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Los
que se quieren comer el mundo
Por Silvia Ribeiro
Inmersos en una enorme crisis del capitalismo, madre de muchas crisis
convergentes, se rescata con dinero público a las más grandes empresas privadas
del planeta, mientras siguen aumentando los pobres y hambrientos y el caos
climático.
Según el economista mexicano Andrés Barreda, estamos en una crisis de brutal
sobreacumulación capitalista: gigantesco vómito de quienes creyeron que se
podían tragar al mundo, pero no pudieron digerirlo.
Largamente acuñadas, las crisis actuales tienen un contexto de concentración creciente del poder corporativo, apropiación de recursos naturales y desregulación o leyes a favor de las empresas y especuladores financieros, que ha aumentado sin pausa en las últimas décadas.
En el 2003, el valor global de
fusiones y adquisiciones fue 1,300,000 millones de dólares (1,3 billones). En
2007, llegó a 4,48 billones de dólares. En la industria alimentaria, el valor de
las fusiones y compras entre empresas se duplicó del 2005 al 2007, llegando a
200 mil millones de dólares. La debacle financiera terminó con algunas empresas,
favoreciendo oligopolios aún más cerrados.
¿Qué significa esto para la gente común? El informe del Grupo ETC “De quién es
la naturaleza” (disponible en www.etcgroup.org/es) , ofrece un análisis en el
contexto histórico de la concentración corporativa de sectores claves en las
últimas 3 décadas. Desde entonces el Grupo ETC ha seguido las maniobras de
mercado de las autodenominadas “industrias de la vida”, (biotecnología en
agricultura, alimentación y farmacéutica). En el nuevo informe, se agregan las
empresas detrás de la convergencia de biotecnología con nanotecnología y
biología sintética, que promueven nuevas generaciones de agrocombustibles y más
allá: intentan generar un economía post-petrolera basada en el uso de
carbohidratos y vida artificial.
El sector agroalimentario sigue siendo uno de los ejemplos más devastadores, por
ser un rubro esencial: nadie puede vivir sin comer. Es además, el mayor
“mercado” del mundo. Por ambas razones, las transnacionales se lanzaron
agresivamente a controlarlo. En las últimas 3-4 décadas, pasó de estar altamente
descentralizado, fundamentalmente en manos de pequeños agricultores y mercados
locales y nacionales, a ser uno de los sectores industriales globales con mayor
concentración corporativa. Para ello fue necesario un cambio radical en las
formas de producción y comercio de alimentos. Gracias a los tratados de “libre”
comercio, la agricultura y los alimentos se transformaron de más en más en
mercancías de exportación, en un mercado global controlado por una veintena de
transnacionales.
Según un informe de la FAO sobre mercados de productos básicos, a principios de
la década de 1960, los países del Sur global tenían un excedente comercial
agrícola cercano a los 7000 millones de dólares anuales. Para fines de la década
de 1980 el excedente había desaparecido. Hoy todos los países de Sur son
importadores netos de alimentos.
En la década de 1960, casi la totalidad de las semillas estaban en manos de
agricultores o instituciones públicas. Hoy, 82 por ciento del mercado comercial
de semillas está bajo propiedad intelectual y diez empresas controlan 67 por
ciento de ese rubro. Estas grandes semilleras (Monsanto, Syngenta, DuPont,
Bayer, etc) son en su mayoría propiedad de fabricantes de agrotóxicos, rubro en
el cual las diez mayores empresas controlan 89 por ciento del mercado global.
Que a su vez están representadas entre las diez empresas más grandes en
farmacéutica veterinaria, que controlan 63 por ciento de ese rubro.
Los 10 mayores procesadores de alimentos (Nestlé, PepsiCo, Kraft Foods, CocaCola,
Unilever, Tyson Foods, Cargill, Mars, ADM, Danone) controlan el 26 por ciento
del mercado, y 100 cadenas de ventas directas al consumidor controlan el 40 por
ciento del mercado global. Parece “poco” en comparación, pero son volúmenes de
venta inmensamente mayores. En el año 2002, las ventas globales de semillas y
agroquímicos fueron 29,000 millones de dólares, las de procesadores de alimentos
259,000 millones y las de cadenas de ventas al consumidor 501,000 millones. En
el 2007, esos tres sectores aumentaron respectivamente a 49,000 millones;
339,000 millones y 720,000 millones de dólares. Sigue siendo el supermercado
WalMart, la empresa más grande del mundo, siendo la número 26 entre las 100
economías más grandes del planeta, mucho mayor que el Producto Interno Bruto
(PIB) de países enteros como Dinamarca, Portugal, Venezuela o Singapur.
De las semillas al supermercado, las transnacionales dictan o pretenden dictar
qué plantar, cómo comerlo y dónde comprarlo. Frente a las crisis nos recetan más
de lo mismo: más industrialización, más químicos, más transgénicos y otras
tecnologías de alto riesgo, más libre comercio. No es extraño, ya que todas
están entre los que más han lucrado con el aumento de precios y hambrunas:
obtuvieron ganancias que van hasta 108 por ciento más que en años anteriores.
También la disparidad de ingresos individuales en el mundo creció. La riqueza
acumulada de los 1125 individuos más ricos del mundo (4,4 billones de dólares)
es casi equivalente al PIB de Japón, segunda potencia económica mundial después
de Estados Unidos. Esta cifra es mayor que los ingresos sumados de la mitad de
la población adulta del planeta. 50 administradores de fondos financieros (hedge
funds y equity funds), los grandes especuladores que provocaron la “crisis”,
ganaron durante el 2007 un promedio de 588 millones de dólares, unas 19,000
veces más que el trabajador estadunidense típico y unas 50,000 veces más que un
trabajador latinoamericano medio. El director ejecutivo de la financiera Lehman
Brothers, ahora en bancarrota, se embolsó 17,000 dólares por hora durante todo
el 2007 (datos de Institute for Policy Studies).
Resumiendo, una absurda minoría de empresas y unos cuantos multimillonarios que
poseen sus acciones, controlan enormes porcentajes de las industrias y los
mercados básicos para la sobrevivencia, como alimentación y salud.
Esto les permite una pesada injerencia sobre las políticas nacionales e
internacionales, moldeando a su conveniencia las regulaciones y los modelos de
producción y consumo que se aplican en los países, que a su vez son causantes de
las mayores catástrofes alimentarias, ambientales y de salud.
Así pudo avanzar la privatización y conversión del sistema agroalimentario,
hasta hace pocas décadas descentralizado y basado mayoritariamente en semillas
de libre acceso, agua, tierra, sol y trabajo humano, para convertirlo en una
máquina industrial petrolizada, que exige grandes inversiones, maquinarias
caras, devastadoras cantidades de agroquímicos (mejor llamados agrotóxicos) y
semillas patentadas controladas por unas pocas empresas. Aunque se produjeron
mayores cantidades de algunos granos, no solucionó el hambre en el mundo tal
como prometían, sino que aumentó. El saldo de erosión de suelos y biodiversidad
agrícola y pecuaria, junto a la contaminación químico-tóxica de aguas, no tiene
precedente en la historia de la humanidad. Todo acompañado, por si fuera poco,
por una creciente crisis de salud humana y animal (que también es negocio para
las mismas empresas).
El paradigma más significativo de esta “involución verde”, son los transgénicos,
semillas patentadas adictas a los químicos de las empresas, promovidas como
panacea para resolver los actuales problemas de hambre que el propio modelo
creó. Otro ingrediente del mismo modelo, ahora empujado con más fuerza, es el
altísimo requerimiento de fertilizantes, que por su nombre parecería menos
dañino que el resto de los agrotóxicos. Pero el uso de fertilizantes
industriales, en lugar del equilibrio de nutrientes naturales de los modelos
anteriores de agricultura, también provoca adicción y dependencia y está en
manos de un cerrado oligopolio trasnacional. Tal como el petróleo, se basa en el
uso de productos finitos y no renovables: según datos de PotashCorp, la primera
empresa global de fertilizantes, las reservas de fósforo, ingrediente
fundamental de los fertilizantes, disminuyen a ritmo acelerado. Globalmente, el
consumo industrial de fertilizantes aumentó 31 por ciento entre 1996 y 2008,
debido al incremento de la ganadería industrial y la producción de
agrocombustibles. Y con las crisis, el precio se disparó más de 650 por ciento
entre enero de 2007 y agosto del 2008. Mosaic, la tercera empresa de
fertilizantes a nivel global (55 por ciento propiedad de Cargill) aumentó sus
ganancias más de 1000 por ciento en ese período.
Pese a que las trasnacionales pretenden controlar todo, 1200 millones de
campesinos y campesinas en el mundo, siguen teniendo sus propias semillas.
Aunque WalMart sea la empresa más grande del mundo, el 85 por ciento de la
producción global de alimentos se consume cerca de donde se siembra –la mayoría
en el mercado informal.
Urge, por el bien de todos y para parar las amenazas al ambiente que nos
sostiene, el cuestionamiento profundo del modelo de agroalimentación industrial
y corporativo, incluyendo la crítica radical a los que en nombre de las crisis
alimentarias y climáticas quieren imponernos más del mismo modelo con
transgénicos y agrocombustibles. Las soluciones reales ya existen y son
diametralmente opuestas: soberanía alimentaria, como propone La Vía Campesina, a
partir de economías agrícolas descentralizadas, diversas, libres de patentes,
basadas en el conocimiento y las culturas campesinas, que son quienes por más de
diez mil años han probado su capacidad de alimentar sustentablemente a la
humanidad.
Basado en el informe del Grupo ETC “De quién es la naturaleza - El poder
corporativo y la frontera final en la mercantilización de la vida”, disponible
en www.etcgroup.org/es
www.alainet.org/active/28217
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