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El círculo vicioso
Por Enrique Lacolla
El horror que se vive en Gaza es parte de un tema que se enrolla sobre sí mismo
desde hace más de medio siglo. No hay solución a la vista, si las coordenadas
del problema no se alteran.
Uno no quisiera volver sobre el tema, porque éste rueda sobre sí mismo y día a
día el ovillo que se crea en su torno se hace cada vez más inextricable.
Pero es inútil, no se puede menos que regresar a él. El horror que se vive
en Gaza en estos momentos no es sino la proyección de un entramado de
contradicciones imposible de resolver mientras las políticas de Occidente
continúen pautadas tal como lo están. Lo más fatigoso de la tarea de volver
una y otra vez sobre el mismo tema, es la necesidad de desmontar la
flagrante hipocresía que informa al discurso propagandístico israelí y a la
forma en que este es respaldado por Occidente. Los medios de prensa no se
cansan de hablar de una “guerra” cuando de lo que trata en este caso es de
una matanza, y de poner en una misma balanza los argumentos de los asesinos
y los de sus víctimas, como si fuera posible equipararlos. En realidad, a
las víctimas no les quedan ya argumentos, pues están en camino de ser
liquidadas o expulsadas del miserable gueto donde se hacinan desde hace
décadas y donde ahora el bloqueo, los bombardeos y la invasión las
estrangulan hasta el extremo de hacerles la vida imposible. En Gaza hay
3.900 habitantes por kilómetro cuadrado, y no hay lugar para escapar de las
bombas. Cualquier similitud entre estos horrores y los perpetrados por los
nazis contra el gueto de Varsovia no es ninguna casualidad.
Por supuesto que las argumentaciones de este tipo atraen sobre quien las
emite el calificativo de antisemita. Pero el terrorismo ideológico y
psicológico que esta presión implica no puede disuadir la expresión del
sentir sincero de un espectador objetivo frente a los hechos que se están
desarrollando. En realidad esas presiones son parte de la política del miedo
que los exponentes de la dirigencia israelí desarrollan tanto hacia fuera
como –y esto es tal vez más importante- hacia el interior de Israel. La
amenaza de un nuevo Holocausto se ha convertido en un bill de indemnidad al
cual recurren los gobiernos sionistas ante la misma población israelí cada
vez que deciden proceder contra los palestinos.
La presunta negativa de Hamas a reconocer al Estado de Israel es otro
mecanismo que ayuda al gobierno de Tel Aviv a soldar la sociedad israelí
frente al desafío. Se trata de un argumento inexacto, pues la organización
palestina ha dado a entender en varias ocasiones que no se opondría a un
reconocimiento de Israel si este aceptase la resolución de la ONU en el
sentido de volver a sus fronteras de 1967. Por otra parte, el argumento está
fuera de toda proporción respecto de la salvajada que se verifica y
prescinde del hecho de que la organización árabe –elegida en elecciones
regulares, y arbitrariamente desconocida en su legitimidad tanto por Israel
como la UE y los Estados Unidos- conserva esa carta para jugarla en una
eventual mesa de negociaciones como parte del toma y daca propio de ese tipo
de transacciones. Pero el hacer sentir al pueblo hebreo que está bajo una
espada de Damocles es una forma de fijarlo en una actitud pánica que
justifica todas las políticas dirigidas a suprimir esa amenaza.
Ahora bien, ¿es sensato suponer que la política de castigo que Israel y
Occidente aplican contra la franja de Gaza –una zona aislada, diminuta,
donde se hacina un millón y medio de personas atrapadas entre el mar y las
alambradas que las separan de Israel y Egipto-, va a inducir a la
resignación a quienes allí malviven, tornándolos más permeables a la
sumisión que pretenden de ellos las potencias dominantes? ¿O más bien va a
multiplicar el rencor de los jóvenes que ven a sus familias masacradas por
las bombas, predisponiéndolos a revestirse de chalecos explosivos y a tratar
de cobrarse de algún modo las indignidades que están viviendo?
Esto último es lo más probable. Pero entonces, ¿cuáles son los motivos que
inducen a esta escalada al gobierno israelí?
El laberinto
Están las próximas elecciones, primero. Dado el humor imperante en Israel el
reclamo de políticas firmes contra el hostigamiento de la cohetería casera
de Hamas tiende a convertirse en un sostén importante a la hora de encontrar
respaldo del electorado. De otro lado, probablemente, está el deseo de
condicionar al próximo gobierno de Barack Obama con la política de los
hechos consumados. Pero, ¿para qué? ¿Tan solo para seguir valiéndose del
irrestricto apoyo de Washington a todas las aspiraciones del Estado hebreo?
¿O como parte de un entramado más vasto, que pasa por la decisión de los
sectores más duros del establishment norteamericano en el sentido de seguir
profundizando sus miras para el Medio Oriente, estrechando el margen de
acción del nuevo presidente a los límites más acotados que sea posible? Me
atrevería a decir que, sin anular las otras motivaciones, esta última es la
más fuerte. Para cubrir tres cargos decisivos en materia de seguridad y
defensa del futuro gabinete de Obama han sido designados o confirmados tres
militares señalados como halcones: el almirante Dennis Blair como director
de la comunidad de inteligencia, el general de marines James Jones como
consejero de la Seguridad Nacional, y el general de la Fuerza Aérea Michael
Hayden en el puesto de director general de la CIA. El Washington Post
describió esta concentración de altos jefes militares en puestos claves de
la administración como inhabitual en el partido Demócrata y sorprendente
incluso para los republicanos. A esto se añade que Robert Gates, secretario
de Defensa de la administración Bush, continuará en su puesto en el
Pentágono, donde diversos equipos de transición se están ocupando de
mantener en forma los planes militares actualmente operativos en distintos
lugares del mundo.
Esto induce a pensar que el activismo estadounidense dirigido a controlar
las encrucijadas geopolíticas y las fuentes energéticas más concentradas del
globo sigue su marcha. Irán está en el medio de este berenjenal y se erige
en el principal obstáculo para que el plan tenga éxito. El descubrimiento de
grandes yacimientos de gas en la plataforma submarina mediterránea, no pocos
de los cuales se encuentran situados frente a la costa de Gaza , puede ser
otro de los factores determinantes de la actual crisis.
De cualquier manera, la evolución de los acontecimientos, por devastadora
que resulte para los palestinos sometidos al castigo israelí, y por
engranada que esté en planes que apunten a dinamitar Siria e Irán, a la
larga no puede sino debilitar la situación de Israel en la zona. La misma
revista Time se encarga de apuntar que, al paso que va, Israel puede
terminar estrangulándose solo. La disparidad demográfica que plantea la tasa
de nacimientos entre la población árabe y la israelí es abrumadora, lo que
automáticamente excluiría la posibilidad de fundar un mismo Estado para las
dos comunidades. Aceptar la existencia de un Estado palestino independiente
sería lo más sensato, pero el pretender que los palestinos alcancen ese
estatus sometiéndose a la injuria de independencia condicionada por la
existencia de colonias y redes camineras israelíes que bantustanizarían su
país es cosa que sólo podría conseguirse por la fuerza y la corrupción de
los lideratos árabes, incluido el de la Autoridad Nacional Palestina. Todos
están sobradamente corrompidos, se sabe, de modo que esto no sería
obstáculo. El problema surge por el creciente rechazo que hierve en los
países árabes respecto de esas direcciones degradadas. Hosni Mubarak, el
presidente egipcio, como otros dirigentes árabes, se desgarra las vestiduras
ante la violencia que asuela Gaza, pero no abre la frontera para permitir el
flujo de refugiados que se precipitaría por ella si pudiera hacerlo.Y se ha
abstenido hasta ahora de consentir una corriente importante de ayuda
humanitaria al territorio sitiado. La complicidad de los llamados gobiernos
árabes moderados para con Estados Unidos y su socio israelí, ha excedido
todos los parámetros, y esto es peligroso. Hoy no existen los oficiales
nacionalistas laicos que animaron el ciclo de las revoluciones coloniales en
Egipto, Irak, Siria y otros lugares, pero pueden reaparecer, en parte
convocados por la agitación fundamentalista que recorre la región. El sino
de Anwar el Sadat planea sobre las cabezas de los dictadores y de los
monarcas de la zona. La violencia desencadenada sobre los palestinos puede
terminar volviéndose no sólo contra Israel, sino contra quienes la
consienten, movidos por una lectura de la realidad que pone la asociación
con Estados Unidos y las prebendas que ella comporta por encima de cualquier
otro tipo de consideraciones.
Pero esto no tiene enmienda: los sátrapas del Medio Oriente han avanzado
demasiado en esa dirección para volverse atrás, aunque el suelo pueda
abrírseles bajo los pies.
[1] Pero, ¿de qué antisemitismo se trata? Los árabes también son semitas, de
modo que, de ser la denominación válida, tendríamos una enemistad que
enfrenta a semitas con semitas, dado que los israelíes se dedican a
bombardear a quienes se supone son sus hermanos. En cuyo caso, ¿quienes son
los antisemitas?
[2] Michael Chosudovsky: War and natural gas: The israeli invasión and the
offshore gas fields. Global Research, enero 9 de 2009.