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Decíamos que no fue un año tranquilo por cierto, ya que la contradicción económico-social que atraviesa de norte a sur y de este a oeste buena parte de la historia de la Patria Grande Latinoamericana, una vez más se manifestó en el terreno ideológico-político-. Pudimos comprobar todo su dramatismo en Bolivia a través de enfrentamientos armados e intentos por voltear a Evo Morales, mientras que los seguidores de discursos ultraradicalizados como los formula con demasiada frecuencia el arrogante James Petras ponían una vez más en el candelero la existencia de dos izquierdas en los países que luchan por su liberación nacional.
Una que se encolumna con los movimientos
nacionales trabajando desde su seno para que éstos sean conducidos
por los trabajadores, y otra que juega objetivamente para el enemigo
aunque su discurso suene bonito por la radicalización voluntarista
que manifiesta. Sólo desde esa división de aguas en la izquierda
se puede entender que Petras en medio del conflicto con la oligarquía
boliviana, momento en el que cualquier conocedor más o menos lúcido
de los clásicos del marxismo identifica la contradicción principal
y las relaciones de fuerza existentes, no tuviese mejor idea que
enfrentar a Evo calificándolo como un cretino. ¿Para promover qué
alternativa viable? Porque en Bolivia a la izquierda de Evo sólo
esta el vacío. ¿O Petras no lo sabe? ¿Y los “izquierdistas” de América
Latina que siguen sus enseñanzas en qué planeta aplican su materialismo
histórico?
También nos toco vivir con renovada virulencia la manifestación
de esa contradicción oligarquía-pueblo en nuestra Argentina, donde
los intentos destituyentes resultaron de una obviedad notable y
los discursos negadores de la evidencia adquirían tonalidades patéticas.
Se ha reiterado hasta el hartazgo que la fuerza del reclamo oligárquico
para retener y aún incrementar su rentabilidad económica (en democracia),
se apoya en el consenso que a lo largo de décadas la clase dominante
nativa (en su alianza con las burguesías del primer mundo) ha sabido
construir con una fracción muy significativa de las capas medias.
Hemos señalado junto con otros analistas de dicha evidencia que
el consumo permanente por parte de estas últimas de las zonceras
viejas y nuevas producidas y difundidas por los intelectuales que
representan los intereses del statu quo, es quizás el mayor obstáculo
para reconstruir un frente nacional y popular con la fortaleza suficiente
como para alcanzar un triunfo definitivo. Pero lo que rara vez hacemos
es dar los pasos necesarios para revertir esa falencia histórica.
Algunos compañeros, inclusive los que reclaman desaforadamente la
unidad, actúan como si las capas medias fueran miembros objetivos
de la oligarquía y cuando algunos se van acercando a nuestra trinchera
intentan ahuyentarlos con una energía digna de mejor causa. Ese
es un gravísimo error que se paga con nuevas derrotas políticas,
ya que los cambios estructurales que América Latina necesita, con
una cada vez mayor nacionalización y socialización de su estructura
económica, no podrá realizarse sólo con el apoyo de los trabajadores
ocupados y desocupados, y tampoco será obra sólo de peronistas consecuentes
. Uno se pregunta entonces de qué unidad hablan si hacen todo lo
que objetivamente aleja a las capas medias del campo nacional. Tema
que también Chávez deberá resolver a la brevedad en Venezuela para
no exponerse a peligrosas embestidas de la oposición proimperialista.
Sin embargo el líder venezolano ha demostrado, hasta la fecha, una
capacidad de comprensión política tan alejada de todo prejuicio
que deseamos pueda servir de ejemplo a algunos de nuestros más consecuentes
piantavotos.
En Argentina la batalla cultural contra las ideas fundamentales
de la alianza de clases dominante crece. Se multiplican los espacios
alternativos y la calidad de algunos de ellos, pero no así la integración
de los actores que la llevan adelante, poniendo en evidencia una
vez más que la fragmentación es una de las consecuencias más nefastas
de la derrota sufrida en el último cuarto del siglo XX. La presencia
de valores ajenos a una verdadera cultura alternativa de los históricamente
dominados es comprobable. En no pocas oportunidades el individualismo
y la competencia (cuando no algunas mezquindades) entre pares resulta
indignante, porque inhibe la eficacia de un trabajo cultural que
requiere no sólo producir y transmitir nuevas visiones de la realidad,
sino valores distintos a los del enemigo. Justamente por esa causa,
que ya señalamos en otro artículo (1), resulta a veces complicado
acabar con la presencia de los oportunistas, sobre todo cuando están
ubicados en lugares estratégicos del campo nacional y popular. El
oportunista es el más acabado exponente del individualismo competitivo
y maquiavélico practicado en el seno del movimiento nacional, pero
mientras no se lo declare como lo que es, una plaga que amenaza
el desarrollo y consolidación de los procesos de cambio, estaremos
expuestos al peligro de nuevos retrocesos.
Néstor Kirchner es responsable de numerosos méritos en las transformaciones
que atravesamos, no porque creamos posible que un hombre pueda cambiar
por sí solo la historia de una nación, sino porque fue capaz de
expresar la demanda de fuerzas sociales que venían siendo postergadas
y hasta humilladas por los sucesivos gobiernos que se dieron en
los años de la democracia instalada a partir e 1983. Esas fuerzas
(trabajadores con o sin trabajo, estables o precarios) con todo
su potencial, y también con sus actuales debilidades (porque el
neoliberalismo ha dejado profundas huellas), generaron a Kirchner.
Pero el ex presidente, con todos esos méritos que le reconocemos,
se equivoca cuando acusa a Cobos por no ser leal a Cristina Fernández,
ya que esto es política no un club de amigos. Las lealtades personales
son entre los afectos, en política uno es leal o no a un proyecto.
Acá no se trata por lo tanto de aplaudir al señor Chacho Álvarez
porque no levantó la mano contra el impresentable De la Rúa y prefirió
renunciar (renunciando también al proyecto votado por la mayoría
en 1999); ni tampoco de acusar a Cobos simplemente porque dio un
voto “no afirmativo” a la 125 impulsada por el ejecutivo. Se trata
sí de hacer una profunda autocrítica de las alianzas políticas construidas
para descubrir en qué acuerdos programáticos se sostenían, o si
por el contrario fueron sólo el producto de meros cálculos electoralistas
de corto alcance. ¿Cómo es posible que nada menos que el Vicepresidente
sea un declarado aliado de la oligarquía? ¿Tanto cambió, o siempre
lo fue? Ese es el verdadero problema. Y se trata también de sincerarse
con respecto a cuál es el estado actual del PJ, ya que al voto “traidor”
de Cobos se llegó como producto de la defección en el Senado de
una fracción significativa de integrantes de dicho partido. ¡Cómo
olvidar el vergonzoso discurso de Adolfo Rodríguez Saá, cuando para
justificar su voto negativo intentó apoyarse en un Perón que supuestamente
le habría pedido “perdón” a la oligarquía en los setenta! Eso también
forma parte del verdadero problema, porque ese es el partido que
conduce actualmente el ex presidente Kirchner. El otro abordaje
basado en lealtades o deslealtades personales es política menor,
la que no sirve para construir un proyecto de liberación nacional.
Ocultarlo con el pretexto de sostener una falsa “unidad” con los
enemigos del país que queremos construir, sólo pude generar desgastes
y mayor debilidad en un futuro inmediato.
Ahora bien, más allá de los habituales y extensos balances de fin
de año, contando puntillosamente como porotos los éxitos y fracasos
cosechados, lo más significativo desde nuestra perspectiva es identificar
si hemos avanzado o retrocedido en la resolución de la contradicción
fundamental entre el orgánico bloque oligárquico-imperialista y
el que intenta constituirse desde el campo nacional y popular. No
dudamos en sostener que los Kirchner han avanzado más de lo que
los propios votantes expresaron en 2003 cuando este ciclo alternativo
a la democracia neoliberal se inició. Por otra parte, en su primer
años de gestión Cristina no ha desentonando con la tarea desarrollada
por su esposo; pero le toco pelear con la más fea: la conspiración
iniciada por la oligarquía terrateniente y el capital imperialista
a partir de una resolución (125) que intentaba una mayor democratización
de la fabulosa renta agraria, independientemente de los errores
iniciales en su instrumentación. Esa batalla por ahora se perdió,
sin embargo se ha avanzado sobre otras expresiones del capital especulativo
nativo y de las potencias imperialistas, como es el caso de las
nacionalizaciones de las AFJP y Aerolíneas. También se ha lanzado
un paquete de medidas anticrisis necesarias (aunque no suficientes)
que son favorables para los trabajadores y las capas medias. Faltan
otras que profundicen un perfil económico de autonomía e integración
con América Latina, pero es mucho más de lo que cabría esperar de
un gobierno opositor a éste, “republicano” y neoliberal, en sus
variantes de derecha o “progresista”.
En materia de política exterior el gobierno de Cristina ha sabido
avanzar en el fortalecimiento de los vínculos con países de la Patria
Grande, con una clara inclinación hacia Venezuela. No casualmente
algunos intelectuales del statu quo suelen definir al gobierno argentino,
tanto por sus vínculos como por su política interna, como un chavismo
de baja intensidad, muy alejado por otra parte de gobiernos definitivamente
colonizados como el colombiano. El regreso del debate político sobre
temas como el rol del Estado, la distribución de la renta diferencial
de la tierra, o el perfil productivo del país, es otro mérito de
esta gestión que no se dejó seducir ni boicotear por el discurso
omnipresente de los medios oligopólicos de comunicación. Los mismos
pretendieron una vez más, como lo han hecho a lo largo de la democracia
iniciada en 1983, imponer la agenda del debate público, haciendo
coincidir el tipo de ideas “independientes” que se difunden hasta
el hartazgo con los intereses oligopólicos que se quieren defender.
Este tipo de trampas puestas por el periodismo empresarial son las
que durante años alejaron de los grandes medios la discusión seria
y democrática sobre cuestiones esenciales para el futuro de la Patria
y su pueblo. El kirchnerismo los forzó a instalarlos (con sus previsible
límites) en la programación diaria, y la televisión ha sido por
unos cuantos meses algo más “que bailando por un sueño”.
Se continuó avanzando en materia de derechos humanos aunque con
una limitación nada menor: el divorcio entre el brazo ejecutor de
la represión y el cerebro que la impulsó. Es decir, como si el accionar
de las Fuerzas Armadas se hubiese desarrollado independiente de
los intereses de la oligarquía nativa y las burguesías imperialistas
del Norte (con EE.UU a la cabeza). Sin embargo los vínculos son
demasiado estrechos como para ignorarlos o relegarlos a un segundo
plano, así podría corroborarlo una investigación seria sobre el
rol desempeñado por organizaciones “autóctonas” como la Sociedad
Rural, o por personales que expresan los intereses de la burguesía
imperialista como es el caso de Henry Kissinger. No ignoramos sin
embargo que para avanzar a fondo en este tema es necesario modificar
en profundidad la relación de fuerzas existentes.
Como decíamos unos párrafos más arriba, no hay que ser muy puntilloso
en el recuento de porotos para saber quién gana la partida política
si convenimos que lo esencial pasa por definir cómo estamos en torno
a la contradicción fundamental. ¿Alguien puede afirmar con un mínimo
de rigor en los datos aportados que hoy estamos peor que con los
radicales, menemistas, aliancistas y duhaldistas a la hora de enfrentar
al bloque oligárquico-imperialista? En realidad hay muchas razones
para sostener que aún con todas sus debilidades el proceso K ha
avanzado en una dirección distinta a los gobiernos anteriormente
mencionados, ya que si efectivamente lo hubiese hecho en la misma
dirección, como sostienen algunos críticos por izquierda, no cabe
duda que el caos sería de tal magnitud que estaríamos al borde de
un nuevo diciembre de 2001, con una crisis internacional del capitalismo
como contexto agravante.
Es cierto que el bloque nacional y popular no termina de constituirse
como alternativa clara. En el plano económico-social queda un largo
trecho por recorrer tanto con la nacionalización de nuestros recursos
como la distribución del ingreso y el desarrollo industrial dentro
de un proyecto integral latinoamericanista. En el cultural ya hemos
analizado en otros artículos las debilidades existentes, que no
son menores por cierto. Sin embargo, no se trata de reiterar todo
lo que falta o no se hizo, tal como acostumbran sectores que pretenden
fabricar una revolución desde la nada (¿o se olvidan el país que
nos dejaron los políticos que hoy se manifiestan como la oposición
posible?); sí de fortalecer lo hecho impulsando desde adentro del
proceso una política cada vez más orientada hacia los sectores populares.
Sin modificar favorablemente la relación de fuerzas existente todo
reclamo resulta inoperante y generador de condiciones favorables
a la reacción oligárquica, pero también es cierto que un comportamiento
complaciente dentro del campo nacional no modificará esas relaciones
de fuerza. Se necesita por lo tanto trabajar sin descanso desde
adentro, tanto política como culturalmente, pero para profundizar
lo conseguido. Desde esa perspectiva estamos convencidos de que
la presencia de una izquierda nacional fuerte es indispensable para
alcanzar el objetivo, ya que cabalgar junto al kirchnerismo no es
lo mismo que hacerlo en el mismo caballo.
La Plata, diciembre de 2008
(1) Franzoia Alberto, Dar batalla contra la derrota cultural res
una prioridad, publicado originalmente el 19 noviembre de 2008 en
Notas de Tapa El Ortiba
www.elortiba.org/notapas577.html