño, sucio, opresivo.
Ni las frases chistosas escritas
en la pared con letra despatarrada
fueron capaces de provocarme
la mueca de una risa.
En las manchas de humedad
del revoque descascarado
vi con horror la sombra del que soy,
vi rostros no amados,
vi todo lo que no se desea ver:
de mí, de los otros, de lo otro.
Dije es el fin, ahora sé cómo es
la última visión de una persona.
Mi única esperanza fue
el ventanuco; después de forcejear
en lo alto durante unos momentos,
el hierro viejo, debilitado, carcomido
por el óxido, cedió,
y cielo y nubes entraron
increíblemente a tiempo.
(de “Animal teórico”, 2004)
*
Hervidero parlante
Mándeme sus libros sin falta y con una dedicatoria. Pero no
ponga “estimada”; simplemente: “A Masha, que no recuerda
de dónde viene y que no sabe para qué vive en este mundo.”
Antón Chéjov
(Masha a Trigorin; “La gaviota”)
Cae una lluvia desapasionada.
No sé quién adormece a quién.
Parece que nada hubiera pasado en años
y sin embargo nada parece lo que es.
Algo se despierta en nosotros en este
amanecer en apariencia indoloro,
y un temblor oculto nos conduce
a la calle y la calle al trabajo
y nos deposita en la realidad del día
que comienza para uno y todos.
Pasadas las horas, con la tarea cumplida,
esta lluvia ni alegra ni lastima,
y con sus variaciones sigue cayendo
más o menos lenta sobre nosotros.
Caminamos sin alarma. Por nuestros
ojos vemos pasar las cosas en forma
de imágenes distraídas que para ninguno
parecen estar necesitadas de explicación.
Pero las cosas siempre representan un desafío
reiterado, mientras el hervidero parlante
sigue ahí, detrás y a veces en las cosas
mismas, como siempre, como en estos
días o en los días inciertos que vendrán
con interpretaciones y argumentos a granel
que el cerebro recibe sin terapia anticonvulsiva
alguna (la psiquiatría la denomina TEC).
Bueno sería, de una vez, que las neuronas
saltarinas se defendieran solas. Una posible
sería que el cable con los electrodos invirtieran
los electroshocks para ser aplicados en la sien
a las distintas caras que presenta la realidad,
y por fin sepa quiénes somos y nos ayude
a saber “para qué estamos en este mundo”.
Pienso y no lo digo: que a cambio de aquella
alegre soberbia de la juventud para juzgar
al mundo hoy tenemos esta triste modestia
de la edad madura para rebelarnos.
(a Jorge Fondebrider)
(de “El jugador de fútbol”, 2015)
*
La modelo y los jóvenes muertos
Algunas de las balas que no dieron
en el blanco buscado fueron a incrustarse
en varias partes del cuerpo de una modelo
que anunciaba un producto comercial
en un cartel de la publicidad callejera.
Las balas que dieron en el blanco derramaron
la sangre de los jóvenes que murieron
en la protesta. La sorpresa y la duda
nos surgieron en ese mismo momento,
porque aun ante la exagerada intervención
policial, y en el peor de los escenarios,
suponíamos que las cápsulas sólo debían
contener inofensivas municiones de goma.
Enfocados por las cámaras no había nadie
que no se mostrara indignado, sin dar un
paso atrás, dispuestos a resistir lo impensado,
mientras nosotros, arropados por los días
de invierno, mirábamos impresionados
en la comodidad del living de nuestra casa.
En los fragmentos que vimos en el televisor,
a dos mil kilómetros de los hechos, las escenas
eran desgarradoras, ahora que las desgracias
se transmiten en vivo y en directo al planeta.
No nos quedaban dudas, una vez más,
de la desesperada y trágica pasión argentina,
en la que todo vuelve a empezar como en la cabeza
de un paciente crónico sin memoria.
(¿Qué representaba la discusión intrascendente
que habíamos tenido con mi mujer esa mañana
sobre un tema que ya habíamos olvidado?)
Poco se podía hacer ante la pantalla inmutable
que seguía repitiendo en crudo lo sucedido
con un regodeo gratuito para el espectador,
porque a los manifestantes volvían a matarlos
como si una vez ni diez ni veinte bastaran.
Pero el ensañamiento virtual tenía su piedad,
cuando nos daban un respiro y mostraban,
desde otro ángulo y encuadre, las balas fallidas
—suponemos, por impericia del tirador—
que seguían impactando en el cuerpo indefenso
de la modelo de papel, que a pesar de la balacera
no dejaba de sonreír, como si no le importara
o no fuera verdad lo que estaba sucediendo
ante sus ojos delineados y los nuestros acongojados.
No daba signos de estar pensando que la belleza
no puede durar, ni que las decisiones de los hombres
corrompen con más apuro que la crueldad del paso
de los días. Juraría que ella habría confiado en las
personas antes que en la erosión natural del tiempo.
Cuando los jóvenes iban a morir una vez más,
abrí la puerta y salí al patio; nada se oía,
nada se movía en el aire tenso de la oscuridad.
Al pie del pino me quedé un momento sin
decisión. Luego hundí las manos en la masa
de nieve helada que había caído la noche anterior.
(2002, de “El viento que hay allá afuera”, poemas inéditos 1977 / 2015)
*
Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, Juan Carlos Moisés y Rolando Revagliatti.
http://www.revagliatti.com/051006a.html
http://www.revagliatti.com/051008b.html
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