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“Si
se sacan las cosas de contexto, parecemos ‘cowboys’ o algo así”
Arnoldo Omar Goenaga, la vida de un militanta del peronismo combativo de los
'60 y '70.
Por Andrew Graham-Yooll
–Vamos al principio, a sus comienzos como militante. Era otra época y otro
país y hay que tratar de que la gente de ahora entienda a ese país.
–Terminé el segundo año en Paraná y a mi padre lo echaron del trabajo. No me
dijo por qué, pero siempre supuse que era por militante peronista. Nos trajo
a Buenos Aires en diciembre de 1957. En 1958 ya estaba estudiando de noche y
trabajando de cadete en una joyería de Corrientes y Florida. Ahí me
relaciono con un muchacho, peronista de Avellaneda, que también era cadete
en la joyería. En el colegio nocturno me eligen delegado. No se hablaba del
peronismo, era complicado, y los otros delegados estudiantiles eran
socialistas. En ese año surge el conflicto por la educación Laica o Libre.
Yo tuve que elegir, y me acordé del papel que jugó la Iglesia contra Perón.
No pude menos que estar con la Laica. Del otro lado estaban los chicos bien
que habían apoyado a la Libertadora del general Lonardi, el nacionalismo
católico. La Laica hizo manifestaciones impresionantes y ahí, le contaba, me
di cuenta lo liviano que eran los trolebuses. Cortábamos las calles, las
gomas se abrían con un simple cortaplumas, y algunas veces algún trolebús
quedó quemado.
–¿Porque usted y su gente los quemaban?
–Se quemaron, se quemaron... (risas). En el ’58 comienzan esas cosas. Por un
lado había que dar la pelea contra Arturo Frondizi por no haber cumplido el
pacto con Perón. A partir del ’57, cuando arranca la Resistencia, el
peronismo estaba reaccionando. Por otro lado, nuestro enemigo era la
Iglesia. Yo lo veía así en la simplificación de los 17 años. Mi principal
contacto político era con grupos socialistas. Era difícil juntar grupos
peronistas, estábamos muy perseguidos. Además, yo era del interior, no
conocía a nadie. También en 1958 empecé a practicar yudo, arte marcial de la
época, no se conocía tanto el karate. También boxeaba porque mi padre era
boxeador aficionado y me había enseñado, para defenderme. Y me enseñó a
tirar. Tiraba con un revólver de aire comprimido marca Robin Hood. Yo
entendía, a esa edad, que había que prepararse para la lucha. Me bañaba con
agua fría, no tomaba alcohol. Fumaba a escondidas.
De a poco el colegio me dio grandes amigos. Por esos tiempos el socialismo
se quiebra en Socialismo Democrático, que dirigía el antiperonista Américo
Ghioldi, y en Socialismo Argentino. La juventud del PSA aceptaba hablar con
nosotros, a nivel de gente de la Resistencia. Algunos habían sido comandos
civiles contra Perón, gente que puso bombas. Después hubo un replanteo en el
socialismo a partir de la Revolución Cubana. A nosotros, en los comienzos,
no nos tocó, porque los argumentos de apoyo que se leían en La Nación y en
La Prensa era que había caído en Cuba un militar dictador (Fulgencio
Batista) igual que Perón. Cuando vino a Buenos Aires Fidel Castro lo
recibieron y celebraron todos los de la oligarquía. No sabíamos cómo leer la
cosa. Años después, en conversaciones en los ochenta con el periodista e
historiador peronista Fermín Chávez, me dijo que en aquel momento se sintió
igual que yo.
–¿Lo conoció a Chávez?
–Más. Para mí era un amigo, mi hermano mayor. Fermín Chávez (1924-2006) le
puso filosofía al peronismo en las últimas décadas y después de la vida de
Perón. Hay que leer su libro Historicismo e iluminismo en la cultura
argentina (CEAL 1982). Fermín aparece en mi periódico como “director
asociado”, y en la portada siempre publiqué alguna columna de él.
–Claro, Chávez le dedicaba poesías a Evita en unas tertulias que hacían. Se
reunía con ella un grupo de escritores de la Peña Evita, ahí en Avenida de
Mayo al lado del Tortoni. Se juntaban Castiñeira de Dios y otros.
–Bueno, en esto de cómo ver a los dictadores militares no sólo entraba
Batista. Acá nomás en Paraguay estaba el general Alfredo Stroessner
(1912-2006). En Buenos Aires, el jefe de la SIDE, entonces el general
Quaranta, que ya había mandado bombas a Caracas para tratar de matar a
Perón, decide financiar una guerrilla que se llamó el Frente Unido de
Liberación Nacional de Paraguay (Fulnap), armados con fusiles Mauser
argentinos.
–Eso está muy bien descripto y documentado en el libro de Rogelio García
Lupo, Ultimas noticias de Perón y su tiempo (2007).
–No lo conozco, voy a leerlo. Stroessner les devolvió la tropa en pedacitos,
despedazados a machetazos. Todo eso era parte de un odio generado contra los
“dictadores militares” como parte del discurso antiperonista. Mi postura
adolescente era, ¿cómo vamos hacia la democracia si no nos dejan participar
a nosotros? Los jóvenes socialistas, algunos no tan jóvenes, con quienes me
veía a tomar café o conversar, comenzaban a considerar la preparación
política en serio. Algunos recibieron entrenamiento en Cuba, cosa que nos
transmitían a nosotros. Empecé a actuar en algunas huelgas gremiales en
1959. Tuve que aprender cómo se hacían los clavos “Miguelito”. Juntaba
tapitas de cerveza, o de gaseosa, y les pasaba clavos. Después salía en
bicicleta en vísperas de un paro o huelga y los tiraba por ahí. Aprendí. Los
“Miguelito” de tres puntas eran más complicados, había que soldarlos con
autógena. Pero siempre había compañeros metalúrgicos que los hacían.
–Momento, a esa edad y aparte de cierto mito peronista, ¿de dónde provenía
su inspiración política?
–Yo soy un apasionado lector de todo sobre la revolución en Argelia. Hay un
libro, Argelia año ocho (1963), del argentino Carlos Aguirre, que leí hasta
saberlo casi de memoria. No subrayo libros porque si te buscan, mejor que no
sepan cómo uno piensa, que siempre surge del subrayado. Pero el libro ése me
lo sabía de punta a punta. Otra le cuento, de esas lecturas aprendí a no
presentarme como zurdo, que soy. En la primaria nos obligaban a escribir con
la mano derecha, como si ser zurdo fuera una enfermedad. Fue útil. Si buscan
un zurdo no van a agarrar a un diestro. Hay que aprender para qué lado
revolver el café, para qué lado va la hebilla del cinturón, cómo usar el
arma con la derecha. Ahora ya no, ahora puedo ser zurdo otra vez. Ahora uno
es libre.
–Necesito poner un poco de orden cronológico en este diálogo.
–La experiencia que yo hago es así, revolución argelina en 1958, Cuba en
1959, quiebre en el socialismo, entrenamiento de algunos. Es la época de la
guerrilla peronista de los Uturuncos en Tucumán. Demostraron al mundo la
voluntad del peronismo de pelear. Pero nunca me gustó la guerrilla rural. La
urbana sí, era complementaria a la movilización popular. En aquellos años
todo lo demás eran hechos aislados. La base política del peronismo combativo
después del ’55 eran los jóvenes delegados gremiales, como el metalúrgico
Felipe Vallese (1940-1962), gente del Ejército, y gente de la ex Alianza
Libertadora Nacionalista. Mi primera acción fuerte fue la huelga ferroviaria
del ‘61. Nos ayudaron unos hermanos, hijos de rematadores, los padres tenían
la casa más linda de la calle Segurola, y tenían coche (ninguno de nosotros
tenía auto). Un general norteamericano convenció al gobierno de Frondizi de
que había que terminar con los ferrocarriles y hacer carreteras. Amenazaba
la privatización. Perón nos dijo en una cinta que escuchamos en aquellos
Geloso, en casa de un compañero o en un gremio como jaboneros o farmacia o
perfumistas, nos dijo Perón, “los activistas son como el perro, ladra y
ladra, le pegan y sigue ladrando. El pueblo es como el gato, lo corren y
escapa. Pero guay de acorralar al gato, que se torna feroz”. Perón nos
reivindicaba a los militantes, pero teníamos que esperar que saliera el
pueblo. Había que trabajar con la gente. Nosotros éramos los justicieros del
movimiento obrero que era castigado y no podía reaccionar.
–El proceso se va intensificando a partir de los sesenta, una década de
creciente movilización.
–Para nosotros vino todo un proceso de aprendizaje muy intenso. Mire lo que
le digo. Los encendedores que usaban los fumadores de esa época se cargaban
con bencina, que venía en unas ampollas o en una especie de saché de
plástico. Cuando nos preparábamos para las huelgas generales metíamos unos
cuantos sachés en una carterita oscura, y le poníamos un iniciador de
clorato de potasio, que se compraba en pastillas en la farmacia, mezclado
con azúcar impalpable (otros usaban azufre) y ácido sulfúrico, que produce
una llamarada. Las carteritas de plástico las dejábamos en el último asiento
de un colectivo vacío. El ácido trabajaba y al rato estallaba. Por lo
general dábamos aviso a los colectiveros, antes de una huelga, de que íbamos
a actuar. En esto uno se va perfeccionando. Primero, uno esperaba el
colectivo y le tiraba la “Molotov” de frente. Luego uno pasaba a considerar
otras cosas. A partir de aprender, se trabajaba de a dos y de a tres. Uno le
hacía señas al colectivo en la parada, otro se ponía atrás y le metía un
fierro con punta en una goma. Casi enseguida paraba el colectivo con la goma
en llanta, se bajaban todos a mirar qué pasaba y ahí se le tiraba la
“Molotov” por la puerta izquierda, la del chofer. Eso era para no lastimar
gente. Bueno, siempre había algún apresurado, uno siempre estaba nervioso, y
hacían zafarrancho. En los gremios teníamos como objetivo acompañar a la
huelga general con acción. El objetivo siempre era la vuelta de Perón, no
era lastimar gente. El desgaste era a través de los gremios. Politizábamos
los conflictos. También había que controlar los gastos. Los gremios no
tenían mucho dinero disponible, como ahora. Yo tenía que ir a la Casa de los
Mil Envases algunas veces porque no se conseguían envases, o porque tenía
que comprar a buen precio. No era como ahora que siempre hay. Después vino
la reforma de la Ley de Asociaciones Profesionales.
–Eso sucedió durante la dictablanda del general Juan Carlos Onganía.
–Claro, y eso cambió todo.
–¿Cómo se fue preparado el intento de regreso frustrado de Perón en 1964?
–Eso fue en tiempos de Arturo Illia, pero yo ya estaba algo radiado porque
hice el servicio militar en 1962-63, quince meses y tres días. Y después
tuve que retomar en otras cosas. Me tocó el enfrentamiento de
Azules y
Colorados. Yo estaba en el Hospital Militar. Un día nos reúnen a los
soldados que estábamos y nos ordenan a los que sabíamos manejar armas a
operar como comandos. Yo venía del Liceo en Santa Fe, sabía yudo, y era
candidato para eso pero tuve la imprudencia, o la valentía, de decir que me
negaba porque me parecía que (Andrés) Framini (1914-2001) tenía razón porque
había ganado las elecciones en Buenos Aires. “Hay que terminar con los
negros como Framini”, dice un suboficial y me rajan a Campo de Mayo, al
regimiento General Lemos. Fui destinado a oficinas y salía de civil al
correo. No nos permitían diarios a los soldados, pero llevé un periódico
peronista, Compañeros, que hacía un tal Mario Valotta. Así nos enteramos de
la rebelión de los Colorados. Estábamos en la sede del Comando Azul y se lo
veía a Alejandro Lanusse (1918-1996) en mangas de camisa, cosa muy rara
entre los prusianos del regimiento. En plena crisis yo aproveché para sacar
algunas armas de puño, .45, y mucha munición. Cuando estaba de guardia la
tiraba afuera y la levantaba al salir de franco.
–¿Pero nadie controlaba las existencias de munición y armas?
–Era tal el despelote que nadie sabía qué había. Todos aprovechaban, algunos
para vender armas a delincuentes. Como en cualquier conflicto armado del
mundo. Yo pensaba que había que llegar a la huelga general con participación
armada. Pero lo que nos dimos cuenta era que si no se quebraba a las fuerzas
armadas no se lograría nada. Era fundamental, sin eso no había posibilidad
de cambio. No pasó hasta el ’83, las fuerzas armadas se quebraron con la
derrota del ’82. Se provocaban crisis, pero no pasaba del incidente aislado.
Muchos se dieron cuenta de que el camino pasaba por el peronismo. El jefe
del peronismo era un tipo que estaba lejos, no era fácil de entender. Se
comenzó a comprender a partir de pequeños hechos políticos, en congresos de
estudiantes, de gremialistas, o de filósofos. Un ejemplo, cuando voltearon a
Illia, un grupo de jóvenes formamos la Organización Peronista 17 de Octubre
(OP17). Repartimos volantes contra Onganía. Perón dijo, “Hay que desensillar
hasta que aclare”. La tenía más clara que nosotros aquí en el terreno.
–¿Nunca cayó detenido?
–Varias veces, pero lo más largo fueron siete meses durante el gobierno de
Illia, me agarraron en un allanamiento después de una marcha contra la
invasión norteamericana de la República Dominicana, en 1964. Me aplicaron el
artículo 213 bis del Código Penal. “Para todos aquellos que pertenezcan a
organizaciones permanentes o eventuales que propicien el derrocamiento del
sistema mediante la violencia”. Me la sé de memoria. En el ’68 o ’69 me
metieron preso después de una misa por Evita.
–Sobrevivió a todo...
–Yo sobreviví porque no soy ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, ni lindo ni
feo, soy un tipo muy común. La Resistencia francesa recomendaba vestir traje
marrón, por ser lo más común y ordinario. Yo fui un tipo vestido de marrón.
Y en la revolución en Argelia se impartía la orden de nunca esperar más de
diez minutos. Yo leí de todo. Aquí se publicaba información guerrillera para
la extrema izquierda y la extrema derecha. El servicio de inteligencia de la
Aeronáutica, que eran los más fascistas y apoyaban a los sectores católicos
más recalcitrantes, como Bruno Genta y esos, apoyaba a sellos editoriales
como Huemul, que sacaba material que nosotros usábamos. Al peronismo se lo
calificaba como “castroperonismo”, habiendo sido “nazis” antes, para decir
que el peronismo no era confiable. Nosotros reivindicamos las figuras de
Yrigoyen y Perón, como líderes populares. La figura de don Juan Manuel de
Rosas la respetamos como histórica. El nacionalismo se quedó en el pasado
lejano con Rosas.
–Sus lazos, entonces, estaban siempre con el gremialismo.
–Sí, y algunos grupos de la JP, pero más con los sectores sindicales.
Participé muy poco en la CGT de los Argentinos, que lideró Raimundo Ongaro,
cuando se dividió la CGT durante el gobierno de Onganía. Había que tener en
cuenta que en un lugar abierto era el lugar donde más alcahuetes de los
servicios había. Y eso era así con la CGT de los Argentinos que tenía sede
en la Federación Gráfica de Paseo Colón. Perón dijo una frase genial, como
siempre: “Yo les dije al peronismo que estuvieran alertas y vigilantes. Se
fueron los alertas y quedaron los vigilantes”. Estoy seguro de que esa gente
pasaba volantes y documentos con el solo fin de comprometer a la gente, así
podían denunciar a los comprometidos. Nunca caí, mire usted.
–Me hicieron lo mismo con material de la guerrilla, y después allanaron y me
detuvieron.
–Usted se salvó por el apellido de inglés, por periodista y por tener un
Dios aparte.
–¿Cómo llega a ser custodio de Juan Manuel Abal Medina?
–En forma algo indirecta. Cuando la CGT se dividió se formaron los gremios
del peronismo combativo. Ese conglomerado era coordinado por el telefónico
Julio Guillén. Cuando entra al grupo Roberto Digón, de Tabaco, sindicato
chico y bien dirigido, luego candidato a presidente de Boca y diputado
nacional, yo voy a trabajar con él. El abogado del gremio del tabaco en
Salta era Julio Ignacio Mera Figueroa. El cuñado de Mera, Urtubey (padre del
actual gobernador de Salta), del nacionalismo católico, de alguna manera
establece los contactos. El flaco Mera venía del nacionalismo también, no
era peronista. Pero tenía contacto con Juan Manuel Abal Medina, un gran tipo
que también venía del nacionalismo. Perón lo consideraba capaz de encarrilar
una estrategia para el peronismo. Abal Medina, un tipo valiente, tenía
muchas amenazas y pidió una custodia. Si se la pedía a la UOM, sería de la
patria metalúrgica, si no sería de la patria montonera, y así. Decidió
pedirles a los gremios en el peronismo combativo y me llamaron. Yo tenía una
pistola Mauser con caño largo y mango de fusil. Se me notaba mucho. Una vez
Abal Medina y el “Tío” Cámpora regresaban de hablar con Perón en Madrid,
parte de una delegación grande en la que estaba Lorenzo Miguel (UOM).
Salimos para Ezeiza en un Fiat que nos facilitaba una agencia que cada
semana cambiaba los coches para tener otros colores y chapas. Esto
seguramente estaba arreglado por Diego Muñiz Barreto para Abal Medina. En
Ezeiza alguien descubrió el arma a uno de la custodia de Lorenzo Miguel.
Entonces piña va piña viene. La custodia le saca la pistola a un oficial de
policía, “si no me la devolvés no te la doy”, cosas así. Baja Cámpora, se
arma un despelote, ordenan salir rápido del aeropuerto y cuando miro me
habían dejado. ¿Qué hago? Me tomé el colectivo 86 al centro, me fui al
último asiento y puse el pistolón bajo el saco, pero como no soy muy alto me
salía el caño por el cuello. Ridículo. La desorganización era abrumadora.
–Lo abrumador parecía, visto de aquí, la cantidad de armas en la calle.
–Si se sacan las cosas de contexto, parecemos “cowboys” o algo así. Pero
vivíamos en una etapa de preguerra y se puede ilustrar con estas anécdotas.
Además de las armas, la época permitía situaciones que hoy parecen
descabelladas. Lorenzo Miguel una vuelta le facilitó un coche blindado a
Rodolfo Galimberti, de JP y Montoneros. Galimberti, que era un desbordado en
todo, salió por primera vez en el coche y metió el acelerador a fondo. No lo
pudo frenar, por el peso del blindaje, y lo hizo bolsa en la primera salida.
No sé qué habrá dicho Lorenzo. Una noche, después que el Tío Cámpora había
ganado las elecciones de abril de 1973, Abal Medina tenía que ir a una
reunión. Sacamos los Fiat. Manejaba el flaco Mera Figueroa. Adelante iba
Abal Medina, con un .38 corto o un .357. Atrás iba un policía que nos habían
puesto como custodia, con ametralladora Halcón y una pistola Browning, y
estaba yo con mi Mauser. Fuimos a un restaurante en la calle Chile, creo, en
San Telmo. Era un local grande. En la puerta estaba la custodia de (José
Ignacio) Rucci (CGT-UOM), que andaban en Torinos. Estaban armados con
fusiles y qué sé yo qué más. Parecía exagerado, pero después ese año Rucci
fue asesinado. Alguno estaba tirado debajo del Torino. Adentro del local
había algunos metalúrgicos de la custodia y me senté a comer con ellos. Abal
Medina, Rucci y Lorenzo Miguel comieron en el fondo. Cuando nos fuimos, ya
en el coche, Abal Medina sacó un paquete que le había regalado Rucci. Era un
revolver .38 Smith & Wesson nuevo. Se lo pedí, “si te sobra, dámelo”, para
poder largar el Mauser, pero no. A los dos días, yo en la puerta del hotel
de Luz y Fuerza en la Avenida Callao donde paraba Abal Medina, vino un
emisario de la UOM con un paquete que mandaba Lorenzo Miguel. Aunque
conocíamos al tipo, igual llevamos el paquete a la cocina y lo abrimos. Era
una carabina con caño recortado y peso compensado para Abal Medina. Lorenzo
Miguel se había quedado mal porque Rucci había hecho un regalo y él no. Mire
lo que eran los regalos de la época.
Razones de “una etapa increíble”
Por Andrew Graham-Yooll
Quizás su rasgo principal sea que ha sido un militante peronista toda la
vida. De bajo perfil, activo en los gremios, siempre evitó el primer plano.
Esta charla tuvo su disparador cuando dijo, en una mesa de amigos en la que
se hablaba del gobierno de Arturo Frondizi: “En 1958 fue cuando quemé mi
primer trolebús”. Arnaldo Omar Goenaga, de 67 años, hoy describe los años
sesenta y setenta, como “una etapa increíble, es de no creer que hayamos
hecho tantas cosas”.
“Soy profundamente peronista desde los 14 años. En 1955 ingresé al Liceo
Militar General Belgrano, en Santa Fe. Eramos de Villaguay, Entre Ríos. Me
echaron del Liceo, y fui a terminar el año en el Colegio Nacional de Paraná.
Ahora su “mayor satisfacción” es sacar un periódico para su barrio, ABC,
Almagro, Boedo, Caballito. Va por su sexto año y alcanzó el número 80. “Es
un esfuerzo grande para alguien como yo que no tiene formación. Terminé la
secundaria a los ponchazos a los 61 años.” Había largado los estudios
secundarios hace más de medio siglo, pero cuando se presentó a elecciones
legislativas en la ciudad escuchó la crítica severa. “Un periodista un día
me basureó por televisión al leer una lista de antecedentes de candidatos
peronistas que le facilitó Poder Ciudadano: ‘¿Quiere ser, diputado? No tiene
siquiera la secundaria’. Quise salir a pelearle. Mi hermana me recomendó
estudiar en vez de pelear. Rendí en el Mariano Moreno. Gracias a mi hermana
terminé la secundaria, y él se salvó de una paliza.”
Goenaga es presidente honorario de una asociación vecinal y presidente de la
comisión de la Biblioteca Popular General Alvear, en Avellaneda y Acoyte.
“Cuando se inició la asociación vecinal, en 1922, la calle Acoyte no
existía. En Caballito muchas calles eran de tierra.” Hay grupos de vecinos
muy contestatarios, por temas, “como la urbanización... no queremos las
grandes torres, los asentamientos... Hay un asentamiento en Yerbal al 1400,
en Caballito, de unas 24 familias, mendocinos y chilenos, viven en
condiciones infrahumanas, y no queremos que vivan así. Hay gente que tiene
un negocio de alquiler de carritos para cartoneros, acumulaban basura,
preocupa la distribución de la droga... Se discute mucho. También se
festejan fechas históricas del barrio.
Fue concejal en el antiguo Concejo Deliberante, entre 1983 y 1987.
En el Concejo Deliberante, dijo, finalmente, aprendió a tratar con otras
fuerzas políticas. “Estuve como concejal en el comienzo de la democracia.”
El peronismo había sido derrotado y tuvo que replantear su acción. Era parte
de “una oposición feroz”, en un bloque de 16 justicialistas. “Era una época
en la que había que terminar con el partido militar” que mantenía mucho
poder en las sombras. “Recibíamos amenazas de bombas. Una vez evacuamos, la
segunda ya no. Un bombero vino y me dijo: ‘Tiene que salir, es peligroso’.
Le dije al pibe: ‘Escúcheme, yo armé tantas de éstas, ya sé cómo es. Yo me
quedo’.”
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